REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Adiós, Umbral

(www.elmundo.es/especiales/2007/08/cultura/umbral/columnas)

 

por Juan Antonio López Ribera

 

 

         El pasado 28 de agosto el mundo de las letras y el periodismo perdió a uno de sus más ilustres representantes. Francisco Umbral, con más de un centenar de libros publicados y un sinfín de artículos y columnas, fallecía a los 72 años en Boadilla del Monte (Madrid).

         Umbral, formado periodísticamente en El Norte de Castilla de la mano de Delibes, se perfiló durante toda su vida como un todoterreno literario. Su ingente obra literaria se compone de novelas, siempre con tintes autobiográficos (Memorias de un niño de derechas, 1972; Mortal y rosa, 1975, donde aborda la trágica muerte de su hijo; Las ninfas, premio Nadal 1975; Trilogía de Madrid, 1984, Leyenda del César Visionario, 1992; Las señoritas de Avignon, 1995; Un ser de lejanías, 2001, son algunas de las más destacadas), ensayos (Las palabras de la tribu, 1994; Diccionario de literatura, 1995; Cela: un cadáver exquisito, 2002; Amado siglo XX, 2007), crónicas (Y Tierno Galván subió a los cielos, 1990; El socialfelipismo: la democracia detenida, 1991), biografías (Larra, anatomía de un dando, 1965; Lorca, poeta maldito, 1968; Miguel Delibes, 1970; Lola Flores, sociología de la petenera, 1972), memorias (La noche que llegué al café Gijón, 1977; Días felices en Argüelles, 2005) y recopilaciones de sus artículos periodísticos (España cañí, 1975; Iba yo a comprar el pan, 1976; Crónicas postfranquistas, 1976; Mis placeres y mis días; 1994). Además, ha recibido un gran número de premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras en 1996 y el Cervantes en 2000.

         El público lo venía frecuentando en la contraportada del periódico El Mundo, donde escribía su columna diaria, “Los placeres y los días”, titulada así a modo de homenaje festivo a Hesíodo. En ella desplegaba, desde 1989, lo más mordaz y cáustico de su prosa, y servía como lugar de reunión de los más variados asuntos. Por sus columnas han desfilado recuerdos de juventud, semblanzas de escritores principalmente de su generación, actualidad política y social, y su querido mundo del famoseo y de la farándula, lo «cañí», que tan bien conocía y al cual otorgó estatuto literario en otros escritos suyos. Nadie ni nada estaba libre de su afilado verbo.

         Ahora, con motivo de su muerte, El Mundo nos da la oportunidad de volver a disfrutar de todas sus columnas desde 1994, año en que empezaron a estar disponibles también en versión digital. Esta recopilación, puesta al alcance del gran público, es el mejor reconocimiento que se le puede dar a la labor periodística del maestro Francisco Umbral.

 

Los placeres y los días

Las Lenguas

FRANCISCO UMBRAL

 

Juan Ramón Lodares publica en Taurus su ensayo El paraíso políglota, donde trata con visión saludable la aventura y el negocio de las lenguas peninsulares. Lodares ve el nacionalismo lingüístico ligado a un paisaje, a una tierruca o terriña, a una sentimentalidad familiar que, al volverse belicosa, llega al fascismo.

Al fascismo o, lo que es casi igual o peor, al cinismo de convertir la lengua de uso en lengua de cambio, que es lo que están haciendo los catalanes y los vascos. La mercancía cultural que empezaron exhibiendo como señal de identidad, ha pasado por tantas operaciones financieras, por tanta compraventa, se han cambiado palabras por otras cosas tan diversas -poder, votos, amistad, dinero, transferencias-, que ni los propios hablantes y hablistas de esta o la otra lengua peninsular se identifican ya con una guerra de ideas/palabras que en realidad controlan los políticos según su conveniencia personal, y a veces identificándose ellos mismos con toda una lengua y una literatura.

Pero el mal se extiende y a León lo quieren llamar Lleón, con lo que imagino a mis ancestros «lleoneses» mudando de espanto en su olvido/recuerdo, perdiendo hasta la memoria cementerial de quiénes fueron en vida. Estos conservadores de momias idiomáticas son más bien profanadores de tumbas.

Hemos pasado ya de la guerra de los idiomas a la guerra de los dialectos, y pronto estaremos en la movida de los casticismos. Lodares dice que algunas lenguas son albergue para analfabetos -también el castellano, en ciertos casos-, ya que muchos vascos y catalanes no conocen el idioma por el que luchan, y que han convertido apresuradamente en confalonero de reivindicaciones forales o crudamente peseteras. Sabino Arana tenía pensada su revolución nacionalista -una especie de carlismo sin aristocracia- para la Vasconia tradicional, agraria, rústica. Ya he escrito alguna vez que la aparición del industrialismo y el Gran Bilbao le dejaron en un pasmo, pues con eso no había contado. Y «eso» era Europa.

En cuanto al caso de Cataluña, el más tratado en el libro por su entidad, el autor nos recuerda que, en la postguerra, no pocos catalanes de prestigio intelectual o político participaron gustosos en la represión del catalán en Barcelona, explicitando por otra parte el favoritismo de la alta burguesía hacia el castellano, que era para ellos «la lengua de los negocios», y además la lengua ganadora. Era y es. En los años cuarenta se llegó al fanatismo inverso de castellanizar el latín, en un viaje de vuelta, hasta que el Papa correspondiente mandó decir la misa en castellano a los curas y a los niños misarios o monaguillos, como lo fui yo. Hasta el latín fue sospechoso entonces, pues la represión franquista no era sólo fanática, sino que detrás de cada lengua veía el Poder una conjura antiespañola.

Hoy, las lenguas periféricas no son ya signo ni secta ni estandarte: el lenguaje se ha quedado en mercancía, chalaneo, compraventa y riqueza averiada que los políticos pedáneos utilizan contra el centralismo de Castilla, que por otra parte tampoco existe. Y ahí están los quioscos de las Ramblas o Neguri, primavera impresa, eterna floración en castellano.

http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/2000/01/08/ultima/794075.html

Sábado, 8 de enero de 2000