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RELECTURAS
Notas sobre la divulgación de la teoría lingüística en España: La lingüística moderna de Antonio García Berrio José María Jiménez Cano (Universidad de Murcia) Es
una sensación extraña volver a tener entre las manos un libro que, en
un tiempo ya lejano, significó una esperanza colmada de saberes. Con tacto
cuidadoso se recupera alguna nota manuscrita -¿mía?- y resulta inquietante
el grado de deterioro tan grande en un libro que, si se sacan las cuentas,
tendrá poco más de veinte años desde que salió de imprenta. Con exactitud
veintitrés años. Con la redacción y la espera en prensa un cuarto de siglo,
¿alcanzarán igual suerte estas nuevas Substancias
del Significante que el lector teclea? El
libro en cuestión, como anuncia el Índice
de Tonos, es La
lingüística moderna del profesor Antonio García Berrio. De extensión
breve, ciento cincuenta y seis páginas, saluda en la portada una fotografía
de la fachada de la Real Academia Española y despide la contraportada
una fotografía del autor y la siguiente leyenda: “Desde
hace unas décadas la lingüística se ha erigido en una de las ciencias
a la que es necesario acudir con mayor frecuencia, de una manera directa
o bien para trasladar sus conceptos y metodología a otras ciencias. Quizás
el ejemplo más destacable sea cómo el término estructural pasó
de la lingüística a las demás ciencias humanas. En el presente volumen
se hace una inteligente, amena y científica exposición del curso de la
lingüística desde la aparición del estructuralismo. Este recorrido histórico
y metodológico se encuentra desarrollado por uno de los lingüistas de
mayor dimensión europea: el Dr. GARCÍA BERRIO, catedrático de la Universidad
de Málaga, premio Benalmádena 1974 y que cuenta con textos tan decisivos
como <Significado actual del formalismo ruso>, <Introducción
a la poética clasicista> y <Formación de la teoría literaria>”. Todavía
en la fase aconstitucional de la Transición política española, diversas
empresas editoriales amparadas por el Estado (Planeta, Prensa Española,
Magisterio Español y Editora Nacional) se animaron a sembrar de forma
mancomunada –lo que explicaría la mala calidad del papel- el feraz barbecho
de una nueva sociedad de masas
con la difusión, en la así llamada edición
de bolsillo, de un conjunto de obras destinadas a introducir a los
lectores en el vasto campo de discurso
de ese particular momento histórico (no es ocioso pasar revista a
los temas de la Biblioteca Cultural
RTVE que aparecen recogidos en las tres últimas páginas del libro).
Estas modestas, aunque muy enjundiosas, colecciones contribuyeron a ampliar
los horizontes cognoscitivos de una incipiente, y cada vez más numerosa,
nueva pequeña burguesía que
había comenzado a masificar la universidad española al inicio de la década.
La historia de la divulgación científica en la España contemporánea estará
incompleta sin un repaso reposado de aquellas iniciativas editoriales,
especialmente en estos momentos en los que el género
de la divulgación científica, dentro del género más extenso del ensayo,
ha pasado a ser un foco de interés en los estudios textuales (cf. Bertha
M. Gutiérrez Rodilla: La ciencia
empieza en la palabra. Análisis e historia del lenguaje científico,
Ediciones Península, Barcelona, 1998). Con el número noventa y dos de
la mencionada Colección, el libro del profesor García Berrio representa
la primera obra de divulgación española, con conciencia de tal, de la
teoría lingüística moderna: “Hemos
querido empezar como lo hemos hecho sobre todo por una razón especial,
adelantada a esta introducción, que el lector al que van dirigidas estas
páginas –que sabe de otras cosas, pero sólo tiene inicialmente por la
que se etiqueta de lingüística moderna
curiosidad o interés no especializado -, quede orientado
desde el comienzo. Porque entre las varias estrategias habituales de hacer
naufragar el interés de muchas personas cultas y sensatas que hemos descubierto
los especialistas, la de más rendimiento –y que menos esfuerzo nos cuesta
además – es refugiarnos en la exposición de nuestra disciplina como un
rompecabezas, una especie de complejísima, endiablada arquitectura infantil
de millares de piezas, cuya utilidad explícita nunca se aclara. “La
lingüística como fin en sí misma” es una fórmula excelente para adentrarnos
en algunas de las claves del panorama de la investigación lingüística
de finales de los sesenta. La lingüística estaba de moda. En su tarjeta
de presentación más habitual no faltaba el calificativo de “la más científica
de las disciplinas humanísticas”. Los adjetivos matemática
e informática apellidaban
dos de las nuevas ramas que se consolidaban entonces y se iniciaba una
“gemelización” de la lingüística con la lógica, con la ciencia jurídica,
con la ciencia histórica, con, en definitiva, la práctica totalidad de
las disciplinas humanísticas. Otra vez el género divulgativo se enriquecía
con una nueva especie: los ensayos
introductorios. ¿Quién no recuerda introducciones
como las de G. Mounin (Claves para
la lingüística, Anagrama, Barcelona, 1969), G. C. Lepscky (La
lingüística estructural, Anagrama, Barcelona, 1971), J. Nivette (Principios
de Gramática Generativa, Fragua, Madrid, 1973), N. Ruwet (Introducción
a la Gramática Generativa, Gredos, Madrid, 1974), H. López Morales
(Introducción a la Lingüística
Generativa, Ediciones Alcalá, Madrid, 1974), O. Ducrot (“¿Qué
es el estructuralismo? El estructuralismo en lingüística, Losada,
Buenos Aires, 1975), entre tantas y tantas? También hacen su aparición
las primeras traducciones de manuales
de historia de la lingüística: Mounin (Historia
de la lingüística (Desde los orígenes al siglo XX), Gredos, Madrid,
1971), Leroy (Las grandes corrientes
de la lingüística, F.C.E., Madrid, 1974), Arens (La
lingüística (sus textos y su evolución desde la Antigüedad hasta nuestros
días), Gredos, Madrid, 1976), entre otras. Pero, especialmente dignas
de mención son las selecciones
antológicas de textos lingüísticos. Su interés radica en la puesta
en circulación de textos traducidos de los lingüistas más representativos
de las principales corrientes de investigación lingüística de aquel momento.
Compilaciones como la de Francisco Gracia (Presentación
del lenguaje, Taurus, Madrid,
1972) o, su equivalente italiano, La
linguistica: aspetti e problemi, de Luigi Heilmann y Eddo Rigotti
(Il Mulino, Bolonia, 1975), son dos buenos ejemplos de estas antologías
que, en clave historiográfica, se han convertido en nuevas
fuentes para el estudio contrastivo de la difusión y aceptación de
las diversas teorías del análisis lingüístico y gramatical del siglo que
ahora termina. Situada en sus claves contextuales y homotextuales, la obra del profesor García Berrio, más allá de la organización cronológica, de la selección de autores y de modelos teóricos del estudio lingüístico y de la disposición de sus contenidos más relevantes, merece una especial atención por la forma clara y comprometida con que supo resolver los dilemas y encrucijadas que tenía planteados entonces la Teoría lingüística. Cuatro cuestiones destacan sobre las demás:
1.-
La defensa de la fundamentación
humanística de los estudios lingüísticos. No se puede decir con más
rotundidad: “…el móvil de toda
la especulación de la ciencia lingüística moderna es invariablemente humano.
Preocupa saber cómo habla el hombre. O lo que es lo mismo, cómo es ese
producto tan esencial de la condición humana que es el lenguaje.” (pág.
120).
De
forma más transcendente se anunciaba ya en el arranque del libro: “La
especulación lingüística moderna no ha sido nunca ni es un islote…aspiramos
a dejar encuadradas brevemente sus causas y su arranque dentro de una
corriente actual en la evolución de los intereses humanos, donde lo lingüístico
es una consecuencia de lo científico, y esto una más de lo histórico.
En lo sucesivo trataremos también de introducir
los materiales técnicos que vamos a ir presentando. Creemos en esta <pérdida
inicial de tiempo> de la orientación;
en la integración humana de los productos científicos desde el comienzo
de su exposición, y no sólo como paradisíaca atalaya <a posteriori>
del especialista. Así se han fomentado tantas miopías cultas en todos
los tiempos. Vivo convencido además de que esto no es, ni mucho menos,
lo más fácil, cuando no sea lo más difícil. En cualquier caso es tan necesario,
a nuestro juicio, como la especulación más especializada. Si los presupuestos
quintaesenciados de la ciencia de los lingüistas –como la de cualquier
otra especialidad – no ganan extensión general incorporándose homologadamente
y enriqueciendo con sus propias explicaciones la cultura
contemporánea, están sencillamente perdidos y la sociedad puede etiquetar
tanto sudor y tanta vanidad esotérica como productos marginales del ocio.”
(pág. 11).
2.- Justa valoración de
la transcendencia histórica del Estructuralismo. Adelantándose al
diagnóstico que al inicio de los ochenta realizó el profesor Luigi Heilmann,
según el cual ni el generativismo ni los modelos textuales forjaban un
paradigma diferente al instaurado por Ferdinand de Saussure a principios
de siglo, García Berrio asignaba idéntica misión paradigmatizadora a las
diferentes variantes del modelo estructuralista (las características del
estructuralismo europeo y del estructuralismo norteamericano son presentadas
por separado). No pueden ser más expresivas las primeras palabras del
libro: “Si valiera la pena apostar
por cuál va a ser el calificativo que a la cultura de nuestro siglo, pese
a la frenética evolución de tendencias que indudablemente la complica,
le van a poner nuestros sucesores, es seguro que la denominación más viable
sería la de estructuralista; y al siglo seguramente le llamarán siglo
del estructuralismo. Al menos para
sus dos primeros tercios está ya asegurado; quizá sólo en alguna medida
tendrá que combatir parcialmente con la designación del movimiento que
fue en cierto modo su precursor y contrario, el existencialismo.” (pág.
7) Superada la moda generalizadora de contemplar estructuralmente la realidad:
“…lo que sigue teniendo vigencia
poderosa en nuestros días, es lo que llamaremos la actitud estructuralista
en el análisis de la realidad.
Gastada su actualidad como denominación –los lemas verbales son lo primero
que vuela -, perdida incluso la autoconciencia social del fenómeno, esta
vaga <actitud> que le dio vida, prolonga bajo nuevas formas su período
de vigencia. Esas nuevas formas –en lingüística ya sabemos que se llaman
generativismo – son ya secuelas
que conculcan muchas de las notas periféricas fundacionales del fenómeno
cultural. Pero respetan su entraña vital, su corazón, su nota definidora
por excelencia.” (pág. 8). 3.-
Aceptación crítica del Generativismo,
marcando distancias con las, por desgracia, tan frecuentes actitudes dogmáticas
y sectarias de sus partidarios incondicionales y de sus detractores. La
percepción del modelo es tajante: “La
gramática generativa se perfila de principio a fin como una inmensa hipótesis
en sí misma, establecida sobre la inestable base de un elevado índice
de modelos hipotéticos.” (pág. 88). La conciencia de la provisionalidad
de sus etapas redundan en el sentido último de su valoración: “De
hecho la evolución histórica de la teoría generativa…ilustrará las sucesivas
etapas históricas de sus naufragios. Lo que cuenta para los generativistas
es ir arrancando a la verdad no evidente progresivas limaduras que enriquezcan
algo a fuerza de sagacidad y paciencia, el acervo científico del hombre.
Y eso, en el balance que ya podemos trazar, está asegurado. En este sentido,
esperamos que este libro robustezca el optimismo cultural de sus lectores
en algún pequeño grado. Los logros objetivos del estructuralismo americano
hacen que no tengamos razones para enjuiciarlo en términos absolutamente
negativos, pese a sus limitaciones. Las aportaciones incontrovertibles
del generativismo nos impiden ya calificar de ociosos tantos esfuerzos
quemados.” (págs. 88-89). La que hemos denominado “aceptación crítica
del generativismo” se refuerza si la contemplamos a la luz de las tajantes
y furibundas condenas que realizaron lingüistas tan prestigiosos como
E. Coseriu y E. Alarcos Llorach, en unos años en que la doctrina generativo-transformacional
se difundía merced a las traducciones de manuales franceses, a las primeras
divulgaciones y aplicaciones a la lengua española realizadas por estudiosos
hispanoamericanos y a las primeras antologías de textos generativistas
como la realizada por Víctor Sánchez de Zavala. Sorprenden las agudas
aristas de esta entrada del generativismo en España con el actual reconocimiento
académico de gran parte de las aplicaciones de los últimos desarrollos
de esta teoría.
4.- Primera presentación
divulgativa de los principales modelos europeos de análisis textual.
Por más que alguna gente haya pretendido explicar por generación espontánea
la introducción de la lingüística del texto en el dominio peninsular y
por más que otros, por encargo de algunos mandarines, se empeñasen en
demostrar la imposibilidad epistemológica y metodológica de una lingüística
textual, este libro que estamos recordando debe ser citado como texto
informativo y divulgativo de los primeros pasos de los modelos textuales
en España. Sorprende y emociona todavía leer lo que hoy son premisas universales
de la mayoría de teorías lingüísticas. Así, la reflexión lingüística se
plantea desde la actividad discursiva: “Reflexionando
sobre nuestro propio proceso de producción del discurso sabemos que hablamos
por textos.” (pág. 120). La
delimitación de la unidad textual se plantea en clave intencional: “La
delimitación del texto depende sencillamente de la intención del hablante.
De lo que él conciba y quiera comunicar como conjunto de unidades lingüísticas
vinculadas en un conglomerado total de intención comunicativa.” (pág.
121). La actitud integradora no sólo con la gramática generativa sino
con los planteamientos tradicionales es manifiesta desde el principio:
“El concepto de texto ha sido aclarado
y elevado en los últimos tiempos a centro ordenador de la especulación
lingüística europea más avanzada. La moda europea de lingüística textual
arrancó con suma facilidad poderosas explicaciones iniciales a los logros
secularmente estabilizados de la gramática tradicional (caracterización
del artículo, del pronombre, de los tiempos verbales, de la dinámica tema/rema,
etc.).” (pág. 124). En rápida
síntesis se describen los fundamentos teóricos de los modelos calificados
como más prestigiosos (pág. 132): los de T. A. van Dijk, J.
S. Petöfi –su perfil y una síntesis de sus trabajos en español se
incluyen en otras secciones de Tonos-
y A. J. Greimas. El mismo año de la edición de La
lingüística moderna se iniciaron en la Universidad de Murcia de la
mano de los profesores García Berrio y Estanislao Ramón Trives los Cursos
de Lingüística Textual, ámbito que hasta la actualidad mantiene encendida
la llama de los estudios textuales en España. Finalmente, no es casualidad
que el último apartado del libro esté dedicado a las nociones de co-texto,
con-texto y pragmática.
La pragmática y el resto de interdisciplinas contextuales (aunque ni la
psicolingüística ni la sociolingüística aparecen mencionadas en la obra)
emprendían igualmente la senda de su introducción y consolidación en la
lingüística española.
El libro de García Berrio tuvo una réplica erudita escrita en colaboración
con el profesor Agustín Vera Luján (Fundamentos
de teoría lingüística, Comunicación, Madrid, 1977). A veces, las obras
que pudieran prejuzgarse como periféricas por su propia naturaleza intrínseca
adquieren con el tiempo la condición de nuevos significantes.
Es el caso de este ensayo de divulgación, eslabón necesario en la historia
de la historia de la lingüística española.
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