Introducción

LA DOCTORA DE LA ESCUELA ARQUEOLÓGICA MURCIANA

Crónica «ex toto acorde» de Javier R. García del Toro, en torno a la llegada al desierto arqueológico murciano de la Doctora Ana María Muñoz Amilibia y de la consiguiente creación «ex novo» de la Escuela Arqueológica Murciana.

Me erijo en cronista de este anecdotario sobre la doctora Muñoz Amilibia y la Escuela Arqueológica Murciana, primero porque lo deseo fervientemente, y segundo porque tengo el dudoso honor de ser el más antiguo, o mejor dicho y escrito, el primero y único arqueólogo (o similar) que in illo tempore, es decir en 1975 en el Alma Mater Murciana que recibió a la Doctora Muñoz.
En aquellos días de mediados de los setenta, el desierto arqueológico universitario era de «juzgado de guardia». A principio de los setenta había quedado vacante la Cátedra de Arqueología, Epigrafía y Numismática. Lo más cercano a las materias en torno a esa cátedra, era el Departamento de Historia de España y Universal, del que a la sazón un servidor era Profesor Ayudante, impartiendo las asignaturas de Prehistoria y Etnología, Epigrafía y Numismática y Arqueología clásica, y para mas «inri» Historia de la Cultura Española en tercero de Románicas. Y todo ello no por mis especiales dotes de profesor universitario, sino porque no había otro que pudiese impartir las clases y al licenciado García del Toro que había hecho la tesina de licenciatura sobre Prehistoria, era lo único que se tenía a mano.
Recuerdo como si fuese hoy, aquel día de 1975, en recién que ganada la Cátedra de Arqueología, Epigrafía y Numismática, la doctora Muñoz llegó a Murcia. El escenario, el hall de entrada al pasillo de los Seminarios de Historia, tras serme presentada, y dicho que este chico es el profesor de todas las asignaturas que tienen que ver con la Arqueología, la doctora Muñoz me pidió que le enseñase el Seminario y los despachos de la disciplina.

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-Doctora Muñoz, Seminario no hay y despachos tampoco.
-¿Y los libros y revistas de Prehistoria y Arqueología?
-En ninguna parte, no existen, todo lo más en la Biblioteca del Museo Arqueológico Provincial que dirige don Manuel Jorge Aragoneses.
-¿Cómo es posible?¿Y donde investigan ustedes?
-Ustedes no se, pero yo lo hago en el Museo y en la Autónoma de Madrid.
La cara de la doctora era de absoluta perplejidad y asombro, no se podía creer que en la Universidad de la provincia de El Cigarralejo, La Bastida, El Cabecico del Tesoro, Cartago Nova, etc, se encontrase en esta situación.
Un año después, cuando ya había salido de su asombro y las cosas estaban bastante mejor, me confesó que aquel famoso día de marras de su llegada a Murcia, le faltó un pelo para volverse a Barcelona.
Aquella tarde de aquel día de su aterrizaje en Murcia, la doctora nunca ha perdido el tiempo, y sus horas eran de setenta y cinco minutos, nos pusimos manos a la obra de «busca y captura» de un local físico para el futuro Seminario de Arqueología. Un servidor que había sido ayudante del anterior Decano de la Facultad ya fallecido, se conocía todos y cada uno de los vericuetos dormidos y cerrados a cal y canto del edificio, y conocía especialmente uno al fondo del «pasillo de Historia» que había sido laboratorio de fotografía y archivo de las mismas. Se lo enseñé, e inmediatamente lo pidió por el conducto reglamentario y le fue concedido. El local tenía unos 30 m2 y anexo a él, el cuarto oscuro fotográfico, que por cierto nunca pudimos poner en funcionamiento porque sus ampliadores eran me temo del tiempo de Daguerre.
Se buscaron dos mesas, una máquina de escribir no eléctrica por supuesto, y unas estanterías metálicas, se suponía que para libros …..ah se me olvidaba, también compramos un libro de registro bibliográfico.
Acto seguido con la dotación económica de la nueva Cátedra, la doctora comenzó a pedir libros a librerías, recuerdo que a Meissner y a Pórtico.
El panorama seguía siendo desolador; las mesas de la doctora y la mía estaban juntas y dando frente a toda una compleja red de estanterías metálicas totalmente vacías; mirar levantando la vista y verlas era deprimente.
-Javier, ¿estás seguro de que no hay ningún libro de Arqueología en esta Facultad?
-Ahora que recuerdo, creo que sí, concretamente en el Seminario de Historia del Arte, al fondo a la derecha, hay dos estanterías, por cierto tapadas con grueso papel, donde creo que están algunos libros de la época de don Cayetano de Mergelina y don Gratiniano Nieto, además de la Adjunta del Seminario, doña Virginia es hija del doctor Mergelina.
Como siempre -y recuerdo lo de las horas de 75 minutos- nos dirigimos hacia el Seminario de Arte para hablar con Virginia de Mergelina, a quien conocía como compañera a más de cómo cuñada de don Gratiniano Nieto, Rector de la Autónoma de Madrid, y que por entonces me dirigía la Tesis Doctoral. Virginia, como es costumbre en ella, se portó de maravilla, y tal vez por su vocación frustada de arqueóloga, como su recordado padre, nos cedió un total de casi 250 libros y revistas, con gran mérito por su parte porque gran parte de ellos llevaban el ex libris de su padre y eran propiedad personal suya. Raudos y veloces y a mano nos lo llevamos a nuestro «cubil» que ya iba pareciendo un Seminario de Arqueología. Los libros no es que tuviesen un palmo de polvo, que lo tenían, sino, que la mayoría eran vírgenes, recuerdo que gran parte de las revistas entre ellas Noticiario Arqueológico Hispánico de los años cuarenta estaban sin abrir, sin guillotinar, lo que demostraba el uso que habían tenido.

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Aquello ya parecía otra cosa, y como tal encargamos una preciosa placa de bronce con la leyenda Seminario de Arqueología, sobres y folios con el mismo membrete, sello de caucho para oficios y para libros, etc.
Una vez que todo esto tenía un cierto aspecto de Departamento Universitario -que conste que gracias a ella- comencé a presentarle a las personas que yo conocía a Murcia dentro del mundillo de la Arqueología, concretamente a don Pedro Lillo Carpio y doña Manuela Ayala Juan y que en poco tiempo pasaron a formar parte del Seminario ¡ya éramos cuatro!
Comenzó entonces una etapa de unos nueve meses en que en sábados, domingos y toda clase de días festivos, la Doctora, su madre doña Josefa, Pedro, Mª Manuela y yo recorrimos todos y cada uno de los yacimientos arqueológicos de la provincia de Murcia y limítrofes en su Citroën GS rojo. Las jornadas eran agotadoras, desde el alba o antes hasta el crepúsculo y por supuesto a base de bocadillos y cantimplora, aunque algunas veces caía un gazpacho de torta de Jumilla, unas migas de Moratalla o un caldero de Cabo de Palos.
El Seminario de Arqueología de la Universidad de Murcia en poco más de un año se convirtió en el Centro de la Arqueología Provincial, desde él se gestionó toda la actividad arqueológica desde 1975-1982 y por supuesto el motor y corazón de toda la actividad era la Doctora y sus horas de 75 minutos.
Al cabo de un año, en la Hoja del Lunes de Murcia, a toda página y a cinco columnas, apareció titulado en negrilla «La Doctora Muñoz Amilibia: El ojo que todo lo ve». Y es cierto, a más de que la conexión entre Universidad y sociedad murciana en aquel entonces era total, por eso cobra mayor interés el artículo, porque la Doctora conocía y era conocida por entonces, agricultores de las tierras de la provincia, pastores de sus montes, maestros nacionales, párrocos de pueblos perdidos, alcaldes de todas las cabeceras de comarca, presidente de la Diputación Provincial, etc. Con todos había hablado y entrevistado con el único fin de hacerles ver la importancia del Patrimonio Arqueológico murciano y la necesidad de su salvaguardia.
La labor docente la desarrolló la Doctora desde 1975 en le nueva asignatura de Prehistoria General de primer curso, inculcando el gusanillo de la arqueología a aquellos chicos y chicas de 17 años que en el primer año de los ochenta formarían la Primera Promoción de la Especialidad de Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Murcia.

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Se instituyeron los «Miércoles Arqueológicos», en que en el Seminario se daban charlas coloquio sobre muy diversos temas a alumnos y público en general. He de destacar que una apreciable parte de asistentes eran de COU por lo que podíamos decir que la cantera estaba asegurada.
Por estas desoladas y dejadas de la mano de Dios tierras murcianas comenzaron a llegar de la mano de la Doctora «Maestros» como el Dr. Pericot, el Dr. Maluquer, el Dr. Palol, la Dra Aubet, el Dr. Schubart, etc., que nos llenaban de fervor arqueológico a todos.
Aquello era un paraíso, un Sangri-La, con todo respeto éramos una piña los profesores con los alumnos, celebrábamos nuestros santos en nuestras casas, y la doctora para los alumnos era una verdadera Dea Mater.
Las primeras excavaciones arqueológicas eran unánimes, íbamos todos cada uno en su cometido, recuerdo con especial cariño las del Cerro del Minguillar de Baena, Covatillas, Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla) …etc. En una palabra, la Doctora creó de la nada la Escuela Arqueológica Murciana y como «obras son amores y no buenas razones» vayan al registro de excavaciones arqueológicas o a un fichero bibliográfico arqueológico y verán como las excavaciones y las publicaciones desde 1975 a 1990 duplican en número a las realizadas desde el siglo XVII a 1975.
A 1996 que escribo estas sentidas palabras, la arqueología murciana a todos los niveles está regida y gestionada por discípulos de la doctora Muñoz, pero discípulostotales o sea que fueron encarrilados desde COU.
Para terminar, siempre he pensado una cosa, y por primera vez la escribo, al igual que ciertas medallas militares se conceden por valor heroico o por esfuerzos más allá del deber, la doctora Muñoz fue mucho más allá del deber en sus años murcianos y todo ello con el «inri» de haber partido de la nada, otra persona sin su carácter, hubiera renunciado o hubiese cumplido estrictamente con su cometido docente e investigador, dejando la creación de Escuela para Platón o Aristóteles.

JAVIER R. GARCÍA DEL TORO
Verdolay, nº 7, pp 13-15.