REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

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ISSN 1577 - 6921

  NÚMERO 1 - MARZO 2001

PORTADA | HEMEROTECA

RELECTURAS


 

Notas sobre la divulgación de la teoría lingüística en España: La lingüística moderna de Antonio García Berrio

José María Jiménez Cano 

(Universidad de Murcia)

Es una sensación extraña volver a tener entre las manos un libro que, en un tiempo ya lejano, significó una esperanza colmada de saberes. Con tacto cuidadoso se recupera alguna nota manuscrita -¿mía?- y resulta inquietante el grado de deterioro tan grande en un libro que, si se sacan las cuentas, tendrá poco más de veinte años desde que salió de imprenta. Con exactitud veintitrés años. Con la redacción y la espera en prensa un cuarto de siglo, ¿alcanzarán igual suerte estas nuevas Substancias del Significante que el lector teclea?

El libro en cuestión, como anuncia el Índice de Tonos, es La lingüística moderna del profesor Antonio García Berrio. De extensión breve, ciento cincuenta y seis páginas, saluda en la portada una fotografía de la fachada de la Real Academia Española y despide la contraportada una fotografía del autor y la siguiente leyenda: “Desde hace unas décadas la lingüística se ha erigido en una de las ciencias a la que es necesario acudir con mayor frecuencia, de una manera directa o bien para trasladar sus conceptos y metodología a otras ciencias. Quizás el ejemplo más destacable sea cómo el término estructural pasó de la lingüística a las demás ciencias humanas. En el presente volumen se hace una inteligente, amena y científica exposición del curso de la lingüística desde la aparición del estructuralismo. Este recorrido histórico y metodológico se encuentra desarrollado por uno de los lingüistas de mayor dimensión europea: el Dr. GARCÍA BERRIO, catedrático de la Universidad de Málaga, premio Benalmádena 1974 y que cuenta con textos tan decisivos como <Significado actual del formalismo ruso>, <Introducción a la poética clasicista> y <Formación de la teoría literaria>”.

Todavía en la fase aconstitucional de la Transición política española, diversas empresas editoriales amparadas por el Estado (Planeta, Prensa Española, Magisterio Español y Editora Nacional) se animaron a sembrar de forma mancomunada –lo que explicaría la mala calidad del papel- el feraz barbecho de una nueva sociedad de masas con la difusión, en la así llamada edición de bolsillo, de un conjunto de obras destinadas a introducir a los lectores en el vasto campo de discurso de ese particular momento histórico (no es ocioso pasar revista a los temas de la Biblioteca Cultural RTVE que aparecen recogidos en las tres últimas páginas del libro). Estas modestas, aunque muy enjundiosas, colecciones contribuyeron a ampliar los horizontes cognoscitivos de una incipiente, y cada vez más numerosa, nueva pequeña burguesía que había comenzado a masificar la universidad española al inicio de la década. La historia de la divulgación científica en la España contemporánea estará incompleta sin un repaso reposado de aquellas iniciativas editoriales, especialmente en estos momentos en los que el género de la divulgación científica, dentro del género más extenso del ensayo, ha pasado a ser un foco de interés en los estudios textuales (cf. Bertha M. Gutiérrez Rodilla: La ciencia empieza en la palabra. Análisis e historia del lenguaje científico, Ediciones Península, Barcelona, 1998). Con el número noventa y dos de la mencionada Colección, el libro del profesor García Berrio representa la primera obra de divulgación española, con conciencia de tal, de la teoría lingüística moderna: “Hemos querido empezar como lo hemos hecho sobre todo por una razón especial, adelantada a esta introducción, que el lector al que van dirigidas estas páginas –que sabe de otras cosas, pero sólo tiene inicialmente por la que se etiqueta de lingüística moderna curiosidad o interés no especializado -, quede orientado desde el comienzo. Porque entre las varias estrategias habituales de hacer naufragar el interés de muchas personas cultas y sensatas que hemos descubierto los especialistas, la de más rendimiento –y que menos esfuerzo nos cuesta además – es refugiarnos en la exposición de nuestra disciplina como un rompecabezas, una especie de complejísima, endiablada arquitectura infantil de millares de piezas, cuya utilidad explícita nunca se aclara. 
Los lectores actuales no iniciados, e incluso muchos sufridos alumnos de bachillerato y universidad –y ahora parece que hasta los niños de las escuelas – padecen a menudo una lingüística, incluso vamos a conceder que no mal expuesta e interpretada en sus procesos internos, que empieza y acaba como fin en sí misma.” (págs. 10-11).

 

“La lingüística como fin en sí misma” es una fórmula excelente para adentrarnos en algunas de las claves del panorama de la investigación lingüística de finales de los sesenta. La lingüística estaba de moda. En su tarjeta de presentación más habitual no faltaba el calificativo de “la más científica de las disciplinas humanísticas”. Los adjetivos matemática e informática apellidaban dos de las nuevas ramas que se consolidaban entonces y se iniciaba una “gemelización” de la lingüística con la lógica, con la ciencia jurídica, con la ciencia histórica, con, en definitiva, la práctica totalidad de las disciplinas humanísticas. Otra vez el género divulgativo se enriquecía con una nueva especie: los ensayos introductorios. ¿Quién no recuerda introducciones como las de G. Mounin (Claves para la lingüística, Anagrama, Barcelona, 1969), G. C. Lepscky (La lingüística estructural, Anagrama, Barcelona, 1971), J. Nivette (Principios de Gramática Generativa, Fragua, Madrid, 1973), N. Ruwet (Introducción a la Gramática Generativa, Gredos, Madrid, 1974), H. López Morales (Introducción a la Lingüística Generativa, Ediciones Alcalá, Madrid, 1974), O. Ducrot (“¿Qué es el estructuralismo? El estructuralismo en lingüística, Losada, Buenos Aires, 1975), entre tantas y tantas? También hacen su aparición las primeras traducciones de manuales de historia de la lingüística: Mounin (Historia de la lingüística (Desde los orígenes al siglo XX), Gredos, Madrid, 1971), Leroy (Las grandes corrientes de la lingüística, F.C.E., Madrid, 1974), Arens (La lingüística (sus textos y su evolución desde la Antigüedad hasta nuestros días), Gredos, Madrid, 1976), entre otras. Pero, especialmente dignas de mención son las selecciones antológicas de textos lingüísticos. Su interés radica en la puesta en circulación de textos traducidos de los lingüistas más representativos de las principales corrientes de investigación lingüística de aquel momento. Compilaciones como la de Francisco Gracia (Presentación del lenguaje, Taurus, Madrid, 1972) o, su equivalente italiano, La linguistica: aspetti e problemi, de Luigi Heilmann y Eddo Rigotti (Il Mulino, Bolonia, 1975), son dos buenos ejemplos de estas antologías que, en clave historiográfica, se han convertido en nuevas fuentes para el estudio contrastivo de la difusión y aceptación de las diversas teorías del análisis lingüístico y gramatical del siglo que ahora termina.

Situada en sus claves contextuales y homotextuales, la obra del profesor García Berrio, más allá de la organización cronológica, de la selección de autores y de modelos teóricos del estudio lingüístico y de la disposición de sus contenidos más relevantes, merece una especial atención por la forma clara y comprometida con que supo resolver los dilemas y encrucijadas que tenía planteados entonces la Teoría lingüística. Cuatro cuestiones destacan sobre las demás:

            1.- La defensa de la fundamentación humanística de los estudios lingüísticos. No se puede decir con más rotundidad: “…el móvil de toda la especulación de la ciencia lingüística moderna es invariablemente humano. Preocupa saber cómo habla el hombre. O lo que es lo mismo, cómo es ese producto tan esencial de la condición humana que es el lenguaje.” (pág. 120).

            De forma más transcendente se anunciaba ya en el arranque del libro: “La especulación lingüística moderna no ha sido nunca ni es un islote…aspiramos a dejar encuadradas brevemente sus causas y su arranque dentro de una corriente actual en la evolución de los intereses humanos, donde lo lingüístico es una consecuencia de lo científico, y esto una más de lo histórico. En lo sucesivo trataremos también de introducir los materiales técnicos que vamos a ir presentando. Creemos en esta <pérdida inicial de tiempo> de la orientación; en la integración humana de los productos científicos desde el comienzo de su exposición, y no sólo como paradisíaca atalaya <a posteriori> del especialista. Así se han fomentado tantas miopías cultas en todos los tiempos. Vivo convencido además de que esto no es, ni mucho menos, lo más fácil, cuando no sea lo más difícil. En cualquier caso es tan necesario, a nuestro juicio, como la especulación más especializada. Si los presupuestos quintaesenciados de la ciencia de los lingüistas –como la de cualquier otra especialidad – no ganan extensión general incorporándose homologadamente y enriqueciendo con sus propias explicaciones la cultura contemporánea, están sencillamente perdidos y la sociedad puede etiquetar tanto sudor y tanta vanidad esotérica como productos marginales del ocio.” (pág. 11).

            2.- Justa valoración de la transcendencia histórica del Estructuralismo. Adelantándose al diagnóstico que al inicio de los ochenta realizó el profesor Luigi Heilmann, según el cual ni el generativismo ni los modelos textuales forjaban un paradigma diferente al instaurado por Ferdinand de Saussure a principios de siglo, García Berrio asignaba idéntica misión paradigmatizadora a las diferentes variantes del modelo estructuralista (las características del estructuralismo europeo y del estructuralismo norteamericano son presentadas por separado). No pueden ser más expresivas las primeras palabras del libro: “Si valiera la pena apostar por cuál va a ser el calificativo que a la cultura de nuestro siglo, pese a la frenética evolución de tendencias que indudablemente la complica, le van a poner nuestros sucesores, es seguro que la denominación más viable sería la de estructuralista; y al siglo seguramente le llamarán siglo del estructuralismo. Al menos para sus dos primeros tercios está ya asegurado; quizá sólo en alguna medida tendrá que combatir parcialmente con la designación del movimiento que fue en cierto modo su precursor y contrario, el existencialismo.” (pág. 7) Superada la moda generalizadora de contemplar estructuralmente la realidad: “…lo que sigue teniendo vigencia poderosa en nuestros días, es lo que llamaremos la actitud estructuralista en el análisis de la realidad. Gastada su actualidad como denominación –los lemas verbales son lo primero que vuela -, perdida incluso la autoconciencia social del fenómeno, esta vaga <actitud> que le dio vida, prolonga bajo nuevas formas su período de vigencia. Esas nuevas formas –en lingüística ya sabemos que se llaman generativismo – son ya secuelas que conculcan muchas de las notas periféricas fundacionales del fenómeno cultural. Pero respetan su entraña vital, su corazón, su nota definidora por excelencia.” (pág. 8).

3.- Aceptación crítica del Generativismo, marcando distancias con las, por desgracia, tan frecuentes actitudes dogmáticas y sectarias de sus partidarios incondicionales y de sus detractores. La percepción del modelo es tajante: “La gramática generativa se perfila de principio a fin como una inmensa hipótesis en sí misma, establecida sobre la inestable base de un elevado índice de modelos hipotéticos.” (pág. 88). La conciencia de la provisionalidad de sus etapas redundan en el sentido último de su valoración: “De hecho la evolución histórica de la teoría generativa…ilustrará las sucesivas etapas históricas de sus naufragios. Lo que cuenta para los generativistas es ir arrancando a la verdad no evidente progresivas limaduras que enriquezcan algo a fuerza de sagacidad y paciencia, el acervo científico del hombre. Y eso, en el balance que ya podemos trazar, está asegurado. En este sentido, esperamos que este libro robustezca el optimismo cultural de sus lectores en algún pequeño grado. Los logros objetivos del estructuralismo americano hacen que no tengamos razones para enjuiciarlo en términos absolutamente negativos, pese a sus limitaciones. Las aportaciones incontrovertibles del generativismo nos impiden ya calificar de ociosos tantos esfuerzos quemados.” (págs. 88-89). La que hemos denominado “aceptación crítica del generativismo” se refuerza si la contemplamos a la luz de las tajantes y furibundas condenas que realizaron lingüistas tan prestigiosos como E. Coseriu y E. Alarcos Llorach, en unos años en que la doctrina generativo-transformacional se difundía merced a las traducciones de manuales franceses, a las primeras divulgaciones y aplicaciones a la lengua española realizadas por estudiosos hispanoamericanos y a las primeras antologías de textos generativistas como la realizada por Víctor Sánchez de Zavala. Sorprenden las agudas aristas de esta entrada del generativismo en España con el actual reconocimiento académico de gran parte de las aplicaciones de los últimos desarrollos de esta teoría.

            4.- Primera presentación divulgativa de los principales modelos europeos de análisis textual. Por más que alguna gente haya pretendido explicar por generación espontánea la introducción de la lingüística del texto en el dominio peninsular y por más que otros, por encargo de algunos mandarines, se empeñasen en demostrar la imposibilidad epistemológica y metodológica de una lingüística textual, este libro que estamos recordando debe ser citado como texto informativo y divulgativo de los primeros pasos de los modelos textuales en España. Sorprende y emociona todavía leer lo que hoy son premisas universales de la mayoría de teorías lingüísticas. Así, la reflexión lingüística se plantea desde la actividad discursiva: “Reflexionando sobre nuestro propio proceso de producción del discurso sabemos que hablamos por textos.” (pág. 120). La delimitación de la unidad textual se plantea en clave intencional: “La delimitación del texto depende sencillamente de la intención del hablante. De lo que él conciba y quiera comunicar como conjunto de unidades lingüísticas vinculadas en un conglomerado total de intención comunicativa.” (pág. 121). La actitud integradora no sólo con la gramática generativa sino con los planteamientos tradicionales es manifiesta desde el principio: “El concepto de texto ha sido aclarado y elevado en los últimos tiempos a centro ordenador de la especulación lingüística europea más avanzada. La moda europea de lingüística textual arrancó con suma facilidad poderosas explicaciones iniciales a los logros secularmente estabilizados de la gramática tradicional (caracterización del artículo, del pronombre, de los tiempos verbales, de la dinámica tema/rema, etc.).(pág. 124). En rápida síntesis se describen los fundamentos teóricos de los modelos calificados como más prestigiosos (pág. 132): los de T. A. van Dijk, J. S. Petöfi –su perfil y una síntesis de sus trabajos en español se incluyen en otras secciones de Tonos- y A. J. Greimas. El mismo año de la edición de La lingüística moderna se iniciaron en la Universidad de Murcia de la mano de los profesores García Berrio y Estanislao Ramón Trives los Cursos de Lingüística Textual, ámbito que hasta la actualidad mantiene encendida la llama de los estudios textuales en España. Finalmente, no es casualidad que el último apartado del libro esté dedicado a las nociones de co-texto, con-texto y pragmática. La pragmática y el resto de interdisciplinas contextuales (aunque ni la psicolingüística ni la sociolingüística aparecen mencionadas en la obra) emprendían igualmente la senda de su introducción y consolidación en la lingüística española.

            El libro de García Berrio tuvo una réplica erudita escrita en colaboración con el profesor Agustín Vera Luján (Fundamentos de teoría lingüística, Comunicación, Madrid, 1977). A veces, las obras que pudieran prejuzgarse como periféricas por su propia naturaleza intrínseca adquieren con el tiempo la condición de nuevos significantes. Es el caso de este ensayo de divulgación, eslabón necesario en la historia de la historia de la lingüística española.

 

 

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