REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


TRADUCIR  (PARA)  LA  INTERCULTURALIDAD: 

REPERTORIO  Y  RETOS  DE  LA  LITERATURA  

AFRICANA,  INDIA  Y  ÁRABE  TRADUCIDA

 

 

Carmen Valero Garcés (Universidad de Alcalá)

Dora Sales Salvador (Universidad Jaume I, Castellón)[1]

Mustapha Taibi (Universidad de Alcalá)

 

 

Sin traductores, sin literatura extranjera, no hay cultura. La cultura que se mira al ombligo es una cultura provinciana, es una cultura que se agota.

Miguel Sáenz (2003: 67)

 

1. Introducción

 

La propuesta de un artículo colectivo centrado en el tema de la traducción al castellano de literaturas de minorías escritas en inglés (a saber, literatura poscolonial y de la inmigración, literatura intercultural, en resumidas cuentas) surge por un motivo principal: nuestro interés por dar un paso más en la investigación sobre la configuración de una nueva sociedad multicultural y multilingüe dentro de nuestras fronteras, con vistas a reflexionar sobre la relevancia mediadora de esta traducción.

En el mundo globalizado, pero plenamente contrastivo y asimétrico en que vivimos, los encuentros entre culturas son hechos cotidianos que pueden aportar enorme riqueza aunque al tiempo pueden ser fuente de conflictos. Siempre es posible conocer a las demás culturas, sus particularidades, sus modos de comunicación, sus expectativas, sus tradiciones. Es cuestión de tener la voluntad y el interés para hacerlo.

Pero para formar un espacio común de intercambio, tan necesario en las sociedades multiculturales como la nuestra, es preciso que nos conozcamos los unos a los otros. La literatura, su traducción, es una vía enriquecedora en este sentido.

Así, desde este punto de partida, tres son las áreas que confluyen en nuestra propuesta y que hacen evidente una vez más el carácter interdisciplinario de los Estudios de Traducción: Estudios Culturales, Literatura Postcolonial y Traducción Literaria. Desde la confluencia de estas tres áreas, reflexionaremos sobre el conocimiento que tenemos el Uno del Otro y sobre la importancia de la traducción para extender ese conocimiento en tres literaturas emergentes en España: literatura india, literatura árabe y literatura africana (subsahariana). Pretendemos también ahondar en el papel y responsabilidad del traductor en esa nueva construcción de un espacio de intercambio intercultural. Son muchas las cuestiones abiertas y en constante debate en cada una de las áreas mencionadas. Una común a las tres es, sin duda, el debate sobre la hegemonía de la cultura occidental y el reconocimiento del papel de la traducción como vehículo indiscutible de intercambio. No obstante, el papel tradicional que se le otorgaba a la traducción está siendo cuestionado a la par que surgen nuevas propuestas. De este modo la traducción puede ser un instrumento del colonialismo, pero también de resistencia cultural y de liberación. A su vez, desde la perspectiva de la interculturalidad, abordaremos temas como la (in)visibilidad del traductor (replanteada por Baker 2003 y Tymoczko 2003), la importancia de las políticas vigentes en torno a la consideración de lenguas minoritarias y su traducción, y el repertorio que tenemos a nuestra disposición de obras traducidas de autores procedentes de países árabes, asiáticos y africanos.

 

2. Estudios culturales, Literatura postcolonial y Estudios de Traducción: Conexiones y perspectivas

 

En un trabajo anterior, titulado ”La traducción como vehículo de comunicación: lenguas y culturas en la España de comienzos de siglo y traducción de literatura de minorías”, que puede plantearse como introducción a este artículo, que presentamos en el XIV Congreso de AESLA celebrado en Valencia en abril de 2004 y que publicamos en un número anterior de Tonos (Véase Valero, Sales, Soto y El-Madkouri, 2004), se mencionaban ya algunos datos y retos que plantea la traducción de literaturas de otras culturas. El primero y quizá más importante partía del hecho de que existen diferentes aproximaciones a la práctica de la traducción en general. Podríamos citar, a modo de ejemplo, las teorías poscoloniales de la traducción (Bassnett & Trivedi), las teorías feministas aplicadas a la traducción (Simon, Godard, Von Flotow), la teoría funcionalista (Nord), la teoría de los polisistemas (Toury), la Escuela de la Manipulación (Hermans), y otras, junto a posiciones sobre el papel del traductor como agente visible o invisible (Venuti) capaz de dar a la obra un carácter extranjerizante o domesticado, o incluso actuar como un caníbal, devorando y asimilando el texto origen para producir un nuevo texto meta (Haroldo de Campos). A todo ello cabría añadir las recomendaciones o reflexiones de los practicantes, quienes realmente cuentan con la experiencia de traducir estas literaturas: Mariluz Comendador y Luis Miguel Cañada (1999: 439) escriben a propósito de su traducción de Sirat Madina (Munif 1994): “La traducción es intuición y sentido común”. Gonzalo Fernández Parrilla (1997: 461-468), en el interesante artículo de fascinante título “Jaque al jeque o de la traducción y la edición de literatura árabe contemporánea en castellano” escribe: “(…) el reto del traductor de árabe va a ser enfrentarse a su labor con creatividad, y sobre todo osadía, participando en un intifada que nos libere de muchas de estas convenciones”, y Dora Sales (e.p.) comenta: “El gran tema es cómo solventar las necesidades documentales que presenta la traducción de esta literatura, que plantea retos motivados ante todo por diversos aspectos culturales. (…) Al traducir a Vikram Chandra y Manju Kapur, al preguntarles detalles y darme cuenta de que ninguno de ellos es banal ni prescindible, me doy cuenta de la enorme responsabilidad que tengo como intermediaria, mediadora, entre ellos y quienes los leerán en castellano.”

La pregunta que sin duda se plantea el profano en traducción es: ¿Cómo fiarse de la traducción? ¿Cómo tener la confianza de que el texto meta (TM) reproduce el texto origen (TO)? ¿Cómo saber qué ha hecho el traductor? Un poco de historia puede ayudarnos a comprender el mosaico de posibilidades y riesgos que conlleva la traducción de esta literatura nueva, como llama Miguel Sáenz (1999) a estas literaturas de minorías, poscoloniales y/o de la inmigración.

Como apunta González Davies (2004: 78), la influencia del marxismo, las teorías desconstruccionistas, el psicoanálisis, el darwinismo, la hermenéutica y las teorías literarias del poscolonialismo que replanteaban aspectos de género, raza o clase han contribuido dentro del área de los estudios de traducción a cuestionar las creencias tradicionales –incluyendo el canon– sobre la supremacía del autor del texto o sobre el papel del traductor.

Efectivamente, a partir de los años 80 y bajo la influencia de la literatura poscolonial comienzan a cuestionarse esas creencias tradicionales. Ya no se admite una sola voz, sino muchas voces y todas con el mismo valor. El canon puede abrirse (Truth, origin and center do not exist, Oittinen 2000). Al igual que la producción, la recepción de textos traducidos adquiere nuevas dimensiones: los TMs pueden verse bajo la perspectiva del papel del traductor, o desde la perspectiva de género, o desde las reivindicaciones poscolonialistas sobre el valor del texto escrito en la lengua de los colonizados y traducido a la lengua de los colonizadores, o desde la consideración de la literatura denominada de emigración o diáspora como resistencia. La traducción, su práctica, muestra así su gran capacidad de adaptación o absorción de aquello que le rodea.

Junto a las teorías literarias del poscolonialismo, el nacimiento y posterior desarrollo de los Estudios Culturales indudablemente afectó a los Estudios de Traducción. Los estudios culturales, en auge hoy en día, emergen en Gran Bretaña en la década de los años sesenta del siglo XX como necesaria y valiente respuesta a una visión de la literatura y la cultura que atiende exclusivamente a textos canonizados, y muestran en especial una tendencia a examinar, en general, aspectos de construcción y/o representación identitaria y de prácticas de consumo cultural. No son un grupo homogéneo de teorías y métodos, sino un ámbito de estudio articulado por múltiples discursos que tienen en común su objeto de análisis: la cultura en su totalidad, entendida como los textos y prácticas de la vida cotidiana (Storey, 1996), y también como las formas y actividades culturales en el contexto de las relaciones de poder que condicionan su producción, circulación, estructuración y recepción (Bennett, 1998).

Como puntualiza Chantal Cornut-Gentille (1999: 5), pese a la falta de un área de estudio claramente definida, o una metodología teórica unificada, sí existe un interés central para los estudios culturales: la convicción de que son una forma de análisis comprometida, por lo cual los trabajos en este campo buscarán conectarse con las cuestiones sociales reales que se vislumbren en las producciones culturales estudiadas. Es decir: textos siempre en contexto.

En nuestro país, los estudios culturales están especialmente asociados a los departamentos de inglés, constituyendo en ellos una línea de investigación emergente pero apenas reconocida, incluso denostada en numerosas ocasiones por la estructura universitaria. A pesar de la expansión internacional de los estudios culturales, en España queda mucho por hacer (Cornut-Gentille, 1999; Martín Alegre, 2001), aunque desde hace unos años ya se organizan congresos desde esta perspectiva, e investigadores de diversas áreas van realizando aportaciones poco a poco. Este trabajo interdisciplinario, de hecho, pretende ser muestra de ello.

Desde el ámbito de los estudios de traducción, en referencia al devenir y evolución de los estudios culturales Susan Bassnett (1997; 1998) habla de la vinculación que estos dos campos han desarrollado desde los años noventa, siendo éste el aspecto que nos interesa destacar. Como sabemos, ya Bassnett y Lefevere (1990), en Translation, History and Culture, hablaron de un esencial cambio de énfasis en los estudios de traducción, el denominado giro cultural (cultural turn), que motivó el viraje desde una fase un tanto formalista a otra en que se consideraron fundamentales asuntos como el contexto, la historia y la ideología que subyace a todo hecho traductor (Baker 1996, sin negar la impronta de la perspectiva cultural, incide en que no se puede olvidar la relevancia de la lingüística). A través de su mirada siempre intervinculante, Bassnett (1998) recorre, primero, el desarrollo autónomo de los estudios de traducción y los estudios culturales, hasta llegar, finalmente, al momento de su encuentro definitivo. De entrada, ambos campos son interdisciplinares, con lo que no priorizan ninguna aproximación y asumen la naturaleza partisana de los diversos enfoques; ambos cuestionan la distinción entre cultura alta (o “culta”) y baja (o “popular”); ambos problematizan la construcción estrecha del canon literario, y ambos urgen la ampliación del estudio literario para incluir las funciones de cada texto en su contexto determinado. Sus principales intereses coinciden también en cuanto a las relaciones entre el poder y la producción textual, pues ambos reconocen la importancia de entender los procesos manipulativos en los que está envuelta la textualización. Descriptivamente, Bassnett (1998: 131) considera que la evolución de los estudios de traducción y los estudios culturales podría subsumirse en tres fases principales, que marcan los cambios de énfasis significativos que han afectado tanto al estudio de la literatura como al de la cultura. De manera sucinta:

 

1ª) La fase culturalista de los años sesenta, en la que el principal desafío procedía de la apropiación del concepto de cultura por parte de una minoría elitista, con lo que el interés se centraba en extender ese concepto para incluir así otros textos diferentes a los canonizados.

2ª) La fase estructuralista de los años setenta, en la que el interés radicaba en investigar las relaciones entre textualidad y hegemonía.

3ª) La fase postestructuralista o fase del materialismo cultural, ya en los años ochenta y noventa, que refleja básicamente el explícito reconocimiento de la pluralidad cultural.

 

El encuentro fructífero entre los estudios de traducción y los estudios culturales tiene lugar en la fase internacionalista que estamos viviendo hoy por hoy, en la que estos dos ámbitos transversales prestan especial atención a la sociología, la etnografía y la historia, al tiempo que se ven cada vez más inmersos en la esfera comparatista de análisis intercultural. En palabras de Bassnett:

 

The moment for the meeting of cultural studies and translation studies came at exactly the right time for both. For the great debate of the 1990s is the relationship between globalisation, on the one hand, between the increasing interconnectedness of the world-system in commercial, political and communication terms and the rise of nationalisms on the other. Globalisation is a process, certainly; but there is also massive resistance to globalisation (Bassnett, 1998: 133).

 

En este orden de cosas, Bassnett concluye que en la fase internacionalista en la que se hallan, ya interrelacionados, los estudios de traducción y los estudios culturales se han alejado de sus inicios eurocéntricos, encaminándose hacia una rica, aunque dificultosa, exploración intercultural que les permita observar la compleja dinámica entre lo local y lo global, en la que de hecho se enmarca el epicentro de este trabajo: la traducción a lenguas europeas y mayoritarias de literaturas que proceden de más allá del paradigma occidental.

Tema clave tanto para los estudios culturales como para las teorías poscoloniales son las relaciones de poder. Para explicarlo prestaremos atención a la teoría de los polisistemas, iniciada por Even-Zohar en los setenta en el seno de la literatura comparada y desarrollada por Gideon Toury en los ochenta, y paralelamente ampliada o diversificada en la Escuela de la Manipulación (Hermans 1985), pues ha ejercido una fuerte influencia. La introducción del concepto de normas supuso una contribución importante. Las normas son imposiciones para el traductor que derivan del momento histórico y social en el que se produce el TM. Según esta teoría los TMs tienden a seguir las normas, pero hay una constante tensión ente los textos canónicos que ocupan el centro y los TMs (aunque periféricos) que a veces luchan por ocupar esas posiciones centrales en la cultura de llegada. González Davies (2004: 80), siguiendo a Even Zohar (1990: 46-48) indica tres casos en los que los TMs tratan de hacerse un hueco y llegar al centro:

 

1. Traducción de literatura de la diáspora o inmigración. Por ejemplo, en el momento actual español traducir literatura de países inmigrantes que denuncian su situación, o dar voz a las mujeres de esas culturas, etc.

2. Traducción de literatura escrita en lenguas minoritarias, lenguas tribales o literatura oral. Por ejemplo, traducción de literatura en lenguas africanas al castellano o a otra lengua mayoritaria.

3. Traducción de obras que suponen una nueva temática sobre todo cuando la literatura necesita nuevas ideas y las importan a través de la traducción (Por ejemplo, literatura lesbiana, homosexual, etc.)

 

A su vez, el traductor dispone de varias estrategias o armas que compagina, o bien se decanta por una u otra como ya hemos mencionado, optando por algún punto dentro de la dicotomía tradicional planteada por Schleiermacher 1813/2000), lo que Venuti (1992) denomina domesticación y extranjerización, junto a la visibilidad e invisibilidad del traductor. Haroldo y Augusto de Campos (cfr. Vieira 1999) hablan de canibalismo, comerse literalmente el TO europeo (cultura dominante) como si se tratase de una transfusión de sangre para producir un nuevo texto que se adapte a la idiosincrasia, literatura y tradición de su nuevo entorno –en este caso brasileño.

Vemos así la confluencia de las tres áreas que hemos venido mencionando: Estudios culturales, literatura poscolonial y Estudios de Traducción. Pero también existen varias perspectivas a la hora de acercarse a esta confluencia:

 

1. Elegir traducir a las lenguas minoritarias puede tener claras implicaciones políticas e ideológicas, y lo mismo ocurre al contrario, traducir de las lenguas minoritarias a una lengua franca (e.g. inglés) y de ahí a otra tercera lengua (e.g. español) (como podría ser nuestro caso). Hay ya casos interesantes, como el de Ngugi, escritor keniata educado en Europa, que decide escribir en su lengua materna y es encarcelado. Ahora, desde Estados Unidos, donde dirige el International Center for Writing and Translation en la Universidad de California en Irving, habla de sus proyectos y de cómo la lengua de los colonizadores –en este caso el inglés– puede jugar un doble papel: como protagonista y como facilitadora para que otras literaturas escritas se conozcan. Ahí van sus palabras:

 

We envisage focussing on a model where there is conversation among ‘marginal’ [not ‘marginalized’, as he pointed out in another part of the interview] languages. (…) But also we want conversation between marginalized languages as a whole and the dominant languages, such as English. So it becomes a multilateral or a multi-sided kind of conversation. (Véase Trivedi 2004)

 

2. Mezclar culturas y lenguas en una misma persona/obra. Un buen ejemplo son las escrituras de frontera. Es el caso de la experiencia de autoras chicanas como Sandra Cisneros, que incorpora construcciones sintácticas y palabras del castellano en sus textos en inglés y viceversa, para evocar lo “extraño” de pertenecer a dos mundos en conflicto pero complementarios a la vez. Las traductoras de estas obras, como Carol Maier o Laura Valenzuela, están en contacto con las autoras o comparten sus ideas. En ocasiones las mismas autoras se autotraducen o escriben un texto que luego re-escriben en la otra lengua (eg. las puertorriqueñas Esmeralda Santiago y Rosario Ferré). Son autores bilingües que pertenecen a dos comunidades y, a veces, dentro de esas comunidades, a un mundo de hombres, siendo mujeres (Godayol 2004, Levine 1991, Anzaldúa 1987). Esto nos lleva a los estudios de género.

 

3. Traducir desde la perspectiva de género. En traducción, las estudios de género encuentran su punto de partida en el rechazo a la idea de les belles infideles, que simbólicamente implica que el TO es masculino y el TM es femenino. La traducción si bien bella –como la mujer– es infiel –idea que también se refleja en las teorías poscoloniales: el dominador (la lengua de los colonizadores) y el dominado (la lengua y cultura de los dominados). Tal rechazo implica sublevación, rebelión contra el canon y lo establecido, reivindicación de la autonomía del TO y del TM y la visibilidad del traductor por encima del autor del TO. Como dirá Derrida: el texto original es irrecuperable. Todo es posible. Y como explica Sherry Simon (1996: 161):

 

Because contemporary national cultures are increasingly plural, and inhabited by diverse languages, it is not surprising that mixed codes –and other forms of incomplete translation– have come to figure prominently in contemporary literature. Translation and writing meet as practices of creation in texts which define themselves as forms of “border writing”.

 

Mary Louise Pratt (1992: 4) llama a esa confluencia una “zona de contacto” (contact zone).

 

4. Producir TMs políticamente correctos: La traducción ha cumplido y cumple muchas y muy diversas funciones, y una de ellas es sin duda la de arma para mostrar resistencia política y actividad peligrosa, ofensiva, que debe ser controlada. Ejemplos claros son en la Edad Media los eclesiásticos, o Salman Rushdie con sus Versos satánicos. Se trata sin duda de casos de censura. Y la pregunta es la siguiente: ¿escribir traducciones políticamente correctas no es una especie de censura? ¿Qué censura se impone a la literatura de minorías para ser traducida? ¿Por qué se ha traducido a un@s autor@s concret@s? ¿Qué mensaje o imagen se quiere transmitir? ¿Qué personajes o héroes nos llegan? ¿Qué representación tenemos de otras culturas? ¿Desde qué ideología se han traducido-representado?

 

5. Labor del traductor. Solamente los traductores o personas con formación específica o académicos con conocimiento de las lenguas y culturas pueden comprender lo que ha ocurrido en el trasvase del TO. En realidad, una minoría. Sin embargo, el lector en general no puede saberlo, ya que únicamente tiene acceso al TM.

 

Cada una de las posturas mencionadas puede producir consecuencias diferentes en el TM y en la recepción de dicho texto en su nuevo entorno. M. Rosario Martín Ruano apunta acertadamente (2003: 242):

 

Evidentemente, lo Otro en su acepción más exótica también está de moda en la comunidad académica adscrita a los estudios de traducción. No en vano, en la disciplina se percibe un interés cada vez mayor entre los investigadores por esos textos que [...] se denominan literaturas del mundo [...], un cajón de sastre que indiscriminadamente acoge un compendio de escritores mestizos, multiétnicos, multilingües, multiculturales, subalternos, migrantes, poscoloniales, experimentales, etc.

 

Y matiza:

 

Prueba asimismo del creciente interés por el OTRO es el hecho de que un buen número de teorías y categorías de análisis que surgieron en las ramas otrora marginales de la crítica poscolonial o los estudios culturales se han incorporado, aunque a menudo privadas de su contextualización, al bagaje común aceptado por el grueso de la disciplina.

 

3. Literaturas africanas traducidas. Un gran reto

 

En el trabajo titulado “La gran desconocida: literatura de países africanos traducida” (comunicación presentada en el XXII Congreso de AESLA, Valencia abril 2004, en prensa), Carmen Valero indicaba que África había sido (y es) la gran desconocida para el lector de a pie en España. A nivel académico e institucional parece que se está produciendo un tibio acercamiento al imaginario africano gracias, por una parte, al interés de los departamentos de literatura inglesa por la literatura poscolonial y, por otra parte, a la aplicación en las facultades de traducción de presupuestos teóricos a la literatura africana. A nivel social e institucional, la llegada de las inevitables olas migratorias y su presencia en nuestras calles está igualmente contribuyendo a dicho conocimiento, aunque desde realidades completamente diferentes. Países como Francia, Inglaterra o Portugal, u otros países europeos que cuentan con una tradición histórica de presencia en el contiene africano, nos llevan ventaja en este sentido. España, en cambio, únicamente tuvo una colonia: Guinea. Y ello se nota. De hecho en la asignatura de literatura universal que forma parte de los programas escolares no se menciona ningún autor africano, y en las universidades tampoco es frecuente, salvo en los departamentos de lenguas extranjeras que mencionábamos anteriormente. Ahora bien, el gusto por lo exótico parece estar prendiendo en determinados sectores aunque cayendo, a veces, en el etiquetado fácil y vacío de contenido. Ello unido al interés comercial de las editoriales nos da claves para entender el tipo de literatura de que disponemos en las estanterías de las librerías de nuestro país.

Un recorrido por varias librerías nos lleva a encontramos fundamentalmente con obras de autores galardonados, por ejemplo, los premios Nobel de Literatura: el nigeriano Wole Soyinka (1986), la sudafricana Nadine Godimer (1988), o el egipcio Naghib Mahfuz (1991). A su lado se hallan otros autores como el nigeriano Ben Okri, galardonado con el prestigioso Booker Prize (el máximo galardón de los premios literarios en lengua inglesa) en 1991, o el escritor costamarfileño Ahmadou Kourouma que obtuvo el premio Renaudot en 2001.

Las editoriales están ávidas de estas novedades. Así, dentro del grupo de autores que escriben en inglés[2], de Wole Soyinka, por ejemplo, hay en castellano al menos tres obras traducidas (La estación del caos, Madrid, Alfaguara, 1987. Traducida por Héctor de Silva; Aké: los años de niñez, Madrid, Alfaguara, 1987. Traducida por Fernando Santos; y El hombre ha muerto, Madrid, Alfaguara, 1986. Traducida por Barbara Mcshane y Javier Alfaye; de Nadine Gordimer contamos con al menos dieciséis obras traducidas entre las que podemos citar El Abrazo de un soldado, Ed. Espasa-Calpe, 1992, Un arma en casa. Ediciones B, 1998, Un Capricho de la naturaleza. Ed. Versal, 1998, Los Compañeros de Livingstone. Ed. Bibliotex, 1993. El conservador. Ed. Tusquets, 1982. La gente de July. Ed. Círculo de Lectores, 1994. Hay algo ahí fuera. Ed. Alianza, 1987. La hija de Burger. Ed. Tusquets, 1986. Historia de mi hijo. Ed. Altaya, 1995. Un invitado de honor. Tusquets, 1988. Un Mundo de extraños. Ed. Mondadori, 1992. Nadie que me acompañe. Ed. Ediciones B. 1995. Ningún lugar semejante. Ed. Espasa-Calpe, 1992. Planeta-De Agostini, 2000. Ocasión de Amar. Ed. Versal, 1986. El Salto. Ed. Ediciones B, 1992. El Último mundo burgués. Ed. Versal, 1987; de Ben Okri tenemos dos obras traducidas: La carretera hambrienta, Madrid, Espasa-Calpe, 1994. Traducida por José Luis López Muñoz y Amor peligroso, Barcelona, Ediciones del Bronce, 1998. Traducida por Nuria Lago Jaraiz.

En los últimos años se han incorporado otros nombres a la lista de autores traducidos: Calixthe Beyala, Nuruddin Farah, Chinua Achebe, Amma Darko, Ken Bugul, J. M. Coetzee, Mariama Bâ, Bandele-Thomas conocido como ‘Biyi’ o Ananda Devi, por citar algunos. Tal interés se debe, creemos, a varias razones, sobre todo: a) el gusto actual por “el Otro” y lo desconocido con tintes exóticos; y b) la progresiva aparición de algunas editoriales especializadas.

No obstante el volumen de textos traducidos es aún escaso si se compara con otros países como Francia donde, como afirma Miampika (Entrevista publicada en Lateral, febrero, 2002: 30-31), ya existe una narrativa de la diáspora africana. Por otro lado sigue siendo bastante común la respuesta de las editoriales a una propuesta de publicación de literatura africana en particular o de literatura de los mundos en general –utilizando la terminología de Bachmann-Medick (1996)– que apunta que si no se le ve un beneficio comercial no se publica.

Las editoriales, a su vez, prefieren narrativa sobre poesía o relatos cortos (conversación personal con una representante de Espasa Calpe en noviembre de 2004). Por otro lado, los africanistas se quejan de que tampoco hay personal formado, ni como enseñantes ni en las editoriales, donde faltan con frecuencia críticos autorizados para juzgar la calidad de un texto, y lo mismo ocurre en el caso de los traductores.

En cuanto al lector tipo, hoy por hoy lo que tenemos es literatura traducida para ser leída por el público general sin distinciones entre sus orígenes, es decir, que da igual que proceda de la literatura francófona, anglófona, lusófona o hispanófona. Existe ya un reducido público academicista al igual que ocurre en otros países donde cada vez se aceptan más los productos africanos. No existe todavía público africano de la inmigración, poco interesados hoy por hoy por la lectura de obras traducidas de sus países de origen por razones diversas, algunas de las cuales todos conocemos y que van más allá del tema lingüístico.

El vacío, no obstante, se va llenando poco a poco y de forma esperanzadora. Existen, como ya comentábamos, tres editoriales especializadas: Ediciones del Bronce (del grupo Planeta), Ediciones del Cobre (ahora autónoma) y Ediciones Zanzíbar. A ellas se unen otras ya consolidadas (Muchnik editores, Alfaguara, Cátedra, Siruela, Espasa-Calpe), y poco a poco van incorporando nuevos autores y obras. En total existen casi un centenar de títulos publicados entre los que se incluyen poesía (10), narrativa (73), teatro (1), ensayos (9) y antologías (5). Muchas de estas publicaciones provienen del francés, sobre todo en cuanto a poesía y antologías. Faltan antologías de poesía anglófona. En este sentido, cabe recomendar la lectura del capítulo 10 (“Antología”) de la obra de André Lefevere, Traducción, reescritura y manipulación del canon literario, que habla de las primeras antologías de poesía africana aparecidas en Francia e Inglaterra. En dicho artículo trata muchos de los temas que sin duda afectan también a la traducción de literatura africana en España, fenómeno más tardío. Es, no obstante, curioso, que no se haya traducido ninguna de estas antologías de poesía africana consideradas como canónicas en cuanto a los temas y autores. Nos referimos a antologías como la de Isidoro Okpewho, The Heritage of African Poetry, de 1985 o la de Reed y Wake titulada A New Book of African Verse, 1984 y el mismo año la de Moore y Beier Modern African Poetry. ¿Falta interés por la poesía en nuestro país?

Existe cierto riesgo al hablar de literaturas africanas dada su variedad y riqueza. Nos alineamos con Miampika (Lateral septiembre 2000: 33) cuando afirma que las literaturas africanas deberían ser abordadas y consideradas como una polifonía cultural, pues se encuentran en la confluencia de modos y expresiones literarias plurales: literaturas orales; literarias escritas en diferentes lenguas de los antiguos colonizadores (literatura francófona, anglófona, lusófona, hispanófona); literatura del Magreb; literatura del África Negra; literatura producida en África pero desconocida más allá; literatura escrita y reconocida fuera de África, en las grandes ciudades occidentales; literatura de la diáspora americana, donde perdura la reivindicación africana tanto en forma como en contenido. De algunas de estas literaturas tenemos ya ejemplos. Pero hay mucho por hacer y traducir. Un apunte significativo: de una lista de más de cincuenta autores africanos citados por investigadores neozelandeses, menos del 20% han sido traducidos al castellano.[3]

La temática en todos ellos es bastante recurrente y básicamente se observa que conviven dos líneas muy marcadas: a) los que escriben sobre el exilio desde occidente, y b) otros que siguen mostrando el debate entre la modernidad y la tradición. Pero en general se observa la denuncia de los grandes temas africanos: condena de la esclavitud, de la violencia colonizadora, de la neocolonización encubridora y fracasos de las independencias, denuncia de la cultura colonial, búsqueda de la modernidad que no olvida los ancestros, revisión de los estereotipos de hambre, miseria y eternos conflictos étnicos, así como el retrato de enfermedades endémicas.

En cuanto a la traducción de esta literatura, en primer lugar hay que añadir conocimientos culturales y de nuevo hallamos ese punto de unión entre los estudios de traducción y los estudios culturales. Cada una de las literaturas mencionadas tiene su propio ritmo, su arquitectura interna y una relación compleja con su lengua de expresión (lengua de los ex-colonizadores, lengua materna, literatura oral, literatura traducida de una lengua africana a una occidental…) A lo que hay que añadir las condiciones en las que surge y la interacción que se establece entre el público y el escritor en cada país. Por ejemplo, los lectores franceses o ingleses pueden estar más cercanos a un autor africano procedente de una ex-colonia francesa o inglesa que un lector español, cuyo país tuvo escasa presencia en África. El traductor es el agente capaz de conseguirlo. Y para ello, y evitar caer en el exotismo superficial, no basta con desearlo sino que hace falta formarse, aprender, conocer. Y este conocimiento de lo Otro exige a la vez un conocimiento profundo y crítico de lo propio, incluidos “nuestros prejuicios y [...] nuestras respuestas estereotipadas, que, aun pareciendo instintivas son siempre efectos de lo aprendido” (Rodríguez Monroy, 1997: 81).

Retratar toda esa riqueza exige iniciativas tan interesantes como las que se plantearon dentro del Semana de la Ciencia y la Tecnología celebrada en la Universidad de Alcalá en noviembre de 2004, bajo el título de Migraciones y mutaciones interculturales: sociedades, artes y literaturas, con la propuesta de una mesa redonda bajo el título de: “Sociedades, artes y literaturas migrantes”, en la que participaron representantes de Bellas Artes y expertos en arte africano de la Universidad de Barcelona, especialistas en literatura africana francófona de la Universidad de Cádiz, y amantes del arte y a la poesía africana como es Landry-Wilfrid Miampika, congoleño afincado en Alcalá, especialista en literatura africana y gran entusiasta y defensor de todo lo africano; prueba de ello son los múltiples seminarios y actos que organiza (p.e. el curso Mediaciones Africanas, Artes y literaturas transcontinentales, Fundación Antonio Pérez, Cuenca, 10-14 noviembre 2003).

Volviendo a los escritores de expresión inglesa traducidos al castellano, éstos proceden de países como Ghana, donde podemos citar a Ama Ata Aïdoo y Amma Darko (Más allá del horizonte, traducida por Maya García de Vinuesa; de Nigeria, el país más prolífico con autores como Chinua Achebe (Todo se derrumba, Ed. Círculo de Lectores”, 1989, o Todo se desmorona, Traducida por José Manuel Álvarez), Buchi Emecheta (Kehinde, Barcelona, Ediciones del Bronce, 1998. Traducida por Damián Alou, o Flora Nwapa; Ben Okri; Ken Saro-Wiwa; Wole Soyinka o Amos Tutuola; de Somalia tenemos a Nuruddin Farah; o de Sudáfrica a la citada Nadine Gordimer. Quedan todavía por incorporar – hasta donde sabemos, pues el repertorio está en permanente construcción– autores de países como Zimbabwe, Uganda, Kenia o Botswana.

La mayor parte de esta escritura se debe a autores que viven fuera de África y de sus países de origen. Es a partir de 1960 cuando la mayoría de los países africanos –anglófonos y francófonos– acceden a la independencia y muchos se exilian. Diez años más tarde, el despertar independista se transforma en pesadilla de horrores y aún hoy oímos relatos a diario sobre inestabilidad y cambios en los gobiernos. Hay un desencanto general que se transmite a través de sus creaciones. Es tras la caída del muro del Berlín en 1989, cuando los hijos del período poscolonial o generación transcontinental, como la llama Abdourahman A. Waberi (“Les enfants de la postcolonie. Esquisse d´une nouvelle génération d´écrivains francophones d´Afrique Noire”, Revista Notre Librairie, Paris, nº 135, septiembre-diciembre 1999), nacidos un poco antes o después de las Independencias, se incorporan a las letras con una temática marcada por el exilio y la vida errante como temas recurrentes. En los ochenta se llega a un cierto reconocimiento de los estados-nación del África Negra y más plumas femeninas se incorporan a la literatura y concretamente a la narrativa.

No todos compartieron ese proyecto de la negritud que buscaba el reconocimiento del hombre negro como tal. Gran parte de los escritores africanos en lengua inglesa lo criticaron y, según Miampika (2000: 41), la mejor expresión de su disconformidad con el proyecto se halla en el juego de palabras del escritor nigeriano Wole Soyinka: “El tigre no grita su tigritud”.

Las mujeres a partir de los ochenta hacen oír su voz en forma de novela y gracias a las traducciones que nos llegan conocemos lo que ocurre en la literatura africana: autobiografías ficticias o relatos de mujer cuyo fin es releer la Historia, superar todas las violencias sufridas por la mujer, la opresión masculina, el matrimonio forzado, la poligamia y la maternidad obligatoria, la prostitución, los problemas con la dote, o el exilio como forma de escapar y los conflictos que ello genera. Son algunos de los temas que hallamos en las novelas traducidas.

En un artículo publicado en la revista Notre Librairie (1994, Irène Assiba D´Almeida distingue entre “comportarse como feminista” y “declararse feminista”, y llega a la conclusión de que muchas escritoras africanas se comportan como verdaderas feministas pero acomodan el feminismo –y seguimos a Miampika (2002: 170)– a la igualdad de los sexos, dudas sobre la tradición, angustias provocadas por el peso excesivo de la familia, impulsos necesarios de rebelión, miedos inculcados, fantasías contenidas, espera del amor frente a la soledad. Estas mujeres que buscan la redefinición del sexo femenino sin declararse feministas poniendo en escena a misoviras (“Mujeres que no encuentran a un hombre admirable, según el neologismo de Wereweer Living. Elle sera de Jaspe et de corail. L´Harmattan, Paris 1984, cfr. Miampika 2000: 42) intentan resolver la tensión entre la tradición –que en términos generales puede reducirse al dualismo esencialista maternidad/feminidad– y la modernidad naciente que trastorna las convenciones sociales. Esto mismo podría aplicarse para entender lo que está sucediendo en la literatura de la India, que abordaremos en la próxima sección. Miampika (2000: 42) continua: “Las escritoras abogan por el reconocimiento y la inserción sin restricciones de la mujer en el África de hoy, sometida a ritos iniciáticos a menudo desarraigantes como el exilio, los conflictos con el cuerpo, el impulso de rebelión, con el fin de trascender el estatuto impuesto por las prácticas seculares y la arrogancia falocéntrica”.

Con relación al material traducido del que disponemos, Miampika (2003: 16) opina con acierto:

 

En cuanto a las deficiencias de las traducciones, hay que reconocer que muchas de dichas traducciones se hacen de forma apresurada. Y la mayoría de las veces, los traductores desconocen los códigos culturales de donde proceden las obras por traducir. Merece la pena recordar que el texto africano –como muchos textos postcoloniales– es un texto híbrido, o mestizo, donde se entremezclan los juegos formales, o los narrativos y transgresiones lingüísticas de distintas tradiciones literarias, sean orales o escritas. Hay traductores que suelen traducir literalmente sin tener en cuenta la procedencia del texto y sin considerar que el texto es un conjunto de confluencias o de interacciones de diversos códigos antropológicos, culturales, lingüísticos y literarios. Más allá de las deficiencias de algunas traducciones existentes en el mercado, no está de más considerar que igualmente existen muchas traducciones muy buenas, llevadas a cabo por personas preocupadas por no traicionar demasiado el texto. La traducción es un arte difícil, pero noble y necesario para la mediación intercultural, aun más en un mundo inevitablemente multicultural.

 

En conclusión, el interés por la literatura africana ha surgido sobre todo en los departamentos de literatura inglesa como parte de las literaturas poscoloniales. Pero, en ellos, las obras se leen en inglés y es un público específico. Otro tema diferente es la posibilidad de leer esa literatura en lengua inglesa en castellano. En ese caso hacen falta obras traducidas que las editoriales van publicando según el mercado y encargando el trabajo a traductores no siempre preparados porque –volvemos a lo mismo– conocer la lengua no es sinónimo de conocer la cultura, y el hecho de ser traductor de obras inglesas no conlleva necesariamente el ser buen traductor de obras africanas escritas en inglés, porque el imaginario y la sociedad retratada es diferente o los personajes y las situaciones pueden encerrar claves completamente distintas. Veamos un ejemplo alejado del tema de este trabajo pero altamente ilustrativo: la prestigiosa marca americana de productos alimenticios infantiles Berger comenzó a vender en África comida infantil utilizando el mismo etiquetado y publicidad que en Estados Unidos, a saber, la cara de un bebé sonriente y sano, tema que nos resulta familiar porque en España se utiliza o se ha utilizado la misma propaganda, sin embargo, no funcionó en África y tuvieron que cambiar la publicidad porque allí lo que suele verse en el exterior es una imagen del interior (comida infantil), ya que mucha gente no sabe leer, y menos en inglés.

La importancia de la literatura como herramienta para conocer África es enorme a falta de textos antropológicos más centrados en la actualidad migratoria. En este sentido su traducción es vital. Es un modo de dejar que África sea la gran desconocida cuando ahora está tan cercana gracias a la inmigración. África está en nuestras calles, en nuestras vidas cotidianas, y apenas la conocemos. Miampika (2003: 15) opina, y nosotros con él:

 

La literatura es el medio más inmediato que tenemos para cualquier mediación intercultural. En el caso de España, la literatura puede servir tanto para transformar el imaginario de la identidad propia con respecto al otro, como el de las identidades africanas. De este modo se facilita un acercamiento a esa realidad que no es fija ni simplemente exótica.

 

La traducción es el medio idóneo, pero una traducción que permita que el TO llegue con el máximo respeto posible al nuevo lector, sin aplicar unas teorías experimentalistas y posturas radicales que mencionábamos al principio acercando la teoría a la práctica, y que en el caso de la comunicación intercultural pueden resultar contraproducentes.

Antes de pasar al caso de la literatura de la India, pongamos unos puntos suspensivos a estas reflexiones sobre la literatura africana traducida con unas palabras de Miampika (El Fingidor, 2003: 16):

 

La traducción es uno de los retos que hay que intensificar para favorecer el diálogo entre el escritor africano y el lector español u occidental, para que la creación de los autores africanos sea común a los lectores españoles. (…) es urgente y necesario que se introduzcan los estudios de literatura y cultura africanas en la universidad española y en la enseñanza secundaria porque sólo desde estos ámbitos se puede impulsar la relación entre la sociedad civil hispanohablante y las creaciones imaginarias del África negra.

 

4. Literatura de la India traducida en España: De diálogos y mediaciones

 

Centrémonos ahora en el caso de la literatura de la India, enmarcada en lo que la crítica ha denominado literatura poscolonial, que se refiere a las producciones artísticas surgidas de las antiguas colonias europeas, y que presenta un gran número de especificidades tanto a nivel lingüístico como cultural. En el plano lingüístico, cabe destacar que muchos autores inmersos en este contexto (como ya se ha mencionado en el caso de África) optan por escribir en la lengua europea que llegó a sus países por la vía del imperialismo, y que ha terminado por convertirse en la lengua oficial, global, lingua franca, vehículo de comunicación, pues con esta opción translingüística son conscientes de que se introducirán en el repertorio y el mercado transnacional, pues si narrasen en sus lenguas nativas, minorizadas en el contexto global, se reducirían sus posibilidades de difusión. Con todo, si bien es cierto que la opción translingüística es una señal de identidad de buena parte de la literatura poscolonial, lo más importante es tener en cuenta que lo que se está transmitiendo en esa lengua escogida es otra cultura, todo un mundo referencial que estas literaturas nos invitan a conocer. De este modo, gran parte de la literatura poscolonial, altamente híbrida, implica la traducción de elementos lingüísticos y culturales específicos de una cultura que se expresa literariamente en otra lengua.

Por otro lado, cobra cada vez mayor presencia en el panorama literario de las sociedades occidentales la literatura escrita por inmigrantes de diversas procedencias, en ocasiones (pero no siempre) también contextos poscoloniales. Pensamos, por ejemplo, en la literatura de la turca Emine Sevgi Özdamar, el marroquí Mahi Binebine o la senegalesa Fatou Diome. La textura híbrida de esta literatura de la inmigración presenta, desde luego, características similares a las de la literatura poscolonial. Cada vez más, en los polisistemas literarios europeos existen artistas procedentes de comunidades inmigrantes que crean en un despliegue de hibridez, mestizaje y fusión, y que, en suma, contribuyen a la creación de un imaginario colectivo sobre la inmigración desde una perspectiva constructiva. Sin duda, la creación intercultural ahora emergente será fundamental cuando en las próximas décadas comiencen a crear las segundas generaciones, los hijos e hijas de la inmigración y el mestizaje, a caballo entre la cultura de sus padres y la española, asumiendo como propios ambos legados. En palabras de Marco Kunz (2002: 134): “Dada la relativa novedad de la inmigración en España, falta aún la perspectiva de los niños o adolescentes, que a menudo no son inmigrantes, sino auténticos nativos del país de adopción de sus padres”. Tiempo al tiempo, todo se andará.

En este nuevo espacio que se va creando, la traducción ha jugado y juega un papel primordial a lo largo de todo el desarrollo de la humanidad, como hemos querido destacar desde un comienzo. Pues, hoy por hoy, ya nadie duda de la relevancia de la traducción como vía para la construcción de representaciones culturales. Como apunta Pilar Godayol (2004: 172): “ningún discurso cultural –incluido el traductológico– se puede mantener al margen de los efectos del poder y fuera de su representación”. Por ello, por este poder de representación y transmisión de ideología que tiene la traducción, en nuestras sociedades occidentales, cada vez más multiculturales, es importante aprender a repensar las políticas de traducción que construyen una imagen a menudo simplificada o estereotipada de otras culturas. Por ello, desde la conciencia de la importancia de respetar y fomentar la pluralidad cultural, nos planteamos que en el ámbito de la traducción de literatura intercultural cabe tener en cuenta que esta labor de trasvase traductor conlleva una responsabilidad ética: ¿Representar la especificidad o la particularidad cultural del texto traducido? ¿Respetar ciertas estrategias que los propios autores poscoloniales emplean para hibridizar sus propuestas creativas? ¿Cómo hacerlo?

En este sentido, y siguiendo con las reflexiones apuntadas en el apartado anterior, diremos que desde la esfera traductológica dialogante con los estudios culturales, Lawrence Venuti (1992: 12) llega a hablar de una “traducción resistente”, que puede ayudar a hacer visible la labor de quien traduce, teniendo en cuenta que:

 

A translated text should be the site where a different culture emerges, where a reader gets a glimpse of a cultural other, and resistancy, a translation strategy based on an aesthetic of discontinuity, can best preserve that difference, that otherness, by reminding the reader of the gains and losses in the translation process and the unbridgeable gaps between cultures (Venuti, 1995: 306).

 

Con una mirada crítica, esta perspectiva nos ayuda a reflexionar sobre el enorme desafío que subyace a la traducción de narrativa intercultural de autores poscoloniales o de la inmigración, que plantea muchos interrogantes: ¿cómo traducir a una lengua global sin domesticar la fuente cultural procedente de la cultura minorizada? ¿Cómo representar esa cultura? La ficción transcultural, en su propia hechura, trata de superar esta disyuntiva simplificadora, se niega a la domesticación porque considera posible transmitir la extranjeridad, comunicar la diferencia.

Siendo éste el proyecto de los autores poscoloniales, a quienes traduzcan sus textos les queda el reto de desconstruir políticas de traducción homogeneizantes y temerosas de asumir riesgos y transmitir la diferencia cultural. En otras palabras, este desafío está en manos de quienes traducen/traducimos. Hoy, más que nunca, la traducción, como negociación constante, nos aboca a dialogar con la diferencia. Si es cierto, como apunta Tahar Ben Jelloun (2002: 46), que “la traducción a menudo es señal de que existe curiosidad por saber”, se trata de averiguar hasta dónde llega esa voluntad por querer conocer otras culturas, por informarnos sin prejuicios; una voluntad que dé pie al desarrollo de una competencia intercultural dialogante, sin olvidar que, como apuntan Aguilar-Amat y Parcerisas, para leer textos que proceden de otras culturas es preciso:

 

tener en cuenta que el mundo puede ser visto desde perspectivas diferentes e incluso opuestas a nuestros principios. (…) Es necesario relativizar preceptos fuertemente arraigados en nuestras conductas, desculturizarnos, para poder aprehender el conocimiento que nos es aportado por otros pueblos (Aguilar-Amat y Parcerisas, 2004: 178).

 

De hecho, Damián Alou (comunicación personal, 29 de septiembre de 2003), traductor de autores poscoloniales como los indios Vikram Seth, Amit Chaudhuri, David Davidar, Ardashir Vakil o la nigeriana Buchi Emecheta, reconocía que para él, a la hora de llevar a cabo estas traducciones “los mayores problemas siempre son los culturales”, pues “en ocasiones hay que verificar cosas que en nuestra sociedad –con pautas que conocemos– damos por sentadas”.

Abordemos ya, sin más preámbulo reflexivo, el caso de la literatura de la India traducida en nuestro país,[4] que, según el Index Translationum de la UNESCO, es el segundo país que más traducciones produce en el mundo, después de Alemania.

Destaca el hecho de que autores indios o de segunda generación estén teniendo un eco importante en el panorama global. Así, en los últimos veinte años la novela (sobre todo este género) india escrita en lengua inglesa ha experimentado un auge sorprendente, configurando un heterogéneo panorama de autores y autoras que integran lo que algunos llaman el boom (literario y editorial) de la narrativa india escrita en inglés (Barba, 1997), con ficciones firmadas por autores tan diversos como Salman Rushdie, Anita Desai, Amitav Ghosh, Vikram Chandra, Vikram Seth, Rohinton Mistry, Shashi Tharoor, Arundhati Roy, Pico Iyer, Bharati Mukherjee, Chitra Banerjee Divakaruni, Ardashir Vakil, Allan Sealy, Amit Chaudhuri, Upamanyu Chatterjee, Sunetra Gupta, Manju Kapur, Raj Kamal Jha, Gita Mehta, Ginu Kamani, Shauna Singh Baldwin, David Davidar, Anita Nair, Jhumpa Lahiri o Meera Syal.

Por lo que respecta al repertorio de obras de literatura de la India traducidas al castellano,[5] cabe decir que éste se compone, en su mayor parte, de textos de literatura india contemporánea (siglos XX y lo que llevamos del XXI) originalmente escrita en lengua inglesa, parte de esa emergente literatura que acabamos de mencionar, y, por otra parte, de literatura india clásica, en concreto obras originalmente escritas en sánscrito o en hindi, traducida por algunos de los muy pocos especialistas en estas lenguas que hay en nuestro país.

En el caso de la traducción de literatura india clásica, uno de los problemas que se observan es que en muchas ocasiones nos encontramos ante traducciones mediadas, es decir, no traducidas directamente desde la lengua origen sino de una traducción a alguna lengua europea. Además, en muchas ocasiones, las traducciones no corresponden al texto original completo. Lo que es peor, a veces no se reconoce explícitamente ni una cosa ni la otra: ni que la traducción es mediada, ni que se trata de parte de la obra. Casos como éstos los hallamos en algunas ediciones de las épicas del Ramayana y el Mahabharata, y en el texto del Kama Sutra, en traducciones no completas y mediadas sobre todo desde traducciones al inglés, cuya fiabilidad no puede asegurarse.

En contrapartida, contamos con algunas compilaciones o antologías de cuentos o mitos clásicos de la India, en traducciones directas del sánscrito firmadas por Óscar Pujol, y del hindi por Enrique Gallud Jardiel y Álvaro Enterría, entre otros, aunque el porcentaje es muy pequeño. Estos tres traductores son especialistas indólogos y suelen acompañar sus traducciones con aparato crítico de diversa índole, como por ejemplo introducciones y notas. En su práctica traductora demuestran respeto por la cultura que trasvasan al castellano, basada en un conocimiento especializado y una documentación contrastada y constantemente actualizada.

En cuanto a la traducción de literatura india contemporánea escrita en lengua inglesa, resulta de interés destacar que en castellano contamos con las traducciones de gran parte de las novelas que han centrado la atención del público lector internacional y la crítica especializada. La mayoría de estas traducciones se han publicado en la década de los noventa y lo que llevamos del siglo XXI. En las estanterías en castellano encontramos autores pioneros como Rabindranath Tagore (que se auto-tradujo al inglés desde su materno bengalí); dos de los tres narradores considerados como los padres de la novela india en lengua inglesa, Mulk Raj Anand y R.K. Narayan (el tercero, Raja Rao, no está traducido); best-sellers que comienzan a surgir a partir de los años ochenta, como Salman Rushdie, Arundhati Roy, Amitav Ghosh, Vikram Chandra, Anita Desai, Vikram Seth, Chitra Banerjee Divakaruni, Manju Kapur, Jhumpa Lahiri y Meera Syal; otros autores de prestigio internacional como Rohinton Mistry, Manil Suri y Gita Mehta, y también alguna que otra obra de Anita Rau Badami, Anita Nair, Ardashir Vakil, Amit Chaudhuri, Shauna Singh Baldwin, Pankaj Mishra, Shashi Tharoor y David Davidar.[6] Aunque ahondar en las diferentes actitudes y proyectos traductológicos en este ámbito sería objeto de otro trabajo, no podemos dejar de comentar que las estrategias y perspectivas desplegadas en la traducción de estas narrativas son muy dispares: algunas traducciones incluyen aparato crítico (de extensión e intensidad variable) que da cuenta del proyecto de quien traduce, otras en cambio optan por no incluir ninguna intervención (lo que también constituye una postura traductora).

En suma, la representación que tenemos de literatura de la India se refiere en su mayor parte a la que está escrita en una lengua mayoritaria como es el inglés, y sólo en un pequeño porcentaje incluye literatura india clásica escrita en sánscrito o en hindi. Así, lo cierto es que pensando en el enorme plurilingüismo de la India, la traducción de literatura compuesta en alguna de sus miles de lenguas autóctonas es inexistente. No en vano, en la propia India esto es tema de amplio debate, pues debido al espectacular multilingüismo, gran parte de la literatura escrita en lenguas autóctonas no resulta accesible para otras comunidades lingüísticas del subcontinente. A este respecto merece la pena destacar las traducciones al inglés de lenguas regionales de la India, y viceversa, que lleva a cabo la Sahitya Akademi, así como el proyecto de traducción que lleva a cabo la sede india de la editorial Macmillan, con su “Series of Modern Indian Novels in Translation”, en cuyo marco en los últimos años se han venido traduciendo al inglés obras contemporáneas originalmente escritas en idiomas como el bengalí, gujarati, hindi, kannada, malayalam, marathi, oriya, panjabí, tamil, telugu o urdu. En este sentido, resulta muy interesante el estudio de Rita Kothari (2003) sobre literatura de la India traducida al inglés (como lengua franca), como forma de poner la literatura escrita en lenguas regionales a disposición de una mayor comunidad lectora en el ámbito nacional.

Así, de alguna manera, el repertorio de literatura de la India traducida en nuestro país viene dado por la dificultad para realizar traducciones directas de ciertas lenguas y por la política del mercado editorial, que en la mayoría de las ocasiones apuesta por textos contemporáneos que ya han demostrado ser éxitos de ventas internacionalmente o han recibido críticas elogiosas por parte de quienes tienen el poder para crear opinión en este sentido. En otras palabras, la política de traducción en España en lo relativo a lenguas minorizadas está delimitada por el potencial éxito editorial y también por el escaso número de expertos que pueden encarar estas traducciones.

 

5. Entre la visibilidad del traductor y la invisibilidad de las connotaciones culturales: El caso de relatos marroquíes traducidos al inglés

 

Para terminar con una aproximación más textual en el panorama de traducción literaria que estamos delineando, en esta sección se analiza la traducción de treinta relatos marroquíes al inglés en cuanto a la intervención “discreta” o invisible del traductor literario, su intervención visible (a través de comentarios a pie de página) y los aspectos intertextuales y culturales que se obvian y, por lo tanto, quedan fuera del alcance del lector del texto traducido. Se analizarán ejemplos en los cuales los traductores optan por la domesticación o por el exotismo para averiguar si cada opción es textual y traductológicamente motivada. Asimismo, se analizarán los comentarios a pie de página con el fin de averiguar, primero, la justificación y, segundo, la suficiencia (es decir, hasta qué punto los comentarios cumplen la función compensatoria a nivel intertextual). Con estas dos partes del análisis se pretende llegar a algunas conclusiones en cuanto a la visibilidad del traductor y la “recuperabilidad” de las connotaciones culturales.

Cuando un/a traductor/a se enfrenta a un texto (cualquier texto) que desea traducir o tiene que traducir, no puede dejar de pensar en conceptos como “equivalencia”, “fidelidad”, “pérdida”, etc. Cuando el texto que se desea o se tiene que traducir procede de un “mundo referencial” o una cultura diferente a la del/ la traductor/a y/o la de los destinatarios, la preocupación por hacer llegar una versión “equivalente” es aún mayor. Sin embargo, por mucho que se preocupen los traductores y por mucho que se empeñen en buscar una fidelidad o equivalencia textual o funcional o cultural o discursiva o de cualquier otra índole, siempre quedará la traducción, como dice Fayza El Qasem (2002: 111), como un “tipo de universo paralelo al de la obra original, lo que implica una diferencia espacial y temporal, pero también cultural: diferencia entre dos comunidades de destinatarios”.

En el caso de la literatura poscolonial en concreto la postura del traductor es aún más delicada y su dilema aún mayor. Pues visto el hecho histórico del colonialismo (político, económico, lingüístico y cultural) y las relaciones de poder antes, durante y después de ese hecho, los traductores, sobre todo los comprometidos con las causas de las ex-colonias y los políticamente correctos y culturalmente abiertos, se encuentran entre la espada del “canibalismo” (es decir la apropiación y asimilación del texto original de los escritores postcoloniales) y la pared de la “traducción etnológica” (en el sentido de mantener la alteridad intacta o, incluso, “bruta”). Pues si se opta por el acercamiento del texto y cultura originales a los destinatarios del texto traducido, se corre el riesgo de ser acusado de chauvinismo y de un ejercicio de poder que aniquila las formas de expresión lingüística y literaria y la especificidad de la cultura origen. Por el otro lado, si se opta por mantener el exotismo del original, al traductor se le puede criticar o acusar, primero, de silenciar al autor del original (y a su comunidad o cultura entera) a través de una reformulación sin sentido y sin mensaje y, segundo, de mantener los estereotipos culturales a través de mantener conceptos, prácticas sociales y culturales, aspectos estéticos, etc. en su estado “bruto”, sin transmitir los significados y explicaciones contextualizados.

Son estas opciones de domesticación y exotismo las que vamos a abordar, teniendo como objeto de análisis la traducción de treinta relatos marroquíes realizada por Malcolm Williams y Gavin Watterson (Escuela Superior del Rey Fahd de Traducción, Tánger). En esta colección, An Anthology of Moroccan Short Stories, se observa la presencia de las dos estrategias, por lo que merece la pena analizar algunos ejemplos con el fin de averiguar si cada estrategia responde a alguna necesidad textual, estética, o comunicación intercultural o simplemente sigue una práctica arbitraria. Dentro de lo que es la elección entre las dos estrategias también se analizarán los comentarios a pie de página en cuanto a su justificación textual y traductológica y su eficacia o suficiencia en cuanto a la transmisión de significados, connotaciones y relaciones intertextuales, es decir en cuanto a su capacidad de compensación.

Antes de abordar el análisis, presentamos una panorámica histórica sobre el relato corto marroquí.

La colección de relatos marroquíes traducida por Malcolm Williams y Gavin Watterson incluye treinta obras escritas o publicadas en distintas etapas del desarrollo del relato marroquí, desde finales de los años cuarenta del siglo veinte (Abdul Majid Benjelloun, “El Valle de Sangre”, 1947) hasta finales de los años ochenta (Muhammad Daghmoumi, “La Bisara de Hamrush”, 1988). De hecho, Ahmed El Madani sitúa el nacimiento del relato marroquí a finales de la década de los cuarenta, aunque la mayoría de los académicos marroquíes que se han interesado por este género (p. ej. Najib El Aoufi, Abdelkrim Ghallab, Ahmed El Yabouri y Ahmed Ziyad) coinciden en que el principio fue a finales de los treinta y principios de los cuarenta (Akbib, 2000). Desde esa etapa que coincidió con el auge del nacionalismo y la resistencia contra el colonizador, el relato corto marroquí ha pasado por varias etapas que, aunque no todos los críticos literarios y académicos coinciden, se pueden identificar como sigue:

Nacimiento: Como dice Jilali El Koudia (1988), “el despertar de la conciencia nacional como una reacción a la colonización encontró una de sus mejores medios de expresión en el relato corto” (traducción de Mustapha Taibi). No es de extrañar, entonces, que la preocupación temática dominante en los relatos de esta época fuera la amenaza que la colonización suponía para la identidad nacional (Akbib, 2000).

Post-independencia: segundo nacimiento: desde los finales de los años 1950 hasta finales de los 1960. Esta etapa fue de gran importancia para el desarrollo del relato marroquí como género (Akbib, 2000), ya que durante la misma el relato marroquí empezó a afirmar su propia identidad adquiriendo mayor sensibilidad hacia sus componentes artísticos, mayor conciencia de su temática y papel crítico y mayor conciencia en cuanto a su identidad marroquí (Akbib, 2000). A nivel político, en esta etapa, como dice El Aoufi (1987: 183), se puso fin a la colonización directa y tradicional y se estableció el neo-colonialismo, el colonialismo indirecto, un hecho al que se alude con frecuencia en las obras traducidas por Malcolm Williams y Gavin Watterson.

Desde 1970 hasta 1990: Esta etapa se caracteriza por la frustración y desilusión a nivel social, económico y político, así como por el sentimiento de derrota a raíz de los acontecimientos del Oriente Medio en general y de Palestina en concreto. Por eso hubo un giro desde el interés en la nación al interés en el individuo, sobre todo la crisis interna del intelectual.

La década de los 1990: Esta etapa de “romanticismo existencial”, como la llama Mohammed Mouâtassim (1998), se caracteriza por la dominante presencia del individuo solitario y aislado y por la casi desaparición de la acción, dejando el “espacio narrativo” a la introspección psicológica y el conflicto interno de un individuo que no comparte los valores y las creencias de su sociedad. He aquí una influencia natural del nouveau roman, del Kafkaismo, del stream of consciousness y del teatro del absurdo (Akbib, 2000).

Se puede decir, grosso modo, que la colección de relatos marroquíes que se estudia aquí refleja las distintas etapas del relato marroquí (hasta finales de los años ochenta del siglo pasado) tanto en cuanto a la temática como en cuanto a las características estéticas. Pues, a nivel temático se pueden encontrar temas como la resistencia contra el colonizador, la injusticia, la lucha política contra las desigualdades y la corrupción, la pobreza, el desempleo, la represión policial, los retos y problemas de la educación, los problemas y conflictos existenciales del individuo, etc. Entre estos temas dos son omnipresentes, a saber la injusticia y la colonización, es decir la conciencia de y la lucha contra la explotación (en todos sus aspectos) tanto a nivel interpersonal como nacional y global, lo que nos refiere inevitablemente al discurso postcolonial resistente o, como dicen Vijay y Hodge (1993), el “postcolonialismo oposicionista”.

A nivel estético también se pueden encontrar desde relatos formalmente tradicionales y simétricos hasta obras estructuralmente disruptivas (en el sentido de que revolucionan la estructura del relato tanto que incluso el canal de comunicación entre productor y receptor se ve en peligro), pasando por el modelo Chekoviano de los años sesenta (modelo realista, con tiempo narrativo reducido y modo indirecto de representación).

Los traductores de esta colección de relatos, conscientes de las diferencias culturales entre el entorno socio-cultural de la producción original y el de la re-producción (traducción), adoptan básicamente dos estrategias de procesamiento de la especificidad cultural: la traducción literal (sin comentarios) y los comentarios a pie de página.

 

* Traducción literal

En el relato de Mohamed Barrada “La Historia de la Cabeza Cortada” (página 155) el traductor traduce “la hawla wa la quwata ila bilah” como “There is no strength or power save in God”. La fórmula original en árabe es una fórmula religiosa que literalmente (como se ha traducido en esta obra) significa que no hay fuerza ni poder sino con Dios, pero también una expresión “asimilada” en el habla cotidiana que se utiliza para expresar impotencia o resignación o rechazo silencioso. Con esa traducción literal, el lector del texto en inglés se quedará perplejo, se perderá el significado y las connotaciones relativas a la actitud del personaje o, incluso, recurrirá a su bagaje de prejuicios culturales para hacerse una idea. Pues el contexto de la expresión traducida literalmente es justo al principio del relato donde el narrador empieza por contar cómo su cabeza fue cortada y cómo cayó sobre la acera en un charco de sangre. Entonces pasa un señor mayor y murmura “la hawla wa la quwata ila bilah”, que aunque no se sabe si lo hace por su calzado que se ha manchado de sangre o por el cadáver que se encuentra en la calle, nos refiere a la actitud de oposición silenciosa o silenciada del pueblo marroquí, una actitud que la propia cabeza cortada intenta cambiar posteriormente incitando a las multitudes para que reaccionen, actúen y luchen por el cambio.

En “La Casa de Fartakh” de Mohamed Daghmoumi (página 239) se traduce “rubaa elkhali” como “the empty third”, es decir lo que es literalmente “el tercio vacío”. Es improbable que el lector del texto inglés entienda lo que es el “tercio vacío” o capte, por medio de esa traducción literal, el significado cultural de “rubaa elkhali”, que es “tierra de nadie” o “tierra de destierro”.

En “La Bisara de Hamrush” del mismo autor (página 250) el traductor traduce como “the mule has appeared” (la mula ha aparecido) una oración con un contenido cultural/religioso que presenta una relación intertextual sin la cual es imposible entender su significado. Se trata de un signo del final del mundo (la aparición de la “mula/animal”) al que se hace referencia en las tradiciones del Profeta Muhammad y en la literatura religiosa de hace más de catorce siglos. Entonces, cuando alguien se refiere a los signos de la cercanía del fin del mundo (con expresiones como la anterior), suele demostrar una actitud de reprobación moral y de rechazo total al estatus quo, sobre todo en lo relativo a la moralidad. Sobra decir que con la traducción literal de los traductores de esta colección de relatos el lector se quedaría sólo con un “exotismo” sin sentido.

 

*Comentarios a pie de página

Con el fin de ver cuáles son los aspectos o referentes culturales que son tan irreductibles (o difíciles de entender por parte del lector de la traducción) que han requerido una intervención visible por parte del traductor (a través de comentarios a pie de página), conviene clasificarlos según su denominador común:

 

Lugares

Kasba, Douar Lahuna, Douar Al-Raja Fallah, Shawia, Sebata, Grand Socco, Madame Port’s tea house, Suq al –Dakhil, hammam, Madyouna road, Karyan Ben Mesik, Al-Bahira market, Ifran, suq al-barrani, jutiya, Mandubiya, Sus, Haouz, Waq Waq, Jami’ Lafna, Al-Shawia.

Personalidades

Shaykh Khalil, Monsieur Boniface, Marshall Juin, General Lyautey, Thami Al-Glaoui, Su’ad Hosni, Abd Alwahhab Agoumi, Abbas ben Farnas, Antar, Zaid, Al-Tirmidhi, Pasha Belbaghdadi, Sysiphus the Arab.

Religión

Fqih, Sunna, school of imam maliki, mufti, hajj, ka’aba, Zamzam, Night of Power, umma.

Cocina y atuendo (Costumbres)

Pastilla, bissara, jalaba, bournous, bulgha, harira.

Administración

Qaid, Makhzan, muqaddam.

Misceláneos

Mawlay, Siba, zagarid, baroud party, darabukka, qubba, nard, Jilala, Sayyid, Si, Jebli, Rifi, Mu’allim.

 

Aunque esta presentación visual deja ver que estadísticamente los nombres de lugares constituyen la categoría que más comentarios a pie de página han requerido, esto no significa necesariamente que dichos lugares tengan, todos, un contenido textual o culturalmente relevante: algunos comentarios de los traductores tienen justificación, mientras que otros no parecen tener demasiada. Pues lugares como Douar Lahuna (pueblo de “nos han arrojado”) y Douar Al-Raja Fallah (pueblo de “nuestra esperanza está en Dios”) en el relato de Driss Elkhouri “Vida y Tiempos de Khadija de Casablanca” tienen un significado literal que coincide con el socio-económico y un efecto amargamente cómico en el contexto. Se trata de una joven de clase obrera que ha sido abusada sexualmente y explotada laboralmente por su jefe y que se siente acosada por un adolescente de su misma clase cuando está en un autobús. El significado literal y el paralelismo entre los respectivos domicilios de los dos crea una escena cruelmente cómica que sin las notas del traductor (“A poor district of Casablanca whose name means ‘This is where they threw us’, “A poor district of Casablanca whose name means ‘Our hope is in God’”, 118) no se habrían captado por el lector de habla inglesa.

Igualmente justificada es la nota del traductor sobre la ciudad de Ifrán en “Cuatro Pequeñas Caras” de Muhammad Baydi en la que informa al lector de habla inglesa de que la zona es un lugar turístico de esquí. Pues en el contexto en el que un profesor se encuentra por casualidad con cuatro ex alumnos suyos (uno a uno y en distintos lugares y distintas condiciones sociales), el hecho de que coincida con uno de ellos (el alumno muy tímido que al final emigró a Bélgica y se casó con una ciudadana belga diez años mayor que él) en Ifrán nos refiere al estatus social y poder adquisitivo relativamente alto del que gozan los emigrados marroquíes residentes en países europeos.

Sin embargo, otros lugares como Al-houz, Al-shawia, no tienen ningún significado o connotación adicional o de relevancia en sus respectivos contextos (p.ej. “Khadija…when they brought her from that tiny village in the Shawia to the town, they gave her their three-year old son to look after”, Driss Elkhouri “Vida y Tiempos de Khadija de Casablanca”). Igual que un lector puede conformarse con saber que Hampshire o Cádiz o Praga son lugares, el lector de estos relatos traducidos no se habría perdido nada (visto el contexto) si los traductores no hubieran añadido comentarios a pie de página dando información sobre la situación geográfica de dichos lugares.

Además de la cuestión de la justificación o arbitrariedad de los comentarios a pie de página, cabe analizar algunos ejemplos de éstos con el fin de averiguar hasta qué punto las notas de los traductores cumplen la función de compensación y se adaptan a las necesidades del contexto. Así, la figura del “alfaquí” (sabio o erudito en jurisprudencia y tradiciones musulmanas, imán, sabio con poderes mágicos, etc.) aparece en varios relatos de esta colección (p. ej. en “Su Señoría el Ministro” de Muhammad Aziz Lahbabi, “La Historia de Mal Agüero” de Ahmad Abdussalam Al-Baqqali y “La Bisara de Hamrush” de Muhammad Daghmoumi). Sin embargo, los traductores no utilizan exactamente la misma información para todas las notas relativas a esta figura religiosa/mágica: cuando el contexto se refiere a poderes supernaturales (como, por ejemplo, en el caso de los “alfaquíes-buscatesoros” de Sus en el relato de Abdussalam Al-Baqqali) los traductores hacen referencia en sus comentarios a dichos poderes mágicos, pero cuando se trata de “alfaquíes” en el sentido puramente religioso esa referencia se omite, lo que indica una estrategia compensatoria consciente de y sensible al contexto.

No obstante, en algunos casos las notas de los traductores no aportan información suficiente como para transmitir las connotaciones de los elementos culturalmente específicos. Basta mencionar dos ejemplos: “muqaddam” en página 240 y “bissara” en página 247. La primera palabra es explicada como “título dado en Marruecos al jefe administrativo de un distrito”, cuando cualquier lector marroquí tendría presente, a la hora de leer un texto con referencia a “muqaddam” una amplia gama de connotaciones negativas que van desde la ignorancia y analfabetismo de esos agentes rasos del Ministerio del Interior hasta su función de agente secreto/público en un estado inquisitorial y represivo.

La segunda palabra (“Bissara” que da nombre al relato de Muhammad Daghmoumi “La Bisara de Hamrush”) es explicada como “plato típico de Marruecos, preparado a base de habas”. Con esta información el lector del texto traducido adquiere un conocimiento cultural extra pero no suficiente para captar las connotaciones de esta palabra en su contexto. Pues se trata de un plato con connotaciones de estatus social y poder adquisitivo, ya que se asocia con la clase trabajadora, por lo que tanto los restaurantes (como el del protagonista) que lo suelen servir (en muchos casos como plato único) como los clientes que lo consumen (sobre todo como plato único o frecuente) suelen situarse en la parte más inferior de la jerarquía social. Por consiguiente, la nota del traductor omite o pasa por alto información valiosa para la contextualización del texto literario traducido. Es como explicar “caviar” (situándonos en el otro extremo gastronómico) a los lectores que desconocen la palabra y/o el alimento como “huevas aderezadas de esturión”.

En suma, la traducción de elementos arraigados en una cultura diferente a la del destinatario implica la necesidad de intervenir de una forma u otra para preservar o transmitir el significado cultural del texto original, pero no siempre se logra. Mediante este análisis breve de algunas estrategias traductoras de los traductores de una colección de relatos árabes se ha demostrado que la labor de los traductores queda visible tanto cuando optan por una traducción literal carente de sentido que cuando prefieren transcribir las palabras originales y añadir comentarios explicativos. Por un lado la traducción literal de conceptos, expresiones, refranes y tradiciones hacen del traductor un agente visible e invisible al mismo tiempo, visible en cuanto a su producción de componentes textuales “exóticos”, llamativos y desconcertantes por su incomprensión, e invisible en cuanto a su ausencia como agente-buscador de equivalencias de sentido. Por otro, las notas a pie de página son necesarias, justificadas y suficientemente compensatorias en algunos casos, pero innecesarias, arbitrarias o insuficientes en otros, porque no logran transmitir la complejidad y la amplitud de los elementos que tienen una carga cultural e intertextual considerable.

 

6. Algunas reflexiones finales

 

Para poner un punto (y seguido) a estos apuntes diremos que la traducción es una maravillosa forma de conocer otros mundos, otras culturas, otras formas de comunicarnos, de percibir las cosas, pero para ello cabe desplegar una disposición a escuchar realmente (en el ámbito del trabajo social se habla de “escucha activa”) lo que desde esas culturas nos cuentan, y cómo nos lo cuentan; una disposición a ponernos en otro lugar para aprender a mirar desde él, sin dar nada por sentado o por normativo. La traducción de literatura intercultural empieza por el respeto y la documentación responsable que requiere esa labor de trasvase, y asumir esto es parte de la ética de quien traduce, que nunca es invisible porque siempre actúa como agente activo.

En una afirmación contundente, Carlos Pujol, hablando de la literatura de Kipling y de la de Naipaul, aludía a “esa manía tan occidental de simplificar las cosas para hacernos la ilusión de que las dominamos” (Pujol, en ABC literario, 30-1-98, p.11). En nuestra opinión, quien traduce literatura intercultural o literaturas del mundo (eg. poscolonial, de la inmigración, de minorías, etc.) tiene la responsabilidad de darse cuenta de que toda simplificación conlleva unas consecuencias peligrosas en términos de representación cultural. Es posible y enriquecedor conocer a las otras culturas en sus propios términos, tratar de entender que el mundo puede ser visto de otra forma, para así evitar crear fronteras de separación e intolerancia. La diferencia no puede ni tiene por qué ser borrada, pero a través de la traducción puede ser negociada en diversos grados, y en esa negociación mediadora sólo puede dialogar quien está dispuesto a escuchar.

 

 

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[1] La participación de Dora Sales en el presente trabajo se desarrolla en el marco de los siguientes proyectos de investigación: a) “Repertorio informatizado crítico-bibliográfico sobre comunicación y mediación intercultural” (GV04A-717), subvencionado por la Generalitat Valenciana, y b) “Creación de una base de datos bibliográfica para la mediación intercultural: Documentación sobre inmigración y traducción e interpretación” (P1 1A2004-10), subvencionado por el plan de promoción de la investigación de la Universidad Jaume I.

[2] Teniendo en cuenta su pasado colonial y la lengua de los dominadores, suele distinguirse entre literatura africana francófona, anglófona, lusófona o hispanófona.

[3] Véase: http://www.schoares.nus.edu.sg (consulta: 12 de diciembre de 2004).

[4] En Valero, Sales, Soto y El Madkouri (2004) se aportan datos que aquí actualizamos y completamos.

[5] Véase la base de datos de la Agencia Española del ISBN (Ministerio de Cultura), disponible en: http://www.mcu.es/bases/spa/isbn/ISBN.html

[6] Hablamos en todo caso de la traducción al castellano, pero apuntamos que de varios de estos autores, una vez ya se han traducido al castellano, han aparecido algunos títulos en catalán y unos pocos en gallego. En ocasiones las traducciones al castellano y al catalán se han editado simultáneamente o casi (casos de Anita Desai, Salman Rushdie, Vikram Seth, David Davidar, Arundhati Roy, Jhumpa Lahiri y Shauna Singh Baldwin).

Véase http://www.mcu.es/bases/spa/isbn/ISBN.html