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2. Sobre algunas apelaciones frecuentes en el trato cotidiano |
Sobradamente
conocido es que entre los españoles de la época, como entre los europeos
de la época, el señorearse era moneda de uso corriente en las
conversaciones cotidianas a la hora de cumplir con los requisitos del
tratamiento apelativo; no en vano, los sustantivos señor
y señora (junto con sus variantes) son vocablos que, aunque en el campo
de los tratamientos expresen fundamentalmente, al hilo de su relación
sémica con la "posesión" y con el "dominio", contactos
asimétricos inferior-superior en cualesquiera parámetros de la escala
social, pueden ser utilizados, igualmente, como advierte en su sexta
acepción el Diccionario de Autoridades
(1984:87), con alocutarios de igual e incluso de inferior estatuto social.
Las apelaciones a la colectividad
encuentran un estereotipo casi siempre pertinente en el seno
de esta parcela genérica del tratamiento: CHANFALLA.
-Señores, Vuestras mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta
más que comenzar (Cervantes, Entremés del Retablo de las Maravillas, 1982:120). Son
expresiones, en definitiva, cuya frecuencia de aparición es directamente
proporcional a su capacidad para servir como aparentes intersecciones
en las interacciones tanto simétricas como asimétricas. Y decimos aparentes
porque al ser humano vivir en la neutralidad absoluta le supone un alto
coste, mitigado en el caso de señor y sus variantes por la especificación
generada a través de epítetos o complementos (habitualmente acompañantes
suyos y léxico-semánticamente referidos a función, situación, posición
o profesión social de alguna de las instancias locutivas o de ambas),
por nombres propios y apellidos o, finalmente, por la combinación de
ambos. En cualquier caso, la extensión del vocativo resultante incide
directamente en el grado de persuasividad deseado y, por ende, en el
grado de sumisión contextual del locutor para con su alocutario. Un
ejemplo de combinación de señor + función social lo tenemos en el señor
vecino o similares. Cristina utiliza con resolución esta fórmula
de tratamiento en el Entremés
del vizcaíno fingido (1982:106) con un platero que vivía cerca de
su casa: CRISTINA.-Basta,
señor vecino, vaya con Dios, que yo haré lo que me deja mandado; yo
la llevaré, y entretendré dos horas más, si fuera menester; que bien
sé que no podrá dañar una hora más de entretenimiento. Otra
Cristina, esta vez la criada de Cañizares en el Entremés
del viejo celoso (1982:150), utiliza idéntica expresión ante el
pavor del viejo que creía ver (no sin razón) en tal denominación una
premonición fatal para su honor, por lo que pide a la muchacha que cambie
el tipo de apelación, requerimiento sólo parcialmente atendido: CRISTINA.-¿Y
qué quiere, señora vecina?. CAÑIZARES.-El
nombre de vecina me turba y sobresalta: llámala por su propio nombre,
Cristina. CRISTINA.-
Responda ¿y qué quieres, señora Ortigosa?. ORTIGOSA.-
Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la
vida y el alma. ................................................................. CRISTINA.-Entre,
señora vecina. CAÑIZARES.-¡Nombre
fatal para mí es el de vecina!. También
la pícara Justina apelará en estos términos a sus compañeras de charla
(1950:153): ¿No
es verdad, señoras vecinas, que era mi abuela una bendita?. En
una sociedad tan repleta de pobreza, la profesión o la función social
desarrollada era todo un "título" para quienes las poseían.
Por eso, la combinación señor
+ profesión o función aparece tan a menudo, ya sea para referirse al ámbito eclesiástico,
como sucede con el tratamiento ofrecido por Rinconete al sacristán que
poco antes había "desplumado": -Con
su pan se lo coma -dijo Rincón a este punto-; no le arriendo la ganancia:
día de juicio hay, donde todo saldrá en la colada, y entonces se verá
quien fue Callejas y el atrevido que se atrevió a tomar, hurtar y menoscabar
el tercio de la capellanía. Y ¿cuánto renta cada año?. Dígame, señor
sacristán, por su vida (Cervantes, Rinconete y Cortadillo, 1981:242). como
al artesano: SOLDADO.-
(...) Escuche vuestra merced, señor zapatero, que quiero glosar aquí
de repente este verso, que me ha salido medido:
Chinela de mis entrañas (Cervantes,
Entremés de la Guarda cuidadosa,
1982:89). al
creativo-literario: señor autor
y señora autora son llamados Chanfalla y Chirinos en El
Retablo de las Maravillas (1982:115): RABELIN.-¿Hase
de hacer algo en este pueblo, señor Autor? Que ya me muevo porque vuestra
merced vea que no me tomé a carga cerrada.
al militar: DON
FÉLIX.-¿Qué digo, Señor soldado, el de la pluma y tahalí... (Lope
de Vega, El galán de la Membrilla
, 1967:341). al
universitario: un alférez, representante de las armas, llama señor
letrado a un licenciado, para dejar claro el ya tradicional contraste
(y a veces complemento) de ambas ocupaciones: ALFÉREZ.- Oiga, señor letrado: El reñir no le excusa un hombre honrado (Moreto, De fuera vendrá..., 1950:75), o a las distintas ocupaciones político-administrativas. Una buena muestra de estas fórmulas apelativas de tratamiento podemos encontrar en el famoso entremés cervantino del retablo de las maravillas. Benito Repollo, por ejemplo, es llamado por Chanfalla señor alcalde, y Chirinos llama al gobernador de la localidad señor gobernador. El colectivo de las autoridades es apelado por Chirinos señores justicias. Pero también aparecen apelaciones en las que la especificación contigua al señor no es sólo la función desempeñada, sino que a ésta se le une, igualmente, nombres propios, apellidos, o ambos. No hay que ocultar la intención persuasiva de estas extensiones, ni la irónico-burlesca que a buen seguro movió a Cervantes para presentarnos unos personajes cuyo hiperbólico tratamiento correspondía a su no menos exagerada ingenuidad. Señor regidor Juan Castrado llama el gobernador al regidor y señor alcalde Repollo llama Chanfalla al alcalde. En ocasiones "bastaba" tratar al interlocutor con señor+nombre propio y apellido: señor Pedro Capacho llama el regidor al escribano, y éste llama al alcalde señor Benito Repollo. El
señor
o señora[1]
y el nombre propio "nada más" también eran fórmulas normales
en contextos menos retóricos. Señora Ortigosa
es el vocativo que Lorenza lanza a su vecina en el Entremés del viejo celoso. El don,
como comenta Marcellin Defourneaux (1983:43), acabó por generalizarse
sobre todo entre quienes habían alcanzado cierto nivel en la escala
social pero carecían de título de nobleza. En El
caballero, obra de Moreto (1950:298), don Enríquez se dirige al
viejo Juan de Toledo con un señor don Juan, y otro don Lope,
nombre atribuido en esta ocasión por Moreto, en Las
travesuras de Pantoja (1959:393),
a un viejo, es el que utiliza una fórmula parecida al hablar con Pedro
Pantoja, el personaje central, pero incluyendo en esta ocasión también
el apellido: señor don Pedro Pantoja. Si
nosotros oyésemos en la actualidad expresiones vocativas como las de
señora
María o señora
hermosa pensaríamos inmediatamente en especificaciones con nombre
propio o adjetivo de valoración positiva, respectivamente. Lo cierto
es que, además de eso, ambos vocativos tenían una caracterización funcional
en el Siglo de Oro, dado que eran los tratamientos tópicos con los que
los huéspedes de entonces se dirigían a las mesoneras (algo parecido
al Buddy de los taxistas mencionado
por Brown y Ford). Esta es la reflexión sobre el asunto por boca de
la pícara Justina (1950:73): -Y
luego les veréis esquilar diciendo: Señora María, que no hay huésped
que no llame María a toda moza de mesón, como si todas nacieran la mañana
de las tres Marías, o si no, dicen señora hermosa, que, como dijo el
otro, para que una vieja sea moza, no hay otro remedio mejor que ser
mesonera o ajusticiada; porque a la del mesón, no hay pasajero que no
diga: Hola, señora hermosa, y si a una mujer la sacan a justiciar, luego
dicen: la más linda mujer y de más bellas carnes que se vio jamás. Bastaría
acudir a los datos proporcionados por el Diccionario
de Autoridades para comprobar
que los límites entre especificación individual-personal, funcional-profesional
o posicional-situacional no son siempre nítidos. En muchos casos nos
enfrentamos con polisemias semántico-interpretativas que sólo el contexto
concreto puede resolvernos adecuadamente. Vocativos como señora
doncella, señor caballero,
señor galán, señor gentilhombre,
señor hidalgo o, en otros
ámbitos, señor maeso (maestro o maese), señor doctor
(dotor), señor
bachiller o señor licenciado, todos ellos muy utilizados en el siglo de oro español,
así lo confirman. Pasemos ahora a la ejemplificación de estos vocativos
en algunos fragmentos literarios. La preciosa gitanilla de Cervantes
(1981:115) dice así a una joven muchacha: -Señora
doncella -respondió Preciosa-, haga cuanta que se la he dicho, y provéase
de otro dedal, o no haga vainillas hasta el viernes, que yo volveré
y le diré más venturas que las que tiene un libro de caballerías. El
supuesto gitano Andrés reacciona ante las insinuaciones de la hija del
dueño de la venta en la que se hospedan dirigiéndosele con ese mismo
tratamiento, probablemente con alguna que otra intención añadida: -Señora
doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos
sino con gitanas; guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de
quien yo no soy digno. La misma Preciosilla se había dirigido al gallardo mancebo de ella enamorado, que no es otro que el Andrés antes mencionado, con la fórmula señor caballero (1981:117): -Yo,
señor caballero, aunque soy gitana, pobre y humildemente nacida, tengo
un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me
lleva. Los
pícaros Rinconete y Cortadillo nada más conocerse se dispensan tratamientos
tan curiosos para su edad (entre quince y diez y siete años) como los
de señor gentilhombre, señor
caballero y señor hidalgo: -¿De
qué tierra es vuestra merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno
camina?. -Mi
tierra, señor caballero respondió el preguntado, no la sé, ni para adonde
camino, tampoco (...). -Yo,
señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida, lugar conocido y famoso
por los ilustres pasajeros que por él de continuo pasan; mi nombre es
Pedro del Rincón; mi padre es persona de calidad, porque es ministro
de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero, o buldero, como los
llama el vulgo (1981:233-234). Ambos
son tratados por un mozo de la cofradía de Monipodio como señores
galanes (vocativo al
que Rincón replica con otro idéntico), si bien poco después utiliza
el lenguaje de germanía y los llama señores
murcios[2],
que es tanto como decir "señores ladrones" (1981:243): -¿Díganme, señores galanes, voacedes son de mala entrada o no?. -No
entendemos esa razón, señor galán -respondió Rincón. -¿Qué
no entrevan, señores murcios?-respondió el otro. El
señor maeso
y similares queda reservado a los trabajadores de oficios manuales.
Así llama la pícara Justina a un platero y poco después a un barbero.
Barbero es también el personaje al que la sobrina de don Quijote trata
con un respetuoso señor maese Nicolás. El no menos cervantino
licenciado Vidriera, por su parte, al ver a
un sastre "que estaba mano sobre mano" (1981:30), le
dice: -Sin duda, señor maeso, que estáis en camino de salvación. Señor doctor llama Prudencio a Beltrán, falso médico, en El acero de Madrid de Lope de Vega (1946:307), en tanto que éste último llama a su ayudante, impostor también, señor licenciado (1946:308). Sobre la posible axiologización, advertida por el Diccionario de Autoridades, del término bachillera hemos encontrado un ejemplo (al margen del señorearse, ciertamente) en La discreta enamorada (1946:155) de Lope de Vega, justo en el momento en que la viuda Belisa, al hablar con su hija Fenisa, le dice: BELISA.-No
repliques, bachillera. Queremos
recordar aquí el uso del vocativo señora niña localizado en
La pícara Justina (1950:61). En esta ocasión la especificación del
término señora sirve para intensificar el contraste entre la edad de la receptora
(Justina niña) y su desenvoltura[3]: -A
buen tiempo llegué, señora niña, pues vine a punto en que, por mi gran
culpa, la ví nacer envuelta en las pares de los dos oficios más comunes
de la república; pregunte a mamá si quiere que la enalbarde con miel
y huevos güeros unas torrijas y haga por ella los demás oficios de partero. Otra
de las estructuras especificativas tradicionales para el sustantivo
señor y el resto de variantes
morfológicas es la originada mediante la adjunción, ya sea por posposición,
ya por anteposición, de lexemas pertenecientes al campo semántico de
la posesión. Cortadillo utiliza, por ejemplo, la fórmula mis
señores al dirigirse al resto de la camarilla: -Cese
toda cuestión, mis señores, que ésta es la bolsa, sin faltarle nada
de lo que el alguacil manifiesta; que hoy mi camarada Cortadillo le
dio alcance, con un pañuelo que al mismo dueño se le quitó, por añadidura
(1981:255). Justo
la inversa que la utilizada por Chanfalla en el
Entremés del Retablo de las Maravillas (1982:117),
al dirigirse al gobernador, al alcalde, al escribano y al regidor: CHANFALLA.-Yo,
señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de Las Maravillas:
hanme enviado a llamar de la corte los señores cofrades de los hospitales,
porque no hay autor de comedias, en ella, y perecen los hospitales,
y con mi ida se remediará todo. En
el Entremés de la cueva de Salamanca
(1982:132) un estudiante pobre se dirige a Leonarda, la dueña
de la casa a la que entra mendigando, con el vocativo señora
mía: ESTUDIANTE.-
Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca. El
mayor signo de desigualdad social en el siglo de oro español era, muy
probablemente, el absolutismo de los reyes, que eran tratados como auténticas
divinidades, o al menos como seres sobre humanos a los que el acceso
era difícil y la sumisión obligada. Dice Manuel Fernández Alvarez (1989:138): La
potestad del soberano era soluta legibus, él era el que podía marcar
la ley. ¿Estaba incluso por encima de ella?. Era tema de polémica para
los teóricos del pensamiento político y para los teólogos; de hecho,
lo estaba sin duda, y su tendencia al absolutismo en toda esta época
es marcadísima. En
realidad, privilegios similares tenía la nobleza sobre el resto de ciudadanos
que en el mejor de los casos formaban parte de nada, limitándose a malvivir
o a sobrevivir. Los vocativos gran señor y gran señora
eran de los más utilizados por quienes poseían un estatuto social inferior
a la hora de conversar con un interlocutor "superior". Así
es llamado el rey por el conde don Iñigo en La
corona merecida de Lope de Vega (1946:231): DON
ÍÑIGO.- Es hermana, Gran
Señor, de un caballero Que
mereció vuestro amor, Gracia
y privanza algun día. Y
también lo es,
a su vez, el conde por parte de doña Ana (1946:442) en la obra del mismo
autor Quien ama no haga fieros: DOÑA
ANA.- Aquí, Gran Señor, Tenéis
vuestra esclava (Ap. Quiero vengarme). Pero
también el rico labrador don Tello por parte de Sancho y por Celio,
trabajadores a su cargo, lo que demuestra que era un título que marcaba
fundamentalmente estratificación social, si bien se utilizase a menudo
como fórmula de tratamiento real: SANCHO.-
Obligada llevo el alma Y
la lengua, gran Señor, Para
tu eterna alabanza. (El
mejor alcalde, el rey, 1946:478). Gran
señora es el vocativo con el que don Juan se dirige a la condesa
en Las flores de don Juan,
y es ése también el elegido por el conde don Arias para hablar con la
infanta doña Elvira, que reacciona inmediatamente ante tal tratamiento
puesto que le había sido retirado por el mismísimo rey, su hermano: DON
ARIAS.- Perdonad si no he llegado, Gran
Señora, a vuestros piés. INFANTA.-
Advertid que estáis hablando Con
Elvira de Meneses; Que
así lo manda mi hermano. Junto
a este tratamiento, el rey era objeto, lógicamente, de apelaciones mucho
más enaltecedoras, reflejo del sentimiento áureo hacia la monarquía,
con independiencia de que el argumento de la obra se desarrollase o
no en épocas pasadas, como por ejemplo señor invicto (don Álvaro al rey en Saber del mal y del bien, 1944:31): DON
ÁLVARO.- No, señor invicto, pues, Mas
que agradecemos, tengo Que
dudar y que temer. y
la variante superlativa invictísimo señor, elegida por el labrador Mendo para reclamar la
atención del rey en Los Tellos
de Meneses II (1946:532): MENDO.-
Invictísimo Señor, Que
guarde y prospere el cielo... Para
acabar con este apartado hagamos alguna mención a las variantes morfológicas
del tratamiento base que hemos venido tratando: señor,
so, sor y seor
son las fundamentales. Se utilizan normalmente en combinación con otras
palabras y no solas. El rufián Chiquiznaque, personaje del Entremés
del rufián viudo llamado Trampagos (1982:55) dice: CHIQUIZNAQUE.-
Mi so Trampagos, ¿es posible sea Voacé
tan enemigo suyo Que
se entumbe, se encubra y se trasponga Debajo
desa sombra bayetuna El
sol hampesco? So Trampagos, basta Tanto
gemir, tantos suspiros bastan; Trueque
voacé las lágrimas corrientes En
limosnas y en misas y oraciones Por
la gran Pericona, que Dios haya; Que
importan más que llantos y sollozos. Sor
galán llama Justina a un hombre con el que conversa. Sora
Justiniga (con sonorización intervocálica incluida) es ella llamada
por Perlícaro, y sor Monipodio llama el Repolido al "jefe del hampa cervantina"
cuando llega a su casa con la intención de resolver la disputa con su
compañera[4] quien, por contra, se decanta por la fórmula completa señor
Monipodio (1981:264): -Abra
voacé, Sor Monipodio, que el Repolido soy. Oyó
esta voz Cariharta, y alzando al cielo la suya, dijo: -No
le abra vuesa merced, señor Monipodio; no le abra a ese marinero de
Tarpeya, a ese tigre de Ocaña. Tenemos
un ejemplo de apelación que utiliza como base léxica el término seor
en El condenado por desconfiado
de Tirso de Molina (1982:78), cuando Enrico se dirige así a Lisandro: ENRICO.-Mi
gusto tengo de hacer en
todo cuanto quisiere; y
si voacé lo quiere, seor
hidalgo, defender, cuéntese
sin piernas ya,
porque
yo nunca temí hombre
como ellos. Señorito
y señoría también son variantes
morfológicas del trato apelativo basado en el señorearse. El primero
es el tratamiento ofrecido por la gitana Preciosa a su enamorado en
casa de los padres de éste (1981:126): -Calle,
señorito -respondió Preciosa-, y encomiéndese a Dios, que todo se hará
bien. Y
sobre el segundo frecuentes son, entre los personajes dramáticos de
las obras analizadas, las reclamaciones para ser tratado con esa prestigiosa
deferencia que no se limita al ámbito de la apelación realmente: GERMAN.-
Que ha sido, Señor,
tu padrino el cielo. DON
JUAN.-¿No me llamas Señoría?. (Lope
de Vega, Las flores de don Juan,
1946: 427). MOSQUITO.-Señor,
si esto va a este paso, tus
primas ¿qué dirán?. DON
DIEGO.- volaverunt MOSQUITO.-
Yo querría que
lo sepas recatar. DON
DIEGO.- Ya bien puedes empezar a
llamarme Señoría. (Moreto,
El lindo don Diego, 1983:103). 2.2 al margen del señorearse Como
es natural, el tratamiento apelativo sigue su curso habitual también
sin la presencia del sustantivo señor y sus variantes. Buena parte de las complementaciones y especificaciones
tratadas como acompañantes anteriormente pueden aparecer de forma independiente
en función vocativa. Veamos algunos ejemplos. El vocativo caballero
es uno de los más habitualmente utilizados por las mujeres para dirigirse
a un hombre de una forma intermedia (recuérdese las consideraciones
de Beinhauer sobre su uso hace más de cincuenta años): aparece en el
discurso de doña Hipólita al hablar con don Álvaro, en la calderoniana
Saber del mal y del bien (1944:23).
La reacción de éste confirma las estrechas conexiones entre este tratamiento
y el grado de riqueza poseido por quienes lo reciben: DOÑA
HIPÓLITA.-(Ap. Muero De
celos) !Ah, caballero! DON
ALVARO.-¿A mí me llamáis?. DOÑA
HIPÓLITA.- A vos. DON
ALVARO.- Al nombre no respondí; Porque
un hombre que ha llegado Tan
pobre y tan desdichado, No
puede entender por sí Título
que a serlo llega De
quien por sí lo adquirió. También
entre las obras de Lope de Vega hallamos reflexiones parecidas a propósito
de la relación entre el dinero y el tratamiento caballero[5].
En Las flores de don Juan
(1946:424) la condesa, hablando con don Juan, dice: CONDESA.-¡Ah,
caballero! DON
JUAN.- ¿Es a mí?. CONDESA.-
Pues ¿quién es el caballero?. DON
JUAN.- Si ha de topar en dinero, Ninguno
hallaréis aquí. Otros
ejemplos con idéntica dirección interlocutiva, mujer a hombre[6], encontramos en La
discreta enamorarda (1946:165), cuando Fenisa llama a Lucindo, en
El acero de Madrid (1946:305), cuando Teodora se dirige a Lisardo,
o en La corona merecida
(1946:243), cuando Leonor conversa con don Álvaro. Las tres son
obras de Lope de Vega. Reproducimos a continuación el fragmento correspondiente
a la última de ellas: LEONOR.-Que
merece Pasar
por lo que este ofrece, Quien
de tales hombres fía. ¿Tú
eres, caballero, infame A
tu rey? ¿a quién te alzó de
la tierra?. Como
muestras del uso del vocativo colectivo caballeros,
emitido en esta ocasión por hombres, podemos recordar el siguiente fragmento
de la novela ejemplar cervantina Rinconete
y Cortadillo (1981:266) en el que Monipodio se dirige en estos términos
a Chiquiznaque y Maniferro: -No
pasen más adelante, caballeros; cesen aquí palabras mayores, desháganse
entre los dientes; y pues las que se han dicho no llegan a la cintura,
nadie las tome por sí. Sorprende
el uso de este vocativo entre personajes del hampa, tal y como sorprendiera
a Bertaut al describir los corrales de comedias, y la función de esa
parte del público denominada "mosqueteros", auténticos jueces
de la bondad o maldad de una obra, capaces de movilizar la opinión pública,
y entre los que se incluían todo tipo de personas que se dispensaban
entre sí ese trato: Entre
ésta [la gente del patio del teatro], los "mosqueteros" constituyen
una categoria particularmente temida: no se trata sólo de soldados sino
de gentes del pueblo que se jactan de ser especialmente entendidas en
materia teatral, y cuyos aplausos o silbidos deciden frecuentemente
la suerte de una nueva obra. "Se encuentran entre ellos -dice Bertaut-
todos los comerciantes y artesanos que, dejando su tienda, vienen con
capa, espada y daga, se llaman todos "caballero", hasta un
simple zapatero, y son ellos los que deciden si una comedia es buena
o no...". La
réplica categorial, desde el punto de vista del sexo, al tratamiento
caballero llega con el vocativo
dama. Justina lo utiliza como
estereotipo de persuasión amorosa (1950:96)[7]: -Hablad,
con que se me diera a mí en aquel tiempo un pito por el galán que, besando
la mano, derribara la rodilla y dijera: Dama, toma ese cabestrillo de
oro; pardiez, pensara que era pulla y que me quería encabestrar y enalbardar. Por
entonces ya se utilizaba también el compuesto apelativo madama,
más extendido posteriormente por la moda social del dieciocho y que
en el Siglo de Oro iba referido fundamentalmente a las mujeres que gozasen
de la condición de extranjeras, aunque, como recoge el Diccionario
de Autoridades, era también usado en aquella época "en el trato
cortesano con las mugeres"[8].
La princesa Flor de Lis, personaje de El
Molino de Lope de Vega recibe este tratamiento, adecuado a la normativa
sintagmático estructural propia del español: REY.-
Mis brazos Os
daré, mi Madama, con gran gusto, Y
mi hijo también. (1946:39). ALBERTO.-¿Qué
os parece, Madama, desta tierra? ¿No
os da contento su agradable vista, Las
plantas della fértiles y bellas, tanta
diversidad de fruta y árboles?. ¿No
os admiráis de ver tanta grandeza?. (1946:39). DUQUESA.-
Beso vuestros piés supremos Y
a vos, señora Madama: Por
mi vida, que sois dama De
peregrinos extremos. (1946:40). La
melindrosa Belisa ideada por Lope rechazará a uno de sus pretendientes
de origen francés con motivos tan "contundentes" como éstos: LISARDA.-¿Y
no las tenía blancas El
caballero francés?. BELISA.-No
quiero yo ser madama Ni
llamar mosiur mi esposo. (Lope
de Vega, Los melindres de Belisa,
1946:319). Por
cierto que el vocativo gabacho aparece para referise también a quienes proceden del otro
lado de los Pirineos[9]: LEONOR.-
Entra, gabacho. DOÑA
JUANA.-¿Quién es?. GUIJARRO.-
Juna Fransué, Señora, soy. (Moreto,
Las travesuras de Pantoja,
1950:397). El
carácter axiológico que subyace a esta apelación, y que se mantiene
en la actualidad, es manifiesto, como recoge el Diccionario
de Autoridades en la página primera del tomo cuarto: GABACHO.-
s.m. Soez, asqueroso, sucio, puerco y ruin. Es voz de desprecio con
que se moteja a los naturales de los Pueblos que están a las faldas
de los Pyrenéos entre el río llamado Gaba, porque en ciertos tiempos
del año vienen al Reino de Aragón, y otras partes, donde se ocupan y
exercitan en los ministerior mas baxos y humildes. El
contexto amoroso es también el que evoca el gracioso Cabellera, como
mediador, al dirigirse a doña Isabel en el famoso enredo dramático de
Francisco de Rojas Entre bobos
anda el juego (1982:88): Estas,
dama, son sus partes, Contadas
de verbo ad verbum; ésta
es la carta que os traigo y
éste el informe que he hecho. En
el Entremés de la guarda cuidadosa,
el amo de Cristina, la criada custodiada por el soldado, se dirige a
éste con el vocativo galán, el más adecuado al contexto de proteccionista
galanteo: AMO
DE CRISTINA.- Galán, ¿qué quiere o qué busca a esta puerta?. mientras
que para el uso de idéntico vocativo, Finardo, un gentilhombre, tiene
en cuenta el aspecto del criado Fulminato en La
discreta enamorada (1946:177): FINARDO.-
Pase adelante, galán. El
tratamiento gentilhombre[10]
es a veces utilizado en un sentido próximo al de buen hombre, que trataremos más tarde, dirigido a personas del
ámbito rural. Así debe ser interpretado, al menos, el que aparece en
El galán de la Membrilla (1965:307)
dirigido por Leonor al labrador Tomé: LEONOR.-No
está en casa; bien podéis, gentilhombre,
entrar en ella; que
ella, y aun el dueño, es del
dueño que vos servís, y
que yo pienso tener. Con
la evolución social de la tan parodiada figura del hidalgo[11],
evolucionó también el tratamiento en sí. Como recuerda José Calvo en
Así vivían en el siglo de Oro
(1989:58): Los
artesanos adoptaban comportamientos y actitudes que les asemejaban a
los hidalgos en el vestido, en las formas y en su concepto del trabajo.
La expresión pobre pero honrado constituyó todo un lema de aquella sociedad
y la honra no sólo venía dada por tener "sangre limpia", sino
porque no se ejerciesen oficios viles, ni entre los antepasados tampoco
se encontrase alguno que los hubiese practicado. Esta
tendencia a la generalización de comportamientos de supuesta hidalguía
hizo que el vocativo hidalgo
apareciese constantemente para dirigirse a hombre desconocidos. Don
Tello dice al rey, sin reconocerlo: DON
TELLO.-¿Sois por dicha, hidalgo, vos El
alcalde de Castilla Que
me busca?. (Lope
de Vega, El mejor alcalde, el
rey, 1946:491). Y
el labrador García sin reconocer tampoco a don Mendo: GARCÍA.-
Hidalgo, si serlo puede quien
de acción tan baja es dueño, si
alguna necesidad robarme
os ha dispuesto, decidme
lo que queráis, que
de mi casa volváis por
mi mano satisfecho. (F.
de Rojas, Del Rey abajo, ninguno,
1982:50). En
un sentido muy similar al actual y siempre siguiendo el factor trabajo
manual don Alonso se dirige
al espadero con el típico maestro
(1946:409)[12]: DON
ALONSO.- Vengais, maestro, en buena hora. (Lope
de Vega, Las flores de don Juan,
1946:409). Nombre
propio, don + nombre propio, posesivos
+ nombre propio, cargos y funciones,
apellidos solos, etc, serían
igualmente fáciles de localizar en los textos de la época usados en
función vocativa. Nos interesa, si acaso, resaltar el uso de los últimos
en contextos de enfado: REY.-
Después lo veréis, Meneses. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses
II,1946). y
desconcierto: CAPACHO.-¿Véisle
vos, Castrado?. JUAN.-
Pues ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?. (Cervantes,
Entremés del Retablo de la Maravillas,
1982:122). También
la apelación hombre es utilizada
con sentido recriminatorio, como se observa en los siguientes ejemplos,
si bien su uso dista bastante del valor reactivo-interjectivo que en
la actualidad suele tener, especialmente en posición marginal inicial: -¿Qué
diablos os trujo por aquí, hombre, a tales horas y tan fuera de camino?
¿venís a hurtar por ventura?. (Cervantes,
La gitanilla, 1981:142-143). DON
DIEGO.- Hombre, mira lo que haces. (Moreto,
El lindo don Diego, 1983:119). ARISTO.-
Tente, hombre. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:100). GERUNDIO.-¿Qué
haces hombre? ¿No ves que te destruyes?.
Pues tienes este bien, y le rehuyes?. (Moreto,
El licenciado Vidriera, 1950:266). interpretación
menos lógica, en cambio, al usarse el apelativo mujer (por ejemplo, Los locos
de Valencia, 1946:117, de Lope de Vega), y casi definitiva cuando
el vocativo está constituido por el pronombre tú: MENDO.-Tú,
¿querrásme a lo villano?. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses
II, 1946:540). El
factor ruralidad-rusticidad es el interpretante (diríamos en términos
de François Rastier) fundamental del uso de los vocativos nuesamo
y nuesama. El Diccionario de Autoridades
utiliza calificativos como "rústico" y "baxo" para
referirse al estilo de alguna de las variantes léxicas de estos dos
términos. Veamos algunos ejemplos: TAMIRO.-
Bien, nuesamo, a tu servicio. (Lope
de Vega, El Molino, 1946:28). CONDE.-
Aguárdate, y fía de mí; Que
nadie mejor desea Que
bueno el suceso sea Destas
cosas en que mandamos. Pues,
nuesama, ¿cómo estamos?. (Lope
de Vega, El Molino, 1946:37). PINARDO.-
Par Dios, nuesamo, que me pesa mucho De
traeros acá tan tristes nuevas, Y
en día de tan alto regocijo. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:110). El
tratamiento amo[13]
constata, en parte, el ambiente servil del que se rodeaban las relaciones
laborales, sobre todo en determinados trabajos. En El licenciado Vidriera cervantino (1981:26) hallamos el siguiente
testimonio: -Todos
los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punta de
cacos, y su es no es de truhanes. Si sus amos (que así llaman
ellos a los que llevan en sus mulas) son boquimuelles, hacen más suertes
en ellos que las que echaron en esta ciudad los años pasados.
2.3.
sobre algunos vocativos que ATIENDEN AL PARÁMETRO EDAD
La
edad es un factor intercategorial, como quedó demostrado, por ejemplo,
al ocuparnos del uso de doncella o galán. El vocativo
señora niña fue igualmente
evocado como ejemplo constrastivo entre lo que cabría esperar del comportamiento
de una persona según su edad real y cómo se comporta realmente. Ahora
queremos centrar nuestra atención en estas seis parejas de apelativos:
niño/niña,
muchacho/muchacha, rapaz/rapaza,
mozo/moza, mancebo/manceba y zagal/zagala[14].
El Diccionario de Autoridades
nos sirve una vez más como informante básico de los sentidos con que
cada uno de estos términos eran utilizados en aquellos momentos. Niño se aplica a la persona que no ha llegado a los siete años y,
por extensión, a todo aquél que tiene pocos años. De muchacho se nos dice: "En su riguroso sentido vale el niño que
mama; aunque comunmente se extiende a significar el que no ha llegado
a la edad adulta". La primera acepción de rapaz
es ésta: "El que tiene inclinación o está enviciado en el robo,
hurto o rapiña". Y la segunda: "Se llama tambien el muchacho
pequeño de edad...". Mozo
es "lo mismo que joven", y en segundo término "el
criado que sirve en las casas en los ministerios de trabajo, aunque
tenga mucha edad: porque regularmente se eligen mozos". En torno
al sentido del término mancebo
leemos: "El mozo u joven que no pasa de treinta o quarenta años".
La definición de zagal, finalmente,
es ésta: "el mozo fuerte, animoso y valiente. Es voz, que se usa
mucho en las Aldeas". Una segunda acepción nos aclara: "Se
llama también el Pastor mozo...", y en la entrada zagala se comenta:
"Llaman en los Lugares a qualquier moza doncella". También
aparecen entradas con derivativos o disminución-valoración como zagalejo
o zagalito para referirse
a estados intermedios de edad, lo que nos conduce directamente al asunto
de la trasposición del trato apelativo. Aprovechando estas definiciones
para la descripción del ámbito apelativo, diríamos que es fácil establecer
un doble paradigma, sin obviar asociaciones
semánticas como las existentes en el caso de rapaz (en cierto sentido
similar a pícaro) o en el
caso de mozo (que como ocurría
con doncella también se
aplica como tratamiento a determinados individuos de la servidumbre).
El primero, el formado por los apelativos niño,
rapaz y muchacho, es propio
del estrato semántico de la niñez, y el segundo, el constituido por
los términos mozo, mancebo y zagal es
propio del estrato semántico de la juventud. Pero
detengámonos ya en algunos ejemplos concretos. La gitanilla de Cervantes
recibe en distintos momentos de la narración los vocativos niña,
muchacha y rapaza. La vieja
gitana que la raptara con apenas unos meses de vida le dice (1981:114): -Ea,
niña, -dijo la gitana vieja-, no hables más; que has hablado mucho más
de los que yo te he enseñado. y
poco después, en cambio: -Satanás
tienes a tu pecho, muchacha -dijo a esta sazón la gitana vieja-; mira
que dices cosas que no las diría un colegial de
Salamanca (p.119). Uno
de los caballeros con los que Preciosilla entabla conversación también
había reaccionado con asombro ante la inteligencia de la que todos creíamos
gitana utilizando el vocativo rapaza, tal vez semánticamente más adecuado, según lo visto anteriormente,
a la hora de destacar la picardía de la muchacha: -¿Quién
te enseña eso, rapaza? -dijo uno (108). Así
lo hace igualmente el viejo labrador Mendo al conversar con Ana, en
la comedia de Tirso de Molina Habladme en entrando (1971:222): MENDO.-
Rapaza, ¿quién te ha mostrado aquesas
bachillerías?. El
tratamiento ofrecido por don Juan, que durante buena parte de la historia
sería el gitano Andrés Caballero, a Preciosa en casa de los padres del
primero demuestra la especie de esquizofrenia apelativa en la que se
mueve un personaje al entrar en conflicto ámbitos ajenos. En ese contexto
utiliza el vocativo niña (el
mismo que su padre había utilizado al requerir la presencia de las gitanas
para que actuasen en su casa), a pesar de que sus anteriores declaraciones
amorosas no habían atendido tanto a la edad de la muchacha: -Otra
vez te he dicho, niña -respondió el don Juan que había de ser Andrés
Caballero-, que en todo aciertas sino en el temor que tienes
que no debe ser muy verdadero (126-127). Una
de las curiosidades del caso es que no sólo los locutores de mayor edad
se dirigen a los alocutarios de menor edad con estos vocativos, sino
que al hablarse éstos últimos entre sí se mantienen los grados distintivos.
Una de las gitanas (que el narrador llama gitanillas, dejando clara su naturaleza infantil), la Cristina, se
dirige así al resto: En
esto las tres gitanillas que iban con Preciosa, todas tres se arrimaron
a un rincón de la sala, y corriéndose las bocas unas con otras, se juntaron
por no ser oídas. Dijo la Cristina: -Muchachas,
éste es el caballero que nos dio esta mañana los tres reales de a ocho
(125). y
más tarde: Oyendo
esto Cristina, con el recato de la otra vez, dijo a las demás gitanas: -¡Ay,
niñas, que me maten si no lo dice por los tres reales de a ocho que
nos dio esta mañana! (127). La
similitud semántica del tratamiento hecho con el término muchacho
y el hecho con niño se aprecia en la transición narración-diálogo
del siguiente fragmento perteneciente a la novela de Cervantes El
licenciado Vidriera (1981:20): Díjole
un muchacho: -Señor
licenciado Vidriera, yo me quiero desgarrar de mi padre porque me azota
muchas veces. Y
respondióle: -Advierte,
niño, que los azotes que los padres dan a los hijos honran y los del
verdugo afrentan. El
viaje entretenido de Agustín de Rojas (1979:107-108) nos muestra
un interesante diálogo entre Rojas y María, personajes ambos dedicados
al mundo de la farándula, en el que se observa la molesta reacción de
la última ante el insistente tratamiento ofrecido por el primero. Este
es el momento: ROJAS.-
Niña, niña ¿estáste holgando?. MARíA.-
Acabemos: ¿no se va?. ROJAS.-
¿Qué dices, niña?. MARíA.-
Que acabe, y
pues tan poquito sabe. que
se entre al momento allá, que
la loa he de decir. ROJAS.-¿Quién,
niña?. MARíA.-
Yo, niño. ROJAS.-¿Tú?. MARíA.-
Sí, niño de Bercebú. También
Lázaro de Tormes era llamado, en ocasiones muchacho.
Así lo hace el ciego: -Anda
presto, muchacho; salgamos de entre tu mal manjar, que ahoga sin comerlo
(1975:34).
Y
más tarde el escudero:
-Muchacho,
¿buscas amo? (1975:51). El
mismo que algo después optará por el trato basado en el vocativo mozo,
lo que es tanto una trasposición[15], como una corroboración
de la labor de criado desempeñada por Lázaro: -Tú,
mozo, ¿has comido? (53). Anteriormente,
el clérigo ya le había moceado al disertarle sobre aquello que menos
deseaba el de Tormes ser disertado: los motivos por los que era aconsejable
ser moderado en el comer y en el beber: -Mira,
mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y
por esto yo no me desmando como otros (1975:41). Un
ejemplo de trasposición apelativa encontramos en Los
melindres de Belisa (1946:335),
cuando Tiberio llama a su sobrino rapaz,
haciendo una regresión de la edad de don Juan con intención reprobatoria,
confirmada por los axiológicos que completan la estructura vocativa: TIBERIO.-
Pues ¿puede tales razones Decirlas
un hombre cuerdo?. Rapaz,
loquillo, ignorante. Estaba
por darte... El
sevillano Monipodio utiliza en primer término la expresión intermedia
mocito para dirigirse a Rinconete: -Eso
creo yo bien -dijo Monipodio-, porque tengo por tan buen oficial al
Desmochado, que si no fuera por tan justo impedimento, ya él hubiera
dado al cabo con mayores empresas. ¿Hay más, mocito?. (1981:272-273). Y,
sin embargo, poco después se inclina por la trasposición del trato,
como demuestra el vocativo mancebo: -Dadme
el libro, mancebo, que yo sé que no hay más, y sí también que anda muy
flaco el oficio; pero tras este tiempo vendrá otro y habrá que hacer
más de los que quisiéremos; que no se mueve la hoja sin la voluntad
de Dios, y no hemos de hacer nosotros que se vengue nadie por fuerza
cuanto más que cada uno en su casa suele ser valiente y no quiere pagar
las hechuras de la obra que él se puede hacer por sus manos (1981:274). El pícaro Estebanillo González durante su ajetreada etapa como aprendíz de barbero es llamado por un cliente (al que mejor llamaríamos paciente) mancebito, siguiendo con las mismas intermediaciones creadas mediante la sufijación diminutiva: El,
no pudiendo soportar el dolor, me dijo: Mancebito, mancebito, ¿raspa,
o degüella?. El
vocativo zagal o similares,
finalmente, es utilizado, como advertía el Diccionario de Autoridades, preferentemente en el ámbito rural.
Así, por ejemplo, Nuño, en El
mejor alcalde, el rey (1946:479), apela de esta forma a las jóvenes
presentes: NUÑO.-
Zagales, regocijad la
boda. Y
en Los jueces de Castilla,
de Moreto (1950:467), Sancho, un criado, dice a Elvira, una criada: SANCHO.-
Que oigais, zagala. En
la misma obra (1950:467) y en diálogo de los mismos personajes la ruralidad
se acerca bastante al naturalismo apelativo con los vocativos macho
y fembra: SANCHO.-
Fembra, esperad. ELVIRA.-
Macho, ¿a qué?. 2.4.
SOBRE ALGUNOS VOCATIVOS QUE ATIENDEN AL ÁMBITO RURAL
Teniendo
en cuenta que en el Siglo de Oro español un alto porcentaje de la población
habitaba en el campo, no es extraño que dediquemos algunos párrafos
a recordar las variantes lingüístico-apelativas mediante las que se
solía categorizar a los personajes dramáticos según su ámbito de residencia.
La corte y la aldea constituyen los dos núcleos principales de la época
y el tratamiento forma parte inexcusable para la distinción de quienes
pertenecían a una o a la otra, y, por consiguiente, de quienes gozaban
de privilegios y quienes, valga la paradoja, sólamente gozaban de su
sufrimiento, esto a pesar del idílico panorama que en ocasiones se presentaba
a la hora de describir el mundo campesino. Labrador,
serrano, aldeano
o villano eran los principales vocativos dirigidos a los personajes
rurales, y cortesano o palaciego, entre otros, los dirigidos
a los representantes de la urbanidad. En la pieza de Francisco de Rojas
Del rey abajo, ninguno (1982:28)
aparece un diálogo entre don Mendo y Blanca en el que las distintas
categorizaciones vocativas se muestran bien a las claras: MENDO.-
Labradora, ¿quién te vio que
amante no te desea?. BLANCA.-
Venid y callad, señor. MENDO.-
Cuando previenes trocara a
un plato que sazonara en
tu voluntad amor. BLANCA.-
Pues decidme, cortesano, el
que trae la banda roja: ¿qué
en mi casa se os antoja para
guisarle? Las
distancias entre la señora y la labradora son insuperables, como comenta
Benito en Al pasar del arroyo
de Lope de Vega (1946:400): BENITO.-
Agora digo Que
castigéis con eso mi locura. Pensé
que era Jacinta labradora Y
como el labrador es cosa dura Si
el hidalgo sus cosas enamora, Hice
tan desigual descompostura. Mas
cuando conocí que era señora, Caí
de su valor a mi bajeza; Que
no hay distancia de mayor grandeza. Cuando
un personaje llama a otro labrador no cabe duda de que está constatando una realidad, pero no
es menos cierto que de paso la recuerda y la confirma. Con esto queremos
decir que tal tratamiento suele aparecer como fórmula de requerimiento
mediante la cual se remarcan los límites de la interacción, límites,
por cierto, que afectan sólo al que esté situado por debajo en la escala
social imperante. Este requerimiento, por lo demás, puede verse acompañando
por procesos evolutivo-apelativos, como sucede en el siguiente fragmento
de Al pasar del arroyo (1946:394),
en el que Lope nos presenta a una airada dama, Lisarda, que intensifica
las distancias con su interlocutor, el labrador Benito, en un momento
de especial enfado: LISARDA.-
Dejad eso, labrador, Que
ni entendéis su valor, Ni
le podréis entender. Otro
ejemplo tenemos en Del rey abajo, ninguno (1982:36) cuando don Mendo se dirige así a
Bras, el porquerizo de García: MENDO.-
(...) ¡Pluguiera a Dios, labrador que
el áspid fiero y hermoso que
sirves, y cauteloso fue
causa de mi dolor, sirviera
yo, y mis Estados te
diera, la renta mía, que
por ver a Blanca un día, fuera
a guardar sus ganados. Los
extremos de esta oposición están representados por el rey y el simple
labrador. El enfrentamiento dialéctico es una de las fórmulas dramáticas
en las que se aprecia las diferencias de tratamiento. Sirva como muestra
este fragmento de El mejor alcalde,
el rey (1946:487): REY.-
Labradores... SANCHO.-
Gran Señor... REY.-
Ofendido del rigor, De
la violencia y porfía De
don Tello, yo en persona Le
tengo de castigar. SANCHO.-Vos,
Señor! Sería humillar Al
suelo vuestra corona. REY
(A Sancho) Id
delante, y prevenid De
vuestro suegro la casa, Sin
decirle lo que pasa, Ni
a hombre humano, y advertir Que
esto es pena de la vida. SANCHO.-
Pues ¿quién ha de hablar, Señor?. REY
(A Pelayo).- Escuchad vos, labrador. Aunque
todo el mundo os pida Que
digáis quién soy, decid Que
un hidalgo castellano, Puesta
en la boca la mano Desta
manera...advertir... Porque
no habéis de quitar De
los labios los dos dedos. Este
último fragmento nos pone sobre aviso, además, de una de las peripecias
dramáticas habituales en el Siglo de Oro: el cambio de apariencia. Uno
de esos tipos de conversión es el realizado por cortesanos que, por
medio de la indumentaria, se transforman en aldeanos. El siguiente diálogo
está protagonizado por don Iñigo y doña Sol, personajes de La corona merecida de Lope de Vega, ambos vestidos de labradores y
sin reconocerse, a pesar de lo cual resulta poco convincente el uso
del vocativo señor labrador,
que más parece ser una forzada apelación que una verdadera adecuación
al supuesto desconocimiento de sus respectivas personalidades: DON
IÑIGO.- En sabiendo tu deseo, Esos
piés querrá besarte.-(Llegáse doña Sol). Dios
os guarde, labradora. DOÑA
SOL.- Y a vos, señor labrador.
(1946:230). Palaciego
es el vocativo utilizado poco después por doña Sol en la misma situación
conversacional: DOÑA
SOL.- No se burle, palaciego; Que
no son bestias acá. (1946:230). Labrador
es el vocativo más utilizado como marcador de ámbito rural, entre otras
circunstancias, por ser un término aplicable no sólo a quienes de hecho
se dedicaban a la labranza, sino también a quienes poseían hacienda
en el campo e incluso a quienes simplemente vivían en una aldea o en
un pequeño núcleo de población aunque no se ocupasen de labores relacionadas
con el campo. Pero hay otros, como por ejemplo, el vocativo aldeano/aldeana:
DON
CARLOS.- Animo, bella aldeana. (Lope
de Vega, Al pasar del arroyo,
1946:393). Serrano/serrana: ALONSO.- Serrana: en
esos ojos la tienes. (Tirso
de Molina, Habladme en entrando,
1971:236). DUQUE.-
¡Deten la furia, serrano! (Lope
de Vega, Las batuecas del duque
de Alba, 1968:395). DON
TELLO.-¿Cómo os llamáis, serrana?. (Lope
de Vega, El mejor alcalde, el
rey, 1946:479). o
villano/villana, aunque hay
que decir que difícilmente pueden escapar estos tratamientos a la axiologización
negativa cuando son utilizados vocativamente. La confirmación y el insulto
se rozan: DON
TELLO.- (...) Hombre, ¿qué has traido aquí? SANCHO.-
Señor, esa carta traigo Que
me dio el Rey. DON
TELLO.- ¡Vive Dios, Que
de mi piedad me espanto! ¿Piensas,
villano, que temo Tu
atrevimiento en mi daño? (Lope
de Vega, El mejor alcalde, el
rey, 1946:485). No
hay que ocultar que en algunos momentos se aprecia un claro paternalismo
por parte de los cortesanos (en este caso el conde Orgaz) en relación
a los labradores y aldeanos (en este caso García, un labrador): CONDE.-Pues
confiesa lo que siente, y
puede de mí fiarse el
valor de un caballero tan
afligido y tan grave, dígame
Vueseñoría, hijo,
amigo, sus enojos; cuénteme
todos sus males; refiérame
sus desdichas. ¿Teme
que Blanca le agravie? Que
es aunque noble, mujer. (F.
de Rojas, Del rey abajo, ninguno,
1982:64).
Verdaderamente
este último asunto está muy próximo a la persuasividad cotidiana, tema
del que preferimos tratar con independencia en el epígrafe que sigue.
[1] Curiosa variante es dómina aparecida, por ejemplo, en la página cincuenta y uno de El dómine Lucas (1946) de Lope de Vega, cuando Floriano se dirige a Lucrecia. Sobre su uso medieval en el ámbito de la docencia, Werner Beinhauer (1968:220, nota 90) comenta: "Antiguamente los maestros de escuela estaban tan mal pagados que se hizo proverbial lo roto y denominado de su indumentaria. Dómine es el vocativo latino de dominus, con el que se dirigían los alumnos al maestro en la Edad Media". [2]"Sin embargo, la forma habitual [de designar al ladrón] era murcio, que se registra en el Vocabulario de Hidalgo, en el Tesoro de Oudin, en Rinconete y Cortadillo y en varios poemas germanescos" (Alonso, 1979:89). [3] Y también para designar las veleidades de Justina: "A partir de niña, que designa fundamentalmente a la prostituta de burdel, se forma niña común, que es prostituta callejera y buscona" (Alonso, 1979:39). [4]A la que llama irónicamente señora Trinquete: "Otro término insultante es trinquete, empleado en Rinconete y Cortadillo. Trinquete en germanía y en sentido literal es cama de cordeles o camastro empleado sobre todo por las putas en el ejercicio de su oficio; por metonimia, pasa a significar prostituta o utilizadora del trinquete" (Alonso, 1979:65). [5] "Verdad es que algun buen voto ha habido de que en España, y aun en el mundo, no hay sino solo dos linajes: el uno se llama tener y el otro no tener" (López de Úbeda, La pícara Justina, 1950:65). [6] "Si nos fijamos en el uso actual, vemos que en Italia (después de la lluvia de títulos honoríficos que inundó el país de cavalieri antes de la segunda guerra mundial), cavaliere ya no se usa casi más que para ponderar la cortesía hacia al mujer" (Morreale:1960:241). A propósito de Italia, digamos además que, tal y como nos informa Cervantes en El licenciado Vidriera (1981:9), entre la soldadesca española de la época se hicieron habituales expresiones de orígen italiano en la que aparecía algún vocativo [ej. Aconcha, patrón o Pasa acá, Manigoldo (manigoldo= bribón, insulto recogido en otra parte de este trabajo)]. [7] Con todo, "dama es otro de los términos ambiguos en su empleo para designar a la prostituta. Los textos en los que lo he encontrado aluden tanto a la que ejerce la prostitución con el permiso de su marido tal y como lo encontramos en la tercera parte de Guzmán de Alfarache de Machado de Silva" (Alonso, 1979:28). [8] "El término, tomado del francés, madama designaba a la mujer casada o a la soltera de una cierta calidad social. Sin embargo, irónicamente, puede también significar prostituta y así es empleado en El Sagaz estacio para aludir a una mujer acerca de cuya prostitución no cabe duda alguna" (Alonso, 1979:32). [9] Los viajeros por España recogen habitualmente esa apelación insultante entre sus notas: "Las gentes de esta ciudad de Gerona y de todo el país de alrededor tuercen el gesto a los franceses con patochadas, mirándonos como a gentes del otro mundo desde los piés a la cabeza, tratando de averiguar quiénes somos y de dónde venimos, no cesando de considerar nuestros gestos, aspecto, trajes, botas y espuelas, cuyo tamaño les maravilla muchísimo, sin avergonzarse ni retroceder, hasta vernos rústicamente beber y comer; del mismo modo miran nuestros cuartos por la noche, con la candela, al ver las puertas abiertas a la francesa; en suma, tontos de condición, hasta injuriarnos por las calles, llamándonos gabachos. Nuestras gentes se hartaban de injuriarles a la francesa, que ellos entendían muy bien" (Joly, 1959:50-51). "Pero si el sentimiento del gusto se ejerce sabrosamente en estos festines, el oído se desagrada con las injurias que decían esos españoles catalanes, aunque no a mí, que iba en el coche del señor del Císter o en compañia respetable, sino a nuestras gentes, que hubieron de querellarse con algunos para enseñarlos a hablar bien. Su insulto más corriente es gabacho, del nombre de la provincia Gevandan, llamada gabaha en latín, de donde vienen muchas pobres gentes a España para servir y trabajar en obras manuales; otros dicen que quieren decir guardavacas. Lo que quiera, son insolentes, y obligaron a nuestro mayordomo y a la familia a golpearles, y se sirvieron de la espada, con peligro de mayor locura" (Joly, 1959:53). Y poco más tarde aconseja sobre el contraataque apelativo el uso del vocativo catalanes (1959:57-58): "Pero los catalanes no tienen en cuenta eso, de suerte que apenas si hay día en que nuestras gentes no hayan de resentirse de querellas, hasta tanto de haber aprendido en las calles grandes a recibir esas injurias con el desprecio y el silencio, fingiendo estar pensando en otra cosa para despacharlos. La mayor injuria que se les puede hacer es llamarlos por su nombre: catalán, pro opprobio eis nomen obiectur, conteniendo todas las imperfecciones de los demás en grado soberano y todas las cualidades de esas gentes, inclinadas por naturaleza a todas las insolencias, a robar, a destrozar, teniendo los campos, las aduanas y los pasos necesarios de sus tierras". Menos indignado y hasta autocrítico se muestra Antonio de Brunel (1959:409): "No os sabré decir la cantidad de peregrinos que iban o que venían de Santiago de Galicia. Ellos son los que hacen que los españoles nos llamen gabachos , y es una señal de que en Francia tenemos muchos holgazanes, el que vayan de ese modo a bordear los caminos de España". Y meramente descriptiva es la actitud de Bertaut (1959:126): "El nombre de gabacho de que los españoles se sirven para indicar a los que desprecian, y sobre todo, a los franceses, significa un hombre de nada, un andrajoso, un cobarde, y responde bastante a lo que nosotros llamamos en Francia un belitre o un tunante". [10] "También puede echar alguna luz sobre las vicisitudes semánticas y axiológicas de cortesano, otro término no menos susceptible de menoscabo. En una ocasión vemos que Boscán desdobla el italiano "una corte" (III, 5,7) traduciendo: "en una corte o en otro lugar donde se traten cosas de gala" (229). Gala es palabra asentada en el uso, y galanía expresa la gracia y elegancia de que han de preciarse los hombres de corte. En la versión, al lado de caballero, y para traducir gentilhomo (II, II,9), aparece el "buen galán" (121), y otras veces también asoma esta palabra sin estar sugerida en la fuente italiana. Galán no ha sido objeto de un estudio comparable al que se ha dedicado a su homónimo francés. Es muy posible que en el pasaje que acabamos de citar se exprese el sentido de valor y gallardía (que entraña el concepto de caballero), y que fue propio de la palabra francesa en el mismo período. Sin embargo, galán no entró nunca en ninguna combinación comparable al francés 'galant homme' o al italilano 'galantuomo', sino que se relacionó y sigue relacionándose sobre todo con la apostura del traje y la cortesía hacia las damas (...). Concluimos, pues, que la cercanía semántica de galan y la sinonimia de las parejas "damas y cortesanos" y "damas y galanes" pudo muy bien contribuir a la parábola descendiente del concepto de 'cortesano', dando mayor peso a las cualidades exclusivamente mundanas y ornamentales que le había atribuido Castiglione", (Morreale, 1960:237-239). "Pero volviendo a nuestro contraste inicial de gentilomo-caballero, no hará falta notar que el término 'gentil hombre' no ha llegado nunca a desempeñar en España un papel comparable con el de gentilomo en italiano, gentilhomme en francés, y especialmente gentlman en el mundo anglosajón. (...) . El castellano pudo haber tomado el término de Cataluña, donde se nos habla de gentils omens, y de hecho lo hallamos esporádicamente en prosas medievales; pero su adopción y propagación fue principalmente para la designación de cargos palaciegos (...) Gentilhombre a secas se dijo además de italianos, alemanes y franceses, mientras que los españoles seguían siendo caballeros" (Morreale, 1960:243-244). [11] "No queremos olvidar la crisis por la cual pasó también aquí el concepto de hidalguía (y por ende también el de caballero) en la época barroca, cuya literatura está marcada justamente por la tensión entre los extremos del pundonor en el drama y el rebajamiento de la honra en la sátira" (Morreale, 1960:241-242). [12] "Tres etapas recorría teóricamente el cortesano en su vida profesional; el período de aprendizaje, el trabajo asalariado como oficial ("compañero" en los gremios de Francia), y la culminación de su carrera como maestro, propietario de un establecimiento", (Los oficios en la época de Cervantes, Antonio Seluja Cecín, 1972:31). Los artesanos no se libraban de la tendencia hacia la extralimitación del trato, según nos narra Joly (1959:124): "Esos artesanos son también mucho más pobres, viven con peores muebles, están mucho menos acomodados en sus casas y comen mucho peor que los nuestros en Francia, aunque se aprecien mil veces más, no siendo ricos sino de presunción, por medio de la cual se honran con el señor a todas horas y se rascan como los asnos unos a otros con gusto en el sitio donde más les pica...". [13] "Llamamos amo al señor a quien servimos, porque nos alimenta y da de comer, y ama a la señora, y entonces vienen a ser correlativos amo y moτo, etcetera" (p.108), Tesoro de la lengua Castellana o española (1979), Sebastián de Covarrubias Orozco, edic. Turner, Madrid. [14] "Zagal. Nombre arábigo. Vale grande, animoso, fuerte; y porque ordinariamente los mancebos son más gallardos, fuertes y animosos, que los hombres casados y entrados en días quedó la costumbre en las aldeas llamar zagales a los barbiponientes, τagalas a las moτas donzellas, y a los chicos τagalejos y τagalejas (págs.389-390)", Tesoro de la lengua castellana o española (1979), Madrid, Ed.Turner, Madrid. [15] Cfr. Bañón Hernández, 1993.
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