REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LA PIEL FRÍA

ALBERT SÁNCHEZ PIÑOL

(Barcelona, Círculo de Lectores, 2004)

 

 

         La expresión de Batís reafirmaba su convicción de que me había vuelto loco. Murmuré:

         - No cantan, hablan. Escuche.

         Volvimos la cabeza. Ella estaba sentada sobre la mesa. Su voz se expandía hacia el balcón, y más allá. Me pareció que se había establecido un diálogo entre el clamor de fuera y su cántico. Los focos no mostraban nada más que copos de nieve que caían del cielo en espiral. Entré en la habitación. Cuando me acerqué a la mesa, la mascota enmudeció. El bosque también calló.

         El diálogo aún reverberaba dentro de mí. Sólo sabía que algunas expresiones se habían repetido con más frecuencia que otras. Palabras como “citauca”, más o menos. Y sobre todo “Aneris”, o algo similar. Pero cualquier intento de transcribir aquellos sonidos sería un fracaso, una partitura abortada. Mis cuerdas vocales se parecían tanto a las de ellos como un cepillo a un violín. A pesar de lo cual dije, con una imitación pobrísima y grandes dosis de imaginación:

         - Aneris.

         Ella me miró. Con aquello tuve suficiente para aventurar:

         - Citauca, Batís. Es el nombre que se dan ellos –dije, muy generoso con los sonidos y mi interpretación-. Y ella también tiene un nombre: se llama Aneris. Ellos se llaman así, ella se llama así. Cada noche hace el amor con una mujer que se llama Aneris –y concluí, bajando la voz-: Se llama Aneris. Un nombre muy bonito, por cierto.

         Batís los había reducido a una masa anónima. Yo creía que dándoles un nombre su visión a la fuerza debería modificarse. “Citauca”, “Aneris”, daba lo mismo. Las palabras que construía, que casi inventaba, sólo eran un sucio reflejo de los sonidos que ellos pronunciaban. Pero aquello importaba menos que el hecho de adjudicarles una identidad concreta. Y, sin embargo, conseguí el efecto exactamente contrario al que buscaba. Batís estalló como una bomba:

         - ¿Ahora quiere hablar el idioma de los carasapo? ¿Es eso? ¡Pues tenga su diccionario! – Y me lanzó bruscamente mi remington, que voló la distancia que nos separaba-. ¿Sabe cuánta munición nos queda? ¿Lo sabe? Ellos están allí fuera, nosotros aquí dentro. ¡Salga y deles el fusil! Me gustará ver cómo lo hace. ¡Sí, me gustará ver cómo parlamenta con los carasapo!

(pp. 164-165)