FREIRE MÉNDEZ, Justa

Justa Freire fue una de las maestras españolas más conocidas en los años veinte y treinta del siglo XX. Nació en Moraleja del Vino, en un ambiente muy humilde, pero contó con una fuerte red de apoyo de las mujeres de su familia. Posiblemente ellas fueron las que le impulsaron a estudiar magisterio en la Escuela Normal de Maestras de Zamora (1910-1914). Allí entró en contacto con las ideas de la Institución Libre de Enseñanza, a través de su profesora María Antonia Cebrián y Fernández de Villegas, quien también la animó a que ampliara sus horizontes académicos y profesionales en Madrid. En la capital asistió a las clases de Pedagogía Superior de Manuel Bartolomé Cossío y preparó en 1918 sus primeras oposiciones al magisterio público. También visitó en 1919 diferentes escuelas primarias madrileñas pues ansiaba encontrar un modelo educativo innovador con el que se pudiera identificar. Y en cuanto traspasó el umbral del recientemente inaugurado Grupo escolar Cervantes se quedó prendada de su ambiente y de la figura de su director, Ángel Llorca.

Justa Freire ocupó su primera plaza de maestra en propiedad en la escuela unitaria de niñas de Casillas (Ávila), en la que permaneció desde diciembre de 1919 a febrero de 1921. En noviembre de 1920 solicitó ser admitida en un curso de perfeccionamiento – que en realidad era un concurso de selección – para formar parte del profesorado del Grupo escolar Cervantes. Ángel Llorca pretendía que en este centro se ensayaran nuevos procedimientos educativos con el fin de comprobar sus posibilidades de aplicación en el resto del país. Uno de estos ensayos, denominado de “educación social”, perseguía actuar directamente en la comunidad, transformar la mentalidad de los habitantes de la barriada a través de actividades escolares consideradas por primera vez como educativas, como el comedor o los baños y duchas. Amparo Cebrián y Fernández de Villegas, una maestra institucionista, hermana de María – la profesora de Justa Freire en Zamora − se encargó de poner en marcha esta experiencia, y por su influencia Justa obtuvo una plaza en el Cervantes.

Justa Freire fue nombrada maestra del Cervantes por Real Orden de 22 de enero de 1921 y contribuyó activamente a convertirlo en un centro de experimentación pedagógica por el que pasaron maestros de toda España y de muchísimos países europeos y latinoamericanos. Se identificó totalmente con la figura de Ángel Llorca, quien pretendía adaptar las metodologías didácticas más vanguardistas, aquellas que defendía en aquel momento el movimiento internacional de la Escuela Nueva, a la realidad educativa española, para que llegaran hasta la última escuela rural del país. Por eso, entre 1921 y 1933, los años en los que Justa Freire fue docente del Cervantes, viajó varias veces por Europa, casi siempre con Ángel Llorca y otros maestros del centro, asistiendo a dos congresos del movimiento de la Escuela Nueva (Heidelberg, 1925 y Helsingör, 1929), visitando diferentes escuelas modélicas de Francia, Bélgica, Suiza, Alemania, Suecia, Noruega y Dinamarca, y participando en el Curso de Vacaciones del Instituto J.J. Rousseau de Ginebra (1925), en el que escuchó las clases del psicólogo Jean Piaget.

En 1933 ganó las oposiciones a direcciones de Grupos escolares y fue nombrada el 25 de noviembre directora de uno de los nuevos colegios construidos en Madrid, el Alfredo Calderón, en el que tuvo a su cargo un conjunto de maestros y maestras, y en el que llevó a cabo algunos ensayos pedagógicos que rápidamente dieron fama y prestigio al centro. Intentó aplicar las ideas de Ángel Llorca, especialmente su modo peculiar de liderazgo autocrático/transformacional, con el que ambos pretendían conseguir un estilo educador diferente, distintivo y compartido por la totalidad del profesorado del centro. Este estilo pedagógico implicaba realizar muchas lecciones modelo delante de los niños y los docentes para que estos captaran la esencia de un método basado en la conversación, el diálogo y la construcción colectiva de los conocimientos. Este sistema no funcionó en el Alfredo Calderón, en el que el profesorado venía de tradiciones pedagógicas muy dispares. A pesar de todas las dificultades, Justa Freire, en los escasos tres años anteriores a la Guerra Civil, puso en marcha algunos ensayos de coeducación entre el alumnado, aplicó nuevos métodos para la enseñanza de los Trabajos Manuales y del Dibujo, generalizó las prácticas higiénicas, las excursiones, y las visitas a talleres de la barriada. También se convirtió en una de las pocas directoras escolares españolas que lideró a un grupo de maestras y maestros y que ocupó una posición de autoridad con respecto a sus compañeros varones.

Cuando estalló la Guerra Civil, Justa Freire fue enviada a Valencia en diciembre de 1936, junto con Ángel Llorca, y allí emprendieron juntos otra experiencia educativa en El Perelló, denominada Comunidades Familiares de Educación, con los niños evacuados de Madrid. Este ensayo pretendía introducir en España la idea de “escuela hogar”, una escuela concebida como “casa del niño”, en la que se educase en una atmósfera de convivencia y comunidad. Este tipo de escuelas, generalmente ubicadas en el campo, con una organización de internado y un ambiente muy familiar, habían sido extendidas por el movimiento de la Escuela Nueva en los años 1910 y 1920. Justa Freire trasladó este modelo, no sólo a la colonia de El Perelló, sino también a todas las demás colonias escolares organizadas en Levante, de las que fue responsable y orientadora pedagógica.

Terminada la Guerra Civil, Justa Freire fue denunciada por sus actividades como directora del Alfredo Calderón y condenada por el Tribunal de Responsabilidades Políticas a seis años y un día de prisión. Permaneció en la cárcel de Ventas hasta mayo de 1941. En estos años sufrió también un proceso de depuración y fue separada del magisterio, con pérdida de todos sus derechos. Cuando recuperó su libertad sobrevivió impartiendo clases particulares, hasta que en 1944 fue contratada como secretaria y profesora de Religión, Folklore y Matemáticas en el Colegio Británico, centro en el que educó a hijos e hijas de aristócratas y de jerarcas del franquismo, pero también a descendientes de intelectuales silenciados y exiliados por ese mismo franquismo. Mientras tanto, intentó incansablemente que se revisara su expediente de depuración y que se la rehabilitara como maestra pública, lo cual consiguió en 1953. Pero no se le permitió ni volver a su puesto de directora ni reincorporarse a un destino en Madrid, y tuvo que trasladarse a Manresa, ciudad en la que ejercería como maestra hasta 1958. En los últimos años de su vida, además de seguir dando clases en el Colegio Británico, se implicó en diferentes proyectos editoriales y escribió algunos artículos en el periódico profesional El Magisterio Español. En estos artículos, publicados entre 1962 y 1964, recuperó, por primera vez después de 1939, la memoria del Grupo escolar Cervantes; fue también una de las personas pioneras en afirmar, sutilmente, que la obra pedagógica republicana era el antecedente de las políticas educativas incipientemente renovadoras de los años sesenta; y prometió contar todos los experimentos educativos en los que ella había participado “para llenar un vacío en la historia de la educación y de la pedagogía en España”. La muerte le impidió cumplir con esta promesa.