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Óscar Casado Díaz
(Universidad
Autónoma de Madrid)
A Francisco Javier Rodríguez Pequeño
"An analysis of the role of literature in four utopian
novels belonging to the science fiction genre: We by Zamiatin,
Fahrenheit
451 by Bradbury, Brave New World by Huxley and 1984 by Orwell.
In all of them, literature is shown as a threat against the power, because
it offers a varied and ambiguous view of reality which confronts the rigid
and unitary established perspective."
Palabras clave: ciencia
ficción, utopía, Zamiatin, Huxley, Orwell.
“Bienvenido de entre los muertos”.[1] Estas palabras son la
bienvenida que recibe el bombero Guy Montag, el protagonista de Fahrenheit 451, de un grupo de insumisos
después de haberlo perdido todo y ser sentenciado a muerte. Otra frase de
semejantes connotaciones escatológicas encontramos en 1984 cuando Winston Smith, arriesgando la vida, acepta pertenecer a
otro grupo de insumisos: “Nosotros somos los muertos”.[2] Ambas frases, en principio
oponen los significados en ambas novelas: en la novela de Bradbury, los muertos
son los ciudadanos que viven sometidos y alienados por el sistema establecido;
en la de Orwell, los muertos son un grupo revolucionario que se enfrenta al
Partido, la agrupación que ostenta el poder. Sin embargo, más adelante, ese
grupo revolucionario resultará ser una trampa del propio Partido, con lo cual,
la palabra adquirirá el mismo valor en las dos obras. Los muertos serán aquellos
que no poseen conciencia de su situación ni de su posición en el mundo, y, en
consecuencia, no son capaces de adquirir un compromiso; son aquellos que no
perciben las falacias de un sistema opresivo y se muestran incapaces de ver el
mundo desde una perspectiva distinta; son aquellos que, sin individualidad,
viven sometidos a un pensamiento impuesto y ortodoxo, incapaces de comenzar una
búsqueda infructuosa de la verdad, pues se muestran conformes con la verdad
oficial. Frente a ellos están los vivos, los protagonistas de las novelas,
aquellos que, a través de un proceso individual, se vuelven conscientes la
situación en la que viven hasta el punto de arriesgar su vida. Los vivos son
aquellos capaces de rebelarse a la muerte porque no tienen nada que perder. Los
vivos son lectores.
Lo más sorprendente no es que estas dos
obras tan distintas, Fahrenheit 451,
de Ray Bradbury y 1984, de George
Orwell, compartan el mismo valor simbólico para la vida y la muerte (un valor
simbólico que se extiende desde la individualidad hasta la rebeldía social o la
disidencia política) sino que el origen de ese simbolismo se encuentre en la
literatura. Sin embargo, las coincidencias no se detienen en este punto, pues
ambas nos presentan una sociedad futura de carácter distópico donde existe una
constante represión de las libertades y un notable rechazo hacia todo lo
heterodoxo. Esta opresión que caracteriza los mundos futuros que presentan
adquiere su máximo exponente en el rechazo y la consiguiente prohibición de una
amenazante y peligrosa literatura. Estas destacables coincidencias no son
exclusivas de estas dos novelas, pues también las encontramos en dos novelas
anteriores: Nosotros, de Yevgueni
Zamiatin, y Un mundo feliz, de Aldous
Huxley.
Desde una perspectiva genérica, conviene
señalar que las cuatro obras mencionadas admiten la clasificación de novelas
utópicas.[3] La visión utópica de una
sociedad alternativa no es propia del siglo XX, sino que se ha manifestado como
una constante en la literatura desde la Antigüedad. En la tradición occidental,
a novela utópica, como subgénero narrativo, hunde sus raíces en Platón y se
extiende hasta el siglo XX, pasando por autores como Luciano de Samósata, San
Agustín, Tommaso Campanella, Tomás Moro, Francis Bacon, y ya en el siglo XIX, William
Morris, Samuel Butler, Edward Bellamy, o H. G. Wells; sin embargo, su
influencia excede las obras de estos escritores, invadiendo otros subgéneros.[4]
En el siglo XX, la narrativa utópica,
antes que decaer, se refuerza, ejerciendo una influencia significativa en la
Ciencia Ficción hasta el punto de ser asimilada por ésta. La Ciencia Ficción
encuentra en el antiguo subgénero el instrumento apropiado para manifestar las
inquietudes y los problemas del mundo moderno; de tal modo que la utopía
servirá de modelo y se mostrará como una influencia directa en la construcción
de sociedades futuras en sus infinitas variantes. Esta asimilación se ve
favorecida por los rasgos comunes que ambos subgéneros comparten, pero también
por la indefinición, la apertura y la ausencia de límites que presenta la
Ciencia Ficción.[5]
La fusión y confusión de ambos subgéneros no dejará de ser enriquecedora pues,
por un lado, servirá para ampliar sus límites, tanto temáticos como formales;
por otro, habilitará la presencia de las innovaciones científicas como elemento
fundamental de las novelas utópicas.
A pesar de su carácter ficcional
(fantástico en la mayoría de los casos), el cual ya se percibe en su
etimología, la novela utópica está ligada íntimamente a la realidad en cuanto
que presenta una sociedad comparable con la sociedad del autor, y del lector,
en un determinado momento histórico. En este sentido, siempre contiene una
evidente intención crítica que se evidencia más allá del tono adoptado en las
obras concretas. Éste puede oscilar de lo trágico a lo paródico, lo irónico o
lo burlesco, y, sin embargo, ninguno de ellos manifiesta ser fundamental al
subgénero. El valor crítico que adquiere esta narrativa viene dado desde la
selección de elementos presentes de la realidad del autor, los cuales son
potenciados y proyectados sobre un tiempo futuro o un espacio imaginario; de
ahí que la utopía no solo analice la sociedad ficcional que se muestra en la
obra, sino también, la sociedad del autor o del lector con la que es comparada
en el acto crítico de la lectura, y a la cual le sirve de referente. Esa
proyección del presente hacia el futuro dota al subgénero utópico de cierto
valor experimental al describir, de manera detallada, una sociedad que
representa en todos sus ámbitos, dotándola de un carácter orgánico y verosímil,
imprescindible para explotar una interpretación de manifiesta intención
crítica.
Esta interpretación en clave histórica es
fácilmente aplicable a las cuatro novelas utópicas ya señaladas: Nosotros (1924), de Yevgueni Zamiatin;[6] Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley; 1984 (1949), de George Orwell; y Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury. Como factor extraliterario,
resulta conveniente señalar la nacionalidad de sus autores, perteneciendo la
primera a un autor ruso, las dos siguientes a autores británicos, y la tercera
a un estadounidense. En referencia al momento histórico en el que fueron
escritas, la novela de Zamiatin está escrita en hacia 1921, apenas unos años
después de finalizar
La divergencia evidente entre las novelas
se produce en el carácter sociopolítico que imprimen en las sociedades que
representan. La obra de Huxley opta por la tecnocracia; la de Zamiatin y la de Orwell
por dictaduras comunistas; la de Bradbury por una sociedad capitalista. Sin
embargo, a pesar de utilizar regímenes tan diferentes en cuanto al gobierno de
sus utopías, las realidades representadas confluyen en un férreo control
estatal donde predomina la ausencia de libertades. De ahí que estas novelas
estén caracterizadas por una visión negativa del mundo futuro, de marcado
carácter “diatópico”, representando una feroz crítica de las sociedades y
gobiernos del mundo moderno. Será ese poder, implacable e inaccesible, encarnado
bien en personajes concretos que se sitúan sobre los protagonistas en la
estructura jerárquica (S-4711, Mustafá Mond, O’Brien o el capitán Beatty), bien
en personajes mitificados (el Bienhechor, Ford o el Gran Hermano), el que
someta a los individuos y los mantenga en una total sumisión a través de la
represión y de una felicidad ficticia derivada de su bajo grado de conciencia.
El poder se sostiene por el miedo: miedo a perder la vida, miedo a ser
torturado, miedo al rechazo, miedo a perder la comodidad adquirida, la posición
social. En las novelas de Zamiatin, de Huxley y de Bradbury, en un momento
pretérito, la humanidad tiene que elegir entre la libertad y la felicidad, y
opta por la felicidad;[8] decisión que conduce a un
vacío personal que se esconde tras el fanatismo político, la anulación de la
individualidad, la evasión de la realidad a través de las drogas o la risa
continuada de la telepantalla. En ese futuro, las relaciones personales son
meramente superficiales, incluso en el ámbito familiar (en Nosotros y en Un mundo feliz
no existe la familia).
Nosotros, la primera de
las novelas en cuanto a cronología se refiere, presenta un Estado en el cual se
ha eliminado los valores individuales potenciando una conciencia común que
apunte a los intereses generales, los cuales no son sino los que impone el
Estado Único. En este sentido, la libertad, máximo exponente de la
individualidad, es considerada negativamente, se trata de un valor ligado a un
estado anterior del ser humano en el que dominaba el salvajismo y la barbarie.
Del mismo modo ocurre en 1984, pues
ambas novelas tienden a reprimir la emotividad y a exaltar el poder imperante
materializado bien en el Estado Único, bien en el Partido. Los individuos
quedan anulados hasta la enajenación en la unidad que forma la masa social. Al
ser comparados los valores de estas sociedades utópicas con aquellos que han
predominado en la tradición cultural occidental a lo largo de los últimos
siglos, se evidencia una inversión de la escala de valores, donde la felicidad
surge de la aniquilación de la identidad, la represión del deseo, la piedad o
el amor. Acaso la diferencia más significativa entre ambas sea la posición
opuesta que adoptan los protagonistas ante el poder: la afinidad y sumisión de D-503
en Nosotros frente a la postura
crítica y subversiva de Wilson en 1984.[9]
Frente a estas dos novelas, los valores
sociales que prevalecen en Un mundo feliz
y Fahrenheit 451 valores son la felicidad,
la comodidad y el consumo. Sin embargo, todas participan de un sistema rígido e
inmovilista que evita cualquier tipo de pensamiento discrepante o heterodoxo
donde el control sobre el individuo es realizado por medio de los avances
tecnológicos y la propaganda política. Igualmente efectiva será la presión
social, la educación de los niños, la manipulación histórica y la aniquilación
de la individualidad, la originalidad y la fantasía; todo es válido para
impedir cualquier crítica que amenace al sistema.
El único peligro para la estabilidad son
los grupos marginales que permanecen fuera de la rígida estructura social.
Éstos se manifiestan de manera diversa según las novelas. En Nosotros la resistencia al Estado Único
la protagonizan los “mefis”, un grupo de insumisos rebeldes que realizan actos
de sabotaje contra el sistema y que actúan en la completa clandestinidad; serán
ellos los que causen la revuelta en los capítulos finales de la novela. En 1984, encontramos dos posiciones bien
diferenciadas: la primera la representan los proles, un grupo marginal considerado inferior, el cual permanece
al margen del Partido y de sus normas estrictas; no obstante, éste constituye
el ochenta y cinco por ciento de la población. A pesar de que no preocupan al
Partido, lo que les permite disfrutar de una mayor libertad, también son
controlados, eliminando a los individuos considerados peligrosos. De lo poco
que muestra la novela sobre ellos se deduce que ostentan un bajo nivel
cultural, consumen productos propios de la cultura de masas (novelas
pornográficas y canciones de carácter popular) y son aficionados a una lotería
amañada, todo ello suministrado por el Partido. Es destacable que el
protagonista presente a los proles
como la única esperanza de cambio, pero, para ello, deben tomar conciencia de
su fuerza. Junto a los proles,
también al margen del sistema, se encuentra una organización clandestina
denominada la Hermandad, la cual es considerada un enemigo interno del Partido.
Está dirigida por Goldstein, antagonista político del Gran Hermano y objeto de
la ira de los miembros del Partido en los Minutos del Odio. La Hermandad
difunde clandestinamente un libro (“el libro”), compendio de todas sus
herejías, el cual será adquirido por el protagonista. Al margen de si la
Hermandad tiene una existencia real (existencia puesta en duda cuando el
protagonista es capturado y torturado), queda evidenciado que cumple una
función política respecto al Partido, ya que es utilizada para volcar sobre
ella las culpas de determinados problemas, infundir miedo en la población y
distraer su atención.
En Fahrenheit
451, no existe una disidencia política como tal, sino una disidencia
cultural o literaria, pues la represión se orienta hacia los poseedores de
libros. Dentro de la estructura social, estos disidentes son elementos aislados
que no suponen un problema para el sistema. Cuando son delatados, los bomberos
se encargan de buscar y quemar los libros en un acto público que sirva de
ejemplo para otros insumisos y dé seguridad al resto de los ciudadanos. El
único grupo marginal que se encuentra en la novela son los lectores a los que
se une el protagonista al final de la obra. Son vagabundos lectores,
bibliotecas vivas y errantes que viven en el campo fuera de los núcleos
urbanos. Llevan una vida nómada y esperan el momento de ser útiles al mundo;
sin embargo, a diferencia de la Hermandad, no promueven una actividad directa
contra el sistema, sino que esperan que este caiga solo para reconstruir una
sociedad nueva. En realidad, se trata de guardianes de una cultura perdida que
únicamente sobrevive en ellos. Aunque no conservan los libros para no ser
descubiertos, son capaces de recuperar de sus mentes todos los que han leído a
través de métodos que la novela no especifica. La principal diferencia con los
grupos marginales de 1984 reside en
que mientras que la obra de Orwell se centra en la opresión política por medio
del miedo y la violencia, en la de Bradbury se centra en la represión cultural,
la cual es simbolizada en la quema de libros. Los libros, como preservadores
del saber, serán la clave de un cambio en el que la cultura del pasado será la
base de la construcción de un hombre nuevo.
En Un
mundo feliz no existen grupos marginales, pues los ciudadanos son
condicionados biológica e intelectualmente desde su concepción para que
pertenezcan a una predeterminada clase social según sus aptitudes. Fuera de la
estructura social, permanecen algunos pueblos indígenas en zonas totalmente
aisladas que son observados como algo primitivo y pintoresco, y, de manera
excepcional, son visitadas por interés científico. Junto a éstos, se encuentran
todos aquellos que “han adquirido excesiva conciencia de su propia
individualidad”, lo cual les crea problemas para vivir dentro del sistema.[10] Estas personas que son
capaces de romper el condicionamiento y de desarrollar un pensamiento crítico
sobre el mundo que les rodea son enviadas a una isla, donde, en libertad,
pueden desarrollarse intelectualmente. Es evidente que eso implica un
aislamiento que no perturbe la estabilidad de un sistema inmovilista
fuertemente jerarquizado en clases sociales. Se trata de la mejor manera de
anular a aquellos individuos que encierran un peligro potencial, pues no dejan
de ser asimilados por el propio sistema, que tiene asignado un lugar para
ellos; de este modo, su libertad nunca se transformara en una conciencia social
que pueda derivar a un compromiso político.
Al igual que los grupos marginales, los
protagonistas de las novelas presentas posturas disidentes.[11] Todos ellos participan de
una actitud crítica que es el resultado de una paulatina toma de conciencia.[12] Salvo en el caso de Nosotros, los personajes de las otras
tres novelas, en algún momento de ese proceso de conversión, mantienen un
contacto con la literatura, y es ese contacto el que provoca el cambio que
transformará su vida. Sin embargo, ese contacto con la literatura es
arriesgado, pues la literatura está prohibida en sus sociedades, lo que implica
un riesgo físico e, incluso, un peligro que conlleva la muerte. Esto, en un
principio, no deja de ser sorprendente, pues nos encontramos ante cuatro mundos
donde la forma de vida y el adoctrinamiento cultural sitúa a la literatura lejos
de las inquietudes y aficiones de los individuos. En el caso de 1984, la literatura, al igual que
cualquier manifestación artística, ha desaparecido; cualquier sentimiento debe
estar orientado hacia la exaltación del Partido y del Gran Hermano: el amor, la
sexualidad, la belleza, o el propio placer entran dentro de lo delictivo. De
ahí que todos los libros que no puedan ser adaptados a la neolengua y a las
exigencias ideológicas del Partido sean destruidos. Por otro lado, las novelas
de Huxley Bradbury, aunque no permiten
la libertad literaria, se muestran más permisivas con otras manifestaciones
“artísticas”, siempre que sirvan como instrumento de control, afianzando los
valores dominantes. Se trata de arte de consumo cuya principal finalidad es un
entretenimiento centrado en la evasión y en el placer inmediato, que en Fahrenheit 451 se manifiesta a través de
la telepantalla y en Un mundo feliz a
través de las películas proyectadas en el sensorama.
A diferencia de los ejemplos anteriores,
en Nosotros se adopta una perspectiva
diferente sobre el fenómeno literario. En esta novela, podemos diferenciar una
literatura que es utilizada por el Estado único como instrumento político de
manipulación y adoctrinamiento, que recoge principalmente poemas laudatorios al
régimen; y otra literatura, la de los autores del pasado, que es desaprobada
culturalmente. La conformidad con las ideas establecidas y la unidad con que
estas se manifiestan en cada uno de los agentes sociales provoca que no sea
necesaria una censura explícita, pues la censura queda establecida por los
propios individuos, que la llevan a la práctica desde su sistema de creencias. Esta
represión literaria se establece a través de predisposiciones ideológicas que
operan en la mente de los individuos: por un lado, la que vincula la literatura
a la fantasía, siendo esta última uno de los elementos más nocivos y peligrosos
para los miembros del Estado único; y, por otro, la que la vincula a lo
antiguo, con las consiguientes connotaciones de salvaje y poco civilizada. De
tal manera que, si bien en Nosotros
no se revela una prohibición explícita de la literatura, es porque no resulta
necesaria, dado el alto grado se control y sumisión de la población; al mismo
tiempo, ésta es utilizada como un instrumento que exalta y valida el sistema
establecido.
La cuestión que surge de la lectura de
estas cuatro novelas es por qué la literatura es objeto de semejante represión,
más aún si su primer elemento constitutivo es la ficción; es decir, no está
sometida a las leyes de verdad y mentira que rigen los textos no ficcionales.
Sin embargo, a pesar de este carácter ficcional, la literatura debe de mantener
un estrecho lazo con la realidad y con la rebelión, pues el poder estatal en
las cuatro obras la contempla como una severa amenaza.[13] Y, efectivamente, el
principal peligro que encierra la literatura es que produce lectores
conscientes, es decir, es capaz de ofrecer una visión plural y ambigua del
mundo que entra en conflicto con la perspectiva rígida y unitaria establecida.
La literatura supone un riesgo para el
sistema porque despierta la curiosidad. Esto es observable en los protagonistas
de las novelas: se trata de personajes inadaptados que en un determinado
momento se hacen conscientes de su situación, lo que al mismo tiempo les
obligará a ser conscientes de la situación sociopolítica. La literatura da
sentido al vacío interior que siente el protagonista al darle una causa externa
que excede la culpabilidad inicial. De este modo, adquirirán una conciencia
personal y social que terminará en un compromiso. El proceso de toma de
conciencia es irreversible: una vez iniciado, no pueden volver atrás, ya que se
ven arrastrados por fuerzas y pulsiones ingobernables. Más allá del miedo, del
rechazo, del riesgo que conlleva desobedecer normas que ponen en peligro sus
posesiones y su vida, los protagonistas dejan de ser elementos pasivos,
manipulados, sometidos, para desempeñar un papel activo y así reafirmar su
individualidad y posición en el mundo.
En la obra de Huxley, la literatura rompe
el condicionamiento y provoca reacciones imprevisibles en un mundo donde cada
reacción, cada actitud, cada posición está predeterminada. La literatura rompe
el control que el poder ejerce sobre el individuo al provocar conductas
asociales. De hecho, en las cuatro novelas las actividades que se realizan en
soledad están prohibidas o mal consideradas. La lectura y escritura, al ser
practicadas de manera individual, implican un riesgo, al provocar que el
individuo pueda empezar a pensar por sí mismo, quedando fuera del control
ideológico del Estado. Sin embargo, ese carácter asocial que imprime la
literatura sólo es aparente, porque si bien el protagonista tiende a aislarse,
esto se produce por el rechazo y la incomprensión de la que es objeto al
criticar valores y actitudes sociales que hasta el momento han sido
incuestionables. La literatura cambia la concepción del mundo del lector y, en
el caso de los personajes, crea una conciencia social que les conduce a un
compromiso moral, el cual los convertirá en liberadores. Por eso, el carácter
asocial que crea la literatura no es real, pues tanto Winston, como John o
Montag sienten la necesidad de comunicarse, de expresar su verdad a los demás,
de darles una oportunidad de cambiar sus vidas.[14]
En este proceso de transformación, los
libros adquieren valor por sí mismos. Las connotaciones que adquieren son
evidentes: ultrajados, malditos, peligrosos, prohibidos e, incluso, como ocurre
en Un mundo feliz, pornográficos (así
califica el Interventor a la Biblia). Los libros, escasos, desaparecidos,
censurados en esas sociedades futuras, son entidades valiosas y únicas. Ante
una verdad manipulada y adaptada a las necesidades del poder, son los
guardianes del conocimiento, encargados de preservar el pasado y la cultura. En
ellos permanece el pasado, las ideas de los seres humanos después de muertos.
El exterminio de un individuo disidente acabe con la amenaza que supone para el
sistema; sin embargo, el libro perdura más allá del individuo; no necesita su
presencia. De ahí que Beatty le diga a Montag: “Un libro, en manos del vecino,
es un arma cargada. Quémalo. Saca la bala del arma. Abre la mente del hombre.
¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído?”.[15] El libro permanece hasta
que encuentra una grieta en el sistema; su peligro reside en que en él, de
alguna manera, se esconde el germen del cambio, la semilla de la destrucción
del sistema establecido, convirtiéndose así en una amenaza para aquellos que
permanecen en lo más alto de la estructura de poder.
Los libros nos recuerdan nuestra
ignorancia, nuestras limitaciones, es decir, nuestra mortalidad. Ese es el
punto de partida para la regeneración del hombre: la conciencia de la muerte.
De esta conciencia surge el “bienvenido entre los muertos” de Fahrenheit 451 o “somos los muertos” de 1984. La presencia de la muerte es la
que sitúa al hombre en el espacio y en el tiempo, la que le hace salir de esa
supuesta felicidad que ofrece el poder en la evasión o en la exaltación de
Partido. El profesor de literatura, Faber, agente activo en la educación de
Montag, le insiste en este punto al recordarle el triunfo curul: “Recuerda,
César, que eres mortal”.[16] La importancia de la
muerte respecto al valor que otorga a la vida es capital, de hecho, más
adelante, al final del libro, insistirán sobre esto los vagabundos. La
explicación a la importancia que otorgan a la muerte se debe a que la vanidad
humana y un progreso al margen de los valores morales han sido la causa de la
pérdida del sentido de la vida. Es necesario tener presente la fugacidad de la
que participa el ser humano, su condición imperfecta y su compromiso moral.
Los libros no tienen valor por sí mismos,
sino por su contenido. Son instrumentos “empáticos” de transformación; y esa
transformación se produce al ofrecer una visión del mundo desde una perspectiva
distinta. No sólo nos sitúan en el lugar del otro, sino que también nos
muestran otras realidades: “las cosas que usted busca, Montag, están en el
mundo; pero el noventa y nueve por ciento de los hombres sólo puede verlas en
los libros”.[17]
Los argumentos utilizados por los
personajes que encarnan el poder para rechazar los libros en las tres novelas
son distintos. Un mundo feliz es
porque son antiguos, y en la sociedad de consumo que representa sólo puede
existir interés por las cosas nuevas.[18] En 1984, el rechazo también es incuestionable, ya que, a pesar de la
ausencia de una legislación, todos los miembros del Partido mantienen un
conocimiento tácito de las normas y prohibiciones; en este caso, la causa se
encuentra en que los libros están en disonancia con las ideas y la realidad que
presenta el Partido, siendo éstos un obstáculo para sus objetivos (O´Brien lo
centra en que los libros atentan contra los valores emocionales impuestos: “el
miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento”).[19] En Fahrenheit 451, la argumentación que utiliza Beatty para explicar
la prohibición es que “los libros no dicen nada”,
son ficción y se contradicen unos a otros.[20] Los argumentos esgrimidos
por las tres obras anteriores pueden ser aplicados de manera implícita a Nosotros, donde al rechazo de todo
elemento fantástico se añade la aversión a lo antiguo; junto a esto, resulta
necesario señalar que los valores sociales imperantes hacen inviable cualquier
tipo de manifestación literaria que no sea una apología del Estado Único y del
momento político presente.[21] Sin embargo, a pesar de
estas diferencias, en todas las novelas prevalece que la prohibición implícita
o explícita de los libros, al mismo tiempo que de la literatura, porque ponen
en riesgo la estabilidad de un sistema que otorga a sus miembros la felicidad.
Esa felicidad se basa en una manipulación ideológica que toma como punto de
partida el hecho de cubrir las necesidades básicas de los individuos. Se trata
de un enfrentamiento entre la literatura y la felicidad, que es utilizado para
mostrar un enfrentamiento mayor, el existente entre la libertad y el poder. La
literatura se convierte en peligrosa en el momento que pone a los individuos en
contacto con otras realidades, con otras concepciones del mundo, ofreciendo una
polifonía de voces (personajes, autores, textos) que cuestionan toda visión
rígida y unívoca de la realidad, lo cual entra en evidente conflicto con el
sistema establecido. El poder jerárquico, vertical y estricto, en cualquiera de
sus vertientes, justifica su existencia desde la propia estructura de poder, y
se impone a los individuos como imprescindible para la obtención de la
felicidad. Este poder, ya sea como Partido, Estado o multinacionales, no sólo
se impone por la fuerza, sino también por la educación, el condicionamiento, el
adoctrinamiento, la propaganda, la manipulación de la historia. Todo esto se ve
reforzado en las cuatro sociedades por una forma de vida que es el reflejo
directo de la ideología dominante, ajustándose perfectamente a los intereses
estatales, y donde la ausencia de libertad es manifiesta.
Es significativo que en Fahrenheit 451, sean los propios
individuos los que rechazaron los libros antes de que fuesen prohibidos: “No
comenzó el gobierno. No hubo órdenes, ni declaraciones, ni censura en un
principio, ¡no! La tecnología, la explotación en masa, y la presión de las
minorías provocó todo esto”.[22] Algo similar, pero no
únicamente aplicado a la literatura, sino a todos los ámbitos de la vida ocurre
en Un mundo feliz: “Se empezó a poner
límites a los estudios e investigaciones científicas, pero para entonces la
gente ya estaba dispuesta a aceptarlo, e incluso a que regularan sus deseos”.[23] En estas dos sociedades
futuras, el poder se limita a beneficiarse demagógicamente de los intereses
populares. De este modo, la situación opresiva no sólo se genera en un
principio por los intereses estatales o particulares, sino por la propia
sociedad. Son los propios individuos los que rechazan la formación cultural y
la literatura por una vida cómoda y sin preocupaciones: una vida feliz. La complicidad
de los individuos respecto a la destrucción de libros sirve para ilustrar en
ambas novelas las consecuencias de una sociedad dichosa que no ha sido
cimentada sobre la libertad ni la cultura. Se trata de un cambio de valores que
va más allá de la libertad, como bien explica el Interventor en la novela de
Huxley: “sustituir el énfasis puesto en la verdad y la belleza a la comodidad y
la felicidad”;[24]
verdad y belleza que se identifican con la ciencia y el arte respectivamente.[25]
En Nosotros,
el desprecio a la literatura de los escritores pasados (“por suerte, los
tiempos antediluvianos de todos los Shakespeare y Dostoievski (o como se
llamen) ya han pasado”)[26] no excluye la conciencia
de que existe una dicotomía entre la felicidad y la libertad, y que el ser
humano, en un momento anterior al presente narrativo, ha optado por la
felicidad. De tal manera que el hecho de optar por ser esclavos, pero felices,
es entendido, en términos miltonianos, como un paraíso recobrado.[27]
La inmovilidad macroestructural que se
manifiesta en las novelas conduce a una inmovilidad personal que afecta
individualmente al individuo. El ser humano delega en el Estado todas sus
responsabilidades, pues en ningún caso participa en la toma de decisiones, y se
sumerge en una placentera pasividad exenta de cualquier compromiso. Para los
ciudadanos del futuro no existe ninguna inquietud, ningún afán de superación ni
de búsqueda, pues todo queda predeterminado; se limitan a asumir y a aceptar la
inmutabilidad de un sistema que consideran estacionario; a cambio reciben la
comodidad que les ofrece un poder encargado de posibilitar estabilidad social, de
cubrir las necesidades básicas, de ofrecer bienes materiales, sexo, drogas o
protección frente a los enemigos y la guerra. En el momento que aceptan una
esclavitud de la que no son conscientes, la inmutabilidad resulta
incuestionable. Solamente con el control y la represión de unas pequeñas
minorías disidentes, se suprime cualquier crítica; es decir, cualquier intento
de transformación.
El propio poder será el que controle los
progresos científicos para sus propios fines. El progreso queda limitado a los
objetivos planteados por el Estado. Así, según los valores en los que se
sostengan los pilares de la estabilidad social, los avances tecnológicos y
científicos mantendrán orientaciones diferentes. En Nosotros, éstos serán un instrumento de perfeccionamiento social,
camino hacia la comodidad y la felicidad; en 1984, donde el miedo y la represión ideológica son continuos, se
orientarán hacia la guerra y la seguridad; en Un mundo feliz, tenderán al condicionamiento biológico y social, a
la evasión y el placer; en Fahrenheit 451,
se evidenciarán en la seguridad y la evasión. En los cuatro casos, los avances
científicos están al servicio del Estado, siendo utilizados para reforzar el
control de los ciudadanos. Idéntica función cumplirá la propaganda, que ocupa
un lugar destacado en las obras, ya sea como instrumento político, de
adoctrinamiento social o de exaltación de una determinada forma de vida.[28]
Más determinante que el control de los
avances tecnológicos será el control de la información. El ejemplo más
significativo lo ofrece 1984,
sirviéndose de un complejo entramado que manipula continuamente la verdad
adaptando y reelaborando la información; pero también educando a los individuos
en el doblepensar, que consiste en
“sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y
creer, sin embargo, en ambas”.[29] Esta forma de pensamiento
alógico, propia de los miembros del Partido, inhibe cualquier tipo de
pensamiento crítico, pues obliga a aceptar las informaciones sin ningún tipo de
filtro. En la sociedad Ingsoc, el principio de verdad no es la lógica ni la
comprobación empírica, sino la procedencia: toda información procedente del Partido
es aceptada como válida y no es cuestionada. El doblepensar es apoyado por la continua modificación del pasado para
adaptarlo a las necesidades políticas del presente; para ello, el Partido
dispone del Ministerio de la Verdad que se ocupa de reelaborar todos los
documentos que quedan obsoletos para lo intereses políticos. En el presente, el
Partido controla todos los medios de difusión, que son utilizados para sus
propios fines, especialmente las continuas reseñas informativas que emiten las
telepantallas con informaciones manipuladas. Sin embargo, las telepantallas
ofrecen una información rápida y efímera. No ocurre igual con periódicos,
revistas y libros, que, por su condición perdurable, precisan ser reescritos en
todos aquellos puntos que presentan contradicciones con la realidad presente,
lo que convierte la historia en un palimpsesto, borrado y reescrito
continuamente. La modificación del pasado está comprendida en la idea que
expresa O’Brien: “El que controla el pasado controla el futuro; el que controla
el presente controla el pasado”.[30] El pasado es peligroso no
sólo al cuestionar la realidad presente, sino también al cuestionar la inefable
permanencia del Partido, de ahí la necesidad de promover una visión inmovilista
de la historia. Controlar la mente de los individuos por medio del doblepensar y controlar el pasado a
través la modificación de la historia tiene como finalidad última el control de
la realidad. La consecución de esa aspiración convertiría al Partido en un
equivalente de la divinidad con sus atributos de omnipotencia y eternidad; el
Gran Hermano sería la encarnación de esta deidad.
Las novelas de Zamiatin, Huxley y
Bradbury no alcanzan los extremos de 1984,
en primer lugar, porque se trata de sistemas sociopolíticos diferentes; pero, al
mismo tiempo, porque son capaces de mantener alejada a la sociedad de toda
preocupación política. No obstante, también existe un control de la información
y de la historia.[31] En Fahrenheit 451, se imposibilita la existencia de una conciencia
histórica en los individuos, y los pocos datos históricos que subsisten son
falseados. Algo similar ocurre en Un
mundo feliz, que junto a esto añade el fuerte condicionamiento biológico y
social, y el rechazo de lo antiguo; la
historia es rechazada por pertenecer al pasado, por no ser una novedad.
Aspectos que también se repiten en Nosotros.
Es significativo que en esta reescritura
y tergiversación de la historia, utilizada para mantener un control absoluto
sobre la verdad e impedir un cambio sociopolítico, mantenga una notable
relación con la literatura, más allá del semejante componente lingüístico;
porque, si bien la historia manipulada mantiene un valor de verdad en la mente
de los individuos, no obstante, tal como es utilizada por el poder en las tres
novelas, no deja de ser una invención que no necesita sustentar ni justificar
ningún vínculo con la realidad. Esta confusión entre historia y literatura se
produce por no ser necesario la constatación de hechos y pruebas, pues es la
fuente de información lo único que valida la información. El ejemplo más
significativo se encuentra en 1984,
cuando protagonista tiene que redactar de nuevo un artículo aparecido en un
periódico y lo modifica enteramente inventándose una hazaña heroica de un
inexistente soldado del Partido: el camarada Ogilvy.[32] La historia queda al
servicio del poder, que sabe utilizar su materialidad ficcional para sus
propios fines. El Partido crea (inventa) la historia. Ese carácter ficcional
que se produce en la creación de los textos es interpretado como histórico por
los receptores: los límites entre literatura e historia se vuelven aún más
difusos.
Otro aspecto en el que coinciden las cuatro
obras es la necesidad de expresarse que presentan los protagonistas, aun a
riesgo de sus propias vidas. Es la necesidad de escribir de D-503, que se
siente obligado a anotar todo en su diario, incluso pensamientos que podrían
comprometerle. Esta necesidad se observa del mismo modo en Winston, a la que se
le añade la de leer, proveniente de la curiosidad que genera su cada vez mayor
estado de conciencia. La lectura y escritura surgen en los personajes como una
manera de canalizar las pulsiones internas que la represión política y cultural
bloquea. La literatura se convierte en una escapatoria; sin embargo, esta escapatoria,
a diferencia de la telepantalla de Fahrenheit
451, los auditorios de Nosotros o
los sensoramas de Un mundo feliz, no
se detiene en la mera evasión, sino que conduce a un compromiso que parte de la
individualidad. La literatura, en su faceta creativa y receptiva, se torna
peligrosa en cuanto que escapa al control estatal. Si bien el punto de partida
es el vacío interno en el que están sumidos. Será la literatura la que inicie
el proceso que los guiará hasta la toma de conciencia. Sólo así concebirán la
posibilidad de un cambio social que, salvo en el ambiguo caso de D-503, ya les
resulta necesario. A medida que se desarrolla su capacidad crítica, los
protagonistas se sienten más aislados, al comprender la divergencia existente
entre sus ideas y las de la mayoría. Sin embargo, en todos ellos, surge la
necesidad de compartir sus nuevas y divergentes visiones del mundo. En
principio, recurrirán a personas cercanas como una manera de minimizar los
riesgos, ya que se trata de personas con las que mantienen un vínculo
sentimental; es el caso de la esposa de Montag, de la amante de Winston o de O-90, la
compañera de D-503. Posteriormente, esa necesidad se orientará hacia aquellos
con los que creen mantener un atisbo de afinidad ideológica (Faber, O’Brien o
Helmholtz, incluso S-4711); es un intento de compartir sus ideas para
contrastarlas y confirmarlas, pero también para concretarlas en una actuación
transformadora concreta. Los resultados que obtengan de estos contactos serán
dispares, dependiendo de si los personajes participan de un nivel de conciencia
equiparable al que presentan los protagonistas, ya que cuando las diferencias
sean lo suficientemente grandes, todo entendimiento quedará imposibilitado. Es
lo que ocurre con la mujer de Montag, la cual, cautivada por el sistema y
asustada por los posibles castigos, observa en el marido tal amenaza a su
comodidad y posición social que decide delatarlo.
También es interesante observar cómo en
las novelas se produce, en un momento dado, un enfrentamiento dialéctico entre
los protagonistas y un superior que está por encima de ellos en la escala de
poder. Este enfrentamiento verbal no es sino un enfrentamiento ideológico en el
que se contraponen dos puntos de vista, dos concepciones del mundo adversas,
condenadas a no alcanzar un entendimiento mutuo. La escisión insalvable en las
dos posturas está determinada por los personajes que encarnan el poder, pues
son ellos los que presentan posturas inamovibles, sirviéndose de su supremacía
para forzar un cambio en las ideas de los protagonistas. En contraposición,
serán éstos los que defiendan una actitud regida por principios morales y de
compromiso ético con el ser humano que parte de la necesidad de ser libres, es
decir, de tener acceso a una verdad plural que se oculta en los libros, frente
a la actitud totalitaria e inmovilista de sus superiores. La posición de los
que ostentan el poder en minoría consiste en mantener un sistema que ofrece
estabilidad y, de algún modo, comodidad a los individuos que somete. En
realidad, la opción por la libertad o la felicidad se convierte en la opción
por una concepción abierta y plural del mundo frente a una posición cerrada y
excluyente. De esto se evidencia que para los cuatro sistemas futuros resulta
necesaria la represión y, de manera muy especial, la prohibición, directa o
indirecta, de una literatura que desarrolla la conciencia crítica.
En cualquier caso, serán estos contactos
con el poder y las relaciones personales las que determinen, en gran medida, el
final del protagonista, puesto que, si no encuentra apoyo en las personas a las
que recurre, sólo le quedará el aislamiento y la sumisión (como ocurre en 1984 y en Nosotros) o el suicidio (es el caso de Un mundo feliz); a diferencia de Fahrenheit 451, donde Montag, respaldado por Faber y posteriormente
por el grupo de vagabundos, encuentra una manera de acceder a la cultura y, de
este modo, arrostrar la vida en libertad.
Si bien los finales de los protagonistas orientan
la interpretación hacia la esperanza o el desaliento, en todas las novelas
prevalece, en mayor o menor medida la posibilidad de una transformación social.
Y es en esta posibilidad donde el acceso libre a la cultura se convierte en una
condición indispensable. Así se encuentra en Montag y el grupo de vagabundos de
Bradbury, como en el John de Huxley, en el Winston de Orwell y en la
inquietante I-330 de Zamiatin. Destruidos o no, sus reacciones tienen la carga
simbólica de una rebelión, una manera de enfrentarse a un sistema que
consideran injusto. La impotencia que conduce al suicidio a John es también un
acto de rebeldía, de resistirse a ser asimilado por una sociedad que desprecia;
del mismo modo puede considerarse la sonrisa y el silencio ante la tortura de
I-330 ante la muerte, mientras es observada por un D-503 al que ya le han
mutilado el cerebro. Las bombas atómicas que caen destruyendo las ciudades en Fahrenheit 451 son interpretadas como el
inicio de una profunda transformación social por los vagabundos que esperan
pacientes, convencidos de que antes o después llegará su momento, el momento de
los libros vivientes. También son esperanzadoras la ruptura del muro, la
entrada de animales en el perímetro de la ciudad y la insumisión incontrolada
en diferentes barrios de la ciudad en Nosotros.
Al Winston de 1984, después de haber
sido destruido bajo la tortura y la humillación, aún se le iluminan los ojos
ante el anhelo de que del Partido sufra una derrota crucial en la guerra. Toda
esperanza de cambio está ligada a los grupos marginales, sean estos los
protagonistas, los vagabundos que conservan los libros en sus mentes, los
humanos que han sufrido errores en el condicionamiento, los “salvajes” que
llegan a la civilización después de permanecer aislados, la supuesta Hermandad
clandestina, los rebeldes mufis o los proles que viven pendientes de la lotería
y el arte de consumo. En cualquier caso, la transformación sólo es posible
desde aquellos que no pertenecen al sistema y mantienen la distancia.
No obstante, el cambio sólo puede
producirse si está acompañado de una actuación concreta. Acaso la clave la
ofrezca Winston cuando revela la imposibilidad de que perdure una civilización fundada “sobre el miedo, el
odio y la crueldad”.[33] Y en esos mundos futuros,
los objetivos alcanzados por los estados, sea la felicidad de los individuos o
la permanencia en el poder, se sostienen sobre la represión de lo heterodoxo.
Acaso los protagonistas de las novelas (excluyendo a D-503, demasiado condicionado
para idear un mundo futuro; pero incluyendo a I-330, mucho más subversiva y
activa) no estén seguros de la sociedad a la que debe conducir el cambio; sin
embargo, sí evidencian que ésta debe regirse por la libertad, la verdad y los
principios morales; una sociedad donde la literatura no esté prohibida.
Las cuatro utopías, a pesar de las
notables diferencias existentes entre las realidades que presentan, coinciden
en ofrecer estados totalitarios y opresivos; y, contra ellos, ofrecen una misma
solución de la cual la literatura es partícipe. De este modo, la literatura se
convierte en un símbolo de la libertad, de la oposición al poder, de lo
heterodoxo, de la cultura. Una literatura que obliga a los lectores a salir de
ellos mismos para desarrollar un pensamiento crítico que les conduzca a un
compromiso social. La literatura se enfrenta a la muerte en la que está sumida
la sociedad; en ese sentido, la literatura es el germen que obliga a los
lectores a abandonar la inconsciencia del reino de los muertos. El acto de leer
y de escribir adquiere en las novelas las propiedades del rito de paso que
marca el cambio de etapa de la adolescencia a la madurez; es el rito de muerte
y resurrección que conduce a la libertad y al compromiso.
De eso son conscientes los vagabundos de Fahrenheit 451: “vagabundos por fuera,
bibliotecas por dentro”.[34] Ellos adoptan los nombres
de los autores de sus lecturas; es decir: son lo que leen. De este modo, ellos
vuelven de entre los muertos y los libros permanecen vivos. Los vivos mantienen
la verdad plural que surge de las polifónicas voces contenidas en los libros;
una verdad dinámica y ambigua en cuya búsqueda se encuentra el sentido del ser
humano. En las cuatro novelas, la literatura es un peligro que atenta contra el
sistema establecido, que confiere un pensamiento crítico y que mantiene a los
seres humanos vivos. La literatura es liberadora y está ligada íntimamente al
destino del hombre; de ahí que en las tres novelas se validen las palabras de
Northrop Frye cuando plantea que: “Por sí misma la literatura no puede evitar
la destrucción total, que es uno de los destinos posibles de la raza humana;
pero pienso que ese destino sería inevitable sin la literatura”.[35] Utopías que nos hacen
conscientes del presente en el futuro, de la realidad en la ficción, y nos dan
la bienvenida de entre los muertos.
[1] Bradbury, Ray, Faherenheit 451, Barcelona, Minotauro,
2000, pág. 170.
[2] Orwell, George, 1984, Barcelona, Destino, 2002, pág.
195.
[3] Dentro del ámbito de
[4] Muchas obras de estos autores
tienen a su vez un contenido satírico. Para la relación entre utopía y sátira
cfr.: Suvin, Darko, Metamorfosis de la
ciencia ficción: sobre la poética y la historia de un género literario,
México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1984, págs. 83 y ss.
[5] La teoría
de los géneros, por sí misma, ya presenta bastantes dificultades según se han
ido desarrollando los estudios literarios a lo largo de los siglos,
especialmente, con la violenta transformación del s. XIX. La ruptura de ese
sistema y su reestructuración ha provocado que en los últimos dos siglos, los
géneros se hayan convertido, en muchos aspectos, en categorías abiertas e
imprecisas, cuando no inconsistentes. A esto se suma la irresolución teórica
que ha acompañado siempre a
[6] Nosotros había sido escrita tres años antes; pero Zamiatin estaba
condenado al ostracismo por las autoridades soviéticas. La censura le obligó a
publicarla en inglés, y fuera de su país de origen. La primera edición le corresponde a la editorial Dutton &
Co., en Nueva York, en 1924. Para las referencias utilizadas en el presente
estudio: Zamiatin, Yevgueni, Nosotros,
Zaragoza, Las tres sorores, 2005.
[7] Ténganse en cuenta los dos estilos
de vida, capitalista y comunista, de cada uno de los bloques, los cuales serán
criticados en las novelas del presente estudio.
[8] En el caso de 1984, la situación es más compleja, pues la opción por la felicidad
se la plantea el protagonista cuando piensa la razón por la que existe del
Partido; sin embargo, O’Brien la desmiente: el Partido existe por el poder
mismo (Orwell, George, op. cit, pág. 280).
[9] Si bien D-503 mantiene una
sumisión ideológica, no ocurre así con el personaje femenino I-330,
indiscutiblemente agitador, y detonante directo de las transformaciones del
protagonista.
[10] Huxley, Aldous, Un mundo feliz, Barcelona, Nuevas
Ediciones de Bolsillo, 2000, pág. 225.
[11] Acaso la postura de D-503 sea la
más difícil de analizar debido a su complejidad. La disidencia de este
personaje no se produce en un plano crítico o ideológico, pues sus anotaciones
muestran afinidad a la ideología establecida por el poder, sino en su
actuación, en la cual se observa una rebeldía continuada. Esa contraposición
entre el pensamiento y la acción provoca una constante ambigüedad que conduce a
una interpretación abierta de la novela.
[12] En el caso de Un mundo Feliz, podemos hablar de un protagonista colectivo hasta
que la acción se sitúa en la reserva indígena. A partir de ese momento, será el
personaje de John el que tomará progresivamente importancia hasta convertirse
en el personaje principal; de ahí que lo tomemos como protagonista, aunque su
primera aparición no se produce hasta la mitad de la novela.
[13] Es significativo que a lo largo de
la historia, la literatura haya sido censurada, reprimida y controlada por
organizaciones, instituciones y regímenes políticos. Así las listas de los
libros prohibidos por
[14] Como ya hemos señalado
anteriormente, el caso de Nosotros la
ambigüedad que surge de la
contraposición entre la actuación y el pensamiento del protagonista
obliga a una interpretación cautelosa de esa conciencia crítica del sistema,
pues nunca es presentada de manera explícita. Acaso sea más evidente esa
necesidad de expresión y de rebeldía en I-330 que en el protagonista.
[15] Bradbury,
Ray, op. cit., pág. 73.
[16] Ibíd., pág. 102. Acaso una
traducción adaptada a las necesidades del relato de originaria latina “respice
post te, hominem te esse memento”.
[17] Ibíd.
[18] Huxley,
Aldous, op. cit., pág. 219.
[19] Orwell,
George, op. cit, pág. 285.
[20] Bradbury, Ray, op. cit., págs.
77-78.
[21] De hecho, la fantasía es
considerada por el Partido Único como una enfermedad (Zamiatin, Yevgueni, op.
cit., pág. 180). Esa “enfermedad” alarma al protagonista, que se cuestiona
hasta qué punto sus escritos no participan de eela (Zamiatin, Yevgueni, op.
cit., pág. 109).
[22] Bradbury,
Ray, op. cit., pág. 73.
[23] Huxley, Aldous, op. cit., pág.
227.
[24] Ibíd., pág. 226.
[25] A diferencia de las otras dos
novelas, en 1984 no se encuentra
ninguna explicación de por qué los libros son destruidos, sólo se especifica
que esto se produce en todas partes, hasta en los barrios de los proles (Orwell, George, op. cit, pág.
109); sin embargo, esa explicación no es necesaria, pues los libros interfieren
con la ideología y la actuación política del Partido.
[26] Zamiatin, Yevgueni, op. cit., pág.
49.
[27] Ibíd., págs. 67 y 210.
[28] Sirvan de ejemplo los anuncios
gigantes para los trenes de alta velocidad, los carteles del Gran Hermano, los
actos públicos, los ajusticiamientos o las cuñas publicitarias en la televisión
mural.
[29] Orwell, George, op. cit, pág. 43.
[30] Ibíd., p. 73
[31] En lo referente a la manipulación
de la información, es significativo cómo acaba la retransmisión de la
persecución de Montag (Bradbury, Ray, op. cit., págs. 168 y ss.).
[32] Orwell,
George, op. cit, págs. 56 y ss.
[33] Orwell,
George, op. cit, pág. 286.
[34] Bradbury,
Ray, op. cit., págs. 173-174.
[35] Todorov, Tzvetan, Crítica de la crítica, Barcelona, Paidós
Ibérica, 1991, pág. 98.
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