REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LA CRÍTICA SINGULAR DE VICENTE LUIS MORA

 

Javier García Rodríguez

(Universidad de Valladolid)

 

VICENTE LUIS MORA: Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual, Madrid, Bartleby, 2006.

 

 

Hay libros cuya lectura exige mirar al pasado, al presente y al futuro. Son libros cuyas propuestas impiden permanecer indiferente. Entrar en ellos como lector es una aventura (emoción y temor al mismo tiempo); considerarlos desde una perspectiva crítica (sea cual sea la carga que este adjetivo tiene en una reseña) produce el desasosiego y la desazón de quizá no contar con herramientas apropiadas para su análisis y, al tiempo, la de la imposibilidad de escapar a la constante interpelación de sus ofrecimientos. Enfrentarse, pues, a la sensación de que toda declaración, todo argumento, deberían (re)pensarse de manera sostenida, más allá de la inmediatez de la respuesta y de la tenaz seguridad que aparenta este género subalterno y denostado[1]. Hay libros cuya lectura incomoda porque estamos persuadidos de que no pueden despacharse a base de tópicos y chicuelinas más o menos artísticas que le hagan un quiebro a la dificultad. Con ellos, ni siquiera vale el irónico consejo del gran Raymond Chandler: “Recuerdo, hace tiempo, cuando hacía reseñas de libros en Londres, que mi primer impulso era siempre encontrar alguna ocurrencia ingeniosa y maligna, porque eso es mucho más fácil de escribir”[2].

Valga todo este (excesivo, me temo) exordio para adelantar que lo que en estas líneas pueda aducir sobre Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual, lo digo persuadido de la provisionalidad de los argumentos y de la más que segura injusticia (poética, imagino) que un análisis tan parvo comete con el libro de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), una exégesis menor que, necesariamente por el momento, se ve obligada a dejar de lado, a pasar de puntillas, o a describir sin más pretensión dialógica, los muchos y muy variados contenidos de este ensayo. Porque este excelente libro exigiría una mayor demora en todos aquellos aspectos que toca, una variedad de asuntos que es su primera virtud; entre otros, y a grandes rasgos, muy pertinentes reflexiones teórico-literarias (personales lecturas sobre escuelas y autores: Bajtín, el formalismo ruso, Jakobson, Mauron...), miradas sobre el lenguaje, sus servidumbres y grandezas (Steiner admirado y puesto también en la picota), diálogos fecundos con el pensamiento filosófico (Ortega, Brecht, Zubiri, también el psicoanálisis, entre otros muchos), incursiones en historia política (Subirats, la transición, la memoria histórica), observaciones sobre la “normalidad sociológica”, agudos y discutibles (y discutidos) análisis sobre poetas y poemas, afirmaciones y pronunciamientos encaminados a trabar un discurso crítico en torno a la poesía española actual[3] en el que el propio discurso crítico se va construyendo a medida que se enfrenta a su objeto de estudio, un discurso, pues, dinámico, en permanente crisis, azuzado por las trabas, enconado enemigo del facilismo, autoconsciente, ecléctico y, por qué no, comprometido.

No hace mucho tiempo, y con motivo de la publicación del libro de Edward W. Said El mundo, el texto y el crítico, tuve ocasión de trazar –de manera muy general y provisoria- algunos de los rasgos fundamentales que escenificaban la deriva que se había producido en los estudios literarios en las últimas décadas, y que me parecen muy pertinentes ahora como punto de partida para el análisis del libro de Vicente Luis Mora Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual. Reproduzco lo que decía en aquella circunstancia: “Los últimos veinte años han sido testigos de un gradual desplazamiento de los criterios estéticos hacia los espacios ideológicos. El surgimiento y la implantación de nuevas corrientes de pensamiento teórico son el resultado, a mi juicio, del replanteamiento del papel desarrollado por la ideología como espacio independiente. Así pues, la reinterpretación de los valores estéticos, la relectura de los soportes ideológicos del canon literario, la redefinición de la(s) hermenéutica(s) -en todas sus vertientes- y las diferentes propuestas a favor y en contra de “la teoría” son la manifestación más evidente de una nueva concepción que no puede obviar el papel fundamental de la ideología en la consideración global de la práctica literaria y de la práctica interpretativa como elementos solidarios limitados por la práctica ideológica”.[4]

Considero que estas notas apresuradas no desentonan en absoluto en la descripción del andamiaje teórico que envuelve –y en ocasiones acoge- la propuesta de Mora. En un año especialmente fértil[5] para este poeta, ensayista, crítico literario y gestor cultural, este libro –que se mueve entre la reflexión mesurada, el academicismo extremo y el ensayismo comprometido y en ocasiones cercano al manifiesto- es una muestra, a mi juicio, de otra manera de mirar el fenómeno de la escritura poética en la España actual. Una manera que surge de un evidente conocimiento de la materia tratada, en un manejo de fuentes diversas y pertinentes, en una decisión consciente de reivindicar autores orillados, de proponer (=provocar) un nuevo canon, en la problematización de conceptos aceptados y aceptables (la normalidad sociológica, la poesía metafísica...), en el deseo de ventilar los sótanos de la vida literaria (entre tendencias consideradas como “suicidas” y antologías por encargo). Vicente Luis Mora ni engaña ni se esconde: desde su idea de lo que habrá de ser la radicalidad estética, y en un intento de proponer una poética de las singularidades, se muestra “partidario de una ética de la sospecha” (un paso más allá, intuyo, o una variación casi deontológica de la conocida escuela de la sospecha o de la “lectura de suspicacias” promovida, entre otros, por Bajtín). Si la crítica literaria, parece postular Mora, es un dominio en el que se dirimen las verdades del texto pero también las verdades del mundo[6], nada más temerario que hacer dejación de responsabilidades y no intervenir con todas las armas al alcance. Para ello, no renuncia el autor a denunciar la, a su juicio, desnortación general de la reflexión acerca de la poesía en la España actual, fruto sobre todo del desconocimiento de las principales corrientes de pensamiento teórico contemporáneo. Respondiendo a varias opiniones que le reprocharon en su momento el uso de una reseña para hacer “teoría crítica”, aduce Mora algunos ejemplos clásicos de avances teóricos a través de este camino (Lévi-Strauss, Luckács, Adorno...), al tiempo que cierra su argumentación con las siguientes palabras: “Pero claro: supongo que es mucho pedir a un antólogo español un conocimiento siquiera rudimentario de la teoría de la literatura” (Singularidades, p. 179).[7] Páginas atrás ya había avanzado una experiencia personal sobre este mismo asunto, concretada de este modo: “En casi todas mis charlas con poetas había notado una notable reticencia no sólo a la teoría en cuestiones de poética, sino a que la teoría pudiera u osara manchar o salpicar el poema, como si fueran dos dimensiones distintas de la realidad y una no tuviera nada que ver con la otra” (Singularidades, p. 48). Añado yo ahora que esta reticencia a la teoría no es un marchamo exclusivo de España ni de sus poetas y críticos: de hecho, comienza a ser ya clásico el debate en los estudios literarios entre los autores pro- y anti- teoría, con aportaciones históricas como las de Paul de Man (La resistencia a la teoría) o el volumen colectivo editado por W.J.T. Mitchell (ed) Against Theory: Literary Studies and the New Pragmatism. También es significativa la postura de Murria Krieger, quien en su Teoría de la crítica: el sistema de una tradición (Madrid, Visor, 1992) postulaba -y cito de memoria- que todos tenemos una teoría literaria, aunque en algunos casos ésta consista en la ausencia de teoría. La queja de Mora es legítima en este sentido, aunque en otras ocasiones (por mucho que en más de una oportunidad se niegue a considerar sus intervenciones como ataques personales, que él mismo deplora), el tono de su discurso, en el que lo académico se matiza en lo ensayístico y la voluntad de estilo se mezcla con lo autobiográfico, puede dar una impresión de solvencia transmutada en condescendencia (a veces con una modulación apocalíptica), y derivar algunas veces en opiniones tan contundentes como, a mi juicio, excesivas para un libro de sus características. Valgan dos como ejemplo. 1ª) “Hay un guirigay descomunal, un ambiente corrupto, sombras de gavilanes muertos (Benet, Gil de Biedma), una división clarísima entre escritores afines al grupo Prisa y los demás, varios francotiradores de interés, numerosos superventas infames, falsos prestigios, testigos sin tomar (Valente, Martín Gaite), cuchipandas y cachupinadas, galopines efébicos que escalan en alcobas, revistas tendenciosas, editoriales rapaces, editoriales imprescindibles (Siruela, Pre-Textos, Anagrama, El Acantilado, últimamente DVD y Plurabelle/Berenice), monstruos, freaks, putos, gays glamourosos, políticos, sociólogos, presentadores/as de televisión, actores, meretrices, mercachifles, mequetrefes” (Singularidades, p. 30). 2ª: “Voy a tratar de calificar este modo de operar metodológico en términos diplomáticos y conciliadores: eso es una gilipollez” (Singularidades, p. 64).[8]

         Donde Mora no da tregua –y es este uno de los pilares en los que se asienta su postura teórico-crítica- es en la defensa de la singularidad como elemento crítico de primer orden: “...deberíamos oponer una ética laica de la singularidad, de la no pertenencia, de la autoexclusión y la observación valorativa de aquellos que, en su obra literaria –la vida excede de este libro- han tomado la misma postura de resistir los cánones de lo que se lleva, de lo normativo, de lo homogeneizado y detenido a tiempo de salir en la foto” (Singularidades, pp. 39-40). E incluso plantea un modelo crítico en el que sea dominante este concepto de ‘singularidad’, por encima del de ‘generación’, que también discute dentro de un marco general de pensamiento menos restrictivo que el que pudiera intuirse al leer su obra o que pudiera extrapolarse de algunas de las premisas teóricas sobre las que se asienta. Ningún otro calificativo que no fuera el de ‘integrador’-con matices evidentes- calificaría este párrafo: “Sin perjuicio de otros medios de estudio de lo literario, creo hacedera una literatura de singularidades (Sánchez Robayna suele hablar de una literatura de las excepciones, pero las suyas resultan demasiado divinas y excluyentes), que se limite a recalcar ciertos nombres, sin arrogarse la potestad de que tal subrayado signifique el ninguneo o preterición de los demás, a su vez potenciales singularidades de otros tantos estudios, críticos y lectores” (Singularidades, p. 113).[9] Con ello, por ello, no resulta extraño confirmar cómo Vicente Luis Mora no renuncia a tratar de establecer el lugar (teórico, ideológico,…) desde donde proponer una poética –válida tanto para el discurso artístico como para el discurso crítico- en el que prevalezca el componente de pars construens frente al de pars destruens inherentes a toda poética explícita y que con tanta penetración y acierto analizó Gianni Vattimo en su Poesía y ontología (Valencia, Universidad de Valencia, 1993): “Después de destruir, que es lo fácil, la cuestión es de qué modo pueden articularse propuestas, cómo establecer unos parámetros éticos que no comprometan la calidad literaria de la obra, cómo tejer campos de fuerzas (...) Si hemos dicho que la norma convierte en una especie de jóvenes-viejos a los poetas que deciden acceder al mundo literario, encerrando sus propias poéticas en un corsé estético –el intimismo pseudoelegíaco- poco propicio para esclarecer las relaciones de uno con el mundo y mucho menos para poner en cuestión este último, nos encontramos no sólo con malos resultados poéticos (malos en cuanto ‘correctos’, en cuanto mero salvoconducto para cambiar de fase), sino con devastadores resultados éticos” (Singularidades, pp. 94-95). Y en relación con el componente ético de la poiesis, no está de más recordar aquí el añejo, pero vigente, axioma del hermético filósofo neerlandés Holmesterius en su tristemente poco difundida carta a B. Spinoza (ca. 1677): “Nulla Ethica citra praxim”.

         A la hora de ir terminando estas notas del libro de Vicente Luis Mora, advierto que quedan sin cubrir algunas parcelas que habrían merecido atención y análisis, y que debo dejar para mejor ocasión: la relación de su propuesta con los Cultural Studies, el lábil concepto de canon, la posibilidad de integrar propuestas aparentemente antagónicas en un sistema global en el que adquieran una nueva dimensión (a la manera de pluralismo crítico a partir de la filosofía de Richard McKeon y de Walter Watson), la reconsideración de toda poética contemporánea, y digo de toda con plena conciencia, a la luz de su capacidad revolucionaria per se como respuesta al lenguaje de grado cero, esto es, liberadora en sus múltiples variantes, la reinterpretación del modo ensayístico del propio Mora, que se va construyendo al tiempo que sus argumentaciones, el contenido ético de sus palabras, la búsqueda de un espacio común de entendimiento… Demasiadas cosas, me temo. Tal vez un texto de Edward W. Said diga más que yo en este sentido: “La crítica no puede presuponer que su territorio es exclusivamente el texto, ni siquiera el gran texto literario. Debe considerar que habita, junto con otros discursos, un espacio cultural muy polémico, en el que lo que ha importado para la continuidad y transmisión de conocimientos ha sido el significante, entendido como un acontecimiento que ha dejado rastros perdurables sobre el sujeto humano. Una vez que adoptemos ese punto de vista, la literatura desaparece entonces como un coto aislado en el ancho campo cultural, y con él desaparece también la inocua retórica del humanismo autocomplaciente. En su lugar seremos capaces, en mi opinión, de leer y escribir con un sentido de máxima categoría en cuanto a efectividad histórica y política que tanto los textos literarios como todos los demás textos han ejercido”.[10] 

Si es el nuestro, como desearía, un país sin déficit en cultura de la polémica, si no entiende la opinión contraria como una piedra arrojadiza, si admite la dialéctica como parte del desarrollo de las ideas, si no funda su crecimiento intelectual en la retórica hueca, la publicación de Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual ha de ser bienvenida como un acontecimiento. Que algunas de sus opiniones no terminen de convencer (por ausencia de sustento teórico, por exceso del mismo o por desvío) o que en ocasiones la radiografía que presenta resulte empañada por lo inútilmente anecdótico o lo peligrosamente tendencioso, no empaña el hecho de que su autor ha tratado de poner de manifiesto un estado de cosas que necesitaba un diagnóstico (para advertir los ‘síntomas centinelas’, aquellos que conducen a una patología más grave) y una respuesta (más de una, supongo). El camino recorrido por Mora no está ausente de riesgos. De hecho, no parece entender su labor como algo distinto a una “intervención literaria” en constante autoexamen. Remover un poco las aguas de la poesía y la crítica es imprescindible: cada época, si desea tomarle el pulso a su entorno, lo exige. Sin red, en la cuerda floja, incluso: “Si después de limpiar todo encontramos que no hay ninguna verdad al fondo, tanto mejor” (Singularidades, p. 70).

Así es la propuesta de Vicente Luis Mora: radical con virtudes y defectos. Provocadora. Darle la bienvenida es un placer; discutirla es una exigencia inscrita en su propia médula. Si comenzaba estas líneas con Chandler, con él acabo, porque sus palabras son resumen y agenda de futuro: “A un crítico no le basta con tener razón, porque en ocasiones se equivocará. No le basta con dar razones verosímiles. Debe crear un mundo razonable en el que su lector pueda entrar a ciegas y buscar su camino hasta el sillón junto al fuego sin lastimarse las pantorrillas con el chispazo inesperado. La frase con alambre de púas, la palabra laboriosamente rara, la afectación intelectual del estilo, son todos trucos divertidos, pero inútiles. No ubican nada ni revelan la atmósfera de la época. Los grandes críticos, de los que hay lamentablemente pocos, construyen una casa para la verdad.”[11]



[1] Aunque da qué pensar la afirmación de Martin Amis (cocinero antes que fraile, esto es, crítico antes que novelista, como recientemente recordaba, no sin acidez, Javier Cercas en El País): “…y no deja de ser cierto que la industria editorial tal vez se beneficiaría si las reseñas se volvieran a encomendar, como antaño, a borrachines que hacían con ellas poco más que publicidad” (La guerra contra el cliché. Escritos sobre la literatura, Barcelona, Anagrama, 2003, p. 355).

[2] Raymond Chandler,  El simple arte de escribir. Cartas y ensayos escogidos, Barcelona, EMECÉ, 2004, p. 92.

[3] El subtítulo del libro es un tanto engañoso, por cuanto sólo dos de los capítulos (los dedicados a Javier Cercas –novela- y a Caballero Bonald –memorias-, exceden el marco del meollo del volumen, que podríamos considerar una “teoría de la poesía y las poéticas españolas actuales”.

[4] Javier García Rodríguez, “Crítica literaria y conciencia crítica (con Edward W. Said)”, en Clarín. Revista de nueva literatura, 2004, p. 20.

[5] Ha publicado, sin afán de exhaustividad, el libro de relatos Subterráneos (Barcelona, DVD) y el ensayo sobre internet, blogs y comunicación Pangea (Sevilla, Fundación Lara).

[6] Es, a este respecto, una lectura sencilla y provechosa a un tiempo el libro de Iris M. Zavala Escuchar  a Bajtín, Barcelona, Montesinos, 1996.

[7] Se salvan, a juicio de Mora, algunas singularidades destacadas en la actualidad con obras recientes: Jenaro Talens, Túa Blesa, Eduardo García, Méndez Rubio, Virgilio Tortosa,..

[8] No es menos cierto que esta contundencia no tiene exclusividad. Un poema del propio Mora -“uno de los más patéticos de nuestra joven poesía”, según sus palabras- sirve para ejemplificar el capítulo “Estudio de un poema canónico de la poesía de la normalidad” (Singularidades, p. 57 y ss.).

[9] Tengo la sospecha de que, a falta de mayores precisiones, el estudio de la poesía española reciente (digamos de los novísimos a nuestros días) se beneficiaría mucho de un tratamiento teórico que trazara una relación entre sus inserciones y trazas posmodernas y un acercamiento desde la Teoría de los Polisistemas de Even-Zohar.

[10] Edward W. Said, El mundo, el texto y el crítico, Barcelona, Debate, 2004, p. 301.

[11] Raymond Chandler, El simple arte de escribir, cit., pp. 112-113.