Y SOLO SON VEINTE, por el Prof. Dr. D. Alberto Requena, académico numerario

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Ya parece que prácticamente todo el mundo sabe que la información genética está contenida en el ADN. Esta molécula tan especial, denominada, con mucho argumento, molécula de la vida, consta de una larga secuencia de bases nitrogenadas. Pero estas moléculas, denominadas bases nitrogenadas, son solamente cuatro, a saber : adenina, timina, guanina y citosina, Casi todo, prácticamente todo, lo que ocurre en el cuerpo depende de las proteínas, que son largas cadenas de aminoácidos. El 20% del cuerpo humano está constituido por proteínas. Gran parte de nuestras células, músculos y tejidos están compuestos por aminoácidos, que le dan a la célula su estructura, pero que también son los responsables del transporte y almacenamiento de nutrientes, influyen en las funciones de los órganos, glándulas, etc.

 

La cuestión es que, aún siendo tan importantes los aminoácidos para nuestro cuerpo, para la vida, solamente hay veinte distintos. ¡Solo hay 20 aminoácidos! Como solamente hay 4 tipos de bases, una cuestión clave, en la década de los cincuenta del siglo pasado, fue cómo se podrían secuenciar con solo 4 unidades (clases, bases) para obtener 20 tipos de compuestos (los aminoácidos). Si cada una de las bases concretara un aminoácido, solamente podríamos tener 4 aminoácidos. Si unimos dos bases para especificar un aminoácido, serían posibles 4^2 = 16 aminoácidos (es el mismo problema que la quiniela, combinación con repetición de tres elementos (1,X,2) tomados de 15 en 15, es decir 3^(15). No calcule, que no encontrará quien le quiera financiar, además de que es más caro que el premio que pudiera obtener). 16 es menor que veinte, luego precisamos reunir al menos 3 bases consecutivas, para cubrir las 20 combinaciones de los 20 aminoácidos. Pero 4^3 =64 supera a 20 en muchas combinaciones. Sobran muchas. Si cada aminoácido se especificaba con 3 bases (codon es la denominación de los genetistas) la maquinaria que sintetizaba las proteínas debería conocer donde empezaba y terminaba cada codon. En la duplicación del ADN, la hebra de ácidos nucléicos que actúa como modelo (referencia) contiene una larga cadena de bases, pero no están agrupadas, ni hay una marca que las delimite. No cabe duda de que la maquinaria de la replicación comienza en un punto concreto y acaba en otro punto concreto, pero entre estos puntos, ¿el avance es de tres bases cada vez añadiendo el apropiado aminoácido en cada paso? ¿o por el contrario hay ciertos grupos de aminoácidos que sirven de separación? Fue en 1957, cuando Crick, Griffith y Orgel formularon una hipótesis muy elegante que pretendía resolver ambos problemas y la denominaron código sin coma o código libre de coma, entendiendo la coma como signo de puntuación, o sea separación.

 

La idea es simple e ingeniosa. Con 64 posibles tripletes, solo requerimos una minoría (20) para especificar aminoácidos. Las restantes podrían “no tener sentido”. Pero ¿es posible elegir un grupo de tripletes de bases significativos, de tal forma que cuando se sitúen en cualquier lugar, desde el principio al final, en cualquier posición, no solapen entre ellos dando lugar a grupos de tres bases que tengan significado? Supongamos que los tripletes 123, 456, 789 y así sucesivamente designan aminoácidos concretos. Si están ordenados del modo supuesto: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 … requerimos que otra identificación alternativa, como los tripletes 234, 567, 8910, etc, así como 345, 678, 91011, etc. que son otras agrupaciones posibles de tripletes de los aminoácidos numerados, sean tripletes sin sentido. SI pudiera lograrse no se alteraría el proceso si en cada paso el amino ácido “malo” se vuelve a poner en el sitio en que estaba y, además, cualquier fallo de lectura de un triplete no tendría sentido. Teóricamente es posible tener una disposición como la anterior.

 

En diciembre de 1959 Hoagland publicó en Scientific American un artículo sobre la síntesis de proteínas y explicó cómo las cuatro unidades que componen el ADN y el ARN determinan el orden de las 20 unidades en la proteína y citaba la ingeniosa solución al problema que dieron Crick y col. anteriormente, pero Hoagland no formuló sembró ninguna duda sobre el código sin coma que habían propuesto aquellos. De este modo, todo el mundo debió tener la impresión de que la propuesta de Crick y col. pudo ser sensata. Pero fueron sus propios promotores los que reconocieron lo inapropiado de su propuesta. La cuestión de cómo solo 20 de los 64 posibles códigos triplete son los que conforman aminoácidos, se superpuso con que resultó que muchos aminoácidos estaban codificados por más de un triplete. Por tanto, parece que, sin ninguna otra separación (puntuación) que la del comienzo y la de final, la maquinaria productora de proteínas es capaz de moverse fiablemente sobre los ácidos nucléicos, reconociendo cada triplete de bases sucesivo como una instrucción a añadir a un aminoácido particular para hacer crecer la cadena de polipéptidos.

 

Vemos que, una vez más no siempre las teorías elegantes y los experimentos espléndidos, capaces de seducir, precisamente por lo atractivo de su formulación, resultan ser ciertas. Las explicaciones más atractivas no tienen por qué ser las más probables, como resalta Glynn, atribuyendo la reflexión al filósofo Peter Lipton. Es posible afirmar, en cambio, que suelen ser indiciarias, al menos.