Los primeros testimonios arqueológicos de ocupación del cerro se remontan al Bronce Final, en virtud del hallazgo de cerámicas a mano prehistóricas dispersas por el yacimiento, con tan solo una concentración especial en el Sector 2, en el que además parece haber huellas de hábitat, y donde van acompañadas de vasijas a torno grises, que ubican este contexto en un arco del s. IX/VIII al VI a.C., en el momento de transición entre el Bronce Final y el Hierro I/Orientalizante. La continuidad del hábitat en época ibérica antigua resulta dentro de la lógica, y diversos son los factores que hacen pensar en un rol nuclear de este oppidum en su comarca. Pero, de momento, más allá del eco (reutilización de monumentos funerarios, cerámica ática residual) no existe todavía un sector del yacimiento donde se hayan localizado unas estructuras de este período, entre otras cosas porque la continuidad habitativa en las fases posteriores y su excelente conservación no han permitido de momento profundizar en la estratigrafía. En cambio, del Ibérico Pleno sí se han encontrado restos de estructuras en el punto más septentrional excavado hasta la fecha en el yacimiento, el Sector 19. Se trata de una superficie de 240 m², un espacio limitado, un islote hasta la fecha, que contiene cinco ambientes o departamentos, aunque, eso sí, con un nutrido conjunto de objetos cerámicos ibéricos excelentemente conservados. Este lugar parece destruirse en el siglo III a.C., y no se volverá a habitar.

Detalle de la excavación de uno de los ambientes del Sector 19 correspondientes al Ibérico Pleno

 

Pero si hay una etapa de la Libisosa mencionada por Ptolomeo (II, 6, 58) entre las ciudades iberas oretanas, digna de destacar en virtud de los hallazgos arqueológicos, es la que se corresponde con la fase final, que abarca del siglo II al primer tercio s. I a.C., y que nos informa de diversos aspectos sobre la vida de una comunidad oretana bajo el dominio de Roma, seguramente de peregrini en régimen estipendiario, en una etapa de su proceso de romanización que podríamos calificar de temprana, propiciada seguramente, y entre otras razones, por la presencia de comerciantes itálicos y, sobre todo, por algún cuerpo del ejército (o soldados alojados en régimen de hospicio) que proporcionaría seguridad a las rutas que allí confluyen, y que mencionábamos en el anterior apartado. El proceso de romanización correrá paralelo, paradójicamente, a otro de autoafirmación, que encontró en la iconografía un lienzo ideal (como muestran también algunos vasos singulares hallados en Libisosa) para ensalzar la virtud aristocrática ibérica, en el marco de la construcción de una mitología propia, para su cohesión interna (del grupo dirigente y sus clientelas) y, en definitiva, para mantener sus privilegios ante el nuevo orden romano.

Detalle de la “crátera de la monomaquia”, mecanismo de autoexaltación de las virtudes aristocráticas

 

Y si esta fase es importante es debido a su excepcional estado de conservación, motivado por una destrucción repentina, que hemos relacionado con las guerras sertorianas (82-72 a.C.), y que nos ha trasladado una imagen inalterada del momento inmediatamente anterior a dicha devastación, tanto de estructuras como de materiales. De lo cruento de este episodio, y de la fractura que supone, rinde cuentas el hallazgo de un esqueleto infantil tendido sobre una de las calles. De lo que conocemos como barrio iberromano destacan dos sectores: el Sector 3 y el Sector 18. Del primero, ubicado en la ladera norte, se ha podido excavar parte de una barriada, cuyo perímetro completo está aún por definir, habiéndose descubierto un conjunto de una veintena de departamentos, espacios multifuncionales sede de la élite ibérica del lugar y su clientela, que son quienes residen en el oppidum. El elevado número de materiales de importación (ánforas, vajilla de barniz negro y de paredes finas, vajilla de bronce) hallado en esta zona y el resto del barrio iberorromano lo es en términos absolutos, pero no en términos relativos: la inmensa mayoría del registro recuperado es ibérico, como lo siguen siendo sus construcciones y, seguramente su organización interna. La técnica constructiva documentada en estos edificios se encuentra protagonizada por el tapial y, sobre todo, el adobe, que constituía el elemento principal de las paredes, asentándose en zócalos de piedra, así como el elemento básico del “efecto sepultura” que preservó, con su derrumbe, el contenido de los mismos.

El “efecto sepultura” de la destrucción repentina del barrio iberorromano

Estado de conservación del registro material hallado en el barrio iberorromano

Edificio oligárquico al término de su excavación y detalle de su ingreso y de la cuba de plomo

 

Al noroeste de aquel se encuentra el Sector 18, dominado por un gran edificio de planta trapezoidal y 181 m2, el dpto. 127, que contó con una planta superior al menos en parte de su superficie, y un tejado a un agua con abertura a modo de porche en el lado W, y que debió pertenecer a un oligarca local. La construcción, musealizada in situ para su visita, cuenta con 6 estancias, que muestran una clara plurifuncionalidad (como la de tantas construcciones ibéricas). Su diversificación y relevancia lo convierten en un complejo oligárquico que trasciende el concepto de taller, pero también el doméstico. Además de un conjunto singular de materiales de importación, de imitaciones y de bienes de prestigio, y una abrumadora mayoría de material ibérico, como es normal en esta fase, encontramos también representada la esfera agropecuaria, como se desprende de la concentración de herramientas agrícolas, junto a la presencia de otros elementos relacionados con la caballería y ganadería, e incluso a actividades metalúrgicas. Pero el edificio, ante todo, pone de manifiesto un claro ejercicio de los diversos procesos de producción en su sentido más amplio, que atañe principalmente a las actividades textiles y de tratamiento de la lana (cuba de plomo), pero también al almacenamiento de alimentos y su comercio, especialmente el vino, como muesta la acumulación anfórica encontrada en una de sus estancias, más aún si contabilizamos la gran bodega de 77 m2 encontrada adosada al Este (dpto. 172), y que por sus más de 80 ánforas-tinaja identificadas debió de contar con un carácter de almacén de excedentes posiblemente destinados al comercio o a la redistribución interna.

Detalle del proceso de excavación de la gran bodega anexionada al edificio oligárquico

 

 

Las últimas investigaciones en el Sector 18 han sacado a la luz un panorama más complejo y con más matices, y un nuevo contexto cerrado, este destruido en el s. II a.C., y que parece corresponderse con un edificio de culto. De este lugar procede el excepcional vaso de la “Diosa y el príncipe ibero”, que se ha sumado recientemente a la colección permanente del museo de Lezuza.