REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LOS OLVIDADOS DE LA MIGRACIÓN

 

En 15 años se ha duplicado la cantidad de mexicanos que trabajan en EU. En el Día del Migrante, los que se quedaron en su tierra narran sus carencias

 

Karen Trejo

Especial para La Opinión

18 de diciembre de 2005

 

PUEBLA, Puebla, México.

Hace 15 años, antes de firmado el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLC), trabajaban en Estados Unidos 5.4 millones de mexicanos. Hoy, la estadística se ha duplicado.

 

El último censo de 2000 reveló que el 96% de los municipios de este país expulsa en mayor o menor medida a su capital humano hacia la incesante industria de la mano de obra devaluada e indocumentada de la primera potencia mundial.

 

Sin embargo, la bonanza de las remesas, que este año alcanzarán los 20,000 millones de dólares (según estimaciones del Banco de México), tiene un dejo esperanzador principalmente en zonas provincianas, donde niños, mujeres adultas y ancianos que habitan entre campos de cultivo estériles y comunidades cada día más desoladas, padecen aún el desconsuelo de la separación familiar e intentan mirar hacia delante.

 

El éxodo, parece, no ha terminado del todo. En la nueva geografía de la emigración de México hacia Estados Unidos, desde 2000 desbandadas masivas de familias han llegado a Chicago, Nueva York y Los Ángeles procedentes de Guerrero, Puebla y Jalisco, respectivamente.

 

Pacientes esperan sus habitantes a que los ausentes regresen a estas entidades, que de acuerdo a su orden han sido catalogadas desde hace apenas cinco años como de alta, media y muy alta incidencia migratoria, según estimados del Consejo Nacional de Población (Conapo).

 

Mientras tanto, la vida continúa y está llena de historias. Aquí presentamos algunas de ellas, mediante una serie de tres crónicas que se publicarán sucesivamente a partir de hoy en La Opinión, con motivo de la conmemoración del Día del Migrante este 18 de diciembre.

 

Ni hombres... ni dinero... ni nada

 

De la vida de los 6,500 niños, mujeres adultas y ancianos que quedan en San Jerónimo Coyula, junta auxiliar del municipio de Atlixco, Puebla, con elevada migración hacia Estados Unidos, se sabe por sus calles empedradas, sus milpas erosionadas, sus muros de concreto con graffiti escritos en mal inglés.

 

Ubicado en las proximidades del volcán Popocatépetl, da la primera impresión de ser un pueblo casi desierto. Pero la vida toma color cuando ancianas, mujeres adultas y niñas, auxiliadas por cubetas y tambos, se apresuran a las calles.

 

Mientras el agua no deje de fluir potente por el canal de cemento, construido al pie de la entrada de las casas, poco importa que el sol de las tres de la tarde casi haga estallar sus morenos rostros. Los niños también salen, a jugar.

 

Muy delgada y nudosas las manos, Rosa, de 26 años de edad, al tiempo que remoja sus prendas en una tina metálica, explica: “En mi casa no hay agua y cuando la creciente del río la arrastra por la calle, todas salimos a lavar. Pero eso no es siempre”.

 

Vivir en una localidad rural donde la muerte del campo, el cierre de fábricas y el rezago de servicios públicos básicos originaron el éxodo de familias completas, no incita a la joven a salir de su país: “A mí me da miedo que vayan a matarme en la frontera”.

 

¿Tienes familiares en Estados Unidos?

 

Uno de mis tíos.

 

¿Cómo le va?

 

No sé. Sólo mis abuelos hablan con él, cuando les manda dinero.

 

¿Cómo se han beneficiado tus abuelos con ese dinero?

 

Pues no mucho, si acaso tienen su casa de ladrillos. Los que se vuelven ricos casi nunca regresan.

 

Metros adelante, un trío de niñas hace lo propio con sus prendas. Tímidas y sin dejar de tallar sobre una piedra, escuchan el relato de su vecina, la señora Juana.

 

Vestido azul y gorra roja, suspende su labor y enfática suelta: “Aquí, la mayoría de los hombres han abandonado a sus familias. Prometen que regresan, pero luego (no llega) ni dinero ni nada”.

 

Su despreocupación no es extraña cuando refiere que su hermano “se fue en julio y (hasta ahora) no ha hablado por teléfono”.

 

¿Usted tiene teléfono en su casa?

 

Sí, casi en todas las casas tienen.

 

En ese momento, su comadre, acompañada de sus dos hijitas, se instala en el otro extremo de la calle con sus cubetas llenas hasta el borde con ropa que lavar: “No, señorita, yo no tengo familiares en Estados Unidos”. Y apunta con su mano: “En esa casa sí tienen”.

 

Se trata de una construcción de dos plantas de concreto, que rompe con la armonía de las viviendas de adobe. Y como si se tratara de un pecado, aquella familia aún se niega a hablar de sus migrantes. Sólo bastó asomarse al patio para comprobar que en esta casa hay lujos con los que ni sueñan las vecinas, por ejemplo, una lavadora funcionando al compás de una cumbia insulsa.

 

Al final del empedrado que conduce a la carretera principal se hacen presentes los primeros y tal vez los únicos 10 hombres del pueblo, quienes se agrupan cerca de unos comercios de forrajes y abarrotes para vigilar la salida de los visitantes.

 

Puebla York

 

El último censo de población del INEGI arrojó que en el año 2000, 3% de los poblanos nacidos en la entidad radicaba en Estados Unidos. El dato ubica a Puebla en el octavo lugar a escala nacional con el 4.3% del total de la migración mexicana internacional. De acuerdo con los Índices de intensidad migratoria del Conapo en 2000, la entidad estaba en el rango de las de mediana expulsión de mano de obra a la Unión Americana.

 

En las dos décadas recientes, el Valle de Atlixco ha experimentado un éxodo de 40 mil personas hacia Nueva York y New Jersey, principalmente. A la fecha, las remesas enviadas por los emigrantes activan en un 50% la economía local. La otra parte la realizan los 120 mil habitantes del municipio, quienes, en contadas regiones, se dedican al cultivo de hortalizas, floricultura y comercio en general. Sólo el 3.28% de los hogares poblanos recibe remesas, según el estudio del Conapo.

 

Debido a ello para la Secretaría de Desarrollo Social de Atlixco ha sido imposible aplicar los recursos procedentes del extranjero a obras públicas de beneficio comunitario, porque “para las familias de los emigrantes nunca serán suficientes [las remesas] para solventar sus necesidades prioritarias”, dice Alberto Tolana, encargado de esa dependencia.

 

De vuelta para regresar

 

Recogía basura en las calles de Nueva York, pero su sueño no era ascender a la gerencia de una compañía de reciclaje, sino regresar a Puebla para dar clases de educación física. Para eso había estudiado.

 

“En abril de 2002 me fui a Estados Unidos, porque necesitaba reunir cuatro mil dólares para comprar una plaza de maestro”. Fue el inicio de una odisea, la cual evoca su protagonista, Osvaldo Ramírez, de 23 años de edad y habitante de Izúcar de Matamoros.

 

“Unos polleros me cruzaron a Estados Unidos junto con 10 poblanos más. Cuando llegué a Nueva York viví con unos familiares, pero pronto me pusieron cara. Estaban enojados por que se enteraron que con el dinero que le enviaba a mis padres me estaban construyendo una casa. En ese entonces me alquilaba como albañil y no me iba mal”.

 

El joven moreno se integró a la caravana de emigrantes que llegaron a pie a la frontera en noviembre pasado con la Antorcha Guadalupana, misma que fue entregada al relevo de mexicanos legalizados en Estados Unidos, encargados, como cada año, de conmemorar a la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre pasado en la catedral de San Patricio.

 

¿Qué te movió a realizar este rito?

 

La fe, porque cuando regresé en junio de este año entregué un anticipo de dos mil dólares para ocupar una plaza de maestro en una escuela de Izúcar y al final me estafaron”.

 

¿Te irías otra vez a Estados Unidos?

 

Es lo que yo quiero, para poder terminar mi casa y juntar el dinero que necesito para trabajar como maestro. Sólo espero que no me estafen otra vez.

 

Desempleo insultante

 

Es común que los emigrantes vuelvan a su lugar de origen y no consigan empleo. En la competencia de desatinos de las autoridades hay opiniones que moverían a la risa si otro fuera el caso. Las autoridades de Atlixco destacan que “es poco el desempleo en el municipio, debido a que hay mucho autoempleo relacionado con el comercio. Por lo tanto, quien no tenga empleo es que no quiere trabajar”, dice Alberto Tolana.

 

Estas palabras no reflejan la situación de Mario, 28 años de edad, quien desde los 10 llegó a California. “Hace cinco años regresé a Puebla y me casé. Con el dinero que ahorré cuando trabajé en una carpintería, puse un negocio de venta de hamburguesas en Atlixco que no funcionó. Desde que regresé he buscado trabajos en todos lados, pero no logro salir adelante”.

 

Él se convirtió en tratante de personas, el actual negocio más redituable en la región de Atlixco y en los municipios colindantes a la capital poblana como San Martín Texmelucan, Huejotzingo, Nealtican o Izúcar de Matamoros. Ahí, día y noche funcionan casas de descanso, en las que en su camino hacia Estados Unidos centroamericanos, sudamericanos y orientales, principalmente, obtienen documentación apócrifa como actas de nacimiento, constancias de residencia y cartas de vecindad a cambio de no menos de 200 dólares, dice.

 

A modo de ejemplo, refiere que el costo que paga un emigrante indocumentado en el trayecto de Atlixco a Nueva York es de dos mil a cuatro mil dólares. El doble del costo de hace una década. Esto, entre otros factores, ha prolongado el período de estancia de los mexicanos indocumentados en Estados Unidos, cuya cifra asciende a poco más de cinco millones, según estimados del INM.