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INTERACCIÓN Y CULTURA EN LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN DE MASAS
Mauro Jiménez
(Colegio Santo
Tomás de Villanueva. Valencia)
Hablar del proceso de comunicación que se origina en
los “mass media” plantea una cuestión ineludible: ¿realmente
se da en ellos un verdadero proceso comunicativo? No parece lejana una
respuesta que desvele tras el sintagma “medios de comunicación de
masas” una verdadera carencia comunicativa, siendo, así, que se da por
dado en el marbete algo que, en puridad, está totalmente en ausencia. Por otra
parte, cabe también preguntarse ¿qué tipo de comunicación acontece en
los medios de comunicación de masas?, y de un modo más directo ¿qué se
quiere trasladar en la comunicación que actualizan los medios masivos?, y acaso
con un tono más crítico ¿qué intereses dominan el esquema comunicativo
en los medios masivos del capitalismo tardío?
Una concepción no sesgada de lo que
implica la comunicación ha de tener en cuenta distintos factores, de los cuales
ninguno de ellos ha de estar ya de entrada anulado o borrado de tal esquema. La
comunicación plantea la existencia de al menos dos sujetos, un emisor y un
receptor, entre los cuales hay una relación a partir de un mensaje. El mensaje
transmite cierta información en dirección hacia la recepción. El proceso de
producción comunicativa ha de tener en cuenta la transformación de unas ideas
inmateriales dadas en un primer estrato intelectivo en un cuerpo objetivo y
material mediante el signo lingüístico, el cual puede venir actualizado ya en
el eje acústico-momentáneo, esto es, en su vertiente fono-fonológica, ya en el
eje visivo-estable, es decir, en la plasmación objetiva del discurso fonológico
en la escritura[1].
La antigua retórica, la más antigua ciencia de la comunicación, hablaba de las partes artis para referirse a las
operaciones que se dan en la producción del discurso[2]. Estas operaciones
retóricas fueron cifradas en cinco: inventio,
dispositio, elocutio, memoria y pronuntiatio o actio. De ellas sólo la invención, la disposición y la elocución
son partes constituyentes del discurso, porque de ellas resulta la producción
del mensaje, del texto; mientras que la memoria y su actualización escénica
versan sobre actividades que no pueden darse si antes el mensaje no ha sido ya
elaborado. No resulta en absoluto desajustado utilizar terminología retórica a
la hora de analizar los medios de comunicación de masas, tanto por su esquema
exhaustivo como por el hecho de que la retórica supo entender perfectamente el
poder de persuasión que se despliega en la comunicación[3]. La recepción del proceso
comunicativo mantiene, consecuentemente, un orden inverso al desarrollado en el
de producción, de modo que toma como primer elemento el mensaje ya codificado.
Para que la comunicación sea factible es necesario que el receptor comparta con
el emisor una competencia lingüística que haga posible tanto la creación de un
discurso a partir de la capacidad creativa que justifica el conocimiento de las
reglas que fundamentan el sistema lingüístico elegido para la comunicación, así
como para el receptor también es inaplazable en su proceso de comprehensión
comunicativa la decodificación del mensaje emitido desde la vertiente de
producción para lo cual debe tener suficiente conocimiento del sistema
lingüístico elegido por el productor para llevar a cabo su finalidad
comunicativa. La comunicación, sin embargo, dista mucho de quedarse en un
proceso de conocimientos intensionales sobre cuestiones inherentes a las reglas
lingüísticas. Éstas han de estar lo suficientemente cohesionadas como para
permitir la correcta comprensión, mas el hecho de que alguna de las reglas
lingüísticas no se cumpla no significa que el proceso comunicativo no se lleve
a término, sino que a partir de su incumplimiento la exactitud deja paso a la
ambigüedad interpretativa. No en vano, por ejemplo, cabe decir que el sistema
comunicativo del lenguaje literario, como en general en cualquier ámbito del
lenguaje artístico, se sostiene sobre la base de desvíos del lenguaje estándar,
diferencias que producen extrañamiento en el receptor y hacen que por ello
aprecie el texto en sí, más allá de sus virtudes semánticas y sin por ello
negarlas. Así, no sólo es necesario tener en cuenta el cotexto -la
intensionalidad lingüística-, sino también el contexto, y ello invoca la referencialidad.
El productor tiene que tener en cuenta en la emisión de su mensaje en dirección
hacia la recepción que el referente al que refiere el signo debe ser conocido
por el receptor para que la comunicación sea plena. El referente normalmente
alude a elementos dados en el mundo fenoménico, en el mundo objetivo, pero
también puede darse el caso que aluda a elementos provenientes de mundos
posibles y que son conocidos por los actantes comunicativos porque están en el
ambiente cultural de la época, esto es, que forman parte del universo cultural
que rodea la existencia de los hombres. Cabe pensar como ejemplo los seres,
estados y acciones que la mitología clásica estableció a través de sus textos,
de modo que hoy día alguien puede referirse a las Parcas, a Zeus, al Minotauro
sin haberlos visto jamás, pero ello no obsta para que la comunicación sea
efectiva pues aunque el mensaje no tenga referente en el mundo fenómenico sí
que tiene sentido a través de los mundos alternativos construidos a través de
la construcción artística.
Productor, Mensaje, Receptor, Contexto
y Universo Cultural son, de un modo sumario, los elementos que componen la
comunicación[4].
Ellos deben darse tanto en el proceso comunicativo que tiene lugar en el marco
de un tiempo y de un espacio concreto en un diálogo entre dos personas como en
el peculiar modo de comunicación que se despliega a través de los medios de
comunicación de masas. Digo peculiar porque uno de los aspectos sobre los que
voy a intentar reflexionar a lo largo de estas páginas es sobre si realmente
cabe decir que los “mass media” sean medios de comunicación o más
bien medios de transporte de distintos tipos de mensajes.
Uno de los cometidos a los que se
enfrenta los “mass media” es la transmisión de información. Ésta puede
darse tanto en el cine, en la radio, en la televisión -y de forma acentuada en
el teletexto-, en los periódicos, como también en el más actual Internet, que
cabe cifrar como una inmensa enciclopedia. En el Acta final de la Conferencia
Internacional de las Naciones Unidas sobre la libertad de información que tuvo
lugar en Ginebra en 1948 se concluyó que por empresa de información debe
entenderse a «toda empresa de prensa, radio y de cinematografía, pública
o privada..., cuya actividad regular consiste en recoger y difundir
informaciones y opiniones»[5].
A tenor de esta orientación cabe pensar
que quizá fuera más correcto hablar de procesos de información más que de
procesos de comunicación, porque en ningún caso hay un diálogo efectivo, sino
que más bien se produce una unilateral emisión de mensajes a través de medios
de difusión técnica. Desde este punto de vista, un acontecimiento (X) genera la
formación de un mensaje (O) que es elaborado por un sujeto productor (Sp) y
difundido en dirección hacia un sujeto receptor (Sr) mediante unos medios o
instrumentos (M)[6].
Pero no hay transmisión de información
sólo en el proceso que generan los medios de comunicación de masas, sino que
también se da en las relaciones humanas presenciales. De este modo cabe hablar
de una información tempestiva, contingente, publicista, y una información no
contingente. Dentro de la primera hallamos la información de actualidad que
transmite el Periodismo, y la información de la Publicidad: la propaganda
ideológica, el anuncio. En la información no contingente hallamos la enseñanza,
el apostolado, la captación de prosélitos, la agitación política, la
comunicación artística, etc. Entre estas dos clases de información la
diferencia radica en los diferentes medios que emplean para su transmisión:
«La característica diferencial más destacada está en el elemento
denominado M, los medios o instrumentos por los cuales se realiza la relación.
Efectivamente, en el caso de la información
contingente o publicistíca, los
canales utilizados para iniciar el proceso informativo son siempre los medios
de difusión masiva o técnicas de difusión colectiva, mientras que en el segundo
caso -en la información no contingente-
el medio de relación, entre los Sp y los Sr., es la palabra hablada o la
palabra escrita, pero siempre a través de un contacto personal entre los dos
términos principales de la relación.»[7]
En este punto nos topamos con el hecho
de que Martínez Albertos al igual que Erzensberger (como más abajo expondré)
afirma que en la información contingente, esto es, en los “mass
media”, no hay comunicación
sino difusión:
«Efectivamente, las características propias de los medios de
difusión colectiva no permiten más que difundir mensajes a sujetos receptores
heterogéneos, sólo vinculados entre sí superficialmente para integrar los
grupos sociales denominados el público o
los públicos. No puede existir
verdadera comunicación -es decir,
relación de doble dirección, con posibilidades de diálogo y respuesta en un
cierto plano de igualdad- si el canal de transmisión utilizado es uno de los
medios técnicos de difusión colectiva. Lo que hay es una pura y simple difusión
de mensajes que se lleva a cabo, una vez puesto en marcha el proceso, con un
grado mayor o menor de automatismo -piénsese, por ejemplo, en el llamado efecto
feedback o el efecto boomerang- por
encima de las intenciones del promotor y del propio acontecimiento que
desencadenó el proceso. Existe, por tanto una incapacidad esencial de los
mass-media para lograr una verdadera comunicación entre promotores y receptores
de los contenidos.»[8]
Así es que con cierta sorpresa
descubrimos que lo que desde siempre se nos da a conocer como medios de
comunicación no cumplen con el marbete que les da nombre, porque sí son medios
pero no de comunicación, siempre y cuando entendamos que ésta implica la
posibilidad de que el receptor del mensaje inicial puede responder en un
proceso de comunicación equitativo, en un diálogo.
El hecho de que los “mass
media” no sean en puridad medios de comunicación sino más bien medios de
difusión implica un análisis distinto en atención a que se trata de una
continua enunciación unidireccional. En la interacción comunicativa cara a cara
la comunicación es susceptible de ser bidireccional porque el que escucha al
que habla puede responderle en una posterior intervención, de modo que es una
interacción dialógica. Las formas de comunicación de masas son eminentemente
unidireccionales. La interacción dialógica exige que la comunicación entre el
emisor y el receptor tenga en cuenta tanto el plano espacial como el temporal.
En cambio, los medios de difusión pueden prescindir totalmente de estos dos
elementos. Cuando dos individuos, por ejemplo, mantienen una conversación
telefónica comparten una misma temporalidad, tras la intervención de uno de los
comunicantes el otro puede responderle. En los casos de encuentros cara a cara
el hecho se acentúa al compartir además del plano temporal la vertiente
espacial. Si pensamos en una comunicación epistolar, la interacción
comunicativa se ve ralentizada por la distancia, pero no por ello deja de ser
posible la respuesta. Los medios de comunicación, sin embargo, subliman la
respuesta al preponderar en su esquema la emisión. Esto es fácilmente
observable con el hecho de que muchísimos mensajes de difusión no son productos
elaborados en la misma temporalidad que la recepción, sino que pueden estar
grabados días, meses e incluso años antes de su emisión. Se podría contestar a
ello argumentando que así ocurre también con las cartas, con la diferencia que
en éstas aun siendo cierta la distancia temporal y espacial la contestación es
posible. Los sujetos que entran dentro del esquema de comunicación de los
“mass media” no son participantes de una verdadera interacción
comunicativa recíproca. Desde este punto de vista, deberíamos hablar más de
difusión o transmisión que de comunicación. Es cierto que algunos medios de
difusión de información como los periódicos o las radios dejan un espacio o un
tiempo para la intervención de los lectores u oyentes, mas de darse esta
intervención por parte del receptor tampoco podemos hablar de verdadera equidad
comunicativa. Todas las susceptibles contestaciones son antes cribadas y
seleccionadas. También un espectador puede escribir una carta al editor de un
programa televisivo, al escritor del libro que ha leído o al director de la
película que fue a ver al cine, mas cuando lo hace el proceso en sí ya está
finalizado, porque éste es eminentemente unidireccional. Ante esta situación
habrá quien argumente que la verdadera respuesta del receptor de productos de
los “mass media” es su decisión de intervenir o no en el esquema
unidireccional de comunicación propuesto por éstos. Esta es la única vía por la
que es posible decir que los “mass media” no son del todo
unidireccionales: el receptor siempre tiene la última palabra a la hora de
decidir si mantiene su presencia en el esquema que le proponen los media.
Resulta interesante observar cómo en
esta misma línea los investigadores Elihn Katz, Jay G. Blumler y Michael
Gurevitch en su trabajo «Usos y gratificaciones de la comunicación de
masas» otorgan importancia al receptor: toman en cuenta de un modo
destacado al individuo que se enfrenta con los mensajes de los medios. Así, el
efecto que el mensaje puede ejercer en el receptor es abandonado por una
creciente importancia del talante con el que el receptor se enfrenta a los
“mass media”. Dependiendo del grado de interés del receptor sobre
lo comunicado junto a otros ponderables como su conocimiento sobre el asunto
tratado, su cultura, etc. su recepción tendrá un efecto u otro.
«[...] el enfoque de usos y gratificaciones toma como punto de
partida al consumidor de los medios más que los mensajes de éstos, y explora su
conducta comunicativa en función de su experiencia directa con los
medios»[9]
La postura centrada en los usos y
gratificaciones del receptor plantea como centro de la comunicación de masas el
proceso de recepción, si ésta resulta motivada tendrá una respuesta bien
distinta que si se trata de una recepción pasiva. Además, este enfoque de usos
y gratificaciones «[...] facilita las comparaciones entre diferentes
medios y tipos de contenido, en función de la relación con su público, y no en
términos tecnológicos, estéticos, ideológicos u otros más o menos minoritarios.»[10]
Según la necesidad de cada receptor se
produce un uso determinado del medio. En muchos casos la disposición
psicológica del receptor provoca una necesidad subyacente que tiene como
resultado un uso determinado, y esto aun cuando el mismo receptor ignore que su
disposición está más abierta o no hacia el mensaje, así ocurre, por ejemplo,
con aquellos receptores que en situación de soledad y carencia afectiva buscan
amparo en telenovelas y teleseries de marcado carácter sentimental.
La postura del grupo investigador
implica una acción activa del receptor, según ésta el receptor dependiendo de
su necesidad establece un tipo de actitud con respecto a los medios de masas de
los que obtendrá un uso y una gratificación determinada. Frente a aquellos
críticos de la cultura que demonizan los medios porque ven en ellos las causas
de efectos en la masa, la visión de usos y gratificaciones despeja la sospecha
dentro de la comunicación de masas y otorga al receptor la capacidad de ser
activo en un proceso casi siempre observado como pasivo. Si el receptor adopta
una postura activa, el uso estará dirigido a la consecución de algún fin
relativo a su formación o a su información.
En cambio, si adopta una postura pasiva lo que busca es escapismo y
entretenimiento. Así, la gratificación depende de lo que el receptor busque en
su enfrentamiento con el mensaje que le proporciona los medios de comunicación
de masas. Una posible tipología de gratificaciones sería la siguiente:
- escapismo ... entretenimiento
- educación ... información
- diversión
- compañía
- identidad personal
- vigilancia del entorno
Así, por ejemplo, sobre las
transmisiones relativas a la política cabe apuntar cuatro motivos por los que
éstas son seguidas por los receptores:
- la vigilancia del entorno;
- el estímulo de una competencia;
- la búsqueda de una reafirmación;
- la búsqueda de una guía para el voto.
Cabe decir también que hay medios que
proponen una autorrealización mientras que otros ofrecen como gratificación la
conexión del sujeto receptor con la comunidad en la que vive. Los libros y el
cine responden a una mayor necesidad intelectiva personal y por ello proponen
relaciones más cerradas entre el mensaje y el receptor, mientras que el
periódico, la radio y la televisión conectan al receptor con un contexto
relativo a la sociedad en la que se inserta.
En realidad, puede decirse que la
postura de usos y gratificaciones gira eminentemente en la órbita del receptor,
por lo que mientras que para uno un tipo determinado de mensaje puede servirle
como huida para otro puede servirle como información. Se da, entonces, el caso
que el nivel cultural es una cuestión decisiva a este respecto. Un juicio
positivo es el de observar a los “media” como productores de
diferentes mensajes que pueden ser aceptados o rechazados por los posibles
receptores según sea su necesidad, esto es, si desean actuar de un modo activo o si por el contrario prefieren entregarse al medio de un modo pasivo
buscando sólo el entretenimiento; y según sea su nivel cultural, hecho que, en
principio, cabe pensar como fundamental a la hora de la elección de un producto
u otro.
En la mayoría de las ocasiones podemos
observar que todos los críticos de la cultura que observan el proceso de
comunicación de masas como negativo suelen centrar su atención más en el polo
de la producción que en el polo de la recepción. Acabamos de ver que si
atendemos a la vertiente receptiva del esquema comunicativo de los
“media”, éste resulta menos cerrado o unidireccional, pues si bien
el receptor quizá no puede responder de un modo directo, sí que puede dirigir
su atención a uno u otro producto demostrando así que él es quien tiene la
última palabra en esa interacción. Si se posee una concepción positiva del
receptor, la comunicación de los “mass media” deja de ser avizorada
desde la sospecha y delega en la responsabilidad del receptor la utilización
responsable y digna de su libertad en la elección de un mensaje determinado.
Pero esto sólo sería posible siempre y cuando existiera una oferta también
digna, es decir, si siempre existiera un abanico de mensajes de diferente
signo. Como señalan Katz, Blumler y Gurevitch «[...] muchos críticos
radicales tienden a considerar la televisión como parte de una conspiración
tramada para mantener al pueblo contento y políticamente sumiso -al ofrecerle
una tregua, una interacción parasocial con gente interesante y divertida, junto
con abundante material para el cotilleo- mientras propaga una falsa conciencia
social.»[11]
La dilucidación del carácter negativo o
positivo de los medios de comunicación de masas encontró la fórmula de apocalípticos o integrados para referir a aquellos que se posicionaban en contra o
a favor de los “mass media” a partir del título de un libro de
Umberto Eco publicado en 1968. Para el semiólogo italiano el término
“cultura de masas” es ambiguo e impropio porque: «Si la
cultura es un hecho aristocrático, cultivo celoso, asiduo y solitario de una
interioridad refinada que se opone a la vulgaridad de la muchedumbre [...], la
mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte
a todos, y elaborada a medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La
cultura de masas es la anticultura.»[12] Esta es la visión propia de los apocalípticos que
se completaría así: «Y puesto que ésta [la cultura de masas] nace en el
momento en que la presencia de las masas en la vida social se convierte en el
fenómeno más evidente de un contexto histórico, la “cultura de
masas” no es signo de una aberración transitoria y limitada, sino que llega
a constituir el signo de una caída irrecuperable, ante la cual el hombre de
cultura (último superviviente de la prehistoria, destinado a la extinción) no
puede más que expresarse en términos de Apocalipsis.»[13]
La visión opuesta pertenece a la del
integrado optimista. Para éste la aparición de múltiples medios capaces de
difundir una información hasta entonces reservada a unos pocos no puede
producir más que entusiasmo, ya que cabe pensar que de ese modo cualquiera
puede acceder a mensajes que le ennoblecerán. Esta sería la función de la
televisión, los periódicos, la radio, el cine, la novela popular, el
Reader’s Digest. Todo esto hace que el integrado afirme que
«estamos viviendo una época de ampliación del campo cultural, en que se
realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la
circulación de un arte y una cultura popular.»[14]
Mientras que el apocalíptico ofrece al
lector el consuelo de formar una comunidad de iniciados que no han caído en la
“masa”, el integrado vendría a estar contento de sentirse masa
porque ésta no vendría identificada por elementos negativos, sino que ahora
“el pueblo” tendría a su alcance elementos fundamentales para su
digna formación[15].
Desde mi punto de vista aquí hallamos
un concepto que es necesario analizar, la noción de «masa».
¿Qué es lo que se refiere cuando se habla de «masa»?
¿Cabe encontrar distintos sentidos de «masa»? En este
sentido, John B. Thompson señala sobre los medios de comunicación y la noción
de «masa»:
«El término «masa» resulta especialmente engañoso.
Conjura la imagen de una vasta audiencia que comprende varios miles, incluso
millones de individuos. Ésta podría ser una imagen precisa para el caso de
algunos productos mediáticos, como el periódico más popular de la actualidad, películas
y programas televisivos; sin embargo, describe de manera ambigua la situación
de la mayoría de los productos mediáticos, pasados o presentes. Al inicio del
desarrollo de la prensa periódica, y en algunos sectores de las actuales
industrias mediáticas modernas (por ejemplo, algunos editores de libros y
revistas), la audiencia era relativamente poca y especializada. Por eso, si se
utiliza el término «masa» no debe ser simplemente en términos
cuantitativos. La característica más destacada de la comunicación de masas no
viene dada por el número de individuos (o una proporción específica de la
población) que reciben los productos, sino más bien por el hecho de que los
productos estén disponibles, en principio, a una pluralidad de
destinatarios.»[16]
Esta interpretación del concepto de
«masa» referido al alcance de los nuevos medios de comunicación se
aleja del sentido que otorgan a masa la crítica que siguiendo la nomenclatura
de Eco podría tildarse como apocalíptica.
Pero, en cualquier caso, a mi parecer, no es necesario caer en tal maniqueísmo.
En sí la idea de masa siempre ha denotado ciertos rasgos negativos. Ortega y
Gasset disipó la falsa interpretación según la cual el término masa refiere a
un grupo de clase social en función de su carente ostentación de riquezas, ya
que por masa no se entiende más que aquel individuo que es incapaz de tener
conciencia de su existencia en el mundo y cuya vida es, consecuentemente, un
dejarse ir por las modas y el rumor social, una ausencia de valores, incluso en
el sentido nietzscheano, es decir, una huída de la voluntad de poder
entregándose a lo dado como bueno. Es masa, en fin, aquel sujeto que huye de su
vida y la entrega a la mediocridad, aquél que pasa por el gálibo de la moda
como si su ser pasivamente se entregara a un patrón que lo modelase según la
norma genérica[17].
El hombre que se entrega a la comunidad, diría Heidegger, vive una existencia
inauténtica, reniega de su autenticidad para darse al reino del se en el que la voluntad queda
anestesiada por el movimiento comunal, de modo que nada posee ya un sentido
propio sino que la acción se realiza porque se
hace o se dice así. La minoría,
en oposición a la masa, no es la clase adinerada, como podría quizá pensarse,
también entre los ricos hay individuos-masa, también entre ellos encontramos el señorito contento de sí mismo. Forman
la minoría selecta aquellos individuos que echan a sus espaldas todo el peso de
su vida y aun la del resto. La minoría se caracteriza por una constante
exigencia hacia lo óptimo[18]. Así, pues, parece claro
que la división en masas y minorías selectas establecida por Ortega en momento
alguno tiene que ver con una división de clases sociales, sino que es la
exigencia vital de cada hombre la que sirve para ubicar a cada quien en uno u
otro lugar.
Desde el punto de vista de la teoría de los medios de comunicación,
una de las vertientes críticas argumenta que la masa provoca que los
“mass media” ofrezcan un determinado tipo de productos mezquinos
porque es lo que precisamente la masa quiere consumir. Sucede que la masa ha
ido imponiendo su gusto por su condición de mayoría cada vez en más campos de
la vida social. Su idea ha sido la de equiparar la conquista de un sistema
político democrático a otros ámbitos sociales como la cultura. Si una democratización
política puede no merecer más que alabanzas en la medida en que el demos entrega su voto a una minoría
preparada para la administración del gobierno, otra democratización bien
distinta es aquella en la que, en palabras de Ortega, «cree la masa que
tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café.»[19]
Esta visión negativa de la masa porque
impone sus gustos allá donde logra destacar lo cuantitativo sobre lo
cualitativo viene, pues, desde Nietzsche pasando por Ortega, y Umberto Eco le
otorga el nombre grandilocuente de “postura apocalíptica”. En este
punto resulta ineludible descubrir las conexiones que existen entre los medios
de comunicación y lo que se ha venido a llamar la “cultura de
masas”. En tanto que los medios de difusión se han multiplicado a lo
largo del siglo XX, se entiende en la mayor parte de las ocasiones como
“cultura de masas” los productos elaborados por la industria de los
media tanto porque potencialmente
tienen como receptores a millones de personas, como porque sus mensajes son
considerados como objetos culturales de pésima calidad cuando no denigrantes
para la dignidad de la persona.
En nuestros días, como ha señalado
Gustavo Bueno, la cultura difundida como selecta y la cultura de consumo no
dejan de ser más que opio para sus consumidores:
«¿Cómo proporcionar ocupación inofensiva, pero eficaz, a
millones y millones de jóvenes o de adultos durante sus horas de ocio o durante
sus años de desempleo? ¿Cómo proporcionar ocupación al ocio de las
elites que pueda resultar menos peligrosa de lo que sería una ocupación
consistente en la maquinación, en la drogadicción o en la ideación de nuevos
sistemas de explotación? Napoleón podría decir en nuestros días: «Un buen
actor, un buen guionista de televisión, un buen músico de vanguardia, un buen
autor teatral o un buen entrenador de fútbol me ahorran cien
gendarmes».»[20]
Convenir que la cultura de masas es una
cultura edulcorada, rebajada e indigna para la formación del hombre supone
pensar que es del emisor de donde surge la voluntad de fabricar este tipo de
mensajes con el objetivo de adormecer en naderías a los receptores. Pero como
ya señalamos arriba también es necesario indicar que el receptor puede
contestar al mensaje si considera a éste burdo con la interrupción de la
comunicación, esto es, desconectando la radio o la televisión, no comprando el
periódico que le ha molestado, saliéndose de la sala de cine en la que
proyectan esa insulsa película que equivocadamente fue a ver, etc. Estimo que
es engañoso dirigir las críticas sólo al polo de la emisión dentro del esquema
de comunicación de masas, pues, definitivamente, la última palabra la tiene el
receptor, siempre y cuando no se le imponga la recepción de un determinado
producto.
Entre los estudios que yerguen una
mirada crítica hacia los medios de comunicación de masas destacan los trabajos
de M. Horkheimer, Th. W. Adorno y H. Marcuse, miembros de la conocida Escuela
de Frankfurt. Los análisis de la Teoría Crítica sobre los mass media tienen
como marco su enfrentamiento con y alternativa a la «mass
communication research». Ésta pretendía descubrir nuevos conocimientos de
los medios de comunicación con el fin de ampliar su uso; mientras que la Teoría
Crítica en lugar de realizar investigaciones formales extendía una mirada de
sospecha sobre el proceso de comunicación de los “mass media”
tratando de descubrir quiénes controlan los medios de comunicación y la
primacía de lo comercial de este sistema comunicativo público[21]. En la importantísima Dialectica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer denominan
«Industria Cultural» a lo que hasta entonces era llamado mass culture o popular culture. Con la nueva denominación pretendían mostrar el
carácter burocrático e industrial que la comunicación pública
institucionalizada había adquirido. Los objetos culturales dentro de una
sociedad de capitalismo avanzado son convertidos en productos insertos en el
engranaje industrial, así «a una cultura sometida a la producción
industrial le corresponderá como receptor un consumidor cultural.»[22] Para los de Frankfurt los
mensajes que produce la Industria Cultural y que son difundidos mediante los
“mass media” no poseen contenidos neutros, sino que de una forma
solapada, cuando no explícita, tratan de imponer la ideología de la burguesía capitalista
con la intención de adormecer la voluntad revolucionaria de las clases obreras
mediante su incorporación al sistema capitalista, y ello aunque sea de forma
ilusoria haciéndole participar de pequeños progresos económicos y haciéndole disfrutar de productos que hasta
entonces estaban sólo al alcance de unos pocos. El capitalismo, en expresión de
Herbert Marcuse, tiende a la alienación y a la formación del hombre unidimensional. El capitalismo
inyecta en el hombre como necesidades alcanzar falsas metas y productos no
indispensables; frente a estas falsas necesidades -todas aquellas
«necesidades que perpetúan el esfuerzo, la agresividad, la miseria y la
injusticia»- están las necesidades verdaderas, que «son las
vitales: alimento, vestido y habitación en el nivel de cultura que esté al
alcance»[23].
Los medios de comunicación de masas, en este sentido, estarían al servicio de
la ideología capitalista transmitiendo sus valores de consumo y actuando como
adormidera para los sujetos ya incorporándoles al proceso de la Industria
Cultural, ya manteniéndoles como individuos pasivos que dan por buena una
situación pésima en tanto que no son en su radical individualidad, sino que
viven en la corriente de las modas, en el reino del “se”, donde las
cosas se hacen porque se dice que hay que hacerlas y se ve que todo el mundo
las hace. Los “mass media” no serían más que un impedimento
constante para la toma de conciencia de los sujetos sociales[24]. En relación con los
“mass media”, para Marcuse el adoctrinamiento capitalista no sólo
opera en éstos, si bien en ellos parece que se ha señalado mayor ahínco su
fuerte contenido ideológico solapado. En tanto que adormidera los medios de
comunicación obstaculizan la toma de conciencia del sujeto moderno, pero ello
al igual que la estructura económica o la educativa: distintos modos de
expresar la dimensión única en la que se quiere atrapar al hombre:
«Los medios de transporte y comunicación de masas, los bienes de
vivienda, alimentación y vestuario, el irresistible rendimiento de la industria
de las diversiones y de la información, llevan consigo hábitos y actividades
prescritas, ciertas reacciones emocionales e intelectuales que vinculan de
forma más o menos agradable los consumidores a los productos y, a través de
éstos, a la totalidad. Los productos adoctrinan y manipulan; promueven una
falsa conciencia inmune a su falsedad. Y a medida que estos productos útiles
son asequibles a más individuos en más clases sociales, el adoctrinamiento que
llevan a cabo deja de ser publicidad; se convierten en modo de vida. Es un buen
modo de vida -mucho mejor que antes-, y
en cuanto tal se opone al cambio cualitativo. Así surge el modelo de pensamiento y conducta unidimensional en
el que ideas, aspiraciones y objetivos, que trascienden por su contenido el
universo establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos a los
términos de este universo.»[25]
Al transmitir los medios de
comunicación mensajes que coinciden con la ideología del poder, el receptor no
se ve movido en su recepción a tratar de cambiar ningún estado de cosas porque
todo lo dado aparece como bueno. Los mensajes de los “mass media”
son, para Marcuse, eminentemente conformistas y constituyen la mediación entre
los amos y sus servidores. El mismo lenguaje utilizado es unidimensional, siega
cualquier atisbo de trascendencia mediante una colosal fuerza materialista e
inmanentista.
En la línea crítica de los
frankfurtianos se sitúa el alemán Hans Magnus Enzensberger, que desde su obra
de 1971 Elementos para una teoría de los
medios de comunicación se ha dedicado a reflexionar sobre el tema que en
estas líneas estamos tratando. Enzensberger al igual que los de Frankfurt parte
de unas posiciones cercanas al marxismo, y por ello no resulta extraño
encontrar entre sus páginas disquisiciones sobre las estructuras en las que se
sostiene la producción de la Industria Cultural. La técnica es, sin duda, un
elemento fundamental para el desarrollo de los medios de comunicación de masas
y su irrupción en la vida social, hasta el punto de que se ha convertido en un
elemento indispensable para el crecimiento socio-económico de las sociedades
que están insertas en un grado avanzado de industrialización.
Enzensberger expresa su sospecha al
hablar de los “mass media” como Industria elaboradora de la
conciencia, una influencia que el capitalismo logra hacer de un modo rápido
gracias a los avances de la técnica y al hecho de que los medios poseen el
poder de movilizar a las masas. La sospecha del alemán vuelve a señalar la
incapacidad de respuesta de los receptores, de modo que los medios de
comunicación actualizan un esquema de adoctrinamiento en el que no es posible
la contestación por parte del receptor: «Como se sabe, unos medios como
la televisión y el cine en su aspecto actual, no están al servicio de la
comunidad, sino que más bien la obstaculizan. No permiten ninguna influencia
recíproca entre el transmisor y el receptor; desde el punto de vista técnico,
reducen el feedback al nivel mínimo
que permite el sistema.»[26]
Por otra parte, no se trata de una
relación equipolente entre el emisor y el receptor, sino más bien de una
relación de dominio que para Enzensberger refleja un paralelo entre transmisor
y receptor y entre productores y consumidores, un dialéctica que traduce a su
modo la contradicción básica del capitalismo: clases dominadoras y clases
dominadas, es decir, una burocracia monopolista que domina a la masa. No
obstante, cuando en 1971 escribió Elementos
para una teoría de los medios de comunicación destaca el hecho de que trata
de mostrar el posible camino que debe recorrer la Nueva Izquierda con el fin de
explotar de un modo justo los “mass media”. En aquel momento la
crítica de la izquierda a los medios era la de la manipulación, «[...] en
lugar de ocuparse de la contradicción entre la actual constitución de los
medios y su potencial revolucionario»[27]. Pero resulta que no es
posible utilización alguna de los medios que no presuponga manipulación:
«Etimológicamente, el término manipulación
viene a significar una consciente intervención técnica en un material dado. Si
esta intervención es de una importancia social inmediata, la manipulación
constituye un acto político. Éste es el caso de la industria de la conciencia.
[...] el escribir, filmar o emitir sin manipulación, no existe.»[28] Su propuesta,
consecuentemente, no es la de reducir la manipulación, ya que es imposible,
sino que el verdadero proyecto revolucionario debe tender a convertir a cada
sujeto en un manipulador al participar en el proceso de los medios de
comunicación de masas. De este modo, Erzensberger abandona la concepción
apocalíptica para poder ser apreciado como un integrado al alabar la forma
estructuralmente igualitaria de los medios, estos eliminan en principio el
monopolio cultural de la intelligentsia
burguesa. Así, el uso correcto de los medios desde el punto de vista socialista
estriba en la organización. De la reflexión del alemán en base a todos esos
elementos estructurales podemos inferir el siguiente esquema dialéctico:
Uso represivo de los medios Uso emancipador de los
medios
-
programa de control central -
programas descentralizados
-
un transmisor, muchos receptores -
cada receptor, un transmisor en potencia
-
inmovilización de individuos aislados -
movilización de las masas
-
conducta de abstención pasiva respecto
- interacción de los participantes, feedback
al
consumo
-
proceso de despolitización -
proceso de aprendizaje político
-
producción por especialistas -
producción colectiva
-
control por propietarios o burócratas -
control socializado por organizaciones autogestoras
Queda claro, pues, que la postura de
Erzensberger es la de crítica al uso de los medios que realiza el sistema
capitalista, mas no una crítica a la estructura de los medios en sí. El
ensayista alemán mantiene la creencia de que es posible un esquema de
comunicación de los “mass media” donde la interacción sea lo normal[29]. Tender hacia ese camino
es su voluntad y en esa dirección pretende adoctrinar a la izquierda, estando
ésta hasta entonces dedicada más a una labor de queja por la manipulación
capitalista que dedicada a aprovechar las estructuras de los medios para
extender una verdadera comunicación interactiva.
Bien distinta, sin embargo, es la
postura de Erzensberger casi veinte años más tarde en su ensayo «El medio
de comunicación «cero» o por qué no tiene sentido atacar a la
televisión»[30]. En él ya no hay ilusión
alguna en transformar los medios en una verdadera interacción social, y ya de
entrada podemos leer «la televisión idiotiza». Pero por lo que
traigo a estas líneas este pequeño ensayo del alemán es porque a diferencia de
las anteriores posturas críticas sobre los “mass media” que iban
dirigidas a la vertiente de la producción comunicativa, ahora Erzensberger
señala como causante de la pesima situación de los medios de comunicación -en
tanto que los productos que difunden son de dudosa calidad- a los receptores.
Si la industria de la comunicación no se preocupa de los programas, ello es
porque sabe que cuenta con el beneplácito del telespectador, el cual «se
encamina impertérrito a un estado que no podemos por más que calificar de falto
de programación.»[31] Erzenberger desentraña
que los medios de comunicación se alejan del sentido clásico de
«medio» en tanto que éste señalaba la vehiculización o mediación de
algún contenido, trasladado luego a la vehiculización de la comunicación en los
medios de masa, cuando en realidad resulta que esa comunicación no se da. En
nuestros días los medios, sobre todo los visuales, se dirigen hacia el estado
de medio «cero»: «están en condiciones de desprenderse
realmente de la pesada carga de la lengua y liquidar todo cuanto antes se
denominaba programa, significado, «contenido».»[32] Pretender imponer un
programa a los medios visuales es una ilusión, fundamentalmente porque el
receptor lo rechaza y si se trata de una industria que busca fines económicos
la visión queda clara: se le da la nada que desea. «Lejos de dejarse
manipular [el espectador] es él quien manipula al medio para imponerle sus
preferencias.»[33] Las cuotas de audiencia
corroboran el deseo de nadería. Según Erzensberger, -y de aquí radica su
interés- lo que las teorías califican de idiotización con respecto al proceso
comunicativo de visión televisiva es, en realidad, lo que el telespectador
busca, porque el espectador conecta el televisor para desconectar:
«La televisión es utilizada primariamente como método bien
definido para un placentero lavado de cerebro; proporciona una higiene
individual, es automedicación. El medio «cero» es la única forma
universal y masiva de psicoterapia.»[34]
Resulta, pues, que tras una primera
etapa en la que Ernzensberger mantenía una visión de integrado finalmente pasa a ser un apocalíptico. Umberto Eco, no obstante haber planteado esta
división maniquea, opina que la cuestión está mal planteada desde ambos grupos,
los apocalípticos y los integrados, pues se olvida el hecho de que la cultura
de masas responde a una producción industrial y como tal a la comercialización.
Una vez aceptado este hecho habría que preguntarse: «¿qué acción
cultural es posible para hacer que estos medios de masa puedan ser vehículos de
valores culturales?»[35]. Lo decisivo estriba en
que lo cultural es mayoritariamente apartado en beneficio de razones meramente
comerciales: «El problema de la cultura de masas es en realidad el
siguiente: en la actualidad es maniobrada por “grupos económicos”,
que persiguen finalidades de lucro, y realizada por “ejecutores
especializados” en suministrar lo que se estima de mejor salida, sin que
tenga lugar una intervención masiva de los hombres de cultura en la
producción.»[36] Para cambiar esta
situación Eco plantea el necesario compromiso de la comunidad cultural para con
el proceso de la comunicación de masas. Es, por lo tanto, necesaria una
constante crítica cultural.
Ortega y Gasset en Meditación de la técnica observó la creciente cantidad de tiempo
libre que el hombre iba poco a poco ganar gracias a la introducción de la
técnica en el trabajo:
«Se dira que la técnica es un esfuerzo menor con que evitamos un
esfuerzo mucho mayor y, por tanto, una cosa perfectamente clara y razonable.
Muy bien; pero eso no es lo enigmático, sino esto otro; ¿adónde va a
parar ese esfuerzo ahorrado y que queda vacante? La cosa resalta más si
empleamos otros vocablos y decimos: si con el hacer técnico el hombre queda
exento de los quehaceres impuestos por la naturaleza, ¿qué es lo que va
a hacer, qué quehaceres van a ocupar su vida? Porque no hacer nada es vaciar la
vida, es no vivir; es incompatible con el hombre.»[37]
De un modo bastante desesperanzador
podríamos contestar a estas preguntas lanzadas al futuro por Ortega y Gasset a
la vista de a qué dedica el tiempo libre el hombre de hoy cuando se inserta
dentro del esquema que le proponen los medios de comunicación de masas. He
tratado de mostrar a lo largo de estas líneas si es posible hablar con
propiedad de medios de comunicación de masas, o si más bien no son más que
medios de difusión. En este punto queda claro que la interacción aun siendo
mínima siempre depende en última instancia del receptor, porque aunque no puede
contestar de un modo parejo a como se le envía el mensaje sí que puede
finalizar el proceso comunicativo desenchufando la televisión, abandonando la
sala de cine o desconectando su conexión a Internet. Todo depende del uso y de
la gratificación que el receptor desee conseguir en su relación con el medio de
difusión y el mensaje que éste emita. Por lo tanto, es fundamental la cultura
del receptor. La cuestión, sin embargo, empeora al avizorar que todos los
medios de comunicación de masas no son más que participantes de un sistema
industrial regido por un régimen comercial, siendo así que los
“media” emitirán aquello que tenga una buena aceptación en la
recepción, y sucede, finalmente, que, como de continuo muestran los shares televisivos, lo que más se
consume no es precisamente lo más digno o saludable desde un punto de vista
moral y cultural. El esquema de los medios de comunicación parece a todas luces
viciado tanto desde la producción como en la recepción, si en una podría verse
una intención persuasivo-ideológica de clara raigambre capitalista, en la otra
no deja de entreverse una masa de sujetos cuyo mayor interés como receptores de
mensajes es la de que estos le inmiscuyan en un mundo de naderías que le hagan
olvidar su situación en el mundo, es decir, que la mayoría de receptores toman
los mensajes de los media como opio o
adormidera que les evitan tomar conciencia de su realidad.
BIBLIOGRAFÍA
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Barcelona, Paidós, 1998.
[1] Cfr.
Francisco Chico Rico, Pragmática y
construcción literaria, Alicante, Universidad de Alicante, 1988, p. 112.
[2] Cfr.
Tomás Albaladejo Mayordomo, Retórica,
Madrid, Síntesis, 1989, p. 57.
[3] Para
darse cuenta de esta afirmación sólo es necesario asomarse al primer manual de
retórica existente, el de Aristóteles, quien define la Retórica como «la
facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer.»
(cfr. Aristóteles, Retórica, edición
del texto con introducción, traducción y notas por Quintín Racionero, Madrid,
Gredos, 1994, p. 173).
[4] Cfr.
Francisco Chico Rico, «Lingüística del texto y teoría literaria», Rilce, 8, 1992, p. 233.
[5] Cfr. J.
L. Martínez Albertos, La información en
una sociedad industrial. Función social de los «mass media» en un
universo democrático, Madrid, Tecnos, 1981 (2ª ed. aumentada), p. 15.
[6] Cfr.
Ibidem, p. 18.
[7] Cfr.
Ibidem, p. 20.
[8] Cfr.
Ibidem, p. 22.
[9] Cfr.
Elihn Katz, Jay G. Blumler y Michael Gurevitch, «Usos y gratificaciones
de la comunicación de masas», en M. de Moragas (ed.), Sociología de la comunicación de masas,
Barcelona, G. Gili, 1982, p. 254.
[10] Cfr.
Ibidem, p. 253.
[11] Cfr.
Ibidem, p. 275.
[12] Cfr. U.
Eco (1968), Apocalípticos e integrados,
Barcelona, Lumen, 1977, p. 12.
[13] Cfr.
Ibid.
[14] Cfr.
Ibid.
[15] Frente al
pesimismo de los apocalípticos, una visión integradora en la fecha temprana era
la de Luis González Seara: «Sin embargo, en contra de ese pesimismo, la
verdad es que, por primera vez en la historia, va a ser posible una auténtica
cultura popular, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación de masas
como por el progreso social y técnico, que hace posible el ocio para todos. Por
supuesto, estamos en los comienzos de la cultura de masas y todos los comienzos
son dolorosos. Es aún pronto para poder evaluar los posibles resultados de la
cultura popular.», cfr. Luis González Seara, Opinión pública y comunicación de masas, Barcelona, Ariel, 1968, p.
72. Causa cierta simpatía la esperanzadora inocencia de estas líneas a la vista
de como ha sido el devenir de los mensajes de los medios de comunicación de
masas.
[16] Cfr. John
B. Thompson (1997), Los media y la modernidad. Una teoría de los medios
de comunicación, Barcelona, Paidós, p. 44.
[17] Dice Ortega:
«Masa es el «hombre medio». De este modo se convierte lo que
era meramente cantidad -la
muchedumbre- en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo
mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres,
sino que se repite en sí un tipo genérico.», cfr. J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, introducción
de Julián Marías, Madrid, Espasa-Calpe, 2001.
[18]
«Cuando se habla de «minorías selectas», la habitual
bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar
que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino
el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas
exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe
hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen
mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen
nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son,
sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.»,
cfr. Ibidem, p. 77.
[19] Cfr.
Ibidem, p. 79.
[20] Cfr.
Gustavo Bueno (1996), El mito de la
cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura, Barcelona,
Editorial Prensa Ibérica, 2000 (6ª ed.), p. 219.
[21] Cfr.
Enric Saperas Lapiedra, «Comunicación y anticipación utópica.
Contribuciones de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt a la Sociología
de la Comunicación», en M. de Moragas (ed.) (1985), Sociología de la comunicación de masas, I. Escuelas y autores,
México, G. Gili, 1993 (3ª ed.), p. 169.
[22] Cfr.
Ibidem, p. 171.
[23] Cfr.
Herbert Marcuse (1954), El hombre
unidimensional, Barcelona, Ariel, 1987, p. 35.
[24]
«Toda liberación depende de la toma de conciencia de la servidumbre, y el
surgimiento de esta conciencia es estorbado siempre por el predominio de
necesidades y satisfacciones que, en grado sumo, se han convertido en propias
del individuo», cfr. Ibidem, p. 37.
[25] Cfr.
Ibidem, pp. 41-42.
[26] Cfr. Hans
Magnus Enzensberger (1971), Elementos
para una teoría de los medios de comunicación, Barcelona, Anagrama, 1974
(2ª ed.), p. 11.
[27] Cfr.
Ibidem, p. 23.
[28] Cfr.
Ibidem, p. 25.
[29] «En
su constitución actual, la radio, el cine y la televisión arrastran hasta el
exceso los rasgos autoritarios y monologadores heredados de unas formas de
producción más antiguas, pero esto no sucede en modo alguno por equivocación.
Tales factores anacrónicos de la actual estética de los medios los exigen las
condiciones sociales. No siguen de la estructura de los medios. Por el
contrario: les son opuestos, dado que esta estructura pide una
interacción.», cfr. ibidem, p. 65.
[30] Hans
Magnus Enzensberger (1988), «El medio de comunicación «cero»
o por qué no tiene sentido atacar a la televisión», en Mediocridad y delirio, Barcelona,
Anagrama, 1991.
[31] Cfr.
Ibidem, pp. 82-83.
[32] Cfr.
Ibidem, p. 85.
[33] Cfr.
Ibidem, p. 89.
[34] Cfr.
Ibidem, p. 90. Ese producto televisivo de ninguna calidad que es utilizado por
el telespectador como adormidera ha venido a llamarse “telebasura”.
Ésta es definida del siguiente modo por Gustavo Bueno: ««Televisión
basura» es una expresión que viene utilizándose desde hace unos quince
años, y cada vez con mayor frecuencia, para designar a un cierto tipo de
programas en los cuales se quiere subrayar su «mala calidad», no ya
meramente técnica o de forma, sino de contenido o de fondo, entendiendo por
«mala calidad de contenido» su chabacanería, su vulgaridad, su
«morbo», a veces incluso su obscenidad o su carácter
pornográfico.», cfr. Gustavo Bueno, Telebasura
y democracia, Barcelona, Ediciones B, 2002, p. 9.
[35] Cfr.
Umberto Eco, Apocalípticos e integrados,
op. cit., p. 59.
[36] Cfr.
Ibidem., p. 59.
[37] Cfr. José
Ortega y Gasset, Meditación de la técnica,
Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1977, p. 49.
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