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Fabio
Vélez Bertomeu
(Universidad Autónoma de Madrid)
Resumen:
este artículo trata de rastrear y cuestionar, desde un artículo de Benjamin
(“La tarea del traductor”), los límites del Original en el quehacer de la
traducción. Para ello nos detendremos también en la condena ética
(traduttore-traditore) que de forma incuestionable se ejerce sobre el
traductor. Todo ello para descubrir que en el fondo todo se debe a una falla
incuestionada en el Original.
Palabra-Clave:
Original, traducción, lengua pura, Benjamín, Gadamer, Derrida,
“traduttore-traditore”.
Abstract: this article tries to question, from Benjamin's article
("The task of Translator"), the limits of the Original in the task of
the translation. We will also stop us in the ethical condemnation
(traduttore-traditore) that is exercised on the translator in an unquestionable
way. All this march in order to discover that basically the problem is due to a
flaw in the Original.
Key-words: Original, translation, pure language, Benjamin, Derrida,
“traduttore-traditore”.
El traductor, al encararse con su tarea, siente el
texto original como una ausencia.
Javier Marías
1
Decía de Man, a propósito de
“La tarea del traductor”: «siempre que vuelvo a este texto, creo que más o
menos lo tengo, luego lo leo de nuevo, y de nuevo no lo comprendo» [1]. Pues
bien, suscribo totalmente la radicalidad de esta afirmación. Tras múltiples relecturas,
tanto del texto de Benjamin como de la sentencia de de Man, he llegado a la
conclusión, un tanto rocambolesca, bien es cierto, de que ambas mantienen una
filiación tan íntima como inadvertida. Benjamin habría querido ser fiel a su
propósito: la “tarea” (aufgabe, que significa tanto tarea o actividad,
como rendición o fracaso) no se ciñe sólo a la práctica de la traducción, sino
también a la de la lectura. De este modo, y siendo consecuentes con la
vinculación anteriormente manifestada, la lectura que se propondrá a lo largo
de estás páginas, no sólo no será definitiva, en el sentido de que exija de
suyo renovadas interpretaciones, sino que ensayará a lo sumo la preparación de
un posible cuestionamiento. Para ello, nuestra estrategia pasará por recorrer,
aunque horadando, determinado texto que ha planteado de manera específica el
especial estatuto que el “Original” juega en la teoría de la traducción. De
esta manera, y mediante este gesto, se pretende preparar un escenario que,
lejos de biparticiones logocéntricas petrificadas, permita la apertura a un
recuestionamiento de la traducción. Ello se debe a que, como creemos y
esperamos (de)mostrar, es precisamente la concepción del Original la que
determina la propia práctica traductiva y la que motiva los consecuentes (y en
principio siempre negativos) enjuiciamientos: ¡traduttore-traditore! En
esta marcha, tomaremos como punto de partida el texto de Benjamin antes citado.
Es más, nos detendremos con cierta cautela en él, intentando recorrer algunos
de sus meandros, porque va a ser desde sus planteamiento primarios desde donde
intentaremos acercarnos a las lecturas que del Original han ensayado tanto
Gadamer como Derrida [2]. Veremos el porqué de esta decisión.
2
Un acercamiento no
necesariamente exhaustivo a este texto, permite advertir que se haya cruzado
tanto vertical y horizontalmente, como de forma oblicua, por aquellos problemas
que han paralizado e impulsado el acto de la traducción en su mismo proceder
histórico. Sin embargo, lejos de estar dispuestos coherentemente en forma de
constelación, un acto de re-lectura permite columbrar (con la consiguiente
seguridad que ello conlleva) la existencia de un hilo argumental que ejerce de
espina dorsal sobre el que se encuentran dispuestos, en forma de retales
tendidos, cuestiones diversas de un orden trascendental menor. Sobre ese hilo
se puede vagamente discernir la secuencia: original/traducción,
parentesco/semejanza, lengua pura/lenguas, etc. De modo que, como puede
preverse, la tentativa que desplegaremos, basada fundamentalmente en un “tener
que habérselas” nada metódico con el texto, ciñe su ámbito de trabajo a la
línea de investigación presentada (esto es: el Original), dejando para otra
ocasión el resto de las piezas, pero no rechazando su participación si la
argumentación las juzga necesarias para su esclarecimiento.
Antes de
abordar frontalmente el problema del “original”, en y para su presentación,
creemos que puede ser útil el hecho de que bordeemos sus cercanías con paso
sigiloso e introductorio. Para empezar, cabe señalar que la mera mención de un
posible original (con lo que de atribución propia acarrea) presupone la idea de
una copia y, en el caso que nos ocupa, de una traducción. Por tanto, no es
baladí afirmar el hecho de que original y traducción, por el mismo hecho de ser
mentados, mantienen cierta co-implicación de índole ontológica. Pero es más,
puesto que estamos hablando de traducción y no meramente de copia, la relación
entre ambos se lleva a cabo en cuerpos lingüísticos de distinta orden, a saber:
en dos lenguas distintas. Dada esta introducción fenomenológica, se torna
ineludible acudir al texto para seguir (con) las palabras del propio Benjamin.
Puede, incluso, que esta marcha no quiera sino replantear la descripción
anteriormente apuntada. Recurramos a Benjamin; éste comienza enunciando la
necesidad de «partir de un supuesto» [3] que, rompiendo con la teoría
tradicional de la traducción, modifique la relación entre el original y la
traducción. Es decir, la disposición que, sustentada en la mímesis, se preocupa
por la semejanza (Ähnlichkeit) entre
ambos. El “supuesto” en cuestión, declara no sólo «la imposibilidad de
establecer una teoría de la copia», sino la inexistencia de la «semejanza con
el original» y la imposibilidad de cualquier «objetividad». Para fundamentar
este cambio ontológico (con fuertes y decisivas implicaciones en lo que a la
práctica de la traducción se refiere), Benjamin apela a la «supervivencia» del
original, ya que, según él, en esta evolución «el original se modifica». Esta
modificación del original, lejos de estar fuertemente ejemplificada y
defendida, queda, para desilusión del lector, reducida a la escueta descripción
de dos impresiones: por un lado, «a un proceso de maduración (de) las formas de
expresión» y, por otro, a «las transformaciones constantes del sentido». La
responsabilidad de estos cambios, según Benjamin, obedecería a las «propias
tendencias inmanentes». Esta explicación que, como es de esperar, deja al
lector sumido en las profundidades más insidiosas de la incertidumbre,
intentará ser precisada y puntualizada más adelante. Así que rogamos paciencia
al lector, al permitirse la estrategia (y en cierto modo la osadía) de aplazar
el esclarecimiento de este escollo.
Inmediatamente
después de haber afirmado y ejemplificado, aunque escasamente como hemos
comprobado, el discurrir del original, Benjamin señala veladamente, antes de
pasar a otra cuestión, algo que para nuestra argumentación tiene una relevancia
trascendental: «también evoluciona la lengua materna del traductor». Y ello a
pesar de que, como Benjamin incide, «mientras la palabra del escritor pervive
en el idioma de este, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra
vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta
evolución». Ante todo, lo que debemos preservar de esta observación es que la
evolución indicada, no sólo se lleva a cabo en el original, sino también en las
lenguas traducidas. Benjamin es claro en este aspecto: «la traducción se
alumbra en la eterna supervivencia de las obras y en el infinito renacer de las
lenguas». Por tanto, puede desprenderse de ello que la evolución, en alguna u
otra medida, se lleva a cabo en el nivel más esencial de la lengua, ya sea a
través de un original o de una traducción. De ahí que Benjamin muestre su
voluntad de «perseguir lo esencial de estos cambios, así como de las
transformaciones constantes del sentido (...) en la misma vida del lenguaje y
sus obras». Esta singularidad es de suma importancia pues le va a permitir a
Benjamin ligar esta evolución lingüística a la tarea esencial de la traducción:
hacer patente «el parentesco (Verwandtschaft)
de los idiomas». Ahora bien, ¿a que está queriendo referirse con este
“parentesco” injertado entre las distintas lenguas? Pues bien, se está
aludiendo, y aquí Benjamin vuelve a tornarse opaco, al «parentesco
suprahistórico de dos idiomas», es decir, al «hecho de que ninguno de ellos por
separado, sin la totalidad de ambos, pueda satisfacer recíprocamente sus
intenciones, es decir, el propósito de llegar a la lengua pura». Es interesante
observar el desplazamiento que acaba de emprender con respecto a la teoría de
la traducción convencional: ya no se aspira a la “semejanza”, sino a la
representación del “parentesco” - ¡ojo! - en su búsqueda por la “lengua pura”.
La omisión de la consideración de la “semejanza” en lo que se refiere a la
tarea de la traducción, para Benjamin, no tiene otro sentido que el rechazo a
que la traducción sea relegada a la transmisión de una “comunicación”, al mero
estatuto de un “intermediario”. Así, pues, más que comunicar, lo que hace la
traducción es «poner de relieve la íntima relación que guardan los idiomas
entre sí». Y “poner de relieve” se muestra aquí en el sentido no de «revelar,
ni crear», sino de «representar» [4].
Hasta
aquí el lector hábil lo único que habrá podido emprender es el seguimiento y
acompañamiento de los hitos marcados por Benjamin sin encontrar aún sentido al
camino, pues... ¿a qué parece querer referirse ahora con la aparición de un
nuevo elemento (la “lengua pura”) en la ya complicada de por sí “tarea”? La
respuesta es tan vaga como fértil: «Tomadas aisladamente, las lenguas son
incompletas y sus significados nunca aparecen en ellas en una independencia
relativa (...) sino que se encuentran más bien en una continua transformación a
la espera de aflorar como la lengua pura de la armonía de todos esos modos de
significar. Hasta ese momento ello permanece oculto en las lenguas». Entonces,
¿qué es eso que permanece oculto? Según parece, podemos decir que es la
incompletud y la recíproca necesidad de las lenguas entre sí, es decir, y en
palabras de Benjamin, la “lengua pura”. No obstante, ¿cómo se relaciona este
rasgo con nuestra problemática del Original y la traducción? ¿A qué razón
obedece la adición de este nuevo elemento? Pues bien, la peculiaridad de esta
dependencia reside en el hecho de que esa incompletud y esa nueva “lengua pura”
sólo pueden hacerse patentes y representables por medio de la traducción (del
Original). Veámos cómo y por qué.
3
Una de
las tesis fuertes sostenidas por Benjamin, tesis que a su vez comprometía todo
el acto de la traducción desde un nuevo “supuesto”, recordemos, se centraba en
la peculiar ontología del original basada en la modificación de éste en base a
su historia y a su pervivencia. Así pues, y tras la marcha recorrida: ¿a qué
puede deberse este devenir del Original? ¿a qué responde su especial “tendencia
inmanente”? Para expandir más luz sobre este asunto, se torna necesario hacer
retornar no sólo los textos del propio Benjamin, sino también los de Gadamer y
Derrida. En este sentido, Gadamer puede aportar a este debate un caudal de
consideraciones que nos pueden ser de gran utilidad. La modelación de una
“historial efectual” (Wirkungsgeschichte) que se “aplica” en cada
ocasión a un particular horizonte de comprensión, por un lado, y la propuesta
de que el Original [5], debido a su plenitud ontológica y verdadera, se da bajo
el modo de la “presentación” (Darstellung) siempre susceptible de ser
repetida en diferentes contextos históricos, por otro, dan lugar a una
dialéctica entre la finitud de la comprensión histórica y la infinitud de la
plenitud originaria (es decir, a una fusión de horizontes que nunca termina
consumar el proceso de una comprensión total), que permite la posibilidad de
dar cuenta del mencionado discurrir del Original. Asimismo, recogiendo la
herencia de la estela estructuralista, si bien para volverla excéntrica,
Derrida formuló, aunque desde otro pretexto y con otras pretensiones, esta
misma posibilidad. Y es que, como ya indicara, el lenguaje no es que sólo sea
constitutivamente repetible e iterable, sino que lejos de ser considerado
memoria de un presente-pasado, éste es de suyo, es decir de derecho y no
meramente de hecho, de naturaleza testamentaria [6], esto es, cuerpo textual y
gráfico iterable en infinitos contextos y, por tanto, dejado y abierto a un
otro por-venir sin efectividad jamás presente. Pues bien, va a ser esta
capacidad inmanente (y, en Derrida, además horizontal) de estas dos
perspectivas presentadas, lo que va a permitir al original sobrevivir al
contexto actual de su lectura y abrir una plétora indeterminada de lecturas y
traducciones no previsibles ni enumerables de antemano. Con la salvedad
insalvable, bien es cierto, de que esa superación del contexto de emisión no se
va a realizar en ambos autores por igual. Donde Derrida veía una ruptura
radical, Gadamer veía una ruptura por extensión y ensanchamiento, y por tanto
deudora de ciertos prejuicios historicistas que Derrida, debido quizá a la
influencia estructuralista, nunca atendió. Ahora bien, y aquí comienza una
alternativa añadida, ¿no puede interpretarse ese discurrir del Original desde
un punto de vista semiótico mucho más íntimo? Esto es, pues, lo que creemos.
Derrida y su gramatología permitieron, además, comprender la vida
diseminada del signo [7]. De esta manera, se entendió la estructura del
infinito remitir de un significante a otro en la búsqueda por el significado
(¿traducción?) y, por ende, el perpetuo e imparable diferir del sentido. Esta
remisión sin descanso y esa apropiación fallida entre las múltiples huellas,
eso que Derrida denominó “diseminación“ [8], es lo que de alguna manera
cuestionaba la presencia y la idealidad de cualquier proyecto logocéntrico. En
consecuencia, es esta incompletud del signo, la que puede posibilitar la
pervivencia y el devenir del original y de la literatura en la medida en que va
a cerrar cualquier posibilidad de agotamiento o saturabilidad semántica,
permitiendo de ese modo «su expansión póstuma más vasta y siempre renovada». Es
por tanto esta incompletud constitutiva de ambas órdenes lo que va a determinar
que la repetición no sea entendida como re-producción, sino como iterabilidad
productora de diferencias.
Si conectamos estas
consideraciones lingüístico-textuales con el Original, es necesario recurrir a
la noción de lengua pura, y consecuentemente a la relación que ésta mantiene
con las lenguas particulares, para una mayor comprensión. Iremos, pues,
desentrañando estás íntimas conexiones.
4
La relación entre la lengua pura y las lenguas no es
sino el modo de mostrar la vida del signo en la tarea lectora y la traductiva.
Este cambio de planos, no es más que el que se da, sirviéndonos de la
clasificación jakobsiana, entre la traducción “inter-lingual” [9] y la “intra-lingual”. Es decir, hemos mencionado
anteriormente cómo el signo funciona traduciéndose constantemente a sí mismo
dentro de una misma lengua, utilizando otros signos pertenecientes a ella
(parafraseándose). De lo que se trataría en este nuevo estadio es de ver cómo
es posible una traducción entre distintas lenguas, y qué relación podría ello
tener con la “lengua pura”. Es decir, de lo que se trataría es de dar cuenta de
la traducción ante lo que, comúnmente, se ha denominado el “fenómeno babel”.
Y este
último no es sino la manifestación empírica (e histórica) de la irreductible
incompletud de las lenguas y el signo lingüístico. Pero además, es este
supuesto de la lengua pura así planteado, el que permite advertir el
“parentesco” entre la vida del signo, la vida de las lenguas y la “lengua
pura”. Tomemos las palabras del propio Benjamin: «Todo el parentesco
suprahistórico de dos idiomas se funda más bien en el hecho de que ninguno de
ellos por separado, sin la totalidad de ambos, puede satisfacer recíprocamente
sus intenciones, es decir, el propósito de llegar a la lengua pura». De lo que
deducimos que la traducción, en base al “parentesco” entre las lenguas, tiene
un fin regulativo: el llegar a la lengua pura, a «un ámbito predestinado e
inaccesible donde se realiza la reconciliación y la perfección de las lenguas».
Ahora bien, como todo fin regulativo (y “mesiánico”), la “lengua pura” muestra,
gracias a la traducción que “guarda” y “simboliza”, la imposibilidad de esa
tarea. Este devenir que apunta a una dirección y a un sentido, se ve difuminado
cuando se atiende minimamente a la estela desplegada (¿fracaso?) por cada
lengua en particular. ¿Y qué es entonces esa “lengua” tan peculiar? ¿A qué
razón obedece? Lo que la “lengua pura” representa es determinante para toda la
marcha recorrida hasta ahora, pues, no sólo muestra que el deseo ingenuo
de las lenguas particulares (a través de la traducción) se identifica con el
deseo de aparecer reunidas como “lengua pura” (es decir, como lengua completa,
autosuficiente e individual [10]), sino que demuestra que las lenguas en
este propósito no les cabe otro destino (dada su incompletud fragmentaria
esencial) que el de fracasar. Ello se debe a la imposibilidad de completar y
reconciliar la multiplicidad de lenguas en una (o, trasladado al otro plano de
la discusión, a la ilusión –realista o idealista- de manejar una palabra plena
o un signo puro); pero hay más, esta incapacidad determina que éstas pierdan su
identidad y autonomía como tales. Por eso Benjamin recalcará la tesis de que
«la traducción no es sino un “procedimiento transitorio y provisional” para
interpretar lo que tiene de singular cada lengua», a saber, su carácter
“fragmentario” [11]. ¿No es esta la enseñanza de la traducción y la “tarea”?
5
Podemos
concluir, por tanto, que la traducción así concebida no tiene más tarea que la
de tratar de mostrar la imposibilidad de plantear una traducción basada en la
copia del original, dada la insaturable diseminación del sentido tanto del
signo como del contexto. En este sentido, es ahora cuando estamos preparados
para entender en toda su complejidad el rechazo de Benjamin por la
“objetividad” del original y la defensa de su “evolución” inmanente. Se
entiende entonces, dadas las premisas constitutivas del original, la
incapacidad para basar una teoría de la traducción en la “copia” y en la
“semejanza”. Sin embargo, el reconocimiento de esta incompletud del original (y
de las lenguas, como hemos visto) no se traduce en una apreciación similar en
lo que respecta a la traducción. Es más, la “tarea” de la traducción es tratar,
como ya habíamos señalado anteriormente, de “representar (y no “revelar” o
“crear”) esta condición del original. Pero aún más, ello sólo lo puede llevarse
a cabo fracasando en su proyecto [12], es decir, mediante una traducción
posible a sabiendas de la incompletud y de la parcialidad de la misma, dadas
las, en principio potenciales, características del original. De ahí que la
“tarea”, aunque es cierto que fracasa, tiene que hacerlo para poder poner de
manifiesto la incompletud no tanto de la traducción, como la del original [13].
Por eso también, y aquí Benjamin hace uso de su sutileza lingüística, corrige
el status del original: este no “sobrevive” (überleben) sin más (como un objeto, completo e idéntico asimismo),
sino que, más bien, “pervive” (fortleben)
[14]; es decir, vive entre la vida y la muerte, a saber, en la interrumpida
renovación de sí mismo, fruto de su intrínseca condición diseminada y “espectral”
y/o histórico-efectual. Ello motiva el hecho de que la traducción esté
condenada a “diluirse” y a “perecer” o, dicho de otro modo, a vivir una vida
mortal, limitada. ¿Limitada a qué? Pues limitada a la captación “tangencial”
del sentido, producto de una convención interpretativa (es decir, de un “eco”).
6
Aunque hemos tomado como texto
base el artículo de Benjamin, hemos podido intuir a raíz de las reflexiones
tanto de Gadamer como de Derrida, que todos ellos mantienen un mismo concepto
de Original (que no de traducción, como ya veremos). Esto se debe
fundamentalmente a la inversión (en el caso particular de Derrida tendríamos
que hablar además de desplazamiento) que el triunvirato en cuestión habría
llevado a cabo de las jerarquías clásicas. Es decir, no porque hay Original, es
posible la traducción, sino más bien, justo porque hay traducción (y recuérdese
la íntima vinculación que la traducción mostraba con las lenguas individuales)
es posible plantear la formulación del Original. De esta manera, se ha
cortocircuitado la relación que veía en el Original un punto de partida
absoluto y pleno y en el que toda traducción quedaba relegada a la aspiración
de una fidelidad lo menos infiel posible. Por un lado encontraban, tras
la experiencia de la diseminación del signo y de la historia efectual (y de
pluralidad de lenguas), una brecha o différance constitutiva que
espacio-temporizaba la supuesta identidad del Original [15]. Por otro,
se abría un espacio, el de la traducción, que consciente de esta falta, se
imponía como tarea el intento de remendar esta fractura originaria. De ahí que,
y es interesante observar este desvío, dirigiesen sus intereses no tanto al
original, sino al estatuto de la “lengua pura”. Este movimiento, es fruto de la
caída padecida por el Original, y no se explica sino como un desplazamiento
necesario para el acto y la práctica traductiva que, en caso contrario, habrían
quedado instaladas en la indigencia y la aleatoriedad más absolutas. Y es en
este segundo punto, donde nuestros diversos autores van a divergir en sus
propuestas. Pues mientras que todos ellos conciben la traducción como una
deuda, tanto Benjamin como Gadamer juzgarán este acto en términos económicos:
“completar” o “restituir” (si bien para ambos la deuda nunca será saldable), lo
que traerá consigo que una condena ética. Derrida, por el contrario, abordará
la traducción en términos aneconómicos e incalculables (es decir, de “donación”
sin contrapartida), con vistas al “crecimiento” del original tras la tarea
traductiva. Sin embargo, estas sutiles y trascendentales estrategias requerirán
otro espacio y otro tiempo para poder ser desarrolladas con la precisión que
ello requiere. Lo que pretendíamos por el momento era mostrar esa falla, y esa
condena ética que con la que el traductor partía y terminaba en su
menospreciada labor, desde un prejuicio hasta Benjamin incuestionado: la
plenitud y la identidad del Original.
Y es que en la investigación y
seguimiento del Original hemos advertido que lo que la traducción nos mostraba
no era la posibilidad de un encuentro estable, completo y seguro, sino la
situación constitutiva e insuperable de una traducción que no puede sino
señalar esa falta y ese resto que estructuran el propio Original. Por eso
también, la traducción sólo puede mostrar la profanación de esa condición
primaria y desatendida. ¿Y no es la traducción en su peculiar relación de
Ori(gi)nal - es decir, en tanto que recipiente donde recoger y acoger los
restos - el lugar adecuado donde verter, invertir y advertir la mencionada
condición? Ahora sí, ahora podemos decir aquello que decía Derrida de la
traducción, a saber, esa tarea imposible pero necesaria que...
Para
Javier Ortiz García
Bibliografía:
[1] Paul de Man, -“Conclusiones: La tarea del traductor de Walter
Benjamin“, La resistencia a la teoría,
Visor, 1990.
[2] La elección de este texto y
esta estrategia argumentativa no es fortuita, se debe no sólo a que Benjamin es
el primero que ha problematizado de un modo radical el estatuto del original en
la traducción, sino también, al uso fundamental que ambos autores han llevado a
cabo de este texto (y de la obra de Benjamin en general) para apoyar y
desplegar sus consideraciones propias.
[3] W. Benjamin, -“La tarea del
traductor“, reunido en Miguel Ángel Vega, Textos
clásicos de la traducción, Cátedra, 1994. La traducción, a cargo de H. P.
Murena, será modificada cuando se crea necesario. Debido a la breve dimensión
del texto no se citará el número de página. De aquí en adelante, solo se
explicitará el origen de las citas distintas al texto de Benjamin.
[4] Este “representar“ debe ser entendido además, según creemos, como
una «esencia que se comunica en el lenguaje, y no a través del
lenguaje», Benjamin, Ensayos escogidos, Sur, Buenos Aires, 1976, p. 90.
[5] Gadamer nunca habla del
original de la traducción, pero sí del carácter de la obra de arte, que para el
caso que estamos tratando, es extrapolable. Veáse, Verdad y Métod I y
II, Sígueme, Salamanca, 1977.
[6] Véase, J. Derrida, -“Firma,
acontecimiento, contexto“, Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra,
2003, pp. 349-372 (365-93)
[7] Así, dice Benjamin: «Es
preciso fundamentar el concepto de traducción en el estrato más profundo de la
teoría del lenguaje, pues tiene demasiado alcance, y es demasiado poderoso,
como para ser despachado a posteriori de uno u otro modo, tal y como se ha
pretendido hasta ahora», op. cit., 1976, p. 97.
[8] Véase, J. Derrida, La dissémination, Paris, Seuil, 1972.
[9] Véase, R. Jakobson, “En torno
a los aspectos lingüísticos de la traducción“, Ensayos de lingüística general, Seix Barral, 1975, pp. 69 y ss.
[10] A. Gómez Ramos ha enunciado
una definición bastante fiel de lo que podría ser la idea de “lengua pura“ que
aquí se está manejando: «una lengua capaz de asegurar en sí misma, por su
propia inequivocidad, todas las evocaciones y todos los reflejos que pudieran
surgir al pronunciarla», Entre las líneas. Gadamer y la pertinencia del
traducir, Visor, 2000. La problemática de este “tertium comparationis“ (en
palabras de Eco), tanto respecto a su verifiabilidad como a su posibilidad, ha
sido tratada en varios autores, véase: Steiner, op. cit., pp. 414 y ss;
U. Eco, La búsqueda de la lengua perfecta, Grijalbo Mondadori, 1994, pp.
288 y ss; P. Ricoeur, Sobre la traducción, Paidós, 2005, pp. 59 y ss.
[11] Carol Jacobs ha recordado la
vinculación de este rasgo con el resto de la obra de Benjamin: «In the literal
translation above, tha passage leaves things incomplete. With the joining
together of translation and original, language remains a broken part (Bruchstück).
Such is the mode of Benjamin´s articulation despite its apparent reference to
organic growth, kinship, sameness, and fidelity. (And it is both the mode of
articulation of baroque allegory, with its insistence on the ruin [“Allegory
and Trauerspiel“, in Origin of German Tragic Drama], and also the vision
of the “angel of history“ [“On the concepto of History“, part IX]), -“The
Monstruosity of Translation: The task of Translator“, In the language of
Walter Benjamin, The Johns Hopkins University Press, 1999, pp. 84-5.
[12] Es lo que se descubre en la
“lectura sintomática“ (Venutti) de este texto. Por cierto, esta ceguera
visionaria de un re-actuar sobre lo que se ha demostrado que es imposible de
llevar a cabo, nos ha hecho recordar la noción demaniana “alegoría de la
ilegibilidad“, véase Alegorías de la lectura, Paul de Man, Lumen,
Bacelona, 1990. Jugando a dar vueltas de tuerca, podríamos también decir que,
en caso contrario, es decir, si la “tarea“ fuese realizable (permítaseme otra
vuelta más, diciendo que entonces habría que modificar asímismo la propia
denominación de la empresa traductiva como “tarea“), el traductor trabajaría,
no sólo para suprumir la diversidad lingüística, sino (¡y lo que es más pertienente!)
para borrar y hacer suprimir la traducción, la práctica traductiva y la figura
(y persona) del propio traductor. ¿Y no podríamos tildar el auto-canibalismo
purificador de este último giro como una 'ironía de la “alegoría de la
ilegibilidad“'?
[13] De Man, jugando con una
imagen de Benjamin, advierte: «No hay vasija al comienzo; la tradución es ya
fragmento de un fragmento», op. cit., p. 141. Derrida, en este sentido,
afirmará que: «Desde el origen del original a traducir hay caída y exilio»,
-“Torres de Babel“, Revista Er de
filosofía, V, 1987, p. 54.
[14] Es interesante ver, a
propósito de lo señalado, el juego que lleva a acabo Benjamin con la dicotomía reifen
(madurar, por ejemplo, un fruto en un árbol) y nachreifen (el madurar de
un fruto recogido, a modo de, por ejemplo, una “pasa“).
[15] En
palabras de Blanchot: esa «presencia de lo que hay de diferente, originalmente,
en el original», La amistad (cap. V, Traducir), Trotta, Madrid,
2007, p. 60.
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