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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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I S S N     1577 - 6921

NÚMERO 2 - NOVIEMBRE 2001

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RELECTURAS

Las unidades lingüísticas: ¿una cuestión cerrada?

José María Jiménez Cano

(Universidad de Murcia)


I

Según Konrad Koerner[1], “una disciplina llega a su  mayoría de edad cuando es capaz de tomarse en serio su pasado”. ‘En serio’, pero con espíritu relativista, añadimos nosotros. Aunque puede parecer un discurso periclitado, es todavía frecuente el reconocimiento de que “las disciplinas son, en líneas generales, meras unidades administrativas. No surgen de una investigación que se desarrolle de acuerdo con una lógica interna propia, sino que surgen bajo la presión de todos los procesos que determinan la producción de conocimientos y su distribución social; es decir, bajo la presión de las modas, de los dogmas de una época, de los programas de investigación de las universidades, de los intereses de quienes suministran los fondos, del afán por aumentar el propio poder, etc. Es esa dinámica social la que hace que las fronteras entre disciplinas aparezcan siempre borrosas, o que una misma parcela se vea desde distintas perspectivas que no siempre se complementan, o que en la actualidad consideremos como subdisciplinas lingüísticas estudios que en el pasado eran la única lingüística legitimada (la lingüística histórica, por ejemplo), o, en dirección opuesta, que lo que surge como un campo bien acotado trascienda, con el tiempo, sus límites iniciales y pretenda convertirse en toda la lingüística”[2].

No acabamos de superar una etapa de los estudios filológicos que podríamos calificar de convivencia relativizada entre los distintos modelos y orientaciones de estudio. El sueño neopositivista de una ciencia filológica unificada, del que fuimos entusiasta seguidor,agotó sus energías a finales de la década de los setenta y los primeros años de la década de los ochenta. En aquellos años, simplemente en el terreno de la lingüística textual coexistían las siguientes orientaciones:

a) Orientaciones lingüísticas interoracionales y textuales de base generativo-transformacional: a.1.) Orientación formalista: la TeSWest de J. S. Petöfi (desarrollada y ampliada por Tomás Albaladejo); a.2.) Orientación cognitiva: la teoría de las macroestructuras textuales de T. A. van Dijk (en la actualidad Análisis Crítico del Discurso); a.3.) Modelo de tipologías textuales (A. García Berrio).

b) Orientaciones poético-retóricas.

c) Orientaciones semióticas (de fundamentación estructuralista en la mayoría de los casos): c.1.) Contextualismo británico; c.2.) Contextualismo soviético; c.3.) Modelos narratológicos; c.4.) Modelos enunciativos benvenistianos; c.5.) Modelos isotópicos greimasianos.

En la actualidad estamos curados de espanto de la pugna excluyente entre diversas etiquetas por la orientación global (ciencias guía) de los estudios lingüísticos y literarios; baste recordar, entre otras, las etiquetas: textual, pragmática, semiótica, psicolingüística y sociolingüística. Cada uno de estos enfoques se presentó (hoy creemos que ya no es el caso) como nuevo marco paradigmático, reorganizador del conjunto de los estudios lingüísticos y, en algunas ocasiones, literarios. Aunque sea un cometido necesario, empeñarse en una perfecta delimitación metodológica es una batalla perdida. No existen imperativos institucionales para el consenso en las ciencias humanas o sociales y el repaso que vamos a hacer del estudio de las unidades lingüísticas lo va a volver a poner de manifiesto. Estamos gratamente condenados a la pluralidad teórica, no por mérito de las diversas tendencias de estudio, sino como consecuencia inevitable de la pluralidad consustancial de nuestro objeto de estudio: el lenguaje humano.

El siglo XX ha terminado sin cerrar – así lo reiteró en diversas ocasiones nuestro querido maestro, el profesor Luigi Heilmann – el paradigma saussuriano en sus claves heurísticas fundamentales, por más que se hayan producido cambios frecuentes en las concepciones metodológicas.

Recordemos el significado de la palabra heurística: “Arte de la investigación filosófica o científica”. Y volvamos a recordar su sentido -dado que éste es un terreno que por ser de todos, nunca lo explica nadie-: ‘la llamada al rigor y a la precisión’, que no puede convertirse en una simple cuestión retórica en el terreno esencial de la formulación y del uso de las unidades lingüísticas, desde el momento en que no podemos conocer satisfactoriamente lo que no podemos nombrar, o nombramos con ambigüedad. Imaginemos el efecto que nos produciría escuchar a un arquitecto describir en un contexto académico un tipo de arco como una especie de “agujero en el muro con forma de cerradura que queda muy bonito”. A veces, lamentablemente, la índole de algunas definiciones lingüísticas no se ha alejado mucho de ese tipo de aseveraciones impresionistas.

Durante la pasada centuria, en mayor o menor medida, han sido formulados los objetivos y procedimientos generales de la ciencia lingüística. No ha sido el caso, sin embargo, de los medios que hagan operativos esos procedimientos para lograr los objetivos generales: “Para describir, clasificar e interpretar su objeto toda ciencia precisa de un lenguaje objetivante o desambiguante, cuyos significantes tengan un significado y un uso unívocamente definidos, de manera que los científicos del ramo puedan controlar las descripciones, clasificaciones e interpretaciones propuestas”[3]. O, dicho en otra clave teórica, no ha sido posible postular en la teoría lingüística general un tecnolecto lingüístico, con las características propias de este tipo de discurso científico.

Conviene seguir recordando que en el ámbito de los estudios lingüísticos y gramaticales, para saltar de las simples apreciaciones impresionistas – el necesario saber ingenuo de los hablantes -, es preciso fabricar o redefinir un metalenguaje (además de otros instrumentos auxiliares) objetivo, unívoco y preciso[4]. Se ha hecho notar en repetidas ocasiones la condena a que se ve sometida la Filología al tener que hablar del lenguaje humano en todas sus manifestaciones con ese mismo lenguaje. Para salvar ambigüedades, se ha recurrido - desde los orígenes mismos de la reflexión gramatical- al apoyo en otras ciencias (ciencias auxiliares) para dotarse de determinadas nociones y términos. Podemos citar entre otras, la Lógica, la Historia, la Paleografía, la Geografía, la Sociología, la Psicología, la Informática, etc. Quizás, este componente interdisciplinar ha sido el principal aporte de la lingüística del último tercio del siglo XX, hasta casi banalizarse en ‘industriosas’ aplicaciones.

La obtención de un metalenguaje lingüístico y gramatical ha estado cargada de dificultades históricas. En su momento ya puso el dedo en la llaga Ferdinand de Saussure:

“Desde el punto de vista práctico, sería interesante comenzar por las unidades, por determinarlas y por hacerse idea de su diversidad clasificándolas... No se puede decir que alguna vez se hayan colocado los lingüistas ante este problema, ni que se haya comprendido su importancia y su dificultad; en materia de lengua siempre se han contentado los investigadores con operar sobre unidades mal definidas”.[5]

Vamos a presentar el elenco de esas dificultades. La primera dificultad es fruto de la frondosa proliferación de terminología. Hay que reconocer que en algunas ocasiones se han cometido excesos al destacar esta situación, acudiendo a calificativos como saturación o babelismo terminológico. No han faltado por este motivo acusaciones superficiales que han tachado a las disciplinas lingüísticas y gramaticales de inmaduras, ni denuncias airadas en nuestro campo de investigación: Mounin, en clave irónica, llegó a afirmar que no era tenido por hijo de buena madre el que no inventaba su propia terminología. Malinowski aludía al diablo de la invención terminológica. No obstante, abandonando apreciaciones meramente cuantitativas, las raíces del problema están en causas más profundas:

a) La diversidad de modelos teóricos lingüísticos y gramaticales a lo largo de la historia -podemos utilizar la imagen de la tortuga siempre con la casa a cuestas- y los diversos cruces que se han producido en la combinación de modelos lingüísticos y gramaticales. En cualquier caso, el problema desaparece o se amortigua grandemente si nos limitamos a un modelo en particular.

b) La irreductible pluralidad, volvemos a recordarlo, consustancial a la naturaleza de nuestro objeto de estudio: histórica, cultural y psicofísica; manifestada de forma ingenua en diversas imágenes: artefacto, juego, ser vivo, habilidad, etc.

Consecuencia necesaria ha sido la lícita e inexcusable utilización de diversos criterios, ámbitos y dimensiones en el estudio del lenguaje humano. Desde el punto de vista de los criterios podríamos proponer las siguientes etiquetas: lingüística analógica, racionalista, evolucionista filogenética (historicista), positivista, estructural, generativo-transformacional, textual, cognitivista, evolucionista ontogenética (psicolingüística) y sociolingüística; desde el punto de vista de los ámbitos: lingüística de la oralidad y lingüística de la escrituralidad; desde el punto de vista de las dimensiones: lingüística contrastiva, sincrónica y diacrónica. La diversidad de criterios -la más compleja- se ha solventado en la mayoría de los casos de forma maniquea con el establecimiento de dos macrocriterios básicos: a) inmanente, formal, la denominada por Saussure “lingüística interna” (lingüística del código o del sistema) y b) transcendente, comunicativo, la denominada “lingüística externa” por el maestro ginebrino (lingüística de los sujetos y de los contextos comunicativos).

La segunda dificultad -la más difícil de solucionar- ha consistido en la mezcla indiscriminada de criterios de estudio (eclecticismo). De sus consecuencias y de la necesidad de su erradicación hablaremos más adelante.

A pesar de estas dificultades, nadie duda ya –salvo algunas instancias académicas y político-administrativas- de la naturaleza científica de los estudios lingüísticos y gramaticales, cuestionada la mayoría de las veces por aspectos superficiales - como éste de la terminología de sus unidades- desde otras instancias científicas.

No conviene olvidar que el problema se ha producido especialmente en el ámbito de la divulgación científica y que la elaboración de manuales escolares ha sido el caldo de cultivo donde se ha enquistado la mayoría de problemas.

Como en cualquier campo del saber humano, las dificultades afectan a los profanos en ese dominio. El especialista, por su conocimiento de la historia lingüística y gramatical, puede traducir (o, en su caso, despreciar) sin dificultad cualquiera de los términos utilizados.

El problema terminológico no es ni siquiera cuantitativamente grave. Repásense las denominaciones de las unidades y observaremos que, dependiendo de la disciplina lingüística, en un porcentaje muy elevado se siguen manteniendo los términos grecolatinos, dado que muchas de las propuestas de cambio de denominación, sobre todo las de corte estructuralista, han caído en el olvido.

 

II

 

Centremos y concretemos el problema de las unidades lingüísticas y gramaticales, tomando como eje central de referencia la disciplina lingüística más desarrollada en el pasado siglo: la Sintaxis. La chistosa afirmación de F. Palmer: “Se dice que hacia los años cincuenta de este siglo, un lingüista dijo que la Sintaxis era aquella parte de la lingüística que todo el mundo esperaba que estudiasen los demás”[6], pudo servir de provocación a Noam Chomsky, cuyo quehacer científico ha llevado a colocar a la Sintaxis en un lugar de privilegio en la investigación lingüística y gramatical tanto cuantitativa como cualitativamente.

Las dificultades para la elaboración de un metalenguaje sintáctico han sido las mismas que se han producido a nivel general. Podemos destacar como más relevantes las siguientes:

1.- La inflación terminológica. Si tomamos como referencia la unidad sintáctica superior: oración, proposición, frase, cláusula, nexus, enunciado, sentencia, etc. En el caso de la unidad sintáctica intermedia: sintagma, frase, grupo de palabras, grupo sintagmático, lexía compleja, perífrasis, sintema, frase hecha, locución, palabra compuesta, etc.

Como también hemos puesto de relieve desde un punto de vista general, esta situación no es ningún obstáculo en el interior de nuestro campo científico. Hay que insistir una y mil veces en la levedad de este problema cuando se aborda como una simple cuestión de etiquetado. Ahora bien, esta cuestión superficial esconde, en el caso de la unidad sintáctica superior, el problema todavía no resuelto de su número. ¿Deben ser una o dos las unidades del análisis sintáctico? La Sintaxis tradicional combinaba, sin criterio fijo, las nociones de proposición y oración. En los modelos estructuralistas se proponen indistintamente dos: nexus/oración; cláusula/oración (especialmente en las gramáticas anglosajonas); o una sola unidad.

En los modelos generativos la unidad superior es una. En el caso de la unidad intermedia, algunos de los problemas residen en la fijación de los límites entre la combinación ocasional de palabras, los sintagmas habituales, los sintemas o lexías complejas (el discurso repetido o literal: la fraseología/idiotismos), las palabras compuestas, la palabra y los elementos constitutivos de la palabra (sufijos).

2.- Elevado número de definiciones de algunas de las unidades de análisis. Este problema es sin duda uno de los tópicos iniciales con que suele comenzarse el estudio de la unidad oración: los varios cientos que se han recogido. La catalogación de las definiciones por diferentes criterios ha sido la solución igualmente tópica que se ha dado a este problema. Podemos señalar, entre otras, las siguientes clasificaciones:

Sorin Stati[7]:

Diferenciaba entre: a) concepciones bipolares; b) concepciones unitarias; c) concepciones fonosintácticas; d) mixtas o eclécticas y e) concepciones filosóficas.

b) Guillermo Rojo[8]:

Entre los distintos criterios de definición de las unidades sintácticas seleccionaba los del profesor Rodríguez Adrados: a) el sentido; b) la función de los componentes y c) rasgos formales. Señalaba, además, los de Piccardo (definiciones según la forma, el contenido y de carácter mixto) y los de Zawadowski (basados en rasgos formales (segmentales y suprasegmentales) y en rasgos sémicos u holísticos.

c) J.M. Lope Blanch[9]:

Diferenciaba los siguientes grupos: a) formales (distinguidoras entre oración y proposición); b) semánticas y c) compuestas.

d) M. L. Hernanz y J. M. Brucart[10]: a) definiciones nocionales y b) definiciones distribucionales.

Por su número, y esta es una muestra casi exclusiva de gramáticos españoles, se haría casi necesaria otra clasificación de los criterios de clasificación.

3.- Ausencia en determinadas orientaciones de unidades imprescindibles para la teoría y el análisis sintáctico. El caso emblemático es el de la unidad sintagma en las orientaciones tradicionales de fundamentación grecolatina. Esta unidad estuvo curiosamente cuestionada desde su introducción en la lingüística española. Ya en 1950, primera referencia del término que poseemos, afirmaba Julio Casares lo siguiente:

“No se nos oculta que este tecnicismo sintagma, además del significado expuesto - conglomerados donde las palabras se funden en un bloque significante y se influyen recíprocamente (hecha un brazo de mar;la mar de gente, etc.)- tiene otros en la lingüística moderna; y son, por cierto, tantos y tan contradictorios que lo están poniendo en peligro de ruina. Diremos solamente, por vía de ejemplo, que cuando von Pirquet,  para denominar ciertos fenómenos parejos de la anafilaxia, inventó la palabra  alergia, fué ésta tan bien recibida por los técnicos que hasta se difundió en el lenguaje usual y reclamó un lugar en los diccionarios de tipo general. Al cabo de treinta y cinco años “alergia” ha llegado a significar tantas cosas que empieza a resultar inservible. Tanto es así que el Dr. Marañón nos decía recientemente que la entrada de esa palabra en el Diccionario académico ya no estaba justificada. Conste, pues, para evitar equívocos, que el término “sintagma” sólo tendrá, en lo sucesivo, el significado que acabamos de darle”.[11]

Su no inclusión en las gramáticas tradicionales escolares obedecía al hecho de  la concepción de las clases de palabras como partes orationis, lo queimplicaba la asignación estable (casi identificación) de unas determinadas funciones sintácticas con unas determinadas clases de palabras: Sujeto-Sustantivo (o sustitutos: pronombres); Predicado-Verbo; Adverbio-Complemento circunstancial (modificador verbal predicativo); Adjetivo-Modificador del nombre (naturaleza predicativa en su funcionamiento como atributo), etc.[12] En resumen, cada palabra se identifica con una función sintáctica, produciéndose una identificación entre clase de palabra, función sintáctica y complemento.El resultado es una casi completa morfologización de la Sintaxis, de hecho, como se señala en El Esbozo, el último pronunciamiento oficial de la Real Academia Española de la Lengua, los contenidos de la morfología y de la Sintaxis son casi intercambiables. Esta morfologización de la Sintaxis se acentuaba todavía más en el caso de la tipología tradicional de las oraciones: sustantivas, adjetivas y adverbiales, o, el desarrollo en forma de oración de las funciones propias del nombre, el adjetivo y el adverbio.

Lo curioso del caso es su reaparición en modernas gramáticas de la lengua española. Especialmente llamativo es que Emilio Alarcos, propulsor en la década de los cincuenta de la formulación de una unidad intermedia y que contribuyó a su introducción como unidad de análisis en la lingüística española, haya sido el restaurador de los planteamientos tradicionales.[13]

4.- La frecuencia de definiciones abiertas e imprecisas. Pueden servir de ejemplo las definiciones de nociones tan fundamentales como ‘función’, ‘elipsis’, ‘complemento circunstancial’. En este último caso de la lista de los complementos circunstanciales la propuesta de algunos tipos resulta hasta ridícula.

5.- Pese a la inconveniencia de las dificultades señaladas, sin ningún género de dudas, es el de la mezcla de criterios inmanentes y transcendentes el problema clave que puede incluso cuestionar la propia validez operativa y científica de los estudios sintácticos.

En los estudios sintácticos hispánicos podemos constatar esta situación en definiciones clásicas de la unidad oración. Dos casos emblemáticos son las definiciones de oración de S. Gili Gaya[14] y de A. Alonso y H. Ureña[15]. Para el primero, la unidad oración debe ser definida desde tres puntos de vista complementarios: el psicológico, el lógico y el gramatical. Con arreglo al primero: “Toda oración es, pues, una unidad de atención por parte del hablante. Estas unidades de atención reveladas por la curva melódica, son también unidades de sentido, con las cuales declaramos, deseamos, preguntamos o mandamos algo. Bühler y otros definen, por ello, la oración como la menor unidad del habla con sentido completo en sí misma. Puede estar formada por una sola palabra o por muchas; puede articularse en un grupo fónico o en varios. La caracteriza en todos los casos la unidad de sentido y de intención expresiva con que ha sido proferida”[16]. Desde el criterio lógico: “se llama oración (o proposición) a la expresión verbal de un juicio. El juicio es la relación entre dos conceptos: sujeto y predicado”.[17] Finalmente, desde el punto de vista gramatical: “Todos los elementos, palabras, frases u oraciones enteras, que se relacionen de modo inmediato o mediato con un verbo en forma personal, forman con él una oración”.[18] Para los segundos: “Atendiendo al contenido, es una oración  el grito de ‘¡Socorro!’, o el de ‘¡fuego!’, o la respuesta ‘sí’, o ‘gracias’, o descripciones literarias como “Noche tibia; a lo lejos, la sombra de los montes”. Otro tipo de definiciones de la oración atiende a la forma, esto es, a su estructura en sujeto y predicado.

Ambos tipos de definición tienen su importancia y justificación, pero no coinciden en su alcance ni en sus límites. El grito de ‘¡Socorro!’ es una oración por el contenido, ya que expresa un sentido completo y no lo es por la forma, ya que su sentido no está partido en sujeto y predicado. En la frase ‘el día que vuelva Antonio…’, que vuelva Antonio es oración, en cuanto al criterio de la forma, porque tiene sujeto y predicado, pero no lo es por el contenido, porque no tiene un sentido unitario y completo”.[19]

Guillermo Rojo ha sido precursor en esta denuncia. Las consecuencias de esta mezcla de criterios son las dificultades para el análisis sintáctico de una lengua, desde el momento en que surgen conflictos para delimitar las unidades según la teoría que se tome como base. En efecto, dependiendo de la definición que se adopte serán consideradas o no como oraciones los ejemplos de las series (1) y (2) ofrecidos por G. Rojo:

 

(1a) Ese libro se vende mucho.

(1b) Me han dicho que ese libro se vende mucho.

(1c) Me han dicho que ese libro se vende mucho.

(1d) Me han dicho que ese libro se vende mucho.

 

(2a) ¡Gracias!

(2b) Manifestaciones en Granada.

(2c) ¡Un café!

 

Para Rojo la crónica de esta situación podría explicarse de la siguiente forma: “Se comienza llamando oración a una cadena con sujeto y predicado. Posteriormente se reconoce que la mayor parte de las oraciones así definidas presentan, además, otros rasgos, como, por ejemplo, independencia sintáctica y autosuficiencia semántica. A continuación se constata que estos dos rasgos se dan también en secuencias que no responden al esquema /sujeto+ predicado/. Lo que inicialmente era un rasgo de valor secundario pasa a ser primario (y la necesidad de la Lingüística de encontrar asideros formales para sus afirmaciones puede explicar en gran parte esa alteración). Como consecuencia, comienza a llamarse oración a la secuencia que, independientemente de su forma interna, posea rasgos comunes como la independencia sintáctica, la autosuficiencia semántica o esté situada entre dos pausas, con lo cual secuencias como (1c) que reúnen los requisitos internos dejan de ser consideradas oraciones por carecer de las condiciones externas, que han pasado a ser las fundamentales.”[20]Para Rojo “cualquiera de las dos perspectivas es válida”[21], y el problema central reside en decidir si se considera la oración como unidad situada en la escala de unidades gramaticales, en oposición a otras a otras unidades de esa escala, por su especificidad constitutiva, o bien como una categoría del discurso donde las diferencias de constitución interna no son especialmente necesarias. Lo que “es absolutamente inoperante e insostenible”[22] es la mezcla de las dos perspectivas.

Veintitrés años no han sido suficientes para solucionar este problema en el campo de la enseñanza gramatical en España. El eclecticismo sigue siendo el criterio dominante. El agnosticismo resultante es el principal escollo que hay que seguir venciendo para iniciar un estudio riguroso de los estudios gramaticales.

 

III

 

Retornando al nivel general, consideramos legítimo seguir proponiendo en el estudio lingüístico y gramatical dos orientaciones metodológicas diferentes en el estudio de una lengua:

a) Una orientación morfo-funcional (inmanente/formal) apoyada en los principios básicos de constitución, rección, función y conexión, que mantiene -con todas sus consecuencias- la disposición jerárquica de las unidades lingüísticas tal y como se formuló en algunas orientaciones del estructuralismo lingüístico.

b) Una dimensión comunicativa (discursiva/pragmática/transcendente) que apoyada en la noción de enunciado (o nociones afines, entre las que entraría la noción de acto de habla, fragmento o frase nominal) atendería al estudio de las unidades lingüísticas independientemente de su naturaleza formal. Siempre que heurísticamente no se mezclen ambos criterios, esta dimensión o criterio de estudio puede mantenerse como complemento en la descripción sintáctica morfo-funcional de una lengua.

En cuanto a las unidades de análisis, para no continuar cometiendo los mismos errores, es preciso mantener un estudio separado de las concepciones formales de las unidades gramaticales y de las concepciones comunicativas, sobre todo, porque hay que tener muy en cuenta que las principales deficiencias (la parte negativa de la herencia tradicional) en el estudio de las unidades de la tradición gramatical obedecen, de una parte, a la mezcla de criterios de estudio y, de otra, a las divergencias existentes en cuanto al número y la denominación de unidades sintácticas. Sólo para el caso de la unidad intermedia entre palabra y oración, la pluralidad terminológica no es fruto del capricho idiolectal de los diferentes gramáticos, sino que es la consecuencia directa de la existencia de diferentes puntos de vista. En efecto, nos encontramos ante dos enfoques de estudio diferentes: émico y ético.

Desde el punto de vista ético las combinaciones de las diversas unidades lingüísticas (más aún, cualquier combinación de elementos gramaticales) se denominan con el término sintagma (F. de Saussure, A. Martinet, D. Alonso, G. Rojo, S. Gutiérrez).

Desde el punto de vista émico - desde la consideración del término elegido como unidad constitutiva y paradigmática que responde a una clase de combinaciones de unidades de rango inferior que integran unidades de rango superior- las diferentes denominaciones responden al nivel concreto de la jerarquía de unidades gramaticales al que se refiere esa combinatoria, encontrándonos así con una ubicación molecular (morfológica) del término sintagma (L. Hjelmslev, E. Alarcos, S. Gutiérrez), intentos al final fracasados para desterrar la noción de palabra, y con una ubicación macromolecular (propiamente sintáctica) en la que se utilizan las etiquetas sintagma (M.L. Gutiérrez, C. Hernández, M. Marín, M.J. Fernández Leborans, M.L. Hernanz, J.M. Brucart), grupo sintagmático (E. Alarcos), frase (G. Rojo, H. López Morales), esquema sintagmático (S. Gutiérrez), microestructura (S. Stati), grupo de palabras (E. Coseriu), sintaxema (Yuri A. Rylov), entre las más difundidas.

Con arreglo a todo lo dicho, una teoría formal de las unidades lingüísticas tiene que pronunciarse todavía sobre:

a) la existencia o no de una unidad intermedia entre palabra y oración, por culpa de la reaparición de concepciones tradicionales que vuelven a considerar las palabras como las partes de la oración, y por el estudio del discurso repetido y de los procesos de gramaticalización que debieran delimitar las fronteras de la palabra, unidad superviviente a las severas críticas estructuralistas de la primera mitad del siglo.

b) La existencia de una o más unidades sintácticas superiores. Medio siglo no ha sido suficiente para generalizar el dominio del modelo generativo-transformacional, a pesar de que, en países como Italia y España, las últimas propuestas de análisis gramatical (Renzi y Bosque, respectivamente) han utilizado como modelo teórico de base el de fundamentación generativista.

Las unidades lingüísticas, contempladas en su conjunto, siguen siendo una cuestión abierta en la lingüística del siglo XXI. Dejemos en el aire, para concluir, estas palabras del filósofo Ortega y Gasset:

“En una u otra forma ha acontecido ya esto varias veces en la historia. El hombre se pierde en su propia riqueza: su propia cultura, vegetando tropicalmente en torno a él, acabó por ahogarle. Las llamadas crisis históricas no son, a la postre, sino esto. El hombre no puede ser demasiado rico: si un exceso de facultades, de posibilidades se ofrece a su elección, naufraga en ellas y a fuerza de posibles pierde el sentido de lo necesario. Este ha sido perennemente el trágico destino de las aristocracias: todas, al cabo, degeneran, porque el exceso de medios, de facilidades atrofia su energía”.[23]



[1] “History of Linguistics: The field”, E. F. K. Koerner y R. E. Asher (eds.): Concise History of the Language Sciences: From the Summerians to the Cognotivists, 3-7. Oxford: Pergamon, 1996.

[2] Mauro Fernández: “Los orígenes de la Sociolingüística”, pág. 106. En II Jornadas de Lingüística, de Miguel Casas Gómez (dir) y Jacinto Espinosa García (ed.), Universidad de Cádiz, Servicio de Publicaciones, 1977, págs. 105-132.

[3] Cf. Semántica, Pragmática y Sintaxis del español, de Michael Metzeltin, Gottfried Egert Verlag, Wilhemsfeld, 1990, pág. 8.

[4] Como es de sobra conocido el término metalenguaje procede de la Lógica (R. Carnap) y fue adoptado y generalizado en los estudios lingüísticos por R. Jakobson con la adaptación que efectuó de la teoría general de las funciones del lenguaje de K. Bühler. En el uso del instrumental metalingüístico hay que tener en cuenta los diferentes niveles o grados de abstracción que implica su uso (incluso en el saber lingüístico ingenuo de los hablantes). Conviene tener en cuenta la escala básica: meta-metalenguaje/ metalenguaje/lenguaje objeto, nivelación necesaria para ser conscientes de que en numerosas ocasiones algunos de los problemas que nos ocupan son de naturaleza meta-metalingüística, evitando de esa forma convertirnos en esquizofrénicos en la reflexión teórica.

[5] Curso de lingüística general, Alianza, Madrid, pág. 184.

[6]En Teoría Gramatical, Península, Barcelona, 1975, p. 199.

[7] Etiquetamos por nuestra cuenta la aportación de Stati. Cf. Teoria e metodo nella sintassi, Il Mulino, Bolonia, 1972, pp. 199-206.

[8] Cláusulas y oraciones, Universidad de Santiago de Compostela, 1978, pp. 11-26.

[9] El concepto de oración en la lingüística española, UNAM, Méjico, pp. 58-59.

[10] La Sintaxis. 1 Principios teóricos. La oración simple, Crítica, Barcelona, 1987. Cap. 2, pp. 48-66.

[11] Cf. Introducción a la lexicografía moderna, CSIC, Madrid, l969, p. 53 (reproducción de la primera edición de 1950).

[12] Cf. J. Roca Pons: Introducción a la gramática, Teide, Barcelona, 1960 (1973, 2ª edc.). El sustantivo: pp. 152-156; El verbo: especialmente p. 226; el adverbio: pp. 313-314.

[13] Esta morfologización se vuelve a restaurar en La gramática de la lengua española, de Emilio Alarcos, Espasa, Madrid, 1994. Cf. Pág. 78, párrafo 97 (el adjetivo); pág. 128, párrafo 175 (el adverbio); pág. 137, párrafo 191 (el verbo); pág. 227, párrafo 291 (la conjunción) y pág. 240, párrafo 302 (la interjección).

[14] Curso Superior de Sintaxis Española,  Spes, Barcelona, 1961 (8ª edc.), cap. 1, pp. 17-26.

[15] Gramática castellana, I curso, Losada, Buenos Aires, 1969 (25ª edc.), pp. 26-35.

[16] O. C., pág. 20.

[17] Ibídem, pág. 21.

[18] Ibídem, pág. 23.

[19] O. C., págs. 28-29.

[20] O. C. p. 15. Si tenemos en cuenta las características de las escalas o jerarquías de unidades: a) Articulación ascendente de unidades de un nivel. b) Coordinación de unidades pertenecientes al mismo nivel o rango. c) Coordinación descendente de unidades de un nivel), podemos ver fácilmente cuáles son las consecuencias que para su funcionamiento ocasionan este tipo de definiciones mixtas: a) integración ascendente de más de un nivel y b) sustitución entre unidades de distinto rango.

[21] Ibídem, p. 16.

[22] Ibídem. Separación semejante ha propuesto la profesora Amparo Morales de Walters quien en un estudio general de la teoría sintáctica propuso la separación entre:

            a) Una Sintaxis autónoma (chomskiana).

            b) Una Sintaxis funcional (“enriquecida con factores del discurso”):

            'Subyaciendo esta dicotomía se encuentra, por un lado, la concepción misma del lenguaje que estas escuelas mantienen: Chomsky define el lenguaje como <la expresión del pensamiento> y para los nuevos empiristas el lenguaje es primordialmente <un instrumento de comunicación>. Por otro lado, el modelo lingüístico que postulan es diferente; para el primero, el lenguaje es un conjunto de sistemas autónomos en el que cada sistema posee principios inherentes de organización que son esencialmente independientes de los principios de otros sistemas. Por ello Chomsky se concreta en el estudio de la estructura del lenguaje, la Sintaxis, que ve como independiente y autónoma.

            Esto hace que desde otras vertientes de la lingüística se hable de una  competencia lingüística que incluya tanto una competencia comunicativa como la puramente gramatical de Chomsky. Esta competencia comunicativa incluirá tanto modelos de competencia pragmática que den cuenta de las circunstancias de uso del lenguaje, como modelos de percepción que expliquen la inaceptabilidad de muchas oraciones. Incluirá también, y en este caso con una larga y valiosa aportación que procede del campo de la sociolingüística, modelos cuantitativos que precisen los datos reales sobre el uso de las reglas de la gramática. Esta postura, que tuvo su iniciación en los trabajos de Labov, se ha enriquecido, en su formulación de reglas variables, con los aportes de Sankoff y sus colaboradores y hoy constituye una corriente importante de la lingüística dirigida tanto al análisis de hechos fonológicos como sintácticos y del discurso. Todas estas posibilidades que el modelo chomskiano ha relegado al campo de la actuación,  tienen hoy gran relevancia debido, especialmente, a la calidad de sus aportaciones.” Cf. “Morfosintaxis”, p. 58, en Introducción a la lingüística actual, de H. López Morales (Coord.), Playor, Madrid, 1983, pp. 57-82.

[23] Misión del Bibliotecario, pág. 82. El arquero. Revista de Occidente. Madrid. 1967.


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