REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


En el cincuenta aniversario de la muerte de Zenobia y la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez, he digitalizado para mis amigos la esquela publicada por su familia al morir el poeta y que, por venturoso azar, llegó a mis manos de parte de un sobrino.

Albacete, verano, 2006. Carmen Agulló Vives

 

R.I.P.

 

Z E N O B I A

+ 28 DE OCTUBRE DE 1956

 

J U A N   R A M Ó N

+ 29 DE MAYO DE 1958

 

LA FAMILIA RUEGA UNA ORACIÓN POR SUS ALMAS

  

 

Poemas inéditos de Juan Ramón

 

Felix culpa! ( SAN AGUSTÍN )

 

¡Señor, detén tu mano!

¡Que él no pague

todo el mal que me ha hecho!

¡Dadle una dicha igual

a esta mi dulce dicha de los versos;

que en su conciencia oscura,

como en nocturno cielo,

resplandezcan de pronto

millares de millares de luceros!

 

¡Que comprenda, en un llanto

alegre y verdadero,

esta humilde alegría

de ser bueno!

¡La gracia del humilde

para el que todos los senderos

van, entre rosas inmortales,

a tu esplendor eterno!

 

¡Serenidad y amor!

¡Divinos sentimientos!

Ocupad en la sangre de sus venas

el lugar de los pálidos venenos;

que una convalecencia de su alma

al sol, Señor, de tus ejemplos,

 lo haga estallar de pronto

en un ardiente florecer supremo. 

 

Deja, Señor, su alma

lo mismo que ese almendro

que en el vallado oscuro

florece como un árbol de tus cielos;

que como en él, los pájaros

le canten un concierto

tan suave y deleitoso

que haga olvidar los malos pensamientos. 

 

Iré, la mano franca,

a encontrarlo de nuevo.

Le miraré a los ojos hondamente

y, pronto y halagüeño,

pronunciaré las cálidas palabras

con que no acertarán sus labios trémulos.

 

Dadle, Señor, una bondad

que me haga a mí más bueno.

Bendito mal, entonces,

el que sembró estos lirios placenteros;

bendita, entonces, esta espina,

que hizo, con sangre, rosas de contento.

 

¡Señor, detén tu mano!

¡Olvídala, sonriendo,

en el albor fragante

del almendro florido del sendero!

 

 

Dame toda la pena

que hubieran ellos de sentir.

                                                                           Yo solo,

quiero sentir la pena

de los otros.

 

Mi camino se pierde

en un sin fin de duelo melodioso;

me conoce la espina,

me abro mis heridas y gustoso

soy buen hermano del dolor.

                                                                           La pena

debe ser para mí, Señor. Yo, solo,

quiero tener la pena

reservada a los otros.

 

Aquí estabas, aquí, y yo no te veía;

el mismo sol, que creí cosa

seca, sin ilusión, te ha dado

forma.

En todo vives Tú. Campo que eras

páramo de dolor, hoy eres todo rosa;

vereda que te ibas,

cómo vienes a mí; agua sonora

de mis penas, qué cantiga de plata

pones a mi alegría misteriosa.

 

(¡Señor, no te veía!)

Estos mismos colores, esta loca

brisa menuda, todo este paisaje

cotidiano eras Tú, Señor, y ahora

¡qué claro me parece

lo que ayer era sombra!

 

¡Gracias, Señor! ¡Ya sé que estás

en todas partes! Horas

de luz serán las mías, todas llenas

de la ilusión de Ti. ¡Te irás, mas toda

mi vida será un salmo de oro

a Ti, que sé que estás, que puedes

estar en cada cosa!

 

¡Paisaje de lo eterno,

qué bello eres ahora!

 

 

 

 Jesús, cuando yo me muera

quiero llevar cruz de luz

entre mis dedos de cera.

Jesús, cuando yo me muera,

quiero morir luz en cruz.

 

 

No duermes. No. No duermo.

Nos estamos hablando en las estrellas.

 

Somos, aquí, dos rosas reflejadas

en la paz de la tierra.

 

 

Oigo, Señor, tu voz;

es tu voz…que me llama….

desde muy lejos, con el viento largo

viene sobre planicies y montañas

 a colmarme de sones inmortales

el silencio del alma.

 

¡Y cómo suena aquí,

en mis mismas entrañas!

 

Señor, háblame así,

no te canses, mis ansias

de oírte son tan largas cual si el viento

tornase desde mi alma hasta tu alma.

¡Háblame más, Señor,

A ver si tus palabras

me abren -llaves de oro- poco a poco

la eternidad soñada!

 

¡No me dejes de hablar un solo instante;

sea tu voz sostén para mi alma!

 

Parece que tu voz

en el viento que pasa

coge de cada ser el más profundo

sentido; parece que la llama

le da calor, olor la rosa,

cristalidad el agua….

Que todo, con tu voz, entre en mi vida

a ver si, hablando, a la luz clara

de tu voz, yo descifro

el enigma infinito que ella guarda.

 

¿Oyes, Señor, mi voz?

-siendo tan débil Tú la oirás, Señor-

¡es mi voz que te llama!

¡Hundidme más, Señor, hundidme más!

Qué bien aquí en el fondo

del abismo, contigo,

deslumbrados de Ti, Señor, mis ojos.

 

Otra pena de amor,

otra injusticia; un odio

más profundo, un mentido

concepto del honor; sí, Señor, otro

puñal que me atraviese

el corazón con más encono.

 

Aquí, en la sima, entre

los punzantes abrojos,

sin miradas, sin roces,

contigo, cómo mis sentidos

se pacifican, qué

peso es la vida que rodea

mi pensamiento. Lloro

de alegría de verte….

                                                                  Y Tú te acercas

y me hablas.

                                                                  ¿Qué es lo otro?

Lo otro, ¿qué es lo otro? ¿Y qué es la vida

más que este lírico abandono

que hace que Tú desciendas

hasta mí?

                                                                  Los tesoros

del cielo están abiertos

-ya supe la verdad-

de par en par.

                                                                  Mi arrobo

se duerme entre la lírica celeste

que tu boca armoniza con tu rostro. 

 

No te vayas, Señor, no me desclaves

el puñal. ¡Dolor, hondo

dolor, como llegado hasta las horas

de los abriles ilusorios!

Dolor, qué dulce eres….

¡No me alces, Señor, de los abrojos!

 

¿Tanto es lo que te pido,

Señor, que no quieres oírme?

Sólo mi perenne anhelo,

sólo una pena libre,

 sin los ojos, las bocas, ni las manos

de los que quieren disuadirme;

un camino de oro

que nunca torne a lo posible…

 

Que estés siempre, Tú, claro,

y encendido en el fin de lo que existe;

que  mis ojos no puedan

dejarte más;

                                                                  ni risas ni festines.

Sólo una paz sin mancha,

un suspirar sereno, puro, humilde….

 

Que nunca ya más caiga,

que lo feo no indigne

la mansedumbre bella de mis horas;

que no, lo que publique

la lujuria, me llegue a los sentidos,

que se cierre lo alegre,

que se abra lo triste….

 

Lo triste, sí, Señor, una tristeza

mansa sin ese afán de redimirse

que tienen las tristezas de la tierra….;

que me eleve al insigne

cenit de la dulzura más suave….

tristeza de estar preso en esta cárcel,

tristeza de querer y no poder ser libre….

 

¿Tanto es lo que te pido,

Señor, que no quieres oírme?