REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


The global spread of English is a seismic event in Man's history. Matthew Parris

LA DIFUSIÓN MUNDIAL DEL INGLÉS
ES UN TERREMOTO EN LA HISTORIA DEL HOMBRE [1]

 

MATTHEW PARRIS


 

Me llamó poderosamente la atención cuando estaba sentado en la última fila de un aula en un lugar remoto de Etiopía.

 

¿Cuál crees que ha sido el mayor golpe a la civilización, a nivel mundial, durante el último cuarto de siglo? ¿Qué cambio encabezaría la lista, según la antropología moderna? ¿La proliferación de los viajes aéreos? No, la mayoría de las personas hoy en día nunca volarán. ¿El SIDA? No, es sólo uno más de los terribles azotes que ha sufrido nuestra especie: la diarrea y la malaria han matado aún a más personas. ¿La caída del comunismo y el ascenso del liberalismo económico? ¿Internet? A todos ellos hay que tenerlos en cuenta, pero todavía afectan sólo a una minoría.

 

La respuesta salta a la vista; y como suele ocurrir en estos casos, es bastante obviada. Pero  esta semana me llamó poderosamente la atención (y apuesto a que le habrá pasado también a Gordon Brown), cuando estaba en África, sentado en la última fila de la clase de primer curso de la Escuela de Primaria de Digum, junto a una sucia carretera a unos 1000 Km. al norte de Addis Ababa, en la región de Tigra, en Etiopía.

 

Como recordaréis, este país fue durante varios siglos un remoto reino independiente africano, cuya única experiencia como colonia fue su pertenencia a Italia por un corto período de tiempo, antes de la Segunda Guerra Mundial. Los británicos no han venido mucho por aquí; Etiopía está fuera de cualquier área de influencia.

 

Los niños de mi clase en la escuela de Digum tenían entre 5 y 7 años: 44 niños y niñas, algunos descalzos, otros decentemente vestidos, muchos con harapos; algunos sanos y en buena forma, otros con dolores, quemaduras o problemas de vista. No muchos han estado alguna vez en Addis Ababa. Ninguno ha visto otro país y pocos lo verán alguna vez. Ninguno ha montado en un ascensor o en escaleras mecánicas, y muy pocos habrán entrado en un edificio de dos plantas. La mayoría no ha hecho nunca una llamada telefónica y algunos ni siquiera la han visto hacer: una multitud fascinada se reunió a mi alrededor cuando hice una llamada vía satélite a The Times desde mi campamento. Nadie ha tenido un televisor, aunque algunos de sus padres sí han tenido una radio, y todos la han escuchado alguna vez.

 

Los niños se agrupaban en un turno de mañana y otro de tarde. Así consiguieron su admirable director, el Sr. Getachew, y su plantilla de 30 profesores, poner en marcha una escuela con 1644 niños alojados en seis chozas alargadas de una habitación, dispersas en un acre de polvo.

 

Preparé mi visita un poco por casualidad. Nuestro guía pensó que seríamos bienvenidos, y lo fuimos. Todos los niños se levantaron cuando entramos en el aula. “George Bush y Tony Blair nunca visitarán nuestra escuela”, dijo el Sr. Hailay, profesor de 8º curso, “así que ustedes son nuestros visitantes extranjeros más importantes”. Debería invitar al Sr. Brown.

 

La clase de 1º, donde me senté, no contaba con apoyos didácticos de ningún tipo, salvo por pequeños bancos de madera y pupitres compuestos por un único tablero, libros de ejercicios forrados de periódico y con las puntas desgastadas, una pizarra, y un  entusiasta, paciente y joven profesor, el Sr. Hadush. La disciplina era absoluta.

 

“Vamos a cantar, niños”, dijo el Sr. Hadush. “Sal a la pizarra, Abraham”. Un niño pequeño avanzó con seguridad, todos los demás permanecían atentos. “This is the way I wash my face, wash my face, wash my face” chillaba Abraham, haciendo como que se lavaba la cara. “This is the way we wash our face,” chillaron los 44 niños, en un cántico estridente, “Early in the morning!”

 

No hay agua corriente en Digum –sólo un pozo con una bomba manual, junto a un río seco.

 

“This is the way I put on my clothes, put on my clothes, put on my clothes”, chillaba Abraham entusiasmado, gesticulando. “This is the way we put on our clothes.” Gritó la clase, llena de emoción por aprender y mostrar lo que habían aprendido, “Early in the morning.” Algunos iban casi desnudos.

 

El Sr. Hadush llamó a una niña, que aparentaba unos cinco años, a la pizarra y le alcanzó un trozo de tiza. Ella escribió perfectamente el alfabeto inglés. La escritura nativa de Etiopía, que también ella conocía, se compone de desconcertantes símbolos de amharic.

 

La expansión del inglés en el mundo es un terremoto en la historia del ser humano. Es uno de los hechos más importantes que le han ocurrido a la humanidad desde el nacimiento del lenguaje. El habla es fundamental, no sólo para comunicarse, sino para el pensamiento en sí mismo. Ninguna lengua antes había alcanzado la universalidad. El inglés lo está haciendo. Ninguna otra lengua ha llegado tan lejos y tan rápido como la nuestra. Es la primera vez en la Historia que resulta posible señalar una lengua como la predominante.

 

En lo que el Times lleva de vida, cualquier otro competidor serio a este puesto ha sido descartado. El francés fuera de Francia tiene los días contados; el África francófona está cambiando al inglés. El África portuguesa está abandonando el portugués. El alemán experimentó un tímido avance temporal en la incipiente Europa del Este, pero en cualquier otro sitio fuera de Alemania desaparece. El ruso, que una vez pensamos que todos lo tendríamos que aprender, está acabado. Los japoneses están aprendiendo inglés, y desarrollando su propia variante preferida. China resistirá, pero el mandarín y el cantonés no llegarán más allá de sus hablantes nativos. Hay más nuevos musulmanes que aprendan inglés que árabe. Sólo el español está ganando importancia y creciendo –pero entre los americanos, quienes ya hablan inglés. La India está creando una industria gracias al inglés, como nos lo recuerdan diariamente los centros de atención de llamadas. Hace 25 años, cuando el desmembramiento de nuestro imperio se había casi completado, pudimos pensar que la predominancia de nuestro idioma había pasado su cenit. Pero era sólo el principio.

 

Las consecuencias del avance de esta marea lingüística son inconmensurables. Dentro de pocas generaciones y por primera vez en la historia del Homo sapiens, la mayor parte de nuestra especie será capaz de comunicarse en una sola lengua.

 

La ventaja adquirida por nosotros los británicos por nuestra fluidez (y la de los americanos) en este idioma mundial no debería ser exagerada. El número de hablantes nativos del inglés tal vez no crezca mucho; nuestra relativa influencia puede decaer. Se sabía poco de nosotros en Etiopía. Y sin embargo, en todo el país los rótulos en las calles y las vallas publicitarias aparecen en inglés, debajo del amharic. El inglés mola. Ya sólo los caracteres confieren estatus.

 

En la escuela de Digum también me senté en una clase de 8º con 56 alumnos. Aquí, en el último curso, chicos y chicas de entre 10 y 20 años eran instruidos por el excelente Sr. Hailay. Les estaba enseñando los usos de “just”, “already”, “up to now”, “yet”, “ever” and “never”, y sorprendentemente, la mayoría de ellos lo pillaban bastante bien. Por encima del hombro del chico que estaba delante de mí, leí su desgastado libro de inglés, hecho por ordenador, enseñando los usos verbales correctos en estilo indirecto. Le pregunté al Sr. Hailay si podía hacer algunas preguntas a sus alumnos.

 

¿Querían aprender inglés? Sí, contestaron todos. ¿Por qué? “Es la lengua del mundo, y yo quiero conocer el mundo,” respondió un chico.

 

Le pregunté qué otros idiomas les gustaría aprender, si pudieran. Español, chino y árabe fueron las respuestas, pero no tenían planeado estudiarlos. Para mi sorpresa, uno de los muchachos me preguntó después qué lengua hablaba yo. ¿Era yo italiano?, se preguntaba. Vi que el conocimiento del inglés no implicaba la nacionalidad, si no una posesión, una piedra filosofal: una que cualquiera podría obtener. En Digum estaban luchando por conseguirla.

Me di cuenta de que el inglés ya no es nuestro, al dejar la escuela mientras los niños cantaban “I was a pilot, a pilot was I.” Estamos perdiendo la propiedad del inglés internacional. El inglés de Internet resulta ya ajeno. Los africanos se apoyan mucho en el presente continuo, y les va muy  bien. Las diferentes partes del globo desarrollarán sus propios pidgins.

 

No tiene sentido oponerse o lamentarse. Deberíamos sentirnos orgullosos de lo que hemos iniciado. No nos da supremacía ni superioridad alguna, ni debería, pero nos proporciona un nexo de unión. Todo el mundo tendrá una ventana abierta a nuestra historia, nuestra cultura, nuestra literatura, nuestra poesía y nuestra música. Y nosotros a las suyas.



[1] © Times Newspapers Ltd. www.timesonline.co.uk 15 de enero de 2005.