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1984, George Orwell
(Barcelona, Destino, 2000, 1ª ed. 1949)
El Ministerio de la Verdad
–que en neolengua
se le llamaba el Miniver–
era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se
presentara a la vista. Fue una enorme estructura piramidal de cemento armado
blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos
metros de altura. Desde donde Winston se hallaba,
podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma,
las tres consignas del Partido:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Se decía que el Ministerio
de la Verdad tenía tres mil habitaciones sobre el nivel del suelo y las
correspondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres sólo había otros
tres edificios del mismo aspecto y tamaño. Éstos aplastaban de tal manera la
arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria
se podían distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados
los cuatro Ministerios entre los cuales se dividía
todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a
las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. El
Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor,
encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al
que correspondían los asuntos económicos. Sus nombres, en neolengua:
Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia.
(pp. 11-12)
El Partido dijo que Oceanía
nunca había sido aliada de Eurasia. Él, Winston Smith, sabía que Oceanía
había estado aliada con Eurasia cuatro años antes.
Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia conciencia, la cual,
en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban
la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo,
entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. «El que
controla el pasado –decía el slogan
del Partido–, controla también el futuro. El que controla el presente, controla
el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca
había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad
eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba
era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su
propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había
una palabra especial para ello: doblepensar.
- ¡Descansen! –ladró la instructora,
cuya voz parecía ahora menos malhumorada.
Winston
dejó caer los brazos de sus costados y volvió a llenar de aire sus pulmones. Su
mente se deslizó por el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber,
hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras
cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que
son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la
lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la
democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia;
olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello,
volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de
nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Ésta era
la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la
inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había
realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar
implicaba el uso del doblepensar.
(pp. 41-42)
El mayor placer de Winston era su trabajo. La mayor parte de éste consistía en
una aburrida rutina, pero también incluía labores tan difíciles e intrincadas
que se perdía uno en ellas como en las profundidades de un problema de
matemáticas: delicadas labores de falsificación en que sólo se podía guiar uno
por su conocimiento de los principios del Ingsoc y el cálculo de lo que el
Partido quería que uno dijera. Winston servía para
esto. En una ocasión le encargaron incluso la rectificación de los editoriales
del Times, que estaban escritos
totalmente en neolengua. Desenrolló el mensaje que
antes había dejado a un lado como más difícil. Decía:
times 3.12.83 referente ordendía gh doblemásnobueno
refs nopersonas reescribir
completo someter antesarchivar
En antiguo idioma (en
inglés) quedaba así:
La información sobre la
orden del día del Gran Hermano en el Times
del 3 de diciembre de 1983 es absolutamente insatisfactoria y se refiere a las
personas inexistentes. Volverlo a escribir por completo y someter el borrador a
la autoridad superior antes de archivar.
(pág. 51)
- ¿Cómo va el diccionario?
–dijo Winston elevando la voz para dominar el ruido.
- Despacio –respondió Syme–.
Por los adjetivos. Es un trabajo fascinador.
En cuanto oyó que le
hablaban de lo suyo, se animó inmediatamente. Apartó el plato de aluminio, tomó
el mendrugo de pan con gesto delicado y el queso con la otra mano. Se inclinó
sobre la mesa para hablar sin tener que gritar.
- La onceava edición es la
definitiva –dijo–. Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que
tendrá cuando nadie hable más que neolengua. Cuando
terminemos nuestra labor, tendréis que empezar a aprenderlo de nuevo. Creerás,
seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar palabras. Nada
de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día.
Estamos podando el idioma para dejarlo en los huesos. De las palabras que
contenga la onceava edición, ninguna quedará anticuada antes del año 2050–. Dio
un hambriento bocado a su pedazo de pan y se lo tragó sin dejar de hablar con
una especie de apasionamiento pedante. Se le había animado su rostro moreno, y
sus ojos, sin perder el aire soñador, no tenían ya su expresión burlona.
- La destrucción de las
palabras es algo de gran hermosura. Por supuesto, las principales víctimas son
los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los que
uno puede prescindir. No se trata sólo de los sinónimos. También los antónimos.
En realidad ¿qué justificación tiene el empleo de una palabra sólo porque sea
lo contrario de otra? Toda palabra contiene en sí misma su contraria. Por
ejemplo, tenemos «bueno». Si tienes una palabra como «bueno», ¿qué necesidad
hay de lo contrario, «malo»? Nobueno sirve exactamente igual, mejor todavía, porque es la
palabra exactamente contraria a «bueno» y la otra no. Por otra parte, si
quieres un reforzamiento de la palabra «bueno», ¿qué sentido tienen esas
confusas e inútiles palabras «excelente, espléndido» y
otras por el estilo? Plusbueno
basta para decir lo que es mejor que lo simplemente bueno y dobleplusbueno sirve
perfectamente para acentuar el grado de bondad. Es el superlativo perfecto. Ya
sé que usamos esas formas, pero en la versión final de la neolengua
se suprimirán las demás palabras que todavía se usan como equivalentes. Al
final todo lo relativo a la bondad podrá expresarse con seis palabras; en
realidad una sola. ¿No te das cuenta de la belleza que hay en esto, Winston? Naturalmente, la idea fue del Gran Hermano –añadió
después de reflexionar un poco.
Al oír nombrar al Gran
Hermano, el rostro de Winston se animó
automáticamente. Sin embargo, Syme descubrió
inmediatamente una cierta falta de entusiasmo.
- Tú no aprecias la neolengua en lo que vale– dijo Syme
con tristeza–. Incluso cuando escribes sigues pensando en la antigua lengua. He
leído algunas de las cosas que has escrito para el Times. Son bastante buenas, pero no pasan de traducciones. En el
fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma con toda su vaguedad y sus
inútiles matices de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las
palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único
idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día?
Winston
no lo sabía, naturalmente. Sonrió –creía hacerlo agradablemente– porque no se
fiaba de hablar. Syme comió otro bocado del pan
negro, lo masticó un poco y siguió:
- ¿No ves que la finalidad
de la neolengua es limitar el alcance del
pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos
haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada
concepto se expresa claramente con una
sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con
todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? Y en la
onceava edición nos acercamos a ese ideal, pero su perfeccionamiento continuará
mucho después que tú y yo hayamos muerto. Cada año habrá menos palabras y el
radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto,
tampoco ahora hay justificación alguna para cometer un crimen por el
pensamiento. Sólo en cuestión de autodisciplina, de control de la realidad.
Pero llegará un día en que ni esto será preciso. La revolución será completa
cuando la lengua sea perfecta. Neolengua es Ingsoc e Ingsoc es neolengua –añadió con una satisfacción mímica–. ¿No se te
ha ocurrido pensar, Winston, que lo más tarde hacia
el año 2050, ni un solo ser humano podrá entender una conversación como ésta
que ahora sostenemos?
- Excepto… -empezó a decir Winston,
dubitativo, pero se interrumpió alarmado.
Había estado a punto de decir
«excepto los proles»; pero no estaba muy seguro de que esta observación fuera
muy ortodoxa. Sin embargo, Syme adivinó lo que iba a
decir.
- Los
proles no son seres humanos– dijo–.
Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del
viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron…
sólo existirán en versiones neolingüísticas, no sólo
transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que
eran. Incluso la literatura del Partido cambiará, hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a
tener un slogan como el de «la
libertad es la esclavitud» cuando el concepto de libertad no exista? Todo el
clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el
sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no
necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia.
(pp. 58-60)
- ¿De qué te acusan?
- Para decirte la verdad… -sentóse embarazosamente en el banco de enfrente a Winston–. Sólo hay un delito, ¿verdad?
- ¿Y tú lo has cometido?
- Por lo visto.
Se llevó una mano a la
frente y luego las dos apretándose las sienes en un esfuerzo por recordar algo.
- Estas cosas suelen ocurrir
–empezó vagamente–. A fuerza de pensar en ello, se me ha ocurrido que pudiera
ser… fue desde luego una indiscreción, lo reconozco. Estábamos preparando una
edición definitiva de los poemas de Kipling. Dejé la
palabra Dios al final de un verso. ¡No pude evitarlo! –añadió
casi con indignación, levantando la cara para mirar a Winston–.
Era imposible cambiar ese verso. God (Dios) tenía que rimar con rod. ¿Te das cuenta de que sólo
hay doce rimas para rod
en nuestro idioma? Durante muchos días me he estado arañando el cerebro.
Inútil, no había ninguna otra rima posible.
(pág. 226)
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