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LEXICOGRAFÍA DE
José María Jiménez
Cano
(Universidad de Murcia)
Resumen: Esta lectio
brevis que reza como título “la lexicografía de la duda” es un esquemático
y acelerado repaso de las que son algunas de las claves de la situación lingüística
en la comunidad lingüística hispánica que están propiciando cambios en la
elaboración de gramáticas y nuevas perspectivas en la forma de organizar la
información lexicográfica. Se abordan en este trabajo como referencia las
labores de las instituciones académicas españolas encargadas de la defensa
de la lengua española:
Abstract:
This 'lectio brevis' titled "The Lexicography of Doubt' is a brief and
succint review of some of the key questions regarding changes in the linguistic
features of the Spanish speaking community across the world which underly
the writing of new grammars and the rise of new perspectives on how to organise
lexicographic information. In this paper we look at the works of two Spanish
academic institutions responsible
for the preservation of the Spanish language, namely the Spanish Royal Academy
(RAE) and the Association of Spanish Language Academies.
Es ya
un tópico el diagnosticar la situación lingüística internacional con la máxima:
“una sola lengua para la especie humana es hoy factible”. La afirmación del
parlamentario y periodista británico Matthew Parris no deja de ser reconocida y
asumible cada vez más por todos[1]:
“¿Cuál crees que ha
sido el mayor golpe a la civilización, a nivel mundial, durante el último
cuarto de siglo? ¿Qué cambio encabezaría la lista, según la antropología
moderna? ¿La proliferación de los viajes aéreos? No, la mayoría de las personas
hoy en día nunca volarán. ¿El SIDA? No, es sólo uno más de los terribles azotes
que ha sufrido nuestra especie: la diarrea y la malaria han matado aún a más
personas. ¿La caída del comunismo y el ascenso del liberalismo económico?
¿Internet? A todos ellos hay que tenerlos en cuenta, pero todavía afectan sólo
a una minoría…
La expansión del
inglés en el mundo es un terremoto en la historia del ser humano. Es uno de los
hechos más importantes que le han ocurrido a la humanidad desde el nacimiento
del lenguaje. Ninguna lengua antes había alcanzado la universalidad. El inglés
lo está haciendo. Ninguna otra lengua ha llegado tan lejos y tan rápido como la
nuestra. Es la primera vez en
Las consecuencias
del avance de esta marea lingüística son inconmensurables. Dentro de pocas
generaciones y por primera vez en la historia del homo sapiens, la mayor parte
de nuestra especie será capaz de comunicarse en una sola lengua.
El conocimiento del inglés no implicaba la nacionalidad, sino una
posesión, una piedra filosofal: una que cualquiera podría obtener… Me di cuenta
de que el inglés ya no es nuestro… Estamos perdiendo la propiedad del inglés
internacional. El inglés de Internet resulta ya ajeno... Las diferentes partes
del globo desarrollarán sus propios pídgines.”
También
desde la perspectiva hispana se coincide en la misma tesis. Sirvan de ejemplo
las siguientes palabras de Humberto López Morales, Secretario de la Asociación
de Academias de la lengua española:
“Es innegable que, a primera vista, el inglés cumple todos los
requisitos necesarios para ser clasificada –sin duda, la única hoy- como lengua
internacional: fuerza demográfica, amplios campos de relaciones
internacionales, desarrollo económico, tecnológico, político y científico…y
otros más “sutiles”…como la tradición histórica y el sentimiento de grupo o de
identidad social.” “Con todas las reservas que puedan hacerse, el inglés es,
indiscutiblemente, la mejor de las candidatas a convertirse en una –la única-
auténtica lengua mundial… La tendencia continúa en nuestros días, apoyada
también por las exportaciones de películas, las canciones de moda, los casetes
de vídeo, los programas de ordenador y la expansión de Internet.”[2]
Esta
situación se refleja en la preocupación por la continua ‘inmigración léxica’
desde la lengua inglesa hasta el territorio de la neología del Español. Si en
el siglo XVIII la preocupación para
El
diagnóstico de la situación de la comunidad lingüística hispánica se puede
justificar con la máxima que dibuja uno de sus más decantados perfiles: “la
difícil conciencia del policentrismo
a un lado y otro del Atlántico”, o, dicho de otro modo, “la desaparición de un
único centro de referencia para la normalización o estandarización
lingüística”. Como la lengua inglesa, el resto de lenguas y de culturas del
mundo, también la española, están incardinadas en los nuevos parámetros
emanados de la globalización. Las siguientes palabras de Ángel Rosenblat siguen
gozando de plena vigencia para iniciar esta radiografía de urgencia de la
comunidad lingüística hispánica:
“Ha dicho Bernard
Shaw que Inglaterra y los Estados Unidos están separados por la lengua común.
Yo no sé si puede afirmarse lo mismo de España e Hispanoamérica. Pero de todos
modos sí es evidente que el uso de la lengua común no está exento de
conflictos, equívocos y hasta incomprensión, no sólo entre España e
Hispanoamérica, sino aun entre los mismos países hispanoamericanos.”[4]
No
podemos seguir remontándonos a principios del siglo XX para hablar de ‘español
actual’. El español contemporáneo puede tener como fecha de referencia el año
1999, por aquello de recurrir a acontecimientos relevantes en la periodización
de las etapas históricas. En ese año se editó, con la aquiescencia, por primera
vez, de las veintidós Academias de la lengua española, la Nueva Ortografía de la Lengua Española[5]
y se firmó un acuerdo entre la empresa Microsoft y la Real Academia de la
Lengua Española, con memorable apretón de manos entre Bill Gates y Víctor
García de la Concha.
Nuevas
necesidades, y cada día más elevados intereses económicos, están forzando el
nacimiento de un español general, internacional, tercera norma (norma exógena)
o español neutro que pueda volar por encima de los estrechos límites regionales
o locales hispanoamericanos y peninsulares en función de los usos e intereses
comerciales y educativos. Veamos más de cerca las características de esta
Tercera norma:
“Actualmente estamos asistiendo a
la aparición de una tercera norma que es el instrumento de expresión de los
medios internacionales de comunicación de masas. El modelo de esta norma se
encuentra en las emisiones del canal CNN de Atlanta, pero sus características
también aparecen en canales comerciales de Miami, por lo que la llamaremos
norma exógena, puesto que se ha creado fuera del ámbito natural de la lengua.
Las actividades que siguen esta
norma están dirigidas en primer lugar, a la comunidad llamada «hispana» de los
EEUU y en segundo lugar, a toda Hispanoamérica. Su fuerza reside en su poder de
expansión, puesto que se difunde principalmente por todas partes a través de
contratos de paquetes de emisoras de TV, mientras que las emisoras de los
países en forma individual no se difunden del mismo modo.
Este español, construido
artificialmente, es el que se usa en los productos comerciales como las
emisiones de noticias y las telenovelas. Se parece mucho al español general,
solo que este español no es una entelequia sino una realidad difundida por los
medios a todos los lugares. Se trata de lengua culta escrita aunque en
apariencia sea hablada, puesto que es leída por los locutores. Está desprovista
de particularidades locales y por lo tanto, de toda afectividad y de acentos
enfáticos. Su tono, de aparente imparcialidad y asepsia, le permite al periodista
una actitud de lejanía y distancia con respecto a los acontecimientos que se
están presentando o narrando. Sigue la Gramática española en lo que concierne a
la morfología, pero se aleja de esa norma porque no usa vosotros ni diferencia la s
de la z. En cuanto al léxico
que utiliza, es el oficialista consagrado en el Diccionario de la Real Academia, con algunas excepciones en las
que se prefiere en primer lugar, el término americano más expandido y en
segundo lugar, el término mexicano.”[6]
No
deja de sorprender el avance de lo que los viejos romanistas llamaron Nueva Romania en los Estados Unidos de
América y al ritmo que jamás soñara ningún emperador romano[7].
Se barajan cifras de entre treinta y cinco y cuarenta millones de hispanos
censados en EE.UU.
La
enseñanza del español se plantea cada vez más como enseñanza de una segunda
lengua (L2), español para extranjeros (ELE) y para inmigrantes.
Como
vieja tortuga, en el caparazón de la comunidad lingüística hispánica siguen
presentes todos los problemas pendientes:
1.-
La propia denominación de la lengua: ¿la constitucional castellano o la más general de español? (o las denominaciones sinónimas de lengua castellana o de lengua española).
2.-
La propia denominación de la comunidad lingüística: ¿hispanoamericana, iberoamericana
o latinoamericana?
3.-
El tradicional bilingüismo polémico peninsular (las relaciones entre el español
y las lenguas catalana, vasca y gallega. Algunos sectores más radicales hablan
de “guerra de lenguas” para calificar esta situación.
4.-
La presencia de ‘sayagueses’ y ‘nuevos esperantos’, como los denominara
Gregorio Salvador, para referirse, por ejemplo, a la estandarización y a los
intentos de ‘oficialización’ del Asturiano y del Aragonés (el movimiento
‘Aragón trilingüe’), y para calificar a las propuestas de nuevas ortografías
para dialectos como el Andaluz o el Murciano.
5.-
El indigenismo compensado (la mala conciencia) en Hispanoamérica. Pese a la
retórica indigenista, sólo Paraguay es constitucionalmente bilingüe.
6.- Los
actuales desafíos normativos en Norteamérica: Monolingüismo antagónico vs.
Monolingüismo hegemónico; diglosia; bilingüismo normalizado o, por último, espanglish, el “vil-lingüismo”, en
palabras de Odón Betanzos[8].
Los
instrumentos y recursos informáticos como las variedades lingüísticas que
sostienen el software (por ejemplo,
los diccionarios y la ortografía que alimentan el programa Word de tratamiento de textos) y, en general, las nuevas
tecnologías de la información comienzan a ejercer una influencia sobre la
lengua española no necesariamente anclada en la contigüidad del territorio y en
el contacto comunicativo personal entre los hablantes. Los recursos discursivos
de las nuevas tecnologías de la información han propiciado el nacimiento de
nuevas modalidades lingüísticas (nuevos géneros hipertextuales. La
‘ciberhabla’, por traducir el término de David Crystal[9]).
A
pesar de esta nueva situación, la geografía
del cambio lingüístico no
puede romper el ritmo de contacto y del desplazamiento de los hablantes. Las
nuevas coordenadas que traza la globalización sitúan los confines fronterizos
del español al norte de México y en las costas de Florida (las yolas y los
balseros), en las aguas del Estrecho y de Canarias (pateras y cayucos) –en la dirección Sur-Norte- y en el confín
Oriental, Turquía, la frontera política de
* * *
Recurramos a una nueva máxima: “Sin contacto
no hay conflicto y sin conflicto no hay cambios”. A los factores externos
descritos, se suman, como las dos caras de la misma moneda, las encrucijadas cotidianas de los
hispanohablantes en el uso de su lengua. El comportamiento lingüístico
cotidiano es comparable a la escenificación dramática de una pareja mal
avenida: (Doña) Norma y (Don) Uso. Las virtudes que adornan a una son las
ausentes en el otro:
“En el contexto lingüístico hispánico sigue siendo necesario comenzar
con una precisión: el uso de una lengua por sus hablantes es un hecho que
corresponde a la esfera del “ser”, a la comprobación de que la lengua se habla
de una manera o de varias. La norma en una lengua, por el contrario,
corresponde a la esfera del “deber ser”, a la manera en que se juzga si el uso
es “correcto” o “incorrecto”, “propio” o “impropio”, “castizo”, “puro”, o
“bárbaro” o “solecista”.”[15]
“La norma, que el Diccionario académico define
como “conjunto de criterios lingüísticos que regulan el uso considerado recto”,
no es algo decidido y arbitrariamente impuesto desde arriba: lo que las
Academias hacen es registrar el consenso de la comunidad de los
hispanohablantes y declarar norma, en
el sentido de regla, lo que estos han convertido en hábito de corrección,
siguiendo los modelos de la escritura o del habla considerados cultos. «En
manos del uso –decía ya el poeta latino Horacio- se halla el juicio, el derecho
y la norma de hablar»”.[16]
El
fruto de esa discordia permanente es la duda idiomática, (Doña) Duda, la causa
más importante de inseguridad lingüística:
“Nada destruye tanto la confianza del
redactor como las dudas que pueden asaltarle sobre el uso correcto del idioma.”[17]
Se inicia por esta vía una de las situaciones
inestables de variación que, después de un periodo más o menos largo de
coexistencia, llevarán al cambio lingüístico con la sustitución o el abandono
de soluciones anteriores.
Una
parte importante de la tradición gramatical hispánica ha pretendido formular
las reglas del análisis lingüístico sobre la base de la analogía y de la
homogeneidad en el establecimiento de sus paradigmas, y de los textos escritos
como fuentes principales de estudio. Así se explica que fuese factible
promulgar, como instrumentos oficiales de la enseñanza a finales del siglo
XVIII, una gramática (con su reglamentación ortográfica) y un diccionario (el
de Autoridades) con el objetivo de facilitar el empleo correcto de todos los
recursos de la lengua.[18]
Curiosamente, y salvando las distancias, a principios del siglo XXI se percibe
en España el deseo de una solución de este calibre de la mano de instituciones
como la RAE y el Instituto Cervantes.
Cuando las gramáticas abandonaron la dimensión
normativo-prescriptiva y pretendieron una descripción explicativa de los niveles
lingüísticos, todavía se tenía la vana ilusión de que el estudio de la
Gramática facilitaba un correcto comportamiento lingüístico. Como decía un
insigne hispanista, era como pretender aprender a montar en bicicleta
estudiando voluminosos tratados de Mecánica. Saltar del medio escrito al oral y
al resto de sistemas de signos (gestuales, hipertextuales) implicó ampliar las
columnas de Hércules de los estudios lingüísticos a los terrenos pragmáticos y
textuales.
“Hasta ahora, las personas interesadas en conocer la norma académica
debían consultar, separadamente, los tres grandes códigos en que esta se
expresa: la Ortografía, la Gramática y el Diccionario. La Ortografía enuncia los principios generales que
regulan el uso de las letras y los signos ortográficos, pero, naturalmente, no
se ocupa de detallar su aplicación en todos los casos en que puedan plantearse
dudas particulares. La Gramática
–actualmente en proceso de profunda revisión y actualización, pues su última
edición oficial data de la ya lejana fecha de 1931- estructura su contenido
alrededor de las categorías y conceptos lingüísticos, y no de los problemas
concretos de tipo morfológico o sintáctico que tal o cual palabra puede
plantear. El Diccionario, en fin, por
su condición de repertorio léxico oficialmente reconocido, exige la
consolidación en el uso general de las nuevas palabras y acepciones, así como
de las propuestas de adaptación de voces extranjeras, antes de incorporarlas y,
cuando lo hace, se limita a registrar sus sentidos”.[19]
Ha
sido por casualidad, ni siquiera para llenar ese vacío de más de setenta años
sin gramática académica, la puesta en circulación de una nueva forma de favorecer
un correcto uso de la lengua, la que da título a esta lección: la lexicografía de la duda.
Como
recuerda Alberto Gómez Font:
“Cada vez son menos los usuarios del español que dudan sobre quién o
quiénes dictan la norma de uso; no son los diccionarios, ni las gramáticas, ni
los libros de ortografía; hoy en día las verdaderas guías de uso del español
actual son los manuales de estilo, y la mayor parte pertenecen a los medios de
comunicación, es decir, a la prensa, tanto escrita como oral; manuales que, en
muchas ocasiones, están redactados o supervisados por expertos en la lengua, y
en los demás casos están copiados de los primeros. Así, pues, cualquier persona
que se aproxime al estudio del español deberá tener muy en cuenta este tipo de
publicaciones, en las que encontrará resueltas muchas de las dudas que se irá
planteando a medida que avance en su conocimiento. Y también hay que tener en
cuenta que los verdaderos maestros del español son los medios de comunicación,
que se encargan de difundir los nuevos usos de la lengua.”[20]
Escuchemos
al promotor, el periodista Luis María Anson:
“Hace quince años me correspondió la gratificante tarea de poner en
marcha, desde la agencia Efe, el primer Manual de Estilo de consideración que
se publicaba en el periodismo español. Dirigido por Fernando Lázaro Carreter,
hombre en el que se produce la soldadura del científico del idioma y el artista
de la palabra, el Manual se propagó rápidamente por las redacciones de España e
Iberoamérica. Fue imitado, copiado, consultado. Resultó especialmente
beneficioso para el español que se habla y escribe en ambas orillas del océano.
Aquel éxito me ha animado a impulsar ahora el Libro de Estilo de ABC
que el lector tiene entre las manos. Profesores ilustres y expertos
profesionales del periodismo han trabajado durante varios años hasta hacer de
este libro condensado un instrumento útil no sólo para los redactores de ABC,
sino para los periodistas de cualquier diario impreso, hablado o audiovisual de
todo el mundo iberoamericano. (…)
Este Libro de Estilo de ABC pretende facilitar a las nuevas
generaciones de periodistas educados en los medios audiovisuales un mejor
conocimiento del idioma para evitar que se adultere y se degrade. Pretende
también cruzar las fronteras geográficas e instalarse en ese colosal espacio
cultural que es el español hablado por cerca de cuatrocientos millones de
seres. Si resulta de utilidad para nuestros compañeros profesionales de las
naciones iberoamericanas, nos sentiremos especialmente satisfechos por la obra
realizada. En todo caso, aquí están unas páginas enamoradas del español, que
pretenden ayudar a que cicatricen las heridas abiertas en el cuerpo del idioma
en que escribieron Cervantes y Pablo Neruda, en que hablaron Alfonso el Sabio,
Andrés Bello y Rómulo Gallegos”. (Luis María Anson, 1993: 225-226).[21]
Escuchemos
al mencionado lingüista y académico, Fernando Lázaro Carreter, promotor de lo
que el denominaba “código de precauciones” (1993: 8):
“Este libro de estilo resulta sin duda de esa misma creencia, del
propósito de continuar la tradición culta del periódico, y de la asunción de su
deber ante la comunidad hablante, por parte de los responsables de ABC,
especialmente de su director Luis María Anson, en quien es antigua la
preocupación por el idioma de la información; soy testigo de lla desde que,
dirigiendo EFE, me invitó en
Pasemos a describir someramente la
teleología y la estructura de estos nuevos recursos. En palabras del mismo
Fernando Lázaro:
“Como es bien sabido, un “libro de estilo” se refiere al estilo en
diversas acepciones. Regula lo que un rotativo considera distintivamente suyo,
desde un punto de vista ético (comportamiento ante el mundo de que da
testimonio), semiótico (orientaciones sobre el modo de presentar sus
materiales) y lingüístico. (…) Como es natural, ningún código de esta clase
puede prever todo cuanto ha de precisar remedio. Ha de limitarse a lo más
perceptible y repetido, porque los deslices personales no casuales, motivados
por ignorancia o insensibilidad idiomática, escapan a toda previsión. Sólo cabe
atajarlos mediante la actitud alerta de los propios redactores contra la
confianza en sí mismos. Pero hay otros desvíos de la norma o del buen sentido,
que sin ninguna razón se multiplican y difunden sin despertar sospecha, y que
sólo contribuyen a empobrecer el idioma y a crear una situación magmática,
precursora de la fragmentación.”[22]
En cuanto a la estructura:
“Aparece dividido este Libro de Estilo en tres partes: una de lectura
aconsejada y dos de consulta ocasional. La primera se ha estructurado en cuatro
capítulos, que versan respectivamente sobre los aspectos ortográficos y
recomendaciones gramaticales que el redactor, en el apresuramiento de su tarea,
pudiera ocasionalmente olvidar; las normas de redacción y estilo propias de ABC
–entendido el estilo también como el tono general y la conducta informativa- y,
por último, las instrucciones sobre presentación técnica de originales,
obligadas para asegurar la uniformidad visual del diario. La segunda parte es
un Léxico en el que se ordenan alfabéticamente numerosos términos de empleo o
grafía dudosos y otras muchas expresiones tópicas de las que conviene depurar
el lenguaje periodístico. Completa el Manual un Apéndice con informaciones
prácticas cuya consulta evitará laboriosas o estériles indagaciones en fuentes
a menudo dispersas.”[23]
En el caso del Manual de Estilo de TVE[24]
se suman las cuestiones que tienen que ver con la pronunciación correcta y se
detallan los sectores de léxicos especializados en Deportes, Economía,
Política, Derecho, ámbito militar y los propios del medio televisivo. No falta
una sección para términos latinos, equívocos e insultos.
En el fondo, si recurrimos a la Teoría del Registro de M. Halliday, se
refuerzan los distintos componentes del Campo
de discurso (tecnicismos, jergalismos, eufemismos, disfemismos,
dialectalismos, extranjerismos, etc.), de los tonos del discurso (protocolo y cortesía verbal) y los medios o modos del discurso (ortografía
y ortotipografía; códigos fonéticos y pautas de pronunciación).
Recogiendo las iniciativas procedentes de
estos dominios profesionales,
“El DPD se dirige tanto a quienes buscan resolver con rapidez una duda
concreta y, por consiguiente, están solo interesados en obtener una
recomendación de buen uso, como a quienes desean conocer los argumentos que
sostienen esas recomendaciones. Cada lector obtendrá, pues, una respuesta
adecuada a sus intereses, particulares o profesionales, y a su nivel de preparación
lingüística.” [26]
El DPD se autoconcede rango de
normativo: “es un diccionario normativo
en la medida en que sus juicios y recomendaciones están basados en la norma que
regula hoy el uso correcto de la lengua española”.[27]
Su campo de intervención: “…da respuesta a las dudas más habituales
que plantea el uso del español en cada uno de los planos o niveles que pueden
distinguirse en el análisis de los elementos lingüísticos: el FONOGRÁFICO, pues
resuelve dudas de tipo ortológico (sobre la pronunciación) y ortográfico (sobre
grafías, acentuación y puntuación); el MORFOLÓGICO, ya que orienta sobre las
vacilaciones más frecuentes que se dan en el plano de la morfología nominal
(plurales, femeninos y formas derivadas) y de la morfología verbal (formas de la
conjugación); el SINTÁCTICO, al aclarar dudas sobre construcción y régimen,
concordancia, forma y uso de locuciones, etc.; y el LEXICOSEMÁNTICO, pues en él
se examinan y corrigen numerosas impropiedades léxicas, a la vez que se ofrece
orientación sobre el uso de neologismos y extranjerismos.”[28]
Ante
dilemas como Méjico/México, soluciones inmediatas. En el
caso de “México”, son ya manifiestamente perceptibles las consecuencias de la
conciencia de policentrismo:
“En cuanto a las variantes escritas con j (Méjico, mejicano…), se
recomienda restringir su uso en atención a la tradición ortográfica del país
americano.”[29]
Mediante
este tipo de soluciones, el papel de la guía del comportamiento lingüístico
comienza a ser efectivo en cuanto se asume la pluralidad de normas (orales,
escritas, gestuales, hipertextuales, peninsulares y americanas), no se
frivoliza sobre su jerarquía y se responde al marco policéntrico de la nueva
geografía de la lengua española y a la contabilidad real de sus hablantes. Así
lo había planteado ya el profesor mejicano Luis Fernando Lara:
“Entre las normas lingüísticas hay jerarquías, y es la existencia de
estas jerarquías la que permite conservar la unidad de la lengua en la
diversidad regional y nacional hispánica. Las normas de la lengua literaria
(escrita) y las ortográficas encabezan esa jerarquía; las siguen las normas
regionales o nacionales, en sus diversos ámbitos de aplicación: la fonética,
morfología, la sintaxis y el léxico… La existencia de tal jerarquía normativa
en el español contemporáneo es también una prueba de que el mundo hispánico
hace mucho tiempo dejó de estar formado (si alguna vez lo estuvo) por una
metrópoli y una periferia; se trata de un mundo multipolar, en donde las redes
de comunicación y las diferentes culturas que se fueron formando a partir de la
Conquista han definido diversas y legítimas variedades del español.”[30]
Y así se ‘bautiza’ el nuevo
Diccionario:
“El carácter panhispánico de este nuevo diccionario viene determinado
tanto por su contenido –y, específicamente, por la consideración de las
variantes regionales- como por su autoría. Han sido, en efecto, las veintidós
Academias las que han definido sus líneas maestras y trabajado codo a codo
durante más de cinco años en su aplicación y desarrollo. Se propone el Diccionario panhispánico de dudas aclarar la norma establecida y atender a la
vez a lo que algunos lingüistas llaman “norma en realización”; de ahí que
oriente también sobre lo no fijado y formule propuestas guiadas por la
prudencia y el ideal de unidad lingüística. Ello lo convierte en una obra
abierta, que nace con el propósito declarado de mantener una actualización
continua. No se dirige a los especialistas, sino al público hispanohablante en
general. Por ello, en algunos puntos se han obviado precisiones terminológicas
que serían insoslayables en obras dirigidas a lectores especializados.”[31]
Y esta es una de sus claves de
discernimiento:
“A pesar de la imposibilidad de dar cuenta sistemática de todas las
variedades que de uno y otro tipo puedan efectivamente darse en las distintas
regiones de habla hispana, el DPD trata de orientar al lector para que pueda
discernir, entre usos divergentes, cuáles pertenecen al español estándar (la
lengua general culta) y cuáles están marcados geográfica o socioculturalmente.”[32]
Se
trata de evitar situaciones como la que presentamos a continuación. Escuchemos
al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince lamentarse de las correcciones a
las que un corrector de estilo español sometió uno de sus libros:
“A mí no me parece que llamar carros a los automóviles sea
mejor que decirles coches, pero tampoco me parece preferible lo contrario. Si
vamos a los orígenes de la lengua, la palabra carro es más antigua, y latina,
mientras que coche es apenas del siglo XVI, y de procedencia húngara. En los
dos casos se emplea un sustantivo viejo (usado para distintos vehículos de
ruedas) para referirse a una cosa nueva: el automóvil. En cuanto al “chófer”
peninsular, es un galicismo tan afrancesado como chofer (ambos vienen de chauffeur, el fogonero de las
locomotoras), sólo que en nuestra palabra el acento es más fiel a la fonética
original.
Con esta primera alarma encendida, agucé la vista y pude
ver cómo el corrector español había convertido en “pisos” mis apartamentos, en
“chavales” a mis muchachos, en “visados” a mis visas, en “ordenadores” a mis
computadores, “vaqueros” a mis bluyines, “dinero” a mi plata, “zapatillas de
deporte” a mis tenis, “patatas” a mis papas, “cachondos” a mis arrechos, “tíos”
a mis tipos, “pijos” a mis aliñados, y hasta “gilipollas” a mis güevones. Yo no
voy a decir que nuestro léxico es mejor que el peninsular, pero tampoco creo
que el de ellos sea más castizo (antipática palabra de los tiempos de las
gramáticas normativas). Lo que sí digo es que usamos sustantivos y adjetivos a
veces distintos, y que unos y otros deben ser conocidos y respetados a ambos
lados del Atlántico.
Por el hecho de que un anglicismo (jersey, chándal o
jogging) se imponga en España, esto no implica que nuestros anglicismos o
nuestras traducciones suramericanas sean más espurias (suéter, sudadera,
trote). Significa que la lengua, en estos casos, ha seguido caminos distintos,
y que si queremos seguir entendiéndonos debemos enterarnos de la forma en que
hablamos aquí y allá.
Está claro que los asuntos que se limitan al puro léxico
son más fáciles de dilucidar. Cuando hay un número suficiente de hablantes que,
en Europa o América, han acogido una palabra como propia, ésta debe
incorporarse al acervo del idioma, sin importar que el neologismo haya sido
acuñado en México, en la Patagonia o en Valladolid. Aceptar las novedades
solamente cuando se vulgarizan en España significaría seguir apegados a una
visión colonial del mundo.”[33]
Recoge el DPD el
resto de lo componentes de la variación lectal, intra e interlingüística. De
suerte que se contemplan los factores diacrónicos (construcciones en desuso) y
las interferencias gramaticales en contextos de bilingüismo.
Finalmente,
se evalúa toda la variación contextual-funcional de la lengua española: “También tiene presentes el DPD las
variaciones determinadas por el modo de expresión, la situación comunicativa y
el nivel sociocultural de los hablantes”.[34]
Recurre para ello a antinomias tradicionales como las de lengua oral, lengua
escrita; lengua literaria, lengua o habla corriente; lengua o habla formal o
esmerada, lengua o habla informal, coloquial o familiar; lengua o habla culta,
lengua o habla popular o vulgar; finalmente, lengua o habla rural.
Esta
Lexicografía de la duda no impone una norma sobre otra, sino que las compagina
y las circunscribe al lugar que les corresponde. Para ello es conveniente que,
especialmente en contextos bilingües y dialectales, se superen actitudes
discriminatorias y exterminatorias hacia algunas normas nacionales, regionales
o locales:
“Ninguna de las variantes señaladas es en sí misma censurable, pues
cada una de ellas sirve al propósito comunicativo dentro de sus límites, sean
estos impuestos por la localización geográfica, la situación concreta en la que
se produce la comunicación o el grupo social al que pertenecen los
interlocutores. En consecuencia, nadie debe sentirse señalado o menospreciado
por los juicios expresados en esta obra.”[35]
Como
respuesta a los factores psicolingüísticos implicados en la seguridad e
identidad lingüística en el comportamiento lingüístico de los hispanohablantes,
con fuertes intereses políticos y económicos se están construyendo
herramientas, impensables tanto desde planteamientos estructuralistas o
generativistas, como desde las proclamas normativo-prescriptivas tradicionales,
que bajo el mero formato –no lo olvidamos- de la lexicografía acogen la
dinámica de la variación lingüística a expensas de los intereses particulares y
de las capacidades del hablante que conscientemente hace uso este tipo de
obras. En el caso de
[1] “La difusión mundial del inglés es
un terremoto en la historia del Hombre”. (15 de enero de 2005). Times on line. También en Tonos digital, 9, junio, 2005:
[2] La globalización del léxico hispánico, de Humberto López Morales.
Espasa. Madrid. 2006, págs. 30 y 32, respectivamente.
[3] Diccionario panhispánico de dudas. Santillana. Madrid. 2005 (en
adelante nos remitiremos a la obra con la sigla DPD).
[4] Ángel Rosenblat (Instituto de
Filología Andrés Bello. Universidad
Central de Venezuela): El castellano de
España y el castellano de América. Unidad y diferenciación. Cuadernos
Taurus (director: P. Jesús Aguirre), 94. Taurus ediciones. Madrid. 1970. 71
páginas.
[5] Nueva ortografía de
[6] “Influencia de la tercera norma en
el español de Venezuela”, de María Josefina Tejera, 2001. http://www.analitica.com/Bitblio/mjtejera/tercera_norma.asp
.
[7] “Ya hay cuarenta millones de
hispanos en EE.UU”,
[8] Artículo de Pedro Guerrero sobre
la figura de Odón Betanzos (
[10] Diagnóstico utilizado, para otros
fines, por Antonio Bañón Hernández en: “Adolescencia,
variación lingüística, competencia metacomunicativa y enseñanza de la lengua”,
pág. 260. Estudios de Lingüística,
Universidad de Alicante, 9, 1993, págs. 253-285.
[11] “Tres culturas e
interculturalidad”, de Pedro Martínez Montávez, en Murcia tres culturas, caminos de leche y miel, de Juana Castaño
Ruiz (Coord.), Murcia, Publicaciones del Ayuntamiento de Murcia. 2004. Págs.
45-53.
[12] Lenguas en guerra, de Irene Lozano, Espasa Calpe. Colección Espasa
Hoy. Madrid. 2005.
[13] Término acuñado por Antoni M. Badia i Margarit para referirse al
tipo de relaciones dominantes entre las distintas lenguas de España,
especialmente entre castellano, catalán y euskera.
[14] Discurso e inmigración. Propuestas para el análisis de un debate
social, de Antonio Bañón Hernández, Servicio de Publicaciones de
[15] “Normas lingüísticas: pluralidad y
jerarquía”, de Luis Fernando Lara. Español
Actual, 71, 1999, pág. 13.
[16] DPD (2005, presentación).
[17] Libro de estilo de ABC, Ariel. Barcelona. 1993. Pág. 11.
[18] “En una Real Cédula de 23-6-1768, Carlos III mandó que la enseñanza
primaria y secundaria se impartiera en toda España en el idioma general
y ordenó al mismo tiempo que las sentencias de
[19] DPD (2005, presentación).
[20] http://www.ucm.es/info/especulo/ele/g_font.html: “Los libros
de estilo de los medios de comunicación en español: necesidad de un acuerdo”.
[21] Libro de estilo de ABC, Ariel. Barcelona. 1993.
[22] Lázaro Carreter (“Prólogo” a Libro de estilo de ABC, 1993: 9).
[23] Libro de estilo de ABC, Ariel. Barcelona. 1993. Pág. 12. Figuran en
ese Apéndice: Orden protocolario en ABC de
[24] De Salvador Mendieta. Labor.
Barcelona. 1993.
[25] “El texto básico del DPD fue aprobado el 13 de octubre de 2004, en una
sesión plenaria conjunta de
[26] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”.
[27] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”.
[28] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”.
[29] Ortografía de la lengua española. Real Academia Española, Espasa.
Madrid.1999. pág.29.
[30] Luis Fernando Lara (1999: 20).
[31] DPD (2005, “Presentación”).
[32] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”.
[34] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”.
[35] DPD (2005), “Qué es el Diccionario
Panhispánico de Dudas”. Dejamos fuera de comentario el texto apadrinado por el
Instituto Cervantes que pretende cumplir el mismo papel que el DPD. Nos
referimos al Manual Saber escribir,
coordinado por Jesús Sánchez Lobato. Aguilar. Madrid. 2006.
[36] Actitudes lingüísticas en Dialectología. Estudios sociolingüísticos del
dialecto Murciano, de José María Jiménez Cano (ed.):
http://www.um.es/tonosdigital/znum8/portada/monotonos/monotonos.htm
. En particular:
http://www.um.es/tonosdigital/znum8/portada/monotonos/13-JIMENEZCANO.pdf
.
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