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VALOR DE LA ESCENOGRAFÍA
EN UN AUTO DE MIRA DE AMESCUA:
LA MAYOR SOBERBIA HUMANA DE NABUCODONOSOR
Pedro Correa
(Universidad de Granada)
Resumen:
La escenografía adquiere en esta obra una relevante importancia. Texto, escena
y música contribuyen a crear el espectáculo. Supone un avance en la puesta en
escena de los autos sacramentales. Las acotaciones teatrales son frecuentes con
indicaciones precisas en el escenario.
Palabras
clave: ornato, escena, música.
Abstract: The scenography acquires a relevant
importance in this work. Text, scene and music contribute to create the sight.
It means an advance in the production of the 17th century allegorical religious
plays. The teatrical annotations are frequent, with precise instructions in the
stage.
Key Words: adornment, scene, music.
En el auto La
mayor soberbia humana de Nabucodonosor nos encontramos ante una etapa de
transición en la cual la obra dramática está a punto de transformarse en
espectáculo. Las acotaciones son constantes y exigen una puesta en escena, que
si bien por una parte permanece inmóvil, por otra presenta una constante
movilidad con la entrada y salida de personajes así como un cambio en el
decorado central que tiene que adecuarse a la representación textual. Lo que
más debe llamarnos la atención es la necesidad de crear contrastes barrocos que
asombrarían al espectador. En consecuencia el auto camina hacia la senda
definitiva trazada por Calderón.
Bien
es verdad que algunos de los elementos escenográficos vienen condicionados por
las extensas referencias que encontramos en el Libro de Daniel. La
narración y descripciones que en él encontramos referidas al reinado de
Nabucodonosor le han servido de pauta a Mira para el enriquecimiento de la
escena. La presencia de una estatua y la transformación sufrida por el soberano
son fruto de una lectura o de un recuerdo, los cuales él ha aderezado con otros
elementos suntuosos que sirven de halago a la vista. Esta sensación adquiere
especial relevancia en el auto y supone un acicate poderoso para los
espectadores. También un medio plástico que permite mantener la atención y
sirve de recordatorio una vez terminado el espectáculo.
Lo
importante es que en esta obra se funden tres elementos fundamentales, el
texto, la escena y la música. La fusión es perfecta puesto que el autor no
tiene más remedio que marcar, por una parte la magnificencia de una corte tal y
como la Biblia la muestra, por otra hacer ver al espectador que cuando
se transgrede una orden divina, se pierde todo y queda uno reducido a la nada.
De hombre a animal. Por eso era necesario echar mano de todos los resortes de
que dispone el arte teatral y en este sentido Mira es consecuente con ellos.
Hay
quizá una razón poderosa que pueda explicarnos la importancia de la
escenografía. El auto está inspirado en un libro bíblico que sigue con más o
menos fidelidad y podía confundirse con una comedia o drama de asunto bíblico
muy prodigadas en nuestro teatro clásico. Era preciso sacar a la gente de su
error y hacerle tener bien presente que estaba en presencia de un auto y que por eso las
alegorías sacramentales aparecen en escena desde el comienzo de la obra.
Solamente muy escasos textos y éstos al final podían servir de pauta para que
el espectador se diera cuenta que no estaba ante una representación dramática
cualquiera de temática bíblica, sino ante un auto sacramental, y sólo la
escenografía podía solventar sus dudas o su olvido.
Por
eso creemos que el espectador debió sentir admiración ante la riqueza
ornamental necesaria para llevar a buen puerto la obra. Ningún elemento está
ausente en su representación. Para comenzar encontramos la música como elemento
integrador y necesario para con ella conseguir que el insomnio del rey se
mitigue y consiga adormecerse, pues es indispensable el estado de semisueño
para que a través de él Nabucodonosor tenga una visión de su destino personal y
se decida a actuar:
Desvelado,
imaginando
si
mi reino ha de durar,
no
he podido reposar.
Proseguid,
estad cantando
hasta
que en el dulce y blando
absorto
de los sentidos
queden
mis ojos dormidos.
Además
el relato del Libro de Daniel supone un conjunto de escenas animadas,
muy teatrales, con constantes cambios y la presencia de variados personajes
cuya misión es en mayor o menor medida respetada por el dramaturgo. Hay, por lo
tanto, en la fuente originaria suficientes elementos para crear una obra
completa, versátil, con constantes cambios y movilidad en escena. El estatismo,
y por lo tanto su carácter litúrgico, tienen muy poco sentido en un auto dotado
de un texto variado y en sí mismo dotado de efectos sorprendentes.
Apenas
se levanta el telón, el espectador debe sentir con la presencia del rey lo
fastuoso de su majestad, de ahí la necesidad de la música, un atributo de su
grandeza y un cortejo de servidores:
Salen
los músicos tañendo y luego Nabucodonosor con gran aplauso, siéntese en la
silla que está en medio del teatro, salen criados con él.
El
primer decorado importante, tras la primera décima, es ya de por sí complejo,
pero muy representativo. En el centro del escenario y velada aparecerá una
estatua gigantesca, apenas entrevista, y que tendrá mucho que ver con el primer
sueño del rey y con un acontecimiento que se va a seguir poco después.
Encontramos también un árbol alegórico en el que habrá aves y a ser posible
animales al pie del mismo. Su presencia adelanta acontecimientos futuros. A
ambos lados hay un ciprés y una oliva que sirven de altares. A la sombra del
primero pacerá una oveja y en el segundo se pondrá un cáliz y una hostia.
Elementos indispensables para que el espectador sienta que está en presencia de
un auto. Además estos símbolos son precisos para cuando lleguemos al final de
la pieza y no sólo porque se trata de un auto eucarístico, sino que también son
necesarios para explicar el cambio radical que se produce en la vida del
soberano.
Una
extensa acotación da cumplida cuenta del aparato necesario para conseguir un
efecto de sorpresa en el espectador. Capte una alegoría, fruto del sueño, que
será interpretada en su momento oportuno. Solamente a través de este decorado
puede el espectador darse cuenta de que se enfrenta a un auto sacramental,
nunca a través de la palabra:
Adviértase
que en medio del teatro aparezca una estatua a modo de gigantón con la cabeza
dorada, el pecho y brazos plateados, subiendo en lo alto y corriendo una
cortina, y después se hundirá o cubrirá, y a un lado aparezca un árbol con aves
en él, y se es posible al pie dél, animales que están paciendo. En el otro lado
se correrán dos cortinas, y se descubrirán dos altares, el uno al pie de un
ciprés, y el otro al pie de una oliva, en el uno un cordero con una mano
levantada y banderilla como se pinta en san Juan, y en la oliva se ha de
aparecer un cáliz y una hostia, y en el ciprés una nube, y al pie del altar un
despeñadero que baje hasta el tablado por donde ruede una persona, y abajo, de
medio a medio, haya una silla para Nabucodonosor.
Estamos en presencia de un escenario dividido en
tres partes. La estatua y la silla de Nabucodonosor, situados en el centro,
pero en distinto plano, permiten que a un lado del escenario haya un árbol con
aves y animales y al otro dos altares, en cada uno un árbol alegórico cargado
de símbolos reconocibles. Encontramos un gusto por lo cromático en el ornato de
la estatua y con toda seguridad en los árboles, ciprés y olivo con sus
correspondientes alegorías. Son los músicos quienes nos desvelan que todo
cuanto presenciamos en la escena forma parte del sueño que acongoja al rey:
En
sueño está sepultado
el
gran rey de los asirios,
y
entre azucenas y lirios
segundo
Júpiter fuera
si
en el mundo y cielo hubiera
dos
orbes y dos empíreos.
Otro
momento significativo es cuando la estatua se va levantando a raíz del texto
puesto en boca de Nabucodonosor y éste, semi dormido, presenta oralmente al
espectador el sueño pavoroso que ha tenido. Son los músicos los encargados de
presentarlo al espectador:
Sueño,
imagen de la muerte,
para
quien ha menesterte
eres
imagen hermosa.
Naturalmente la interpretación del sueño va a
contar con varias escenas en las que juega un papel destacado el profeta
Daniel, el cual hará su aparición vestido de hebreo y llegará a su apoteosis
personal una vez revelado el verdadero sentido del sueño. Para ello emplea un
monólogo en el que Daniel describe la estatua y el sentido último de la misma:
La
piedra que derribaba
la
estatua y el aire claro
hecha
un Olimpo subió,
será
el reino sacrosanto
del
Mesías, que será
por
siglos de siglos largos.
Mientras
varios personajes izan a Daniel, aparecen músicos cantando, está presente
Nabucodonosor y también el Rey de Judea, vestido de esclavo, pero con sus
atributos reales, cadena y corona. Se quiere lograr un contraste muy acusado
entre la majestad del rey triunfante y la carencia de ella en el rey vencido.
Dice así el aparte escenográfico:
Llévanle
en hombros los músicos delante cantando, y detrás Nabucodonosor. Vanse. Sale el
rey de Judea de esclavo con una cadena y corona de oro en la cabeza y Azarías
niño.
En
verdad, con estos decorados, los elementos que las integran, la actitud de los
personajes en escena, el atuendo que los caracterizan, se están siguiendo las
indicaciones bíblicas del Libro de Daniel. Como en él, la estatua juega
un papel muy importante: el rey sueña con una que se desmorona y poco después
va a edificar otra como representación de su dignidad real. El gigante que
aparece velado es entrevisto por los espectadores y sabe que va a jugar un
papel decisivo en la trama que le están narrando. El árbol en el que se
encuentran aves y animales ha desaparecido de escena para aparecer poco
después.
Uno
de los momentos centrales del auto es aquél en el cual ha de presentarse a los
espectadores el poder y la mejestad del rey. No sólo es necesario que éste
aparezca derribando al rey de Israel y poniéndole un pie encima, sino que el
decorado ha de ser enriquecido para que el juego ilusorio se haga palpable.
Mientras la escena anterior ocurre, la música interviene y se descubre la
estatua velada ante la que todos se arrodillan,
Tocan
chirimías, descúbrese la estatua y pónense de rodillas los asirios que hubiere.
Completa el escenario un árbol muy parecido al
inicial con aves entre las ramas y animales al pie del mismo.
Durante
una serie de escenas el decorado no se cambia. Solamente encontramos un
constante salir y entrar personajes, se citan a otros que no hacen su aparición
en público, sino que son mencionados en los diálogos que mantienen los
cortesanos con el monarca. El carácter y las exigencias de éste producen cierta
tensión dramática perceptible a través del contenido y posiblemente del tono de
voz. Estamos a un paso de que se produzca un cambio radical en el
desenvolvimiento del auto y por supuesto en la puesta en escena.
Dejando
a un lado el sueño premonitorio que no ha sido nada más que eso, un sueño que
ha alterado al rey, hasta ahora la decoración ha tratado de exaltar la
condición y la majestad de Nabucodonosor. Todo se ha desarrollado en el mismo
lugar, suponemos que en un palacio y en la misma estancia, presidida por tres
árboles que confieren a la escena una dignidad a través de su valor alegórico.
Los situados a ambos extremos tienen relación con la naturaleza del texto: el
tercero es alegoría de un jardín y en última instancia de Babilonia. Vuelve a
aparecer en escena a mediados de la obra.
La
segunda mitad del auto está presidida por una transformación sufrida por el rey
a causa de su soberbia y sobre todo por no haber aprendido la lección dada por
Daniel. El espectador de la época tuvo que sufrir un verdadero impacto al ver
el cambio que se había operado en la persona del rey. Primero es anunciado por
el propio monarca al extrañarse de la metamorfosis sufrida. De hombre a animal
monstruoso. Por contraste, los dos jóvenes babilonios que habían sido arrojados
al horno se muestran con guirnaldas de flores, en plena recuperación de su
dignidad perdida.
De
nuevo encontramos a Nabucodonosor durmiendo y soñando. Daniel parece que está
presente en el sueño del rey y sus palabras ceden ante el súbito despertar del
monarca que se encuentra despavorido y en largo monólogo relata a los
espectadores el contenido de su sueño, que no es ni más ni menos que un
adelanto de la transformación que va a sufrir. Sólo en una ocasión los
espectadores pueden ver al rey metamorfoseado, cuando Faisán, criado y
gracioso, lo saca al campo a pacer. Come hierba, gime y mira al cielo, como si
quisiera pedir perdón por sus faltas. Indudablemente esta escena, si la
comparamos con la majestad y boato con los que ha sido presentado en otras, era
de acusada antítesis ante la vista:
Saca
Faisán a Nabucodonosor de medio cuerpo adelante como águila con brazos de
plumas y con escamas en los pechos y de medio otras de león en cuatro pieles y
con una cadena o cordón con que le lleva atado a pacer, y él muy humilde.
Estamos en presencia de un cambio barroco en el
paso de la felicidad a la infelicidad, de la belleza a la monstruosidad. En
este caso concreto lo visual domina sobre lo textual que queda relegado a un
segundo plano.
También
contribuye a destacar los contrastes visuales, el hecho siguiente: mientras el
rey de Babilonia sufre un cambio radical en su figura, aparecen en escena el
rey de Judá; sus acompañantes, Ananías y Azarías, portan una guirnalda
confeccionada con flores diferentes. Es indudable que a Mira le ha interesado
el cromatismo para dar vivacidad al diálogo, y sorprendente nos parece el
efecto logrado al quitarle al rey de la cabeza la corona y ponerle en su lugar
la floreada guirnalda.
Una
vez que se ha cumplido la misión de darle a Nabucodonosor un lección de
humildad, curado ya de su soberbia y de su avaricia, reaparece en escena con
todos los atributos de la realeza:
Sale
Nabucodonosor en su forma y vestido como empezó el auto, y al cuello cadena de
oro, y tras él un Criado.
Es como si volviéramos a los inicios de la obra y
nada hubiera ocurrido. Tras la reparación de sus faltas, llegamos al final. En
indudable que hasta ahora no ha aparecido ningún elemento textual que haga
referencia a la naturaleza específica del auto. Mira lo deja para el final, a
modo de apoteosis escénica típicamente barroca.
En el escenario aparece un ciprés que se abre
para mostrar la señal inequívoca de la muerte. Su explicación la encontramos en
estos versos:
su
misma muerte mostró,
que
quien idolatra bestia
es
digno de tal error.
Aparece también un sacerdote falso despeñado para
así indicar la supremacía de los hebreos sobre los otros pueblos politeístas:
Despeñado
el sacerdote
falso,
que sacrificó,
da
a entender con cuanto enojo
castiga
superstición.
Y finalmente los indispensables dos altares
constituidos por el ciprés con el cordero, alegoría de la gentilidad, y la
oliva con la cáliz y la hostia. La presencia de la música cierra el auto con
dignidad.
Hay
una estrecha relación entre esta historia y la de la Iglesia como continuadora
de los aconteceres narrados en el Antiguo Testamento. No sólo a través
de las palabras el profeta Daniel hace alusión a ella, sino que la escenografía
contribuye a su mantenimiento, porque los dos árboles alegóricos, uno
representación de la muerte y otro de la Eucaristía, son encarnación plástica
de lo porvenir. No olvidemos que la obra se abre con la presencia de músicos
cantores y se cierra de la misma manera, creando así un sentido de unidad.
Al
comienzo de la obra encontramos a Nabucodonosor en el cénit de su poderío y
esplendor. El autor quiere recoger el modelo presentado en la Biblia de
un rey poderoso, en el cénit de su gloria, conquistador, que redujo a los hebreos
y los trasladó a Babilonia, para después conseguir un efecto de contraste muy
llamativo y aleccionador. Por eso ha de encontrarse sentado en el centro del
escenario y aplaudido por quienes le rodean, músicos y criados. Aparte del
valor que los coros musicales comunican a un texto dramático, también podemos
pensar que la presencia de la música tiene un carácter enaltecedor, contribuye
a crear un ámbito selecto. Y lo mismo podemos decir de los criados, que si bien
en la obra están limitados, aquí parece que quiere decirnos el dramaturgo que
constituyen un elemento de la corte, comunican boato y prestancia a la figura
del monarca.
Tras una breve intervención del rey y de los
cantores se enriquece el escenario con una serie de alegorías. Un extensa
acotación da noticias de todo cuanto ha de verse en escena. En el centro del
teatro una estatua gigantesca con cabeza dorada, pecho y brazos plateados,
primero es elevada y después hundida sin que desaparezca del todo por el papel
tan importante que adquiere en el texto. Simplemente se cubre con una cortina
para descorrerla en el momento oportuno. La estatua tiene que guardar
proporción con las palabras del propio monarca:
¿Qué
significas, visión,
monstruo
o gigante cruel,
eres
segundo Babel?
¿Eres
nueva confusión?
......................
Pienso
que toca en los cielos
su
prodigiosa cabeza
En
realidad son dos las estatuas. La primera es soñada, responde a una visión
terrible, amenazadora que tuvo el rey. Nuestro autor no inventa nada; encuentra
en su fuente la necesidad de que aparezca en escena:
El
año doce del reinado de Nabucodonosor tuvo éste un sueño y turbóse en su
espíritu, sin que pudiera dormir;
Así como también el Libro de Daniel le
presta el contenido de las escenas siguientes. La llamada a los sabios y magos,
las reticencias del monarca y la recurrencia a Daniel. La segunda estatua
también encuentra acomodo en la misma fuente:
Hizo
el rey Nabucodonosor una estatua de oro, alta de sesenta codos y seis codos de
ancha.
Así como la acotación que encontramos a propósito
de la adoración a la efigie simbólica del monarca:
adorad,
postrados, la estatua de oro que ha alzado el rey Nabucodonosor. Todo aquel que
no adore, será echado en un horno encendido.
Los
altares estarán al pie del ciprés y de la oliva. En el ciprés habrá una nube y
a su pie un despeñadero por el que rueda una persona. Ambos altares estarán por
encima del nivel del escenario. Nabucodonosor sigue sentado en su silla. Todo
el sentido de la obra está compendiado en este brillante y barroco decorado. El
rey continúa hablando y mientras se oye la música y a los cantores, la estatua
se va levantando para que el soberano haga alusión a ella. Toda esta
parafernalia sirve de ambientación al sueño pavoroso que el rey ha tenido y que
nadie ha sido capaz de interpretar. Hasta ahora, prácticamente, el único
personaje ha sido Nabucodonosor, quien habla consigo mismo desvelando a los
espectadores el sueño que le ha causado tanta desazón.
También
encontramos en el texto bíblico la presencia del árbol y los animales que se
resguardan a su sombra. Es un sueño premonitorio de acontecimientos negativos
para el monarca. Mira de Amescua está siguiendo con bastante fidelidad la
historia del rey tal y como la leemos en la Biblia, y la misma historia
le presta un determinado tipo de escenografía por su carácter alegórico:
Miraba
yo, y vi en medio de la tierra un árbol alto sobremanera. El árbol había
crecido y se había hecho muy fuerte, y su cima tocaba en los cielos, y se le
veía desde los confines de toda la tierra. Era de hermosa copa y de abundantes
frutos, y había en él mantenimiento para todos, Las bestias del campo se
resguardaban a su sombra, y en sus ramas anidaban las aves del cielo y todos
los vivientes se alimentaban de él.
Durante
doscientos versos el decorado permanece inamovible y el tablado se agita por la
entrada y salida de numerosos personajes. Participan dos criados, dos sabios
caldeos, el gracioso Faisán y finalmente Daniel, vestido de esclavo hebreo,
quien cierra en largo parlamento esta primera parte de la obra. Tras la
intervención del profeta, dando con la clave del sentido del sueño, el
espectador ve en el escenario una comitiva en la que participan Daniel que es
llevado a hombros, los músicos, detrás el rey, y por una parte del escenario
accede al mismo el rey de Judea con su cadena y corona, aunque vestido de
esclavo.
Terminado
este desfile, encontramos conversando en escena al rey y a su criado Faisán.
Este diálogo se desarrolla a lo largo de doscientos versos y es muy
interesante, porque es el momento en que el monarca se endiosa, siendo preciso
que la estatua sea descubierta y todos se arrodillen ante ella.
Durante
ciento cincuenta versos la estatua domina el escenario que es un constante
entrar y salir personajes a escena. La propia música contribuye a la valoración
y papel desempeñado por ella:
Adoren
todos, adoren
el
gran Dios de los asirios,
y
corónese su frente
de
eternidad y de siglos.
Adoren
todos, adoren
al
monarca más temido,
cuyo
pie besa el Eufrates,
cuya
fama escucha el Nilo.
De nuevo Nabucodonosor se duerme para que una vez
más intervenga Daniel interpretando su sueño. Aparece el árbol que estaba al
principio con sus aves en las ramas y animales al pie del mismo. Delante de
este árbol alegórico está el rey dormido y cuando se despierta despavorido se
encuentra transformado en un monstruo:
fue
arrojado de en medio de los hombres y comió hierba como los bueyes, y su cuerpo
se empapó del rocío del cielo, hasta que llegaron a crecerle los cabellos como
plumas de águila, y las uñas como las de las aves de rapiña.
Tras un breve paréntesis en el que
intervienen personajes hebreos bíblicos ligados a la figura de Daniel, vuelve a
aparecer el soberano totalmente metamorfoseado.
La
acotación nos dice que Faisán presenta al monarca de medio cuerpo; parece un
águila, sus brazos son de plumas, escamas en los pechos, pieles que le asemejan
a un león y atado con una cadeneta para comer en el campo. Caracterización muy
parecida a la que encontramos en el texto originario. Durante doscientos versos
actúa con su nuevo atuendo hasta que arrepentido vuelve a recobrar su figura
primigenia. Solamente al final del texto se nos desvela el sentido del ciprés.
El propio Daniel nos dice:
Allí
se ven dos altares
en
un monte superior,
uno
en el pie de un ciprés,
pirámide
que formó
naturaleza,
y el otro
al
de una oliva, blasón
de
la paz y de la vida.
En
el primero adoró
el
pueblo de Dios un tiempo
un
becerro,
por eso se abre el ciprés y aparece una figura de
la muerte. El personaje que está de rodillas ante él rueda por el despeñadero.
Mientras que la oliva es símbolo de la vida. Ésta se abre y aparece un cáliz y
una hostia. Son dos árboles antitéticos, uno el de la muerte y otro el de la
vida. Para un espectador de la época no suponía ningún esfuerzo darse cuenta de
los valores alegóricos de ambos árboles, responden a una tradición bien
consolidada.
Los
músicos desvelan el sentido de los árboles y el significado, en parte, del
auto, mientras que todo el escenario se cubre con chirimías. Nada tiene de
extraño que el árbol simbolizador de la paz, ya desde la época de Noé, acoja un
cáliz y una hostia como elementos plásticos reveladores a los ojos del
espectador de la verdadera naturaleza de la obra.
El
texto procede de Navidad y Corpus Christi, festejados por los mejores
ingenios de España, En diez y seis autos a lo divino, diez y seis Loas, y dies
y seis Entremeses. Representados en esta Corte, y nunca hasta aora impressos.
Recogidos por Isidro de Robles, natural de Madrid. Dedicados al Señor
Licenciado Don García de Velasco, Vicario de la Coronada Villa de Madrid y su
Partido. Año 1644. Con Licencia. En Madrid, por Joseph Fernández de Buendía.
Se ha actualizado el texto siguiendo los criterios establecidos para la edición
de las obras de Mira de Amescua que se están realizando en la Universidad de
Granada bajo la dirección del Profesor A. de la Granja.
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