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LOS ROMANCES DE PÍRAMO Y TISBE
Pedro Correa
(Universidad de Granada)
Resumen
Existen dos romances sobre Píramo y Tisbe recogidos en
numerosas ediciones de Romanceros de los siglos XVI y XVII. Una versión sigue
con bastante fidelidad el original de Ovidio y otra elige el momento culminante
de la muerte de los amantes. Ofrecemos también dos romances de autor conocido.
Palabras clave: amor, muerte, tradición.
Abstract
There are two romences
about Píramo and Tisbe
collected in numerous editions of collections of ballads from the 16th and 17th
centuries. One version follows with quite faithfulness the original by Ovidio and other chooses the high point of the death of the
lovers. We also offer two romances by a well-known author.
Key words: love, death, tradition.
El Cancionero de romances sacados de las Crónicas
de España, con otros, compuestos por Lorenço de
Sepúlveda, contiene un romance de Pyramo y Thisbe mantenido en las ediciones siguientes: Anvers MDLI, Anvers s.a., Anvers 1566, Medina del Campo 1576, Alcalá 1582 (cuya
versión sigo) y Sevilla 1584. Fue incluido en la magna colección de A. Durán
(1945: 311-313) donde puede leerse con errores y aciertos en algunas
correcciones hechas para conseguir el octosílabo.
El romancero fue
difusor de motivos de la antigüedad, no sólo de asuntos clásicos, especialmente
romanos, algunos tan populares como "Mira Nero
de Tarpeya", sobre el incendio de Roma, sino
también de temas mitológicos, con más aciertos unos que otros, recordemos el
tan popular de Progne y Filomena, popularizado a través del título Blancaflor y Filomena, y por lo que a
nosotros interesa el de Píramo y Tisbe, incorporado a un pliego de cordel, prueba de que
en la intención del creador estaba su carácter popular y en consecuencia su
amplia difusión.
El largo romance
sigue en líneas generales la versión ovidiana vulgarizándola para ponerla al
alcance de un público medio gustador de romances de todo tipo. No supone una
versión poética ni innovadora, ya que el colector y autor ha sido incapaz de poner
nada de su propia cosecha y se ha limitado a versificar el mito, suprimiendo
los rasgos que pudieran apartarle de su intención y necesidades. Ha buscado
también una rima asonante trillada (áa), donde los
imperfectos de los verbos terminados en -aba le
permiten el mantenimiento de infinidad de rimas.
Probablemente
Lorenzo de Sepúlveda ni siquiera tuvo en cuenta a Ovidio, sino que conoció la
fábula a través de alguna traducción como la de J. de Bustamante o alguna
versión como la de C. de Castillejo y extrajo de ellas los episodios
fundamentales sobre los que trazar un cañamazo narrativo en el que fuera
reconocible la fábula.
Los catorce
primeros versos están dedicados a situar el acontecimiento legendario en una
ciudad concreta, Babilonia, y siguiendo la tradición hace referencia a Semíramis como fundadora de la misma:
En
la grande Babilonia
que Semíramis fundara,
Píramo, gentil mancebo,
y una doncella moraban,
había Tisbe por nombre,
en esta urbe, vinieron al
mundo los protagonistas de la historia, y ya desde pequeños destacaban por su
hermosura, gentileza y gracia. No olvida decirnos que sus casas estaban una
junto a la otra, siendo sus padres vecinos. A causa de esta condición, los
niños estaban siempre juntos:
ambos en grande amistad,
desde niños se criaban;
siendo sus padres vecinos
contino juntos andaban.
La constante
relación dio nacimiento al amor y a una prohibición expresa de los padres para
impedir dichas relaciones y no pasaran a mayores con el transcurrir del tiempo:
Creció
su amor con los años,
perfectamente se amaban;
sus padres lo han conocido,
de estrobarles ordenaran
aquella conversación,
que en ellos tan viva estaba:
no lo pudieron hacer,
que su amor los remediara.
Para el romancerista a
constatar le existencia de la falla que había entre las casas, silenciando
otros datos que Ovidio nos suministra y que por su carácter amatorio le
apartarían en demasía de su intención narrativa. A través del oculto resquicio
se pusieron en contacto, se hablaban de amor, pero lo que anhelaban era besarse
y abrazarse. Lo impedía la pequeñez del portillo:
Los
corazones de entrambos,
viéndose mucho, descansan:
muchas veces verse juntos
los amantes deseaban,
besando y abrazando,
mas la pared los estorbaba.
E
incitados con su amor,
con la pared razonaban.
Silencia el autor las
varias entrevistas y los sinsabores que pasaban para comunicarse, sobre todo Tisbe, ya que sabemos que son sus padres quienes impedían
las relaciones con Píramo. Sí tiene un recuerdo para
anatematizar a la pared que se alza como un valladar inexpugnable:
¿Por
qué nos eres molesta?
di, crüel ¿por qué estorbabas
que no se junten aquestos
que tanto lo deseaban?
En consecuencia
toman una decisión drástica: la huida y marcha hacia adelante. Una noche
deciden citarse para el día siguiente y al atardecer, cuando todos descansen,
ir a un lugar convenido de antemano, donde puedan
hacer realidad su amor:
sin que nadie los sintiese
se saliesen de sus casas,
y se fuesen a una arboleda
que por lugar señalaban,
para gozar sus amores
libremente, y sin que haya
quien les cause impedimento
como hasta allí lo hallaban.
Siguiendo el
texto ovidiano, Tisbe, acuciada por el amor, es la
primera que sale al lugar de la cita. Las señas convenidas eran una arboleda en
la que había un moral:
Cerca
era de la ciudad
esta arboleda nombrada:
sentóse bajo un moral
mientras Píramo llegaba.
En efecto, llega la
primera y se sienta esperando a Píramo. Mientras
aguarda, sin pensarlo, ve venir una leona con la boca ensangrentada. El animal
acude a una fuente a beber, acuciada por la sed que la comida le había
provocado. Sin pensárselo dos veces, sale corriendo, mientras el animal está
entretenido, y se oculta en una cueva. En su alocada carrera, se le cae el
manto al suelo y no tiene tiempo de recogerlo:
con miedo que della tiene
en una cueva se entraba:
dejó el manto en el camino
como la que iba turbada.
La leona, una
vez saciada su sed, emprende el camino de regreso al bosque y se encuentra con
el manto. Se entretiene rasgándolo con sus uñas y lo deja lleno de sangre. No
se atreve a salir de la cueva, porque no sabe si la leona se ha marchado y la
prudencia le aconseja esperar. Mientras esto ocurre, llega Píramo
al lugar convenido y no encuentra a Tisbe, sin
embargo sí ve en el suelo el manto de su amada hecho pedazos y cubierto de
sangre. También se da cuenta de que hay pisadas de una leona. Inmediatamente se
hace su composición de lugar y llega a la conclusión de que su amada ha muerto.
Un profundo lamento aflora a su boca como colofón a esta situación:
decía: -¡Triste de mí!
Deste mal fui yo la causa;
¡debiera ser yo el primero
en venir yo a esperarla!
Píramo se encuentra
descorazonado y considera que su vida no tiene sentido. Pide a la fiera que
acuda de nuevo y lo despedace para poder así seguir el mismo camino de su amada
Tisbe. Otro lamento aflora, a cuyo través se
evidencia el estado de ánimo en que se encuentra:
¿Dónde estás, señora Tisbe,
dónde estás que no me hablas?
¿Qué haré agora sin ti
viviendo vida penada?
Se abraza al manto, lo
besa, y decide quitarse la vida arrojándose sobre su espada. Un caudal de
sangre aflora por la herida y poco a poco va perdiendo fuerza.
En esta tan
lamentable y triste situación, sale Tisbe de su
encierro con la esperanza de que su amado haya venido y como no lo encuentra se
dirige al lugar donde está plantado el moral:
Salió
la hermosa Tisbe
de adonde escondida estaba,
creyó que sería venido
Píramo, a buscarlo andaba,
y como no parecía
a el moral se tornaba.
Contempla horrorizada el
cuerpo ensangrentado de Píramo, próximo ya a la
muerte. Queda sobrecogida por el espectáculo que contempla. Píramo,
tendido en el suelo, cubierto de sangre, la espada metida en su pecho y con las
ansias de la muerte dibujadas en su rostro. No le queda más remedio que
lamentarse con grandes alaridos. Con las uñas se araña el rostro, se arranca
los cabellos, se abraza al cuerpo muerto, besa la cara de su amado y llora
desconsoladamente. No tiene más remedio que dar rienda suelta a su corazón
diciendo:
Dime,
Píramo, señor,
poseedor de mi alma,
di: ¿quién en tan breve tiempo
tal como está te parara?
Respondedme,
señor mío,
hablad a quien os hablaba:
yo soy la que siempre amastes,
yo soy la que a vos amaba,
abrí esos vuestros ojos,
mirad a quien os llamaba,
catad que yo soy vuestra Tisbe,
¡señor mío, alzad la cara!
Tras esta sentida
confesión de amor profundo, Píramo abre los ojos para
morir inmediatamente, una vez que ha contemplado por última vez el rostro de su
amada. Esta se hace su composición de lugar al ver junto a él el manto cubierto
de sangre y la espada con la que se ha matado. De nuevo vuelve a unir quejas
con ayes:
dijo: ¡Oh sin ventura yo!
¡Oh que desdicha tamaña!
¿Qué
ofensa hice a los dioses?
¿Por
qué ansí me castigaban?
No le queda más que una
solución. Seguir el mismo camino que Píramo. Antes de
suicidarse, ruega a sus padres que los entierren en la misma tumba y a los
dioses que metamorfoseen la fruta del moral de blanca en negra:
a este árbol le sea mudada
la fruta, que sea muy negra,
la cual agora es muy blanca;
cuando hubo terminado sus
peticiones, saca la espada del pecho de Píramo y se
la clava, muriendo junto a él. El poeta cierra el romance con este colofón
fruto de su minerva:
Lleváronlos sus parientes
a Babilonia su patria:
sus padres los lloran mucho,
el pueblo los consolaba;
a Píramo y Tisbe
amantes
en su sepulcro enterraban.
Vemos cómo el
romancerista ha sido capaz de compendiar en largo romance la versión contada
por Ovidio. Lorenzo de Sepúlveda no es un buen poeta. Hombre bien intencionado,
creador de dilatados y pesados romances históricos, aplica el mismo
procedimiento a otros temas que nada tienen que ver con la historia. Salvemos
su intención y agradezcámosle el haber intentado popularizar por medio de una
estrofa muy conocida y un verso tradicional un tema mitológico muy divulgado a
lo largo del siglo XVI.
Las diferencias
que encontramos entre la versión sevillana de 1584 y
la ofrecida por A. Durán son las siguientes:
Sevilla 1584 A. Durán
y se fuesen a una
arboleda y fuesen a una arboleda
mientras Píramo
llegaba mientras Píramo llegara
en venir yo a esperarla en venir a esperarla
vio en él metida el
espada vio en él metida la espada
con las manos se arañaba
con las manos arañaba
poseedor de la mi alma poseedor de mi alma
catad que yo soy vuestra Tisbe catad que soy vuestra Tisbe
que los ayes
con las quejas que los aires con
las quejas
nos entierren a ambos
juntos nos entierren ambos juntos
a este árbol le sea
mudado a este árbol le sea
mudada
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Por su parte el
romance "Tysbe y Pyramo
que fueron/dos leales enamorados", mucho más breve que el anterior, fue
popularizado por la Silva de varios romances en cinco ediciones de
Barcelona (1561, 1578, 1582, 1587, 1602) y dos de Zaragoza (1658, 1673), por la
edición de Barcelona (1562) del Cancionero llamado Flor de enamorados y
finalmente por la Rosa de Amores. Primera parte de Romances de Joan Timoneda (Valencia, 1573). También se conserva en un
pliego titulado Aquí se contienen doze Romances de
amores muy sentidos, editados por Hugo de Mena en
Granada, año 1560. Probablemente los colectores toman su versión de la ofrecida
por este pliego.
El autor revela
en los primeros versos su verdadera intención:
de su desastre y fortuna
quiéroos contar y sus hados.
Por eso centra su atención
en la muerte de los dos amantes y presenta en síntesis otros datos de la
fábula, puesto que afirma en los dos primeros versos que nacieron en Babilonia
y son ejemplos de enamorados. Nos dice que Píramo era
un gentil mancebo de padres honrados y requirió de amores a Tisbe.
Se intuye, pero el romancerista no lo dice, que hubo inconvenientes en dichas
relaciones y esta fue la razón que les empujó a citarse en unos "prados
verdes":
Apiadándose
Tisbe
de sus penas y cuidados,
concertáronse una noche
en ser sus padres echados,
salir fuera la ciudad,
secretos disimulados
No aparece el
medio a través del cual se comunicaban, ni las premoniciones habidas a lo largo
del camino hasta llegar al lugar convenido. Sí que Tisbe
fue la primera en salir de su casa y acceder, suponemos junto al moral. Apenas
hubo llegado se presenta una leona que había acabado de comerse una vaca e iba
a la fuente a saciar su sed. Despavorida huye y abandona el manto que la fiera
hace pedazos con los pies ensangrentados y con la boca:
vio venir una leona
los pies en sangre bañados
de una vaca que había muerto
por aquellos despoblados.
El autor recoge un dato
suministrado por Ovidio, efectivamente es una vaca el animal que había llenado
de sangre la boca de la leona.
Poco después
aparece Píramo y a la luz de la luna ve el manto
lleno de sangre en el suelo y se piensa lo peor, que la fiera ha matado a Tisbe y la ha sepultado en su vientre. Tras el consabido
lamento, saca un puñal y se da muerte hincándolo en su pecho:
dijo: Leona ha de presto
mis placeres conturbado,
y pues sus carnes y huesos
en su vientre ha sepultado
de mi tan querida Tisbe,
sean mis días abreviados.
Inmediatamente se
presenta Tisbe y ve el panorama. Contempla el cadáver
de Píramo y sin pensárselo dos veces, con el mismo
puñal, se quita la vida. No podía faltar el recuerdo para el único sepulcro en
que ambos amantes yacen:
Murieron
ambos a dos
como amantes desdichados,
y de alabastro en sepulcro
juntos fueron sepultados.
El poeta recoge
lo que considera fundamental del mito e incluso esto lo hace de un modo
sucinto, interesándose sobre todo por cuanto acontece en la cita junto al
sepulcro de Nino y al consabido moral. Ni siquiera se
ha interesado por la metamorfosis de la fruta, y en este sentido su romance es
superior a la versión ofrecida por Sepúlveda sin que tampoco sea un texto
poético de superior belleza. No sabemos por qué Durán recoge el romance de esta
manera:
Píramo y Tisbe que fueron
leales enamorados,
cuando en los originales
leemos los nombres invertidos; quizá quiera mantener la tradición que todos los
textos ofrecen y piense que es un error del impresor.
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J.J. Valmaseda
y Zarzosa en Obras de varios asuntos (Zaragoza 1660) ofrece un sucinto
romance centrado exclusivamente en la muerte de ambos amantes y lo hace con
soltura y hasta cierto punto originalidad por su contenida elegancia y algunos
toques de distinción, como ocurre al final del romance cuando Tisbe para morir no necesita de la espada, simplemente la
contemplación del cuerpo muerto de su amado es suficiente, pero quiere recurrir
a ella por razones de afinidad.
En el punto de
partida ya encontramos cierta selección de medios al hablar de cendal y no de
manto. Aquél es el que contempla Píramo y hasta tal
punto le impresiona que permanece suspenso y se
repliega en sí mismo. Dice el poeta que no le hace falta más; sabe de antemano
que Tisbe no ha muerto, de ahí que hable de
"presunciones". Lo que ve, le sirve de prueba palpable de la muerte
de su amada.
Decide seguir el
mismo camino y con sus propias manos se suicida. Hay una intervención afectiva
del poeta lamentando el suceso inevitable. Al final se vuelve a la narración
con la muerte de Tisbe para así completar la
tragedia. Por su brevedad, lengua precisa y ceñida a lo poetizado, el romance
supone una pequeña obra maestra dentro de la vital trayectoria de esta fábula.
El poema dice de esta manera:
El
cendal que fue de Tisbe,
Píramo contempla inmoble;
y por sentir hacia el alma,
hasta el suspirar recoge.
Con
este indicio la juzga
difunta, porque conoce
que es lo mismo en las desdichas
evidencia y presunciones.
Su
fin encarga a sus manos,
y maldice sus dolores;
pues se precian de eficaces
habiendo menester golpe.
¡Oh, cómo para su muerte
demás estuvo el estoque,
que no hace falta el acero
donde sobran aprehensiones!
Llega
Tisbe, y muere al verle,
que si las armas escoge,
no es porque las necesita,
sino por morir conforme.
Habiendo vivido
en pleno auge del gongorismo, el poema está libre de cultismos, se adscribe
mejor a la vertiente conceptista, pero sin abusar de los conceptos. Diríamos
que está en la línea del clasicismo del siglo XVII, en una etapa ya de
decadencia. La sencillez no exenta de virtuosismo ha sido destacada por J.M0 de Cossío
(1952:668-669). La versión ha sido ofrecida por B.J.
Gallardo (1889:876-884).
El manuscrito
3736 de la B.N. de Madrid contiene una Fábula de Píramo y Tisbe y otra de Adonis,
escritas en romance. Según J. Simón Díaz, dicho manuscrito recoge todas las
obras de J. Barrionuevo de Peralta, es autógrafo y en él están sus poesías y un
conjunto de comedias, editadas por A. Paz y Meliá (1892-94). Por su parte J. M.
de Cossío (1952: 627-629) afirma que dicho manuscrito
contiene una Fábula de Icaro, otra de Píramo y Tisbe y
una tercera de Hero y Leandro. Las tres
están en octavas. Naturalmente voy a referirme a la fábula escrita en verso de
romance.
Al igual que Valmaseda elige los momentos culminantes del drama. La
salida de Tisbe de su casa sin tener en cuenta las
recomendaciones de sus padres y la llegada al lugar de la cita antes que Píramo, acuciada por el amor. El octosílabo discurre con
cierta naturalidad, sobre todo en las alabanzas dispensadas a Tisbe, resueltas con soltura y hasta cierto
punto originales:
Salió
a gozar la ocasión
la hermosura de la aldea,
la Venus de la ciudad,
la diosa de la belleza.
Sin apenas
transición, apenas llegada al sitio que habían convenido, aparece la leona
dispuesta a acometer a la joven, la cual ni corta ni perezosa le arroja su
manto y momentáneamente la ciega. Aprovecha esta situación para salir corriendo
y refugiarse en lugar seguro. La leona, una vez desasida del manto, lo rasga
con sus uñas y lo ensangrienta. La observación que hace el autor es gratuita,
no se encuentra en ninguna versión, creo que sirve para enaltecer la figura de Tisbe, capaz por su hermosura de vencer a las fieras:
Yo
juzgo que no quería
mostrarse con ella tan fiera
y que sólo enamorarla
procura con deternerla,
cuando ligera la arroja
el manto con le ciega.
Sucedidos estos
acontecimientos, llega Píramo y contempla aterrado la
escena. No se lo piensa dos veces y con su espada se hace dos mortales heridas
en el pecho. Todo sucede con rapidez y es el amor el causante de su muerte.
Bien se encarga el autor de hacérnoslo notar:
cuando un funesto teatro
el amor le representa;
creyó su fatal ruina,
ojalá no la creyera,
pues para salir el alma
al pecho hizo dos puertas.
Poco después
aparece en el escenario Tisbe; busca con ansiedad a
su amante y se da cuenta de la situación. Decide seguir idéntico camino y se
arroja sobre la misma espada:
cuando la dama gallarda
a buscarle dio la vuelta
que mirándolo sus ojos
del amante la fineza,
porque no muriese solo,
se arroja a la punta mesma,
al poeta no le interesa el
final de la fábula sino que decide sacar una consecuencia protagonizada por el
amor. La invencibilidad que hace de tal modo
imposible oponerse a él:
y dando de aquesta suerte
un vivo ejemplo que enseña
que a la fuerza del amor
no se halla resistencia.
Indudablemente
estamos ante un romance escrito con soltura y dignidad. Intenta ser original
sin traicionar la fábula y por medio de ciertos detalles, en apariencia
insignificantes, se aparta de los demás romances. Encontramos cierta selección
léxica y algún toque culterano que no afea el texto, "llorando en vez de
cristales/corales...", que no atentan a la sencillez del relato más
próximo al ideal conceptista de lengua.
Barrionuevo de
Peralta era granadino, apasionado y violento en su juventud parece que encontró
cierto sosiego cuando se estableció en Sigüenza donde vivió cerca de cincuenta
años, aunque realizó frecuentes viajes a distinto lugares. Sabemos que estuvo
en Italia y al regresar se acogió a sagrado siendo tesorero de la catedral de
Sigüenza. En 1642 lo encontramos en Fuentes quizá huyendo de algún
acontecimiento no muy grato para su persona. Es durante una estancia en Madrid
cuando publica los Avisos, considerados como un nuevo modo de enfocar la
historia y de documentar la sociedad de la época. Es un conjunto muy
representativo de cartas cuyo destinatario es un deán de Zaragoza y fueron
cruzadas entre 1654 y 1668. Constituyen un documento de primera mano para el
conocimiento de la vida de la Corte.
Bibliografía
COSSIO, J.M. Fábulas mitológicas en España, ed. Espasa-Calpe,
Madrid 1952, pp. 668-669; 627-629.
DURAN, A. Romancero
General o Colección de Romances Castellanos anteriores al siglo XVIII, B.A.E., Madrid 1945, pp. 311-313.
GALLARDO, B.J. Ensayo de una Biblioteca Española de libros raros y
curiosos formado por los apuntamientos de...., coordinados y aumentados por
D.M.R. ZARCO DEL VALLE y D.J.
SANCHO RAYON, Tomo IV, ed. Gredos,
Madrid 1889, columnas 876-884 (facsímil, Madrid 1968)
PAZ y MELIA, A. Avisos...
(1654-1658). Precede una noticia de la vida y escritos del autor por..., 4 vols., Madrid 1892-94.
SEPULVEDA, L. de Romancero
Historiado, Alcalá 1582, ed. Castalia, Edición,
estudio, bibliografía e índices por A.RODRIGUEZ-MOÑINO,
Madrid 1967.
SIMON DIAZ, J. Bibliografía
de la Literatura Hispánica, vol. VI, C.S.I.C.,
Madrid 1973, pp. 340-341
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