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Mercedes Serna Arnaiz
(Universidad
de Barcelona)
Resumen
En el presente ensayo, primero hacemos un recorrido por las biografías
de Virgilio Piñera y J. Rodolfo Wilcock para poner de manifiesto sus afinidades
vitales, cómo ambos pertenecieron a los mismos círculos intelectuales y
literarios y con parecida actitud ante el ideario de las revistas y los grupos
del momento. Seguidamente analizamos los principales rasgos de la obra del
escritor cubano como el absurdo, la idea de lo siniestro (con Freud a la
cabeza) y la ironía para ponerlo en relación con los cuentos El caos de
Wilcock. Por último, concluimos que el sadismo y la crueldad, el disentimiento
y el cinismo describen la obra cuentística de ambos.
Palabras claves: Cuentos, caos, sadismo, trasgresión distanciamiento, absurdo
Abstract
In this article we compare
the biographies of Virgilio Piñera y J. Rodolfo Wilcock and underline their
similarities – for example, the fact that they belonged to the same
intellectual and literary circles and their attitudes towards the journals and
groups of the moment. We then analyse the distinctive features of the Cuban
writer – the absurd, the idea of the sinister (influenced by Freud) and irony –
and consider them in the light of Wilcock’s stories El caos. We conclude
that sadism, cruelty, dissent and cynicism are the traits that best define the
works of both authors.
Key Words: Stories, chaos, sadism, transgression,
distancing, absurd
Juan Rodolfo Wilcock,
nacido en Buenos Aires, el 17 abril de 1919, de padre inglés y de madre de
origen italiano, murió de un paro cardíaco, en Lubiano di Bagno Regio
(Viterbo), el 16 marzo de 1978. En el momento de su defunción estaba leyendo a
Wittgenstein, lo cual si no explica racionalmente su muerte sí aclara una de
sus preferencias vitales, esto es, la filosofía y la metafísica. Tradujo a
Kafka a quien comparó por su estilo con Wittgenstein, (dos escritores, por otro
lado, esenciales en su obra), a Eliot, Rimbaud, Joyce, Woolf, Shakespeare,
Marlowe, Beckett o Flaubert. En la segunda edición de
El agudo espíritu
crítico de Wilcock fomentó su aislamiento y la necesidad de alejarse de Buenos
Aires (muchos de sus poemas revelan un sentimiento de la patria prostituida).
Fue un poeta romántico, novelista, como se demuestra su obra epistolar y
autobiográfica, El ingeniero, dramaturgo -colaboró con Silvina Ocampo en
la tragedia los traidores, editada en 1956- y traductor. Fundó la
revista Verde memoria, entre 1942 y 1944. En ella Wilcock alentó debates
de una violenta agudeza verbal, con juicios inquisitoriales al estilo de Piñera.
Fundó también la revista Disco, que siguió el modelo de la revista Sur,
y en donde aparece el propio autor como infatigable crítico y traductor. Su duración fue desde
La revista Sur en general no se
interesó por los poetas de la generación de los 40, siendo una excepción la
publicación de los poemas de Wilcock. Éste colaboró en dicha revista con
regularidad a partir de 1941. Sus contribuciones fueron poéticas aunque también
escribió algún ensayo crítico como Historia técnica de un poema,
publicado en 1949. Pero sus diferencias manifiestas con la revista le llevarían
a colaborar en Anales de Buenos Aires, en Orígenes (apareció el
poema de Wilcock, “Monólogo de Alejandro”, 1946) o en Ciclón (“La noche
de Aix”).
El antiperonismo hizo que Wilcock se exiliara
en Italia a partir de junio de 1957. Todas las obras posteriores a 1953 las
escribirá en italiano.
Piñera, algo
mayor que Wilcock, nació un cuatro de agosto de 1912, en Cárdenas, donde vivió
hasta los trece años[2].
Como en el caso de Wilcock, el cubano tampoco se sintió bien en su ciudad
natal. En este caso, el sentimiento de la acartonada realidad provinciana, de
la ausencia de comunicación espiritual y cultural, del inmovilismo, de la rutina
de los días, lo expresa de manera simbólica cuando dice que todos los hombres y
mujeres que formaban su pueblo podrían haberse llamado con el mismo nombre,
“por ejemplo Arturo”[3].
Por supuesto, recalca, “mi familia formaba parte del clan Arturo”. Como
en el caso de Wilcock, decidió abandonar su país, eligiendo Buenos Aires. Su
primera permanencia en la ciudad bonaerense, como el propio autor indica en su
autobiografía, duró de febrero de
Piñera se
relacionó con los mismos escritores y con las mismas revistas y diarios con los
que trabajaba Wilcock. Así, en octubre de 1946 la revista dirigida por Borges, Anales de Buenos Aires, publicaría su
cuento “En el insomnio” y un año más tarde “El señor Ministro”. Según
testimonio de José Bianco, Borges fue el primero en publicar en Argentina un
cuento de Virgilio Piñera.
En diciembre de 1946, Piñera
publicaría en
Según testimonio de Alejandro Rússovich, que
conoció a Piñera en el marco de la traducción de Ferdydurke, el escritor cubano, a pesar de que tuvo muchas
relaciones literarias y contactos con los escritores argentinos, nunca formó
parte de Sur ni de ningún grupo
definido. Tanto él como Wilcock eran más afines a escritores marginales o
“raros” como Lamborghini o Gombrowicz. En 1952 se publicaría en Buenos Aires la
primera novela de Piñera, La carne de
René. En 1956 la editorial Losada de Buenos Aires, bajo la financiación de
Rodríguez Feo, publicaría sus Cuentos
fríos.
La relación que mantuvo Piñera con
el mundo de las revistas coincide con la de Wilcock. Podría decirse que uno y
otro iban pisándose los talones. Tras Orígenes, Piñera, y al igual que
Wilcock, participó en la revista Ciclón, siendo
su primera intervención la presentación de la traducción de “Las 120 jornadas
de Sodoma del Marqués de Sade”. Como corresponsal de Ciclón, Piñera
buscaba colaboraciones para la revista. En el número correspondiente a
septiembre de 1955, el cubano publica el artículo “Ballagas en persona”, y en
el número 6 de noviembre de 1956 el ensayo “Freud y Freud”, en homenaje a los
100 años del nacimiento del científico. En 1958 desaparecería la revista Ciclón.
Sade y Freud son dos influencias fundamentales en la escritura de ambos
escritores latinoamericanos.
Piñera también publicaría
distintas reseñas en la revista Sur.
Como señala Rússovich, “la vida cultural estaba monopolizada por el grupo Sur,
una especie de elite muy controlada, donde no se admitía a cualquiera”.
Rússovich añade que tanto Piñera como Gombrowicz se opusieron violentamente a
tal estructura elitista de la “intelligentzia
argentina”[5]
Virgilio
Piñera y J. Rodolfo Wilcock –poetas, críticos literarios, novelistas,
dramaturgos, cuentistas, fundadores de revistas, ensayistas y traductores-
coincidieron, por tanto, en Buenos Aires a partir de febrero de 1946 y hasta
1957, perteneciendo ambos a los mismos círculos intelectuales y literarios y
con parecida actitud ante el ideario de las revistas y los grupos del momento.
No tenemos, al parecer, ningún documento en que uno hable del otro, pero es tal
la afinidad vital y literaria que existe entre ambos –tal como hemos expuesto
en breves pinceladas en sus respectivas biografías- que se hace difícil hablar
de mera coincidencia cuando analizamos sus obras. Además, gracias al diario de
Bioy Casares, tenemos constancia de que se conocían, pues en una ocasión Bioy
comenta cómo se reunieron en su casa Borges, Wilcock, Piñera, Peyrou y
Rodríguez Feo. Corría el 18 de junio de 1956 y Bioy anota[6]:
A la noche comen en casa Borges, Wilcock, Peyrou y dos maricas cubanos,
de la revista Ciclón: Rodríguez Feo, el director, y Virgilio Piñera, el
secretario de redacción. Rodríguez Feo es rico, buen mozo, menos literario que
su amigo, más muchacho de sociedad; físicamente recuerda un poco a Octavio Paz;
Piñera es delgado, con cabeza de perro flaco de empuñadura de paraguas; es
modosito, silencioso, un poco lúgubre, no del todo incapaz de formular en la
conversación frases (más o menos) bien construidas. Los dos tienen
inconfundible voz y entonación maricas. Si formaran pareja, Piñera ha de sufrir
por los éxitos y las infidelidades de Rodríguez Feo.
Las relaciones de Wilcock con su amiga Silvina
Ocampo, así como con Borges (quien
disentía de todo lo que decía y escribía Wilcock) y con Bioy Casares
fueron largas y prolíficas y están bien detalladas en el diario de Bioy
Casares. Wilcock formaba parte de las habituales tertulias literarias de Borges
y su grupo, no así Piñera que reseñó algún texto de Silvina, criticó algunos
relatos de Borges pero se mantuvo más alejado, aunque no tanto como Gombrowicz[7].
Becket, Sade, Freud, el teatro del absurdo y del extrañamiento, Kafka, y la
literatura inglesa fantástica (en su relación con la filosofía idealista y la
metafísica) son lecturas e influencias fundamentales de Piñera y Wilcock.
Más
concretamente, los principales rasgos de la obra del escritor cubano como el
absurdo, la idea de lo siniestro (con Freud a la cabeza) y la ironía son
comunes a la obra de Wilcock. El sadismo y la crueldad, el disentimiento y el
cinismo con que se observa el mundo describen la obra cuentística de ambos.
Asimismo,
algunos cuentos como, por ejemplo, Las
partes de Piñera y Los amantes de
Wilcock, centrados en el tema de la mutilación del cuerpo y el sufrimiento de
la carne, son parecidos también en su temática y argumento.
Laddaga
expresaba en Literaturas indigentes y
placeres bajos. Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Juan Rodolfo Wilcock que el primer rasgo que une a los tres
escritores es la “rareza:
Raros son los escritos que, como los de estos escritores, se consagran,
como a su pasión dominante, a narrar los hechos de mundos anárquicos,
disociados, que no dan lugar a comunidades fundadas en la naturaleza, mundos de
singularidad sin comunidad poblados de seres frágiles, nebulosos, laxos, que
hacen de esos atributos ocasiones de un placer que […] no es un desatino, me
parece, llamar “bajo”.[8]
Extrañeza y rareza presiden los
cuentos de Wilcock y de Piñera, ambos incardinados en las vanguardias y, más
concretamente, en el surrealismo. Tal como indicamos junto con Vicente Cervera,
en nuestra edición sobre los cuentos de Piñera[9],
el absurdo, lo demoníaco, el recurso a lo metatextual con su proceso de
anulación de la sustancia, el humor negro y despiadado, el esperpento hispano,
la abstracción, los minimalismos y la semiótica de la deconstrucción son
estéticas y corrientes ideológicas que desembocarán en numerosos cuentistas del
XX, con Macedonio y Felisberto a la cabeza.
Pero cabe preguntarse si Wilcock
llegó a conocer los primeros cuentos de Piñera, antes de escribir los suyos
propios y más concretamente El caos.
En 1944 había aparecido la edición titulada Poesía y prosa, de Piñera.
En ella se recogía el relato “El conflicto” (que la crítica luego reconocería
como antecedente de “El milagro secreto”, de Borges) de 1942, y los cuentos de
1944 titulados “El parque”, “El comercio”, “La boda”, “La batalla”, “
El
caos de Wilcock se escribió primero en español y
sus relatos fueron publicándose en revistas y diarios entre 1948 y 1960.
Cuando se
editaron los cuentos de Piñera, Witoldo Gombrowicz comentó que en ellos otra
vez Piñera se aplica a “construir mundo donde priva lo absurdo, la lógica
insensata y nos hace sentir a los lectores el escalofrío metafísico”[10].
Asimismo señalaba cómo tales relatos
dirigen sus sarcasmos “contra la necia vacuidad del mundo y de la existencia”.
Dicho análisis, unido a la influencia del surrealismo y de Kafka, podría
perfectamente aplicarse a los cuentos que formarán “El caos” de Wilcock. Uno y
otro escritor entroncan con la función subversiva y perturbadora de la
literatura fantástica, en la definición del estudio de Rosemary Jackson, Fantasy Literatura y subversión.[11]
Según dicha autora, los impulsos transgresivos hacia el incesto, la necrofilia,
el narcisismo, el canibalismo y estados psicológicos anormales pueden
relacionarse también con la esfera de lo fantástico. La relación que el sujeto
individual tiene con el mundo, con los otros, con los objetos, deja de ser
conocida y segura y así los problemas de aprensión y aprehensión o percepción
se vuelven fundamentales. Aparece la vacilación y el equívoco, a nivel
temático, a través de imágenes de vacío, invisibilidad o falta de forma. La
relación del sujeto con el mundo fenomenológico se hace problemática y el texto
resalta la imposibilidad de una visión o interpretación definitiva. Todo se
vuelve borroso. En el centro de esta confusión está la relación problemática
entre el yo y el otro, el yo y el no yo, el yo y el tú. Como añade Rosemary
Jackson, “la literatura fantástica siempre se interesó en revelar y explorar
las interrelaciones entre el “yo” y el “no-yo”, entre el yo y el otro”.[12]
El propio Piñera definía el plano fantástico como “la irrealidad que se
desprende de la realidad”, que implementa así una “dimensión más de lo real”[13].
El espejo es por ello el símbolo esencial de la locura.
Desde las
aportaciones del psicoanálisis freudiano, como comentan Vicente Cervera y
Mercedes Serna[14], las
técnicas mentales basadas en los desplazamientos simbólicos e imaginarios
establecen el fenómeno de la transferencia como mecanismo de defensa de la
razón ante el callejón sin salida de la represión, externa o propia, y de esta
manera conforman un ámbito liberador frente a la opresión de las categorías
morales. Los principios de la causalidad y la identidad se desmantelan y
aparecen, por el contrario, la inversión irónica o la transferencia de
categorías racionalistas. La ironía es piedra fundamental de los cuentos de
ambos escritores, si bien Piñera no prescinde de cierto lirismo. A través de un
camino grotesco e irónico, los personajes de uno y otro escritor se sumergen en
universos insensatos, absurdos y crueles.
Algunos de los
cuentos de ambos escritores han sido concebidos, no obstante, partiendo de la
realidad más cotidiana y tienen un cariz autobiográfico. La protesta ante los
acontecimientos históricos y sociales vividos por uno y otro o la crítica ante
una sociedad capitalista que desprecia e ignora la pobreza se representan a
través del sadismo o la sátira. De esta manera, sabemos que el cuento “La
carne”, de Piñera, es una parodia, en forma de parábola, de una sociedad
automutiladora que, ante la creciente falta de carne, va devorándose paulatinamente
sus propios miembros. Piñera mismo explica la génesis de su cuento, cuando dice
que “en ese tiempo, por los años de 1942 y 1943, fecha de redacción de mis Cuentos
fríos, llevaba la vida de un desarraigado, la de un paria social, acosado
por dos dioses implacables: el hambre y la indiferencia del medio circundante”.
Y señala, al modo de cómo se inicia El matadero, de Esteban Echeverría:
“Por esa época faltaba la carne en
“El que vino
salvarme”, de Piñera, puede leerse como una crítica política y social del
autor, al igual que los textos “El muñeco”, “Frío
en caliente”, su obra teatral Jesús e
incluso su famoso poema “
Asimismo,
Wilcock tiene varios cuentos de protesta, sociales y políticos. “Felicidad” o
“Vulcano”[16] son
verdaderos apólogos anti-peronista de atmósfera opresiva y dictatorial. En
“Vulcano”, el gobierno peronista en su plan de reinserción organiza una serie
de trabajos que, lejos de ser sociales, torturan a los presuntos delincuentes:
A causa de antiguos puntapiés recibidos en la boca, le faltaban todos
los dientes de adelante menos los colmillos, lo que le daba una expresión
faunesca y casi cómica.... diversas cicatrices le deformaban las tumefacciones
de la carne... el guardián le había vaciado un ojo[17].
Un acto de
canibalismo pone punto final al cuento.
En el relato
“Felicidad”, la feroz protesta de Wilcock contra el gobierno de Perón se hace
palpable en la violencia con que el gobierno reprime cualquier oposición
política. De esta manera, Wilcock llevará a la hoguera inquisitorial al
protagonista Trenti, funcionario del Partido de Oposición Constructiva, que, al
modo de tantos relatos borgianos como “El traidor y el héroe” o al modo de
personajes como Kilpatrick o Vincent Moon, decide autodenunciarse y colaborar
con sus perseguidores.
“La noche de
Aix”, narración del sueño de Guido Falcone, alter ego del autor, hace alusión
al bombardeo de
El sarcasmo en
los cuentos amorosos de ambos autores tiene la función de salvar irónicamente
al narrador, en ocasiones de una indeseada castidad, como sucede en “Amores de
vista”, de Piñera, o en “La engañosa”, de Wilcock. En el primero, el narrador
condenado a la desolación amorosa decide, para paliar su frustración, poseer
visualmente a las mujeres deseadas.
En “La engañosa”,
el cuerpo de la amante está grotescamente constituido de una extraña materia
que se deshace en las manos del protagonista:
Introduje dos o tres
dedos para ver qué era eso, y extraje un pedazo de esa extraña materia que por
otra parte se me estaba ya casi desmoronando en la boca, vi que por las
minúsculas galerías asomaban millones de gusanos […][19].
La metamorfosis
del cuerpo, la anormalidad, la deformidad son alegorías, en ambos cuentos, de
la incomunicación con el otro así como expresan la sensación de que vivir es
adentrarse en la trama de un engaño perpetuo del que es imposible zafarse y de
que sólo con una resolución en el orden transgresor puede ser superada.
Las relaciones de
familia y amorosas son tratadas desde la misma perspectiva por ambos
escritores, tal como se revela en los relatos recién mencionados de Wilcock y
en “Frío en caliente” o en “El balcón”, de Piñera.
Tanto en los Cuentos
fríos como en El caos, la
contemplación lúcida de la crueldad crea, como en la obra de Sade, una
distancia funcional que sirve para alcanzar, como señala Daniel Balderston, una
contemplación objetiva de la monstruosidad congénita de lo real.[20]
En este sentido, como comenta María Dolores Adsuar al estudiar la obra
piñeriana, no hay que olvidar tampoco la influencia decisiva de Sartre y del
teatro del distanciamiento de Bertolt Brecht, influencia que puede extenderse a
la obra de Wilcock[21].
La introducción del
sadismo, señala Balderston, hace
que “el lector sienta el horror de las situaciones inventadas como si se
sufrieran en carne propia”.[22]
“La fiesta de los enanos”,[23]
de Wilcock, definido por Balderston como “uno de los más crueles de la lengua
castellana”, puede compararse con “El fiord” de Lamborghini”,[24]
con alguno de los cuentos de Piñera como “Unos cuantos niños” y, por supuesto,
con ciertos relatos de Gombrowicz[25].
La escena de la fiesta sádica de los enanos, como estudia Paola Mancosu,[26]
se resuelve en una comida orgiástica de los dos enanos cuando “el deleite los
exaltaba por encima de las miserias de la carne, más allá del presente y del
pasado, en un futuro que bien podría ser eterno; el pescado resolvía las
contradicciones de la realidad”.[27]
La atrocidad de los eventos narrados se amplifica con la detallada constatación
del narrador, el cual parece compartir el placer sádico de los enanos. La
lógica, la naturalidad del estilo y la elegancia del lenguaje contrastan con el
absurdo de la situación y contribuyen a desorientar al
lector. La llegada del “intruso” perturba lo conocido y lo familiar,
aparece la envidia como fuerza destructora que manipula las categorías del
tiempo convirtiéndolo en un presente eterno.
En “Unos cuantos
niños”, Piñera recoge, como explican Cervera y Serna, el topos de la
licantropía y construye su discurso desde la más pura racionalidad salvándolo
del espanto de su declarada afición a comer niños. Al igual que Wilcock, Piñera
hace referencia a realidades espeluznantes mezclando el absurdo con la lógica
racionalista. Piñera cita al comienzo del cuento a Gilles de Rais, el
aristócrata francés que cometiera crímenes salvajes con niños. Pero Piñera lo
cita para descartar cualquier aproximación psicológica con el narrador, pues
éste es un tipo normal con peculiaridades gastronómicas.
El mundo infernal
de Wilcock lo describía su amigo Passolini en los siguientes términos:
Visitante-condenado del infierno, Wilcock, ardiendo en el fuego o
debatiéndose en la pez hirviente, observa a los otros condenados: pero
sufriendo –de manera salvaje, en este observar los encuentra ridículos. Su
sonriente mirada cadavérica se posa sobre todo en los condenados de alguna
manera parecidos a él, pertenecientes a su círculo, a su especialización. Pero
su irresistible comicidad de condenado no empuja a Wilcock ni a burlarse
demasiado ni a sentir por ellos piedad alguna. Describiéndolos concretiza
simplemente su propia condición de “extrañamiento”: la concretiza en una forma
de destacado lingüístico que es, de hecho, casi filológico: y decididamente
filológico lo está bajo su vestido de “ficción” narrativa.[28]
Piñera siente
de igual manera residir en el averno kafkiano pero, al fin, no le importa
porque se ha convertido en una costumbre, en un hábito al que finalmente “no
queremos renunciar”.
Ambos
cuentistas escriben partiendo de la lógica matemática, e incluso ateniéndose a
explicaciones científicas y lógicas. De ahí la frialdad con que Piñera adjetivó
sus cuentos. En el cuento “El caos” es fácil ver reflejado el pensamiento
filosófico de Wilcock, que fue apasionado lector de Wittgenstein. En dicho
cuento, se narran las vicisitudes de un personaje bastante peculiar, último
descendiente de una familia aristocrática, que se pregunta cuál es el verdadero sentido y la finalidad del
universo”[29] Por
otro lado, en dicho cuento, el narrador es prácticamente sordo, carece de los
dedos de las manos, no puede mover las piernas, es estrábico, deforme y
epiléptico. La fragmentación de las partes del cuerpo es icono del derrumbamiento
del yo, único y socialmente definido, inerme en las manos del azar, “de un caos
de desorden y de inexistencia, un suspiro de la naturaleza, y para peor un
suspiro incompleto.”[30]
Las
fragmentaciones de la carne y el cuerpo, de factura surrealista, unen a Wilcock
y a Piñera. Ruiz Barrionuevo comenta la importancia de la carnalidad y la
corporeidad en la obra de Piñera porque en ella “todo se entiende integrado en
una sociedad, hay siempre un diálogo, otras presencias, cuerpos y aspectos
físicos que se pliegan a una ritualización, y los gestos y las actitudes se
convierten a menudo en risible circunstancia pero también en motivo de
reflexión”[31]. Los
temas que destaca Ruiz Barrionuevo son la mutilación, la autofagia, la
servidumbre del cuerpo o la gramática social de los cuerpos.
Los personajes
de Wilcock y Piñera están tarados físicamente, tuertos, mancos, cojos, sordos,
ciegos o epilépticos. El discurso del cuerpo en Piñera es el de la mutilación y
el de la crueldad vital: o el padre roba el biberón al hijo o le regala el
artefacto que medirá su fracaso vital, o los videntes arrancan los ojos de los
seres amados para poder permanecer con ellos o bien los que mueren llaman
salvadores a sus verdugos. Uno y otro escriben relatos más o
menos gélidos en su presentación externa, pero siempre sustentados por los
puntales de su obra narrativa: el humor irónico de exposición clara y directa,
la objetivación del absurdo, la negación y la locura y la insistencia en la
perspectiva física y carnal del ser humano. Formal y estilísticamente,
en los relatos de uno y otro se aúna el surrealismo con el expresionismo y se
fija un corte existencial en donde el delirio absurdo se armoniza con una
aceptación de la desesperanza por la fuerza de la costumbre.
El motivo del desmembramiento
anatómico, de clara raigambre surrealista, es uno de los rasgos esenciales en
que, como ya hemos señalado, se apoya la obra de los dos escritores. Entre
otros relatos piñeranos destacamos aquí “La caída” o “Unión indestructible”,
este último expresión del amor como proceso de desarticulación orgánica. Las
caras de los amantes, en dicha “Unión indestructible”, son desprendidas por sus
otras mitades –sus parejas- y arrojadas al camastro de la objetivación: “Nos
devolvemos las caras. Ella se ha quitado mi cara y la tira a la cama; yo me he
sacado la suya y la encajo con violencia en el hueco dejado por la mía”[32],
confiesa el narrador.
Este
recurso demencial de la mutilación anatómica se halla también en “Las partes” y en el
“caso Acteón”. La mutilación de los órganos no
impide que los personajes pervivan y expongan sus reflexiones. En los cuentos de Wilcock, la
mutilación del personaje tampoco impide que éste sea sujeto de las más arduas y
profundas reflexiones, incluso más bien al contrario, tal y como ocurre en el
relato analizado “El caos”.
En el nombrado “La fiesta de
los enanos”, éstos torturan, mutilan y, a la postre, devoran a Raúl. La fiesta
acabará, por tanto, con un acto de canibalismo, si bien los enanos, en un guiño
final del autor, declaran preferir el pescado a la carne. En “Vulcano”, el
protagonista se convierte en un guiñapo de carne, causado por las torturas de
su guardián. Sin embargo, dicho protagonista, a pesar de que como dice el
narrador cuando se ha llegado a la situación más abyecta la única salida es el
suicidio, no obstante, incongruentemente, frente a todo pronóstico, decide la
fuga y la lleva a cabo.
Los personajes o ladran, o se
disfrazan de diablos, o se animalizan y se convierten en esperpentos
expresionistas como, por ejemplo, en el relato de Wilcock titulado “Felicidad”.
El humor negro y zafio, el esperpento, la
mutilación de las partes también se refleja, como analizamos más arriba, en “La
engañosa. No es de extrañar que Borges, siempre galante y romántico con las
mujeres, no soportara la sordidez de los cuentos de Wilcock. La mujer deseada,
en el relato nombrado, va descomponiéndose toda, ante el terror del hombre que
la pretende poseer: “Dentro, ¡Oh engaño!, en vez de carne “se veía una
sustancia terrosa, granulosa, muy semejante al interior de un hormiguero de
gusanos”[33]. El trato en general abyecto con que son
tratadas las mujeres en los relatos de Wilcock no podía gustar a Borges ni a
Bioy Casares. No es pues de extrañar que Bioy Casares dejara en sus Memorias
testimonio del estupor que le producían a Borges los relatos del argentino, el
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[1] Adolfo Bioy
Casares, Memorias, Barcelona,
Tusquets, 1995, pág. 131.
[2] Antón Arrufat, El viaje
sin fecha, en Unión,
[3] La vida tal cual, en Unión, ob. cit., pág. 23.
[4] Pablo Gasparini intuye que el fracaso de la
traducción “supuso el fortalecimiento de la impertinencia como espacio
alternativo de legitimación intelectual no sólo en el propio Gombrowicz sino,
quizás también, en Virgilio Piñera”. Véase Pablo Gasparini, El exilio procaz:
Gombrowicz por
[5] “Piñera en persona”,
entrevista de Pablo Gianera a Alejandro Rússovich, en Diario de poesía, Dossier de Virgilio Piñera, Buenos Aires-Rosario,
1999, pág. 22.
[6] Bioy Casares, Memorias,
ob. cit., pág. 170
[7] La relación de Gombrowicz y Piñera con la revista
Sur la analiza profundamente Pablo Gasparini, en El exilio procaz:
Gombrowicz por
[8]
Reinaldo Laddaga, Literaturas indigentes
y placeres bajos. Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Juan Rodolfo Wilcock,
Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2000, pág. 20.
[9] Virgilio Piñera, Cuentos fríos. El que vino a salvarme,
edición, notas e introducción de Vicente Cervera y Mercedes Serna, Madrid,
Cátedra, 2008, Pág. 67
[10] Witold Gombrowicz,
“Reseña a Cuentos fríos”, Unión, “Especial: Virgilio, tal cual”, ob.
cit., pág. 75
[11] Rosemary Jackson, Fantasy Literatura y subversión, Buenos
Aires, Catálogos Editora, 1986.
[12] Rosemary Jackson, Ibídem, pág.
50.
[13] Anton Arrufat, Virgilio
Piñera, entre él y yo,
[14] Virgilio Piñera, Cuentos fríos. El que vino a salvarme,
edición, notas de introducción de Vicente Cervera y Mercedes Serna ob. cit.,
pág. 68.
[15] “Discurso a mi cuerpo”,
en Unión, ob. cit., 35.
[16] “Vulcano” fue publicado
en Tempo presente, II, 9-10 en 1957 y
“Felicidad” en Il Mondo el 29 de
julio de 1958. Recientemente Paola Mancosu ha defendido en el Departamento de
Filología Hispánica, de
[17] J. Rodolfo Wilcock, El
caos, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pág. 79
[18] Daniel Balderston,, “La literatura antiperonista de J.
R. Wilcock”, Revista Iberoamericana,
núm. 135-136, 1986, pág. 576.
[19] J. Rodolfo Wilcock, “La
engañosa”, en El caos, ob.cit.,
150.
[20] Daniel Balderston, “Los
cuentos de Silvina Ocampo y Juan Rodolfo Wilcock”, Revista Iberoamericana, núm. 125, octubre-diciembre, 1983, pág.
750.
[21] María Dolores Adsuar
Fernández, Claves y conflictos en la cuentística de Virgilio Piñera,
Tesis doctoral inédita, Universidad de Murcia, Murcia, 2008.
[22] Daniel Balderston, “Los cuentos de Silvina Ocampo y
Juan Rodolfo Wilcock”, ob. cit., pág. 743.
[23] Este cuento fue
publicado por primera vez en español en Ficción,
24/25, marzo-abril de 1960.
[24] Daniel Balderston, “Los
cuentos de Silvina Ocampo y Juan Rodolfo Wilcock”, ob. cit., pág. 744.
[25] No puedo extenderme más aquí en las relaciones
entre Piñera y Gombrowicz pues son tan decisivas que precisan de un ensayo
aparte. No obstante con respecto al tema de la carne, ciertamente textos
piñeranos como La carne de René o “La fiesta de los enanos” deben
ponerse en relación con “El festín de la condesa Kotlubaj”, de Gombrowicz.
[26] Paola Mancosu, “Lo
demoníaco del yo: Los confines de la ficcionalidad en El caos de Rodolfo Wilcock”, publicado en la revista
digital Cartaphilus, vol.3, 2008.
[27] J. Rodolfo Wilcock, “La
fiesta de los enanos”, en El caos, ob.cit.,
p. 77.
[28] Pier Paolo Pasolini, Descrizioni
di descrizioni, Torino, Einaudi, 1979. Traducción de Guillermo Piro en
AA.VV., “Dossier J. R. Wilcock”, Diario
de poesía, Rosario, Argentina, núm. 35, primavera, 1995, p. 24.
[29] J. Rodolfo Wilcock, El
caos, ob .cit., 8. Publicado por
primera vez en español en Sur, núm.
263, marzo-abril, 1960.
[30] J. Rodolfo Wilcock, El
caos, ob.cit., 29.
[31] Carmen Ruiz
Barrionuevo, “Sobre el intercambio carne-palabra en la literatura de Virgilio
Piñera”, en En torno a la obra de Virgilio Piñera, Poitiers, Centre de
Recherches Latino-Américaines, 1996.
[32] Virgilio Piñera, Cuentos
fríos. El que vino a salvarme, introducción, edición y notas de Vicente
Cervera y Mercedes Serna, ob. cit., p. 126
[33] El caos, ob. cit, p.
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