REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Pedro Páramo, JUAN RULFO

(Barcelona, Popular Planeta, 1975, 1ª ed. 1955)

 

         Un hombre al que decían el Tartamudo llegó a la Media Luna y preguntó por Pedro Páramo.

         - ¿Para qué lo solicitas?

         - Quiero hablar cocon él.

         - No está.

         - Dile, cucuando regrese, que vengo de parte de don Fulgor.

         - Lo iré a buscar; pero aguántate unas cuantas horas.

         - Dile, es cocosa de urgencia.

         - Se lo diré.

         El hombre al que decían el Tartamudo aguardó arriba del caballo. Pasado un rato, Pedro Páramo, al que nunca había visto, se le puso enfrente:

         - ¿Qué se te ofrece?

         - Necesito hablar directamente cocon el patrón.

         - Yo soy. ¿Qué quieres?

         - Pues, nanada más esto. Mataron a don Fulgor Sesedano. Yo le hacía compañía. Habíamos ido por el rurrumbo de los «vertederos» para averiguar por qué estaba escaseando el agua. Y en eso andábamos cucuando vimos una manada de hombres que nos salieron al encuentro. Y de entre la mumultitud aquella brotó una voz que dijo: «Yo a ése lo coconozco. Es el administrador de la Memedia Luna».

         »A mí no me totomaron en cuenta. Pero a don Fulgor le mandaron soltar la bestia. Le dijeron que eran revolucionarios. Que venían por las tierras de usté. “¡Cocórrale!” –le dijeron a don Fulgor –. “¡Vaya y dígale a su patrón que allá nos veremos!” Y él soltó la cacalda, despavorido. No muy de prisa por lo pepesado que era; pero corrió. Lo mataron cocorriendo. Murió cocon una pata arriba y otra abajo.

         »Entonces yo ni me momoví. Esperé que fuera de nonoche y aquí estoy para anunciarle lo que papasó.

         - ¿Y qué esperas? ¿Por qué no te mueves? Anda y diles a ésos que aquí estoy para lo que se les ofrezca. Que vengan a tratar conmigo. Pero antes date un rodeo por la Consagración. ¿Conoces al Tilcuate? Allí estará. Dile que necesito verlo. Y a esos fulanos avísales que los espero en cuanto tengan un tiempo disponible. ¿Qué jaiz de revolucionarios son?

         - No lo sé. Ellos ansí se nonombran.

         - Dile al Tilcuate que lo necesito más que de prisa.

         - Así lo haré, papatrón.

         Pedro Páramo volvió a encerrarse en su despacho. Se sentía viejo y abrumado. No le preocupaba Fulgor, que al fin y al cabo ya estaba «más para la otra que para ésta». Había dado de sí todo lo que tenía que dar; aunque fue muy servicial, lo que sea de cada quien. «De todos modos, los “tilcuatazos” que se van a llevar esos locos», pensó.

 

(Pp. 89-90)