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EL TEATRO DE AGATHA CHRISTIE EN
César Besó Portalés
(I.E.S. “Clara Campoamor” de Alaquás. Valencia)
Resumen: En el teatro español de
posguerra cobra especial interés el género policiaco. Más conocida por su
narrativa, Agatha Christie adaptó también para el teatro algunas de sus más
conocidas novelas policiacas. El siguiente trabajo analiza la producción
dramática de Agatha Christie representada en Madrid en los años 50 y 60.
Palabras clave: Teatro español
de posguerra. Agatha Christie. Teatro
policiaco.
Summary: In the Spanish theater of postwar period
police genre acquires special interest. More well-known for her narrative,
Agatha Christie also adapted for the theater some of her more known
detective-stories. The following article examines the dramatic production of
Agatha Christie represented in
Keywords: Spanish postwar theatre. Agatha Christie.
Police theater.
A
nadie sorprende reconocer en Agatha Mary Clarissa
Miller Christie (1890-1976) a la “reina del crimen”, por su cuantiosa
producción literaria dedicada casi en su totalidad al género policiaco. Es la
escritora de novelas policiacas que más ha vendido a lo largo de la historia y
que cuenta como mérito indiscutible el hecho de haber atraído a un ingente
público lector. Sin embargo, es mucho menos conocida en nuestro país la
producción teatral de Agatha Christie, si bien en los últimos años se han
llevado a escena varios de los policiacos de Agatha Christie por compañías
profesionales, con un éxito más que aceptable. El teatro policiaco de Agatha
Christie ha sido poco editado en castellano y, salvo excepciones, no ha tenido
demasiada repercusión entre los aficionados al género policiaco.
En realidad, casi
ninguna de las piezas teatrales de Agatha Christie es original, pues se trata,
en su mayor parte, de refundiciones de textos narrativos en obras de teatro. No
por ello dejan de llamar nuestra atención, pues en varias ocasiones resulta
mejor la adaptación que su modelo, como así sucede en La ratonera, basada en el relato Tres ratones ciegos, que alcanzó como obra teatral el inimaginable
éxito de continuar representándose ininterrumpidamente desde su estreno en
1952.
El propósito de este
artículo es estudiar el teatro policiaco de Agatha Christie en la posguerra
española, período en el que el teatro policiaco llegó a gozar de excelente
salud, especialmente entre los años 50 y 60, que coinciden con el estreno en
Madrid de varias piezas policiacas de Agatha Christie. Hay que tener en cuenta,
por otro lado, que en los años cuarenta empiezan a conocerse en España de forma
masiva las novelas de Agatha Christie, junto con otras muchas representantes de
la novela-enigma, por lo que los estrenos teatrales policiacos de Agatha
Christie una década después ya venían, en cierto modo, avalados por su enorme
éxito como novelista.
Nuestra investigación
analiza cada una de las obras dramáticas de Agatha Christie representadas en
Madrid por compañías profesionales en el período de la dictadura franquista
(1939-1975). Hemos tomado como fuentes las piezas de teatro traducidas al
castellano, así como las críticas y comentarios que suscitaron en su estreno.
En algunos casos, al no existir versión castellana de la obra teatral, hemos
tenido que acudir directamente a las novelas o, incluso, a la versión
cinematográfica. En cualquier caso, resulta curioso comprobar, y así lo hemos expuesto
a lo largo del trabajo, las diferencias significativas que se aprecian entre
versión narrativa y dramática. Para cada pieza procedemos a indicar su fecha y
teatro de estreno, así como un sucinto resumen de la trama y un comentario
crítico en cuanto a su relación con el género policiaco. Señalamos igualmente
el mayor o menor éxito de la pieza entre la crítica y el público.
Anunciada en el programa como “el mayor éxito del teatro
policiaco” (London, 1997, 60), La
ratonera se estrenó con gran expectación en Madrid el 12 de noviembre de
1954, en el Teatro Infanta Isabel. Sainz de Robles la calificó de ingeniosa e interesante. No era para menos. Fue
todo un éxito que alcanzó pronto las cien funciones, el 30 de diciembre de 1954
y las quinientas el 14 de septiembre de 1955. La ratonera supuso la consagración de María Luisa Ponte como
actriz, y como anécdota indicaremos que fue, por lo que parece, la primera obra
en la que trabajaba una de las mejores y más alabadas actrices de la escena
española: Julia Gutiérrez Caba (Ponte, 1993, 223). La enorme repercusión de La ratonera en España influyó, sin lugar
a dudas, en el hecho de que el propietario del teatro Infanta Isabel, el
avispado Arturo Serrano, gran aficionado al género policiaco, se decidiese por
estrenar en los años sucesivos nuevos títulos de la “reina del crimen”. Arturo
Serrano se permitió incluso una reposición de La ratonera el 1 de diciembre de 1965, y consiguió la muy
respetable cifra de setenta y cinco días de permanencia en cartel. En la
actualidad, La ratonera ha podido ser
contemplada en nuestro país recientemente, con la dirección y adaptación de
Ramón Barea.
La trama de La ratonera es genuina del estilo de
Agatha Christie: una joven pareja ha heredado una mansión de estilo victoriano
y la ponen en alquiler como casa de reposo. En una fría noche de invierno, van
llegando los inquietantes inquilinos que van a pasar el fin de semana: un joven
excéntrico, una dama anciana de mal temperamento, un misterioso extranjero y un
militar retirado. Poco después, un joven sargento de la policía consigue llegar
a través de la nieve para advertirles de que un peligro les acecha, pues alguno
de ellos puede tener relación con un crimen cometido hace algunos años. A pesar
de la presencia del policía, la anciana es asesinada y, tras advertir que han
quedado completamente incomunicados a causa de la nieve y con las líneas
telefónicas cortadas, todos temen que el asesino vuelva a actuar. La casa se
convierte en una ratonera. Las sospechas y recelos entre unos y otros se van
sucediendo. El joven policía propone reconstruir el crimen, pero es una trampa
para quedarse a solas con la joven propietaria para asesinarla. No obstante, el
militar, que es en realidad un verdadero policía, consigue capturar al asesino
a tiempo.
La ratonera es la clásica pieza policiaca en la que no se sabe
quién es el asesino hasta el final de la obra, de modo que el espectador puede
sospechar de cada uno de los personajes, pues todos tienen motivos y ocasión
para cometer el crimen. La ambientación de mansión victoriana, en una noche de
nieve, incomunicados totalmente con el mundo exterior, es muy habitual en el
género policiaco, que gusta de estos espacios cerrados, en los que sólo los
personajes que se ven en escena pueden resultar los culpables. Una turbia
historia que atañe a la muerte de un niño por negligencia de los adultos es el
móvil del asesino, que ya se ha cobrado anteriormente otra víctima, como se
informa al espectador y al resto de los personajes. Como es usual en el género
policiaco, una sorpresa final se reserva a los espectadores: el sargento de
policía, que aparentemente había acudido para ofrecer protección, es el asesino.
El Teatro Infanta Isabel
volvió a presentar una comedia policiaca de Agatha Christie el 13 de enero de
1956, cuyo título era el de Testigo de
cargo, concebida inicialmente como relato corto y que la autora transformó
después en obra teatral. En su estreno en Madrid, la obra consiguió un buen
comentario de Federico Sainz de Robles. En
En Testigo de cargo, un joven apuesto, Leonard Vole, es acusado del
asesinato de una anciana y solterona rica amiga suya, a la que visitaba a
menudo, sin que la vieja supiera que Leonard estaba casado. En el testamento,
la anciana deja su fortuna a Leonard. Todos los indicios apuntan a que Leonard
fue el asesino de la anciana, pero el abogado que instruye el caso debe
investigar la coartada que presenta Leonard, que alega que a la hora del
crimen, él estaba con su mujer Romaine. El abogado cuenta con pocas esperanzas
de que el tribunal crea el testimonio de una mujer enamorada; sin embargo, su
sorpresa es mayor cuando Romaine insiste, ante el tribunal, en que su marido
llegó a casa con la ropa manchada de sangre, después de lo anunciado por él.
Ante la llegada de un anónimo, el abogado consigue, a través de una mujer
vulgar, una carta de Romaine dirigida a su amante, en la que se congratula de
poder deshacerse de Leonard, pese a que sí que se encontraba en casa cuando se
cometió el crimen. El abogado presenta esa carta como prueba y el testimonio de
Romaine, acusada de perjurio, queda desvirtuado, en tanto que Leonard sale
absuelto. Pero eso era lo que pretendía Romaine, que escribió esa carta con la
historia inventada de su amante y se la entregó después, disfrazada de mujer
vulgar, al abogado. Todo ello para salvar a su marido, que es culpable. Romaine
se dispone a ir a la cárcel por perjurio, pero ante el desprecio de Leonard,
que piensa marcharse con su amante, Romaine le clava un cuchillo y lo mata.
Testigo de cargo es una comedia policiaca “de juicios” con pocos personajes,
en la que la exposición de los hechos y la psicología de los personajes cobra
mayor relevancia que la acción. Casi toda la trama está al servicio del
personaje de Romaine, que es consciente de que su testimonio no será creído por
el jurado y, por ello, muestra animadversión por su marido e insiste en su
culpabilidad. La sorpresa final le viene al espectador cuando se descubre que
todo ha sido preparado por Romaine, para que el jurado no crea su versión de
los hechos y así poder salvar a Leonard. En la narración corta, Leonard es
absuelto y su crimen queda impune, lo cual no sucede en la versión teatral, a
la que se le añade la escena en la que Leonard es asesinado por la propia
Romaine, cuando ésta descubre que tiene una amante con la que se iba a gastar
el dinero heredado de la anciana. El castigo de los criminales, además de ser
casi preceptivo en el género policiaco de enigma, estaba recomendado por la
censura.
De nuevo en el Teatro
Infanta Isabel, el 15 de noviembre de 1956 se estrenó en Madrid La tela de araña. Obtuvo una aceptable
valoración de Sainz de Robles, que la consideraba “interesante y muy teatral”.
La trama de La tela de araña está llena de humor y
suspense. Clarissa, joven y valiente mujer es, sin embargo, muy fantasiosa a la
hora de inventarse sucesos que le acontecen. Un día recibe la visita de Oliver,
casado con la exesposa de Henry, marido de Clarissa. Oliver amenaza con
llevarse a Pippa, hija de Henry en su anterior matrimonio. Sin embargo, el
propósito de Oliver es registrar un antiguo mueble de la casa de Clarissa, en
el que se esconde un sello de mucho valor. Oliver muere poco después, de un
golpe a la cabeza, y Clarissa teme que lo haya matado Pippa, por lo que se
dispone a protegerla cueste lo que cueste. Para ello, esconde el cadáver y
convence a tres amigos, Hugo, Jeremy y Sir Rowland, para que corroboren la
historia que le va a contar a la policía, que ha venido a la casa llamada por
una persona anónima. El cadáver de Oliver es, finalmente, descubierto, y
Clarissa se acusa del crimen, para que no condenen a Pippa. La niña admite
haber querido matar a Oliver, pero confiesa que no tuvo valor para hacerlo.
Clarissa, atando cabos, con la colaboración de Sir Rowland, descubre que el
asesino sólo pudo haber sido Jeremy, pero teme que la policía no la crea,
después de tantas historias falsas que les ha contado. Llega a tiempo, con todo,
para impedir que Jeremy mate a Pippa, que lo vio merodeando por la casa con un
palo de golf, el arma homicida. Jeremy confiesa que mató para robar el sello y
es detenido. Cuando llega Henry y Clarissa le explica todo lo ocurrido, no le
hace el menor caso, pues cree que es otra invención de su mujer.
La tela de araña es una pieza policiaca que pertenece de lleno al mystery inglés, aunque se ha acentuado
el tono de humor, del que nunca están exentas las obras de la “reina del crimen”.
Se ha cometido un crimen en el presente, al que se le suma otro en el pasado.
Dos inocentes, Pippa y después Clarissa, se acusan del crimen, pero son varios
los sospechosos: la vecina entrometida, que conocía la existencia del sello; el
mayordomo, que oyó hablar de chantaje a la víctima; el propio marido de
Clarissa, que no se encuentra en la casa, o cualquiera de los tres amigos de la
joven, que se disponen a ayudarla a esconder el cadáver y a urdir una mentira
para la policía. Al final, uno de los personajes menos sospechosos, Jeremy, es
el criminal, pero antes la autora ha ido sembrando dudas y pistas falsas que
acusaban a otros personajes. Toda la acción se desarrolla en la mansión que
Henry y Clarissa han alquilado, con un decorado que representa un lujoso salón,
que incluye un escondrijo secreto donde esconder un cadáver, en el mejor estilo
de Jardiel Poncela. Se cumple la unidad de tiempo estrictamente. Los policías,
como sucede habitualmente, tan sólo colaboran con los verdaderos detectives
que, en esta obra, son la propia Clarissa y su aristocrático amigo. Es posible
que La tela de araña dejase honda
huella en Alfonso Paso, ya que la protagonista Clarissa, abnegada y noble en su
empeño de proteger a la hija de su marido, hasta el punto de acusarse ella
misma de un crimen que no ha cometido, es una mentirosa compulsiva que podría
haber inspirado a la protagonista de Vamos
a contar mentiras, estrenada cinco años más tarde. La ocultación del
cadáver de Oliver en el escondrijo, así como su desaparición posterior, que
deja boquiabiertos a los dos policías que investigan el caso, es otro recurso
que crea escenas muy divertidas y que podría haber servido igualmente a Alfonso
Paso para ingeniar Usted puede ser un
asesino u otras piezas similares, en las que aparecen cadáveres que no se
están quietos en su sitio.
El dos de enero de 1958
volvía Agatha Christie de la mano de Arturo Serrano al Teatro Infanta Isabel,
con el estreno de la versión teatral de Diez
negritos, una de las novelas más conocidas de los aficionados al género
policiaco y que la propia autora escenificó en 1943. La crítica al estreno en
Madrid fue muy positiva y se calificó a Diez
negritos como a una obra maestra del género policiaco. La fama de Diez negritos venía avalada por la
versión cinematográfica dirigida por René Clair en 1945. Recientemente, en el
año 2000, con la dirección de Ricard Reguant, se disfrutó de una importante
nueva versión teatral de Diez negritos,
que permaneció un año y medio en la cartelera madrileña y dos más de gira por
toda España, con más de quinientas representaciones. Diez negritos es una obra de repertorio que se ha venido
representando igualmente por compañías de aficionados o semiprofesionales estos
últimos años.
La trama de Diez negritos es bien conocida y se ha
convertido en paradigma del género policiaco: en la isla del Negro, cerca de
Inglaterra, se reúnen diez personas sin que ninguno de ellos conozca al
anfitrión. Todos ellos esconden un pasado turbio, que costó la vida a alguna
persona inocente. En torno a una vieja canción popular, una mano invisible va
asesinando uno por uno a los invitados, en una especie de purga por los delitos
que cometieron en el pasado y que se quedaron impunes ante
Diez negritos inaugura un tipo de teatro policiaco de intriga y
horror, con asesino en serie, en el que el espectador disfruta no solamente
adivinando quién es entre todos los personajes, igualmente sospechosos, el
asesino, sino también quién puede ser la siguiente víctima. Aunque los
personajes son planos, sin apenas caracterización psicológica, el misterio que
envuelve la acción y la ambientación en la isla, espacio cerrado por
excelencia, de pesadilla y tensión, otorgan a la trama una mezcla de suspense y
horror, pues al enigma de la isla y del misterioso anfitrión se le suma el
hecho de que cada uno de los asesinatos es cometido delante del espectador, que
no conoce la identidad del asesino. Tantos asesinatos presenciados en el
escenario podían haber caído en lo ridículo, pero la trama es suficientemente
ágil y llena de tensión para que el espectador pueda disfrutar de lo que está
viendo con angustia y terror. El final feliz, ejemplificador para la censura y
casi obligado en una pieza de entretenimiento eminentemente comercial, llega a
tiempo para recompensar al espectador de tantos momentos de estremecimiento.
Dirigida por Arturo
Serrano en el inevitable Infanta Isabel, que encontró un filón inagotable en la
producción de Agatha Christie, se estrenó en Madrid Hacia cero el cuatro de junio de 1958, con buenos intérpretes, como
Julia Gutiérrez Caba, María del Carmen Prendes, Emilio Gutiérrez Caba y Rafael
Navarro, entre otros. La crítica al estreno se mostró favorable, destacando
especialmente la interpretación de los actores y la complicación de la trama,
muy del gusto de los aficionados a los enigmas policiacos con muchos
sospechosos.
Adaptada de la novela
del mismo nombre, Hacia cero es una
enrevesada pieza policiaca, con varios personajes que pasan unos días de asueto
en la residencia de lady Tressilian. Uno de los invitados, Nevile Strange, ha
tenido la extravagante idea de que Kay, su actual esposa, se granjee la amistad
de su primera esposa, Audrey, invitada también por lady Tressilian. Entre las
dos mujeres surge, inevitablemente, el odio. Han venido también un primo de
Malasia, enamorado de Audrey, y un amigo de Kay, que no soporta a Nevile. La
señorita Aldin, pariente pobre al servicio de lady Tressilian, observa a todos
y les envidia la ardiente vida que llevan. Lady Tressilian aparece una noche
muerta, golpeada al parecer con un palo de golf. Todas las sospechas apuntan
hacia Nevile y su primera mujer, Audrey, a quien incriminan por el asesinato.
Sin embargo, un testigo eventual desmonta la coartada de Nevile, que confiesa
que su objetivo no era asesinar a lady Tressilian, sino a Audrey, a quien
guardaba rencor y odio por su separación, y que quería ver condenada a muerte
por el asesinato de lady Tressilian. La muerte de la anciana, entonces, no era
un fin en sí mismo, sino un medio para llegar hacia esa “hora cero”, en la que
el verdadero crimen iba a ser consumado.
Hacia cero es una comedia policiaca cuyo mayor atractivo reside en
descubrir quién es el asesino. Todos los personajes están implicados y cada uno
de ellos tiene un motivo para ser culpable. Cuando se comete el asesinato de
lady Tressilian, todos presentan débiles coartadas y, al final, el que parecía
más libre de cargos, Nevile, es el culpable. A lo largo de la trama se van
ofreciendo, no obstante, indicios de la culpabilidad de Nevile, pues es de él
de quien parte la idea de hacer coincidir en la misma casa a su primera y segunda
esposa. Es la única pista que proporciona la autora, pues, a continuación, nos
da conocimiento de los distintos motivos que pueden tener los personajes para
desear la muerte de otro: la de Nevile, por los dos hombres que están
enamorados de Audrey y de Kay; la de Audrey, por la joven y orgullosa Kay; o la
de la propia lady Tressilian, por su pariente pobre, que recibe un pequeño
legado, o por Nevile o Audrey, que la heredan. La situación se enreda y cualquier
solución es posible. Cerca del final se señala a Audrey como la asesina, pero
la autora vuelve a sorprendernos cambiando el signo de la solución al enigma,
ofreciéndonos un nuevo culpable, Nevile, que, además, parecía el menos
indicado, porque su coartada era, aparentemente, la más consistente. Estos
giros inesperados, aunque frisan generalmente la arbitrariedad más absoluta, de
manera que podrían darse distintos finales, hacen las delicias de los
espectadores aficionados al género, que tienen ocasión de apuntar y apostar por
uno o por otro personaje. Como marca la norma, el asesino es detenido,
proporcionando al espectador la tranquilidad del final feliz.
Carlos Larrañaga y María
Luisa Merlo protagonizaron en 1959 La
visita inesperada, traducida magistralmente por José Luis Alonso. Sainz de
Robles, en un comentario muy crítico para las obras extranjeras, salvaba, sin
embargo, esta buena pieza de intriga de Agatha Christie. La obra funcionó y
superó las cien representaciones. Recientemente, con la dirección de Gerardo
Malla, La visita inesperada se ha
representado en Madrid de septiembre a diciembre del 2006, en el Teatro Real
Cinema, y después de gira por España, con Jaime Blanch y Charo Soriano en los
principales papeles.
En La visita inesperada, Agatha Christie introduce una pequeña
variación en la estructura de la trama: apenas empieza la obra, una mujer
confiesa haber cometido un crimen, aunque las cosas no son tan sencillas. En
una noche borrascosa en el País de Gales, Michael, que se ha perdido en la
carretera, ha acudido a la casa más cercana a pedir ayuda. Pero encuentra a
Richard, un hombre en silla de ruedas, muerto con una bala en la cabeza y, al
lado, a su joven esposa Laura, que se declara autora del crimen. Aunque Laura
suplica a Michael que llame a la policía, éste prefiere librar a Laura de la
condena que le espera y, para eso, busca un posible culpable a quien cargarle
las consecuencias del crimen. Dejan una nota que acusa a MacGregor, que juró
vengarse del muerto cuando éste, conduciendo ebrio, atropelló y mató a su hijo.
En realidad, Laura no mató a su esposo, sino que se ha acusado delante de
Michael para encubrir a Julián, su amante, al que cree el asesino de Richard.
La policía llega y asume como línea de investigación principal la búsqueda y
captura de MacGregor. Pero se descubre que MacGregor murió en el Canadá y,
posteriormente, nuevos sospechosos aparecen, pues todos los de la casa parecen
tener motivos para odiar al autoritario y amargado Richard: Julián es el
sospechoso principal, pero ante el chantaje al que le somete el secretario
Angell, que lo vio rondando por la casa la noche del crimen, confiesa que él no
lo hizo. Se culpabiliza del crimen a Jan, el hermano deficiente de Richard, que
temía ser ingresado en una residencia y es abatido por la policía cuando
dispara contra ellos. Sin embargo, la verdad sale a relucir al final: Michael,
la visita inesperada, es en realidad MacGregor, que preparó su muerte falsa en
el Canadá para poder vengarse sin que se sospeche de él.
La visita inesperada empieza con un caso aparentemente sencillo que
se va complicando a medida que transcurre la obra. Hay que estar muy atento en
los diálogos, porque se explica la personalidad del fallecido así como datos
fundamentales del resto de personajes. Además, cada detalle esconde una pista
buena o falsa: la falsa autoacusación de Laura; el chantaje de Angell a Julián,
que hace temer que sea éste el asesino; la certeza de la madre de Richard de
que su hijo era culpable de la muerte del hijo de MacGregor; o las sospechas de
Julián y Laura, que tratan de protegerse mutuamente, porque creen que el otro
es el asesino. El final, como es habitual, es totalmente inesperado. El
simpático Michael, que parecía haber acudido a la casa por casualidad, resulta
ser el asesino. Ahora bien, es un asesino con toda clase de eximentes para la
autora, pues se ha limitado a tomarse la justicia por su mano matando a un ser
despreciable, al que todos odiaban. El espacio en la obra es la socorrida
mansión británica que aloja a muchos personajes. Para aligerar la tensión, la autora
se permitió intercalar momentos de humor en la trama, como sucede con las
intervenciones de uno de los policías. A pesar de la enorme inverosimilitud de
la trama, como suele ocurrir en las obras policiacas, el suspense creado por
conocer la identidad del asesino, con las sospechas que se desplazan de uno a
otro personaje, permite que el espectador se amolde bien a lo que está viendo.
Todo está al servicio de la intriga policiaca y los personajes aparecen un
tanto inconsistentes.
El 29 de diciembre de 1959,
ya en la temporada siguiente, con la traducción de José Luis Alonso y la
dirección, una vez más, de Arturo Serrano, que vio el filón de las comedias
policiacas, se estrenaba en Madrid en el Teatro Infanta Isabel Coartada. Los intérpretes fueron Julia Caba
Alba, Consuelo Company, Luisa Rodrigo, Manuel Dicenta y Francisco Nogueras,
entre otros. Coartada (o Alibi, en el original inglés) es la
adaptación que realizó la autora en 1928 de su célebre El asesinato de Roger Ackroyd, que ha sido escasamente repuesta en
España. La obra no tuvo mucha repercusión en la crítica, pero fue considerada
digna de mencionarse en el resumen anual de Sainz de Robles. Como era habitual,
Arturo Serrano llevó la comedia a Barcelona, donde recibió favorable acogida.
Coartada es el típico mystery
inglés con un asesinato en una mansión imponente y todos los moradores de
la casa como posibles sospechosos de la muerte de Roger Ackroid. La
participación del famoso detective belga Hercules Poirot es esencial para
resolver el caso, a pesar de que todos los sospechosos esconden algo y de que
varios son los favorecidos por la muerte de Ackroid. El asesino, el doctor
Sheppard, se propuso eliminar a Rogelio Ackroid, que estaba al tanto de sus
actividades como chantajista. Para ello, se procuró una ingeniosa coartada:
aprovechando sus conocimientos de electrónica, había dispuesto que se oyera una
grabación en la que se pudiera percibir la voz de Rogelio Ackroid, de modo que
pareciera que estaba vivo, media hora después de que fuera asesinado.
Al no poseer el texto de
Coartada, nos preguntamos de qué modo
resolvería la adaptación teatral lo que es uno de los mayores alicientes de la
novela: el hecho de que la narración se desarrolle en primera persona y sea el
doctor Sheppard, el culpable, el narrador. Por lo demás, Coartada posee los elementos habituales de una comedia policiaca de
enigma: acción única, con el detective interrogando a los distintos sospechosos
hasta averiguar la verdad, que se conoce solamente al final de la obra, cuando
Poirot reúne a todos los que podían haber cometido el crimen para acusar al
culpable, con lógica impagable. El espacio, único, remite a la típica mansión
británica, lujosa y preparada para que habiten en ella muchas personas. El
culpable, una vez más, es el que parecía que menos tenía que ver con el crimen.
Las mentiras de los otros personajes, destinadas a esconder aspectos turbios de
sus vidas, dificultan las investigaciones y añaden nuevos móviles y pistas
falsas.
Con la dirección, una
vez más, de Arturo Serrano, aunque esta vez en el Teatro Maravillas, se estrenó
en Madrid el 15 de septiembre de 1960 Asesinato
en el Nilo, adaptación teatral de la famosa novela, con importantes
intérpretes, como Julieta Serrano, Amparo Baró, Luisa Rodríguez o Manuel Díaz
González, entre otros. La crítica al estreno fue favorable a esta nueva intriga
policiaca, aunque ya dejaba notar el cansancio por la abundancia de comedias de
suspense, intriga o misterio. La obra no defraudó las expectativas y permaneció
en cartel cuarenta y ocho días, entre el 15 de septiembre y el 1 de noviembre
de 1960. Asesinato en el Nilo se ha
popularizado con una versión cinematográfica realizada en 1978.
En Asesinato en el Nilo, varios personajes se encuentran en el “Loto”,
un barco de vapor que navega por el Nilo. Todos parecen tener motivos para
odiar a Linnet Rideway, joven hermosa, acaudalada y recién casada con el
apuesto Simon Doyle. Pero quien la odia más es Jacqueline de Bellefort, amiga
de Linnet y antigua novia de Simon. En un ataque de celos, Jacqueline dispara
contra Simon, hiriéndole en la pierna. Esa misma noche, Linnet muere asesinada
en su camarote. Habiendo estado vigilada Jacqueline y herido Simon, las
sospechas recaen sobre los otros personajes. Uno de ellos, que al parecer
sospechaba lo que ocurrió de verdad, es asesinado. El famoso detective Hercules
Poirot se pone a investigar y descubre a los culpables, Simon y Jacqueline, que
nunca dejaron de amarse y a los que desmonta su coartada: el disparo de
Jacqueline contra Simon fue de fogueo y Simon tan sólo fingió que estaba
herido. Luego, cuando la único testigo fue a acompañar a la histérica
Jacqueline a su aposento, Simon corrió hasta el camarote de Linnet y la mató
mientras dormía. Después, Simon tuvo que hacer lo más difícil, dispararse a sí
mismo para que todos los demás creyesen la farsa que había montado con
Jacqueline. Con mayor libertad, creyéndolos todos inocentes, pudieron asesinar
a sangre fría al único pasajero que podía haberlos descubierto. Hercules Poirot
se anota un nuevo triunfo en su carrera detectivesca.
En un espacio cerrado
como es un barco de vapor a lo largo de una travesía, Asesinato en el Nilo ofrece la invariable fórmula de juntar a
numerosos personajes sospechosos, entre los que se encuentran los dos asesinos que
han tramado un sofisticado plan para matar a la guapa y rica Linnet. Pero
también se encuentra presente Hercules Poirot, famoso detective que, con sus
dotes deductivas, averigua la verdad de lo sucedido. No hay duda de que la
autora consigue en Asesinato en el Nilo conducir
la atención del público de sorpresa en sorpresa, en un clímax de suspense, para
desorientarlo y que los espectadores no sepan nunca con exactitud quién fue el
asesino y cómo se cometieron los crímenes, que en la adaptación teatral se
dejan en dos, de los tres que se producen en la novela. No deja de ser
arbitrario que en un viaje de placer se encuentren distintos personajes que, de
una forma u otra, salen ganando con la muerte de Linnet, pero así se
multiplican las sospechas. Hay que prestar mucha atención a lo que se dice y
hace en escena, para entender en la explicación final de Hercules Poirot el
modo en que se llevaron a término los hechos: un frasco de esmalte de uñas
rojo, arrojado al mar, que fue el que usó Simon para fingir su herida
sangrienta; los mensajes latentes que se comunican los dos asesinos, en
presencia de más personajes; el juego de la pistola de fogueo o el disparo
amortiguado de Simon con una estola, producido unos cuantos minutos después del
falso disparo.
Con la dirección del
infatigable Arturo Serrano y la versión castellana de José Luis Alonso, se
estrenó en Madrid, en el Teatro Infanta Isabel, el 17 de febrero de 1961 Los ojos que vieron la muerte, que
difiere del título original, estrenado en 1960, Go back for murder, que se puede encontrar traducido como Retrospección de un asesinato. Los ojos que
vieron la muerte tiene la peculiaridad de ser una obra que fue creada por
Agatha Christie directamente para el teatro. La crítica aplaudió la buena
construcción y técnica de esta pieza, en la que no desmerecían tampoco ni los
diálogos, ni los tipos esbozados, ni la acción, llena de suspense. También
Sainz de Robles le dedicó un excelente comentario en su resumen anual. No era
para menos, pues la obra gustó mucho al público y se mantuvo en cartel unos muy
meritorios 71 días, entre el 17 de febrero y el 1 de mayo de 1961. La compañía
de Arturo Serrano recibió igualmente buenos comentarios de la crítica catalana,
cuando llevó la comedia al Teatro Barcelona.
En Los ojos que vieron la muerte, una joven, Carla Crale, contrata los
servicios del abogado Justin Fogg porque está convencida de la inocencia de su
madre, Caroline, que murió en la cárcel tras ser acusada del asesinato de su
marido, Héctor Crale, fallecido por envenenamiento. Caroline se acusó del
crimen y alegó que no podía soportar las infidelidades de su esposo, por lo
que, muerta de celos, lo mató. Carla desea hacer una reconstrucción de un
crimen cometido muchos años antes, cuando ella era una niña, y, con la ayuda de
Justin, convence a las personas que estaban cerca cuando Héctor falleció para
que vuelvan al lugar de los hechos. Con gran nerviosismo e incredulidad, se
reúnen todos los que vivían con Héctor, el día que murió. Carla no cree en la
sentencia que condenó a su madre, como tampoco en que su padre se suicidara.
Tras escuchar a los testigos supervivientes, Carla descubre la verdad: su padre
no murió a manos de su madre, la cual se confesó culpable sólo por proteger a
su hermana menor Ángela, a la que creía culpable. La asesina fue Elsa, la
amante de su padre, despechada porque Héctor, un mujeriego, ya tenía dispuesto
acabar su relación con ella, como había hecho con anteriores amantes.
Los ojos que vieron la muerte tiene las más acusadas
características del estilo, modo y procedimientos de Agatha Christie, pero con
la novedad de que en la obra no hay policías, aunque sí intriga y misterio. Sí
que se contempla, como es prescriptivo en el género policiaco, una
investigación de carácter privado referida a un crimen cometido hace muchos
años. La obra está construida con un extenso flash back, de modo que se vuelven a revivir los sucesos tal y como
los recuerda cada personaje, tanto en lo que hizo como en lo que dijo. En esta
reconstrucción aparecen, lógicamente, tanto la víctima como su esposa acusada.
Aunque ni la policía ni la justicia aparecen, sí que existen investigadores
improvisados: Carla y Justin. Los otros personajes configuran la rueda de
sospechosos de entre los que saldrá el culpable. Los diálogos son
extremadamente importantes en esta obra, ya que de la reconstrucción y correcta
interpretación por parte de los investigadores sobre lo que recuerdan haber
dicho y oído los otros personajes, especialmente sobre lo que dijo la víctima,
se averigua que Héctor no pensaba dejar a su mujer, sino que era a su amante a
la que pensaba abandonar, dando un giro inesperado a la acción y ofreciendo el
móvil necesario para culpabilizar a Elsa. El final, como es habitual, sorprende
a todos, ya que Elsa, que parecía la más perjudicada y afectada por la muerte
de Héctor, resulta ser quien lo mató, en un arrebato de celos y despecho.
Aunque su crimen queda impune ante la justicia, se da a entender en la obra que
Elsa nunca volvió a ser la misma desde la muerte de su querido Héctor.
El estreno en Madrid de Asesinato en la vicaría se produjo el 11
de marzo de 1964, una vez más en el Teatro Infanta Isabel, con Irene Daina,
Luisa Rodrigo, Lola Gálvez, Pilar Laguna, Rafael Navarro, Rafael Arcos, Julia
Trujillo, Pilar Sala, Antonio Paúl, Fernando Rojas, Enrique Cerro y José
Cuadrado, como intérpretes. La crítica al estreno, acostumbrada ya a la
presencia de policiacos en la cartelera, fue razonablemente positiva, pues
aunque algún crítico subrayase la falta de profundidad dramática de las piezas
policiacas, fueron ecuánimes al considerar que Asesinato en la vicaría cumplía muy bien su función de intrigar y
entretener. La obra consiguió muy buena aceptación por parte del público y se
mantuvo en cartel unos muy meritorios cincuenta y ocho días, entre el 11 de
marzo y el 10 de mayo de 1964.
En Asesinato en la vicaría, la señorita Marple, sagaz detective
aficionada, desvela el misterioso asesinato del coronel Protheroe en la vicaría
regentada por el reverendo Clement. Los rumores sobre las relaciones amorosas
entre el joven y apuesto Redding y la esposa del coronel, Anne, se confirman,
pues ambos, por separado, se confiesan autores del crimen, en una estrategia
para encubrir al otro. Sin embargo, un extraño disparo escuchado en el bosque,
unido a una nota en la mesa de la vicaría, escrita, al parecer, por el coronel,
los exculpa, pues en la hora que marca la nota y cuando se oyó el disparo tanto
Redding como Anne se encontraban lejos de la vicaría. Otros sospechosos
aparecen de inmediato, pues el coronel se granjeaba la enemistad de sus
vecinos, con su antipatía. También es significativa la antipatía de Lettice,
hija del coronel, por su madrastra, Anne. El coadjutor del vicario, Hawes, muy
desmejorado de salud, esconde, por otro lado, un secreto que lo atormenta. Los
chismorreos de los vecinos apuntan a muchos candidatos como culpables, pero
sólo la señorita Marple averigua lo que de verdad ocurrió: el coronel fue
asesinado por quien más tenía que ganar: su esposa Anne, que hereda el dinero
del coronel, influenciada por su cómplice Redding. Aprovechando los
conocimientos de química de Redding, consiguieron que explotara en el bosque
una sustancia para que pareciese la detonación del disparo que mató al Coronel.
Al mismo tiempo, dejaron una nota supuestamente escrita por el coronel, en la
que se fijaba una hora que nunca vivió el difunto.
Asesinato en la vicaría, con el mismo nombre que la novela de la
que se adaptó, es una pieza policiaca seria y ortodoxa, con un asesinato y el
intento de otro, y un policía verdadero más otro aficionado, la señorita
Marple, que hacía su primera aparición. Como en otras obras de Agatha Christie,
lo esencial es descubrir quién mató a la víctima entre un nutrido grupo de
sospechosos. La trama está bien estructurada, con sorpresas y pistas falsas que
confunden a los policías e impiden conocer la identidad del asesino hasta casi
el final, cuando la señorita Marple, con su deducción aplastante, encaja cada
una de las piezas del puzzle y acusa a los que parecían ser los únicos con una
coartada convincente, en un recurso muy similar al de otras muchas obras de
Agatha Christie. También resulta peculiar el desfile de tipos que aparecen en
escena, con la chismosa pero muy inteligente señorita Marple en primer lugar, junto
a otras señoras igual de murmuradoras, pero también con la figura de un
reverendo entre los personajes principales, implicado directamente porque el
muerto aparece en su vicaría. Una cuartilla falsa escrita por el difunto y otra
verdadera, que no aparece, son las claves de esta pieza, junto con un disparo
real producido, que a una criada le pareció un estornudo porque fue realizado
con un silenciador, y otro disparo falso, que era en realidad una detonación de
un explosivo. Es también destacable el hecho de que se haya escogido como
espacio para una obra policiaca una vicaría. En la pieza teatral se aminoran
los personajes, con respecto a la novela, y se añade una escena con una
situación muy tensa, entre la señorita Marple y el asesino, en la que la sagaz
anciana, aun con el riesgo de ser atacada, le comunica al asesino todo lo que
sabe, e incluso se permite un supuesto chantaje, todo para ganar tiempo para
que venga la policía a detenerlo.
El 7 de julio de 1965 se
estrenó en Madrid, en el Teatro Alcázar, El
rostro del asesino, con la dirección de José María Morera y en la versión
libre de Frank Vosper y Enrique Ortenbach. Los intérpretes fueron Irene Daina,
Trini Alonso, María Dolores Gordón, María José Goyanes, José Luis Pellicena,
Enrique Cerro, José Montijano y Roberto Llamas. En esta ocasión, aunque con
alguna excepción, la crítica se mostró dura con El rostro del asesino, a la que consideró aburrida y poco
misteriosa. A pesar de ello, gustó al público madrileño que aplaudió la obra en
los 41 días que se mantuvo en cartel, desde el 7 de julio al 15 de agosto de
1965. La pieza teatral está basada en el relato corto Philomel cottage, llevado al cine en dos ocasiones, en 1937 y en
1947. Aunque con el mismo título que la versión teatral española, nada tiene
que ver con la película española El
rostro del asesino, estrenada en 1969 y también de temática policiaca.
En El rostro del asesino, Cecily es una joven mujer que gana una
fortuna en la lotería, pero, como contrapartida, ha roto con su novio. Pronto se
enamora de un misterioso hombre que ha conocido en un viaje y se casa con él,
pese a las advertencias de sus amigos. Cecily empieza a darse cuenta de que su
marido es un hombre mentalmente perturbado y peligroso, que se pasa muchas
horas en el sótano de la casa de campo donde viven. Sus temores crecen cuando
descubre que su marido es un cazafortunas, un asesino que se dedica a casarse
con mujeres ricas para después asesinarlas y cobrar la herencia. Cecily teme
que la próxima víctima sea ella misma.
El rostro del asesino es una pieza policiaca con un personaje
clásico: el marido que asesina a su esposa, como Landrú, Haig o Crippen. Cecily
cumple el doble papel de investigadora y, a la par, de posible víctima. Con
todo, la obra apenas mantiene el suspense y sí un tono muy melodramático, ya
que todo se desarrolla a la vista del público, que conoce muy pronto la
verdadera personalidad del marido. Tan sólo en el último cuadro, previsible
pero esperado, se despierta verdaderamente el interés del público, con la situación
tensa, dramática y angustiosa que decide si Cecily será una nueva víctima, o
bien si su marido será capturado. La atmósfera del espacio, el famoso cottage británico, es el habitual en
muchas piezas de misterio.
CONCLUSIONES
Once policiacos de Agatha Christie fueron representados en Madrid, en
la posguerra española. En los años 50 fueron siete los policiacos
representados, mientras que en los 60 fueron sólo cuatro. Hay que destacar los
dos policiacos de 1958, así como otros dos en 1959, justo cuando el género
policiaco estaba en pleno apogeo. El último policiaco de Agatha Christie se
representó en 1965, cuando el teatro pasó a desempeñar una importante función
social de crítica contra el régimen franquista, y los policiacos empezaron a
ser vistos como obras de evasión, sin contenido ideológico, y, por eso mismo,
poco valorados en una España ávida de piezas con mensaje político.
En la mayoría de
policiacos de Agatha Christie el esquema argumental que se plantea es el
siguiente: comisión de un crimen, investigación, resolución del caso con el
castigo de los culpables. En casi todas las obras, el crimen se comete al final
del primer acto, justo antes de la bajada del telón, en un momento de clímax.
Son excepciones las piezas de Testigo de
cargo y Los ojos que vieron la muerte,
que empiezan in medias res,
habiéndose cometido el crimen antes de la entrada de los personajes a escena.
Mayor tremendismo y suspense se produce en Diez
negritos, puesto que son numerosos los crímenes cometidos en el escenario,
en tanto que en El rostro del asesino
el suspense se origina no por la resolución del crimen, sino por ver si
culminará el intento de asesinato anunciado en la obra. En lo que respecta a la
investigación, los policiacos de Agatha Christie se caracterizan por presentar
situaciones en las que todos los personajes son sospechosos del crimen
cometido. La excepción es, quizás, El
rostro del asesino, obra en la que ya desde el principio se intuye el
carácter criminal del marido, por lo que al espectador únicamente le queda el
estímulo de contemplar si sus terroríficos planes son abortados a tiempo. En lo
que respecta a la resolución del caso, en todas las piezas, sin excepción, la
autora se reserva una sorpresa final, de manera que, generalmente, acaba siendo
culpable aquel personaje que parecía a ojos de los otros personajes y del
espectador con menores probabilidades. Como rasgo específicamente dramático,
son muy destacables los finales felices y ejemplificadores de Testigo de cargo y de Diez negritos, que difieren
sustancialmente de los finales de las novelas que han servido de base para las
adaptaciones teatrales. También conviene recordar que Los ojos que vieron la muerte es la única con entidad dramática
propia, ya que fue escrita directamente para teatro, no es adaptación de
ninguna novela anterior, como sucede con todas las otras piezas.
La mayor parte de los
policiacos de Agatha Christie adopta un tono serio, aunque las piezas nunca
están desprovistas de un fino humor irónico que envuelve a algunos personajes,
como sucede, por ejemplo, con Hercules Poirot, o a ambientaciones más o menos
costumbristas de
Es incuestionable que el
mayor responsable de que se contemplasen en el Madrid de la posguerra
policiacos de Agatha Christie es Arturo Serrano, empresario, director y
propietario del Teatro Infanta Isabel, en el que se representaron la mayoría de
estos policiacos. Además de las funciones en Madrid, la compañía de Arturo
Serrano se dedicó a llevar los policiacos de Agatha Christie de gira por
provincias.
Entre los actores que
interpretaron policiacos de Agatha Christie, se encuentran primeras figuras del
teatro español de la época. Sin ánimo de ser exhaustivos, citamos los
siguientes: María Luisa Ponte (La
ratonera), Julia Gutiérrez Caba (La
ratonera, Hacia cero), María del Carmen Prendes (Hacia cero), Emilio Gutiérrez Caba (Hacia cero), Rafael Navarro (Hacia
cero, Asesinato en el Nilo), Carlos Larrañaga (La visita inesperada), María Luisa Merlo (La visita inesperada), Julia Caba Alba (Coartada), Manuel Dicenta (Coartada),
Julieta Serrano (Asesinato en el Nilo),
Amparo Baró (Asesinato en el Nilo),
Manuel Díaz González (Asesinato en el
Nilo), Luisa Rodrigo (Coartada,
Asesinato en el Nilo), María José Goyanes (El rostro del asesino).
Los policiacos de Agatha
Christie cosecharon excelentes comentarios por parte de la crítica y fueron muy
seguidos por el público. Asesinato en el
Nilo, estrenada en 1960, consigue una crítica favorable, pero empieza a
acusar el cansancio de la crítica por el abuso de policiacos en los teatros
madrileños. Por su parte, Asesinato en la
vicaría, estrenada en 1964, recibe,
asimismo, buena valoración, pero también quejas de los críticos por la falta de
profundidad de los policiacos. El único claro fracaso para la crítica fue la
última de las obras, El rostro del
asesino, estrenada en 1965. Es posible que el fracaso de la representación
fuese determinante para no volver a estrenar en los años siguientes ningún
policiaco de Agatha Christie, aunque, de todos modos, tras la saturación de
policiacos extranjeros y autóctonos que habían repleto las carteleras españolas
entre 1955 y 1965, la escena española se encontraba ya muy fatigada del género
policiaco.
BIBLIOGRAFÍA
Ediciones:
CHRISTIE, Agatha: Obras selectas (Teatro): Diez negritos,
Retrospección de un asesinato, Testigo de cargo, La visita inesperada, La
ratonera, Asesinato en la vicaría, La telaraña, Barcelona, Carrogio, 1979.
Libros consultados:
ÁLVARO, Francisco: El espectador y la crítica. El teatro en
España en 1958-1965, Valladolid-Madrid.
COLMEIRO, José F.: La novela policiaca española: teoría e
historia crítica, Madrid, Anthropos, 1994.
PONTE, María Luisa: Contra viento y marea. Memorias de una
actriz, Madrid, Ciclo Editorial, 1993.
SAINZ DE ROBLES, Federico Carlos:
“Prólogos”, en AA.VV.: Teatro español
1954-1961, Madrid, Aguilar.
VÁZQUEZ DE PARGA, Salvador: La novela policiaca en España,
Barcelona, Ronsel, 1993.
VÍLLORA, Pedro M.: María Luisa Merlo, Más allá del teatro,
Madrid, Temas de Hoy, 2003.
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