LA CRISTIANIZACIÓN EN EL SURESTE.

Ya desde una época bastante temprana, podemos atestiguar la presencia de asentamientos paleocristianos en Hispania, en la Lusitania e incluso muy al norte en Gallaecia, gracias a los testimonios ofrecidos por Tertuliano (ver nota 1) y Cipriano de Cartago (ver nota 2). Más razón para suponer que forzosamente en esa misma época, el siglo III, ya tuvo que haber comunidades en toda la zona meridional, y por supuesto en nuestro Sureste.

No obstante, esas muestras tan tempranas no han de ser tomadas como norma, y podemos considerar que el pleno comienzo del proceso sólo tiene inicio con efectividad en el siglo IV; en el siglo VII en cambio encontramos al cristianismo ya plenamente establecido, aunque todavía se observan pervivencias paganas, tanto en algunos tipos de enterramientos como en ciertas menciones de los Concilios, que notifican la presencia de rituales “idolátricos” en las zonas rurales.

Pero las primeras manifestaciones de culto cristiano en Begastri realizado abiertamente que se han encontrado corresponden ya a la época de libertad religiosa posterior a 313; en cualquier caso, parece existir ya por entonces en Begastri una población cristiana incipiente, aunque en el siglo IV el paganismo continuaba todavía en plena actividad (ver nota 3), y seguramente siguió existiendo durante bastantes años más. Por todo ello, seguramente se dio en Begastri algún tipo de confrontación y polémica del tipo Cristianismo- Paganismo, como en el resto del Imperio (ver nota 4).

A partir de este momento y de las reformas del emperador Constantino I, se comienza a configurar la organización y territorialización del espacio religioso, con la delimitación de influencia y alcance entre las diferentes diócesis y una reglamentación más estricta, refrendada por los dictámenes del Concilio de Nicea de 325. Hay que destacar que la tradición fue siempre muy importante; por este motivo se explica como tras el fin de la Reconquista en el Sureste, a mediados del siglo XIII, la sede episcopal regresó a Cartagena cuando ya Murcia era el centro económico y administrativo más importante; nótese que, al contrario de Begastri, Cartagena no había sido destruida en el siglo IX y permanecía intacta, por eso fue posible el regreso de la sede allí.

Una vez instaurado el poder visigodo en la Península, el Sureste se vio libre de su control durante algún tiempo, ya que los bárbaros temían al mar y evitaron las zonas costeras (ver nota 5). En cambio, sí que hicieron acto de presencia las tropas imperiales de Justiniano a partir de 554, y es posible que durante estos años una efímera ocupación bizantina de Begastri nos prive de su presencia en los Concilios Toledanos del siglo VI, ya que como señaló acertadamente E. A. Thompson, ningún obispo griego acudió jamás a dichas celebraciones6.

En cambio, a partir de 633, con el fin de la presencia bizantina en el Sureste, los obispos de Begastri comienzan a afluir regularmente a Toledo durante la mayor parte del siglo, muestra evidente de una normalización total de la vida eclesiástica y de la importancia de esta ciudad a todos los niveles, que sin lugar a dudas vivió entonces sus mejores años.

1. TERTULIANO, Contra los judíos VII, 4.
2. CIPRIANO DE CARTAGO, Carta 67.
3. Esto será especialmente cierto si finalmente se identifica uno de los capitales monumentales encontrados con un ara romana tardía; asimismo, en la horadación del Cerro para la construcción de la vía de ferrocarril en el siglo XX se encontró una fosa de incineración llena de cenizas y huesos humanos, una más que posible muestra de tratamiento tradicional a los difuntos y por consiguiente del paganismo vivo en los siglos IV y V.
4. Cf. A. GONZÁLEZ BLANCO, Alquipir 2, 1992.
5. Cf. A. GONZÁLEZ BLANCO, Historia de Murcia en las épocas: Tardorromana, Bizantina y Visigoda, Murcia 1998, pp. 156-158.
6. Para este periodo es absolutamente fundamental su ya señera obra Los Godos en España (Madrid, 1971).