Final del mundo
El Forastero

El mundo antiguo

(Con la ayuda del libro Futuro pasado de Reinhart Koselleck)

Por muchos años el fin del mundo, el Apocalipsis, estaba bajo el control de las religiones y por su intermedio del poder. La misión salvadora de los reyes y papas se apoyó en predicciones más o menos cabalísticas que anunciaban el fin del mundo. Esta presión del final certero constituía una de las esencias integradoras de la iglesia. Pero la indeterminación del final era entonces uno de los puntos vitales para la cohesión de la iglesia mientras que los intentos de aplicar predicciones del Apocalipsis a hechos concretos actuaban de forma que desestructuraba la tesis salvadora de la iglesia.

Con la llegada de la paz de Ausburgo, una de las grandes guerras europeas llegaba a su final. En estos momentos de paz la iglesia, que había sobrevivido siglos gracias a guerras religiosas, se veía amenazada tanto a nivel político por la perdía de fuerza, como de control, por causa del alejamiento del fin de los tiempos, y por lo tanto la disminución del miedo que atraía a la gente.

En esa época el fin del mundo empezó a desplazarse lentamente hacia el futuro hacia comienzos del siglo XVIII (Nicolás de Cusa), el año 2000 (Melancheton) e incluso con exactitud al año 1992 (la última gran profecía atribuida a Malaquías). La iglesia intentaba establecer fechas concretas para el final de los tiempos para asegurarse el control.

Pero mientras las predicciones religiosas iban alejándose empezaron a nacer nuevas ciencias. Es importante por ejemplo la aparición del historiador Jean Bodin (sanguinario juez por otra parte) que separaría de la historia a la historia religiosa y a la historia humana y natural. Bodin convertiría el cálculo del fin del mundo en un asunto matemático y astronómico. Bodin instalaría el final de los tiempos tras un ciclo de 50.000 años.

Con este pequeño cambio de enfoque, los imperios que hasta ahora protegían los pueblos y los preparaban para el final de los tiempos se iban transformando en estados con un enfoque más mundano. Para asegurar este “monopolio del futuro” los estado empezaron a perseguir profecías religiosas y astrológicas incluso promulgando leyes que las prohibieran. Lo hicieron Enrique VIII, Eduardo VI, Isabel de Inglaterra, Enrique III de Francia y Richeliu, los grandes gobernantes de la época.

Mientras esto ocurría a nivel político, en el científico las tesis apocalípticas eran rebatidas poco a poco por Lilly, Cormwell, Montaigne, Bacon e incluso Spinoza quien presentaría la crítica más certera sobre el tema.

Con el derrumbamiento de las predicciones del final del mundo culminaría la época antigua dando paso a la época de razón que no negaba la posibilidad de un fin, pero si que lo encerraba como elemento de estudio científico. Ese fue el momento que cayó un peso de nuestras cabezas y pudimos respirar y disfrutar un tiempo nuevo.

El mundo moderno

El final del mundo fue una preocupación menor durante muchos siglos. Seguía teniendo peso en una cultura en que la religión seguía teniendo una presencia importante, pero las predicciones pasaron a ámbitos privados, locales, folclóricos y círculos secretos.

Pero en estos últimos siglos empezaron a reaparecer muchas de las predicciones antiguas y otras tantas modernos que afianzaron de una manera importante en la sociedad. En 1843 por ejemplo el predicador baptista William Miller predijo que el mundo iba a terminarse en pocos meses. Aunque no ocurrió sectas de milenaristas nacieron bajo su manto y empezaron a arraigarse con fuerza, como lo hizo la Iglesia del Séptimo Día.

Pero las predicciones religiosas tenían un poder de convencimiento mucho menor en comparación a lo que llegarían en la segunda mitad del siglo XX: con la invención de las bombas atómicas y el inicio de la guerra fría el final se vio nuevamente cerca en forma de una guerra nuclear.

Cuando la guerra terminó empezó a surgir una serie de predicciones catastrofistas más o menos relacionadas con la ciencia que fueron golpeando una tras otra la sociedad moderna. El efecto Y2K fue el nuevo miedo del cambio de siglo. Una lista meteoros que podrían impactar con la tierra (e incluso planetas, recuerden el Hercóbolus) fue comentada incluso en los medios de comunicación más importantes, invasiones extraterrestres y predicciones antiguas, como las de Nostradamus, fueron temas absurdos que vieron la luz.

Pero también fue el momento de la aparición de predicciones más realistas y más peligrosas que ponen en peligro a la humanidad en plazos de tiempo menores. Temas como la desaparición de los polos por causa del efecto invernadero, la entrada de rayos solares mortales por causa de los agujeros en la capa de ozono, cambios climáticos importantes que acabarían con nosotros por hambre, sequías o inundaciones, virus mortales como el Sida, e incluso la sobrepoblación, son temas de discusión actual y predicciones realistas. Aunque estos temores son aumentados en un intento de recapacitación, la actitud tienen un final tan práctico como fue el Apocalipsis de la iglesia católica en la antigüedad: unificar a la sociedad.

Estamos entonces en un tiempo nuevo donde el final de la tierra es nuevamente algo tan real como fue el Apocalipsis en el siglo XV, han pasado seis siglos y la ciencia ha logrado rebatir a la religión en muchos aspectos, pero ahora es la ciencia la que advierte de los temores que han seguido a la humanidad por milenios y pide actitudes reales para enfrentarse a ellos. Si en esa época la iglesia pedía contrición y limosnas para que el momento del juicio final la balanza se incline a favor de uno, ahora el temor del fin sirve como un motor para cambiar actitudes y costumbres para que nos salvemos todos. Los objetivos son muy distintos e incluso la forma, pero el temor del fin como herramienta de acción de la sociedad funciona de la misma manera.

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