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ESPEJISMOS SOBRE UN SONETO DE JOSÉ JUAN
TABLADA
(Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, UNAM)
Resumen
El presente trabajo es un ejercicio de
análisis imagológico apoyado en la propuesta teórica de Daniel-Henri Pageaux,
con base en la cual se lleva a cabo un análisis del soneto La venus china
del poeta mexicano José Juan Tablada. Los 3 ejes de análisis de la imagen del
extranjero desarrollados a partir del poema son el análisis léxico, el
estructural y el de condiciones sobre la producción del texto.
Palabras clave poesía mexicana, imagología, hermenéutica
Mirages of
a Sonnet by José Juan Tablada
Abstract
This piece
of work is an imagologic analysis of the sonnet La venus china by the
Mexican poet José Juan Tablada. The analysis is based on the theoretical proposal
of Daniel-Henri Pageaux and the image of the foreigner in the sonnet is
examined based on a lexical analysis, a structural analysis, as well as an
analysis of the conditions of the text production.
Key words:
Mexican poetry, imagology, hermeneutics.
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El presente trabajo es un ejercicio de
análisis imagológico apoyado en la propuesta teórica de Daniel-Henri Pageaux,
misma que expone brevemente en un ensayo titulado “De la imaginería cultural al
imaginario” (Pageaux, 1994). Trataré, entonces, de seguir puntualmente los 3
ejes de análisis sobre los que dicho autor fundamenta su estudio de las
imágenes del extranjero, a saber, el análisis léxico, el estructural y, por
último, el de condiciones sobre la producción del texto.
El objeto de estudio es un poema de José
Juan Tablada escrito entre 1892 y 1900, seleccionado por el propio autor para
aparecer en su antología personal Los mejores poemas (Tablada,1993) en
un primer apartado que tituló “Poemas de juventud”. Puesto que posteriormente
trataré los aspectos relacionados con la publicación del texto, prosigo a la
trascripción para iniciar el análisis.
Tabla I: poema
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LA VENUS CHINA |
1 |
En su rostro ovalado palidece el marfil, |
2 |
la granada en sus labios dejó púrpura y miel, |
3 |
son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel |
4 |
y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil. |
5 |
Cual las hojas de nácar de un extraño clavel |
6 |
florecieron las uñas de su mano infantil, |
7 |
que agitando en la sombra su abanico febril |
8 |
hace arder en sus sedas un dorado rondel... |
9 |
Arropada en su manto de brocado turquí, |
10 |
en la taza de jade bebe sorbos de té, |
11 |
mientras arde a sus plantas aromoso benjuí. |
12 |
¡Mas irguióse la Venus y el encanto
se fue, |
13 |
pues enjuto, en la cárcel de cruel borceguí, |
14 |
era un pie de faunesa de la Venus
el pie!... |
En el eje
semántico, el título del soneto es el primer bastión en la construcción del
estereotipo; Venus es, como sabemos, la diosa itálica del amor, asimilada a la
diosa griega del Deseo, Afrodita, “nacida de la espuma” (Graves, 1987, p.57)
luego de que Cronos arrojara los genitales de Urano al mar; esta diosa, hija de
Zeus y Dione, es, por antonomasia, un emblema de la belleza en la cultura
occidental. Su influencia en la representación del amor en Occidente, a la cual
no pareció mermar la aparición del Cristianismo, puede verse reflejada no sólo
en el arraigo de creencias paganas tales como las propiedades de estimulante
sexual asociadas a los mariscos (porque ella emergió desnuda del mar) sino,
sobre todo, en el surgimiento de una media docena de palabras vigentes en el
español a partir del nombre latino de dicha deidad, tales como venustez
(hermosura perfecta), veneno (originalmente, filtro de amor), venerar
(‘adorar’, por extensión de ‘desear’), venéreo (relativo al amor), venera
(insignia en forma de concha, asociada al nacimiento de
Venus es, en sí misma, un
estereotipo occidental y será, gracias a esta etiqueta inicial que el autor
conseguirá polarizar el espacio ideológico del texto, pues el título, en un
giro quiásmico, conjunta dos representaciones de la feminidad: la occidental vs.
la oriental. Lo anterior, permitirá a Tablada, no sólo establecer con sus
lectores una relación de complicidad sino situar la voz poética del texto en un
ámbito cultural europeo, es decir, enarbolará la primera oposición Yo vs.
el Otro; además, los campos léxicos asociados a las dos palabras del título,
trazarán sendos horizontes a lo largo del poema, al tiempo que generarán una
doble expectativa temática en los lectores: la mujer bella / Oriente.
Ahora bien, veamos cómo estas dos visiones
de mundo se entretejen en el proceso de adjetivación de los atributos del
personaje. En la estrofa inicial, el poeta decide esbozar los primeros trazos
de su Venus recurriendo a la descripción del rostro, misma que logra mediante
oposiciones de sustantivos simples a frases adjetivas que evocan
Tabla II
objeto |
núcleo comparativo |
semas virtuales |
(rostro) > |
marfil |
lejanía, lujo, belleza, exotismo, arte, elefante. |
(labios) > |
granada |
seducción, fruto, deleite, rojo, dulce, primavera. |
(cejas) > |
pincel |
tinta, trazo, caligrama, negro, fino, retrato. |
(ojos) > |
opio |
droga, China, alucinación, espejismo, embeleso. |
Parafraseando mi propia tabla de semas,
diría que el rostro de
La segunda estrofa itera la femenina
extravagancia de
Los versos 7 y 8 imponen a la imaginación
un lugar caluroso, donde ni la sombra ni la ligereza de la seda amedrentan la
tenaz labor del abanico, pero en cuya calidez se acomodan con suma naturalidad
nuevos vocablos para propagar sus emanaciones chinescas. El abanico mismo es,
en el imaginario occidental, un atributo femenino, un tanto aristocrático y muy
oriental; por su parte, la seda no es sólo un elemento indispensable de la
indumentaria china de los emperadores (recuérdese que únicamente la clase
gobernante podía vestir esta suntuosa tela) y, por tanto, un símbolo de estatus
sino que además fue una de los principales productos de exportación del país
desde tiempos remotos, mismo que ayudó a configurar la imagen de China hacia el
exterior y cuyo auge se alcanzó precisamente en el siglo XIX. Así pues,
La tercera estrofa construye al personaje
a partir de trazos costumbristas; luego de retomar la descripción del manto,
bajo la cual se abrigan los dos niveles de representación anteriores, el autor
amplía la mirada y muestra a
La cuarta estrofa del soneto, mediante un
violento giro, servirá para acabar de pulir la construcción del estereotipo,
pero planteará un cambio radical en la óptica de la voz poética. Esta última es
la estrofa del desencanto y quizá por ello las palabras de evocaciones
chinescas se hayan ido; se pasa abruptamente del tibio embeleso del bálsamo,
libremente expandido en el recinto palaciego, a la prisión de los salvajes pies
de la mujer y será ahora la oportunidad de los vocablos propios de la cultura
que mira: borceguí, cárcel, faunesa. Trenzando
magistralmente el último de los atributos de
Para concluir esta primera etapa del
análisis, quisiera agregar un breve comentario sobre las aportaciones de la
métrica a la construcción de sentido en el discurso poético. La elección de
dodecasílabos (resultantes de la resta de la última sílaba al tridecasílabo)
agudos recuerda el monosilabismo de la lengua china, más directamente evocado
en los versos 10, 12 y 14, rematados efectivamente por palabras de una sola
sílaba, que al alternar con las rimas también agudas de los versos 9, 11 y 13,
unas en e y otras en i, generan una musicalidad monosilábica y,
por tanto, muy oriental. Obsérvese también que la isometría del poema,
cuidadosamente labrada, se rompe en el verso 13, el cual está tan “enjuto” como
el pie del personaje, pues consta no de 12 sílabas como el resto de los versos,
sino sólo de 11; el poeta está, además de sobrecogido, literalmente encogido,
pues sacrifica la isometría del soneto por introducir su descripción en el
pequeño zapato de la cortesana. Así pues, la zapatilla de seda, aunque breve,
permitirá a
El soneto de
Tablada, como el resto de los textos imagológicos, se construye por atributos
elevados al rango de esencia, mismos que giran en torno de una oposición
fundamental: la identidad versus la alteridad, lo propio versus
lo extraño, Yo versus el Otro. En “
Los espacios en los que se desarrolla el
poema pueden visualizarse en dos planos: el primero, intrínseco al texto mismo,
se subdivide, a su vez, en otros dos planos: el patio o jardín (2ª estrofa) y
el salón de té (3ª y 4ª estrofas); el patio, muy tímidamente sugerido por el
caluroso entorno que incita al abanico, representa un espacio exterior, en el
que el lector atento procura espejismos: una fuente cercana, las cornisas de
palacio, los lotos a la sombra de los esbeltos bambúes del
estanque...posteriormente, la imaginación del lector, ya en la quietud del
salón de té, se disipará en torno de las aromáticas cortinas de benjuí mientras
aspira el cautivador perfume de la intimidad oriental.
El segundo plano espacial está fuera del
poema, pues, inicialmente la construcción del título, y, después, el eco de la
voz poética nos recuerdan que la arrobadora escena de las primeras tres
estrofas nos resulta lejana, porque pertenece a un horizonte cultural ajeno
que, al ser mirado por lo ojos de nuestro poeta, al mismo tiempo que lo sabe
opuesto y distante, le obliga a confesar la representación de su propio
paraíso, pues Tablada, como todo romántico, se interesó por lo desconocido, por
la búsqueda del otro que, allá en la distancia, sin saberlo, le proporcionaba
el material onírico que le permitía evadir su propia realidad, que le permitía
escribir y “soñar de otra manera” (Pageaux, 1994, p. 120). Y cómo no iba
Tablada a soñar de otra manera frente a un personaje diametralmente opuesto a
él, no sólo por que se hallara en otra latitud, sino por su condición de mujer,
de cortesana, de ebúrnea Venus, distante, por supuesto, de la agitación
política del México decimonónico, del trabajo periodístico, de los apuros
económicos del poeta (Tablada, 1992, p. 47), en fin... distante hasta de sí
misma. Cómo no iba a elevarse el autor ante la contemplación de un ser que
habita un tiempo mítico, inasible, carente de anclajes directos a la
temporalidad del poeta; cómo no habría de cautivarlo un tiempo estático que
hiciera de su Venus una belleza inmarcesible.
Pero las vanas ensoñaciones, los frívolos
espejismos claudicarán ante la rebeldía de la última estrofa, en la cual la
dicotomía cultural contenida en el poema se hace aún más patente, donde la voz
poética pasa de la admiración y el embeleso, de la manía (Pageaux, 1994, p.
121), en palabras de Pageaux, al desencanto provocado por la fisonomía deforme
y el gesto cruel de la otra cultura. Entonces, sin alejarnos del
estereotipo, caemos, junto con el poeta, en la trampa de la manía por lo
extranjero, por lo exótico, por lo oriental y asistimos, así, al poético
derrumbe de nuestro paraíso.
“
Pero ¿de dónde nace el orientalismo de
Tablada, ese que volcará sobre Japón en su producción posterior? La impronta
que dejó Las mil y una noches, obsequiado al niño por sus esfuerzos en
la primaria cuando tenía no más de diez años parece ser un chispazo inicial de
su pasión posterior. En La feria de la vida, un libro de memorias que
publicará el autor en 1937, se nota ya el embeleso por lo oriental, cuando a
propósito de su lectura de los días de infancia, el poeta recuerda que de las
hojas de Las mil y una noches surgían “paisajes maravillosos [...],
profundas Alhambras, kaleidoskópicos Alcázares y Generalifes, sobre claras
albercas y entre nemorosas espesuras, poblados por seres que ajenos a todo mal
sentimiento, tenían por única misión revelar las fuentes de la felicidad, el
secreto de los edenes y de los paraísos [...]” (Tablada, 1937, p. 83) y en su
mismo artículo reconoce, abiertamente, la influencia de la serie árabe en su
escritura: “Ese tesoro de la fantasía oriental encantó muchas veladas de mi
niñez y de mi adolescencia y nutrió luego la imaginación del escritor.”
(Tablada, 1937, p. 82). Ya en los años de juventud, Tablada cultivará su gusto
por el exotismo por razones primordialmente estéticas, pues el naciente
modernismo y el desgastado parnasianismo así lo dictaban, además de que las
relaciones con Oriente realmente comenzaban a estrecharse.
Atsuko Tanabe (Tanabe, 1981, p. 12)
refiere en su ensayo sobre Tablada algunas de las causas históricas que
parecieron contribuir a dicha inclinación orientalista no sólo en el autor,
sino en toda una generación. Las noticias oficiales que se tenían de Oriente no
eran pocas (la visita de una comisión científica a Japón para observar el paso
del planeta Venus en 1875; la firma de un tratado comercial con Japón en 1888;
el inicio de la guerra ruso-japonesa en 1904), pero calaban menos en el
imaginario de nuestro joven poeta que las numerosas referencias orientales
cosechadas en la literatura francesa, a través de las novelas de Chateaubriand,
Victor Hugo, Gautier, Leconte de Lisle y Pierre Loti, a quienes Tablada leyó muy
bien.[i]
Después de un atinado análisis, Tanabe sostiene que a “la mayoría de los
escritores y poetas franceses que introdujeron el tema japonés a la literatura,
no les interesaba conocer al Japón como una realidad, sino sólo tener del país
cierta imagen que habría de servirles para desarrollar su propia imaginación.”
(Tanabe,1981, p. 22). Ciertamente, Tanabe no habla de China sino de Japón, pero
¿cuán diferentes podían ser en la distancia y bajo el velo de la imaginación
literaria aquellas dos naciones? No será sino hasta principios del siglo XX, a
la edad de 29 años, que Tablada conocerá el verdadero Oriente, cuando regalado
por la generosidad del mecenas de
José Juan Tablada fue, desde su niñez, un
inquieto observador del Otro, un hombre ávido de la novedad y del exotismo,
que consideraba rejuvenecedores. En su primera época escribió poemas de temas
variados, donde transitan lo mismo cortesanas chinas, que siervas árabes (Soneto
morisco) y seductoras francesas de la talla de Manón y Casandra (“Soneto Watteau”,
“Abanico Luis XV”, “Comedieta”); las geishas serán la pasión que, a la postre,
harán del propio artista un estereotipo: el del cultivador de imágenes extranjeras,
el japonista, etiqueta que lejos de rehusar, ostentaba como una presea, pues
sus conocidos lo recuerdan en su casa de Coyoacán vestido de kimono, con abanico
y sirviendo el té a sus invitados. Pero más allá del Tablada japonista, a
quien sus contemporáneos le llegaron a conceder “opulencia oriental” (Núñez,1951,
p. 12), yo veo al soñador, al hombre que posó la mirada en otros por no ver
a los suyos sufrir en aquel México que, no sé por qué mecanismo del imaginario,
me parece mucho mejor que el de hoy, tanto que su pintoresco barullo, revelado
en un lejano espejismo, me incita al ensueño.
[i] “I’m reading Ramunycho,
novel by Loti.” dirá Tablada en su diario el sábado 17 de 1904.
[ii]
Op. cit., pp. 23-24. El
amigo en cuestión es el escritor Rubén Campos, quien publica una nota en
BARTHES, R. El grado cero de la escritura.
México: Siglo XXI, 1978.
BERISTÁIN, H. Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa, 1985.
CABRERA DE TABLADA, N. José Juan Tablada en la intimidad. (Con cartas y poemas inéditos). México: Imprenta Universitaria, 1954.
CARBONELL I CORTÉS, O. Traducir al otro. Traducción, exotismo y poscolonialismo. Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha, 1997.
GÓMEZ DE SILVA, G. Breve diccionario etimológico de la lengua española, México: El Colegio de México – Fondo de Cultura Económica, 1998.
GRAVES, R. El nacimiento de Afrodita. En Los mitos griegos. Madrid: Alianza, 1987.
NÚÑEZ Y DOMÍNGUEZ, J. José Juan Tablada. Discurso leído ante
PAGEAUX, D. De la imaginería cultural al imaginario. En Compendio de literatura comparada. México: Siglo XXI, 1994.
RALL, M. La otra lectura. Relaciones de viajes y los descritos como lectores.
En RALL y RALL
(ed.) Letras
comunicantes. Estudios de literatura comparada. México: UNAM, 1996.
TABLADA, J. La feria de la vida (memorias). México: Ediciones Botas, 1937.
TABLADA, J. Los mejores poemas. México: UNAM, 1993.
TABLADA, J. Obras-IV. Diario (1900-1944). México: UNAM, 1992.
TABLADA, J. Obras-V. Crítica literaria. México: UNAM, 1994.
TANABE, A. El japonismo de José Juan Tablada. México: UNAM, 1981.
ULLMAN, S. Significado
y estilo. Madrid: Aguilar, 1978.
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