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NOTICIAS DE LA MUERTE DE SALVADOR GARCÍA AGUILAR
La Opinión, sábado 15 de enero de 2005
“Con el escritor molinense
se va uno de los mejores autores murcianos”, de A. Parra (pág. 69)
Se recuerda
todavía muy bien la sorpresa que provocó en los ambientes literarios murcianos
la obtención de Premio Nadal de novela 1983 –entonces y ahora uno de los más
prestigiosos en el panorama español- un hombre cercano ya a los sesenta años y
perfectamente desconocido para todos. Salvador García Aguilar, que falleció el pasado
jueves a los ochenta años de edad, irrumpía entonces, en medio de un ambiente
que se desperezaba de la transición política y de las amenazas de golpe de
estado, de manera sorpresiva, y lo hacía con ‘Regocijo en el hombre’, que
marcaba una enjundiosa prosa de talante histórico. La novela histórica que,
curiosamente, a partir de entonces, tuvo unos años de verdadera moda en las
cocinas editoriales.
Salvador García
Aguilar fue enterrado ayer tras el funeral en la iglesia de La Asunción de
Molina de Segura, su pueblo de adopción, pues había nacido en Rojales
(Alicante). Asistió el alcalde de la localidad alicantina, el de Molina,
Eduardo Contreras, muchos vecinos, amigos, y algunos escritores, como José Luis
Martínez Valero y Torres Monreal.
Tras el galardón,
Salvador se tomó su venganza con la vida. ‘Cerró’ la oficina donde había
trabajado muchos años en una empresa conservera molinense
y dedicó el resto de sus años a la literatura. Fue desgranando otras novelas y
cuentos, no todos de igual valía, pero siempre con fuerza de verdadero
escritor.
Él, que utilizó
la memoria en su prosa, ha muerto ahora envuelto en esa enfermedad terrible del
olvido, ausente, sin memoria de quien fue, pero quedan para los lectores sus
obras.
“Salvador: el autor, el amigo” de Ramón Jiménez
Madrid
No sé si debería,
en estas apresuradas páginas que se me reclaman, hablar del artista, autor de
‘Regocijo en el hombre’, ‘Relatos’, ‘Clama el silencio’, ‘Granada Cajín’, ‘La
guerra de los patos’, ‘El tiempo que nos vive (del que fui editor) entre otras
obras, o del amigo, ese hombre de pelo blanco y tez tostada que me proporcionó,
junto a Aurora, su inseparable compañera, muchos y agradables momentos de
amistad y deferencia desde que lo conociera personalmente en 1983, tan pronto
obtuviera el Premio Nadal por la primera obra nombrada. Muy especialmente en
ese chalet de los Cuatro Vientos en l parte alta de Molina de Segura, un
laberíntico lugar al que siempre me he acercado a requerimientos suyos o por
voluntad propia –nunca se me olvidarán los abrazos cuando me aguardaba en la
escalera- pero también en Rojales, su fervoroso pueblo que lo distinguió y lo
aclamó con el título de Hijo Adoptivo, y lo mismo que le sucedió con Molina de
Segura en donde me distinguió, estando ya visiblemente herido, haciendo que
leyera un texto en la presentación de ‘El tiempo que nos vive’, texto que puede
quedar como su auténtico testamento literario. Aparentemente parco, algo
tímido, seco, desalojaba su austera y franciscana humanidad cuando se le
conocía a fondo.
En alguna otra
parte he escrito que mi conocimiento de su obra literaria fue anterior al de su
persona. Él había mandado ‘Regocijo en el hombre’ a la Editora Regional de
Murcia para que fuese editada y fui yo el encargado de realizar el informe
sobre ella. Escribí palabras elogiosas que no sirvieron para mucho porque medió
el fallo del Nadal y la obra voló hacia las alturas literarias sin pasar por la
pista de despegue del aeropuerto regional. Incluso escribí reseña literaria en
la prensa antes de que apareciera el libro del propio Salvador en los medios
nacionales, cosa que el propio Salvador me agradeció siempre. Formaba parte de
la tendencia culturalista de la novela, pero desde vertientes autónomas, sin
dependencias ni modas. Él siempre escribió desde la soledad, fuera de los
circuitos, a su aire, lo que brotaba de su pecho épico, en torno al choque de
culturas y pueblos.
A partir de ahí,
han sido muchos ratos de amistad y compañía franca –el tiempo más que pasar ha
volado- en torno a este hombre que encarna para mí el sueño republicano en
torno a la cultura, sublimada como en ningún momento de nuestra historia. Sin
estudios, autodidacta que confiaba plenamente en la palabra. Con un arsenal
–fui de los privilegiados que se acercaron a su sancta santórum-
de libros históricos de los que se alimentaba, parco como era para los
alimentos terrestres. Recuerdo cuando me contaba que siendo jovenzuelo,
aprendiz de barbero, devoraba los libros de Platón, la República de
Aristóteles, los clásicos como Homero o no importa qué, la adoración que
mostraba hacia los hombres eternos. Y que su sueño era disponer de tiempo –de
todos es sabido que trabajaba duro en la conservera de los Hernández Rex- para plasmar sus sueños en el papel en blanco y dar
grandes paseos. Sueño que vio cumplido pues apenas consiguió el premio –intimó
con el crítico literario J. Antonio Masoliver- se
despidió de la empresa y se dedicó a poner en orden sus papeles e historias en
el ordenador, un artilugio ahora estandarizado, raro en aquellas calendas hasta
el punto de que alguien pensaba que eran los propios aparatos los que podían
escribir e inventar las obras. Y a dar paseos por aquellas tierras elevadas,
por los dominios de Miguel Ángel, el primer lector de sus libros, su gran
baluarte.
Han sido muchos
días de saborear las delicias de la amistad al lado de Aurora, con Aurora. Y no
me quiero poner triste porque creo que le ha llegado la hora en el mejor
momento, antes de que se desintegrara del todo –las últimas veces le he visto
ausente, como fuera de sí, sin vivirse- la imagen del hombre bueno que para mí
ha sido. Me costaba siempre llegar mucho al dédalo de su casa, pero siempre
acababa dando en la diana porque allí siempre me esperaba una sonrisa abierta,
el don de la amistad y la gracia de la palabra, su palabra. Murcia ha perdido
un buen autor, yo un buen amigo.
La Verdad, 15 de enero de 2005
“El escritor Salvador García Aguilar recibe sepultura
en Molina, el pueblo que lo adoptó” de Juan Luis Vivas
«Bajo una
apariencia seca, se esconde una gran ternura y, sobre todo, una devoción por la
palabra» decía ayer Ramón Jiménez Madrid, director de la Editora Regional,
momentos antes de dar el último adiós «a un hombre que se hizo a sí mismo y
cuya pérdida será difícil de cubrir en la literatura murciana».
Con un
sentimiento de dolor intenso, familiares y amigos despidieron ayer al escritor
Salvador García Aguilar, premio Nadal en 1983, que falleció el jueves a los
ochenta años de edad después de una larga enfermedad. El autor de Regocijo en el hombre fue enterrado en
el cementerio Nuestra Señora de la Consolación de Molina de Segura, tras el
funeral que se ofició en la iglesia de la Asunción y al que asistieron
centenares de personas.
Entre ellos, su
viuda, su familia y sus mejores amigos, como el profesor de Literatura, Miguel
Ángel González, que conocía a Salvador desde 1975. «Desde la proximidad y el
afecto, un hecho objetivo es que su novela obtuvo el premio más prestigioso de
la narrativa española», señaló González para defender la figura literaria de
García Aguilar. González, autor del prólogo de su última trilogía publicada, El tiempo que nos vive, indicó que, tras
obtener el premio Nadal, su obra quedó en segundo término y no alcanzó la
difusión nacional que su calidad tenía «por factores extraliterarios»,
como el hecho de que el escritor de origen alicantino vivió retirado «como un
pájaro solitario», explicó su amigo. La Editora Regional publicó su última
obra, que fue presentada en noviembre de 2003 por el propio Miguel Ángel
González, ya que el escritor no pudo asistir al Ayuntamiento de Molina debido a
su enfermedad. El director de la Editora Regional, Ramón Jiménez Madrid,
significó la pérdida de un amigo «el hombre que fue niño en la República y,
trabajando en una conservera, nunca perdió la ilusión por la literatura».
La última
aparición pública de Salvador García Aguilar fue hace un año, en enero de 2004,
durante el acto de entrega de los premios del Club de
la Prensa de Molina de Segura. En aquel acto el escritor de Rojales, no sin
cierta dificultad expresiva, lamentó los estragos de la enfermedad que padecía
y agradeció el cariño que el pueblo molinense siempre
le dispensó. Tras obtener el premio Nadal, fue nombrado Hijo Adoptivo de
Molina. El Ayuntamiento decidió, recientemente, dar su nombre a la biblioteca
municipal que se levantará en la calle Picasso.
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