REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


La reina sin espejo, Lorenzo Silva

(Barcelona, Círculo de Lectores, 2005)

 

 

         Allí, bajo el triángulo que encerraba las dos letras, podía leerse, igualmente con caracteres de molde: HIS, NOT MINE.

- Fíjate en esto –le dije a mi compañera–. Estas dos letras aparecen por todo el cuaderno. Y aquí junto a estas tres palabras en inglés.

- His… ¿No debería haber algo antes de la coma?

- No, si es un pronombre. Se traduciría: Suyo, no mío. De él.

- De él, ya, hasta ahí llego… ¿Deduces que R.K. es un hombre?

- No sabemos si con esas iniciales, si es que son iniciales, se refiere al poseedor o a lo poseído. El que posee sí es un hombre, porque el pronombre posesivo que escogió marca género masculino. Y lo que también parece que podemos afirmar, signifiquen lo que signifiquen esas dos letras, es que ocupaban los pensamientos de Neus con la intensidad suficiente como para escribirlas ocho veces. O sea, alguna.

- R.K. Pocos apellidos españoles empiezan por K.

- ¿Es un apellido extranjero? ¿Son las iniciales de dos palabras extranjeras que no tienen que ver con ningún nombre propio?

Chamorro sopesó en silencio mis dos interrogaciones. Agregué otra:

- ¿O es sólo una gilipollez con la que nos estamos entreteniendo como dos bobos aprendices de Miss Marple porque hasta el momento no hemos sido capaces de encontrar nada que realmente nos sirva?

- Suyo, no mío –dijo en voz alta, prescindiendo de mi reticencia–. Eso tiene pinta de querer decir algo que le importaba, estoy contigo. Lo que uno lamenta que no sea suyo sino de otro, hasta el punto de escribirlo una y otra vez con esa letra tan perfilada, no debe ser algo intrascendente. Tenga o no que ver con su muerte, ahí ya no me mojo.

- Okey, cabo. R.K., otro enigma para darle vueltas.

(pp. 67-68)

 

 

         Gracias a los reflejos de Chamorro, pues, llegamos de los primeros y conseguimos situarnos en una buena posición para asistir al acto final. Mientras la concurrencia se arremolinaba en el poco espacio que había entre los dos bloques de nichos, los operarios subieron el ataúd al hueco de la cuarta fila que le estaba reservado. Toda la operación se desarrolló en medio de un imponente silencio. Cuando estuvo concluida, se destacó entre los presentes una mujer de gesto concentrado. Me sonaba mucho, al principio no supe de qué, hasta que me di cuenta de que se disponía a cantar. La última vez que la había visto haciéndolo, en la televisión, también ella tenía diez años menos y la desfachatez de una juventud que ahora empezaba a darle esquinazo. Sacó de su cuerpo menudo una voz poderosa y entonó con sentimiento:

 

                            Quan plau a Déu que la fusta peresca,

                            en segur port romp àncores y ormeig,

                            e de poc mal a molt hom morir veig:

                            null hom és cert d’algun fet com fenesca.

                            L’home sabent no pus avantatge

                            sinó que el pec sol menys fets avenir…

 

         No recordaba de nada aquella canción. Tampoco me parecía del estilo de aquella cantante, y debo confesar que me desmoralizó lo poco que entendí al principio, por culpa de esas dos palabras, fusta y ormeig («nave» y «aparejo») que se salían de mi pobre y oxidado vocabulario. Por suerte, oí a un individuo que cuchicheaba con otro:

         - Ausiàs March, amb música del Raimon. Dit entre nosaltres, em sembla una elecció més que dubtosa per l’ocasió.

(pp. 129-130)

 

 

         - Cada lengua tiene su punto, si se le busca.

         - Pues se ve que yo no sé cómo buscárselo a ésta.

         - Como a cualquiera. Prueba con las canciones y la poesía.

         Juárez me observó más bien estupefacto.

         - ¿Estás de coña?

         - En absoluto –contesté–. A mí me sirvió de mucho, cuando vivía aquí. Empecé por los cantautores y de ahí pasé a los poetas. Los tienen interesantes. ¿No has leído nunca nada de Espriu, por ejemplo?

         - Tendrían que apuntarme con una pistola a la sien –declaró, con loable franqueza–. Leer yo poesía, y en catalán, nada menos.

         - Bueno, admito que no es la alegría de la huerta, pero hace pensar, que nunca sobra. Y suena bien. Mira, tiene unos versos que se me quedaron grabados, porque vienen muy a cuento, en las circunstancias que normalmente nos ocupan. A ver si los recuerdo… No deixis res / per caminar i mirar fins al ponent. / Car tot en un moment / et serà pres.

         - ¿Qué?

         - Vamos, hombre, no es tan difícil. No dejes nada / por caminar y mirar, hasta el poniente. / Porque todo en un momento / te lo quitarán.

         - Muy alentador. ¿Y te sabes muchos poemas de memoria?

         - Ése y un par más, sólo.

         - Tío, eres raro. Definitivamente.

(pp. 160-161)

 

 

         Antes de apagar la luz, releí la última anotación. No era muy larga. For it is now, my cute kitten, something between you and me, between two nobodies, outside the bright spaces where the red guy finally reigns. Traduje sin muchas ganas: «Ahora, mi lindo gatito, es algo entre tú y yo, entre dos nadies, fuera de los espacios brillantes donde por fin reina el tipo rojo». Entonces no entendí nada. Hasta tal punto estaba dormido. Pero alguien iba a relevarme, muy pronto, mi grueso despiste.

(pág. 194)

 

 

         Altavella leyó entonces, con una más que decente pronunciación:

         - «I look for butterflies that sleep among the wheat: I make them into mutton pies and sell them in the street. I sell them unto men who sail on stormy seas Esto –comentó– es una cita literal de la canción del Caballero Blanco. Capítulo octavo, si no recuerdo mal. Neus adoraba ese libro.

         - ¿Qué significa? preguntó Chamorro.

         - Ah, perdone, creí que entendían inglés.

         - Yo no tanto como mi compañero –confesó, sin tapujos.

         - Bueno, es uno de esos poemas sin mucho sentido aparente que le gustaban tanto a Lewis Carroll. «Busco mariposas que duermen entre el trigo. Con ellas hago pasteles y los vendo en la calle. Se los vendo a los hombres que salen a navegar por mares tempestuosos.» Eso dice, más o menos.

         - Mariposas que duermen entre el trigo –repitió mi compañera.

         - Y aquí –añadió Altavella, que leía ahora el penúltimo folio– hay otra cita, del mismo capítulo: «I don’t like belonging to another’s person dream, I’ve a great mind to go and wake the Red King, and see what happens». Ésta es más fácil, pero se la traduzco también: «No me gusta pertenecer al sueño de otro. Estoy por despertar al Rey Rojo, y ver qué pasa».

         - El Rey Rojo… Red King dijo Chamorro, mirándome.

         Asentí, en silencio. Me costaba encontrar las palabras para reconocer qué había tenido delante de las narices algo que habría debido identificar y que, sin embargo, me había pasado inadvertido. No sólo aquellas dos palabras, Red King, iniciales R.K., que Chamorro no había llegado a leer, porque la había interrumpido antes de llegar a esa parte, pero que yo sí había visto (deduje, avergonzado, que en algún momento en el que los ojos se me cerraban por el sueño). También me acordaba ahora de aquella última anotación, que no tenía excusa alguna para haber pasado por alto: «Donde finalmente reina el tipo rojo». Había cambiado rey por tipo, pero el verbo reinar habría debido alertarme. Y por si eso no bastara, estaba aquella otra palabra, kitten. No podía ser más evidente. El gatito de Alicia. El que acaricia cuando vuelve a la realidad.

(pp. 215-216)

 

 

         - A tus órdenes, mi sargento. Nos ocupamos.

         En ese instante volvió a conectar el que teníamos localizado. Seguía en el barrio del Raval, según la pantalla. Ahora llamaba él, y la interlocutora era una mujer. Esta vez hablaban ambos en catalán:

         - Escolta, que arrivo una mica tard.

         - Molt . Vols que li digui qualsevol cosa a la jefa?

         - Que he trobat moltíssim trànsit. Pero que m’emporto el material, tot complet, i puc montar-ho abans de les set.

         - Mès val, tu.

         - Fins ara.

         - Fins ara.

(pág. 247)

 

 

         Después, y como vi que Chamorro no se rendía, les eché un vistazo a los libros de poesía que había comprado de oferta. No quise, esa noche, leer a Estellés, así que me enfrenté al que me era desconocido, el de Joan Margarit. Y encontré estos versos, que acaso lo resumía todo:

 

                            Jo era un jove inexpert i tu una noia

                            desemparada i càlida.

                            L’ombra de l’última oportunitat

                            està ocultant la lluna.

                            Sóc un vell inexpert.

                            I tu una dona gran desemparada.

(pp. 273-274)

 

 

         De camino hacia Barcelona, recordé que llevaba en el coche el cedé de Raimon que me había regalado Altavella. Aunque temí que a ella no le gustara demasiado, me entraron ganas de escucharlo. Introduje el disco en la ranura y empezó a sonar una canción lenta y cargada de emoción. Pronto comprendí que se refería a una pareja y a su vida compartida. En el momento musical culminante, decía el cantautor:

 

                            Hem viscuit junts, ben junts

                            ara fa ja molts anys,

                            qui sap que ens portarà,

                            que ens portarà demà.

                            I volem viure junts

                            els temps nous que vindran,

                            i volem lluitar junts

                            per tot el que hem lluitat.

(pp. 290-291)

 

 

         Le llevé junto al ordenador. Le pedí a Gil, que era el que mejor lo controlaba, que fuera poniendo la conversación fragmento a fragmento, cortando después de cada intervención para que Radoveanu nos la fuera traduciendo y pudiéramos apuntar lo que nos dijera.

         - Alo? –iniciaba una voz masculina.

         - Dice que diga –tradujo Radoveanu.

         - Ştefan –entraba a continuación una apurada voz femenina, la de quien llamaba desde el teléfono intervenido.

         - Dice Stefan, un nombre propio.

         - Cine e?

         - Él dice quién es.

         - Sunt eu, Cǎtǎ.

         - Ella dice soy yo, Cata. Supongo que otro nombre, Cata, de Catalina.

         - De ce mǎ suni aici? Doar ţi-am spus cǎ

         - Él dice por qué llamas aquí, te dije que… Y se corta la frase.

         - Ştefane, au venit sǎ mǎ ia, a înebunit de tot, vorbeşte cu el, te rog, cu…

         - Ella dice Stefan vienen por mí, se ha vuelto loco, habla con él, por favor, con… Pero no llega a decir con quién quiere que él hable.

         - Îmi pare rǎu, n-am cum sǎ te ajut, trebuia sǎ te gândeşti înainte.

         - Él dice lo siento, yo no puedo ayudarte, haberlo pensado antes.

         - Ştefane, Ştefane

         - Ella dice Stefan, Stefan

(pág. 353)