Debido a que la mayoría de las campañas de excavaciones en el Cerro de los Molinicos tuvieron por objeto la periferia del poblado, centrándose algunas en excavación de la línea de muralla, a excepción de algunos sondeos en el centro del cerro, los resultados que se establecen actualmente son provisionales; aún así, como resultado de las actuaciones arqueológicas se pueden extraer las siguientes conclusiones:
De la ocupación eneolítica del enclave tenemos pocos elementos de juicio, únicamente cerámicas y criterios estratigráficos permiten deducir la presencia humana en este cerro durante el calcolítico y que gran parte de la muralla habría sido construida durante esta fase de ocupación.
La ocupación durante el Bronce Pleno se atestigua mejor. Además de la construcción de las estructuras principales de la muralla, hallamos viviendas en las laderas del cerro en su vertiente norte, en concreto una serie de viviendas adosadas a la cara exterior de la fortificación.
En el interior del poblado, a pesar de lo arrasado de las estructuras, y los reaprovechamientos en fases posteriores, se puede deducir de las excavaciones que el hábitat en este período cultural ocuparía prácticamente toda la superficie del cerro, observándose una clara planificación del terreno de tendencia ortogonal, lo que hace pensar en un poblado de gran envergadura y extensión para esta fase, estando sujetas por tanto la distribución de las viviendas a unos criterios de organización del espacio racionales.
Cista.
Durante el bronce final cambian los criterios de distribución del espacio. Coincidiendo posiblemente con un período de crisis, la población en el cerro disminuye, el área central se abandona, allanándose el terreno. Las viviendas se construyen en la periferia del poblado, en ocasiones reaprovechando los zócalos de las edificaciones anteriores y por primera vez se documenta la construcción de viviendas sobre la propia muralla. Este hecho no respondería a un exceso de población, ya que el centro del cerro estaría desocupado, sino más bien que se pretende reforzar la propia muralla y en ocasiones sustituirla cuando esta no existe.
En el tránsito del segundo al primer milenio, se continua la tradición de la fase anterior. Las construcciones de peor calidad aprovechan las viviendas anteriores y los materiales producto del deterioro de la muralla, que en esta época sufre una gran degradación, abandonándose las casas y altillos construidos sobre ella cuyos restos quedarán sepultados en el reforzamiento posterior de la fortificación. Igualmente se continua habitando sobre las laderas del cerro.
Durante el siglo VI hasta mediados del V a.C., comienza a edificarse de nuevo sobre la muralla, continuando el proceso de deterioro de la misma. Se habita únicamente la zona periférica, más próxima a la línea defensiva, dejándose la parte central como gran plaza o quizás como corralón para el ganado.
Muros Ibéricos.
Finalmente desde mediados del V hasta la segunda mitad del IV a.C., época en la que el poblado se abandona, nos encontramos con la última fase de ocupación del poblado. La densidad de población es más baja, con lo que se dejan espacios libres allí donde antes había viviendas. La población se repliega intramuros, abandonándose las construcciones de la ladera del cerro; se refuerza la muralla y sistemáticamente se construye sobre esta lo que resulta ser azoteas, almacenes de viviendas adosadas al interior de la misma.
Ya en los últimos años de existencia del poblado ibérico, se aprecia claramente el deterioro del hábitat. Se obstruye una de las puertas de la muralla, se edificó sobre derrumbes sin apisonar y consolidar los rellenos, reparaciones deficientes de los muros y bastiones a lo que hay que añadir niveles de incendio que muestran viviendas con los materiales intactos conservados sobre las esteras de esparto calcinadas y bajo el entramado carbonizado de la techumbre.
Poblado.