Las cosas de comer

Triste espectáculo al que estamos asistiendo en la últimas semanas. La estrategia defensiva del PP -que recuerda a la de los socialistas de mediados de los 90- probablemente sea acertada para jugar en un terreno de juego tan embarrado como aquellos campos del Norte de España de los años 60. En el lodazal de nuestra vida política, con unos ciudadanos que mayoritariamente mantienen una actitud exageradamente recelosa sobre la honestidad de su clase política y sobre la equidad con la que puedan funcionar las instituciones del Estado, quizá sea efectiva una línea de defensa que pone en cuestión la imparcialidad de buena parte de nuestros jueces y fiscales (no sólo es Garzón, la misma estrategia se ha dado en Canarias o en Murcia, por citar algunos otros ejemplos). Porque el levantamiento de estas sospechas coincide con las peores expectativas de buena parte de los ciudadanos.

Pero este probable éxito a corto plazo lleva asociado un coste tan grave en el medio y largo que los partidos deberían pensarse muy mucho la utilización de una estrategia como ésta. Poner en entredicho la labor de buena parte de la Fiscalía y la Judicatura cada vez que estos actores clave del sistema democrático se toman en serio la persecución de la corrupción política, aunque haya podido contribuir a ello la desafortunada cacería de Garzón y el ex ministro Bermejo, sólo sirve para alimentar el cinismo de los ciudadanos y para alentar el clima de impunidad que estimula el auge de las conductas de corrupción.

Cuando uno comprueba, además, en qué estado se encuentran los mecanismos (los códigos de conducta y la articulación organizativa de su aplicación) con los que los partidos dicen hacer frente a la corrupción de sus militantes y cargos públicos, es obligado pensar que más les valdría dedicarse a mejorar sus sistemas internos de control con el objetivo, precisamente, de aliviar la responsabilidad de jueces y fiscales en esta tarea. Por fortuna, aquellos terrenos de juego del Norte tienen desde hace ya algunos años unos avanzados sistemas de drenaje y aquellos soporíferos partidos de nuestra infancia o juventud en los que se hacía imposible conducir la pelota en el barro son sólo un mal recuerdo. Si hemos alcanzado tantos logros y tanto progreso técnico en las tres últimas décadas, ¿es que no vamos a ser capaces de luchar eficientemente contra la corrupción sin poner en entredicho a cada paso los pilares de la democracia?

Publicado en: La Verdad / Opinión / 14-03-2009

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