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AUTORIDAD Y CAMBIO LINGÜÍSTICO EN
LA TRADUCCIÓN INSTITUCIONAL*
Bruselas, Bélgica)
Bruselas, Bélgica)
El criterio de autoridad es uno de
los factores que determinan el uso y la norma lingüísticos, por lo que
contribuye también a la evolución de la lengua. La traducción, resultado de un
contexto sociopolítico y lingüístico concreto, incide a su vez en éste
aportando su propio discurso. Para indagar en esa incidencia es útil analizar
las relaciones entre traducción, como caso especial de contacto de lenguas, y
autoridad lingüística. La situación actual de hegemonía del inglés refuerza el
efecto de atracción que ejerce la lengua inicial en el acto de traducir. Tras
pasar revista a los conceptos fundamentales y a los condicionantes específicos
de la traducción institucional, se advierte del riesgo de que el traductor
otorgue al inglés, como lengua inicial, una función de autoridad efectiva. Se
propugna que el propio traductor asuma el papel que le compete como autoridad y
cogestor del cambio lingüístico, para que su labor revitalice y enriquezca la
lengua, contribuyendo a hacer de ella un instrumento de comunicación adaptado a
las necesidades de hoy.
Palabras clave: autoridad, creación léxica, terminología, lenguas en contacto, neologismo, organización internacional, traducción institucional, instituciones comunitarias.
The authority principle is one of the key factors shaping language usage and standards, and thereby influencing language evolution. Translation arises from a specific societal, political and language context, and has in turn a bearing on this very context through its own discourse. In order to make out that influence, an analysis of the relationship between translation –as a particular case of language contact– and language authority can be useful. Current hegemony of English is reinforcing the attraction power that source language usually has in the act of translating. We review basic concepts and specific conditions that are at work in institutional translation. We then warn of the danger for the translator to confer effectively an authoritative role to English as source language. We believe that translators should take on an authority role and responsibility for language change. By doing so, they would be able to renew and enrich their own language, contributing to turn it into a communication tool adapted to today's needs.
«El
traductor suele ser un personaje apocado.
Por
timidez ha escogido tal ocupación, la mínima»
José Ortega y Gasset: Miseria y
esplendor de la traducción (1959)
«…y,
como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriva en ella con
tanto cuidado y miramiento quanto sería menester para que hombre, quiriendo o
dar cuenta de lo que scrive diferente de los otros, o reformar los abusos que
ay oy en ella, se pudiesse aprovechar de su autoridad»
Juan de Valdés: Diálogo de la
lengua (1535)
La traducción
institucional, como actividad y como producto, se inscribe en un contexto
social concreto, determinado por coordenadas lingüísticas, políticas,
culturales y económicas particulares, tiene un significado en la historia. La
reflexión que aquí proponemos parte de este presupuesto, interesándose
especialmente por la relación que se establece entre la tarea del traductor y
el concepto de autoridad en la lengua dentro del proceso de cambio lingüístico.
Esta relación puede mostrarnos el hilo conductor que, desde el contexto
histórico, pasa por el traductor y su actividad, atraviesa el texto traducido y
vuelve, con la traducción como objeto cultural, social y político, a ese
contexto del que parte. Se trata de indagar en los elementos que contribuyen a
trazar esta doble trayectoria en el momento actual y, así, de ver los aportes
que recibe el traductor institucional y los que él mismo hace a la sociedad con
su tarea.
El cambio es consustancial a la lengua.
Por definición, «un cambio lingüístico empieza y se desarrolla siempre como
"desplazamiento" de una norma» (Coseriu 1988: 140)[1]. Podría
decirse que es la desviación de la norma en una masa crítica de hablantes que
lo asienta, dando lugar a una nueva norma: «la correction d'une époque ne fait
souvent que consacrer les incorrections de l'époque précédente» (Ducrot 1995:
312). Cuando se consuma, el hablante individual no tiene más remedio que acatar
la nueva norma establecida por el colectivo de hablantes. Por ejemplo,
independientemente del juicio que le merezca la incorporación a su lengua de un
neologismo concreto, ha de aceptarlo desde el momento en que pasa a formar
parte del acervo lingüístico común.
Nos proponemos a continuación analizar el
papel de la traducción y del traductor en el cambio lingüístico. Partimos de la
base de que no todo cambio consumado en una lengua ha llegado a tal situación
por procedimientos técnicamente correctos. Llamamos correcto a lo que se atiene a la pauta existente en la lengua, es
decir, a la norma. Así, consideramos legítimo emitir juicios de valor sobre los
fenómenos lingüísticos, y nosotros lo hacemos aquí en concreto sobre los actos
de traducción.
Partimos asimismo de la idea de que el
cambio lingüístico no ha de ser incontrolado ni producto de actos irreflexivos,
al menos por lo que toca a los propios profesionales del lenguaje, y máxime en
registros y campos temáticos marcados por la formalidad y por la necesidad de
permanencia, como son el lenguaje legislativo y el administrativo,
característicos de la traducción institucional. Si al traducir un término de la
lengua inicial se introduce en la final un elemento (material o funcional) ajeno
a la idiosincrasia de ésta que supone cierta alteración de su sistema, el
traductor tiene que estar seguro de que ha hecho uso de todos los recursos
(lingüísticos, documentales, imaginativos...) que tiene a su alcance para
evitarlo y de que la distorsión resultante violenta el sistema lo menos posible.
Porque, al introducirlo mediante su acto traductor, ha contribuido –por poco
que sea– a constituir la masa crítica de hablantes que un día podría terminar
por dar carta de naturaleza en la lengua al elemento extraño.
En este trabajo nos centramos
fundamentalmente en los aspectos léxicos (incluida la neología), con
referencias esporádicas a otros como la morfología o la morfosintaxis.
La norma es el anclaje que da continuidad
y cohesión a la lengua, preservando su utilidad como instrumento de
comunicación. Hay dos formas de entenderla. Desde la perspectiva prescriptiva
(«normativa») reinante hasta el siglo XVIII, se trata de un imperativo
de uso (corrección) que tiende a ser único y a no admitir la variación, una
especie de ideal al que se adscriben connotaciones sociales positivas. Por el
contrario, desde el punto de vista descriptivo que comienza a cobrar vigencia
en la lingüística desde el siglo XIX, la norma es lo «normal», es decir,
bien el conjunto de rasgos distintivos que caracterizan una lengua determinada,
bien el uso lingüístico que viene configurado por una pauta de frecuencia (lo
habitual). En este caso, el criterio aplicado es meramente estadístico,
«democrático», por así decirlo: norma es lo que la mayoría de los hablantes
suele utilizar con mayor frecuencia, independientemente de su supuesta bondad o
calidad frente a otras variantes. Sería un mínimo común denominador, una
abstracción de las hablas individuales.
Todo hablante goza de cierto margen para
apartarse de la norma, entendida en cualquiera de los dos sentidos, sin perder
capacidad comunicativa (es bien sabido que hay incluso construcciones
agramaticales que permiten la comunicación). Pero ese margen no es ilimitado:
el límite viene dado por la necesidad de comprensión del mensaje. «Les langues changent sans cesse et ne peuvent
fonctionner qu'en ne changeant pas» (Bally, citado en Coseriu 1988: 11). Además,
pese a las recientes tendencias de la lingüística teórica de nuestro tiempo, la
mayoría de los hablantes concibe y acepta cierta noción de corrección
lingüística aunque a la hora de la verdad no la aplique personalmente de manera
sistemática: «The attitudes of linguists (…) have little or no effect on the
general public, who continue to look to dictionaries, grammars and handbooks as
authorities on 'correct' usage» (Milroy y Milroy 1991: 6). Según Pascual y
Prieto (1998: 1.5), «forma parte de la competencia lingüística de los hablantes
de una lengua su capacidad para decidir qué es más correcto, prestigioso,
adecuado y apropiado para sus enunciados (…) si es cierto que el propósito
primario de la lingüística es explicar la competencia lingüística, ¿por
qué han de olvidarse esos parámetros en
la descripción de las lenguas? (…) La sociolingüística moderna nos ha mostrado
cómo también forma parte de la lingüística científica el estudio de las
valoraciones sociales».
La observancia de una norma no tiene
tampoco igual importancia en todos los registros. Un registro formal,
obviamente, admite mucha menos variación (sincronía) o cambio (diacronía). A
fortiori, el registro administrativo-jurídico-legislativo que caracteriza la
traducción comunitaria: «It is (…) lawyers, administrators and scientists, who
require the most rigid forms of standardisation. A legal document (unlike a novel or poem) must be drawn up in such a way
that it cannot be subject to varying interpretations, and the terms used must
have precise meanings. Similarly, technical terminology in scientific
disciplines must be precise» (Milroy y Milroy 1991: 43).
2.
Autoridad y vacilación por interferencia. Factores de vacilación
El hablante suele recurrir a la autoridad
como complemento o sustituto de la norma, cuando su competencia desconoce un
aspecto determinado de la misma o cuando la norma no está asentada o no
contempla un caso concreto; es decir, en caso de vacilación. Ésta puede estar
causada, entre otros factores, por:
(1)
el contacto de lenguas: la interferencia de una lengua tiende a perturbar el
sistema de la otra; el contacto puede ser:
(a) ambiental: por coincidencia
territorial de las lenguas o por influencia cultural
(b) orgánico: conversión de un mensaje de
un código a otro; en la traducción, las lenguas se conectan a través de la bisagra del mensaje
(2) la neología: la necesidad de
introducir nuevos términos en una lengua de resultas de la creación o
importación de conceptos nuevos lleva a terrenos desconocidos, por definición
inciertos, en los que hay que aplicar por abstracción o analogía la mecánica
subyacente a la norma.
2.1.
El contacto universal. Interferencia lingüística
Hay contacto de lenguas «cuando dos
lenguas comparten, por determinadas circunstancias, un mismo territorio durante
un período de tiempo lo suficientemente prolongado como para que haya fenómenos
lingüísticos que interfieran en las estructuras de las lenguas» (Medina 1997:
65). Hoy día, la globalización ha provocado la compresión, hasta llegar a la
elisión virtual, del espacio mundial. El inglés es el vehículo de esta
globalización. En consecuencia, el planeta es en gran medida ese territorio
único de confrontación de cada una de las lenguas con el inglés, que impregna o
penetra en todos los subespacios, cuando no los ocupa. Su influjo es
omnipresente y se manifiesta en una gran variedad de situaciones de «diglosia
amplia» (de lenguas diferentes, sociolectos distintos, registros diversos,
según el concepto de J. A. Fishman) (Gimeno 2003: 39).
Una definición de contacto de lenguas que
puede resultarnos más pertinente, por hacer abstracción de la dimensión espacial,
sería la de Weinreich (1970: 1): «Two or more languages will be said to be in contact if they are used alternately
by the same persons. The
language-using individuals are thus the locus of the contact». Es
decir, que el espacio de contacto es aquí el propio hablante. Él será asimismo
el crisol en el que se produce la inevitable interferencia. «Those instances of deviation from the norms of either
language which occur in the speech of bilinguals as a result of their familiarity with more than one language, i.e.
as a result of language contact, will be referred to as interference phenomena (…) The term interference implies the
rearrangement of patterns that result from the introduction of foreign
elements…» (Ibid.). Como
veremos más adelante (v. § 2.3 y 2.4), de la actitud que tenga el hablante ante
el lenguaje y de su competencia lingüística dependerá su reacción ante esta
interferencia.
Podemos
representar la situación lingüística actual
del mundo con una estructura tridimensional
y piramidal: «En partant du principe que les langues sont liées entre elles par
des bilingues, et que les systèmes de bilinguisme sont hiérarchisés, déterminés
par des rapports de force (...), nous parvenons à une représentation des
rapports entre les langues du monde en termes de gravitations étagées autour de
langues pivots de niveaux différents. Nous avons ainsi une langue
hypercentrale, l’anglais, pivot de l’ensemble du système, dont les locuteurs
manifestent une forte tendance au monolinguisme. Autour de cette langue
hypercentrale gravitent une dizaine de langues supercentrales (espagnol,
français, hindi, arabe malais...), dont les locuteurs, lorsqu’ils acquièrent
une seconde langue, apprennent soit l’anglais soit une autre langue
supercentrale. Elles sont à leur tour pivots de la gravitation de cent à deux
cents langues centrales autour desquelles gravitent cinq à six mille langues
périphériques» (Calvet 2002: 26-27).
Recordemos
algunos aspectos de lo que este modelo gravitacional representa. Hoy día, la
ciencia y la técnica se expresan mayoritariamente en inglés. Nadie puede
aspirar a mantener una actividad mundialmente relevante en estos campos al
margen de esta lengua. Lenguajes especializados, teorías científicas,
producción conceptual, publicaciones, revistas, manuales, docencia,
comunicación entre especialistas, etc. son esferas en las que el inglés es
abrumadoramente la lengua hegemónica. Otro tanto puede decirse de las
relaciones políticas y comerciales internacionales, los medios de comunicación,
la publicidad, la cultura, el cine, etc. Las doctrinas políticas que aspiran a
una proyección internacional se producen, expresan, debaten y combaten sobre
todo en inglés. Las agencias de prensa que suministran información en inglés
son insoslayables. Las innovaciones publicitarias, los programas de televisión
y los modelos culturales se difunden
en ese idioma; «…the prestige language functions as the mediator of modernism
(…) as the 'window on the world'» (Kahane 1986: 497).
Esta situación
responde, fundamentalmente, a la hegemonía y al dinamismo de los Estados
Unidos, pero aquí hay que señalar algo importante y es que, cada vez más, en
cualquiera de los campos citados la lingua
franca es el inglés aunque
su objeto no proceda de un país
anglófono. No sólo los científicos tienen que publicar en inglés si quieren ser
leídos, es que, por ejemplo, para aumentar las posibilidades de competir en el
mercado internacional con el cine estadounidense, empieza a haber ya
producciones y coproducciones de
países no anglófonos comercializadas directamente en esa lengua.
Un aspecto que
interesa aquí de esta situación es que «el
número de usuarios del inglés que no lo tienen como lengua materna supera al
número de quienes nacieron hablando inglés»
(Mendiluce 2003: 255). Este extenso bilingüismo de grado variado da lugar a una
compleja interacción de fuerzas, de la que vamos a destacar tres consecuencias:
1. La
«diversificación dialectal»
2. La internacionalización del inglés, es decir,
la integración expresiva de un número cada vez mayor de hablantes, ya sean
nativos o no, con la consiguiente tendencia a la convergencia de distintas
visiones del mundo[2].
3. La
transformación de otras lenguas por influencia
Estos
tres fenómenos suponen, por un lado, la exposición de un número creciente de
hablantes al contacto con el inglés y, por otro, la creación de sociolectos, lo
que tiene singular importancia al estudiar el contexto de las organizaciones
internacionales.
2.2. Algunas
consecuencias en la lengua. La neología
En el campo
léxico, la internacionalización del inglés y su influencia como superestrato se
manifiestan en la importación de conceptos, y con ellos de términos, creados en
el mundo anglosajón. Por ejemplo:
- «Internacionalismos»,
«palabras de origen extranjero, las cuales son propias de las principales
lenguas mundiales [y] expresan conceptos básicos de la economía y de la
política, de la ciencia y de la técnica, de la cultura y del arte, y de la vida
cotidiana. Los internacionalismos son casi siempre generalmente comprendidos y
muy usados (...) se distinguen en las diversas lenguas gracias a
particularidades específicas, aunque poco relevantes, de tipo fonético,
ortográfico y morfológico (Iskos y Lenkowa, citado por Gómez Capuz 1998: 80).
- Términos
científicos y técnicos, que suelen ser obra de los especialistas y no de los
traductores y que abarcan desde los tecnicismos circunscritos a un campo
determinado hasta los que
se difunden y generalizan con rapidez como chip,
mobile phone, personal computer (PC), airbag, e-mail...
- Términos de la
empresa, el comercio, las finanzas: entrepreneurship,
corporative, outsourcing, proactive, e-commerce...
- Términos y
expresiones de las ciencias sociales: globalization,
mainstreaming, empowerment, gender (issues, violence...), outreach, governance,
privacy...
- Términos
de diversos campos como la cooperación para el desarrollo (NGO, ownership, counterpart...) o la política (failed state,
rogue state, employability...).
En una situación
de contacto de lenguas son posibles varias reacciones. Tenemos el caso del
bilingüe no especialista de la lengua, es decir, el que la utiliza como mero
instrumento y carece de interés por la observación o el estudio de ella. Su
sensibilidad ante la interferencia lingüística es reducida, como lo es en
consecuencia su capacidad de percepción de la misma y por tanto sus mecanismos
de resistencia. Constituye
una vía de penetración y establecimiento
del influjo de la lengua extranjera: «In language, we find interference
phenomena which, having frequently occurred in the speech of bilinguals, have
become habitualized and established (…) then this borrowed element can be
considered, from the descriptive viewpoint, to have become a part of language X» (Weinreich 1970: 11).
Esta categoría de hablante es propensa a absorber e
interiorizar con facilidad estructuras y vocablos de la lengua extranjera. Aquí
encontramos grupos de hablantes que, debido a su actividad profesional, se
encuentran especialmente expuestos al contacto con el inglés, que utilizan
ampliamente como lingua franca: «il
n’est pas de collectivité scientifique, économique, industrielle qui ne soit
aujourd’hui en contact avec l’anglais ou ses traductions transcodées. Ces cercles restreints de
spécialistes, sachant fort bien de quoi ils parlent, ne s’intéressent guère à
la pureté de leur langue et ne se rendent pas compte de l’effet dévastateur que
leur étrange parler finit par avoir sur des tiers auxquels il n’apporte qu’une
compréhension approximative et des idées nébuleuses» (Lederer 2002: 291).
Al estar
expuestos a la interferencia en primera línea, son ellos, a menudo y al mismo
tiempo, la fuente, los primeros receptores y los principales difusores de ideas
y conceptos, neologismos y usos lingüísticos de moda, es decir, son mediadores lingüísticos que contribuyen,
de modo a veces decisivo, a conformar visiones del mundo. Creemos que este
lenguaje funciona en nuestras sociedades como lo que Pierre Bourdieu denomina
«discours légitime», es decir aquél que es «dominant et méconnu comme tel,
c’est-à-dire tacitement reconnu» (1984: 110). Y esto ocurre al principio en esa koiné que comparten, el inglés, para pasar luego a sus respectivos
idiomas, frecuentemente a través de traducciones[3].
Otro caso de contacto sería de tipo
indirecto, el que afecta al hablante que no
habla inglés pero que utiliza una lengua ya impregnada de su influjo a través
de la prensa, internet, la publicidad, el uso de otros hablantes que sí saben
inglés, etc. Sería, en el caso de España, la mayoría de la población. El
desconocimiento del origen de la interferencia hace que, aunque tuviera ciertos
mecanismos de resistencia, a este hablante le resulte más difícil identificarla
y por tanto resistirse a ella. Eso sí, encontrará extraños algunos fenómenos
que perciba, pero los asumirá como propios con bastante facilidad puesto que no
tiene forma de distinguirlos de los fenómenos endógenos de cambio lingüístico.
Ya Mounin llamó al traductor «bilingue
professionnel». La traducción es, en efecto, un caso especial de contacto de lenguas,
y ello por dos motivos. En primer lugar,
«bilingue par définition, le traducteur est bien (…) le lieu d'un contact entre
deux (…) langues employées alternativement par le même individu» (Mounin 1963:
4). Sólo por este hecho, el traductor ya se ve sometido a la
interferencia de una de las lenguas en la otra. Al utilizar la lengua
extranjera, por ejemplo, lo hará con interferencias de la suya materna.
En segundo lugar, al traducir el
contacto se establece de otro modo. La influencia la ejerce la lengua inicial
en la final. La traducción consiste precisamente en convertir un
mensaje de un código a otro. Por obra de la interferencia, el mensaje arrastra
«adherencias formales» del código inicial y las estampa en el final,
alterándolo en consecuencia. El mensaje es así bisagra entre las lenguas, la interfaz sustancial de dos elementos formales.
En la afirmación
de Mounin hay, sin embargo, un elemento clave, y es la palabra «profesional».
El traductor es, en efecto, un profesional de la lengua, a diferencia de los
otros dos tipos de hablantes que hemos visto en el apartado 2.3. Esto quiere decir que se le supone dotado de
mecanismos interiorizados, de técnicas de reconocimiento de la interferencia y
de resistencia a ella: «La traduction, bien qu'étant une situation non
contestable de contact de langues, en serait décrite comme le cas-limite:
celui, statistiquement très rare, où la résistance aux conséquences habituelles
du bilinguisme est la plus consciente et la plus organisée; le cas où le
locuteur bilingue lutte consciemment contre toute déviation de la norme
linguistique, contre toute interférence» (Ibid.:
5).
Curiosamente,
el propio autor reconoce, por otra parte, que esta competencia lingüística
específica no hace al traductor inmune ante la interferencia: «…l'influence de
la langue qu'il traduit sur la langue dans laquelle il traduit peut être
décelée par des interférences particulières, qui, dans ce cas précis, sont des
erreurs ou fautes de traduction, ou bien des comportements linguistiques très marqués
chez les traducteurs: le goût des néologismes étrangers, la tendance aux
emprunts, aux calques…» (Ibid.:
4). Más adelante veremos lo que esto supone en el caso particular de la
traducción institucional.
3.
Autoridad-poder y autoridad-crédito: de tutela a modelo
Hemos visto que la autoridad es la
referencia a la que acude el hablante cuando vacila sobre la norma que ha de
aplicar en un caso concreto. El concepto de autoridad
en el ámbito de la lengua tiene que ver con la realización de un sistema de
valores. Está relacionado con la búsqueda de calidad o excelencia, concretada
en la observancia de la norma (es decir, la corrección). A los efectos que aquí
nos interesan, el término «autoridad» entraña dos acepciones posibles (DRAE
2001): (1) «Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o
derecho; (2) Prestigio y crédito que
se reconoce a una persona o
institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna
materia». El peso de la primera de estas acepciones suele hacerse sentir en la
segunda, impregnándola de cierta negatividad. En efecto, «autoridad» se asocia
fácilmente a «autoritario», adjetivo aplicado a regímenes políticos y actitudes
personales definidos por el ejercicio arbitrario del poder, cosa que proscriben
nuestras sociedades occidentales, democráticas e igualitarias, al menos en
teoría.
Pero la lengua pertenece a la comunidad
hablante soberana. Es decir, que no hay autoridad lingüística efectiva si el
hablante no la reconoce. Por ello, la primera acepción tiene en este campo una
vigencia muy limitada, si bien existe. La actividad traductora, de hecho, puede
contemplarse dentro de un marco de relaciones de poder: «Reconocer que detrás
del uso del lenguaje existe siempre una estructura de poder va a ponernos en
guardia ante una posible interferencia de nuestro propio discurso como
traductores que, asimismo, ejercemos cierto grado de poder o control a través
del lenguaje o somos el vehículo del poder de las instituciones para las que
trabajamos» (Carbonell 1999: 218). En el terreno de la traducción institucional
se concreta esta visión de modo significativo. Como más adelante veremos, los
usos oficiales vigentes en los textos comunitarios y el hecho de que estos
textos constituyan con frecuencia legislación son manifestaciones de una
autoridad institucional más o menos efectiva.
Ahora bien, el que nuestras sociedades
modernas sean refractarias al poder arbitrario no significa que haya
desaparecido totalmente la necesidad de referentes o modelos. En medio de la
ebullición y transformación constante de la lengua, ningún hablante puede hacer
por sí mismo el seguimiento cabal de todos los fenómenos ni discernir con
precisión las pautas generales que conforman su propio código lingüístico. Por
eso, y pese a que los estudiosos de la lengua apenas presten atención al tema
de la autoridad[4],
el hablante acude a publicaciones y al criterio de otros hablantes cuyo dominio
lingüístico reconoce: escritores e intelectuales, pero también políticos, la
prensa, etc. En España, sin ir más lejos, proliferan actualmente las
gramáticas, libros de estilo, diccionarios de uso, de dudas y dificultades o de
falsos amigos, alegatos sobre el idioma, etc. Y no se trata en modo alguno de
obras restringidas al mundo de los estudiosos de la lengua, sino que están
dirigidas al gran público. Lo cual no quiere decir que ese gran público las
interiorice, ni tan siquiera las lea, pero sí las compra, y esto es prueba de
una actitud de interés indiscutible.
En otro orden de cosas, el fenómeno
Internet ilustra de forma patente esta necesidad de asideros, de criterios de
selección y orientación. Es lo que se ha
dado en llamar «filtros». «Toute l'histoire de la culture a été celle d'une
mise en place de filtres (…) les filtres auxquels nous nous référons résultent
de la confiance que nous avons mise dans la dite "communauté des
savants"» (Eco 2002). En este siglo XXI, el concepto de
autoridad lingüística se asimilaría también a puntos de referencia determinados
libremente por el hablante en su búsqueda de orientación. «Une autorité qui filtre ne s'appelle pas
"censeur" mais conseiller» (Eco 2002). La evolución de
la lingüística prescriptiva hacia la descriptiva (v. § 1.3), por otra parte,
sustenta esta nueva concepción de la autoridad, al depositar en la comunidad hablante
la prerrogativa del establecimiento de la norma.
Como acabamos de ver, el concepto
determinante para establecer una fuente de autoridad en la segunda acepción es
el prestigio, el crédito. Según David
Crystal (citado en Pascual y Prieto 1998: 1.7), «'Prestige' is a social
concept, whereby some people have high standing in the eyes of others, whether
this derives from social class, material success, political strength, popular
acclaim, or educational background. The English that these people choose to use
will, by this fact, become the standard within their community».
Según
Moreno Fernández (1990: 169 y 173-4), pese a que el concepto de prestigio se ha
utilizado con frecuencia para explicar numerosos fenómenos lingüísticos (por
ejemplo, en los trabajos de Labov), apenas se ha estudiado en sí ni se ha
definido con rigor. Él mismo hace un intento de definición: «El prestigio puede
ser considerado bien como una conducta, bien como una actitud, es decir, (…) es
algo que se tiene, pero también que se concede. Podemos definir el prestigio
como un proceso de concesión de estima y respeto hacia individuos o grupos que
reúnen ciertas características y que lleva a la imitación de las conductas y
creencias de esos individuos o grupos» (Ibid.:
187). El prestigio conferido es lo que fundamenta, justifica, la
autoridad-crédito; el poseído, en cambio, deriva de la autoridad-poder.
Y entre las conductas imitadas se encuentra, obviamente, la lengua.
En la práctica, el prestigio suele
asociarse a personas, grupos o entes. Pero «de igual forma que hay individuos,
grupos o clases prestigiosas, existen usos lingüísticos prestigiosos, al margen
de los hablantes de los que procedan» (Ibid.:
182). Otras veces, serán prestigiosos precisamente los usos de los hablantes
prestigiados.
Entre los factores principales que
determinan el prestigio podemos contar el nivel social, económico o cultural,
las relaciones de poder, la función profesional o social, la moda, etc.[5] Con
frecuencia, desde un planteamiento prescriptivo, un uso lingüístico prestigiado
presupone la observancia de la norma, pero no siempre es así: «son usos
prestigiosos aquellos que se ajustan a la norma (…) entre determinados grupos
sociales puede ser prestigiosa la norma particular que se separe
sistemáticamente de la norma general» (Ibid.:
183). Tenemos aquí la distinción sociolingüística entre prestigio abierto y prestigio
encubierto, asociado éste a usos heterodoxos, pero que puede igualmente ser
generador de autoridad. «El "prestigio encubierto", [según Labov y
otros], puede definirse como el conjunto de valores ocultos que se asocian a
usos lingüísticos que no se ajustan a la norma, o que pertenecen a una variedad
no estándar…» (Ibid.: 186). Se trata
en principio de variantes estigmatizadas, pero el concepto puede ampliarse a
pautas de desviación de la norma que están marcadas por los factores típicos de
prestigio.
Un caso particular sería la atribución
de prestigio a la interferencia producida por una lengua extranjera,
interferencia que se asume e integra más o menos conscientemente en el uso
lingüístico por emulación del colectivo de hablantes de la lengua prestigiada. Este modelo explicaría en parte el influjo actual del
inglés en todas aquellas otras lenguas con las que se encuentra en contacto:
«Il apparaît que l'intégrité des deux structures a plus de chances d'être
préservée quand les deux langues en contact sont égales ou comparables en fait
de prestige…» (Martinet, citado por Mounin 1963: 5).
Las
fuentes de autoridad a las que suele recurrir el hablante se pueden clasificar,
según la distinción que acabamos de establecer (v. § 3), en:
(1) autoridad-poder: tienen asignada formalmente
una función prescriptiva en el campo lingüístico, o bien ostentan un poder
institucional de otro tipo que puede llegar a cubrir lo lingüístico: academias
de la lengua, comisiones de nomenclatura e institutos de normalización, poderes
públicos, diccionarios de autoridad...
(2) autoridad-crédito: se hacen acreedoras de la
confianza del hablante debido al crédito que les atribuye: diccionarios de uso,
escritores reconocidos, medios de comunicación, clase política, redes sociales,
profesionales especialistas, internet...
Estos dos grupos no son estancos, ya que
rara vez el ejercicio de la autoridad-poder es absoluto y que pueden producirse
deslizamientos en función de la evolución del contexto social: «…la frontera
nunca nítida entre lo aceptable y lo condenable se ha hecho borrosa y favorece
cada vez más la propagación de usos vitandos, facilitados por el prestigio (?),
ajeno a la autoridad lingüística, de los héroes del balón, del ruedo, de la
raqueta, del puñetazo o del desfalco» (Lorenzo 1999: 9-10).
4. Algunos principios para traducir sin
traducir
La reacción que un traductor ha de tener
ante la interferencia producida por la lengua inicial ha sido objeto de
opiniones variadas a lo largo de la historia de la traducción. La respuesta que
se dé a esta cuestión constituye el llamado «propósito del traductor». Por
ejemplo, la célebre alternativa formulada hace dos siglos por Schleiermacher (2000:
47) sobre los caminos que puede emprender el verdadero traductor, «o bien el
traductor deja al escritor lo más tranquilo posible y hace que el lector vaya a
su encuentro, o bien deja lo más tranquilo posible al lector y hace que vaya a
su encuentro el escritor», invita ya abiertamente con su primera opción a la
tranquilidad, no sólo del escritor, sino también del traductor, si éste
considera oportuno adentrarse por ese camino. Ortega recoge el testigo de
Schleiermacher cuando escribe «es cosa clara que el público de un país no
agradece una traducción hecha en el estilo de su propia lengua. Para esto tiene
de sobra con la producción de los autores indígenas. Lo que agradece es lo
inverso: que llevando al extremo de lo inteligible las posibilidades de su
lengua, transparezcan en ella los modos de hablar propios al autor traducido»
(Ortega y Gasset 1959: 161)[6].
Esta opción, en efecto, puede resultar
plenamente válida cuando se pretenda reflejar una realidad cultural muy
específica. Por ejemplo, en el «Règlement taurin de l’Union des Villes Taurines
de France» encontramos lo siguiente: «Article 26 – Les Toreros des catégories
suivantes: matadors de toros – matadors de novillos avec picadors – matadors de novillos sans picadors – rejoneadors – banderilleros
et picadors de nationalité étrangère
devront obligatoirement justifier de leur inscription au "Registro General
de Profesionales Taurinos" espagnol (...) (1993: 26). No cabe duda, sin
embargo, de que éste es un caso muy particular cuya motivación difícilmente
podría hacerse extensiva a muchos otros ámbitos menos idiosincráticos que la
corrida de toros, aunque de hecho suele ocurrir así con frecuencia.
En cualquier caso, lo que se pone de
manifiesto es que una duda siempre latente a la hora de traducir es si la
traducción ideal no sería la no traducción. El texto original tiene una inercia
intrínseca, una tendencia inmanente a permanecer tal cual, por eso cuesta
traducirlo. Hay en él una «atracción fatal». Si se produce vacilación, el
traductor está expuesto a la tentación de pensar que, cualquiera que sea la
relación entre significante y significado en la lengua inicial, lo que menor
riesgo de error presenta es mantener el significante, o al menos aproximarse a
él formalmente. Si uno se aleja de la forma, se aleja también del significado.
Es la idea de que un concepto seguramente se debe decir de igual manera o al
menos de manera parecida en una y otra lengua, o en varias en paralelo, de
manera que «sepamos bien de qué estamos hablando». Ésta es la razón principal
de la aparición de numerosos préstamos y calcos y la razón de ser de muchos
internacionalismos, por ejemplo. En sí es un fenómeno general, que no requiere
en absoluto ningún estatuto de prestigio en la lengua inicial.
4.2.
Familiaridades etimológicas
a) Cuando lengua inicial y lengua final tienen
raíces comunes (en grado variado), la importación, en principio, resulta más
aceptable si en el «étimo inmediato» (Pratt 1980) se reconoce un «étimo último»
(Ibid.) de una raíz que compartan ambas
lenguas. Es el caso de numerosos préstamos y calcos cuyo étimo inmediato es una
voz extranjera (privacy, syndrome,
relevant, directive) de raíz latina o griega –étimo último. Por cierto, que
el propio Pratt ya advertía de una frecuente confusión: «al afirmar los
etimólogos y lexicógrafos que tal o cual palabra proviene del latín o griego,
dan a entender que ha sido la lengua española responsable de la acuñación (...)
Ahora bien, la omisión masiva del étimo inmediato en el caso de la inmensa
mayoría de "cultismos", "latinismos" y "neologismos"
no hace más que distorsionar la historia léxica del español moderno» (Ibid.: 45).
b) Cuando se trata de lenguas que están
etimológicamente alejadas, la posibilidad de aplicación del principio anterior
es más remota. La importación suele requerir entonces otros factores
coadyuvantes, por ejemplo, responder a una necesidad terminológica en un campo
científico o técnico o referirse a un concepto conocido ya por una masa crítica
de hablantes de la lengua final (v. § 4.4).
4.3.
Cuando lo difícil es traducir
Es una obviedad que el grado de dificultad
de la traducción es un factor de aceptación del préstamo o del calco. En
efecto, ¿qué posibilidades tienen de pugnar arriesgadas traducciones de counterpart (en cooperación para el
desarrollo), parténariat, proactive y otras tantas de difícil
solución traductiva con las respectivas contraparte,
partenariado, proactivo, etc. que pueden adquirir pronto el carácter de
acuñaciones, ya sea en medios de especialistas, ya sea en el hablante medio?
4.4.
El principio del fenómeno cultural
La importación de un término, sobre todo
como préstamo, puede requerir que los hablantes que entran en contacto con el
término constituyan una masa crítica conocedora del referente. Se trata de un
fenómeno cultural, de contacto de culturas. Aunque en Italia meridional se
comiera pizza desde tiempo atrás,
sólo cuando a partir de los años 70 un gran número de españoles, y no únicamente
los viajeros a Italia, entran en contacto con esa variedad de cocina importada,
el préstamo adquiere carta de naturaleza en el español peninsular. Por la misma
época también hacía tiempo que los japoneses comían sushi, sin embargo este término no entra en el uso lingüístico
español hasta los años 90, por idéntica razón.
4.5.
Lengua dominante, lengua de prestigio
El prestigio facilita y potencia la
aplicación de los factores anteriores. Aunque ya se ha tratado aquí desde
distintos ángulos, cabe reiterar cómo en este caso el traductor se ve arrastrado
por una corriente general de aceptación y conocimiento de la lengua inicial
prestigiada que se da en la sociedad y en la lengua final. Y ya hemos visto
cómo el prestigio genera autoridad. Decisiones que, de tratarse de una lengua
inicial minoritaria, lejana o poco conocida en su sociedad, serían meramente
técnicas y neutras, al traducir desde el inglés hoy día se convierten en una toma
de posición frente a esa corriente general. Un complemento de este factor es el
valor o efecto de jerga que a menudo
contribuye a la importación de extranjerismos. En un momento determinado de la
interferencia, el empleo por una minoría de mediadores
lingüísticos (v. § 2.3) de términos en inglés tiene en sí un efecto
prestigioso, de iniciados, análogo al de toda jerga de grupo, que induce al
mimetismo de los demás. El resultado de todo esto es que, al menos
aparentemente, cuanto más se conoce la lengua de prestigio, menos falta hace
traducir.
5. El traductor, agente y gestor del cambio
lingüístico
El traductor institucional está inmerso
como todos los demás hablantes en el continuo fluir que es el cambio
lingüístico. Ante cualquier acto de traducción, él ha de comenzar por situarse
respecto de la norma vigente, evaluando en qué momento del devenir se encuentra
un fenómeno lingüístico determinado. Desde una perspectiva diacrónica, un
esquema simplificado del cambio lingüístico podría ser el siguiente:
(0) Fase de estabilidad. El sistema de la
lengua no sufre ningún cambio.
(1) Fase incipiente. Comienza a producirse
el cambio, con las primeras vacilaciones.
(2) Fase de transición y consolidación. El
cambio sigue adelante hasta ser aceptado por el uso.
(3) Fase de afincamiento. El cambio ha
entrado en el uso y es ya la nueva norma. El sistema de la lengua se ha
reorganizado y vuelve a estar, en cuanto al fenómeno referido, en fase de
estabilidad.
Al buscar
soluciones de traducción, el traductor tiene que efectuar un corte sincrónico
en este esquema, para lo cual necesita hacerse una serie de preguntas:
-
¿Está aceptada en la lengua final la
solución que propone (fase 0), es decir, pertenece al sistema de dicha lengua?
Si
su solución supone un cambio:
-
¿Puede considerarse una novedad
(fase 1)?
-
¿Es un cambio ya extendido aunque todavía
no esté plenamente aceptado (fase 2)?
-
¿Es un cambio aceptado ya (fase 3)?
Si ha escogido
una solución que se inscribe en las fases de inestabilidad, tendrá que saber
qué razones lo llevan a contribuir o a abstenerse de contribuir a ese cambio
incipiente o avanzado, tal vez a iniciarlo él mismo. El traductor se halla ante
la necesidad de evaluar el alcance de la implantación del cambio en ese
momento, es decir, hasta qué punto puede considerarse que se ha convertido en
norma –o uso de una masa crítica de hablantes–, o hasta qué punto sigue
existiendo margen para proponer a la comunidad hablante una opción que estime
más adecuada. Veamos algún ejemplo.
Export Control Act (Fase
0)
Traducir hoy act, en ese sintagma, por acto se consideraría sin más un error,
un fallo profesional, por tres razones:
1.
Acto no
tiene en español el significado de ley
que tiene act en este contexto.
2.
No hay un uso en ese sentido, ni siquiera
incipiente o minoritario, que merezca tenerse en cuenta.
3.
No tiene justificación iniciar un cambio
(fase 1) depositando en acto lo
que sería un nuevo significado que, en español actual está plenamente expresado
por ley.
Arrest = detener/detención (Fase 1)
Arrestar. En la disciplina militar, significa
imponer un castigo de privación de libertad por breve tiempo. / Arresto. En la disciplina militar,
situación de arrestado. En la
justicia ordinaria, pena de reclusión breve, impuesta por un juez.
Estamos ante un término propio de un
lenguaje especializado, pero que tiene una utilización en el discurso común. En
los medios de comunicación españoles se va extendiendo desde hace tal vez diez
o quince años el empleo de arrestar y arresto como sinónimos respectivos de detener y detención. Es un caso típico de interferencia –por cierto, del
inglés y del francés– por paronimia, con introducción de confusión y ambigüedad
donde no las había. Arresto sería,
así, tanto detención (practicada por
la policía), como sanción militar
(impuesta por un superior jerárquico) y sanción
penal (dictada por un juez).
¿Qué análisis hará el traductor?
¿Considerará que se trata de un cambio en fase incipiente o en fase de transición
y consolidación? ¿Y cuáles serán sus razones para contribuir al cambio
traduciendo arrest por arrestar o para no hacerlo, optando así
por la traducción aún normativa detener?
Urge (verbo) (Fase 2)
El calco urgir, con un uso transitivo, en lugar de instar, pedir con urgencia, con insistencia, etc. es también
reciente. En 1992, el DRAE no lo reconocía. En cambio, la edición de 2001 ya
recoge urgir como transitivo con el
sentido de «pedir o exigir algo con urgencia o apremio».
El traductor debe juzgar entonces si él
por su parte acepta la autoridad de la RAE, es decir, si da por concluido y
asumible el cambio[7].
Este análisis por parte del profesional de
la traducción es fundamental, claro está, en lo que atañe a tecnicismos y
neologismos, pero no debería serlo menos en casos mucho más triviales de
vocablos que no suponen novedad alguna y que por toda tarjeta de presentación
lo único que ofrecen es proceder de una lengua de prestigio y ser fáciles para
el préstamo o calco. He aquí algunos ejemplos frecuentes en la actualidad, con
los términos y expresiones a los que desplazan: desarrollo(s) (por novedades, acontecimientos, evolución), consistente
(por coherente, consecuente), corporación (por
empresa/sociedad anónima), evidencia (por prueba), ignorar (por hacer caso omiso, no hacer caso, ningunear),
oficial de policía (por policía, agente/funcionario de policía),
relevante (por pertinente, que hace al caso), estar/llegar en tiempo/en hora (por llegar a tiempo/con puntualidad), en: «las ciudades en Irak» (por
de: «las ciudades de Iraq»).
La lista real está en expansión y la
tendencia de las importaciones permite afirmar que, actualmente, el hablante
español cada vez distingue peor a los «falsos amigos» de los auténticos. Cuando
estos cambios sucesivos o acumulados alteran la norma introduciendo contradicción
o incompatibilidad, y descabalando así un sistema antes más o menos coherente
sin que de ello resulte una nueva coherencia interna, la función comunicativa
queda en entredicho. Pero la cuestión, desde el punto de vista que queremos
resaltar, es la siguiente: ¿No es así que la competencia lingüística del
traductor le permite precisamente hacer esa distinción fundamental y responder
con solvencia a este tipo de interferencia? ¿Podemos conformarnos los
traductores profesionales con reaccionar ante la poderosa atracción de la
lengua inicial como lo haríamos probablemente si no fuéramos especialistas del
lenguaje ni de la traducción?
El traductor
institucional, como todo hablante, tiende a respetar la norma en su discurso a
fin de preservar la inteligibilidad del mensaje. En su caso, sin embargo, el
respeto de la norma se impone con mayor peso por varios motivos: lo que maneja
es la lengua escrita, más normalizada y estática que la hablada; el registro de
los textos que traduce es formal, lo que como ya hemos visto (v. § 1.3)
requiere mayor estabilidad sincrónica (menor variación) y diacrónica (menor
cambio). Si el traductor está manejando conceptos jurídicos, no puede dar
rienda suelta a su imaginación ni servirse de la variación estilística como
haría en otros tipos de discurso; si está hablando de una directiva europea, no
puede llamarla de otro modo para cambiar, y lo que hoy es una directiva en
principio lo seguirá siendo mañana, etc. Es decir, que la actitud que le impone
su tarea en relación con el cambio lingüístico es una actitud conservadora; ¡lo
cual no quiere decir, ni mucho menos, inmovilista ni timorata!
6. Traducción institucional e interferencia
lingüística
Todas estas tendencias subyacentes en las
relaciones entre lenguas conforman un paisaje en el que se mueve de modo
particular el traductor institucional. Por un efecto multiplicador, el conjunto
de todas ellas es mayor que la suma de las partes. Muchas veces están tan
confundidas en el paisaje, tan presentes, que no se manifiestan,
paradójicamente. El traductor, sin embargo, tiene que conocer estos factores
que lo condicionan, estar permanentemente alerta a lo que está pasando a su
alrededor. A modo de instrumento para la reflexión, exponemos a continuación
una serie de ejemplos de los condicionantes a los que está sometido, las
actitudes que marcan su respuesta ante ellos, las fuentes de autoridad a las
que recurre y las consecuencias que de todo ello se derivan, reflejándose en
las traducciones que produce. Se trata de una panorámica indicativa, de una
categorización no homogénea ni exhaustiva, sino más bien impresionista. Aunque
los ejemplos están clasificados en categorías determinadas, a cada fenómeno de
traducción le afectan a menudo varios factores simultáneamente.
Un breve inciso para dilucidar lo que
supone el propósito del traductor. A diferencia de lo que, según hemos visto
(v. § 5.1), se entendía por traducción en épocas anteriores, o como opción de
traducción aún a mediados del siglo XX (es decir, la traducción transparente
que propugnaba Ortega), nuestro traductor entiende su tarea como transposición
de un mensaje dado de un código lingüístico a otro, insertándolo y adaptándolo
a este nuevo código respetándolo lo más posible (sin dejar por ello de ser fiel
al contenido del mensaje). Esto es de gran importancia para analizar lo que en
realidad hace, puesto que si su propósito declarado fuese otro, otros tendrían
que ser los criterios para enjuiciar
los resultados de su actividad.
6.1. La integración expresiva
6.1.1. La reducción de los idiomas de trabajo
Hemos hablado
anteriormente (v. § 2.1) de la integración expresiva que se produce por el
efecto unificador del inglés en las lenguas con las que entra en contacto. En
las organizaciones internacionales este fenómeno cristaliza de dos maneras
distintas:
Una tendencia
a reducir los idiomas de trabajo. Huelga decir que la reducción se hace
universalmente en favor del inglés, acentuando si cabe su hegemonía.
Naturalmente, muchas de estas organizaciones nacieron ya con un régimen
lingüístico reducido. En otras, si no oficialmente al menos de hecho, el inglés
se constituye en lingua franca. Así,
por ejemplo, en las Naciones Unidas, con sus seis lenguas oficiales, «le
pourcentage des documents originaux rédigés en anglais tourne autour de 95%»
(Calvet 2002: 151). En la OMC, la OMS, el FMI, el Banco Mundial, etc. las
estadísticas son aún más favorables al empleo del inglés. El caso de la Unión
Europea es sintomático de esta evolución. Proclamada inicialmente –y no
revocada oficialmente– la doctrina del multilingüismo, el hecho es que el
abanico de idiomas empleados habitualmente
se va reduciendo cada vez más, salvo para la publicación oficial de
legislación. El número de documentos originales redactados en inglés aumenta
sin cesar. La multiplicación de lenguas oficiales debida a las recientes
ampliaciones no hace sino acelerar esta tendencia. Tendencia que, tarde o
temprano, exigirá una definición política, pues llegará a haber un abismo entre
el principio de la paridad de las lenguas oficiales de la Unión y el
tratamiento y el uso de dichas lenguas en la práctica.
6.1.2. La paridad de las lenguas
De hecho, en un
plano general, esta paridad se convierte en la traducción comunitaria en excusa
coadyuvante de la integración expresiva. Se trata del hecho de que todas las
versiones lingüísticas de un acto legislativo comunitario tienen el mismo valor
jurídico, no existiendo en este sentido distinción alguna entre texto original
y textos traducidos. Así, se observa una marcada aversión a alejarse formalmente
del texto original, por temor a que el texto traducido «diga otra cosa»,
confundiéndose el alejamiento formal con el sustancial. De nuevo, preservando
el significante se espera preservar también el significado. Este fenómeno, que
afecta marcadamente a los redactores de los textos, se comunica asimismo a los
traductores. Una vez más, es la lengua original la que impone su autoridad.
6.1.3. El
eurolecto
El entorno
multilingüe en el que suelen operar las organizaciones internacionales tiende a
crear sociolectos que reducen el margen de maniobra del traductor: «Les
institutions internationales où se rencontrent le français et l’anglais sont un
lieu privilégié pour la création d’hybrides; d’usage facile pour ceux qui,
plongés dans la même atmosphère, connaissent les deux langues, leur diffusion
hors de leur milieu d’origine est regrettable» (Lederer, 2002 : 291). Por
ejemplo, lo que algunos han dado en llamar eurolecto
(y otros, con menos generosidad,
jerga comunitaria), además de una terminología propia, necesaria, acuñada o
preferida, recoge rasgos del discurso político-técnico imperante, en gran
medida procedentes del inglés. Por eso, en los textos de la UE abundan por ejemplo los anglicismos léxicos (consistente, relevante, ignorar) o de
frecuencia (acceder a, considerar, cooperar, estar disponible).
El pasado hegemónico del francés en la UE
ha dejado también su huella. Tenemos, por ejemplo, la política agrícola común, expresión que por figurar en los Tratados
(donde con toda probabilidad era un calco de politique agricole commune) ha condicionado el uso institucional
hasta el punto de que el adjetivo agrario,
tan español él, está poco menos que proscrito. En un plano morfosintáctico,
también parecen provenir del francés sintagmas como de la pesca, de Estado, de trabajo, que en español se
expresarían más naturalmente como pesquero,
estatal, laboral (puntoycoma 1997: n.º 46, p. 1).
Otra particularidad del eurolecto es la
profusión de siglas y acrónimos. Resultado de la influencia del lenguaje
técnico y científico tanto como del uso propio del inglés, crean un efecto de
opacidad en todas las lenguas y de artificio en español. FEDER, Coreper, ACP, CITES,
BEI, NACE... Con gran frecuencia, además, se mantiene en español la
sigla original, acentuándose así la ininteligibilidad. Muchas veces resulta
posible aplicar procedimientos de estilo más españoles para atenuar el efecto
de repetición (uso de deícticos o del núcleo del sintagma, por ejemplo: el Fondo, dicho Comité, este acuerdo...),
pero con gran frecuencia se impone el formato original.
Para no olvidar el aspecto sintáctico,
citaremos el orden de las palabras y el uso de la voz pasiva. El orden sujeto-verbo-complementos supone un calco frecuente,
más acorde con la rigidez exigida por el inglés o el francés que con la mayor
flexibilidad propia del español. «Una
ficha bibliográfica figura al final de la obra» encabezó durante años –espejo
de la versión francesa– las publicaciones de la UE, antes de ser felizmente
sustituida por «Al final de la obra
figura una ficha bibliográfica». La proliferación de la pasiva, que el español
tolera bien en un registro formal, resulta aun así excesiva (tanto el francés
como el inglés la utilizan con naturalidad en cualquier registro), y se podría
evitar frecuentemente mediante el modo impersonal, la pasiva refleja o la
anáfora.
6.2. El marco jurídico
La UE opera en un marco jurídico que
constituye también un condicionante lingüístico y una fuente de autoridad para
sus traductores. En efecto, si un término ya está utilizado, o a fortiori
definido, en un acto legislativo, en cualquier otro acto que lo modifique o
complete ulteriormente hay que utilizar el mismo[8]. Por
ejemplo, la expresión nuevo entrante
que figura definida en la Directiva 2003/87/CE para traducir new entrant, imposibilita que en una
ulterior modificación de la misma directiva se traduzca, por ejemplo, nuevo participante (como se había hecho
ya, efectivamente, en el Reglamento (CEE) n.º 95/93, de tema diferente). De
aquí que sea crucial el momento primero de la importación del término. En un
caso así, la fuerza jurídica del texto legislativo existente ejerce el mismo
efecto acuñador que la masa crítica en la lengua «civil».
Esto ocurre con el propio derecho
comunitario (desde los Tratados fundacionales hasta la última directiva), pero
también con el nacional y con el internacional. Cualquier término o concepto
que contenga la legislación española es una referencia imprescindible, aunque no
siempre preceptiva. Resultan problemáticos los casos en que esta legislación
incorpora conceptos, crea organismos o adopta convenios en aplicación del
ordenamiento comunitario y lo hace con una terminología distinta de la
utilizada en el texto comunitario.
Del mismo modo, es aconsejable retomar los
términos –y con ellos, los conceptos– sancionados por el derecho internacional
cuando se trata de elaborar legislación que se va a inscribir en ese mismo
marco jurídico. Así, el castizo principio
de cautela incluido en los Tratados comunitarios podría plantear un
problema de coherencia con un derecho medioambiental internacional (por
ejemplo, el Programa 21 y la Declaración de Río) que utilizan precaución o prevención (calco obvio,
aunque totalmente aceptable, de precaution(ary)).
6.3. La neología
Como ya hemos visto (v. § 2), uno de los
principales factores de vacilación lingüística lo constituye la neología. Por
su situación de primera línea (a menudo se enfrenta al nuevo término o concepto
en la fase 1), el traductor se ve obligado con frecuencia a tomar posición. Es
un momento muy propicio para la innovación reflexionada. Es cierto que el
significado, uso, connotaciones, etc. del término original pueden no estar aún
perfilados y ello dificulta las cosas, pero es el momento idóneo para realizar
una intervención temprana.
Un ámbito de actividad de la UE es la
reglamentación técnica de numerosos ámbitos. Aquí el traductor institucional
cuenta, como competidores o colaboradores según los casos, con los especialistas
del ramo. Cuando éstos se le adelantan, como ocurre con frecuencia (por
ejemplo, en el caso de traceability,
que dio trazabilidad, o bien el de síndrome respiratorio agudo severo (SRAS),
OMG, etc.), hacen primar su
competencia técnica y con demasiada frecuencia acuñan términos que «cojean» desde el punto de vista lingüístico. Ya hemos hecho
referencia a la problemática que plantea el lenguaje técnico y científico, así
como el contacto insuficiente entre traductores y profesionales de esos campos.
Por otra parte, la propia temática de los
textos de una organización internacional como
Así ocurre que una lengua puede adquirir
un atraso crónico en la creación neológica: «La lengua inglesa produce
anualmente miles de neologismos (unos 25 000, de los cuales quedan en los
diccionarios de inglés alrededor de 8 000). Se necesita correr mucho para
alcanzar a esa proliferación de palabras nuevas, y lo cierto es que siempre
existe un considerable retraso para encontrar términos adecuados, no sólo en
español sino en otras lenguas» (Segura 2001).
6.4. El aporte del especialista
Los especialistas –delegados y técnicos
nacionales– que participan en la elaboración legislativa junto con los
funcionarios comunitarios competentes condicionan también la dimensión
lingüística de los textos resultantes. En una organización con tal variedad de
competencias como la UE los traductores rara vez son especialistas en un campo
concreto, por lo que las sugerencias de los técnicos de las distintas
delegaciones ofrecen una aportación fundamental en la traducción de textos
técnicos. En consecuencia, el traductor necesita una comunicación suficiente
con los expertos nacionales (Muñoz y
Valdivieso 2002)[9].
Los servicios de traducción, y sobre todo los juristas lingüistas, son de algún
modo los notarios lingüísticos que «certifican» la equivalencia de las
distintas versiones respecto del original. Por eso, tras recibir y estudiar
toda sugerencia o propuesta procedente del plano nacional, les compete decidir.
Otro tanto puede decirse de los contactos con los especialistas ajenos al
entorno comunitario de creación legislativa, es decir, el mundo profesional y
universitario.
Hay que decir, sin embargo, que con
frecuencia se observa que la competencia técnica del especialista no va
aparejada a la competencia lingüística. Efectivamente, ya hemos visto que estos
mediadores lingüísticos son muy
permeables a la interferencia y, mientras que su aportación en cuanto al fondo
es inapreciable, en la forma suelen ofrecer sugerencias excesivamente
tributarias de la lengua original[10]. Está
en la mano del traductor, obviamente, distinguir entre ambas competencias y,
respetando la técnica del especialista temático, ejercer la suya propia de
especialista lingüístico.
Un caso particular en este sentido lo
constituyen los términos utilizados en textos técnicos o científicos que, sin
embargo, en la lengua original pertenecen al léxico general. El especialista
que carece del dominio suficiente de dicha lengua puede conocer el término sólo
en relación con su campo profesional y creer así, equivocadamente, que se trata
de un tecnicismo. Es así como empezó a imponerse disruptor endocrino para endocrine
disruptor (del Cerro 1999: 11). El traductor sí que puede
teóricamente identificar el término como lo que es y traducirlo por otro
general en español. Ahora bien, pueden ocurrir dos cosas. La primera, que el traductor
generalista se sienta intimidado por un término que dentro de un contexto
técnico se le hace opaco (pese a que lo conoce en la lengua general, puede
desconocer su significado preciso en el lenguaje técnico). En ese caso, ante la
duda, lo menos arriesgado siempre se considera el préstamo o el calco. Después
de todo, el traductor puede pensar que lo más probable es que los especialistas
destinatarios del texto, familiarizados con los temas de que trata, conozcan
muy bien el significado del término opaco o confuso y hasta se encuentren más a
gusto con que se deje en el idioma original. La segunda posibilidad es que el
mundo profesional ya lleve tiempo utilizando el préstamo o calco y el traductor
concluya que está acuñado como norma. Entonces habrá de rendirse a la evidencia
y utilizarlo él también. Por el contrario, si el problema se descubre a tiempo,
un diálogo con los especialistas puede llevar a que el traductor comprenda
mejor el concepto que expresa el término, perdiéndole así el miedo y atreviéndose
a traducirlo según su competencia. También puede llevar a sensibilizar a los
especialistas de que el término no tiene por qué traducirse con un tecnicismo,
y a difundir entre ellos uno más adecuado.
6.5. La
traducción como acto administrativo
Aparte de la
dimensión consuetudinaria del eurolecto, ocurre ocasionalmente que la autoridad
administrativa establece un uso oficial determinado, que será así de obligado
cumplimiento para el traductor. Listas de topónimos, códigos de países, orden
protocolario de enumeración… Estos usos pueden estar recogidos en libros de
estilo, guías de redacción, etc.
Otro ejemplo de
convergencia inducida es el caso de ciertos programas, organismos, etc. a los
que se da una denominación única en todas las lenguas oficiales, con el fin de
conseguir una especie de logo multilingüe que sea transparente. Tenemos así PHARE, Regio, Leonardo, EuropeAid, Erasmus, e-Europa, etc.
De nuevo, la mejor traducción es la que no lo es. En este caso, el traductor se
ve con frecuencia abocado al préstamo, puesto que el paralelismo formal puede
haberse decidido ya previamente, antes de que el texto llegue a sus manos, ya
en la fase de la concepción del programa. En el caso del euro, el Consejo de la UE decidió[11]
expresamente no sólo un nombre único en todas las lenguas oficiales para la
unidad monetaria europea sino también para su fracción, el cent (si bien para ésta admitía dobletes nacionales).
Casos similares
se dan, claro está, en otras organizaciones. Por ejemplo, en el Consejo de
Europa, cuyas lenguas oficiales son el inglés y el francés, un determinado
documento normalizado en el que se consignan cursos, títulos y conocimientos de
idiomas, se denomina «portfolio of
languages/des langues». El término portfolio
se ha mantenido, así sin traducir, entre otros idiomas, en español.
Ni
qué decir tiene que las lenguas elegidas para estas etiquetas son las principales lenguas de
redacción, antes el francés y hoy el inglés. Aquí se da la paradoja de que el
término «traducido» al español, por ejemplo, puede resultar más comprensible
para el hablante inglés que para el español, pese a que en teoría es para éste
para quien se traduce... Cabe mencionar en este sentido un atenuante, y es el
esfuerzo que se hace ocasionalmente por que la denominación común sea en una lingua franca más neutra, el latín o el
griego (Eureka), o bien consista en
un nombre propio (Galileo, Sócrates), que siempre resulta más
neutro respecto de una lengua particular y del que no se espera una traducción
(González 1994: 2).
6.6. La premura. El imperativo del plazo
Un tipo de condicionante que no por
prosaico tiene menos peso son las servidumbres administrativas, como por
ejemplo los plazos. En un contexto que, según venimos trazando, tiende a
favorecer la infratraducción, el uso de préstamos y calcos, la premura con la
que a menudo ha de trabajar el traductor es un factor que alimenta esa
corriente. En efecto, ante un término especializado, nuevo o que, por otros
motivos, ocasiona vacilación, cuando no es posible documentarse lo suficiente,
investigar una duda, o bien reflexionar y sopesar posibles soluciones,
contrastándolas con otras opiniones, siempre será un recurso mantenerse
formalmente lo más cercano posible al original.
6.7. Una norma lingüística única
Citaremos, para mantener cierto optimismo,
un problema que puede existir en otras organizaciones internacionales para el
español y en la UE para otras lenguas, pero que no se da en la UE para el
español. Se trata de la existencia de varias normas lingüísticas distintas porque
la lengua se hable en varios países. En efecto, en las Naciones Unidas la
diversidad de normas para el español (variedad peninsular o de los diversos
países latinoamericanos) requiere la consensuación de una variedad neutra más o
menos artificial (puesto que no corresponde a la norma de ningún lugar
concreto). Ocurre lo mismo en la UE con el alemán de Alemania y el de Austria,
con el francés de Francia, Bélgica y Luxemburgo, con el inglés de Irlanda y el
de Inglaterra. Para el español, sin embargo, la norma es única y ello facilita
un aspecto de la tarea del traductor.
6.8. La acumulación
Los
fenómenos a los que hemos pasado revista, que responden como hemos dicho a un
conjunto de factores de influencia, pueden tener al igual que éstos un efecto
acumulativo cuyo resultado son textos que, en casos extremos, difícilmente
pueden considerarse homologables como textos «en español», ya que presentan
demasiadas características propias de otra lengua. No es sólo que sean textos
de jerga científica, técnica, jurídica o administrativa, o que pertenezcan a un
sociolecto como el de la Unión Europea, las Naciones Unidas o el Fondo
Monetario Internacional. También resultan extraños y difícilmente alcanzan la
calidad de redacción imprescindible para una buena comprensión. Las
instituciones de la Unión Europea, por ejemplo, tratan de reflejar la doctrina
de la transparencia política con instrucciones sobre la «calidad de la
redacción» de los textos comunitarios, pero, como en ellas apenas se alude a
las traducciones y éstas se ven a menudo arrastradas por la corriente de
influencias que estamos tratando aquí, el resultado no siempre es todo lo satisfactorio
que podría.
7. Posibles pistas de cambio
Hemos analizado los parámetros teóricos
que conforman la relación entre interferencia, cambio lingüístico y traducción
institucional. Así, hemos determinado algunos de los influjos lingüísticos y
extralingüísticos a los que está sometido el traductor en su tarea. Nos hemos
preguntado si, como traductores institucionales, estamos desempeñando
plenamente nuestro papel de profesionales de la resistencia a la interferencia,
de cogestores del cambio lingüístico. Cuando se achaca al español un
inmovilismo neológico[12], por
ejemplo, tenemos que plantearnos si nuestra actuación está a la altura de las
necesidades del momento. Máxime cuando una lengua que es tributaria de la
creación neológica de la lengua hegemónica va perdiendo irremediablemente
vitalidad en este sentido, con lo que la función creadora recae con más peso si
cabe en el traductor.
En nuestra opinión, no puede decirse que
nuestros textos presenten una calidad inferior (en el sentido de la
claudicación ante la interferencia) a la de tantos otros ámbitos actuales. Pero
es innegable que, como traductores, se nos supone una función y unos mecanismos
de resistencia que no se les suponen al periodista, al político o al
científico. Los factores que inducen al préstamo y al calco (atracción fatal,
familiaridad etimológica, hegemonía del inglés...) se potencian cuanto menos
«impulso traductivo» se dé en la operación de traducir. Por ello, en nuestros
textos la claudicación, si bien se explica, no tanto se justifica. Pensamos que
con demasiada frecuencia el traductor institucional se deja arrastrar
innecesariamente por la fuerza del original inglés, es decir, confiere a éste como
lengua una autoridad que a él lo discapacita de facto.
Y, simplemente, no tiene por qué ser así.
Podemos imbuirnos de forma más deliberada de una autoridad que estamos
capacitados para ejercer, por una parte como profesionales competentes, y por
otra, como creadores de discurso oficial (político y legislativo) que, en
varios sentidos, se impone de hecho al ciudadano-hablante. Podemos también
asumir una actitud más voluntarista en la gestión del cambio lingüístico. Esto
se manifestaría en dos niveles:
- En la lengua general, dando preferencia
siempre que sea posible a formas idiosincráticas, aun cuando no deriven
naturalmente de la que encontramos en el original; recordando, así, aquellas
parcelas de nuestro acervo lingüístico que van quedando abandonadas con el
tiempo porque no se corresponden exactamente con nada en la lengua de
prestigio.
- En la neología, mediante un esfuerzo
decidido y renovado de auténtica creación, aprovechando los recursos intrínsecos
de la lengua en lugar de ceder sin más al préstamo y al calco. En concreto,
merece la pena:
. ahondar en los procedimientos de creación y
derivación léxicas naturales al español
. realizar una prospección en acervos léxicos que
hoy por hoy no se explotan lo suficiente, como son el del pasado (palabras de los
últimos dos siglos, por ejemplo, que pueden haber quedado arrinconadas en el
uso y por ello se podrían revitalizar fácilmente[13]) y el
de las hablas latinoamericanas (que con frecuencia han preservado palabras
perdidas en la Península o han osado variaciones desconocidas entre nosotros,
como la cada vez más aceptada ningunear).
Este
segundo aspecto se concretaría, en el campo de la traducción institucional, en:
- Una labor resuelta y organizada de reflexión
ad hoc (es decir, fuera de los circuitos organizativos de la traducción
inmediata y de las servidumbres que éstos imponen); parte de esta labor
consistiría en la potenciación de los servicios de terminología como
receptáculo y cauce de los esfuerzos de los traductores.
- Un debate y un diálogo permanentes entre
personas e instituciones interesadas y competentes (traductores y
especialistas, organizaciones internacionales y nacionales…).
- Una actividad amplia de difusión de las
conclusiones del debate, a fin de promover su implantación y evitar así la
proliferación de variantes superfluas.
Todo
ello podría tomar la forma de foros institucionales de reflexión y debate.
8. Conclusión
En ese movimiento de ida y vuelta que
supone la traducción institucional respecto de su contexto sociolingüístico,
merece la pena plantearse cuál es la aportación que inevitablemente realiza a
la lengua actual, en la que va depositando su caudal. ¿Será éste limo
fertilizante, o más bien arenas movedizas?
Hemos visto el efecto multiplicador que
tienen en la lengua las distintas manifestaciones de la influencia de la lengua
inicial, a fortiori cuando es hegemónica, en la final: ambigüedad léxica
(sinonimias o polisemias inducidas), simplificaciones innecesarias, distorsión
de las relaciones internas de oposición, alud de términos técnicos... Todas
estas interferencias acumuladas, legitimadas por su asociación con el uso
prestigiado de la lengua dominante, pueden provocar en un texto un síndrome que
dificulte su comprensión. El hablante medio, que desconoce los mecanismos
internos del nuevo sistema y por tanto no puede servirse de ellos, queda así
desposeído de su propio instrumento de expresión y de comunicación. Ahora bien,
esto tiene unas consecuencias nada triviales cuando sucede en relación con textos
legislativos, elaborados por un servicio público y dirigidos al ciudadano. Contra
lo que se afirma frecuentemente, estos cambios no siempre se producen para
racionalizar el sistema o para cubrir una necesidad expresiva. Responden muy a
menudo a una simple necesidad subjetiva de manifestar la conexión con el grupo
prestigiado; otras veces, a una mera dejación ante la corriente imperante.
Esto, en cuanto a la estabilidad de la
lengua imprescindible para mantener la función comunicativa. Pero, además, toda
lengua precisa de un mínimo de vitalidad creativa para estar en el mundo, para
adaptarse a las nuevas realidades (progreso técnico y científico,
globalización, actualidad política...) que van surgiendo. Es esta vitalidad lo que
permite una creación neológica adecuada a las nuevas necesidades y acorde con
la idiosincrasia de la lengua[14].
Así pues, podríamos decir que dos guías
fundamentales para evaluar la aportación que está realizando la traducción
institucional a la lengua de la que bebe, dentro de su proceso de cambio
continuo, serían:
- la búsqueda de la inteligibilidad, la
claridad y la precisión, en beneficio del destinatario del mensaje
- la constitución de un vocabulario adaptado a
las realidades del momento.
La importante función que ha tenido históricamente
el traductor como mediador interlingüístico y, por ende intercultural, adquiere
hoy día especial relieve. Aun a riesgo de caer en el tópico, lo cierto es que
nos parece que la traducción está en una encrucijada. En ella confluyen
poderosas fuerzas que la pueden bien desvirtuar y postergar, o bien vigorizar e
impulsar. Los extraordinarios avances técnicos facilitan como nunca la tarea
del traductor, pero también la pueden condicionar con sus servidumbres,
convirtiéndolo en un mero escribano autómata a poco que haya perdido el norte
de su verdadera función.
Los traductores institucionales debemos
ser plenamente conscientes de la gran fragilidad de esta posición, pero también
del enorme potencial positivo que ofrece. Ante las fuertes presiones que pesan
sobre nuestra labor en el mundo globalizado de hoy, el punto de anclaje más
sólido y más flexible a la vez es la recuperación de la propia esencia y
dignidad de nuestra labor, lejos de complejos y derrotismos tan frecuentes como
injustificados.
Si sabemos mantener una actitud de
adaptación activa y discriminante ante el cambio, podremos contribuir a dejar
en él nuestra impronta, a ejercer nuestra parte de autoridad-crédito, encauzándolo
de manera que enriquezca la lengua y que el ciudadano pueda disponer de ella
como el instrumento imprescindible para estar con peso propio en el mundo de
hoy.
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* La exposición de hechos y opiniones que hacen
los autores en la presente comunicación es a título personal y no coincide
necesariamente con la posición oficial de las instituciones de
[1] «El cambio lingüístico
tiene su origen en el diálogo: en el paso de modos lingüísticos del hablar de
un interlocutor al saber del otro. Todo aquello en que lo hablado por el
hablante -en cuanto modo lingüístico-
se aleja de los modelos existentes en la lengua por la que se se establece el
coloquio, puede llamarse innovación.
Y la aceptación de una innovación, por parte del oyente, como modelo para
ulteriores expresiones, puede llamarse adopción»
(Coseriu 1988: 78).
[2]
Este fenómeno, por cierto, no es sino una repetición de otros de nuestra
historia anterior: «[the] function of the various prestige languages in the
standardization of our Western languages (…) The shared
experience of successive superstrata welded Western civilization (…) into a
community of linguistic culture which shared a style of writing, a body of new
words coming with new things, an abstract lexicon, and a manner of metaphoric
expression» (Kahane 1986: 504-5).
[3] Según recoge Calvet (2002: 135) citando a
Heilbron, con datos aún de 1978,
aproximadamente el 40% de las obras traducidas en el mundo lo son del inglés.
Siguen el francés, alemán y ruso con un 10% a 12%. Es lógico pensar que la
proporción del inglés haya aumentado desde entonces, como también que, en
determinados campos, esa cifra sea muy superior, hasta acercarse en algunos
casos al 100%.
[4] «…the attitudes to language expressed by many
people are prescriptive, whereas
scholars usually take the view that linguistics is a descriptive 'science' which has no place for value-judgments»
(Milroy y Milroy 1991: 11).
[5] Moreno (1990: 187-200), a partir de un
estudio de campo realizado en varios entornos españoles, delimita algunos de
los factores que generan prestigio lingüístico entre los hablantes: la
corrección, la eficacia comunicativa, la cultura y el mundo intelectual, la
formación superior, la clase política; el prestigio en general vendría dado por
la categoría social, el éxito profesional y hasta las cualidades morales…
Observa que los hablantes, «afirmativamente con toda contundencia» desean
hablar como las personas que según ellos hablan bien.
[6] De hecho, parece que en
épocas históricas anteriores fue así como se concebía la traducción: «[in the
Twelfth Century Renaissance] Translation from Greek and Arabic into Latin (…)
rested on the conviction that only strictest literalness, verbum in verbum,
could do justice to the text» (Kahane 1986: 497).
[7] Un aspecto que, de paso, merece reflexión es
la actitud de
[8] El condicionamiento se da en distintos
grados, desde un acto legislativo que modifica o desarrolla otro cuya
terminología ha de respetar, hasta la existencia del mismo concepto en actos
del mismo o distinto ámbito, no necesariamente vinculados entre sí
jurídicamente.
[9] Cabe puntualizar aquí que
el traductor comunitario es un funcionario estatutariamente independiente de
cualquier gobierno nacional y por tanto sólo se debe a su institución. Así
pues, únicamente está obligado a seguir las preferencias de una delegación
nacional cuando la institución las hace suyas oficialmente (lo que sucede sólo
de forma muy excepcional). De otro modo, se transmiten como sugerencias sobre
las que el traductor decide según su propio criterio técnico.
[10] Hasta el punto de que la sugerencia sea en la lengua original. Esto no sólo
sucede en
[11] Reglamento (CE) n.º 974/98 del Consejo, de 3
de mayo de 1998, sobre la introducción del euro (DO L 139/98, p. 1).
[12] «Esta impresión de acuñación
masiva autónoma de formas neológicas es totalmente errónea. Hay muchas pruebas
(...) que apoyan la opinión de que en los doscientos últimos años el español
apenas ha acuñado una voz nueva, ni ex
nihilo (...), ni de palabras existentes, por muy polémica que resulte esta
afirmación. Lo que sí ha hecho es copiar y adaptar neologismos extranjeros,
anglicismos en la época de la posguerra, y galicismos en los dos siglos
anteriores» (Pratt 1980: 45).
[13] Es esto lo que se ha hecho con el vocablo gobernanza, cuya revitalización hay que
agradecer al esfuerzo conjunto de Amadeu Solà y de
[14] Véanse, en este sentido, el concepto de
«elaboration of function» y el derivado de «elaboration of vocabulary», Milroy
y Milroy 1991: 32-33). Curiosamente, por la misma necesidad y el mismo proceso
pasó el propio inglés desde que empezó a cobrar fuerza frente al francés del
conquistador, hacia el siglo XIV y aún en el XVI.
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