REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


HISTORIA (ANTIGUA) Y FILOLOGÍA
Rafael González Fernández
(Universidad de Murcia)



 

 

 

 

          La Filología es Historia y la Historia es Filología. Estas palabras manifestadas por Alfred Gercke[1] en 1909 siguen manteniendo su vigencia en la actualidad de cara al debate en torno a la función de la Filología, de la Historia, e incluso de la Arqueología en el estudio y comprensión del mundo antiguo[2].

 

I La Filología

El concepto de filología resulta muy difícil de precisar. Hasta tal punto es así que, por ejemplo, ya en 1914 W. Jäger[3] afirmaba que existen tantos conceptos de filología como filólogos. Si bien esta aserción es, a todas luces, hiperbólica, resulta, en efecto, difícil distinguir un método y unos objetivos filológicos comunes a lo largo de toda la historia. Si bien es cierto que el concepto ha experimentado oscilaciones, tanto amplificatorias como restrictivas, en su desarrollo histórico.

Se han dado múltiples definiciones de Filología: “ciencia histórica que tiene por objeto el conocimiento de las civilizaciones del pasado mediante los documentos escritos conservados; otra definición: el estudio de una lengua fundamentado en el análisis crítico de los textos escritos en esa lengua”; otra, la define como “fijación o estudio crítico de los textos y de su transmisión, mediante la comparación sistemática de los manuscritos o de las ediciones y a través de la historia”.

Además del estudio en sí de los textos, el campo de  la filología se extendió al de su contenido (la lengua, el estilo, el contexto histórico y cultural, etc.). Así a finales del siglo XIX tenía cierta ambigüedad, ya que para algunos era el “estudio de los documentos escritos y su transmisión”, para otros era la “ciencia universal de la literatura”, o “el estudio general de las lenguas”. De hecho la Filología, que aunque nacida en época helenística como ciencia, podemos decir que se constituyó en la época del Renacimiento como la primera de las ciencias humanas, acabó por desmembrarse a medida que éstas surgían y se precisaban: historia, lingüística, crítica literaria, estilística, etc. El objeto propio de la Filología se ha ido a su vez precisando y haciéndose más restringido y desde esta perspectiva reduccionista podemos decir que hoy en día la filología se concibe como el estudio de la fijación del texto, es decir su fecha, su desciframiento, su crítica interna (fijación de las variantes y la “lectio melior”), y eventualmente su comentario (referencias que faciliten la lectura y aparato crítico que garantice su autenticidad). Todos estos datos obtenidos por el filólogo pueden ser posteriormente utilizados por el historiador, por el lingüista, el crítico literario, etc.

 

II Desarrollo de la Filología y nacimiento de la Historia Antigua. La “Altertumswissenschaft”

Planteado lo anterior podemos pasar a intentar establecer las relaciones con la Historia Antigua. En ocasiones a un profesor de Historia Antigua se le plantean cuestiones, por parte de sus alumnos, del tipo siguiente: ¿en qué se diferencia un historiador del mundo antiguo de un arqueólogo clásico, cuando en muchísimas ocasiones trabajan sobre temas casi idénticos y tanto uno como otro utilizan las mismas fuentes arqueológicas y literarias? O ¿qué diferencia a un filólogo latino o griego cuando en las clases universitarias de su titulación explican Historia de Roma o Historia de Grecia, de un profesor de Historia Antigua cuando explica a sus alumnos esas mismas asignaturas?. Redundando en este mismo debate hemos de recordar que hasta no hace muchos años en la universidad española  la epigrafía y la numismática eran impartidas por arqueólogos y que en la actualidad son explicadas por historiadores del mundo antiguo. Y hoy en España, por no salir de nuestras fronteras, hay eminentes epigrafistas que vienen de la Historia Antigua, de la Filología y también de la Arqueología.  Incidiendo en este punto hemos de decir que hasta hace unos 25 años casi la totalidad de los profesores de Historia Antigua provenían del mundo de la Filología Clásica, evidentemente porque hasta que no se creó el área de conocimiento el estudio del mundo antiguo era llevado por los filólogos que se especializaban en “historia antigua”, pero esto es sintomático y nos precisa bien nuestros orígenes.

        Planteados los problemas aunque sea de manera sucinta pasemos a tratar las relaciones entre Filología e Historia Antigua en el ámbito científico actual.

        Tratar de Historia Antigua y de Filología es tratar de ciencias complementarias y metodológicamente muy emparentadas. Se puede decir sin temor a equivocarnos que fue en la Alemania de finales del XVIII y principios del XIX en donde se dan los factores idóneos y oportunos que darán lugar a la eclosión de los estudios filológicos, en su vertiente clásica y por ende al nacimiento de la Historia Antigua. El auge de la ciencia alemana en general, y de la prusiana en particular, hace que a lo largo del siglo XIX se convierta Berlín en la indiscutida capital de la "Altertumswissenschaft". Durante este siglo se crea el Instituto Arqueológico Alemán, también los Berliner Museen y la Deutsche Orientgesellschaft y tiene lugar el viaje de August Böck a Grecia y las excavaciones arqueológicas de Heinrich Schliemann. Este proceso se iniciará con la actividad en Halle de Friedrich August Wolf, quien se trasladará en 1810 a Berlín, donde dicho proceso habría de cristalizar, desempeñando en éste un papel importante la creación de la Universidad de Berlín y la reforma de la Academia Prusiana de Ciencias, favorecida por la orden de Federico II de que en todos los escuelas de Prusia se tuviera en gran estima al griego y al latín, lo que se uniría a principios del siglo XIX a la fundación de la Universidad de Berlín transida desde sus orígenes por el idealismo alemán. Dentro del presente contexto, la aportación prusiana a la Filología Clásica se manifestará en liberarla de la teología y de los profesores de gimnasios.

          La Historia Antigua, por su parte, se desarrollará más tardíamente, de manera que no se desenvolverá de forma autónoma con respecto a la Filología Clásica, aunque se trate de una historia filológica, hasta la llegada a Berlín en 1859 de Theodor Mommsen. El siglo XIX en Prusia contemplará el desarrollo del interés hacia la idea del Estado en la Historia, mediante la labor historiográfica de Niebuhr y de Mommsen. Contemplará, igualmente, la  aparición de un estilo neoclásico en Arte, como reacción contra el neorrenacimiento y el neobarroco de la Alemania Guillermina, aunque se  aprecia una degeneración del "pathos" en la escultura, que alcanzará su cenit  durante el período nacionalsocialista, ya en el siglo XX, cuyas manifestaciones artísticas se singularizarán por el gigantismo atentatorio a la medida humana y por su maciza brutalidad.  Por lo que a la Arqueología Clásica se refiere, se continúa en el siglo XIX la herencia de Winckelmann, con la idea de ver en la Historia del Arte Griego el fundamento de una teoría de lo bello, tanto a modo de historia como en forma de ejemplo, sirviendo la Arqueología Clásica de fermento para el ulterior desarrollo de la Historia Antigua y de plasmación de los mitos ya conocidos por la literatura, al igual que el cultivo de la Egiptología en Berlín contempla su origen en Alexander Von Humboldt.

          Como hemos comentado más arriba, en el desarrollo del concepto de filología es muy importante el papel desempeñado por Friedrich A. Wolf[4]. Con él se instaura la concepción de la filología como macrociencia de la Antigüedad o Altertumswissenschaft. Bajo esta visión historicista y totalizadora la filología se define como "interpretación de todas las manifestaciones del espíritu de un pueblo" (compárese con el concepto de Hermeneútica, de inspiración hegeliana). Este nuevo enfoque provoca la ampliación de su campo de estudios y una cierta dispersión de sus objetivos. Heredero de esta visión A. Böck[5], discípulo de Wolf, caracteriza la filología como "conocimiento de lo producido por la mente humana, es decir, conocimiento de todo lo conocido". Otros compratiotas suyos de la talla de C. Heyne (1729-1812), y K. Lachmann[6] (1793-1851) enfocaban el conjunto de las ciencias de la Antigüedad (Altertumswissenschaft, Altertumskunde) como filológicas y del que con el tiempo se desgajó lo que hoy conocemos como Historia Antigua.

En el XVIII la ciencia filológica comprendía la totalidad de la vida y de la producción intelectual del mundo clásico, además de la idea central del Geist de esa misma Antigüedad y que se veía reflejada en dos campos principales: por un lado, el contenido: las artes, ciencias y vida pública de griegos y romanos, y por otro lado, la forma, es decir, la lengua y sus auxiliares.

Sin embargo otros autores intentaron separar la Historia de la Filología, aunque quizás convendría mejor hablar de separación metodológica. Dos eminentes ejemplos los constituyen las figuras de J.G. Droysen con su obra Gründriss der Historik, Leipzig, 1867[7], y E. Berheim, Lehrbuch der historischen Methode und der Geschichtsphilosophie, Leipzig, 1889. De todas formas la unidad de la Filología con la Historia continuó predicándose por parte de estudiosos como Hermann Usener quien en Bonn, en 1882, publicó Philologie und Geschichtswissenschaft. O un poco más tarde Alfred Gercke codirector de la obra Einleitung in die Altertumswissenschaft[8], y más concretamente en el capítulo dedicado a la metodología, en un apartado dedicado a la unidad del método histórico-filológico (“Die Einheit der philologisch-historischen Methode”), escribe: “la Filología es Historia y la Historia es Filología” (“Philologie ist Geschichte, und Geschichte ist Philologie[9]”)

No obstante hay que precisar que el concepto de Filología de los siglos XVIII y XIX era mucho más amplio y poco cercano al concepto restringido que suele existir hoy – en ocasiones Literatura más Lingüística – y que se trataba de un concepto bastante amplio, cercano, casi equivalente, a Ciencia de la Antigüedad y con un carácter eminentemente historicista[10]

          En el siglo XIX, otro alemán, W. Freund definiría la Filología como ciencia de la Geistleben de griegos y romanos en su obra Triennium Philologicum, publicado en 1874, es decir, como el estudio de su vida y de su espíritu, que se veía manifestado tanto en la lengua y los diversos testimonios escritos como en la vida pública, costumbres, religión, etc.

Cesare Cantú conocido historiador italiano del siglo XIX se hace eco de los investigadores alemanes y menciona que éstos con el nombre de Filología indican, no sólo el estudio literal de los textos, sino también la ciencia propia de la Antigüedad[11].

Los estudiosos que se alinean bajo esta corriente subrayan la importancia del contexto histórico[12] como base y finalidad misma de la interpretación de los textos, llegando, en algunos casos, a identificar la Filología con la Historia. Esta amplia concepción hace que se cifren sus objetivos en el "estudio de una civilización[13]", o, en el caso de la Filología Clásica, en el estudio de "la cultura greco-romana en su esencia y en todas las manifestaciones de su vida[14]".Aunque Wilamowitz representa la culminación de esta concepción, la influencia de la corriente "historicista" se ha dejado sentir, si bien con matices, en otros muchos autores posteriores. A modo de ejemplo pueden servir los testimonios de A. Tovar y G. Funaioli. Así, en opinión de A. Tovar[15] "la filología, primordial y originariamente, es una habilidad, un arte; consiste simplemente en tomar un texto y poder explicarlo bien, sin dejar ningún punto oscuro... Entran en ella, ya no sólo la gramática, sino la historia, la arqueología, la mitología, la geografía. Y entra, además, no ya sólo la explicación de un texto dado, sino la preparación de un texto legible, libre de erratas y corruptelas, la fijación de un texto lo más próximo posible a lo que pudo escribir el autor o lo que se imagina que es autor".

          Para G. Funaioli[16] "la filología es y quiere ser comprensión crítica e histórica, interpretación de la palabra, de los sentimientos, de las ideas de un escritor, exploración de su personalidad, conocimiento científico, íntima compenetración y complementación de los espíritus y de las formas del mundo antiguo en su unidad, principalmente de cuanto de él nos ha quedado como patrimonio vivo: historia -no pura historicidad- y arte, dos momentos que no se pueden separar".

          A finales del siglo XIX, como reacción a esta visión "historicista" y coincidiendo con el nacimiento de la gramática comparada, algunos autores propugnaron una tajante escisión entre gramática/lingüística, por una parte, y filología/literatura, por otra. Así, en 1905 murió Kurt Wachsmuth, el último titular en Alemania de una cátedra en la que marchaban unidas las disciplinas de ‘Filología Clásica e Historia Antigua'. Poco a poco, como, por ejemplo, señala J. Lasso de la Vega[17], la historia antigua, la arqueología, etc., se fueron emancipando del tronco común de la Filología Clásica[18]. La creciente complejidad en los métodos justificó (y sigue hoy justificando), en gran medida, la necesidad de una especialización. De este modo los objetivos de la filología quedaban reducidos, según la definición de G. Hermann, a "la exégesis de textos a la búsqueda de la congruencia entre forma y contenido".

          Por otra parte, las nuevas corrientes lingüísticas, estructuralismo y gramática generativa, han reabierto esta antigua controversia al proponer una clara distinción entre Filología y Lingüística. Así, L. Hjelmslev[19], en su teoría glosemática, separa nítidamente los campos de la filología (= el estudio del lenguaje y de sus textos como medio de conocimiento histórico y literario') y de la lingüística (= el estudio del lenguaje y de sus textos como fin en sí mismo'). En este mismo sentido, H. Lausberg[20] considera que el filólogo tiene como meta los textos, mientras que el lingüista atiende al estudio del instrumento `lengua'.

          No cabe duda de que la distinción entre langue y parole ha dado importantes frutos en el desarrollo de la Lingüística General. Sin embargo, como han señalado muchos estudiosos[21], en lo que se refiere a las lenguas clásicas, Lingüística y Filología son nociones básicamente solidarias que han llegado, incluso, a confundirse e identificarse. En efecto, como recordaba J. Siles[22], "Lingüística y Filología se aúnan a la hora de intentar el estudio sistemático de la lengua latina. Porque, sin la primera (sin la Lingüística) no podríamos llegar a comprender el sistema de la lengua y, por lo tanto, no poseeríamos la llave primera y principal para abrir (entender) el texto. Y porque sin la segunda (sin la Filología) nuestro entendimiento y comprensión del texto sería muy parcial".

          Según P. Quetglas[23], una vez superada esta fase gracias a los intentos reconciliadores de Curtius y Corssen, entre otros, se llegó a lo que él llama "etapa actual de sedimentación", en la que se ha tratado de alcanzar un cierto equilibrio conciliando las posturas extremas representadas por los historicistas y sus detractores. Esta "conciliación" es, más bien, consecuencia de un nuevo planteamiento de las relaciones entre Historia y Filología no como un conflicto de intereses sino como una relación de paridad y complementación[24]. En cierto modo los modernos estudiosos retoman la idea integradora -utópica, si se quiere, pero aún fructífera- de la Altertumswissenschaft, pero matizan la formulación historicista, viendo entre las disciplinas que la constituyen un vínculo no de subordinación sino de necesaria interdependencia. Desde esta perspectiva se tratan de hallar, sin negar su sentido histórico, los rasgos diferenciadores de la Filología. A esta visión se adscriben, entre otras, las recientes manifestaciones de algunos filólogos españoles:

                    "Los filólogos -afirma M. Mayer[25]- leemos los textos, los arqueólogos la cultura material: la Historia Antigua nos sintetiza... Nos hallamos no ante la servidumbre sino ante la paridad, y una paridad legítima. No en vano la Filología en su concepto decimonónico es una materia esencialmente histórica... Nuestro campo de estudio llega hasta todos los puntos a los que debamos llegar para hacer acopio de información que nos permita dar completo y pleno sentido a nuestros textos".

          A juicio de J. Gómez Pallarés[26], el filólogo "tiene que abordar el estudio de los textos clásicos en la conciencia de que éstos nunca fueron elementos aislados en su mundo, sino que su aparición respondió a la existencia de un proceso creador, formado por múltiples referencias a detectar. Estas referencias pueden, y deben, buscarse en las claves lingüísticas que proporciona el texto, pero también en las que da el entorno en que éste fue creado".

          Para J.S. Lasso de la Vega[27], "sin filología no hay historia”. Negar a la filología clásica, desde Wolf en adelante, sentido histórico sería sencillamente una calumnia. Sin embargo, hay algo diferencial entre ambas disciplinas. Dejemos que lo diga un eminente historiador, Eduardo Meyer: Yo definiría la esencia de la filología diciendo que ella introduce los productos de la Historia en el presente y los trata como presentes y subsistentes... La filología trata a su objeto no como algo en devenir, ni históricamente, sino como  algo que es y es existente'". En su opinión la tarea del filólogo clásico se concreta en las siguientes finalidades:

         a) probar la validez y encontrar la significación de los testimonios antiguos.

         b) hallar la conexión entre los distintos aspectos, solidarios, y la concepción total del mundo y de la vida en la antigüedad clásica.

         c) describir ese conjunto unitario de la cultura antigua.

         d) buscar la línea de continuidad entre el espíritu moderno y la concepción de la vida y el pensamiento de un mundo pretérito.

          En este último punto Lasso de la Vega se distancia de la filología historicista del XIX y defiende la actualidad de la orientación neohumanista preconizada por W. Jäger[28], convencido de que la ciencia de la antigüedad clásica de hoy "sólo como umbral de un renovado Humanismo gana su pleno sentido", como nexo, en fin, entre la Antigüedad Clásica y la Cultura Moderna.

          En las modernas concepciones, la filología, sin prescindir de la ayuda de otras disciplinas (¿ciencias auxiliares? ¿quién es auxiliar de quien?), trata de hallar su status propio como "ciencia que atiende a la fijación, comprensión y explicación de un texto a partir del contexto (lingüístico) y del contexto (histórico-literario) en que se produce". A continuación, mencionaremos, a modo de ilustración, algunas de las definiciones que se agrupan bajo esta tendencia:

          Según J. Irmscher[29], la filología es "la investigación del desarrollo cultural de un pueblo sobre la base de su lengua y su literatura".

          Para R. Pfeiffer[30], "la filología es el arte de comprender, explicar y restablecer la tradición literaria".

          En opinión de G. Righi[31], la filología es "el interés por conservar los textos, por fijar con exactitud los documentos, por establecerlos y documentarlos para poderlos describir fidedignamente y reproducirlos de un modo sensible como depósitos de la sabiduría cierta del pasado". "La filología -añade- lleva consigo virtualmente la vocación interpretativa además de la aptitud para la crítica textual".

          A juicio de G. Jäger[32], la aparición de la filología vino propiciada por la conjunción de determinados factores: las dificultades surgieron cuando entraron en juego diferencias lingüísticas de naturaleza diatópica y diacrónica que, a los ojos del receptor, obscurecieron e hicieron peligrar la preservación y/o comprensión de los textos antiguos. Para superar estas dificultades de interpretación, la filología alejandrina, sentando las bases de la moderna ciencia filológica, se propuso actuar en tres ámbitos:

        a) restituir la forma original del texto (Crítica Textual y Técnica de Edición)

        b) comprender y explicar la lengua del texto (Lexicografía y Gramática; comentario lingüístico)

        c) interpretar convenientemente el texto dentro del marco literario en que se produce. En este ámbito también tiene cabida la explicación del contenido del texto y su adscripción a un contexto histórico determinado.

          La mayoría de los textos antiguos -añade el filólogo alemán- exigen ser tratados bajo todos estos puntos de vista. La tarea del filólogo consistirá, por tanto, en combinar los procedimientos adecuados para alcanzar los objetivos que acaban de mencionarse.

          V. Bejarano[33], retomando los objetivos preconizados por la filología alejandrina, adscribe los dos primeros (a y b) al ámbito de la filología formal y el último (c) al de la filología real, según la terminología actualizada de A. Gercke-E. Norden[34].

          A partir de la definición más amplia de filología, entendida como "conocimiento de todo cuanto es necesario para alcanzar la correcta comprensión de un texto", P. Quetglas[35] divide las disciplinas relacionadas con la filología en dos grupos: a) las relacionadas con la filología formal, que nos suministran un texto y nos permiten su comprensión a un nivel primario: paleografía, epigrafía, codicología, papirología y lingüística; y b) las relacionadas con la filología real, que nos ayudan a comprender por completo el texto ya asumido a nivel  primario: geografía, historia, civilización (derecho, religión, filosofía, etc.).

          Como podemos observar, en estas definiciones la filología se caracteriza como el estudio de la lengua y la literatura, unificándose alrededor de un elemento fundamental: el texto.

Víctor José Herrero resume el concepto actual del término philologia: “Para unos se limita solamente a una erudición centrada en las lenguas y literaturas clásicas. Según otros abarca el concepto de las disciplinas que en la época actual se ocupan del mundo antiguo. Todavía hay quien confunde con la Lingüística, rama que, en realidad, forma parte, como otras muchas disciplinas, del contenido filológico, aunque sea la de más reciente aparición. En consecuencia creemos acertada la clasificación de W. Kroll (Historia de la Filología Clásica, Barcelona, 1928, 8), según la cual las disciplinas que abarca la Filología son: Historia de las lenguas, Lingüística, Retórica, Métrica, Literatura, Historia, Religión, Mitología, Historia de la cultura, Instituciones privadas, públicas y militares, Geografía, Numismática, Epigrafía, Historia Artística y Arqueología, y la obra que con más acierto y aproximación responde a este plan en el Handbuch der klassischen Altertumswissenschaft de I. Müller. Entran, por tanto, en la categoría de filólogos cuantos investigadores se han ocupado de las disciplinas mencionadas[36]”.

          Grandes obras, algunas de las cuales aún siguen publicándose o que realizan nuevas ediciones participan de esta misma opinión. Tales son la enciclopedia alemana Real-Encyclopädie der Klassischen Altertumwissenschaft, de Pauly y Wisowa (1883 ss.), cuya reedición se está llevando a cabo con los mismos criterios que hace ya más de un siglo; el Dictionnaire des antiquités grecques et romaines d'après les textes et les monuments, de Daremberg-Saglio (1877-1919); la Einleitung in die Altertumswissenschaft de Gerke-Norden (1921-1927), o la obra que actualmente sigue produciendo nuevos volúmenes Aufstieg und Niedergang der Römischen Welt (Geschichte und Kultur Roms Im Spiegel der neueren Forschung (1972 ss.)

 

III  La misión del Historiador

         En la actualidad y dentro de lo que generalmente denominamos ciencias auxiliares de la Historia (y más concretamente de la Antigua) se suele incluir la Filología como ciencia de carácter instrumental. A grandes rasgos su actividad se centra en la consulta original y en el conocimiento, comprensión y análisis interno de las fuentes documentales escritas, así como en su posterior valoración, datación, descripción de su contenido, crítica, fijación del texto, traducción y , en su caso, publicación con aparato crítico. En consecuencia, el filólogo, tanto el orientalista como el clásico, realiza historia y se incluye en ella en ese sentido. Existe también un análisis externo, consistente en la restauración, conservación y transmisión del soporte material del texto escrito.

          Sus objetivos básicos, en palabras del ya mencionado P. Quetglas[37], son:

a) intentar conseguir el texto original;

b) comprensión y objetiva aclaración del texto, así como la aclaración de su contenido histórico;

c) comprensión y/o explicación de la lengua del texto.

          En relación al segundo punto, es objeto de grandes controversias la relación entre Filología e Historia, los límites entre uno y otro campo. Estos, en realidad, los acaban por establecer el propio objeto de estudio y el investigador, sea 'filólogo' o 'historiador', al aplicar sobre el mismo sus inquietudes, cultura y conocimientos científicos. Por eso no podemos estar totalmente de acuerdo con E. Meyer cuando afirma:

          “Aunque ambas disciplinas tengan muchos puntos de contacto pues cada una de ellas constituye una de las más importantes ciencias auxiliares de la otra no por ello dejan de ser, por principio, campos distintos de investigación y conocimiento, y la confusión de una y otra, su unificación bajo el concepto común de "Ciencia de la Antigüedad", como se la llama, no tiene razón de ser, mueve a confusión y ha sido ya harto funesta para el tratamiento de la Historia Antigua[38]

          Esta concepción de Filología e Historia Antigua como dos disciplinas separadas -por mucho que se lleguen a admitir "puntos de contacto"- conduce frecuentemente a la idea de que el historiador es un científico "a quien el filólogo allana el camino", y esto no debería ser así. Hemos de desterrar la imagen del filólogo como aquél que enumera variantes, establece estructuras internas y estudia la etimología  de las palabras. Cada línea traducida por el filólogo, cada texto que toca, es Historia, y por ello la está reconociendo e interpretando a cada paso; por ello también, es trascendental que nos transmita su particular concepción de la misma. Filología no es sólo, por tanto, como a menudo se quiere, "edición crítica" en sentido estricto; la Filología ha de estudiar igualmente "las condiciones culturales, políticas, geográficas, religiosas, etc., en que un texto se forma y aparece, y los hechos, acontecimientos e ideas que quedan dentro de dichas esferas de la actividad humana y de las cuales, en mayor o menor grado, el texto en cuestión es testimonio"[39]. Ello es importante tanto para la comprensión del texto como para la misma Historia.

          En cuanto al objetivo de la Filología relativo a la "edición crítica", expondremos brevemente el objetivo lógico a seguir para su consecución.

          En primer lugar, el análisis filológico habrá de adecuarse a la categoría del texto estudiado. Desde el punto de vista de la filología greco-latina, es frecuente distinguir entre textos de carácter historiográfico y textos en los que éste se halla ausente; asimismo, estos textos pueden dividirse en textos que presentan algún tipo de intencionalidad creativa y documentos que son el resultado natural de la actividad humana.

          Entre los primeros, es corriente su conocimiento a través de la denominada "tradición textual" -lo que también es cierto, no lo olvidemos, para los textos del Próximo Oriente Antiguo-. Esta puede ser directa -para el caso de que su transmisión haya sido el resultado de sucesivas copias-, o indirecta -si el documento es conocido por medio de la cita de otro autor-. En el caso de que se trate de un texto de este tipo, el filólogo deberá aplicar una "crítica textual" con el objeto de reconvertirlo a un estado lo más cercano posible al primer original; este tipo de crítica comprenderá:

          a) la recopilación de todos los materiales en los que se haya transmitido el texto que se quiere editar y su contrastación;

          b) la representación gráfica de las relaciones que se desprenden de estos materiales;

          c) la fijación del texto.

          Todos estos pasos serán los que se recojan en la edición crítica a fin de que el lector pueda valorar las discrepancias que presentan los manuscritos entre sí y la diversidad de lecturas admitidas por los editores anteriores.

          La conjunción e interdisciplinariedad de la arqueología con la filología, enriquece notablemente los resultados aplicables, en especial a la Historia Antigua, último puerto del análisis filológico. Es indudable que lo ideal es la formación filológica del historiador, complementada con otra arqueológica. Pero ello no es siempre posible por limitaciones, capacidades y tiempos personales del investigador y ha de recurrir a la colaboración.

          De todas formas no es lo mismo servirse de una traducción de las fuentes que emplearlas en su lengua original. Los problemas de interpretación sólo los puede captar el que conoce la lengua original, por lo menos en la medida suficiente para poder seguir los razonamientos que sean oportunos.

En las relaciones entre el historiador del mundo antiguo y el filólogo clásico intervienen incluso cuestiones que, como comenta Domingo Plácido[40], afectan incluso a los planes de estudio que han de formar a los distintos especialistas. La situación en nuestras universidades puede verse quizás entorpecida por el carácter demasiado general de una disciplina dedicada al conjunto de la Historia de la Antigüedad, sin distinción entre Orientalística, Historia de Grecia e Historia de Roma que sigue vigente en la mayor parte de las universidades de Europa. Para Bravo[41], que sigue a P. Lévêque, quien se dedique a la Historia Antigua debe ser historiador, sin embargo también es cierto que las condiciones impuestas por las necesidades del conocimiento de las lenguas clásicas complican el asunto desde el punto de vista de los elementos formativos del historiador[42]

          La solución lógica está en la interdisciplinariedad ya que así desde el punto de vista teórico, se consigue evitar la fragmentación del estudio de los profesionales no sólo del mundo antiguo y de la filología sino también incluso de los arqueólogos.

          Lo ideal sería que un historiador, sin dejar de serlo, pudiera adquirir una buena formación en lenguas clásicas sin necesidad de penetrar a fondo en cuestiones excesivamente lingüísticas.

          Quizás como comenta en uno de sus trabajos el profesor Marc Mayer debamos aceptar  que no puede reservarse a ningún campo de las ciencias de la Antigüedad una prioridad absoluta sobre las demás aunque algunas sean destinadas a realizar trabajos de carácter más particular y otras deban, por su propia finalidad y método, llegar a consecuencias o conclusiones de carácter más general[43].

          Se puede decir que hoy la Historia de la Antigüedad ha sustituido el concepto globalizador que en ciertos momentos tuvo la Filología, al menos en la ciencia alemana.

          A veces no sólo es aconsejable, sino también necesario y legítimo rebasar ciertos límites y es  bueno que el filólogo y el historiador (también el arqueólogo) puedan opinar entre si sobre un determinado tema sobre el que uno puede arrojar mucha luz al otro.

          La Filología, la Historia Antigua (y también la Arqueología), como disciplinas completamente independientes mantienen su papel y su capacidad investigadora de una visión general del mundo antiguo. Y son, en tanto en cuanto se ayudan unas a otras y están interrelacionadas, ciencias auxiliares, que se ponen unas al servicio de otras para poder, al menos acercarnos a lo que en definitiva todos pretendemos: el conocimiento del Mundo Antiguo.

 

 

 

 

 

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[1]Que él confiesa haberlas tomado de una publicación de Hermann Usener de 1882, Philologie und Geschichtswissenschaft, Bonn.

[2] Aunque el artículo tiene por objeto el tema de la Filología y la Historia Antigua, todo lo que se diga es válido, en su caso, también para la Arqueología. Véase en la bibliografía el título del Homenaje al malogrado profesor de Historia Antigua de Sevilla, Fernando Gascó: Arqueólogos, Filolólogos e Historiadores…

[3] W. JÄGER, Philologie und Historie, Basilea, 1914 [= H. OPPERMANN (ed.), Humanismus, Darmstadt, 1971, 1-17].

[4] Friedrich August WOLF (1759-1824). Su obra más célebre es la titulada Prolegomena ad Homerum sive de operum Homericorum prisca et genuina forma variisque mutationibus et probabili ratione emendandi, que fue publicada por vez primera en Halle, aunque la mejor edición anotada se hizo en Berlín entre 1872 y 1876. Aunque principalmente, como decimos, se le conoce por sus estudios sobre Homero también escribió otras obras entre las que destacamos: Geschichte der römischen Literatur als Grundriss (Halle 1787); Antiquitatën von Griechenland (Halle 1787); Vorlesungen über die Enzyklopädie der Altertumswissenschaft (Leipzig 1831); Darstellung der Altertumswissenschaft (Leipzig 1833) y también editó diversas obras de la literatura grecorromana.

[5] A. BÖCK, Encyklöpadie und Methodologie der philologischen  Wissenschaften, Leipzig, 1877, 18862..

[6]De este autor destaca su obra, escrita ya casi al final de su vida, Lucrez, Berlín, 1850.

[7] Existe traducción española: Johan Gustav DROYSEN: Histórica. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la Historia, Barcelona, 1983.

[8] Editada por Alfred GERCKE y Eduard  NORDEN, Berlín 1909. La edición manejada por nosotros es la de Berlín-Leipzig, 1912.

[9] P. 35 de la edición de 1912. Son las palabras con las que iniciábamos este trabajo.

[10] MAYER Y OLIVÉ, M., “Filología y Arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, pp. 95-99.

[11] C. CANTÚ, Historia Universal, Tomo IX, Tratado de los Monumentos de Arqueología y Bellas Artes,  Edición castellana, Barcelona, s.f., p. 7

[12]Cf. H.G. GADAMER, Wahrheit und Methode, Tubinga, 1965: "La Filología es el arte de comprender a partir del contexto".

[13] M.L. WEST, Textual criticism and editorial technique, Stuttgart. 1973.

[14] U. von WILAMOWITZ-MÖLLENDORFF U., Geschichte der Philologie, Leipzig, 1921, [existe trad. inglesa: Londres, 1982].

[15] A. TOVAR, Lingüística y Filología Clásica, Madrid, 1944.

[16] G. FUNAIOLI, "Lineamenti di una storia della filologia attraverso i secoli", en Studi di letteratura antica, Bologna, 1946, vol. I, 185-385.

[17] J.S. LASSO DE LA VEGA et al., La enseñanza de las lenguas clásicas, Madrid, 1992.

[18] Cfr. H. USENER, Philologie und Geschichtswissenschaft, Leipzig-Berlin, 1882 [= W. Schmid (ed.), Wesen und Rang der Philologie, Stuttgart 1969, 13-36].

[19] HJELMSLEV L., Prolegómenos a una teoría del lenguaje, trad. esp., Madrid. 1971.

[20] LAUSBERG H., Lingüística románica, trad. esp., Madrid. 1965.

[21] TOVAR A., Lingüística y Filología Clásica, Madrid, 1944.

[22] SILES J. (1983), Introducción a la Lengua y Literatura latinas, Madrid, 1983.

[23] QUETGLAS P., Elementos básicos de filología y lingüística latinas, Barcelona, 1985.

[24] BERNARDINI A.-RIGHI G. (1947), Il concetto di filologia e di cultura classica, Bari, 1947.

[25] MAYER M., "Los límites de la Filología Latina", en F. Rodríguez Adrados (ed.), Didáctica de las Humanidades Clásicas, Madrid, 1990, 69-76.

[26] GÓMEZ PALLARÉS J. (1991), "El mundo de la Filología Clásica", en J. Gómez Pallarés et al. (eds.), Antiqua tempora, Madrid, 1991, 1-21.

[27] LASSO DE LA VEGA J.S. et al., La enseñanza de las lenguas clásicas, Madrid. 1992.

[28]JÄGER W., "Antike und Humanismus", Rede zur Eröffnung der Tagung `das Gymnasium', Berlin, 1925 [= H. Oppermann (ed.), Humanismus, Darmstadt 1971, 18-32].

[29] IRMSCHER J. Praktische Einführung in das Studium der Altertumswissenschaft, Berlin. 1954.

[30] PFEIFFER R., Historia de la filología clásica, trad. esp., 2 vols., Madrid, 1981.

[31] RIGHI G., Historia de la filología clásica, trad. esp. de J.M. García de la Mora, Barcelona, 1967.

[32]JÄGER G., Einführung in die klassische Philologie, Múnich, 1975.

[33] BEJARANO V., "La Filología Latina: objetivos y métodos", Durius 3, 1975, 53-144.

[34]GERCKE A.-NORDEN E., Einleitung in die Altertumswissenschaft, Leipzig, 1909.

[35] QUETGLAS P., Elementos básicos de filología y lingüística latinas, Barcelona, 1985.

[36] V.J. HERRERO, Introducción al estudio de la Filología Latina, Madrid, 1965, 1981, 3ªed., 18-19. Cit. en P. VILLALBA I VARNEDA, “Fuentes clásicas y arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, 102-103.

[37] P. QUETGLAS: Elementos básicos de filología y lingüística latinas, Barcelona, 1985, p. 5.

[38] E. MEYER: El historiador y la Historia Antigua,  Madrid 1983 (Tubinga 1910), p. 55.

[39] V. BEJARANO: “La filología latina: objetivos y métodos”, Durius, Boletín Castellano de Estudios Clásicos, 3/1, 1975, p. 59.

[40] D. PLÁCIDO,  Introducción al mundo antiguo: Problemas teóricos y metodológicos, Madrid,1994, 192.

[41] G. BRAVO, “Hechos y teoría en Historia (Antigua)”, Gerión, 3, 1985, 29.

[42] D. PLÁCIDO, Introducción al mundo antiguo: problema teóricos y metodológicos, Madrid, 1993, 192

[43] MAYER Y OLIVÉ, M., “Filología y Arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, pp. 95-99