REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ENTREVISTA A GUILLERMO GÓMEZ RIVERA DE LA ACADEMIA FILIPINA

por

Andrea Gallo

(Università “Ca’ Foscari” Venecia)

 

 

Guillermo Gómez Rivera (Iloílo, 12 septiembre 1936) es un original representante de la cultura filipina. Como periodista, escritor, poeta, lingüista y ensayista, durante décadas se ha dedicado a animar la cultura de su país promoviendo la valoración del aporte hispánico.  

Se graduó en la Universidad de San Agustín de Iloílo y en el colegio San Juan de Letrán de Manila y, posteriormente, fue catedrático de español en la Adamson University de Manila.


En la foto aparecen, en el Casino español de Manila, Guillermo Gómez Rivera, Edmundo Farolàn Romero (centro) miembro también de la Acedemia Filipina y José Perdigon

Ha sido miembro y presidente de la CONAPE (Corporación Nacional de Profesores de Español) y ha dirigido revistas de lengua española como "El maestro" (órgano de la CONAPE) y el semanario "Nueva Era" de Manila (única revista filipina en español que todavía se sigue editando). En 1975, por la obra teatral El caserón – Casa solariega, le fue asignado el premio Zóbel, un prestigioso galardón filipino de las letras hispánicas que por primera vez había sido entregado en 1922 a su tío-abuelo, Guillermo Gómez Windham (1880-1957), buen escritor y director de la Academia Filipina en la posguerra.

Gómez Rivera ha desempeñado también una labor importante como lingüista: a principios de los años 70 participó en la Philippine Constitutional Convention como Secretario del Comité del Lenguaje Nacional; en esta sede defendió la preservación del español. Su esfuerzo en defensa de la cultura hispánica filipina ha valorizado, incluso, el antiguo cine filipino en español, la canción tradicional en castellano y el baile español (es consultor del Ballet Nacional Filipino "Bayanihan"). Es el miembro más antiguo de la Academia Filipina correspondiente de la Real Academia Española.

 

 

 

 

 A.G.: Todo su trabajo de profesor, académico e intelectual parece que haya querido ser una defensa de lo hispánico en Filipinas. ¿Dónde aprendió usted el español? ¿Se hablaba en su casa? ¿Y en el Manila y en la Filipinas de su juventud era una lengua que todavía se utilizaba habitualmente?

 

G.G.R.: Aprendí español en familia, particularmente de mi madre adoptiva, una señora de origen sevillano que nació en Iloílo. Su abuelo, era el publicista de un famoso periódico que se titulaba “El Porvenir de Visayas”. En la Filipinas de mi juventud, mucha gente hablaba español tanto en Manila como en Iloílo.

 

A.G.: Y ¿cuándo decidió dedicarse a la enseñaza del español? ¿Podría resumir brevemente las etapas de su trayectoria como académico y también como artista?

 

G.G.R.: Mi primera carrera fue la de Perito mercantil (B.A. of Sience in Commerce) y mi especialidad era economía, porque tenía la idea de abrir un negocio, manejar plantaciones de azúcar y arroz, o levantar alguna fábrica. Sin embargo, mi madre me hizo escoger una segunda carrera relacionada con la cultura. Tuve, por lo tanto, que matricularme en la carrera de educación (Bachelor of Science in Education) con la especialidad de enseñar inglés y economía. Más tarde, también hice el Minor en historia y tagalo. Cuando pasó la ley de Cuenco (en los años 60) de las 24 unidades de español, hubo una demanda de profesores. De Iloílo vine a Manila. Primero entré como contable en "Soriano y compañía", pero como había una gran solicitud de profesores de español, pensé en matricularme en Letrán para formarme como profesor de castellano. Fui tomando el curso de noche y lo terminé en 1966 (Liberal Arts, Major in Spanish, con unidades acreditadas para el Master en Español). Simultáneamente, me matriculé en otro centro docente, la "Academia de Cervantes", regida por un sabio jesuita filipino, gran hispanista, erudito, dramaturgo y catedrático de Literatura Española y Filipina, donde completé el Doctorado en "Literatura Filipina" en 1967. En este mismo año empecé a escribir artículos en inglés en el "Philippine Free Press" y en el "Saturday Mirror Magazine", en defensa de la razón de ser del idioma español en Filipinas. También escribía al mismo tiempo en español en el diario "El Debate" de Manila. Por esos numerosos artículos, el diputado de Cebú, Don Miguel Cuenco, autor de la ley homónima, convenció al doctor José María Delgado, primer Embajador filipino ante la Santa Sede, para que me empleara como secretario ejecutivo de la Solidaridad filipino-hispana incorporada, una organización para la defensa de la oficialidad del español y de su enseñanza. En su local había una biblioteca española, salón de clases de español, salón de baile español, salón de proyecciones de películas y documentales en español. Dentro de la misma yo, por mi cuenta, fundé la revista "El Maestro" en ciclostil (desde 1964 hasta 1975) que después fue la revista de la CONAPE.

Desde la Solidaridad llevaba un programa de radio en español que se llamaba “La voz hispanofilipina”, donde teníamos una rondalla filipina completa, bajo la dirección de Roberto Buena, "Bert", que era director de música de la radio nacional filipina; aquella radio se sostenía por sí sola por los anuncios que tenía. Era un programa de música de canciones en español, en vivo, y pagábamos a los artistas. En otra radio, Veritas la católica de Filipinas, se organizó otro programa de música y cultura en castellano, que se emitía tres veces a la semana.

Fui locutor también de la Red Nacional (DZFM). Fui campeón regional de la canción en las islas Visayas: al interpretarlas con letras en español, el público en general las entendía y las apreciaba sobremanera. Por eso, además del disco LP, Nostalgia Filipina, produje otras grabaciones de música filipina para llenar cuatro CDs más. Se titulan: Zamboanga Hermosa, El Ylongo Chiquitín, Manila Mía y El Collar de Sampaguita. El éxito de Nostalgia Filipina fue asombroso en los años sesenta y setenta, (recientemente, Nostalgia Filipina se ha podido reeditar gracias a la incondicional ayuda concedida por el anterior Director del Instituto Cervantes de Manila, Don Javier Galván Guijo).

Volviendo a la Solidaridad, recuerdo que eran miembros de esta sociedad los senadores filipinos Óscar Ledesma y Pedro Sabido; embajadores como Pedro Gil, y tantos otros académicos filipinos.

Desde la Solidaridad fundé el grupo manileño de baile español y flamenco, cuyos participantes llegaron a los 50; enviábamos bailarinas/es a todas las fiestas escolares e incluso a la televisón, creando de esa manera un ambiente cultural hispano.

 

A.G.: ¿Y cuándo se incorporó como catedrático en la Universidad? ¿Qué más recuerda de su experiencia universitaria?

 

G.G.R.: En Iloílo entre 1957 y 1960 fui maestro de tagalo e inglés en escuelas secundarias para chinos. Fui maestro de español desde 1962 aunque antes de este año ya había sido maestro de primaria, intermedia y secundaria. En la Universidad de Santo Tomás (UST) empecé a ser maestro de español de secundaria. Trabajé en el colegio de San Beda y en la Philippine Women University donde me relacioné con el Ballet Nacional de Filipinas. Más tarde, cuando la Universidad de Adamson pasó a manos de los Padres Paúles, fui invitado a ser jefe del Departamento de Español, compuesto por otros 24 profesores de español.

En Adamson escribí ocho libros de texto de español, desde el nivel 1 hasta el 8, y estuve de jefe allí durante 15 años. Cuando la regularidad de la enseñanza del español se quitó, se me hizo profesor de lógica, filosofía, estética, geografía mundial, estudios rizalianos, historia filipina y cultura. Más tarde se desintegró el Departamento de Español porque el Departamento de Educación del Gobierno envió una circular ordenando su supresión como asignatura regular.

El Presidente Marcos, a pesar de una cierta simpatía que demostró por el español, dio a entender, en uno de sus discursos a la CONAPE, que se vio forzado a reducir las 24 unidades a 12 por presiones extranjeras que él no podía en aquel momento identificar. Sin embargo nosotros, que ya conocíamos quiénes tramaban en contra del español "desde la sombra", sabíamos quién era "el enemigo". Al identificar positivamente al enemigo resolvimos investigar y exponer su acción agresora sobre Filipinas.

Como anécdota contaré que, en una de las audiencias sobre la ley del español organizadas por la legislatura filipina, durante las cuales se preguntaba si era necesario para Filipinas continuar con su estancia y estatus oficial, un servidor tuvo un intercambio con un senador protestante que llegó al extremo de preguntar por qué servidor no tenía cara de malayo filipino. Servidor le contestó que el señor senador tampoco tenía el rostro de un malayo filipino porque de hecho era de origen chino. Y que además de protestante, su ejecutoria política demostraba ser la de un procónsul estadounidense. En vista de este intercambio la audiencia se suspendió.

Cuando servidor fue secretario del Comité del Lenguaje Nacional, de la Convención Constituyente, organizada por el presidente Marcos desde 1971 hasta 1973, servidor conoció muy de cerca la intervención norteamericana mediante la Summer Institute of Linguistics. Con la ayuda de un sacerdote jesuita, el padre Llamson, se convenció más aún, de que la política de Estados Unidos en Filipinas, consiste en quitarnos el español que tenemos como nuestro y, luego, destruirnos el idioma tagalo mediante la imposición en él, del alfabeto inglés que, por antifonético, está diametralmente opuesto a la fonología del tagalo y de todas nuestras lenguas indígenas.

 

A.G: ¿Estuvo usted en España alguna vez?

 

G.G.R.: Sí en 1986, cuando la Real Academia Española invitó a la correspondiente filipina, de la que soy miembro, a ir a Madrid para poner al día los filipinismos en el diccionario español.

En esta ocasión tuve la gratísima oportunidad de conocer a los grandes académicos españoles, entre ellos, a Dámaso Alonso, Zamora Vicente, Laín Entralgo y Lázaro Carreter, además de Manuel Alvar.

 

A.G.: ¿Puede recordar alguna experiencia de su encuentro con los ilustres miembros de la Academia?

 

G.G.R.: ¡Sí, claro! Recuerdo que Don Dámaso Alonso, tras haber recibido un escrito del académico filipino Don Enrique Fernández Lumba, donde se moteaba a la Academia Filipina como "la reliquia", preguntó a un servidor la razón de ser de la Academia Filipina, puesto que el idioma español ya no se habla mayoritariamente en las Islas Filipinas.

Un servidor le contestó a Don Dámaso que: “Precisamente, la Academia Filipina tiene su razón de ser en la actual Filipinas para, justamente, custodiar, enaltecer y difundir el idioma español sistemática y oficialmente perseguido por la influencia colonial "usense" (¡forma con la que un servidor suele definir a los estadounidenses!). Concretamente, la existencia de la Academia Filipina testimonia que el idioma español, además de aún pervivir como tal entre un sector minoritario de filipinos, también perdura como una influencia vital y de referencia sobre el idioma nacional filipino a base del tagalo y de las otras diez lenguas principales de las islas, lenguas saturadas de hispanismos. Considere – seguía un servidor explicándole a Don Dámaso – que la gramática de las lenguas filipinas, especialmente la del tagalo, está formada a base de afijos que se aplican sobre un caudal de ocho mil palabras-raíces siendo cinco mil de las mismas de puro origen castellano. Además, entre las diez lenguas principales está el criollo, antes chabacano, del idioma español, que todavía lo hablan más de medio millón de habitantes. Al fin y al cabo la Academia Filipina, se encuentra en una circunstancia singularísima que no la tienen las otras academias hermanas en la América española. Considere usted, Don Dámaso – le dije – si la Academia Filipina de nuestra lengua no tiene su razón de ser en Filipinas en vista de estas circunstancias”.

Un silencio cayó sobre todos los señores académicos y Don Dámaso sacó de un maletín suyo uno de sus libros y anunció que lo escuchasen todos los demás académicos: "Señores, no es costumbre mía regalar mis libros, pero en esta ocasión voy a dedicarle un libro mío a este académico filipino tan joven y tan bien articulado que con el mero hecho de ser académico de la Filipina, dicha Academia merece existir contra viento y marea" y escribió "A mi querido Don Guillermo Gómez Rivera, filipino. Dámaso Alonso".

 

A.G.: Usted es director de “Nueva Era”, ¿sigue siendo el único periódico que queda en español?

 

G.G.R.: Sí, es el único. "Nueva Era" fue un periódico fundado el 12 de octubre de 1935 por Don Emilio Incióng de Lipa Batangas. Como era amigo de mi abuelo Felipe Gómez Windham, él me invitó a que escribiera una columna semanal, esto desde 1965, creo; en la misma época redactaba una columna diaria en "El Debate", que tuve hasta 1971 cuando, por la ley marcial de Marcos, se cerró, junto con todos los diarios de Manila. En cambio "Nueva Era" siguió porque era semanario. Más tarde, en 1985 y tras el fallecimiento de Don Emilio, sus hijas me nombraron director de "Nueva Era". Este periódico es también una gaceta oficial donde los anuncios públicos sobre naturalizaciones, casos de familia y ventas de terrenos públicos deben publicarse en español. "Nueva Era" hasta el tiempo presente vive de tales anuncios judiciales, pero bien se podría mejorar si se le ayudara.

 

A.G.: Desde hace tiempo, la lengua española en Filipinas está en seria dificultad. En diciembre de 2007, la Presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo, anunció en Madrid que ella restauraría la enseñanza regular del español en todos los niveles de la educación filipina. ¿Qué opina de esta decisión? ¿Actualmente lo prometido se está cumpliendo? ¿Y considera usted importante para su país mantener la lengua española? ¿Por qué razón?

 

G.G.R: La decisión de la Presidenta ha sido oportuna porque se ha dado cuenta de que el conocimiento del español para los jóvenes filipinos de hoy tiene su dimensión económica; pero, como Presidente de la Corporación Nacional de Profesores Filipinos de Español, no veo cómo se ha de poner en ejecución factible la restauración del español en este país.

No hay duda de que el español es igualmente importante para ayudar a resolver la crisis de identidad del pueblo filipino educado en inglés. La pérdida del español para el filipino ha supuesto el desarraigamiento de su propia cultura, por el que, tanto los individuos como las colectividades filipinas, hoy carecen de una voluntad para progresar. De hecho hay un refrán filipino que recita: «Quien desconoce su pasado no entiende su presente y no tiene la voluntad de ganarse su futuro» (ang hindi lumiñgón sa pinanggaliñgan, di puedeng maka-intindi nang kanyang kasalukuyan, at hindi makararating sa paroroonan); en cierto modo – por la situación tan crítica que vivimos – el filipino piensa que no tiene ningún futuro.

Esta crisis de identidad se está traduciendo, en estos momentos, también en una crisis política que escinde al pueblo filipino entre la clase pobre, que es la inmensa mayoría, y la clase pudiente, que son más o menos 400 familias, sobre una población total de más de noventa millones. La crisis de identidad se refleja también en la falta de idealismo y de conocimiento de sí mismo, por parte del ordinario filipino, pero también, de aquellos altamente educados supuestamente en inglés.

Lo que está pasando desde hace tiempo en mi país es que el político elegido tiene que levantar fondos de cualquier manera, posiblemente de una manera criminal, para poder pagar al votante que le ha de elegir para un puesto encumbrado; y el filipino elegido a los puestos políticos más encumbrados del país, se da cuenta a la larga, de que no puede decidir independientemente de la supuesta política internacional de Estados Unidos.

En medio de esta situación social, cultural y política, la presidenta Arroyo ha anunciado que se va a restaurar la enseñanza del español en todos los niveles de la eduación filipina. El problema está en la ejecución actual de esta enseñanza, por la sencilla razón de que ya no hay suficiente número de maestros filipinos de lengua castellana. Desde 1987 (año de la abolición de la oficialidad del castellano) muy pocos jóvenes filipinos se han matriculado para ser maestros de español.

 

A.G.: Una de sus perplejidades con referencia a la restauración del estudio y empleo de la lengua castellana en Filipinas es la falta de una, como la llama usted, “infraestructura humana”, ¿por qué en un país que hasta hace pocos años tenía el español como lengua oficial, falta esta infraestructura? ¿Sería posible recrearlo a corto-medio plazo o lo que se perdió ya está irremediablemente perdido?

 

G.G.R.: Con la nueva constitución de 1986 la oficialidad del español se abrogó, y eso provocó que un idioma que ya se encontraba en seria dificultad, fuera perdiendo siempre más terreno, hasta la marginalización.

Siguiendo el refrán «a grandes problemas, grandes remedios», hoy en día se tendrían que mandar aquí, para empezar - y a pesar de que la propuesta podría ser ilógica o no factible - unos cuantos millares de maestros españoles preparados para enseñar a los filipinos; a la manera de los "Thomasites" americanos de principios del siglo XX, que vinieron para enseñar inglés a los niños filipinos en todas las escuelas primarias del país; escuelas cuyos edificios, en su mayoría, habían sido construidos con cemento y madera durante la época española en obediencia al decreto educacional de 1863. En esa época, hasta la Escuela Normal de Filipinas, empezada por el gobierno español en 1890, se convirtió en escuela normal en inglés: aquellos maestros, ya entrenados para enseñar en español, se vieron obligados a aprender inglés y prepararse de nuevo para enseñar inglés, bajo la dirección de los mencionados "Thomasites" (maestros voluntarios estadounidenses que llegaron a Filipinas mediante un barco que antes era para transporte de ganado, conocido como S.S. Thomas). Sabemos, desde luego, que es imposible que venga un número parecido de "thomasites españoles" en el presente, dispuestos a sacrificarse y a enseñar en este país con sueldos de hambre. Lo ideal sería que fueran debidamente compensados y subvencionados por el gobierno de España y las instituciones docentes de Filipinas, pero esto ahora no es posible.

Habría por lo tanto que tomar en consideración medios, tal vez más sencillos, pero más eficaces, proyectos factibles, para la realidad filipina.

 

A.G.: Como profesor y presidente de la CONAPE en las décadas pasadas, ¿cómo trató de obrar usted para fomentar la enseñanza regular de la lengua española?

 

G.G.R: Entre varias actividades algunas que puedo mencionar son que: escribí ocho libros de texto, organicé programas de radio en español dirigidos a los profesores de esta lengua y fundé la quincenaria revista “El Maestro” que duró diez años. Formé e intenté interesar a las jóvenes para ser maestras de español; constituí, con mis colegas, el Seminario-Concurso de Miss Hispanidad que duró casi diez años. De sus participantes, hemos logrado formar nuevas maestras, y luego profesoras de español para cubrir la falta que entonces había en colegios y universidades de profesoras de español. Publiqué discos de larga duración de canciones filipinas en español para que sirvieran como auxilio de enseñanza en las clases de este idioma en todas las islas.

 

A.G.: Cuando, en los años 60, estaban vigentes aún las leyes Magalona y Cuenco, que antes mencionó, es decir las que incluían las 24 unidades obligatorias (8 asignaturas) de español en todos los cursos universitarios, existía una división en el Departamento de Educación que se encargaba de la enseñanza del castellano. En la actualidad, después del anuncio de la presidenta, ¿se ha organizado en el Departamento de Educación una división o algo parecido?

 

G.G.R: ¡Nada!! No hay tal división en el Departamento de Educación. La orden se dio, pero nadie la obedece por la sencilla razón de que no hay maestros en suficiente número como para poner en la debida ejecución dicha orden. Además la señora Arroyo termina su mandato en el año 2010 y no se sabe si el nuevo presidente de Filipinas se empeñará en que se efectúe esta orden ejecutiva.

 

A.G.: Con respecto a la enseñanza del castellano, ¿usted cree que el Instituto Cervantes a corto plazo puede implementar la enseñanza del español aquí?

 

G.G.R.: El Cervantes está haciendo una muy buena labor, pero no creo que tenga la capacidad de formar el número necesario de profesores filipinos en español para poner en ejecución la enseñanza del castellano, ni siquiera en la mitad de los colegios y escuelas de Filipinas. No se olvide que aquí se trata de noventa millones de filipinos que deben adquirir un mínimo de nociones del idioma castellano para entender su propia cultura e historia. Pero mucho se podría hacer si también se abriesen otros Institutos Cervantes en ciudades principales como Cebú, Zamboanga, Iloílo, Vigan, Davao, Basilan, Naga. Piénsese que en Brasil hay siete Institutos Cervantes, cinco en Marruecos y cuatro en Italia, mientras que en una capital de casi 20 millones de habitantes como es Metro Manila, solamente hay uno para todo el país. Últimamente, el Instituto Cervantes de Manila, me dicen que va perdiendo alumnos. El año pasado se me informó de que el número de alumnos llegaba a los 8.000. Ahora, ese número habría bajado a menos de 6.000.

 

A.G.: Queda sólo despedirse, agradeciéndole ya su tiempo y gentileza, lo hago preguntándole cuáles son sus futuros proyectos.

 

G.G.R.: Actualmente jubilado como profesor de español, me dedico a dar breves cursos de español a los trabajadores que se van a España; sigo escribiendo "Nueva Era" y he abierto una academia de baile español en mi casa donde enseñamos tangos, rumbas, alegrías, sevillanas y jotas aragonesas, navarras y castellanas, además del chotis. Voy preparando mis libros: un poemario, novelas y cuentos, obras de teatro; tengo también algún ensayo. Pienso, por otro lado, que también tendré que escribir mis ideas en inglés y en tagalo para llegar con este mismo mensaje de hispanidad a estos otros sectores del país.

 

Manila, junio 2008