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FANTASMAS, Chuck Palahniuk
(Barcelona, Mondadori, 2006)
Cuando el tipo se alejó, ella dijo:
- ¿Conoces el término galés gerulfos?
Y dijo:
- ¿No te importa? – Se medio giró a un
lado, metió las dos manos dentro del bolso que estaba en la silla de al lado y
sacó un cuaderno rodeado de una goma elástica–. Mis apuntes –dijo.
Quitó la goma elástica y se la puso
alrededor de una muñeca para no perderla.
- ¿Has oído hablar de la raza a la que
los antiguos griegos llamaban los cynocephali? –dijo. Con su cuaderno abierto, dijo–: ¿Y de
los vurvolak?
¿Los aswang?
¿Los cadejo?
Aquella era la segunda parte de su
obsesión.
- Todos estos nombres… -dijo clavando
un dedo en la página abierta del cuaderno–, hay gente en todo el mundo que cree
en ellos, ya desde hace miles de años.
Todos los idiomas del mundo tenían una
palabra que quería decir hombres lobo. Todas las culturas de la Tierra los
temían.
En Haití, dijo, las mujeres embarazadas
tienen tanto pavor de que un hombre lobo se coma a su recién nacido que las
futuras madres beben café amargo mezclado con gasolina. Se bañan en un caldo de
ajo, nuez moscada, cebolletas y café. Todo ello para ensuciar la sangre de su
bebé y hacerla menos apetecible para cualquier hombre lobo local.
Ahí era donde entraba la tesis de Mandy Algo.
Los Tetis y los hombres lobo, dijo
ella, son el mismo fenómeno. La razón de que la ciencia nunca hubiera
encontrado un Yeti muerto era que se transformaban en
personas. Aquellos monstruos no eran más que gente. Que solamente cambiaba
durante unas pocas horas o días al año. Se volvían peludos. Se volvían berserk, tal como
decían los daneses. Crecían hasta volverse enormes y necesitaban espacio para
merodear. En los bosques o en las montañas.
- Viene a ser –dijo ella– como su
ciclo menstrual.
Y ella dijo:
- También los machos tienen esos
ciclos. Los elefantes macho pasan su ciclo de celo cada seis meses
aproximadamente. Apestan a testosterona. Les cambia la forma de las orejas y de
los genitales y están de un humor de perros.
Los salmones, dijo ella, cuando suben
la corriente para desovar, cambian tanto de forma, se les deforma la mandíbula
y cambian de color, que apenas pueden reconocerse como la misma especie. Luego
están los saltamontes, que se convierten en langostas. Cuando les pasa, sus
cuerpos enteros cambian de tamaño y de forma.
- De acuerdo con mi teoría –dijo
ella–, el gen Yeti está relacionado o bien con la hipertricosis o bien con el Gigantophitecus humanoide, que se creía extinguido desde hace medio millón
de años.
Dijo la señorita Algo, que no paraba
de largar y largar y largar.
Hay tíos que han escuchado cosas
peores con tal de poder echar un polvo.
Esa palabreja que ha dicho primero, la
hipertricosis, es una enfermedad hereditaria que hace
que te crezcan pelos de todos los poros de la piel y termines trabajando como
fenómeno de circo. La palabreja que ha dicho después, Gigantophitecus, era un
antepasado de los humanos que medía tres metros, descubierto en 1934 por un
médico que se llamaba Koenigwald mientras investigaba
un enorme diente fosilizado.
(pp. 331-332)
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