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Lorenzo López Sancho,
"FILÓLOGOS Y FILÓSOFOS" (Planetario),
ABC, miércoles, 30 de enero de 1985

Josep Peñarroja Fa,
"Homenaje al intérprete"
,
EL PAÍS, Cartas al Director, jueves 22 de noviembre de 2001

Javier del Pino, Washington,
"Se necesitan espías con idiomas",
EL PAÍS, martes, 14 de abril de 2001

Sandro Pozzi, Bruselas,
"No te entiendo, ¿hablas flamenco?"
,
EL PAÍS, Sección Internacional, sábado 31 de marzo de 2001

RECORTES

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Lorenzo López Sancho, “FILÓLOGOS Y FILÓSOFOS” (Planetario), ABC, miércoles, 30 de enero de 1985

 

 

Lo mismo que el prestidigitador de la chistera en la que había puesto un pañuelo amarillo saca un conejo blanco, la novísima magia de la imprenta a la que los expertos llaman ahora “composición en frío” sacó ayer de la deslucida chistera de mi planetario un auditorio de filósofos donde yo había escrito un auditorio de filólogos.

         No creo que el buen sentido del lector, al que tantas veces se acude para disculpar las erratas, haya podido salvar la, en apariencia, enorme distancia que existe entre decir filósofos y decir filólogos. Así que involuntariamente resulta cambiado el magnífico discurso del nuevo miembro de la Real Academia Española, Valentín García Yebra. Los filósofos supuestos aplaudieron largamente el discurso del filólogo.

         Pero de lo que hablaba con admirable autoridad García Yebra era, más allá de la superficie del lenguaje, de las palabras, de su traslado por los traductores de unas a otras lenguas; del enriquecimiento de éstas por los préstamos que producen neologismos o por los calcos que integran en unas lenguas estructuras de otras, y ahí, tal vez, hemos dado con la clave, la llave que abre la puerta por la que filólogos y filósofos se encuentran.

         Esa clave puede ser la palabra estructura, de la que se ha derivado el estructuralismo del que tanto se ha hablado, en muchos casos de memoria, en estos últimos veinte años. Alguien ha escrito que el estructuralismo no es una filosofía, sino una rebelión contra la filosofía. En cualquier caso, ya sea lo uno o lo otro, la conexión entre los dos términos, dos actitudes ante el conocimiento, es evidente. Lo que decía García Yebra al hablar de la estructura de los neologismos, de las interpenetraciones culturales por las traducciones y la incorporación de palabras y estructuras sintácticas ajenas, es materia en la que filósofos y filólogos se encuentran.

         Ya se percibía eso hace casi veinte años, en 1966, cuando Michel Foucault publicaba en Gallimard su iluminador estudio titulado “Les Mots et les Choses”, al explicar que en el hombre es el lenguaje el que habla, no el yo. El gran lingüista-filósofo de Clermont Ferrand venía a desmontar el ya viejo mecanismo nietzscheano de la muerte de Dios, para formular la idea de la muerte del hombre, hipotético sujeto de las ciencias humanas.

         Determinar el remoto origen de muchas de las palabras que no sé decir si usamos o nos usan es una parte del método estructural, la llamada diacronía, que estudia el lenguaje como un proceso evolutivo. Nosotros, las gentes vulgares –y hablo sólo de mí, no de usted-, sentimos el lenguaje en su aspecto sincrónico, o sea en el estado concreto en que lo hallamos y le dejamos que se sirva de nosotros. Tanto los filólogos como los filósofos tenían derecho a asiento de primera fila el domingo en la Academia. De modo que aclaro lo que yo dije, pero no desmiento lo que el duende de la imprenta me hizo decir. Así que, vale.

 

 


EL PAÍS, Cartas al Director,  jueves 22 de noviembre de 2001.

 

 

 

Homenaje al intérprete

 

En estos días en que la prensa rinde homenaje a los periodistas fallecidos en Afganistán, permítanme reivindicar como humilde tributo de reconocimiento la figura del intérprete cuyo nombre se desconoce, que facilitaba la labor de éstos y que también nos dejó tan anónimamente como ejerció.

Como puente cultural, el fallecimiento de este comunicador  no puede más que apenarnos, pero sirvan estas líneas para alentar a mis colegas traductores e intérpretes que trabajan en duras condiciones en zonas de conflicto y que no gozan del reconocimiento y fama de otras profesiones intelectuales.

 

Josep Peñarroja Fa, Presidente de la Asociación de Traductores e Intérpretes jurados de Cataluña. Barcelona.

 

 


Javier del Pino, Washington, “Se necesitan espías con idiomas”, EL PAÍS, martes, 14 abril de 2001.

 

 

 

EEUU se enfrenta a problemas de seguridad ante la escasez de agentes bilingües, traductores e intérpretes

 

 

Para las generaciones que han crecido con la imagen de James Bond como la del perfecto agente secreto, cabe entender que su dominio de los idiomas es una cualidad necesaria para alguien que dedica su tiempo a evitar el peligro, y más aún si lo hace siempre delante de la chica. A ningún espectador le sorprende que Bond se haga pasar por ruso en Rusia: un buen espía no tiene acento cuando habla otro idioma, porque para eso le pagan.

Ahora viene la realidad: EEUU espía cada vez peor porque no entiende lo que dicen los enemigos. Tal es la escasez de traductores intérpretes o agentes bilingües como para empezar a pensar que los idiomas están poniendo en peligro la seguridad nacional del país.

El problema del Departamento de Justicia y el Pentágono es similar al que tiene el Departamento de Estado a la hora de buscar personal para las embajadas en el extranjero: los aspirantes sólo hablan inglés.

Parece extraño aceptar la escasez de idiomas en un país tan multicultural como éste. De hecho, el problema no es la falta de candidatos son varios idiomas en su cabeza, sino los criterios estrictos que aplica el FBI para dar su visto bueno a las personas que quieren ser espías.

Por lo general, los candidatos bilingües que desean trabajar para organismos relacionados con la seguridad tienen uno de estos dos problemas: o su nivel de inglés no es lo perfecto que debería ser, o su pasado como inmigrantes –o hijo de inmigrantes- les impide superar la investigación preceptiva que hace el FBI.

Cuenta el New York Times que en 1998, cuando la CIA y el FBI investigaban el bombardeo de las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania, interceptaron una conversación entre los sospechosos de aquel atentado. Con esfuerzo, llegaron a identificar la lengua en la que hablaban, pero fue imposible encontrar a un traductor que contara con la confianza de los organismos de investigación: no querían arriesgarse a que el traductor resulta luego ser un espía.

Hay un problema adicional que impone el signo de los tiempos: la globalización extiende el uso del inglés. Cada vez menos alumnos se esmeran en el aprendizaje de otras lenguas, y quienes lo hacen escogen prioritariamente el español, el francés o el alemán, idiomas poco usados por los enemigos convencionales. Hay dos opciones: o cambian los enemigos o los espías aprenden idiomas. Y en esto último están los encargados de la seguridad nacional en EEUU.

Con los nuevos sistemas de vigilancia e incluso con los pinchazos cibernéticos a comunicaciones por Internet, las agencias de espionaje acumulan más documentos y más grabaciones que necesitan ser traducidas. Y por gente de confianza. Tal es la escasez que incluso el Pentágono está decidido a poner en marcha una política de cuotas en el reclutamiento de soldados para abrir las filas a hijos de inmigrantes con  mayor don de lenguas.

EL Departamento de Defensa es el que tiene las mayores y mejores instalaciones para el aprendizaje de idiomas. Y nada de español, francés o alemán: se enseña ruso, koreano, árabe y, por razones ahora más obvias que nunca, chino.

Hay una solución provisional que ha planteado el Departamento de Justicia: la creación de un grupo de traductores de élite que esté a disposición de todas las agencias de investigación del país y todas las instituciones que necesiten traductores fiables. Richard Brecht, responsable del centro Nacional de Lenguajes en la Universidad de Maryland, asegura en el diario neoyorquino que la inteligencia de EEUU no pudo anticipar los experimentos nucleares de Indica y Pakistán en 1998 porque no encontraron un traductor para la información que habían conseguido.

La mitad del personal que el Departamento de Estado emplea en el extranjero carece del nivel necesario de conocimiento del idioma del país al que va destinado. En una comparecencia sobre este problema, los senadores supieron hace poco que el FBI deja sin traducir millones de páginas y miles de horas de grabación por falta de medios lingüísticos.

Algunas consecuencias son tristes: se podría haber evitado el atentado del World Trade Center de Nueva York en 1993 si se hubieran traducido unas conversaciones grabadas en la prisión federal en a que uno de los terroristas explicaba a otro -en árabe- cómo debía construir la bomba. Otras son embarazosas: un documento de la CIA contenía la traducción de un artículo publicado en un periódico palestino en el que se acusaba a Israel de usar armamento con uranio “flebotomizado”. Querían decir “empobrecido”.

 

 


Sandro Pozzi, Bruselas, “No te entiendo, ¿hablas flamenco?”, EL PAÍS, Sección Internacional, sábado 31 de marzo de 2001.

 

 

 

Los jueces belgas investigan el diálogo de sordos entre ferroviarios que frustró el intento de evitar el choque de trenes

 

Los ciudadanos belgas no dan crédito a lo ocurrido sólo unos segundos antes del choque de trenes que el pasado martes costó la vida a ocho personas en Pécrot. Los jueces han abierto una investigación sobre el diálogo de sordos que se produjo entre los responsables del cambio de agujas de las estaciones de Wavre y Lovaina. El primero, que avisó de que uno de los trenes marchaba en dirección errónea, hablaba en francés, pero el otro le respondía en flamenco. Ambos acabaron colgando el teléfono y no evitaron el accidente.

La prensa belga no ahorró ayer titulares en sus primeras páginas: “Un diálogo de sordos precipitó la colisión” (Le Soir) o “Choque al final de la barrera lingüística” (La Libre Belgique). Todos denuncian la falta de medios técnicos y de coordinación en la Sociedad Nacional de ferrocarriles Belgas (SNBC). Los dos citados periódicos reproducen el diálogo íntegro entre los controladores, que se produjo durante 30 segundos y sólo a cuatro minutos de la colisión. “Los cinco últimos minutos del tren maldito”, titula La Dernière Heure. Según la transcripción, el controlador de Wavre (en francés) intentó prevenir a su compañero de Lovaina (en flamenco) de que el tren de servicio iba en dirección contraria y le pidió que parara el suyo. Pero no lo entendió:

 

Ø      Wavre: No mandes el 58, eh, no mandes el 6458.

Ø      Lovaina: No te entiendo, no te entiendo, ¿hablas flamenco?

Ø      Wavre: No...hay prisa, espérate...

Ø      Lovaina: Ya salió...Creo que la cosa ya está en curso....

Ø      Wavre: Hola [la comunicación se corta].

 

La confusión se explica, en parte, con el hecho de que las dos estaciones se encuentran en la misma franja que divide a Bélgica en dos comunidades lingüísticas diferentes, la francófona (de la que salió sin autorización el tren de servicio) y la flamenca.

La polémica suscitada por este malentendido sobrevoló en la reunión del Consejo de Ministros, que ayer acordó la reforma de la SNCB. La coalición gubernamental llegó a un acuerdo para un plan de inversión de 644.000 millones de francos belgas para la empresa de ferrocarriles, de la que el Estado posee el 98% de las acciones. Ocho personas resultaron muertas y 12 heridas en el accidente del martes, que tuvo lugar a 20 kilómetros al sureste de Bruselas. El conductor, de 31 años, había sancionado anteriormente por haberse saltado un semáforo en rojo, lo mismo que hizo el martes y provocó el fatal accidente.