En algún momento indeterminado del s. I a.C., en época cesariana o augustea temprana, después de un hiato que aún no conocemos del todo bien, el antiguo oppidum ibérico recibió la consideración jurídico-administrativa de forum. De ese modo, Roma ponía en práctica un modelo de organización y control del territorio ensayado en Italia desde hacía tiempo, al compás de sus conquistas. Estos fora canalizaron las funciones públicas y religiosas del estado romano, pero ante todo ejercieron de centro comercial en zonas poco urbanizadas aunque estratégicas, como es el caso de Libisosa, ubicada en un nudo de comunicaciones, activas ya en época ibérica, y revalorizadas con la llegada romana, pues serían útiles para centralizar la vida pública de un amplio territorio de población dispersa, que habitaba en aldeas, y como punto de apoyo para el tránsito seguro de las mercancías así como para el desplazamiento del ejército y los miembros de la administración pública.

Tras esta etapa de forum, de difícil localización arqueológica (quizá a ella pertenezcan los restos de estructuras de la Fase I del foro), el antiguo oppidum oretano experimentará un salto promocional definitivo, con su conversión en la colonia Libisosa Foroaugustana, a la que Roma otorgó, tal y como se desprende de la lectura de Plinio el Viejo (HN, III, 25), el ius italicum, la más alta consideración jurídica, quizás como premio para fijar la población en esta zona tan estratégica. Dicha promoción colonial le habría sido conferida por Augusto a Libisosa posiblemente con ocasión de su tercer viaje a Hispania, a finales del s. I a.C. La deductio trajo consigo la fundación del foro, articulado en torno a una gran plaza de 150 pies de longitud por 100 de anchura, lo que supone una proporción de 3 a 2 (la idónea para Vitrubio V,1,2), para lo cual se tuvo que realizar una gran obra de ingeniería de desmonte al sur y aterrazamiento al norte, que permitiera crear ese gran espacio central con sus edificios laterales en la parte más elevada y estrecha del cerro. El ingreso principal al foro se halla en su parte oriental, con una fachada que presenta dos grandes hornacinas rectangulares, situadas de forma paralela y simétrica a la puerta. Este acceso se articula en torno a un vano central de 3 m de amplitud, que coincide con el centro geométrico de la plaza, y que da acceso a sendos pórticos, al norte y sur de la misma. A través del pórtico meridional se accede a la curia, orientada en sentido E-W y compuesta por dos estancias, con 7,15 m de anchura por 19,70 m de longitud. En el lado occidental está situada la basílica, un gran edificio de planta rectangular de 41 m de longitud por 14,5 m de amplitud con dos accesos desde la plaza del foro en las áreas porticadas, y una doble hilera de 9 columnas en su interior. En sentido longitudinal al pórtico norte se extiende otro edificio, un posible granero, de 5 m de amplitud por 35,50 m de longitud, sin compartimentación interna, en el que se está interviniendo en las últimas campañas, al ser todavía una zona por terminar de definir y poner en valor.

Al oeste de la basílica, junto al gran eje viario norte-sur, que comunica la puerta norte con la sur, se localiza una gran estructura compuesta por doce ambientes o estancias pertenecientes a una gran domus, que ocupa toda una manzana en una zona privilegiada de la zona más céntrica de la colonia, con un acceso en el flanco norte del edificio, una zona que parece destinada a tabernae, conectadas con el resto del edificio a través de una escalera interna. En este edificio se están llevando a cabo actuaciones para su puesta en valor.

Planta del foro de la colonia romana e imagen aérea del foro y decumano y edificios adyacentes

Al norte del foro, a una cota más baja, discurre el decumano máximo, con sendos pórticos laterales, al que se abren numerosas tabernas. En su coincidencia con la basílica, aparece una gran cisterna. Junto a ellas, una escalinata pone en contacto el decumano máximo con la plaza forense. En el eje central del foro, y próximo al podio de la basílica, se halla el agujero del mundus. Muy cerca de éste había tenido lugar, cerca de un siglo antes, un depósito votivo iberorromano coincidiendo con el período de destrucción del oppidum.

Vista del foro desde el ingreso

Capitel corintizante recuperado en las excavaciones del foro

 

Por lo que refiere al registro material, las excavaciones arqueológicas han recuperado del foro un numeroso conjunto cerámico, pero también algunos fragmentos de inscripciones, que nos atestiguan la existencia de IIviri, y reiteran la pertenencia de la colonia a la tribu Galeria; tres capiteles de tipo corintizante, diversos restos escultóricos de togados, y retratos de personajes julio-claudios (uno de ellos con damnatio memoriae), monedas (denarios y ases republicanos e imperiales), un pulvinus de altar, decorado con una roseta de cinco pétalos, etc.

Fragmento de retrato de personaje julio-claudio recuperado en las excavaciones

 

A estos nuevos materiales proporcionados por las excavaciones recientes hay que sumar los hallazgos antiguos, como la cabecita, conservada en el Museo de Albacete, perteneciente a una dama de la élite libisosana que sigue el referente de la emperatriz Iulia Agrippina Minor. O la inscripción, conocida de antiguo, hallada en Calle de los Caballeros número 3 de Tarragona, datada en época de Adriano, referida a un ilustre ciudadano de Libisosa que se convierte en flamen provincial en Tarraco (CIL II, 4254). O, por supuesto, la inscripción, que se conserva todavía, en condiciones de riesgo, en un ángulo exterior de la Casa de la Tercia, junto a la iglesia del municipio, conocida desde hace tiempo (CIL II, 3234) y que contiene una dedicatoria a Marco Aurelio, fechada entre 166 y 167 d.C., que le ofrecen los colonos de Libisosa, y que según las noticias de los eruditos del siglo XVI y XVII, Ambrosio de Morales y el Bachiller Alonso de Requena, habría aparecido en unión con una estatua de mármol.

Inscripción con dedicatoria a Marco Aurelio por parte de los colonos libisosanos, reutilizada en el muro de la Casa de la Tercia

En relación con la Libisosa romana se conservan trazos de la centuriación del territorio, con una red ortogonal, así como ciertos vestigios en la toponimia. El territorio inmediatamente circundante a nuestra colonia está lleno de puntos con presencia humana continuada: las villae romanas de época altoimperial aprovechan la fertilidad del río Lezuza, la proximidad de la calzada romana, así como el control visual de una amplia zona productiva. Tales son los casos de Casa Sanguino, Casa Berruga, y Fuente de Peligómez, ésta en el paso de la más conocida villa de Balazote y, finalmente, aprovechando la cuenca del río Jardín, al sur, la Casa de Juan León. Algunas de estas factorías altoimperiales, por el material ibérico aportado, echan sus raíces en los siglos II y I a.C. En el Bajo Imperio la mayor parte de estos centros desaparecen, o al menos no sobreviven restos reseñables.

La ciudad mantiene su vitalidad durante el Alto Imperio, especialmente en el siglo I, a tenor de los materiales hallados. No obstante, en la parte septentrional del foro se evidencian signos de destrucción (probablemente relacionada con causas naturales, como corrimiento de tierras o movimientos sísmicos) y su posterior remodelación, con la reestructuración del pórtico y la inclusión, al menos, de una especie de fuente monumental, así como la elevación de los niveles de pavimentación de la plaza forense.

Sabemos poco de los últimos años de la ciudad, cuyos estratos, superficiales, han sufrido una mayor destrucción por la erosión natural o la propia derivada del laboreo de la tierra. En todo caso, es poca la superficie excavada para extraer aún conclusiones válidas a este respecto. La impresión general, sin embargo, es que Libisosa, como la mayor parte de las ciudades del Imperio romano, empieza a tener dificultades en la última parte del siglo II d.C. Desconocemos el motivo del agradecimiento de los libisosanos al emperador Marco Aurelio, pero responde sin duda a alguna intervención suya en la ciudad o a la seguridad en el territorio. Aunque con pulso ya débil, todavía durante el siglo IV mantiene una cierta actividad o frecuentación, a tenor de algunas monedas y cerámicas claras africanas recuperadas.