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Pseudomedicinas (Homeopatía)







Carta abierta a la organización farmacéutica colegial


Estimados señores:

            A pesar de la generalizada amabilidad con que suelo ser tratado en los despachos de farmacia, hay un pero que llama poderosamente mi atención y que me siento obligado a comunicarles. Cuando acudo con una receta o pido un medicamento por su nombre, quien está al otro lado del mostrador, faltaría más, me lo facilita sin mayor problema. Pero si la petición es más vaga, y confiando en el criterio del profesional pido remedio a, pongamos por caso, un sarpullido o un leve dolor de garganta, en un muy elevado porcentaje de farmacias lo que se me ofrece es un producto homeopático. En tales ocasiones, y con un ligero mosqueo, sin dudarlo un momento lo rechazo y pido algo que funcione. Al fin y al cabo, de algo me tiene que servir haber estudiado el famoso número de Avogadro y lo que ello implica.

            De este asunto charlaba el otro día con algunos colegas del trabajo, quienes objetaban mis argumentos con los clásicos "yo la he probado, y claro que la homeopatía funciona", o "no tengo nada que perder". En fin, qué les voy a contar que ustedes no sepan. Pero en un  momento dado uno de ellos hizo un comentario que me dejó pensativo y que fue el que me ha motivado a escribir estas líneas. Venía a decir que en la farmacia le habían vendido homeopatía para calmar los dolores de su bebé, a la sazón echando los dientes. Y añadía que iba a comprobar si funcionaba, y que si era así repetiría sin dudarlo. Lástima que volverá a pedirlo, pensé, porque un dolor como el de su bebé se calma por sí solo en un par de días, y entonces los padres piensan que el remedio ofrecido ha terminado con el malestar. Porque en ese efecto, conocido como remisión espontánea, y en el efecto placebo, se basa el montaje homeopático. En nada más.

            Señores farmacéuticos: ustedes lo saben. Ustedes saben que los productos homeopáticos no funcionan; ustedes saben que jamás ha podido demostrarse que lo hagan más allá del efecto placebo, porque su fundamento de extrema dilución conduce a que no tengan absolutamente nada de principio activo; ustedes saben que las sustancias que se diluyen hasta desaparecer ni siquiera tienen relación con lo que supuestamente curan; ustedes saben que los productos homeopáticos no son otra cosa que agua o azúcar, dependiendo de la presentación; ustedes conocen leyes científicas perfectamente probadas, y no precisamente recientes, que contradicen los supuestos en los que se basa la homeopatía; ustedes han tenido noticia del número del 27 de agosto de este mismo año de la prestigiosa revista médica Lancet, con su demoledor ataque a la homeopatía; ustedes tienen un bagaje científico con el quedeberían estar luchando contra la ignorancia y la superstición de parte de la sociedad.

            Señores farmacéuticos: ustedes han elaborado un plan para la detección y erradicación de los productos milagro, aquellos que presentan una serie de elementos en común, como que tras ellos haya "una empresa que pretende enriquecerse engañando al consumidor", aquellos que, a decir de ustedes "no son medicamentos, se basan en el efecto placebo, en propiedades que no han sido demostradas científicamente, que por su composición es imposible que tengan los efectos que prometen..." ¿sigo?

            Los productos homeopáticos son -no lo entiendo- legales, y ustedes van a seguir dispensándolos en los despachos de farmacia. Pero permítanme que les pida que se los proporcionen sólo a quien expresamente así se lo demande (sería pedirles demasiado, supongo, que en estos casos señalaran el error en que incurre el paciente); que no lo ofrezcan a quienes, confiando en sus conocimientos y en su labor de servicio público, lleguen pidiendo remedio a sus dolencias; pero sobre todo, en nombre de la ética, jamás lo recomienden para un niño que llora, por leve y transitoria que sea su afección. A él, un medicamento.

            Atentamente

Carlos Chorda