febrero 2016

VERDAD, CERTEZA Y GÖDEL, por el Prof. Dr. D. Alberto Requena, académico numerario

albertorequena

Al conocimiento llegamos a través de la adquisición de información sobre elementos, relaciones, procesos e interacciones, de forma que podemos comprender para después interpretar y, finalmente, compartir con nuestros semejantes. Sujeto y objeto del conocimiento se relacionan de forma distinta según el ámbito en el que se trate, estando bien separados si se trata de Ciencias Naturales, mientras que sujeto y objeto coinciden en el caso de las llamadas Ciencias Sociales. Según la importancia relativa que demos a estos dos elementos conjugados, denominaremos conocimiento objetivo, caso de predominar las características del objeto y subjetivo cuando es el sujeto el determinante, a través de su percepción. En el primer caso, es posible un nivel más fino, todavía y se puede pensar en la interobjetividad si se logra la independencia del sujeto implicado, aunque no decimos objetividad absoluta, por tratarse de aspectos científicos y no filosóficos, ni mucho menos, en modo alguno, si8 fueran teológicos. Seremos respetuosos, aún cuando no es demasiado frecuente encontrar un tratamiento equivalente de los otros ámbitos.

 

Es, justamente, al amparo del binomio objetivo/subjetivo que se suscita la calificación de verdad y certeza. Certeza y verdad son dos términos a menudo intercambiados, aunque no necesariamente son intercambiables. No siempre es posible hacerlo y, en muchas ocasiones, genera confusión. La certeza tiene que ver con la actitud de una persona hacia una proposición, enunciado o hecho, de forma que no se duda sobre su contenido. La verdad, lejos de ser una característica asociada a una persona, es una propiedad objetiva. La certeza es un estado subjetivo, de forma que es el convencimiento el que impulsa el sentimiento que nos lleva a aceptar. Cuando hablamos de verdad, hay que traducir que nos movemos en el ámbito de los datos y hechos objetivos, suministrados por el objeto. La certeza es una convicción del sujeto, mientras que la verdad es un conocimiento objetivo y compartible, intersubjetivo.

 

Ahora bien, la noción de verdad es problemática. No se trata, solamente, de cómo se establece la objetividad, sino que el avance del conocimiento hace variar la referencia de la objetividad, al menos en su interpretación, que enmarca a la verdad, conforme se van desvelando incógnitas y el grado de conocimiento aumenta. Esto nos lleva a considerar si la verdad es una hipótesis o conjunto de ellas que no ha/n sido refutada/s. Pero si estos enunciados son válidos en un marco clásico, la Mecánica Cuántica introduce una matización con la incertidumbre, que incorpora extrañeza sobre que algo pueda ser, en última instancia, verdadero. La lógica atraviesa momentos de incertidumbre, como ha dejado patente Gödel, por si ya fuera poca la incidencia del Principio de incertidumbre de Heisemberg. Pero, en todo caso, no es posible pensar que se conoce algo de cuya verdad no estamos seguros. Lo primero que requiere el conocimiento es “verdad”, adecuación entre el entendimiento y la cosa, de forma que lo que como sujetos afirmamos se corresponde con lo que las cosas son en realidad. Finalmente, requerimos, también, la evidencia, que garantice de forma inequívoca la verdad que se instala en nuestra mente. Es de esta forma que la realidad objetiva se puede imponer en nuestro pensamiento. Por último, y como actitud o sentimiento implicados en la mente que asiente el contenido de un juicio, surge la certeza, siendo, pues, una actitud de la mente al aceptar un pensamiento, excluyendo cualquier temor a que sea falso o lo contrario. Un excelente ejemplo es la certeza de Newton sobre la ley de la gravitación que, al ser consecuencia de una demostración, era una certeza científica.

 

Según Gödel, dos sistemas de axiomas pueden ser consistentes (no se sigue ninguna contradicción) y su suma no serlo. Si existe la verdad, alguno de los sistemas de axiomas contiene uno falso. Es por ello que, el que sea verdadero el sistema de axiomas es necesario, pero no suficiente para ser consistente. La verdad es una categoría superior a la demostrabilidad y la intuición nos permite ir más allá de las limitaciones de un sistema matemático formalizado. Penrose utilizó el argumento de Gödel para demostrar que la mente no funciona algorítmicamente

Morir para seguir viviendo, por el Prof. Dr. D. Ángel Pérez Ruzafa, académico numerario

Ángel Pérez Ruzafa 912

Columna de la Academia publicada en el Diario La Verdad el 6 de febrero de 2016

Una de las características de la vida es su vocación de persistir. A lo largo de la evolución ha desarrollado mecanismos para perpetuarse e independizarse de los avatares del entorno. Sistemas de almacenamiento y transmisión de la información para reconstruir su estructura (el ADN), distintas formas de reproducción, simbiosis, recombinación, defensa, homeostasis, regulación… que le permiten amortiguar los impactos del ambiente, de competidores o depredadores. Pero uno de los mecanismos más singulares y enigmáticos inherente a la vida, desde la célula hasta la biosfera, es la muerte.

Esta paradoja tiene sentido. La vida tiende a crecer y aumentar su complejidad para hacerse más eficiente en el uso de los recursos e independizarse del ambiente, aumentando su control sobre los flujos de energía. Sin embargo un aumento excesivo de complejidad puede resultar inmanejable. Se pierde flexibilidad y velocidad de reacción. Hay mayor control sobre lo previsible, pero perdiendo capacidad de reacción ante situaciones imprevistas. Además, los costos de mantenimiento aumentan exponencialmente a medida que el sistema es más complejo y la falta de recursos lo hacen muy vulnerable. Cualquier pequeña perturbación podría desmoronarlo. Más allá de los organismos vivos, podemos encontrar ejemplos de esta situación en empresas que han crecido excesivamente, imperios desaparecidos, muchos repentinamente y sin dejar casi rastro, en la cumbre de su esplendor.

La muerte, más o menos controlada, es un mecanismo para retardar todo lo posible ese estado. A nivel celular, en tejidos y órganos, tenemos la apoptosis o muerte celular programada; en las poblaciones de las distintas especies hay eventos de mortandad masiva, en forma de epidemias muchas veces sin causas conocidas; las comunidades y ecosistemas sufren procesos de destrucción parcial en forma de incendios, tormentas u otras catástrofes; la biosfera ha sufrido también eventos catastróficos periódicos que han producido extinciones en masa que han acabado con hasta el 95% de las especies del planeta. Pero estos eventos, lejos de acabar con la vida, son mecanismos de rejuvenecimiento. Las estructuras se simplifican, en zonas más o menos restringidas, ganando en flexibilidad y productividad, coexistiendo con zonas más maduras y complejas que ofrecen estabilidad y posibilidades de regulación. En el caso de la evolución, tras una extinción, mediante la radiación y aparición de nuevas especies la vida se revitaliza y aumenta su diversidad. Un proceso que aún no ha finalizado. Nuestro cuerpo, por término medio, cada 5 a 10 años renueva sus células y a pesar de ello seguimos reconociéndonos como la misma persona. En palabras de Ramón Margalef: los ecosistemas permanecen, aunque sus componentes cambian constantemente.

Un estudio que tiene en cuenta las temperaturas que se han dado desde hace miles de años, revela que los veranos actuales son anormalmente calurosos

Todos nos venimos preguntando si hay antecedentes históricos que puedan dejarnos pensar que el calentamiento que sufrimos ya se ha dado en otras épocas, pero este estudio sugiere que no y que es el hombre el causante de la anormalidad climática.

http://elpais.com/elpais/2016/01/28/ciencia/1454003760_641610.html