Una mujer turca lamenta la muerte de su marido
Donald McCullin (1935) ha dedicado su vida a cubrir los episodios de la historia reciente más oscuros. A través del objetivo de su cámara intenta, con una perspectiva humanitaria, iluminar los rostros de las víctimas marcadas trágicamente por la guerra y la miseria con el fin de construir una realidad ordenada dentro del caos generado; una realidad que se pueda extrapolar a la nuestra, la del primer mundo. Su fotografía A Turkish woman mourns her dead husband en 1964 le valió el prestigioso World Press Photo of the Year.
Con el fin de analizar el discurso denotativo, se puede señalar sin duda que se trata de una fotografía en blanco y negro; en la que un grupo de personas integrado por mujeres y niños, se lamentan profundamente y avanzan abandonando un lugar mientras son observados. Destaca sobremanera la mujer con el rostro desencajado por el dolor, que es llevada por otras dos, y el niño que acude en su auxilio. Una mujer turcochipriota que ha perdido a su marido, víctima de la guerra.
Se trata de una fotografía que realizó el fotoperiodista de guerra Don McCullin en el año 1964. Fue tomada mientras cubría la guerra civil de Chipre por encargo de The Observer, aunque la serie de la que forma parte también se publicó en el Paris Match y en el Daily Telegraph. Captada con una humilde Pentax 35mm de segunda mano, comprada poco antes de salir, la instantánea A Turkish woman mourns her dead husband, a victim of the Cyprus Civil War between Greek Cypriotes and Turkish Cypriotes, le valió a McCullin ganar el Wold Press Photo Award de 1964 a la mejor fotografía del año. En 1973, 1977 y 1983 también fue ganador del famoso premio en diferentes secciones. Recientemente, la obra fue positivada para su exposición por la TATE durante 2013 y en 2014 formó parte de una retrospectiva del autor en el Imperial War Museum.
Donald McCullin nació en 1935 en el barrio de St. Pancras, ubicado en Londres. No obstante creció en Finsbury Park, al norte de la ciudad; un barrio popular muy deprimido. Su familia era pobre y su padre apenas podía trabajar debido a problemas de asma. Ya desde pequeño demostró tener interés por lo artístico y obtuvo una beca en la Escuela de Arte y Oficio de Hammersmith. Tras la muerte de su progenitor, con 15 años, tuvo que abandonarla y buscar un trabajo. Su condición humilde lo marcaría durante toda su vida y carrera. Así describió su infancia: “I grew up in total ignorance, poverty and bigotry, and this has been a burden for me troughout my life. There is still some poison that won’t go away, as much as I try to drive it out” (McCullin cit. en Horvat, 1987). Fue tras su paso por el servicio militar donde adquirió sus conocimientos fotográficos, ya que estuvo destinado en una sección fotográfica. Cuando regresó a casa fotografió las bandas de jóvenes gánsteres con las que se había criado y The Observer publicó su primer trabajo el 15 de febrero de 1959. Aunque no comenzó a tener notoriedad como fotógrafo profesional hasta que se publicó su reportaje del Muro de Berlín en 1961. McCullin ha sido testigo de la barbarie de la guerra durante toda su carrera; desde Nigeria, Líbano, Camboya o Vietnam pasando por Irlanda del Norte y Siria entre otros muchos lugares. Durante su estancia en África fue testigo de los estragos causados por el SIDA y en 1963 realizó una serie de reportajes sobre la pobreza que rodeaba la industria en Durham, Reino Unido. Cuando podía escapar de ese infierno, realizaba otros trabajos como el que dedicó a locomotoras de vapor o el que hizo para The Beatles en la revista Life. En la actualidad está retirado en Somerset, junto a su última esposa y su hijo. Se dedica a realizar paisajes. No obstante, en 2012 regresó al fotoperiodismo para cubrir la tragedia de las familias desplazadas de Aleppo, en la guerra de Siria, a la edad de 77 años.
La fotografía A Turkish woman mourns her dead husband se toma durante la guerra de Chipre, donde Gran Bretaña tenía un gran interés estratégico, y que además se trataba de una ex-colonia. El país se encontraba dividido entre una amplia población de origen griego y una minoría turca; las cuales llevaban enfrentándose violentamente tiempo atrás. Todo ello desembocó en guerra civil en diciembre de 1963. McCullin retrató los combates en las calles y la masacre del pueblo turco durante sus varias visitas a la isla. Las masacres de turcos que defendían sus pueblos de las agresiones griegas ocuparon gran cantidad de negativos. Un día, temprano por la mañana, tras otro aviso de masacre, McCullin acudió para retratar una vez más una estampa que se repetía constantemente; la de familias enteras que, desconsoladas, iban en busca de sus familiares muertos. “Estaban buscando cadáveres de turcos que habían estado defendiendo los pueblos. Luego volvían al pueblo y les decían a las mujeres que habían matado a sus maridos y veías esas estampas goyescas de personas que miraban a Cristo. Lo he visto mucho en las guerras, que cuando la gente sufre mucho mira arriba como si viera a Dios ofreciéndole ayuda” (McCullin cit. en Morris y Morris, 20:24’). Una vez más se obtiene en la fidelidad de la fotografía, la influencia de la pintura; de la divinidad que durante siglos se viene retratando en la misma. La relación de Dios con el ser humano. Captando el instante decisivo, ese momento en concreto, que como bien apunta el autor, es un rasgo común en todos nosotros; un dolor que se escapa al control, a lo racional, y del que no se halla consuelo. Intrínseco a la identidad humana. La consecuencia resultante es la búsqueda de la esperanza en lo irracional.
Harold Evans, antiguo editor de The Sunday Times, la publicación para la que McCullin trabajó casi toda su vida, apunta sobre la fotografía: “Ese momento es un clásico, para mí es uno de los momentos decisivos de la fotografía, porque combinan el momento de la noticia con los elementos de la composición, ese es el quid de una fotografía. Tiene algo, un segundo o dos habrían hecho que fuera distinta” (Evans cit. en Morris y Morris, 21:04’). Los trabajos de McCullin no sólo han reflejado siempre la crueldad de la guerra, sino que lo han hecho con transparencia, mostrando las cosas tal como son, posicionándose a veces en situaciones comprometidas moralmente en la búsqueda de la verdad. Pero su trabajo siempre ha poseído cierto halo poético. “Hablo como si hubiera mucha poesía en mí. No la hay. Soy fotógrafo, no un artista ni poeta. Soy fotógrafo. Y una de las cosas que he aprendido, es que más allá de la fotografía, lo más necesario cuando estás en esta situación, y ejerciendo este trabajo como fotógrafo o reportero, es estar de parte de la humanidad. Esa responsabilidad me llegó rápidamente. Y lo entendí en el primer momento; estoy haciendo lo que estoy haciendo porque estoy hecho para hacer esto” (McCullin cit. en Morris y Morris, 21:42’).
En cuanto al discurso connotativo, y en función de lo expuesto anteriormente, se puede afirmar que se trata de una fotografía con un distinguible matiz pictórico que hace referencia a lo celestial; representado en la expresión y en el gesto de la mujer, que ha perdido a su marido y que se encuentra consumida por el dolor. El punto formado por la cara de la mujer, tiene gran fuerza tensional dentro de la fotografía y se ve reforzado por la mirada de la otra mujer a su izquierda y sumada a la del niño; sus miradas nos conducen a ella como protagonista. También refuerzan ese mismo punto las miradas de los jóvenes y el niño que observan en último plano la escena. A su vez, la masa de la figura de la mujer, está flanqueada por las dos personas que la llevan en brazos; la aíslan dentro del encuadre. En este primer plano destaca del mismo modo el gesto doloroso del niño, que con el brazo nos lleva a su madre. Esta queda retratada en una postura forzada y recogida, de gran expresividad.
Se crea también cierta direccionalidad dentro del encuadre que lo hace más dinámico. En una lectura más a fondo, la mujer que vuelve su cabeza hacia atrás y la que hay seguidamente a su derecha miran en direcciones opuestas; marcando el antes y el después de la acción y generando un cierto efecto de fuera de campo. Nos marcan la dirección de acción y dotan la escena de dinamismo.
Es un encuadre medio-largo, de carácter abierto. Con muy poco aire arriba. Se puede considerar bastante equilibrado ya que se encuentra prácticamente lleno en su totalidad. Las masas están compensadas en peso, donde destaca sobremanera la expresión y figura de la mujer. La cabeza y el cuerpo de la misma están casi en el punto fuerte superior izquierdo y la línea fuerte izquierda del encuadre respectivamente; reforzando su importancia. Se puede apreciar que las cabezas de los individuos de la escena forman una línea imaginaria, que coincide casi en su totalidad con la línea fuerte horizontal superior del encuadre, un tanto en diagonal. Resalta en la toma las figuras del primer plano, ante un segundo plano menos definido y desenfocado. La mano que el niño dirigía hacia su madre también se encuentra en diagonal y aporta cierto dinamismo.
En cuanto al grano, se puede apreciar que es de un tamaño intermedio; alrededor de 400 ASA/ISO. No se utiliza como recurso expresivo en la obra, se trata de un recurso técnico. En fotoperiodismo, como es lógico, se ha buscado siempre utilizar carretes que ofrezcan buena oportunidad de disparo en situaciones de iluminación polivalente.
La forma también tiene relevancia en la toma. Las cabezas se asemejan a círculos formando puntos de especial atención; puntos focales de importancia no sólo por la forma en sí, sino por representar a la figura humana, que siempre llama más la atención del espectador. Además se crea una figura triangular con el brazo del niño, la mano de la mujer y la anciana de la izquierda. Esta figura refuerza la dirección hacia la cara de la mujer. Las frágiles manos de ésta actúan como vértice imaginario acentuando tal efecto. El corte del propio encuadre, en la base, cierra el triángulo.
La textura depende, en este caso, de la nitidez de la fotografía. Los sujetos en primer plano se encuentran enfocados y la textura de sus ropas y especialmente la de las arrugas expresivas de sus caras, los dotan de importancia y los destacan del fondo; que por el contrario, aparece desenfocado y cuya textura es consecuencia del grano.
Si se analiza la iluminación se debe destacar su procedencia natural. No se aprecia luz de apoyo ni se ve rastro de flashes en los ojos de los sujetos. Es una luz continua procedente del Sol. La iluminación es dura y tiende hacia el contraste alto, ya que dentro del rango tonal tenemos blancos y negros puros. Los tonos medios han sido realzados probablemente en postproducción, durante el revelado. La luz que incide sobre el rostro de la mujer marca sus arrugas y genera sombras duras; la consecuencia es el realce de la expresión dramática en su rostro.
El análisis del color resulta más complicado al disponer para tal propósito una copia digital en escala de grises, en lugar de un positivo donde se podría apreciar mejor el tono. Sin embargo se trata de una fotografía de fotoperiodismo en la que lo importante es la información que contiene y un posible virado no es probable. Sí se puede destacar, que el hecho de que se trate de una fotografía en blanco y negro, ayuda a dramatizar mucho más el contenido. Con el color se añadiría cierto ruido que, de este modo, queda aislado y permite al espectador centrarse en sensaciones, formas y sobretodo, el momento.
El recorrido visual dirige al observador de lleno a la cara de la mujer, le obliga a fijarse en la expresión del rostro. A continuación lo encamina a la mujer de su izquierda, para devolverlo de nuevo al sujeto principal. La mirada se mueve hacia la derecha y queda fija por un instante en el brillo de los rizos, donde centra su atención en la cara del niño y en su expresión; el brazo de éste lleva de vuelta a las manos de la mujer y a su cara. Después camina hacia la derecha, a la mujer que, llorando, lleva en brazos al niño. De ahí sube al pequeño que tiene encima para cerrar el recorrido con los dos jóvenes que hay en la esquina opuesta.
Analizados los aspectos morfológicos y compositivos queda delimitar e identificar el punctum y contrapunctum. En el caso del contrapunctum o studium, integrado por la intención del fotógrafo, estaría constituido por el fin de informar de la desgracia vivida por la familia, retratar el dolor, ese dolor profundo ante algo que se escapa al control. El autor intenta mostrar ese sentimiento de la mejor manera y en el momento preciso con el fin de informar. Sin embargo, el punctum, hace referencia a lo celestial a través de la cara de la mujer. Recuerda a la pintura, que ha plasmado momentos parecidos que se mantienen en el imaginario colectivo. El dolor que transmite hace que el espectador se identifique y lo convierte en sabedor consciente de su propia situación. Sabe que si se viera en la misma circunstancia, hincaría las rodillas mirando al cielo en busca de una respuesta que nunca podría ser contestada: ¿por qué? ¿por qué esto y por qué a mí? ¿qué he hecho yo? Estas preguntas conducen a la gran quimera del ser humano. Intentar ser más de lo que seremos. Simples seres frágiles de naturaleza efímera. Desnudos ante un hecho desbordante.
Como colofón hay que señalar que esta fotografía es un excelente ejemplo de atemporalidad. Solo han pasado 52 años y las ropas de los sujetos no parecen tan lejanas para un espectador actual. Pero lo más significativo es que este tipo de escena se repite una y otra vez. Y da igual el formato o la tecnología con la que se capte o reproduzca. La historia se repite y nosotros no aprendemos. Esposas, maridos, hijos, familiares… víctimas que se ven de nuevo envueltas en situaciones que escapan a su dominio.
- Referencias bibliográficas
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