REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


La humanización de la Lingüística estructural: Los problemas de Lingüística general de Émile Benveniste  
José María Jiménez Cano
(Universidad de Murcia)

 

Así se aprecia por doquier un esfuerzo por someter la lingüística a métodos rigurosos, para desterrar el poco más o menos, las construcciones subjetivas, el apriorismo filosófico. Los estudios lingüísticos se vuelven sin cesar más difíciles, por el hecho mismo de estas exigencias y porque los lingüistas descubren que la lengua es un complejo de propiedades específicas que han de describirse mediante métodos que deben ser forjados. Tan particulares son las condiciones propias del lenguaje, que de hecho es posible afirmar que no existe una estructura de la lengua sino varias, cada una de las cuales sería ocasión de una lingüística completa. Adquirir conciencia de esto tal vez ayude a ver claro en los conflictos actuales. Ante todo, el lenguaje tiene de eminentemente distintivo el establecerse siempre en dos planos, significante y significado. El solo estudio de esta propiedad constitutiva del lenguaje y de las relaciones de regularidad o de desarmonía que acarrea, de las tensiones y de las transformaciones que resultan en toda lengua particular, pudiera servir de fundamento a una lingüística.

Pero el lenguaje es también hecho humano; es, en el hombre, el lugar de interacción de la vida mental y de la vida cultural y, a la vez, el instrumento de esta interacción. Otra lingüística podría establecerse sobre los términos de este trinomio: lengua, cultura, personalidad. El lenguaje puede también ser considerado como encerrado en un cuerpo de emisiones sonoras articuladas que constituirán la materia de un estudio estrictamente objetivo. De este modo la lengua será objeto de una descripción exhaustiva que procederá por segmentación de lo dado observable. Por el contrario, puede considerarse que este lenguaje realizado en enunciaciones registrables es manifestación contingente de una infraestructura oculta. Es entonces la búsqueda y el esclarecimiento de este mecanismo latente lo que sería objeto de la lingüística. El lenguaje admite asimismo ser constituido en estructura de “juego”, como un conjunto de “figuras” producidas por las relaciones intrínsecas de elementos constantes. La lingüística se volverá entonces la teoría de las combinaciones posibles entre estos elementos y de las leyes universales que las gobiernan. También parece posible un estudio del lenguaje, en tanto que rama de la semiótica general, que cubrirá a la vez la vida mental y la social. El lingüista tendrá entonces que definir la naturaleza propia de los símbolos lingüísticos con ayuda de una formalización rigurosa y de una metalengua distinta.

Esta enumeración no es exhaustiva ni puede serlo. Acaso vean el día otras concepciones. Solamente deseamos mostrar que detrás de las discusiones y las afirmaciones de principio que acabamos de resumir, hay a menudo, sin que todos los lingüistas lo vean claro, una opción previa que determina la posición del objeto y la naturaleza del método. Es probable que estas diversas teorías coexistan, aunque en uno u otro punto de su desenvolvimiento tengan por fuerza que encontrarse, hasta el momento en que se imponga el estatuto de la lingüística como ciencia –no ciencia de los hechos empíricos sino ciencia de las relaciones y de las deducciones-, recuperando la unidad del plan en la infinita diversidad de los fenómenos lingüísticos.

(“Tendencias recientes en la Lingüística General”, 1974, págs. 17, 18 y 19. Artículo original de 1954).

 

         Decía Benveniste de las dos antologías de sus estudios que “Si aquí los presentamos como “problemas”, es porque en conjunto, y cada uno por su lado, aportan sendas contribuciones a la gran problemática del lenguaje, que es enunciada en los principales temas tratados: son consideradas las relaciones entre lo biológico y lo cultural, entre la subjetividad y la socialidad, entre el signo y el objeto, entre el símbolo y el pensamiento, y también los problemas del análisis intralingüístico. Quienes descubran en otros dominios la importancia del lenguaje verán así cómo aborda un lingüista algunas de las cuestiones que se plantean y acaso advertirán que la configuración del lenguaje determina todos los sistemas semióticos.

         A aquellos habrá páginas que les podrán parecer difíciles. Que se convenzan de que el lenguaje es por cierto un objeto difícil y de que el análisis del dato lingüístico se consuma por vías arduas. Como las demás ciencias, la lingüística progresa en razón directa de la complejidad que reconoce en las cosas; las etapas de su desarrollo son las de esta toma de conciencia. Por lo demás, habrá que compenetrarse de esta verdad: que la reflexión acerca del lenguaje sólo es fructuosa si apunta ante todo a las lenguas reales. El estudio de estos organismos empíricos, históricos, que son las lenguas, sigue siendo el único acceso posible a la comprensión de los mecanismos generales y del funcionamiento del lenguaje.”

 

Es importante revalorizar la concepción de E. Benveniste como un intento de poner freno a la universalización del principio interactivo, complementando su alcance con el respeto a la lógica interna de los modelos formales de fundamentación estructural. En un repaso rápido de su teoría, destacamos, en lo referente a las unidades lingüísticas y a la tipología de los estudios lingüísticos[1], su concepción de la lengua como estructura articulada en varios niveles – coincide en esto con el resto de concepciones estructurales -, pero que atiende en su disposición jerarquizada a dos criterios teóricamente inseparables: la forma y el sentido.

         La forma de una unidad se establece en razón de su capacidad de disociarse en constituyentes de nivel inferior: las palabras en morfemas, los morfemas en fonemas, los fonemas en rasgos distintivos o merismas. El sentido de una unidad se define por su capacidad de integrar unidades de nivel superior.

         La unidad oración, en su opinión, se puede segmentar en constituyentes pero no integra unidades de nivel superior. La oración se distingue exclusivamente por disponer de un predicado (categorema en griego, de ahí el nombre de nivel categoremático para el nivel oracional). Sin embargo, los predicados no se oponen a otros predicados; entre ellos puede haber solamente una relación de concatenación. La oración está constituida por signos pero no es un signo que se oponga a otros signos. Los fonemas, los morfemas y las palabras (éstas con mayor dificultad) pueden ser contados, las oraciones no; no es posible hacer un inventario de tipos oracionales. La oración es creación indefinida, variedad sin límite; es la vida misma del lenguaje en acción. Con la oración salimos del dominio de la lengua como sistema de signos y penetramos en otro universo, el de la lengua como instrumento de comunicación cuya expresión es el discurso. La oración es la unidad del discurso. Cuando se la clasifica se atiende a las actitudes discursivas de los hablantes: afirmaciones, interrogaciones, mandatos. Pueden, por consiguiente, establecerse dos lingüísticas diferentes:

a)    La lingüística que estudia la lengua como un sistema de signos.

b)    La lingüística del discurso que estudia la lengua como instrumento de comunicación.

         No es conveniente olvidar que para Benveniste existe prioridad lógica del discurso sobre la lengua: “Nihil est in lingua quod non prius fuerit in oratione”.

         Sin duda, la aportación más importante de Benveniste – tomada como fundamento en algunos modelos pragmáticos – es la que se conoce como teoría de la enunciación[2]. Diferencia Benveniste claramente la concepción formal que concibe la lengua como acervo de formas, sometidas a la dialéctica de la paradigmación y la sintagmación, y analiza los componentes estructurales de la lengua de la lengua atendiendo a sus oposiciones y funciones. Mas en esta caracterización no está presente el hablante. Si algo distingue al lingüista francés es el hecho de humanizar, de dar un protagonista claro al análisis estructural (en consonancia con la propuesta posterior de un hablante / oyente ideal de N. Chomsky). Para él las condiciones del empleo de las formas no son las mismas que las condiciones que impone el discurso (las dos lingüísticas ya establecidas). Sin embargo, no hay que olvidar su actitud complementaria, cuando define su postura como “otra manera de ver las mismas cosas”.

         La enunciación es definida como una instancia intermedia entre la lengua (en sentido saussureano) como sistema de signos y el habla (en idéntico sentido) como manifestación expresa de la lengua. Consiste, en principio, en poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización. Es un proceso de apropiación de la lengua por un individuo concreto. La condición específica de la enunciación es el acto mismo de producir un enunciado y no el contenido específico de ese enunciado (distinción importante entre acto y producto resultante, pues, sobre este último trabaja la concepción estructural clásica).

         Antes de la enunciación la lengua no es más que posibilidad de lengua; después de la enunciación la lengua se manifiesta como una instancia de discurso que emana de un locutor. Esta apropiación individual lleva implícita otra de las características esenciales de la enunciación: la instauración del receptor. La enunciación lleva implícita la alteridad, por esa razón su dominio específico es el diálogo. La otra característica esencial de la enunciación – y la más destacada tradicionalmente – es su capacidad (“transparente”) de permitir una relación con la realidad, con el mundo, sustituyendo mediante signos los objetos de percepción y de conocimiento.

         El objetivo principal de Benveniste es el de caracterizar formalmente la instancia de enunciación, descubrir sus huellas, sus manifestaciones explícitas; no se limita a consideraciones de filosofía lingüística. En este sentido, distingue dos tipos de recursos: los calificados como permanentes y los calificados como variables o incidentales. Entre los primeros figuran, en primer lugar, las marcas de persona, ya en su manifestación verbal o pronominal. En segundo lugar, las marcas de tiempo (“el presente” – inexistente para muchos lingüistas – tiene razón de ser como indicador temporal que establece la enunciación y sirve para organizar el tiempo en pasado y futuro); y, en tercer lugar, las marcas de espacio. Las manifestaciones de tiempo y lugar tienen una manifestación gramatical variada (deícticos), siendo su característica principal su significado variable: “yo”, “aquí” y “ahora” cambian su significado denotativo en cada enunciación.

      

   Las otras características variables de la enunciación dependen del deseo de todo sujeto hablante de implicar o influir sobre el interlocutor. Se explican así las diversas intenciones comunicativas: aseverativas (afirmativas y negativas), exhortativas, interrogativas, dubitativas, etc. Estas diversas intenciones suelen explicitarse por medio de los recursos suprasegmentales, por la modalidad verbal (las tradicionales consideraciones del subjuntivo como manifestación del deseo y de la duda) y por el significado de determinados adverbios (“quizás”, “probablemente”, “posiblemente”, etc.).

         Ya hemos señalado que el ámbito propio de la enunciación es el diálogo, pudiendo establecerse dos modalidades diferentes:

a)    Diálogo sin enunciación: disputas por medio de refranes o el llamado “diálogo de besugos”, tan propio del teatro del absurdo.

b)    Enunciación sin diálogo: es el caso del monólogo (aunque casi siempre se instaura al propio yo como interlocutor).

         Benveniste distinguía también entre enunciación oral y enunciación escrita, recuperando para esta última la teoría tradicional de los distintos estilos, como recursos habituales para establecer enunciaciones diferentes de las del sujeto que realmente enuncia.

         En un trabajo anterior[3] utilizaba las nociones de “subjetividad” y “manifestaciones de la subjetividad”, por las de “enunciación” y “aparato formal de la enunciación”. Además de los recursos permanentes (persona, tiempo y lugar), apuntaba también el papel especial de los que denominaba verbos de palabra (jurar, prometer, garantizar, certificar…), capaces de no describir o referenciar un proceso de la realidad (como ocurre cuando se los utiliza en tercera persona), sino que utilizados en primera persona tienen como característica última la de crear el acto mismo, son en sí mismos el juramento, la promesa, la certificación, etc. Este tipo de actos enunciativos fueron postulados por Benveniste – como él mismo reivindica – antes que el filósofo Austin[4] distinguiera entre enunciados constatativos (los que designan o describen una determinada realidad) y enunciados performativos o realizativos (los que instauran el acto mismo de comunicación).

         Benveniste y Austin coinciden en la misma actitud de fondo: la rotura con una concepción exclusivamente transparente o representativa del lenguaje humano y la propuesta de una concepción reflexiva u opaca, pero se diferencian en el alcance lingüístico que asignan a esa nueva concepción. Benveniste[5] se distancia de Austin cuando insiste en la necesidad de reforzar las manifestaciones formales de la instancia de enunciación. Establece los siguientes casos:

a)    Los saludos y las formas de cortesía que por su reducción formal esconden su primitivo sentido performativo.

b)    Propiamente performativos serían aquellos enunciados con verbos de declaración o de deseo conjugados en presente y primera persona: “ordeno que…”, “mando que…”, “proclamo electo a B”, “yo te bautizo”, etc.; debiendo el sujeto hablante estar dotado de la autoridad jurídica o moral necesaria para hacer efectivos esos actos. Son excepción formal, pero tienen naturaleza de acto performativo, las formulaciones jurídico – políticas en tercera persona.

         Benveniste, sin embargo, niega carácter performativo a las construcciones en imperativo y a determinadas fórmulas que suelen utilizarse en anuncios públicos (“Atención: perro”), ya que, en su opinión, la naturaleza performativa de un enunciado no tiene nada que ver con su efecto en la conducta del receptor.

         De cualquier forma, ha sido la posición de Austin[6], sobre todo, por la difusión y amplia crítica que de ella ha hecho J. Searle[7], la que ha terminado generalizándose. El filósofo del lenguaje ordinario distingue entre:

a)      Acto performativo explícito: coincide con la tipología de performativos establecida por Benveniste.

b)      Acto performativo implícito: concede este carácter a los imperativos y a las fórmulas de prohibición a advertencia señaladas.

         Con esta distinción deja de tener sentido la diferencia entre constatativo y performativo. No existe ningún enunciado que no sea un acto, que no se presenta explícita o virtualmente como tal. Los enunciados que antes se consideraban constatativos se revelan como otro tipo implícito de enunciado performativo: la aserción. Todos los enunciados son, pues, tipos particulares de enunciados performativos. Por esta razón Austin termina distinguiendo en todo enunciado dos instancias:

a)    Locucionaria: lo que se dice (el contenido preposicional) en un enunciado.

b)    Ilocucionaria: la diferente modalidad o intención comunicativa del sujeto hablante.

         En la actualidad, por desgracia, son los planteamientos austinianos desarrollados por Searle los que han terminado imponiéndose, si exceptuamos la continuación de la obra de E. Benveniste en el grupo francés de análisis del discurso encabezado por Culioli[8].



[1] E. BENVENISTE: “Los niveles del análisis lingüístico”, en Problemas de lingüística general, I, Siglo XXI, México, 1974 (4ª edc.), pp. 118 – 130.

[2] E. BENVENISTE: “El aparato formal de la enunciación”, en Problemas de lingüística general, II, Siglo XXI, México, 1979, (3ª edc.), pp. 82 – 91.

[3] E. BENVENISTE: “De la subjetividad en el lenguaje”, en Problemas de lingüística general, I, o. c., pp. 179 – 187.

[4] J. L. AUSTIN: Ensayos filosóficos, Revista de Occidente, Madrid, 1975.

[5] E. BENVENISTE: “La filosofía analítica y el lenguaje”, en PLG, I, o. c., pp. 188 – 197.

[6] J. L. AUSTIN: Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones, Paidós, Barcelona, 1982.

[7] J. R. SEARLE: Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Cátedra, Madrid, 1980.

[8] D. GAMBARARA: “Segno e soggetto da Benveniste alla semiologia francese contemporanea”, en Lingua, discorso, società, AAVV, Pratiche Editrice, Parma, 1979, pp. 5 – 33.