REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


HOEULLEBECQ: AMOR Y POLÍTICA

Francisco Domínguez González

(Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de Huesca. Universidad de Zaragoza)

 

Resumen

         Intentamos en este escrito profundizar en los aspectos políticos de la obra de Michel Houellebecq, que siempre quedan ocultos tras una gruesa tela de polémica social. De hecho, como si de un roman-à-thèse se tratara, Houellebecq se sirve –sostenemos– de la trama narrativa para vehicular un discurso humanista y progresista, que el mismo autor oculta mediante un cierto cinismo anarcoide y hedonista. El deseo es uno de los principales gérmenes de la narrativa de Houellebecq, transformándose en amor como único fenómeno que una al egoísta individuo a su entorno social.

 

Palabras-clave: Houellebecq - novela - política - deseo

 

Summary

We tend in this text to go analyse the political aspects of Michel Houellecq's work, wich always remains hidden behind a thick coat of social polemics. In fact, as it was a roman-à-thèse, Houellebecq uses his narrative plot to build a humanist and progressist speech, hidden by the author himself with a anarchoid and hedonist cynism. Desire is one of the main sources of Houellebecq's work, wich is transformed into love as the only agent capable of linking the individual to his social neighbourhood.

 

Key words: Houellebecq - novel - politics - desire

 

 

Houellebecq: amor y política

         Michel Houellebecq es un autor cuyo afán polémico ha empañado un tanto el alcance literario de su obra. No sabemos muy bien si esa actitud forma parte de una estrategia de márketing personal –el malditismo intelectual de muchos autores franceses– o de su editorial, Gallimard. Lo cierto es que la pose del escritor ante los medios, sus desgarradas declaraciones, su todavía reciente proceso judicial por sus soflamas contra el Islam, no hacen de Hoeullebecq un autor fácilmente digerible para el star-system acomodado.

         La primera sospecha que cabe emitir es que si esas estrategias –personales o de empresa– esconden una incapacidad creadora. Y así lo creen unos cuantos comentaristas de nuestro país; como Rafael Conte, respetable crítico que no ve el más mínimo indicio de literatura en la novelística houellebecquiana y sí mucha recreación de un cierto dirty-realism teñido de baratas digresiones sociológicas (Conte, 2002).

         Y es lícito emitir este tipo de sospechas, máxime teniendo en cuenta el panorama librero actual. Tal vez fuera necesario volverse a preguntar qué es realmente la literatura, y releer a Sartre como método de auto-ayuda para críticos culturales (Sartre, 1993). Si en la noción de literatura –como en la de arte­– cabe el compromiso personal con la obra, deberíamos excluir a un gran número de autores de la nómina de escritores literarios. Si la escritura se convierte en un oficio, el ejercicio de las letras entra en la categoría de artesanado –póngase como ejemplo ese Lladró de las letras hispanas, Manuel Vicent–. Ahora bien, la literatura hay que buscarla allí donde planea el espíritu artístico –distinción ésta entre artesano y artista heredera del Romanticismo (Azúa, 1996, p.15)–, donde un autor siente la necesidad de hablar y exponer su visión del mundo. Pocos son los permanecen en el campo de la lírica strictu sensu –los más se vuelcan en la narrativa gracias a su mayor difusión, incluso los del Nouveau Roman, últimos adalides de un ideario estético en nuestro gastado mundo.

         En este contexto sí cabe hablar de Michel Houellebecq, cuarentón que tenía 10 años cuando Mayo del 68 (nacido en La Reunión en 1958), más preocupado por el contenido que por el continente, que preferirá sobrio y directo, sin grandes aspavientos estetizantes (Conte, 2001). Autor de tres poemarios y de seis novelas –de las cuales la última, La Possibilité d'un île (Houellebecq, 2005), editada en castellano el mismo año de la publicación francesa–, Houellebecq es un escritor que habla principalmente de deseo y de libertad. O, para decirlo mejor, de la influencia del deseo sobre la libertad (¿y viceversa?).

         El deseo como motor. Inalcanzable saciedad del deseo, satisfacción poco duradera. Porque el deseo siempre busca al objeto, se agazapa presto a saltar ante la primera presa en quien depositar la rebosante animalidad. El individuo vive rodeado de estímulos que alimentan esa proyección al exterior que es el deseo de un objeto; de ahí que su satisfacción sea una inalcanzable quimera (Sloterdijk, 1999, p.100). Sin embargo la sociedad de la producción y la optimización de esfuerzos desaconseja, mediante estrictos códigos morales, que el individuo haga del deseo motor primero de su existencia (Guillebaud, 1998, p.132).

         Freud y el psicoanálisis situaron el origen de la sexualidad en conflictos familiares, imposibilitando su satisfacción a menos de violar todos los tabúes impuestos desde las sociedades primitivas para mantenimiento de la comunidad. La misma civilización demanda de sus miembros el sacrificio de sus pulsiones en aras del progreso –de ahí ese Malestar del que hablaba el psiquiatra vienés (Freud, 1997, p. 80). Reconoce el médico, pues, la imposibilidad de la satisfacción directa, recomendando la satisfacción indirecta por medio de la sublimación: la actividad, la acción, la producción (Freud, 1997, p.163). Houellebecq parece corroborar estas ideas cuando afirma que nuestra sociedad utiliza y gestiona el deseo para contener la fuerza de trabajo y de competición de los individuos productivos:

 

la société érotique-publicitaire nous vivons s'attache à organiser le désir, à développer le désir dans des proportions inouïes, tout en maintenant la satisfaction dans le domaine de la sphère privée. Pour que la société fonctionne, pour que la compétition continue, il faut que le désir croisse, s'étende et dévore la vie des hommes (Houellebecq, 1998, p.200).

 

La contradicción puritana se entiende por fin como parte de una estrategia político-económica: creación del ansia y prohibición del consuelo como motores de la máquina productiva. Vivimos en una estimulante jungla de reclamos que convierte al individuo en un Tántalo inconsolable. Esa cosa fea y animal deberá esconderla en su casa, pues la civilización depende de ello.

 

Augmenter les désirs jusqu'à l'insoutenable tout en rendant leur réalisation de plus en plus inaccessible, tel était le principe unique sur lequel reposait la société occidentale (Houellebecq, 2005, p.83).

 

Cabría argumentar, en cambio, que existe hoy en día una cierta permisividad estructural hacia la actividad sexual. Magazines y periódicos rebosan de consultorios que recomiendan la realización del individuo a través de la actividad erótica. La liberación sexual se instaló hace décadas en el mundo desarrollado y cada cual es dueño de su cuerpo y sus humores. Houellebecq prefiere esgrimir su filosofía de la sospecha y duda de la bondad de la estrategia contradictoria de la sociedad productivista.

Para su sospecha, la liberación sexual que empezó a fraguarse en los años del flower-power, no dejó de ser una nueva estrategia de la sociedad productivista. Su objetivo fue separar al individuo de esas células cuasi autónomas que eran las familias, último bastión de comunismo  primitivo. Así pues,

 

la libération sexuelle eut pour effet la destruction de ces communautés intermédiaires, les dernières à séparer l'individu du marché. Ce processus de destruction se poursuit de nos jours  (Houellebecq, 1998, p.144).

 

Mayo del 68 y las últimas aventuras emancipatorias no le parecen al francés más que un señuelo de libertad, que lejos de convencerle de su poder transformador de la sociedad le reafirman en su sospecha. La Revolución está en otra parte. Para él no se ha alcanzado la liberación sexual, sino la liberalización, con todo lo que ello puede conllevar en sus similitudes con la liberalización económica: bolsas de pobreza, excluidos de la sociedad, marginados y homeless... "Tout comme le libéralisme économique sans frein, et pour des raisons analogues, le libéralisme sexuel produit des phénomènes de paupérisation absolue" (Houellebecq, 1994, p.114) (el subrayado es de Houellebecq), que sólo una planificación decididamente igualitaria puede solventar.

Imaginemos por un momento una Seguridad Social que procurase a sus afiliados satisfacción sexual. Un Estado del Bienestar que considerase la libido no sólo en los dispensarios psiquiátricos, sino en el grupo de necesidades primeras. Sería una sociedad saciada sexualmente hablando, que habría terminado con los problemas derivados de la frustración libidinal. A partir de ella sería posible iniciar la Revolución según la planteaba, por ejemplo, Marcuse, quien veía más probable la transformación de la sociedad desde la opulencia que desde la escasez –al contrario de Marx (Roszak, 1984, p.225).

         Una de las causas del fracaso de las Revoluciones socialistas es que se basaron en el desarrollo tecnológico y productivo más que en el desarrollo humano. El proletario no ha dejado su condición de trabajador en esas nuevas sociedades, en las que la mano de obra ha sido cuantificada en términos numéricos: en un salario que le permitiera adquirir mercancías. La misma actividad laboral, así medida, no puede eliminar la economía de mercado, cuya dinámica empapa a la sociedad. Se trata de

 

un espace de civilisation l'ensemble des rapports de l'homme au monde, sont médiatisés par le biais d'un calcul numérique simple faisant intervenir l'attractivité, la nouveauté et le rapport qualité-prix

 

–como dice Houellebecq en un escrito con vocación ensayística (Houellebecq, 1999, p.43). De ahí ningún hombre ni mujer nuevos pueden nacer: no mientras no se eduque en valores altruistas. Seres desvinculados de los procesos de producción porque es la cuantificación numérica la que concede mayor o menor valor a los productos. Ya no su utilidad.

         Qué le queda al individuo en esa despersonalización a que le somete la estructura productivo-mercantil. Una salida posible es la inhibición, el abandono de toda lucha, la contemplación hedonista de la existencia en un ensimismamiento chorlitero. Ante todo como una posición estética de rechazo:

 

Il suffit de marquer un temps d'arrêt; d'éteindre la radio, de débrancher la télévision; de ne plus rien acheter, de ne plus rien désirer acheter. Il sufit de ne plus participer, de ne plus savoir; de suspendre temporairement toute activité mentale. Il suffit, littéralement, de s'immobiliser pendant quelques secondes  (Houellebecq, 1999, p.54).

 

–que sería la opción epicúrea pero culpabilizante de algunos personajes houellebecquianos. Una lucha reducida al absurdo que vuelve ridícula la misma actividad reivindicativa, que desconfía del aforismo y la proclama intelectual, de la misma actividad pensante. Así, dice Michel en Plateforme:

 

Le maillot de bain de Valérie, par exemple, j'étais incapable de comprendre son processus de fabrication: il était composé de 80% de latex, 20% de polyuréthane. Je passai deux doigts dans le soutien-gorge: sous l'assemblage de fibres industrielles, je sentais la chair vivante. J'introduisis mes doigts un peu plus loin, sentis le téton durcir. C'était une chose que je pouvais faire, que je savais faire (Houellebecq, 2001a, p.234).

 

Es decir: aprehender la vida en su dimensión más palpable.

         Y queda el arte como opción vital, como posibilidad de sublimación dignificante. "Apprendre à devenir poète, c'est désapprendre à vivre" (Houellebecq, 1999, p.11), a existir a través de la ficción, a separarse de la trampa de la sociedad en que la máquina productiva encierra al individuo. Podría ser esa una propuesta interesante si el mismo narrador omnipresente en la obra houellebecquiana no lo dudase. El arte no puede cambiar la vida ("en tout cas pas la mienne" (Houellebecq, 2001a, p.19), dice Michel), como pretendían Freud y los Surrealistas. Caben pequeñas escapadas, pequeños actos de rebeldía contra el sistema impuesto; pero termina imponiéndose la cruda necesidad de los alimentos terrestres –alimentos de la vanidad, alimentos de la felicidad orgánica (1)– y su cultivo en un hedonismo teñido de trascendencia metafísica. Y aunque esta sea de corto alcance –pues sólo la negación del espíritu lógico-científico permitiría ir más allá– parece necesario para no caer en el abismo del vacío o para practicar una huida definitiva del mundo. "Ma seule motivation authentique consistait à me tirer de ce merdier aussi rapidement que possible" (Houellebecq, 2001a, p.307) manifiesta el Michel de Plateforme; ¿adónde? A cualquier sitio fuera de este mundo, diría el Baudelaire de Anywhere out of the world (Baudelaire, 1987, p.179): de nuevo una solución más estetizante que realista, más efectista que efectiva, que emparenta a Houellebecq con el linaje de los dandies.

         La Revolución debe ser acometida, pero desde parámetros diferentes. Se le hace necesaria a Houellebecq la inauguración de un nuevo período en la historia de la humanidad en el que naciera una nueva especie humana que restaurase de manera patente el sentido de colectividad, de la permanencia y de lo sagrado –los tres elementos que, a juicio del narrador de Las Partículas, ha perdido el hombre moderno–. Es lo que Houellebecq ha bautizado con el nombre de Tercera Mutación Metafísica (Houellebecq, 1998, p.11): una especie de utopía que, a imagen de los fourieristas de la Ilustración, de Huxley y de Skinner, fundase las bases del hombre nuevo. ¿Houellebecq utopista?

         Para dar fin a las estrategias del tipo lupus homini lupus, los nuevos valores deberían volcarse en una nueva sentimentalidad. Sentimientos como el altruismo, "d'amour, de tendresse et de fraternité humaine" (Houellebecq,1998, p.9), que existen todavía en gente que nos rodea y que, por efectos de la civilización y el puesto que les ha tocado ocupar, ha sido educada en la devoción y el amor. "En pratique, ces êtres humains étaient généralement des femmes" (Houellebecq, 1998, p.115). Es un planteamiento un tanto esencialista, pues atribuye esta sentimentalidad a mujeres sin pararse siquiera a pensar si es la misma sociedad la que las ha “recluido” en ese altruismo –más cercano a quien sufre que a quien inflige las agresiones “culturales”. Se trata, sin embargo, de un planteamiento largamente aplaudido por el feminismo tradicional. Ya Virginia Woolf atribuía a la parte femenina de su Orlando las cualidades empáticas, al parecer ausentes de su parte masculina (Woolf, 2002, p.50). Incluso Hélène Cixous habla, ya en nuestros días, de la capacidad de entrega amatoria de las mujeres, quienes se dan a sí mismas sin "hacerlo constar en sus gastos" (Cixous, 1995, p.48) –a diferencia de los hombres. A ese respecto, Irigaray habla en Ce sexe qui n'en est pas un de la mascarada de las mujeres, consistente en renunciar al propio deseo con tal de mantener contentos a los hombres –Judith Butler añadirá a propósito que la aceptación de tal actitud supone la negación de la libido femenino "que presupone alguna femineidad ontológica anterior generalmente no representada por la economía fálica" (Butler, 2001, p.81).

El escritor no lo achaca a diferencias ontológicas entre hombres y mujeres, sino, claramente, a una cuestión anatómica que ya de por sí marcaría las diferencias cognitivas. Y esto lo hace en un poema titulado “Poema a Marie–Pierre”, donde alaba

 

L'avantage d'avoir des organes sexuels internes,

(...) Tu attends ou tu provoques,

         Mais au fonds tu attends toujours

Une espèce d'hommage

Qui pourra t'être donné ou refusé,

Et ta seule possibilité en dernière analyse est d'attendre.

Pour cela, je t'admire énormément (Houellebecq, 2001b, p.102).

 

Pensamiento tendencioso, que vuelve al esencialismo activo-pasivo que construyó Freud y rebatieron algunos de sus epígonos. El homenaje afectivo es esperado por todos y todas –especialmente por nosotros, hombres, en nuestro obligado desligamiento de la madre por miedo a la amenaza edípica, siempre expectantes ante el reconocimiento ajeno. De hecho, Houellebecq, con esos versos, podría emparentarse perfectamente con Irigaray en el sentido de que la mujer es poseedora de un sexo que le permite tocarse continuamente (Irigaray, 2003, p. 24); de esa manera, la verdadera esencia de las mujeres residiría en su morfología y, por lo tanto, ancladas en el eterno femenino en que las ha arrinconado la ideología patriarcal y androcéntrica –como señala Monique Plaza (Plaza, 1978, p.32). Pero esta discusión no invalida por completo los propósitos transgresores del francés: simplemente los resitúa fuera de la oposición genérica.

Para Houellebecq, las mujeres,

 

jusque dans leur travail elles ont tendance à établir des rapports affectifs, elles se meuvent difficilement dans un univers dépouillé de tout rapport affectif, c'est une atmosphère dans laquelle elles ont du mal à s'épanouir (Houellebecq, 2001a, p.26)

 

Es entonces cuestión de re-crear nuestro vínculo afectivo con el mundo y de solidarizarse con el entorno; de detenerse un instante a pensar en las necesidades ajenas para alcanzar su bienestar que ha de ser, por ello, también el nuestro. Un mundo así

 

serait à tous points de vue infiniment supérieur; il évoluerait plus lentement, mais avec régularité, sans retours en arrière et sans remises en cause néfastes, vers un état de bonheur commun (Houellebecq, 1998, p.206).

 

¿Houellebecq feminista? –sería difícil afirmarlo; lo que sí parece claro que es que el autor desconfía de la sociedad construida sobre los cimientos del machismo y del falogocentrismo. El amor aparece, sorpresivamente, como la salvación de la hecatombe humanista; y a pesar de su presencia casi imperceptible en la novelística de Houellebecq, el héroe cínico y de vuelta de todo de La Possibilité d'une île halla en el sentimiento amoroso la solución a su nada cotidiana.

         Instalar este tipo de sociedad, basada en la mutación metafísica hoeullebequiana, es tarea harto compleja. Para alcanzarla no es que haya que abandonar la lucha –por el componente de agresividad implícito en esta–, sino redimensionar su concepto. Una lucha que consista más bien en un no cejar, en una resistencia inmóvil: un no dejarse avasallar por los estímulos de la sociedad productivo-publicitaria, que siempre tenderá a separar al individuo de la vida como proyecto colectivo. El amor, como hemos visto, podría ser la materia adhesiva, el elemento cohesionante con el que los individuos puedan armarse contra los envites de la sociedad mercantil.

Houellebecq posee, por lo tanto, un discurso político emancipatorio y humanista; para ello hay que proceder a una lectura profunda y en detalle de su obra, con el fin de separar la pose cínica, anarquista de derechas, del pensador que utiliza la novela como alegoría de un sistema filosófico. Es deber, pues, del crítico, rescatar pues al escritor ilustrado del fenómeno de ventas –que es lo que hemos intentado hacer aquí.

 

Notas:

 

(1) Dirá Freud en su Malestar: "lo que en sentido más estricto se llama felicidad surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión" (Freud, 1997, p.44).

 

Bibliografía:

 

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