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LA «VIRTÙ»
SEGÚN MAQUIAVELO: SIGNIFICADOS Y TRADUCCIONES
José Abad
(Universidad de
Granada)
RESUMEN: Durante el Medievo, el término virtus conoció un importante cambio de
significado, desde la idea inicial de “madurez” o “excelencia”, al de
“perfección” de orden moral. Maquiavelo haría un concepto clave de la idea de virtù, pero devolviéndole la polisemia
primera y, en consecuencia, prescindiendo de la dimensión moral. Las
traducciones al español que no tengan en cuenta dicha polisemia traicionarían
una idea fundamental en obras de relieve como El Príncipe.
ABSTRACT: During
the Middle Ages the term virtus experienced
an important change in meaning, from the initial idea of “maturity” or
“excellence”, to that of “perfection” in a moral sense. Machiavelli made the
idea of virtù a key concept, but
bestowing its initial polysemy on it and, therefore, disregarding its moral
dimension. Translations into Spanish that did not take into account that
polysemy would betray a fundamental idea in
works as relevant as The Prince.
PALABRAS
CLAVE: Maquiavelo, Historia, Política, Literatura, Traducción.
El término latín vir designa al “hombre” en tanto
“individuo”. Asociado a la idea de masculinidad (virilitas), señala además al “hombre adulto”, por oposición al
niño, y al “marido”, por oposición al célibe. Tirando de este hilo nos
encontramos con que vir significaba
asimismo “soldado” (aunque, en general y significativamente, fuera usado en
plural: viri), además de “hombre con
carácter”, “hombre valiente” y “héroe”. Así pues, el sustantivo virtus cabría traducirse como vigor,
madurez, valor, entereza, eficacia, mérito, excelencia, etc. Por supuesto, no
se aplicaba sólo a las personas: Virtus
navium se traduciría como “Naves de óptima construcción”. Un comportamiento
virtuoso haría referencia a una idea
de firmeza y perfección que puede tener una valencia moral, aunque no
necesariamente:
LA «VIRTUD» CRISTIANA
Con la
consolidación del credo cristiano a lo largo de
El
Medievo trajo consigo la introducción del dogma cristiano en todos los ámbitos
sociales, incluido el político, de ahí que los tratados sobre príncipes (los
famosos speculum principis) exigieran
al gobernante la posesión y puesta en práctica de esas virtudes sancionadas por
la moral. En el Renacimiento italiano, los humanistas no abandonaron estos
presupuestos. Desde Petrarca -en una lista en donde entrarían Giovanni Pontano,
Bartolomeo Sacchi o Francesco Patrizi ed
altri-, las virtudes principescas serían una amalgama de la virtù elogiada por los clásicos (la
honestidad, la magnanimidad) bien combinada con la idea de entereza refrendada
por la religión cristiana:
Este análisis [el análisis moral] fue adoptado de nuevo en su
integridad por los escritores de libros de consejos para príncipes del
Renacimiento. Ellos hicieron que fuera un supuesto del ejercicio de su gobierno
que el concepto general de virtus
debe referirse a una lista completa de virtudes cardinales y principescas,
lista que procedieron a ampliar y subdividir con tal atención a los matices
que, en un tratado como La educación del
Rey de Patrizi la idea clave de virtus
queda finalmente disociada en una serie de casi cuarenta virtudes morales que
esperan que el caudillo posea. Seguidamente y sin vacilar respaldan la postura
de que el rumbo racional de la actuación del príncipe debe ser únicamente el
moral, argumentando a favor de ello con tal fuerza que al fin lograron que se
convirtiera en proverbio la expresión «la honradez es la mejor política». Y por
fin, ellos contribuyeron con una específica objeción cristiana a cualquier tipo
de divorcio entre la conveniencia y el reino de la moral. (Skinner, 1995,
50-51)
No obstante, sirviéndonos de una
tautología meridiana: la política es lo
que es, el precario equilibrio existente entre moral católica y
gobernabilidad acabaría saliendo a la superficie y originando fuertes
incongruencias entre la idea de virtud propugnada y los ejemplos de hombres
virtuosos sacados a colación. Para ilustrar este punto podríamos servirnos del Breviloquio de virtudes y del Doctrinal de príncipes, obras ambas de
Mosén Diego de Valera (Cuenca, 1412-El Puerto de Santa María, ¿1488?) que nos
interesa, asimismo, por haber sido considerado un precedente de Nicolás Maquiavelo,
incluso una fuente de inspiración para el secretario florentino[1].
En el Breviloquio de virtudes -compuesto alrededor del 1465 y dirigido a
Don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente-, Diego de Valera hace un prolijo
repaso (con un gusto por las clasificaciones típicamente medieval) de cuáles
son y qué suponen las virtudes cardinales. Que estamos en un plano encomiástico
y ejemplarizante se deduce de los primeros compases; el autor empieza así: “Acordándome, muy magnífico e virtuoso Señor,
de los beneficios por mí rescebidos del ilustre señor Conde padre vuestro”
(VV. AA., 1959: 147), colocando claramente el adjetivo virtuoso en la órbita cristiana de lo irreprochable. Las autoridades
empleadas son numerosas e importantes (Aristóteles, Séneca, Cicerón, San
Gregorio, San Agustín), aunque, en último extremo, Diego de Valera recurre a la
principal y coloca toda virtud bajo la jurisdicción de Dios:
Virtud es derechamente de Dios
sentir e derechamente entre los onbres bevir. Así entonces derechamente de Dios
sentimos quando en Dios derechamente creemos, para lo qual es de notar, que ay
tres maneras de creer en Dios. Es la primera creer en Dios como lo creen todos
los que son fuera de la religión cristiana. Segunda, creer en Dios, que no lo
nega ningún onbre, por malo que sea. Tercera, creer en Dios como la nuestra
santa Fe católica lo cree, y es a saber: creyendo, amarlo; e amándolo,
seguirlo; e siguiéndolo, conplir sus mandamientos. Ca dise Sant Juan: El que se
allega a Dios en spíritu, es con Dios. (VV. AA., 1959: 153)
El
elenco de virtudes del Breviloquio integraría,
luego, el capítulo noveno del Doctrinal
de príncipes (cuya redacción se data en torno al 1476), dedicado a Fernando
de Aragón, uno de los monarcas que Maquiavelo puso como prototipo de «Príncipe
Nuevo», lo cual aumentaría la tentación de tender lazos entre Varela y el
florentino. En el Doctrinal se dan las
incongruencias que mencionábamos líneas atrás pues, si de un lado, cuando habla
de «virtud», Valera piensa exclusivamente en la virtud cristiana -las menciones
a “nuestra santa Fe Católica” son
constantes-, en su elección y elogio de hombres
virtuosos, como al ilustrar su idea de justicia con un episodio
protagonizado por el rey don Sancho, lo que celebra es un pragmatismo fácil de
entroncar con lo que dieron en llamar maquiavélico[2].
Merece
la pena resumir el suceso: Don Sancho, hijo de Alfonso X, descubre un complot
contra su persona que implica al infante don Juan, hermano suyo, al conde don
Lope y a otros “ricoshombres”. A
partir de entonces (y en contra de cuanto pudiera preverse), el monarca decide
frecuentar a los conjurados con mayor asiduidad que antes de descubrir sus
maquinaciones, atendiendo de inmediato cualquier demanda suya y “con muy alegre cara”, apostilla Diego de
Valera. Esto baja la guardia de los juramentados, de modo que cuando el rey concierta
una cita con ellos en el castillo de Alfaro, propiedad del conde don Lope,
nadie sospecha nada. Una vez instalado allí, el conde invita a comer al monarca;
éste acepta de buena gana, pero antes pide al súbdito que pase a verlo “que le quería fablar algunas cosas que le
conplían”. Don Lope acude acompañado del infante don Juan y de otro de los
conspiradores, don Diego López de Campos. Los soldados del rey impiden el paso
al séquito y los tres hombres entran solos. Hallan el estrado real vacío. Luego
aparece el rey y, sin más rodeos, empieza a exigir cuentas al conde; éste, que
seguramente se huele la encerrona, intenta sacar su espada, pero don Sancho se
le adelanta y, con “un cuchillo que
siempre tenía en la cinta”, lo apuñala:
E luego el rey dixo a grandes
bozes: «¡Matadlo! ¡Matadlo!» E salieron algunos onbres que estavan armados para
prender a los susodichos e allí mataron al conde, y el infante se acojó a la
cámara de la reina y ella lo amparó; y andando el rey muy sañudo por el
castillo, cojó Don Diego Lopes de Canpos e díxole: «Diego Lopes ¿qué os fise yo
porque me corriades la tierra?» e puso mano al cuchillo con que avía ferido al
conde, e cortóle la cabeça. E así pacificó estos reinos. (VV. AA., 1959:
177)
El episodio en sí, y el relato de Diego
de Valera, recuerdan poderosamente a la estratagema urdida por César Borgia
contra varios lugartenientes suyos, en 1502, y al texto que Maquiavelo compuso
a continuación: Il modo che tenne il Duca
Valentino per ammazzar Vitellozzo, Oliverotto da Fermo, il signor Paolo e il
Duca di Gravina Orsini in Senigaglia, también exclamativo, también
ejemplarizante.
Cabría
explicar estas analogías entre Varela y Maquiavelo por las imposiciones de una
circunstancia histórica similar. La sociedad española se encaminaba hacia el
absolutismo de la mano de los Reyes Católicos y Mosén Diego de Valera se planteó
la cuestión de la gobernabilidad en el marco de un Estado de alcance nacional, ensalzando
unos ejemplos de «virtud» que de virtuosos
tenían poco. Los imperativos de la gobernabilidad y las espuelas del
pragmatismo impelerán a Maquiavelo a decantarse por el principado, en
detrimento de la república, y a considerarlo el paso previo o el modo idóneo
para la construcción de un Estado nacional en Italia, que al final no fue[3].
Las incongruencias que decíamos no se dan en el florentino; en su propuesta,
Maquiavelo amplía el abanico de significados del término «virtù» en todas direcciones, hacia el pasado, pero también hacia el
futuro, desmarcándose de la doble ortodoxia de su tiempo, la cristiana y la
humanista.
LA «VIRTÙ»
MAQUIAVELIANA
La «virtù» es un concepto clave en el léxico
maquiaveliano que el secretario retomará hasta el final de sus días, por un
lado, alejándolo de aquellas connotaciones adquiridas por influencia del
cristianismo, y por otro, devolviéndole la polisemia que tuvo en
Perché, camminando gli uomini sempre per le vie battute da altri e
procedendo nelle azioni loro con le imitazioni, né si potendo le vie d’altri al
tutto tenere né alla virtú di quegli che tu imiti aggiugnere, debbe uno uomo
prudente entrare sempre per vie battute da uomini grandi, e quegli che sono
stati eccellentissimi imitare: acciò che, se la sua virtù non vi arriva, almeno
ne renda qualche odore; e fare como gli arcieri prudenti, a’ quali parendo el
luogo dove desegnano ferire troppo lontano, e conoscendo fino a quanto va la
virtù del loro arco, pongono la mira assai piú alta che il luogo destinato, non
per aggiugnere con la loro freccia a tanta altezza, ma per potere con lo aiuto
di sí alta mira pervenire al disegno loro. (Principe, VI, 2-3)[4]
En
principio, la «virtù» recupera el
valor marcadamente “masculino” (no “machista”[5])
que tuvo en
Io iudico bene questo, che sia meglio essere impetuoso che respectivo:
perché la fortuna è donna ed è necessario, volendola tenere sotto, batterla e
urtarla. E si vede che la si lascia piú vincere da questi, che da quegli che
freddamente procedono: e però sempre, come donna, è amica de’ giovani, perché
sono meno respettivi, piú feroci e con piú audacia la comandano. (Principe,
XXV, 26-27)
No puede
sorprendernos, pues, si en una de sus diatribas contra la iglesia y el
cristianismo, que él considera la religión del ocio, la crítica recupere
indirectamente esta dicotomía «masculino-femenino» para lamentarse de que el
mundo se haya «afeminado». La paradoja reside en que el cristianismo exige
fuerza en el creyente, no para actuar, sino para sufrir; de modo que ha hecho
débil al mundo y lo ha entregado a desalmados que se aprovechan de una feligresía
mejor predispuesta a soportar los ultrajes, con tal de ir al Paraíso, que a
vengarse:
E se la religione nostra richiede che tu abbi
in te fortezza, vuole che tu sia atto a patire più che a fare una cosa forte.
Questo modo di vivere, adunque, pare che abbi renduto il mondo debole e datolo
in preda agli uomini scelerati; i quali sicuramente lo possono maneggiare,
veggendo come l’università degli uomini per andarne in Paradiso pensa più a
sopportare le sue battiture che a vendicarle. E benché paia che si sia
effeminato il mondo e disarmato il Cielo, nasce più, senza dubbio, dalla viltà
degli uomini che hanno interpretato la nostra religione secondo l’ozio e non
secondo la virtù. (Discorsi, II, 2)
En resumen, y simplificando
drásticamente, Maquiavelo rompió con la tradición moral al llevarse el concepto
de «virtù» a la órbita de la
«técnica» y la «utilidad»; concretamente, de la «utilidad política». Para
Maquiavelo, la virtù es un conjunto
de cualidades que le permiten al caudillo vencer los obstáculos del presente y
(pues la previsión más que la prudencia es un rasgo del virtuoso) hacer frente a cuantos tropiezos pueda depararle el
futuro. La virtù está directamente
asociada con la voluntad y la inteligencia, la acción y la destreza; es
conocimiento y sagacidad, pero no presunción, y es arrojo y competencia, pero
no temeridad. Posiblemente, por sí sola no basta para acometer grandes
acciones, pero sin ella no somos nada. Luigi Russo señala la novedad que supone
esta concepción de la virtù:
Non più la virtù medievale che si fa
docile strumento dei felici disegni della Provvidenza, o si fa rassegnata
paziente delle avversità della fortuna; ma la virtù che guida le cose nel loro
sviluppo, la virtù che nasce dall’occasione e che domina e utilizza l’occasione,
la virtù che combate e non quella che patisce. (1988: 39)[7].
Las
numerosas exégesis que se han formulado, lejos de enmarañar el tapiz, lo han definido
en sus matices mínimos. Según Federico Chabod: “La «virtud» de Maquiavelo no
es, como para nosotros, una cualidad «moral», sino energía, facultad de querer
y de hacer, prescindiendo del contenido «moral» de esta energía y facultad”
(1984: 254). Por su parte, en la virtù
Friedrich Meinecke ve: “una extraña conjunción de pesimismo e idealismo, de
elementos mecanicistas y vitalistas” (1983: 35). Para Francisco Javier Conde: “
Ebbene: con la sua sconsacrazione
etica della realtà mondana Machiavelli, ne fosse o non ne fosse cosciente, si
pone agli inizi di questo nuovo modo di pensare nell’ambito del pensiero
moderno. [...] Machiavelli, spezzando brutalmente questi schemi e negando le
presunte qualità ontologiche del vizio e della virtù, non solo denuncia le
ineluttabili contraddizioni nelle quali si erano impigliati, per le secche
delle loro prospettive “idealistiche”, i suoi predecessori, ma apre la strada a
una concezione immanentistica e materialistica per la quale l’uomo,
autocreandosi con la propria intelligenza e con il proprio lavoro, viene
proponendosi, o può finalmente cercare di farlo, un obbiettivo davvero concreto
e importante: la costruzione di una società umana più giusta e più vivibile. (Dotti, 2003: 273
y 277, respectivamente)
Para
ir adelante, Maquiavelo está devolviendo la virtù
a los tiempos gloriosos del pasado[8].
Este cambio, el paso desde el ámbito de la moral al de la conveniencia o la
utilidad, está dictado por la que es la gran fijación del secretario florentino:
la gobernabilidad. La virtù ya no
está supeditada a la moral, aunque tampoco la combata: Maquiavelo no ignora las
diferencias entre el Bien y el Mal -recuérdense las palabras de Francisco
Javier Conde de que la virtù maquiaveliana
era una síntesis de virtudes antiguas y cristianas[9]-;
a pesar de todo, ambos opuestos (el Bien, el Mal) tienen una importancia
secundaria respecto a la perentoria e ineludible «Necesidad». Maquiavelo
percibe el carácter involutivo de una
tesis que antepone la supervivencia a la ética, pero no se amilana; esta
ruptura con ciertos postulados del humanismo puede verse en su «Apelación a la
bestia», aunque dicha apelación siga respaldándose en la evocación de la
cultura clásica al recordar cómo Aquiles “y otros príncipes antiguos” fueron
puestos bajo la tutela del centauro Quirón:
Dovette adunque sapere como e’ sono dua generazioni di combattere: l’uno,
con le leggi; l’altro, con la forza. Quel primo è proprio dello uomo; quel
secondo, delle bestie. Ma perché el primo molte volte non basta, conviene
ricorrere al secondo: pertanto a uno principe è necessario sapere bene usare la
bestia e lo uomo. Questa parte è suta insegnata alli principi copertamente da
li antichi scrittori, e’ quali scrivono come Achille e molti altri di quelli
principi antichi furno dati a nutrire a Chirone centauro, che sotto la sua
disciplina li custodissi. Il che non vueole dire altro, avere per precettore
uno mezzo bestia e mezzo uomo, se non che bisogna a uno principe sapere usare
l’una e l’altra natura: e l’una sanza l’altra non è durabile. (Principe,
XVIII, 2-6)
En tanto que heterogéneo conjunto de
cualidades, la virtù no es exclusiva
ni excluyente. Puede darse en la comunidad o en el individuo. Precisamente,
según señaló Meinecke, este tratamiento del concepto “representó en el
pensamiento de Maquiavelo un puente interno entre las tendencias republicanas y
monárquicas” (Meinecke, 1983, p. 35). Maquiavelo se forjó al servicio de
EJEMPLOS E INCONVENIENTES DE
Las connotaciones
que Maquiavelo confirió al término fueron tantas y tan sutiles que la palabra
italiana se le quedó pequeña. No debemos extrañarnos, pues, si ninguna voz
española está a su altura. La situación es ésta: el traductor tendrá que buscar
alternativas diferentes de una frase a otra reduciendo el uso de un término
clave: «virtù», y al limitarlo,
sacrificando la polisemia que Maquiavelo quiso para éste. Una lamentable
pérdida, en cualquier caso. Nos detendremos brevemente en algunas de las más
reputadas traducciones del Príncipe a
nuestra lengua; véase cómo se ha traducido el pasaje de «la estrategia del
arquero», ya reseñado:
Casi siempre caminan los hombres
por sendas trilladas antes por otros, y casi no obran por sí sino por imitación;
pero como esta no puede ser exacta en un todo, ni suele ser posible llegar a la
altura de aquellos que se toman por modelos, el hombre sabio debe únicamente
seguir los caminos que abrieron otros, tenidos por superiores, e imitar bien a
los que han sobresalido, a fin de que, si no se consigue igualarles, se le
acerque a lo menos en alguna cosa. Cada uno, pues, deberá portarse como el
ballestero prudente, que, cuando advierte que el blanco a que dirige sus tiros,
se halla demasiado distante, considera la fuerza de su arco y apunta más alto
que el blanco, con el objeto de llegar siquiera a tocarlo. (Maquiavelo, 1854: 34-35)
…los hombres marchan por sendas
que otros hombres abrieron e imitan a éstos casi siempre en su conducta; pero
como no se anda todo el sendero ni se llega jamás a la altura del que se toma
por ejemplo, las personas sensatas harán perfectamente en seguir hasta el final
el camino de los grandes hombres, tan dignos de imitación, para parecérseles en
algo, ya que no logren igualarse a ellos, haciendo lo que hacen los arqueros
prudentes, que, cuando creen muy distante el punto de mira y conocen bien el
alcance de su arco, apuntan a mayor altura, no precisamente para dar en el
punto más alto del blanco, sino para tocar en él. (Maquiavelo, 1924:
28-29)
Los hombres caminan casi siempre
por caminos trillados ya por otros, y no hacen casi más que imitar a sus
predecesores, en las acciones que se les ve hacer; pero como no pueden seguir,
en todo, el camino abierto por los antiguos, ni se elevan a la perfección de
los modelos que ellos se proponen, el hombre prudente debe elegir únicamente
los caminos trillados por algunos varones insignes, e imitar a los de ellos que
sobrepujaron a los demás, a fin de que si no consigue igualarlos, tengan sus
acciones a lo menos alguna semejanza con las suyas. Debe hacer como los
ballesteros bien advertidos que, viendo su blanco muy distante para la fuerza
de su arco, apuntan mucho más alto que el objeto que tienen en mira, no para
que su vigor y flechas alcancen a un punto de mira en esta altura, sino a fin
de poder, asestando así, llegar en línea parabólica a su verdadero blanco. (Maquiavelo,
1958: 27)
…porque caminando los hombres casi
siempre por vías ya batidas por otros, y procediendo en sus acciones por imitación
(aunque a menudo no es posible seguir del todo los caminos de los demás, ni
llegar a alcanzar la virtud de aquellos a quienes imitas), el hombre prudente
debe intentar siempre seguir los caminos recorridos antes por los grandes
hombres; e imitar a aquellos que han sobresalido de manera extraordinaria sobre
los demás, para cuando aun cuando su virtud no alcance la de éstos, se
impregne, al menos un poco, en ella; y debe hacer como los arqueros prudentes,
que cuando el lugar que quieren alcanzar les parece demasiado alejado,
conociendo además hasta dónde llega la potencia de su arco, ponen el punto de
mira muy por encima del lugar de destino, no para alcanzar con su flecha tanta
altura, sino para poder, con la ayuda de tan alta mira, llegar al lugar que se
hayan propuesto. (Maquiavelo, 1985: 89-90)
Como habrán comprobado, de los cuatro
ejemplos sólo el último mantiene el término «virtud» en dos de los tres casos
en que aparece en el original; las tres primeras versiones traducen el fragmento
prescindiendo de un léxico genuino. A Helena Puigdoménech, en cambio, no se le
escapaba la importancia del concepto, y sabedora de que ninguna traducción
debería permitirse descartar un vocablo decisivo del pensamiento maquiaveliano
-como hicieron sus predecesores-, se decanta por impregnar nuestro sustantivo
«virtud» de la ambigüedad que tenía en Maquiavelo. Es, sin discusión, la opción
más inteligente. No está claro, no obstante, que el término español sea capaz
de aguantar la transformación; no está claro, insistimos, que el lector reconozca
su polisemia… Lo irónico del caso es que, ante la imposibilidad de una
traducción satisfactoria, en nuestro idioma habría bastado con mantener tal
cual virtù, dejando a la cursiva la
sugerencia de esos significados señalados y que difícilmente identificaríamos
con la idea más extendida de «virtud».
Referencias bibliográficas:
CHABOD, F.
(1984): Escritos sobre Maquiavelo,
México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
CONDE, F. J.
(1976): El saber político de Maquiavelo,
Madrid: Biblioteca de
CONTINISIO, C.-MOZZARELLI, C. (1995): Repubblica
e virtù (Pensiero politico e Monarchia Cattolica fra XVI e XVII secolo), Roma:
Bulzoni Editore.
DOTTI, U. (2003): Machiavelli
rivoluzionario, Roma: Carocci.
MACHIAVELLI, N. (1995): Il Principe,
a cura di Giorgio Inglese, Turín: Einaudi.
-(2000): Discorso sopra la prima deca
di Tito Livio, a cura di Corrado Vivanti, Turín. Einaudi.
MAQUIAVELO, N.
(1854): El Príncipe de Maquiavelo
precedido de la biografía del autor y seguido del Anti-Maquiavelo o Examen del
Príncipe, por Federico el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y
varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no
publicado hasta ahora en España, Madrid: Imprenta de d. José Trujillo,
hijo.
-(1924): El príncipe, trad. José Sánchez Rojas,
Madrid: Calpe.
-(1958): El Príncipe y otros escritos, trad. E.
Molist Pol, Barcelona: Editorial Iberia.
-(1985): El Príncipe /
MEINECKE, F. (1983):
La idea de razón de estado en
RUSSO, L. (1988): Machiavelli,
Roma-Bari: Laterza.
SKINNER, Q.
(1995): Maquiavelo, Madrid: Alianza.
VV. AA. (1959): Prosistas castellanos del siglo XV, Madrid:
Ediciones Atlas, Col. «Biblioteca de Autores Españoles».
-(1988): Actas del simposio “Filosofía y ciencia en
el Renacimiento”, Universidad de Santiago de Compostela.
[1] Un punto éste, el del posible
ascendente de Diego de Valera sobre Maquiavelo, que no debe tomarse a la
ligera, pues, en varias ocasiones, el segundo parece estar parafraseando al
primero. Baste un ejemplo: en el Breviloquio
de virtudes encontramos esta sentencia: “Porque, así como naturalmente todos somos más inclinados al mal que al
bien…” (VV. AA., 1959: 152), que reencontraremos calcada y muy a
propósito en los Discorsi sopra la prima
deca di Tito Livio: “sendo gli uomini
piú pronti al male che al bene” (I, 3, 2). Sin embargo, si Maquiavelo supo de Diego de Valera,
jamás se sometió a él. Baste otro ejemplo: si en el Breviloquio, el castellano determina: “entre todas las otras
cossas procurad ser más amado que temido” (VV. AA., 1959: 150), el
florentino es de opinión contraria: “ma
perché e’ gli è difficile acozzarli insieme, è molto piú sicuro essere temuto
che amato, quando si abbi a mancare dell’uno de’ dua” (Principe, XVII, 9).
[2] No
podemos sino subrayar las palabras de Enrico Bogliolo cuando escribe:
«Nonostante i pur ripetuti richiami alle virtú cardinali e teologali, il Doctrinal de Príncipes rivela dunque
l’inanità del tentativo di conciliare politica e morale; e si riduce a una
esaltazione del potere regio anche se acquisito con la violenza, purché poi
legittimato e dal consenso dei sudditi e da un’azione di governo capace di garantire
l’ordine e la prosperità nello stato» (CONTINISIO-MOZZARELLI, 1995, 21).
[3] En el capítulo de las analogías
entre Varela y Maquiavelo, podría citarse asimismo la apelación a un mito
antiguo para sostener el proyecto del presente. Si Maquiavelo convierte
[4] En el texto, la proposición «né alla virtù di quelli che tu imiti
aggiugnere» debería traducirse como «ni alcanzar la excelencia de aquellos
a quienes imitas», mientras «se la sua
virtù non vi arriva» aceptaría un genérico «si su virtud no os alcanza». En
cambio, en el sintagma «la virtù del loro
arco», la «virtù» hace referencia
a la «potencia» de dicha arma.
[5] Que virtus sea la cualidad del “hombre viril” ha dado pie a algunas
estrafalarias interpretaciones feministas de la «virtù» maquiaveliana. Ramon Díaz recordaba que: «Douglas McIntosh
ha llegado a proponer la voz “machismo” para la traducción inglesa del término virtù tal y como es usado
específicamente por aquel autor [Maquiavelo], por cuanto su actitud hacia
[6] Entre
los innumerables ejemplos que podrían ilustrar este punto, citaremos: «Fa bene la fortuna questo, che la elegge uno
uomo, quando la voglia condurre cose grandi, che sia di tanto spirito e di
tanta virtù che ei conosca quelle occasioni che la gli porge.» (Discorsi, II, 29, 2)
[7] No
nos sustraemos a citar de nuevo a Luigi Russo: “Se il medioevo cattolico aveva
elaborato el concetto della virtù morale, della virtù contemplativa, che guarda
soltando il cielo, che identifica ogni politica temporale col timore di Dio, il
rinascimento machiavellico ha elaborato l’altro concetto della virtù tecnica,
della virtù attiva che identifica la bontà d’ogni azione con la bontà e sagacia
dei mezzi con cui tale azione si sviluppa” (1988: 215).
[8] Roma, que de ciudad devino
imperio, fue un modelo a cuya influencia pocos humanistas lograron sustraerse;
éstos no sólo vieron en Roma un modelo estético digno de imitar, sino un
paradigma político invitante. Maquiavelo avanzó de manera más decidida; el
objetivo no sólo era ser igual a
[9] En
una famosa digresión del Principe, Maquiavelo advierte: «Non si può ancora chiamare virtù ammazzare
e’ soui cittadini, tradire gli amici, essere sanza fede, sanza piatà, sanza
religione: e’ quali modi possono fare acquistare imperio, ma non gloria.
Perché, se si considerassi la virtù di Agatocle nello entrare e nello uscire
de’ pericoli e la grandezza dello animo suo nel sopportare e superare le cose
avverse, non si vede perché egli abbia a essere iudicato inferiore a qualunque
eccellentissimo capitano: nondimanco la sua efferata crudeltà e inumanità con
infinite sceleratezze non consentono ch’e’ sia in fra gli eccellentissimi
uomini celebrato. Non si può adunque attribuire alla fortuna o alla virtù
quello che sanza l’una e l’altra fu da lui conseguito» (Principe, VIII, 10-12). Esto es, Agatocles no se incluiría
entre los hombres virtuosos a causa de sus muchos crímenes. En
este mismo capítulo VIII, Maquiavelo reflexiona sobre la crueldad bien usada y
la crueldad mal usada; tampoco ahí olvida el apunte moral, pero ni siquiera
aquí lo privilegia: «[Le crudeltà] Bene usate si possono chiamare quelle, -se
del male è lecito dire bene,- che si fanno a uno tratto per la necessità dello
assicurarsi: e di poi non vi si insiste dentro, ma si convertono in piú utilità
de’ sudditi che si può» (Principe,
VIII, 24)
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