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Universidad de Toulouse (Francia)
Max Rouquette
nació el 8 de diciembre de 1908 en Argelliers, en la vega media del Hérault.
Tras sus
estudios de secundaria en el instituto de Montpellier, continuó estudios de
Medicina en la misma Facultad de Montpellier en la que se formó Rabelais y en
la que enseñó Rondelet. En 1928, durante sus estudios superiores, fundó Le Nouveau Languedoc, asociación de
estudiantes languedocianos y agrupación de acción regionalista presidida por
Jean Lesaffre y en la cual compartió vicepresidencia con Roger Barthe. El
internado de medicina seguido del servicio militar, ambos en Toulon de 1933 a
1935, supusieron un parón en su actividad occitanista. Miembro de la Societat d’estudis occitans (SEO), mantuvo
desde 1936 hasta la Guerra, las funciones de redactor-jefe de la revista Occitania, organ mesadier de la joventut occitanista dirigida por Charles
Camproux y Marcel Carrières.
Médico
rural en Aniane (Hérault) de 1936 a 1946, continuó con su carrera hasta 1974
como médico de higiene escolar y consejero médico de la Seguridad Social en
Montpellier, ciudad en la que vive en el número 2 de la calle de l´Ancien Courrier.
Con
sus colegas Ismaël Girard y Camille Soula, fundó en 1945 en Toulouse el Institut d´Estudis Occitans (IEO) en la
presidencia del cual sucede a Jean Cassou. También, en 1945, fundó con el
albigense André-Jacques Boussac y el librero tarnés Pierre de Berne Lagarde una
efímera Société des Bibliophiles occitans:
uno de los dos boletines aparecidos contiene una asombrosa contribución de Max
Rouquette titulada « Pour une
Bibliothèque Nationale Occitane ».
A partir de septiembre de 1954, asumió la dirección de Vida
Nova, revista occitana y
catalana. En 1962 en Avignon, durante un congreso del PEN Club y en presencia de Miguel Ángel Asturias, Pablo
Neruda, Henry Miller y André Chamson, fundó con la ayuda de Jean Camp y Jorgi
Reboul, el PEN Club de langue d’oc
que pasó a presidir. Entre 1978 y 1983 dirigió también la revista literaria OC.
A los nombres anteriores,
es necesario añadir algunos más, de los cuales Max Rouquette reivindica una
fuerte influencia intelectual y una larga amistad: del Roussillon, el escritor Josep Sebastià Pons (1886-1962) y
el escultor Henri Frère (1908-1986); y de Montpellier el pintor Georges Dezeuze
(1905-2004). Max Rouquette tuvo varias pasiones tan duraderas como discretas:
el juego de la pelota con el tamboril ([1]),
deporte tradicional languedociano que practicó y a cuya renovación contribuyó
fundando la Federación francesa y firmando, bajo el seudónimo de Jacques o
Jaume Benezech, “artículos” en el cotidiano regional Midi-Libre; la música clásica que aprecia como melómano; la
práctica del dibujo: hacia 1928-1931 publica en L’Echo des Etudiants de
Montpellier, bajo la firma de Fidias,
dibujos humorísticos y retratos caricaturescos de sus profesores de Medicina. A lo
largo de su vida, se debate entre el abandono y el entusiasmo para conjugar, en
retratos fulgurantes, su mirada incisiva y su lápiz acerado.
Max Rouquette murió en Montpellier el 24 de junio de 2005
a la edad de 97 años.
Su actividad literaria se desarrolló a lo largo de 78
años de forma ininterrumpida. Su primer escrito publicado fue acogido en 1927
por la revista de Montpellier La Campana
de Magalouna. Poemas y prosas aparecieron primitivamente en revistas antes
de constituir antologías poéticas o volúmenes sucesivos que componen la serie
de
Verd Paradis (cf. Bibliografía adjunta).
Los doce últimos años de su vida fueron, por fin, en
Francia, los de cierto reconocimiento literario, adquirido desde hacía tiempo
fuera de sus fronteras (cf. las traducciones alemana, americana, catalana y
neerlandesa de sus escritos). Sus obras fueron finalmente editadas y
reeditadas, con una crítica atenta y seguida a falta de ser abundante; su teatro
leído, dirigido y representado (Comédie française, Théâtre des Amandiers de
Nanterre, etc.). Sin embargo, nunca interrumpió su labor de escritor, huyendo
de recompensas y mundanerías, rehuyendo toda notoriedad tanto en
Montpellier como en París, volviendo siempre imperturbable y públicamente, con
firmeza y claridad, sobre su elección lingüística y la miserable suerte
reservada a la lengua de oc.
Después de haber confiado durante mucho tiempo sus
manuscritos a asociaciones occitanas como la Societat d’estudis occitans (de 1934 a 1942), el Institut d’estudis
occitans (de 1948 a 1990), Lo Libre occitan en Lavit-de-Lomagne en
1968, Max Rouquette se vio favorecido por el desarrollo notorio, a partir de
los años 80 de una edición regional profesional en Languedoc: en Montpellier,
el Centre régional de documentation
pédagogique, Espace 34, Espace Sud y Cardabelle; en Gignac, Bibliothèque 42; Domens en Pézenas; Jorn en Montpeyroux. Las ediciones Fédérop, mantenidas en Lyon y después en Périgord por Bernard
Lesfargues, aportaron su piedra al edificio, así como las ediciones marsellesas
Sud, ligadas a la revista literaria
del mismo nombre. Algunas, y muy escasas, propuestas puntuales llegaron de
París: fueron, excepto dos publicaciones en 1955 y 1957 en la revista teatral L’Avant-scène, Le Chemin Vert en 1980, Gallimard
en 1981 y Obsidiane en 1984.
La notoriedad de los años 90 abrió un nuevo periodo. Max
Rouquette negoció para sus escritos en prosa publicaciones consecutivas: así se
repartieron las traducciones francesas de Verd
paradis en las Éditions de Paris -ligadas a las Presses du Languedoc de Max Chaleil-, los textos originales en
occitano y otras novelas en las ediciones Llibres
del Trabucaire (Le Canet y después Perpignan) en las colecciones Novel.la y Pròsa occitana, dirigidas por Philippe Gardy, principal
colaborador literario de Max Rouquette.
A principios de 2000, las ediciones Anatolia-Éditions du Rocher en Mónaco y Atlantica en Biarritz se asociaron a la emergencia de una obra que,
desde 1983, gracias a las traducciones alemana, americana, neerlandesa,
búlgara, castellana y catalana de las prosas extraídas de Verd Paradis publicadas en Munich, Ann Arbour (The University of
Michigan Press), Amsterdam, Viena, Sofía, Barcelona y Cabrera del Mar, había
conquistado sus lectores.
[1] Se trata de un deporte tradional, que se juega en un
frontón, con una pequeña pelota, dura y negra, parecida a la pelota vasca, pero no se golpea
la pelota con la mano sino con un tamboril, parecido al instrumento de música
del mismo nombre.
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