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Revista de estudios filológicos
Nº25 Julio 2013 - ISSN 1577-6921
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teselas

Señores niños, Daniel Pennac

(DeBolsillo, Barcelona, 2012)

 

          La continuación fue el despertar de Joseph Pritsky (el hijo Pritsky pues, el hijo de Pope y de Moune Pritsky, no el mío, no Igor). Joseph se despertó, con, en la boca, un sabor a vieja bilis que no conocía, una hiel de ave mal vaciada, que ascendía de las profundidades de sus propias tripas y que calificó de «asqueroso». Su cabeza tenía un peso absolutamente anormal, «un peso de diccionario», decidió, y en ella daban vueltas, vete a saber por qué, algunas expresiones inglesas: a grinding in the bones, por ejemplo… bones, eran los huesos, si su dudosa memoria de alumno no le engañaba, pero ¿grinding? Y, sobre todo, una pregunta: ¿por qué estoy pensando en inglés? ¡No es lo mío! Lo mío son las mates… deadley nausea… sí, es cierto… deadley nausea… unas mortales ganas de vomitar… Pero, ¿por qué en inglés? La mano que Joseph levantó para agarrar el respaldo de la silla derribada pesaba casi más que su cabeza, y su brazo parecía un brazo de piedra… «soy como una estatua que se mueve»… y cuando lo dejó caer todo de golpe al suelo –mano, brazo y cabeza–, la cosa hizo, efectivamente, el sordo ruido de una estatua que se derrumba… y ese ruido le acojonó… a horror of the spirit… de un modo por completo desconocido, «nunca he tenido tanto miedo en mi vida», una especie de pánico that cannot be exceeded at the hour of birth or death… «No, no exactamente “pánico”, Pritsky», declaró de pronto la voz de Crastaing en la cabeza de Joseph, pero un Crastaing insólito, un Crastaing juguetón y cooperativo: «Busque la palabra justa, muchacho, no es pánico lo que siente el bebé ante la inminencia de su nacimiento (birth) o el moribundo en el momento del óbito (death), puede ser, si quiere usted, pánico, pero con algo más, porque tanto el uno como el otro están ante lo inimaginable, ¿me comprende?, o, mejor dicho, ante lo inconocible, sienten pánico, de acuerdo, pero con algo más…» «¿Más qué, señor?» «…más fundamental…» «An… angustia, señor?» «Eso está mejor, sí, angustia, sí, Kierkegaard estaría de acuerdo con usted.» ¿Qué? ¿Qué cagar? Pero, ¿qué está diciendo Crastaing…?

(pp. 87-88)

 

          En lo que me concierne, nunca permití a Igor asfixiarme con sus «por qué». Mientras que Tatiana se embarcaba con sospechosa paciencia en el laberinto sin fin de los «por qué, porque, pero por qué, porque…», yo superé muy pronto el proceso de las respuestas causales.

          - ¡A los niños les importan un pimiento las causas, Tatiana! Solo les interesa el objetivo.

          Y es la verdadera verdad. Cuando un mocoso te pregunta «¿Por qué llueve?», la peor respuesta que puede darse se refiere a «las nubes…», respuesta que produce ipso facto un «¿Por qué las nubes?», y ya estás embarcándote en el complejo análisis de las «precipitaciones atmosféricas», «¿Por qué las presipitasiones?», con su cortejo de anticiclones, «¿Y por qué vienen de Lasa Sores?»… Enloquecida espiral en la que topas, pronto y fuerte, con las paredes de tu incompetencia, lo que te fuerza al bofetón liberador o, peor aún, a la mentira.

          No. Esa edad exige respuestas finales.

          ¿Un ejemplo de respuesta final?

          - ¿Por qué llueve? –preguntaba inevitablemente Igor cuando paseábamos los domingos por el campo–. ¿Eh? ¿Por qué llueve?

          - Para que crezcan las flores, Igor.

(pág. 94)

 

          - Pues eso es lo que me dio por culo –admitió Joseph con elegancia–. ¡Yo pensando en inglés! Tal vez vosotros, a los que se os da tan bien, podréis traducirlo.

          Y comenzó a recitar, a jirones, lo que había cruzado por su mente:

          - «A grinding in the bones… deadly nausea… a horror of the spirit…».

          - «…that cannot be exceeded at the hour of birth or death…» -prosiguió Nourdine tan naturalmente como si, aquella mañana, se hubiera despertado en la cabeza de Joseph–. «Then these agonies began swiftly to subside, and I came to myself as if out of a great sickness.» ¿Queréis que siga?

          Lo cierto es que los otros dos le miraban como si la gran sorpresa de la víspera no hubiera sido su metamorfosis. Nourdine decidió tranquilizar las cosas.

          - Tranquis, muchachos, al menos ahí no hay ningún misterio. Es el texto de Stevenson que el profe de inglés nos hizo aprender en el primer trimestre. Jekyll y Hyde, ¿no os acordáis? El texto de la transformación. Cuando bebe la poción.

          - Ah, … -dijo Joseph–. «I drank off the potion…»

          - Eso es.

          ¿Fue la evocación de Stevenson? ¿El irreversible drama de Jekyll? Se sumieron en un cavernoso silencio.

(pp. 172-173)