estudios
Entre autobiografía y
reminiscencias generacionales:
El
cura de Monleón de Pío Baroja
Francesca Crippa
(Dipartimento di Scienze Linguistiche
e Letterature Straniere
Università Cattolica del Sacro Cuore – Milano)
Resumen:
La novela El
cura de Monleón fue publicada por primera vez en 1936 como parte de la
trilogía titulada La juventud perdida.
El protagonista de la obra es un joven sacerdote con dudas progresivas respecto
a su fe. Los problemas personales de Javier Olaran, sin embargo, no constituyen
el único motivo de contraste dentro de la novela porque el autor usa al
personaje como instrumento para reflejar su propia personalidad y pensamientos.
Baroja genera así una nueva y más compleja idea de ‘conflicto’ que incluye,
por un lado el deseo del autor de descubrir el significado real del ser cristiano,
por otro la necesidad de tomar en consideración las reglas impuestas por una
Generación inspirada por los preceptos artísticos del Modernismo. La finalidad
de este trabajo es la de analizar estas perspectivas a través del análisis del texto, proporcionando un enfoque distinto para la lectura
de una novela que ha sido descuidada por mucho tiempo.
Palabras clave: conflicto espiritual; autobiografía;
Generación de 1898; El cura de Monleón; Pío Baroja
Abstract:
El cura de Monleón was published for the first time in 1936 as part of
the trilogy entitled La juventud perdida.
The main character of the novel is a young priest with several doubts regarding
his real vocation. Javier Olaran’s personal troubles, however, does not
represent the only motif of contrast within the novel. The author, in fact, uses
the character to reflect his own personality and thoughts. In this way, he
generates a new and more complex idea of ‘conflict’ which involves on the one
hand Baroja’s desire to discover the real meaning of Christianity and, on the
other one, the necessity to accept the rules imposed by a Generation inspired
by the precepts of Modernism. The main purpose of this article is to analyze these
perspectives through a detailed reading of the text, in order to provide a new
focus for a novel which has been neglected for a long time.
Keywords: spiritual conflict;
autobiography; Generation of 1898; El cura de Monleón; Pío Baroja
La novela El cura de
Monleón apareció por primera vez en 1936, dentro de la trilogía que el
autor tituló La juventud perdida
[1]. Al momento de publicarse
y debido a sus contenidos, el texto suscitó cierto revuelo en algunos periódicos
de ideología de derechas pero, a pesar de esta primera manifestación de interés,
con el pasar del tiempo la obra fue clasificada como una de las menos logradas
del autor y el texto quedó casi ignorado por parte de la crítica [2]. Sólo durante el año en que se celebró
el primer centenario del nacimiento de Baroja se publicó una nueva edición de
la novela que obtuvo bastante éxito, sobre todo en el País Vasco.
El protagonista de El cura de Monleón es un joven sacerdote
con muchas perplejidades y dudas progresivas respecto a su fe. Al principio de
la narración, el autor nos lo presenta como a un hombre terco y obstinado pero aparentemente
tranquilo y disciplinado. Sin embargo, su personalidad evoluciona a lo largo de
la narración y sus sueños de rectitud y su idealismo se ven amenazados por el
egoísmo y la hipocresía que el ingenuo Javier Olaran experimenta en primera
persona a causa de la labor a la que se entrega con su papel de confesor.
Para encontrar mayores
informaciones sobre la vida de los seminaristas y del clero vasco y para
conferirle todavía más credibilidad a la historia narrada en su novela, Baroja vivió
algunos años en Vitoria [3]. Allí pudo
recoger confidencias heteróclitas: entre ellas, las de un guardia de asalto que
había estudiado durante muchos años en el seminario, casi hasta profesar. Estos
testimonios, junto al deseo barojiano de reconstruir la verdadera historia del cristianismo
y a la personal atracción del autor por el tema de la moral cristiana y de la correcta
interpretación de los Evangelios, constituyen en parte los fundamentos de los
que se origina la crisis espiritual del protagonista [4].
En la novela, sin
embargo, los motivos de contraste no se explicitan únicamente a través de la
descripción de las dudas existenciales de Javier Olaran porque también el
momento histórico que hace de telón de fondo a la narración refleja una
realidad insólita y complicada [5]. Estamos,
efectivamente, en la época inmediatamente precedente al estallo de
Lo que, al contrario, influyó más en la composición de la novela fue el
acercamiento de Baroja a una generación heterogénea
de artistas [6] con los cuales compartió
la misma actitud frente a los problemas de España, el inconformismo contra la
política del tiempo y el deseo de conocer hondamente su país para buscar los
instrumentos necesarios a cambiarlo.
En este contexto, no nos debe
sorprender que, alrededor de la fecha de publicación de El cura de Monleón, la ideología política barojiana se acerque a posiciones
anárquicas e intransigente que el autor concretizó literariamente por medio de
la descripción del
conflicto espiritual vivido por el protagonista de su novela. El anarquismo de
Javier Olaran, sin embargo, tiene que ser interpretado más como una manifestación
de rebeldía a las imposiciones oficiales y de lucha para la autoafirmación
individual que como la expresión de una ideología politica organizada. La
crisis directa o indirectamente religiosa del personaje, efectivamente, se
aleja de la agonía íntima tan característica en los personajes unamunianos y
resume la misma posición ideológica adoptada por el autor, como señalado también
por Carmen Iglesias (1963): la imposibilidad para el hombre de llegar a
explicaciones satisfactorias sólo a través del recurso a la fe y las creencias
religiosas.
Dentro de la novela, el
único aspecto positivo que quizás Baroja le reconoce a la religión es su
capacidad potencial para transformar el mundo. Pero, de hecho, la experiencia
directa que había tenido de esta capacidad transformadora de la religión (y en
concreto de la católica en la sociedad española de su tiempo) era negativa y
ello justifica la postura muy rígida adoptada irrevocablemente frente a muchas
cuestiones teológicas. De ahí también que la presencia de lo religioso en la novela
se convierta a menudo en una crítica despiadada de las materializaciones morales
de la fe en la vida de la iglesia católica y de los cristianos. El cura de
Monleón resume, pues, muchos
aspectos de la crítica que Baroja proyecta sobre
Pasando a la estructura
formal de la novela, es posible observar que en la primera parte [9] Baroja esboza con pinceladas breves
y eficaces el perfil psicológico de Olaran, concentrándose sobre todo en la
descripción de la infancia del protagonista y de su carrera de estudios hasta el
momento de la ordenación sacerdotal. En estos capítulos, en más de una ocasión,
el autor enfatiza el temperamento artístico del cura que contrasta con el
ambiente rural y campesino en el que se ve obligado a vivir. Músico de talento,
amante de la lectura y ajeno a cualquier preocupación política, en el joven
Javier Olaran se notan “ambiciones de grandeza, pero no de santidad” (p. 65),
mientras que se hacen repetidas referencias a su escasa vocación para el
sacerdocio. Entre los demás estudiantes del Seminario, Javier destaca por tener
buen sentido y tratar de aplicar las ideas religiosas del cristianismo a la
vida cotidiana. Sin embargo, como puntualizan sus mismos profesores, “le faltan
las condiciones de carácter necesarias para poder aspirar a ser un buen
cristiano” (p. 51). Efectivamente, el cura muestra escaso interés por las
actividades relacionadas con su vocación y descuida a sus fieles para “dar grandes
paseos, visitar los caseríos” y “recoger canciones del país con su letra y su
música” (p. 85).
La contraposición entre
el temperamento apacible y sosegado de Javier Olaran y el estilo de vida de los
demás curas del pueblo resulta particularmente significativa [10]. A diferencia de don Mariano, tipo
de “pasiones fuertes” (p. 77) y gran aficionado a la caza, don Clemente, cuyos
ojos “se le iban detrás de las mujeres” (p. 77), y don Martín, que “cumplía su
misión de sacerdote muy estrictamente” (p. 77), el protagonista de la novela se
lanza en elogios de la vida “agrícola y arcaica” (p. 79) del pueblo, aborrece
todos los placeres de la carne y busca una intimidad casi panteísta [11] con el mundo que lo rodea. Su
misticismo, que se armoniza “con el campo y el cielo y con la noche llena de
estrellas” (p. 88), refleja muy de cerca el deseo de llegar a vivir una vida
simple, en perfecta sintonía con la naturaleza. Anhelo que caracterizó también
el pensamiento de Pío Baroja, sobre todo en los últimos años de su existencia.
La segunda parte de la
novela está dedicada a la madurez de Javier Olaran y a su actividad de cura en
el pequeño pueblo vasco de Monleón [12].
Aquí, a pesar de que lo obliguen a predicar en la iglesia y a cumplir con sus
obligaciones sacerdotales en los ritos del confesionario, el cura empieza a
desarrollar una actitud desconfiada y hostil. Las víctimas predestinadas de sus
frustraciones son
No le gustaba confesar y
rehuía esta obligación penosa; pero de pronto se encontró con que la mayoría de
las mujeres del pueblo aparecieron en su confesionario [...] ¡Qué de cosas
terribles llegaron a sus oídos! Adulterios, sensualidad, perversiones. [...]
Algo olía a podrido en el pueblo; pero no era el olor a podrido natural, sino
la pestilencia mezclada con el olor del incienso y de los polvos de arroz. (pp.
110-116)
En esta segunda parte, el
tema del conflicto se ve realizado sobre todo a través de la oposición de
perspectivas entre el doctor Basterreche y Olaran. Basterreche, extremista en
todos los aspectos de su existencia, a lo largo de la narración cambia sus
posiciones políticas con absoluta facilidad, pasando de ideas aparentemente
cercanas al nazismo para convertirse luego en socialista y, más tarde, en nacionalista.
Javier, al contrario, se deja llevar por su índole de hombre tranquilo y
reflexivo. Sin embargo, las palabras del amigo contribuyen a despertar en su
alma las primeras inquietudes que, en la tercera parte de la novela,
desembocarán en una profunda e inacabada crisis de fe. Detrás del sarcasmo con
el que el autor nos presenta a Basterreche se esconde, con mucha probabilidad,
el guiño irónico de Baroja y la voluntad de dirigir una crítica, no tanto
indirecta, al contexto político de su época, en constante pero improductiva
evolución.
En estos capítulos
centrales de El cura de Monleón, el
pensamiento del autor se manifiesta más abiertamente a través de las reflexiones
de los personajes. Desde este punto de vista, las cuestiones más importantes que
ellos proponen son dos: la visión barojiana de
Como los demás miembros de
En El cura de Monleón, mientras que el personaje Basterreche defiende
los principios básicos de la revolución proletaria [14] que se está actuando en toda la península, Javier Olaran se
acerca inicialmente al socialismo y, después del fracaso de la rebelión en el
pueblo, a las posiciones más intransigentes del nacionalismo vasco, aunque sucesivamente
las abandonará, desanimado también por ellas. Su única consolación consistiría,
quizás, en el hecho de pertenecer a una institución oficial,
También la estructura
narrativa de El cura de Monleón, a
pesar de alejarse del dinamismo y de la vitalidad de la producción barojiana
anterior, proporciona una serie de novedades estilísticas, junto a unos elementos
más tradicionales.
Entre los aspectos
originales, las tres cuartas partes del texto están dedicadas a diálogos y
soliloquios que permiten reconstruir, paso por paso, la dimensión psicológica
del protagonista. El narrador escribe en tercera persona y es externo y
omnisciente. Sin embargo, él permite que sean los personajes quienes esbocen su
propia identidad y desaparece totalmente en los últimos capítulos de la novela,
dejando libertad para las disquisiciones de Javier con el propósito de ir trazando
un diario íntimo del hombre. En distintas ocasiones, además, a través de las
palabras de los personajes, Baroja alude directamente al Modernismo literario
del cual, sin embargo, se aleja polémicamente, subrayando con desprecio el
“atrevimiento” (p. 173) y la actitud blanda y decadente de los jóvenes
modernistas, que contrastan con la sobriedad del protagonista identificado con
el autor. En la novela, pues, Baroja huye claramente de los aspectos más provocativos
y llamativos de las Vanguardias literarias y se aleja de las atmósferas
sensuales y sombrías típicas del Decadentismo finisecular y del Simbolismo,
para refugiarse en un mundo inspirado por la realidad sencilla de su tierra
natal y por su propia biografía. El autor prefiere la meditación filosófica a
las descripciones suntuosas y rebuscadas, y elige un estilo simple, hecho de
frases breves pero incisivas, rechazando todo vacío refinamiento. Su adhesión a
los principios generacionales se percibe más bien en la elección de temas y
argumentos inspirados por la realidad política y social de su época y que proporcionan
a sus creaciones literarias un suelo real en el que asentarse [15].
Por otro lado, la
estructura de la novela presenta también rasgos tradicionales en su desarrollo.
La narración se abre con un prólogo en el que ya se encuentran delineados el
aspecto físico y el carácter de los que serán los protagonistas del relato y se
cierra con un epílogo, en el que el autor propone una posible solución para la
crisis espiritual del protagonista, dejando al lector libre de escoger la
solución que le parezca más oportuna.
En la tercera y última
parte del texto, el tema del conflicto se expresa bajo dos formas distintas: el
completo cambio de perspectivas por parte de Javier Olaran y el contraste entre
su espiritualidad y la religiosidad ingenua y sencilla de la tía Paula. La
crisis del cura de Monleón, a la que Baroja dedica aproximadamente las cien
últimas páginas de la novela, es expuesta a través de las notas que el
personaje mismo va tomando al hilo de las lecturas con las que pretende
contrastar los contenidos de su fe. Su relato tiene, por lo tanto, un carácter
expositivo y no hay apenas ocasión de asistir al proceso interno del personaje
o a su agonía, en el sentido unamuniano del término. De ahí que, en algunos
momentos, pueda resultar algo artificioso. Baroja, además, hace leer a su
personaje los libros que él mismo había leído. Pero si Baroja, agnóstico
convencido, encuentra en esas lecturas argumentos suficientes para reforzar y
hacer irrefutable su agnosticismo, el cura de Monleón, creyente convencido, recurre
a ellos en un vano intento de verificar su fe a la luz de la razón y de la
ciencia.
Trasladado a otro pueblo
en “tierra dura y fría” (p. 250) que refleja con su “aire pobre y miserable” (p.
251) la nueva actitud vital del protagonista, en la parte final de la novela
Javier desahoga todas sus inquietudes y se vuelve “brusco y malhumorado” (p. 263).
A partir de este momento, su búsqueda de respuestas concretas a los problemas
de la fe se hace febril y se convierte en un desenfrenado deseo de documentación
y en un largo “período de curiosidad crítica” (p. 274). Aislándose del mundo
real y huyendo de sus deberes de cura campesino, Javier Olaran inicia entonces a
dedicarse a la lectura de textos religiosos y filosóficos pertenecientes a
distintas corrientes, hasta llegar a la incredulidad y al escepticismo.
Como anticipado, Baroja
construye la crisis espiritual de su personaje en unos capítulos en los que le
deja directamente la palabra, transformándolo en el alter ego del autor. Javier,
que empieza a percibir cada vez más la pérdida definitiva de la despreocupación
juvenil, atraviesa esta etapa de su vida con energía y entusiasmo. A pesar de
esto, sin embargo, en las páginas dedicadas a sus reflexiones, el lector
inmediatamente se olvida de su presencia porque los temas expuestos en ellas
son universales y reflejan las perplejidades y las inquietudes que el ser
humano alberga frente a fenómenos que no se pueden explicar sólo a través del
recurso a la fe.
El enfrentamiento final
con la tía Paula constituye el clímax emotivo de toda la novela. La mujer, que
está en punto de muerte, le reprocha a Javier el hecho de haber pensado siempre
y únicamente en sí mismo y el cura, agobiado por el remordimiento, abandona
definitivamente sus veleidades para reconocer la incapacidad humana de llegar a
respuestas resolutorias. Su “angustia de vivir” (p. 391) parece finalmente
sincera pero también destinada a no resolverse: Javier Olaran se percibe ahora “frío”,
“seco” y “sombrío” (pp. 388-389) y entrevé para él un “porvenir negro” (p. 392),
del que piensa no poder huir. A pesar de la negatividad que caracteriza sus
últimas elucubraciones, sin embargo, el nacimiento del hijo de su hermana
Pepita y el reencuentro con la bella Eustaqui parecen volver a abrir nuevos
horizontes y garantizarle la perspectiva de una vida más sosegada y tranquila aunque,
a pesar de todo, irremediablemente incompleta.
Gracias al análisis
proporcionado, es posible afirmar que para Baroja el género literario de la
novela puede ser concebido como un “ancho campo de divagación espontánea” (Elizalde,
1986, p. 34) en el que cada autor puede libremente colocar en boca de los
personajes su idearium completo, abarcando
los problemas más diversos con preferencia por temas escandalosos y discutibles
que reflejan la complejidad y la incoherencia de la vida misma. En El cura de Monleón, además, los
personajes aparecen arrastrados por un torbellino de emociones, sin posibilidad
de quedar encasillados en imágenes fijas y estereotipadas. Al contrario, crecen
y evolucionan siguiendo el proceso narrativo propuesto por su creador.
Según la clasificación que
hizo Luis Granjel (1953) con este propósito, Javier Olaran pertenecería al
grupo de los personajes espectadores [16],
es decir, los personajes “en quienes Baroja quiso encarnar trozos de su
personal biografía” (p. 169) [17].
El cura, efectivamente, a pesar de mantener a lo largo de toda la narración una
postura esencialmente contemplativa, no desmiente con sus acciones esporádicas el
deseo barojiano de crear un conflicto constante entre la dimensión más íntima del individuo y
las grandes cuestiones filosóficas y científicas sobre las que cada hombre se interroga
a lo largo de su existencia.
El tema de la inquietud
religiosa constituye un leitmotiv
dentro de la novela y El cura de Monleón
se configura indudablemente como la obra barojiana en la que la crítica
religiosa aparece con más amplitud, serenidad y eficacia, apoyada en las
numerosas lecturas cultivadas por el mismo autor. Baroja, por medio de Javier
Olaran, quiere subrayar la diferencia sustancial que hay entre el cristianismo
primitivo y el actual, despojado de toda fuerza mística y sinceridad. La
incredulidad y el escepticismo en los que cae Olaran al final de la obra
resultan ser el reflejo de una realidad nueva pero decepcionante y desagradable
que el autor rechaza con espíritu crítico. En El cura de Monléon, pues, asistimos a una crisis de fe
personificada por un individuo que, sin embargo, viene a presentarse como la
transposición literaria de una crisis más grande de valores e ideales que Baroja
vivió personalmente. La actitud agresiva y polémica frente a la vida adoptada
por el autor vasco, sin embargo, contribuyó a diferenciar sus escritos de los
de sus contemporáneos. Baroja, diferentemente de otros escritores, decidió no
aislarse totalmente en un mundo compuesto de perfección técnica y refinamiento
estilístico. Al contrario, sintió la necesidad de un cambio radical y trató de realizarlo
concretamente a través de la producción de obras cada vez nuevas y originales, en
cuya sencillez y espontaneidad sería posible identificar los valores e ideales
más profundos de todo un pueblo, junto a su impelente deseo de renovación.
Notas
[1] Otros títulos que componen la trilogía son Las noches del Buen Retiro y Locuras
de carnaval. A pesar de formar parte de una misma trilogía, las novelas
presentan y desarrollan temas distintos. En Las
noches del Buen Retiro (1934), Baroja ofrece una evocación nostálgica y al
mismo tiempo irónica del Madrid de finales de siglo a través de las miradas de
un protagonista, Jaime Thierry, alter
ego del propio Baroja, que aspira a hacerse un hombre
literario en la corte. Locuras de
carnaval (1937), al contrario, no es una novela en el sentido estricto del
término sino un conjunto de cuatro narraciones breves, de las que la primera da
título al libro entero, que narran las aventuras amorosas y sociales de una
serie de personajes pertenecientes a los distintos escalones sociales del
Madrid de la época. Lo que acerca las tres novelas es la voluntad del autor de
llevar a cabo un proceso de introspección que, en la parte final de la vida de
Baroja, se convirtió en una necesidad constante que iba más allá de la simple
observación de lo contingente para abrir nuevas perspectivas de reflexión sobre
temas universales. También la mirada nostálgica que el autor dirige hacia el
pasado de España constituye otro elemento de relación entre las novelas.
[2] El hecho de que el texto haya sido descuidado por la crítica queda
demostrado por la falta de una bibliografía específica, contrariamente a cuanto
ha pasado con las demás obras del autor. La novela, en cambio, sí aparece
mencionada en muchos de los ensayos críticos y de las monografías dedicadas a
Baroja pero faltan estudios profundizados y, sobre todo, recientes, que tomen
en consideración su estructura narrativa y sus rasgos estilísticos.
[3] Parte de la novela se desarrolla en Vitoria, ciudad en la que el
protagonista lleva a cabo los estudios de Seminario antes de ser destinado a la
parroquia de Monleón.
[4] Lo que resulta bastante evidente del análisis de la producción
narrativa de esa época es, como anota J. Campos (1983), el interés barojiano
hacia los temas religiosos que el autor desarrolló sobre todo en los escritos
publicados entre 1925 y 1936.
[5] Gran parte de la crítica ha destacado el valor documental de las obras
de Baroja, que no sólo supo retratar con extrema habilidad escenarios y
contextos de la época, sino también plantear dudas e interrogantes relativos a
las angustias y pesares de los hombres que, como él, padecieron esas
circunstancias. Véanse, con este propósito, las contribuciones de C. Barja
(1964) y C. Blanco Aguinaga (1979).
[6] Aunque Baroja negó la existencia del grupo del 98, sin embargo,
reconoció un carácter común a todos ellos y lo identificó con la rebelión
política al sistema y con el deseo de innovación. Este mismo deseo se
convirtió, en el caso de Baroja, en la adhesión a posiciones anárquicas.
[7] La corriente del
Modernismo teológico se desarrolló hacia finales del siglo XIX y principios del
siglo XX con la finalidad de volver a considerar la figura humana a la luz de
los cambios y de las necesidades de la sociedad de la época. Entre las
cuestiones más debatidas, la correcta interpretación de los textos sagrados y
las discusiones sobre los Dogmas de la fe desempeñaron un papel de fundamental
importancia. Las principales tesis de la corriente fueron ásperamente
criticadas y rechazadas por
[8] Baroja no fue el único en adoptar la técnica de la presentación de una
crisis de fe como transfiguración simbólica de una más amplia crisis de valores
e ideales políticos. Resulta muy interesante, con este propósito, la
comparación con San Manuel Bueno, martir
de Miguel de Unamuno o Nuestro padre San
Daniel y El obispo leproso de
Gabriel Miró. Más informaciones sobre el tema se pueden encontrar en la
contribución de J. Dendle (1988), dedicada a una reflexión más amplia sobre el
tema de la novela española de tesis religiosa.
[9] La novela está dividida en tres partes más un prólogo y un breve
epílogo. La primera parte, titulada El
seminario, consta de trece capítulos. La segunda parte, Monleón, es la más extensa y contiene
treinta y nueve capítulos y la última, La
crítica, veintitrés.
[10] Como confirmado por González Soriano (2011), en mucha narrativa
barojiana interesa no sólo el personaje central, sino también la multitud de
individuos que pululan a su lado y que muy a menudo concentran la atención del
novelista.
[11] La importancia del tema panteísta en la producción narrativa de Pío
Baroja ha sido subrayada, entre otros, por F. Bello Vázquez (1993).
[12] El nombre, de pura fantasía, alude al de Mondragón, pequeño pueblo
vasco.
[13] Baroja entró en contacto
con las principales Vanguardias artísticas europeas pero, diferentemente de
otros autores de su Generación, rechazó los aspectos más extravagantes de ellas
para concentrarse mayormente en la caracterización del paisaje y de los
personajes de sus novelas.
[14] La defensa de Basterreche, como él mismo reconocerá más adelante, es
puramente teórica porque según el médico los españoles de esta época serían
totalmente incapaces de organizar y realizar una verdadera revolución
proletaria siendo “gente demasiado petulante” que no “tiene instinto popular
como lo tuvo en la guerra de
[15] Gran parte de la crítica subraya la fuerte compenetración entre los
temas de las novelas del autor vasco y la realidad histórica en la que fueron
concebidas. Véanse con este propósito las contribuciones de I. Elizalde (1986),
J.M. López-Marrón (1985) y J. Campos (1983).
[16] Los demás grupos individuados por Granjel son los personajes abúlicos,
los personajes nietzscheanos y los personajes aventureros. Cada uno de ellos
reflejaría un aspecto distinto de la personalidad del autor.
[17] Se trata de una clasificación teórica que ha sido
formulada para conferirle algún tipo de orden a la desmesurada gama y variedad
de los personajes barojianos. El hecho de que ellos hayan sido divididos en
estos grupos, sin embargo, no implica que se trate de personajes monocordes y
sin personalidad.
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