Amaya Jimeno‑Almazán, Alejandro Martínez‑Cava, Ángel Buendía‑Romero, Francisco Franco‑López, José Antonio Sánchez‑Agar, Bernardino Javier Sánchez‑Alcaraz, James J. Tufano, Jesús G. Pallarés & Javier Courel‑Ibáñez. Relationship between the severity of persistent symptoms, physical fitness, and cardiopulmonary function in postCOVID19 condition. A populationbased analysis. Internal and Emergency Medicine. 2022. https://doi.org/10.1007/s11739-022-03039-0 Enlace

El término “COVID-19 persistente” (también conocido como síndrome post- COVID o long-COVID-19) hace referencia a aquellos pacientes que, con un historial de infección por SARS-CoV-2 probable o confirmada, 3 meses desde el inicio de la enfermedad aguda, presentan síntomas clínicos que duran al menos 2 meses y que no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo. De acuerdo con las últimas estimaciones, la prevalencia de los casos de COVID-19 que desarrollan síntomas crónicos o persistentes que superan los 6 meses de evolución es de aproximadamente un 3%.

Las manifestaciones clínicas persistentes de esta enfermedad se caracterizan por ser de carácter multiorgánico y constituir un conjunto de síntomas entre los que destacan la fatiga post-esfuerzo y la sensación de falta de aire (disnea), junto con manifestaciones neuropsicológicas, como la cefalea y el deterioro cognitivo de perfil subcortical.  Como consecuencia, las personas con síndrome post COVID-19 empeoran de forma importante su capacidad funcional, incluso durante actividades cotidianas de baja intensidad, por lo que sus niveles de actividad física diaria se ven drásticamente disminuidos.

En el momento actual, no se sabe con certeza el mecanismo último que motiva la aparición de la intolerancia al esfuerzo y la disnea, que constituyen los dos síntomas más frecuentes de esta condición. Tampoco existe hasta la fecha evidencia contrastada sobre la efectividad de ningún fármaco que puede ayudar a mitigar los efectos de esta enfermedad, ni tampoco a acortar su duración. Además de la dramática pérdida de la calidad de vida de los pacientes, el progresivo incremento de la prevalencia poblacional del COVID-19 persistente está teniendo un impacto muy importante tanto en el gasto sanitario como en los costes derivados en la seguridad social, motivado principalmente por el drástico incremento del número de bajas laborales asociadas a esta enfermedad, una vez que ya ha quedado reconocida y definida por la OMS.

Si bien no existen evidencias sólidas sobre ello, recientemente se ha sugerido que la condición física del paciente antes de la infección podría ser un factor protector, tanto de la adquisición de esta, como de la gravedad y la duración de los síntomas de la enfermedad aguda.

Por todo ello, dentro del proyecto RECOVE y sus múltiples líneas de investigación derivadas, para este estudio se valoró el historial clínico, las comorbilidades, la composición corporal, la sintomatología, así como los principales indicadores cardiorrespiratorios y neuromusculares que definen la condición física de un total de 72 pacientes diagnosticados con COVID-19 persistente.

Los principales resultados del estudio nos muestran que cuanto mejor es la condición física y mayores los niveles de fuerza, y concretamente a mejor salud cardiopulmonar, menor la intensidad de los síntomas manifestados por los pacientes con COVID-19 persistente. Esto es especialmente cierto en lo relativo a las dos manifestaciones clínicas predominantes, la fatiga y la disnea. Las correlaciones más directas se encontraron entre el VO2max y la percepción de disnea y entre la fuerza de extremidades inferiores medida a través del 50% 1RM (kg) en media sentadilla y la fatiga. Estos efectos protectores de la condición física también se extendieron a la percepción de síntomas depresivos. Además, los participantes que cumplieron con las recomendaciones de la OMS (Organización Mundial de la Salud) respecto a la actividad física, presentaron menor número de síntomas que el resto.

Si mantener una buena condición física durante el curso de la enfermedad, impacta directamente en la percepción e intensidad de los síntomas, es probable que el ejercicio físico pueda constituir una medida indispensable para paliar los efectos persistentes a la largo tras haber adquirido la COVID-19 y en su pronóstico.

Figura 1. el gráfico muestra las correlaciones entre las escalas utilizadas para la evaluación de la intensidad de los síntomas y las variables cardiopulmonares y la condición física de los pacientes con COVID-19 persistente (n=72). Las cruces muestran la ausencia de correlación significativa (p> 0.05).

En definitiva, este estudio apoya hallazgos previos que demuestran que el sedentarismo, el desacondicionamiento físico y, por tanto, unos niveles deficitarios de rendimiento cardiorrespiratorio y de fuerza muscular están irremediablemente asociados a una mayor gravedad y persistencia de la sintomatología del COVID-19 persistente. Futuros estudios deberán identificar la efectividad que un programa de ejercicio individualizado puede tener sobre la recuperación de estos pacientes.