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APROXIMACIONES GENÉTICAS AL
ESTUDIO DEL LENGUAJE: EL CASO DEL GEN FOXP2 (REVISIÓN CRÍTICA)
Guillem Alexandre Amengual Bunyola
(Universitat de les Illes Balears)
Resumen: El objetivo de este trabajo es realizar un análisis crítico de la
bibliografía reciente sobre el gen FOXP2, implicado en la aparición del
lenguaje en los humanos, así como de sus límites cuanto al significado de dicho
hallazgo y de las implicaciones que conlleva para el estudio del lenguaje.
Abstract: The aim
of this contribution is to do a critical review of recent bibliography on
FOXP2, a gene involved in some aspects of human language, and to analyze the
implications that this gene has for the study of language.
Palabras clave: Bases genéticas del lenguaje. FOXP2. Biolingüística. Trastornos del
lenguaje. Comunicación.
Keywords: genetic bases of
language. Biolinguistics. Language disorders. Language evolution. Communication.
1. Introducción: el
carácter innato de la facultad lingüística
Desde la aparición en las
ciencias lingüísticas del paradigma generativista es común entender el lenguaje
humano como un fenómeno natural biológicamente determinado, sustentado en el
cerebro y caracterizado genéticamente. Desde esta perspectiva se vería el
lenguaje como una verdadera “propiedad de la especie” (a true “species property”, varying little among humans and without
significant analogue elsewhwere) (Chomsky, 2000, p. 3; también, entre
otros, Hauser, Chomsky y Fitch, 2002, p. 1569) codificada en los genes (We assume further that the language organ is
like others in that its basic character is an expression of the genes)
(Chomsky, 2000, p. 4; Hauser, Chomsky y Fitch, 2002, p. 1569): Es más, la
facultad del lenguaje puede considerarse con razón un “órgano del lenguaje”, en
el mismo sentido en que en las ciencias biomédicas se habla de “sistema
circulatorio”, “sistema inmune”, “órganos de los sentidos” o “aparato
locomotor”, es decir, como órganos del cuerpo humano (Chomsky, 2000, p. 4).
Las afirmaciones anteriores
son aceptadas más o menos unánimemente por los investigadores. Con todo, queda
una cuestión primordial por dilucidar, causante de no pocos problemas: no hay
acuerdo sobre qué queremos decir cuando afirmamos que el lenguaje es innato y
genéticamente determinado. Este problema, que no es baladí, estriba básicamente
en establecer de manera clara qué entendemos por innato, y también determinar qué constituye el lenguaje, qué es la
facultad del lenguaje, ya que de ello depende la respuesta que se dará a la
cuestión inicial. En este artículo entenderemos como innato todo aquello que forme parte del equipamiento biológico de
una especie, accesible desde el nacimiento o mediante la maduración. Por lenguaje consideraremos, en el sentido
de Hauser, Chomsky y Fitch, 2002, dos concepciones estrictas de este concepto:
la Facultad del lenguaje en sentido amplio (Faculty
of language-broad sense o FLB), un sistema computacional interno combinado
con al menos dos sistemas también internos, el “sensorio-motor” y el
“conceptual-intensional” [conceptual-intentional],
y la Facultad del lenguaje en sentido estricto (Faculty of language-narrow sense o FLN), esta última la única
específicamente humana, caracterizada como un sistema computacional, la
sintaxis estricta, que genera representaciones internas y las envía a las dos
interficies, la sensorio-motora (mediante el sistema fonológico) y la
conceptual-intencional (mediante el sistema semántico: Lo verdaderamente
esencial de la FLN es la capacidad de infinitud discreta, de manera que cada
expresión discreta es enviada simultáneamente a las dos interficies, que
procesan y elaboran la información en el uso del lenguaje. De esta manera, cada
expresión es un emparejamiento de sonido y significado.
Debe revisarse también lo que
se entiende por adquirido o aprendido: ciertamente el niño
desarrolla su competencia lingüística cuando entra en contacto con las
experiencias y el intercambio lingüístico con otros humanos, por lo que la
dotación genética es condición necesaria pero no suficiente para expandir y
hacer crecer la capacidad lingüística del individuo[1].
Frente a una concepción del aprendizaje restrictiva y mecánica, según la cual
se equipara aprendizaje e instrucción[2],
resulta mucho más operativo entender el aprendizaje como una selección (Lorenzo y Longa, 2003, p.
12-18; Lorenzo, 2006; también Jerne, 1967, p. 205, Jerne, 1985, p. 94, Marler y
Peters, 1989, Marler 1991, Mehler y Dupoux, 1990, p. 152, Piatelli-Palmarini,
1989, Slater, 1999). Esta perspectiva se basa en el hecho evidente de que
muchas especies animales manifiestan ya desde el nacimiento una predisposición
clara para la recepción de ciertos estímulos, y de esta manera los organismos
desarrollarían representaciones del entorno y formas de comportamiento
compatibles con el sistema de capacidades que les es propio a partir de
potencialidades preexistentes en su programa genético. El generativismo
chomskiano, de manera lógica, considera perfectamente compatible el innatismo
de lenguaje con esta influencia del entorno (“selección”).
A continuación presentamos,
de manera muy sucinta, algunos argumentos que demuestran el innatismo del
lenguaje (Lorenzo y Longa, 2003, p. 21-65; Jenkins, 2000, capítulo 4;
Stromswold, 2001):
1) Universalidad y especificidad: FLN y FLB son universales, puesto que
todos los recién nacidos humanos sin alteraciones la poseen ya desde el momento
del nacimiento (o, de hecho, incluso ya antes: Es específica porque es
exclusiva de la especie humana, al menos en el sentido estricto (FLN, es decir,
sistema computacional o sintaxis: Hemos de recordar que las lenguas de signos
manifiestan igualmente esta característica[3]).
2) Existencia de un sustrato neuronal específico: la facultad del lenguaje
se localiza al menos en parte en el
hemisferio cerebral izquierdo, asimetría que se encuentra anatómica y
funcionalmente predeterminada. El estudio de las afasias, a pesar de no ser
concluyente al cien por cien (Mendívil Giró, 2003, p. 275-276, Szczegielniak,
manuscrito), sí aporta pruebas que demuestran esta base biológica sobre la que
se asienta el lenguaje. De todas maneras, cuando se habla, siguiendo a Chomsky,
de “órgano del lenguaje”, no es para especificar una región compacta, concreta
y delimitada del cerebro, sino más bien para referirse a espacios cerebrales
intercomunicados de manera más intensa.
3) Existencia de un período crítico para la adquisición del lenguaje: para
determinar si una característica determinada es innata o adquirida es habitual,
en las investigaciones biológicas, que se indague la existencia del denominado
“período crítico”, es decir, de aquella delimitación temporal que enmarca el
desarrollo de un organismo determinado. En otras palabras, si un organismo está
predeterminado para manifestar una característica por el hecho de pertenecer a
una especie concreta puede suceder que sea necesaria la exposición de este
organismo a determinados estímulos o experiencias pertinentes durante un lapso
de tiempo también predeterminado como crítico. Por lo que respecta al lenguaje,
es evidente que si un humano no adquiere y desarrolla el lenguaje durante la
primera infancia, no lo podrá adquirir nunca. Los estudios hechos con niños
selváticos o deprivados socioculturalmente, aislados del contacto con otros
humanos, así lo demuestran[4].
4) La “Paradoja de la adquisición del lenguaje” (“Problema de Platón”) y
las diferencias en la adquisición de primeras y segundas lenguas: Los
principios que rigen el funcionamiento de las lenguas son adquiridos por los
niños a edad muy temprana, de manera espontánea y sin esfuerzo aparente,
teniendo en cuenta además que los estímulos recibidos son muy limitados,
heterogéneos, incompletos, erróneos y contradictorios (Chomsky, 1957, 1965,
1972, 1986; Mendívil Giró 2003, p. 340-355; Lorenzo y Longa, 2003, p. 30-32;
Pinker, 1994: Debemos entender que los progenitores no enseñan a hablar a sus
hijos, sino que más bien les proporcionan estímulos y posibilidades de
comunicación y de relación, además de evidencias para la fijación de
parámetros. Pero los elementos de la Gramática Universal ya se encuentran
programados en el individuo a nivel genético: nadie nos ha enseñado a trasladar
elementos oracionales, a operar con huellas [trace], a manejar categorías vacías, a construir e interpretar
oraciones reducidas de relativo, etc., sino que todo esto forma parte del conocimiento
tácito del hablante. Así pues, la primera lengua se adquiere de manera
espontánea, inconsciente, rápida y progresiva, con una garantía total (en
ausencia de patologías o alteraciones lingüísticas) en el éxito del proceso y a
partir de muy poca evidencia. Es remarcable que todos los niños adquieren su
lengua (incluidas las lenguas de signos) a una edad similar, pasando por unas
mismas etapas y con ritmos parecidos, con independencia de su nivel de
inteligencia, lengua, cultura o educación.
Las segundas lenguas, en cambio, se aprenden de manera
consciente, voluntaria, con objetivos y estrategias preestablecidos y con
resultados que ponen de manifiesto muy claramente diferencias individuales muy
acusadas. Todo esto debe relacionarse, como es obvio, con el período crítico
para la adquisición del lenguaje y con el mecanismo de adquisición lingüística
que opera en este momento (Lorenzo y Longa 2003, p. 30-32, Torrego, 2002), y
nos conduce hacia algunas cuestiones paradójicas: cuanto más inmaduro es un
individuo, mayor es la capacidad de desarrollar sus habilidades mentales (en
nuestro caso, el lenguaje); en segundo lugar, el denominado “Problema de
Platón”, cómo sabemos tanto a partir de tan poca evidencia..
5) Modularidad o especificidad cognitiva: desde algunos modelos teóricos
(psicología constructivista, lingüística estructural, gramática cognitiva) se
ha defendido la idea de que el lenguaje
no es una capacidad mental diferenciada sino más bien un aspecto más de su
desarrollo intelectual global. Contra esta afirmación se pueden aducir
numerosos ejemplos de trastornos cognitivos selectivos, es decir, que afectan
capacidades mentales concretas dejando intactas todas las demás. Así por
ejemplo, los afectados por Trastorno Específico de lenguaje (TEL, en inglés
SLI, Specific Language Impairment) o disfasia genética conservan inalteradas
sus capacidades cognitivas pero manifiestan alteraciones lingüísticas muy
importantes[5]
(Newmeyer, 1997; Van der Lely, 1997). Los individuos diagnosticados con el
síndrome de Williams, en cambio, presentan un IQ medio de 60-70, mientras que
su competencia lingüística es mayor de la esperada.
En este debate a favor de la
existencia de un “gen del lenguaje” específico el estudio de la denominada
“familia KE” es especialmente interesante[6].
Aproximadamente la mitad de sus miembros (15 de 29) se encuentran afectados por
una alteración lingüística grave (que les impide, entre otras cosas, usar
adecuadamente la morfología verbal o articular de manera adecuada) que se
transmite con un patrón de herencia correspondiente a un único gen dominante
autosómico. En los apartados que siguen analizaremos con detalle este caso y
sus implicaciones.
Hemos aportado argumentos a favor del carácter innato del
lenguaje. Existen, pues, evidencias que demuestran la regulación genética de
determinados aspectos lingüísticos, aunque probablemente sea difícil o poco
ajustado a la realidad hablar de un único gen del lenguaje: esta expresión es
más bien una metáfora simplificadora para referirnos a una realidad muy
compleja y, de momento, mal conocida. En este trabajo partimos de la idea de
que los principios de la Gramática Universal (GU) son reales y tienen una
categoría, respecto del sistema nervioso central, similar a la de las leyes
mendelianas de la genética (Jenkins, 2002, p. 161), es decir, son una
característica abstracta de mecanismos básicos que manifiestan estructuras
nerviosas genéticamente determinadas y especificadas. En definitiva, parece que
podemos caracterizar los supuestos “genes del lenguaje” como inespecíficos y
codificadores de factores de trascripción (Benítez-Burraco, 2006, 2008a y
2008b; también Lorenzo, 2006, p. 17 y De Frutos et al. 2005: Nadal, Amengual
Bunyola, Ramis, Capó y Cela Conde, 2007).
2. Características
fenotípicas y genotípicas de la familia KE
Las alteraciones lingüísticas
presentes en los miembros afectados de la familia KE son diversas, y no hay
unanimidad al respecto. En general, se han detectado dificultades en la en la
selección y la secuenciad e movimientos bucofaciales finos necesarios para la
articulación (dispraxia verbal), alteraciones en el procesamiento del lenguaje,
como por ejemplo en la capacidad para segmentar las palabras en fonemas
(problemas derivados de la primera y la segunda articulación[7]),
la competencia lingüística necesaria para la comprensión y producción de la
inflexión gramatical o de las estructuras sintácticas, etc. Se manifiesta de
manera más o menos clara que las dificultades de estos individuos de hallan
sobre todo en la expresión y la articulación del lenguaje[8],
aunque también se vean afectados otros componentes.
A pesar de lo expuesto, no
existe, como hemos dicho, unanimidad entre los investigadores a la hora de
establecer la causa ni las consecuencias de todo esto. A continuación presentamos
un breve resumen de las principales investigaciones sobre la familia KE y sus
implicaciones lingüísticas, es decir, cómo caracterizan el fenotipo de los
afectados a nivel de competencia gramatical y qué conclusiones se extraen:
1) Hurst et al. (1990) consideran
que los miembros afectados de la familia KE presentan una dispraxia verbal evolutiva, caracterizada por problemas en el
lenguaje y en el habla. En la interficie sonora, observan problemas de
articulación y de dispraxia moderada o grave que provocan la ininteligibilidad
del habla: así por ejemplo, simplificación de grupos consonánticos, omisión de
consonantes iniciales y finales, omisión de sílabas, etc. Por lo que respecta a
la competencia estrictamente sintáctica, detectan dificultades para construir
oraciones gramaticales, retraso en la comprensión de oraciones comparativas,
pasivas y relativas reducidas, problemas con los sujetos y errores semánticos.
2) Gopnik y Crago (1991) catalogan el trastorno como disfasia evolutiva,
caracterizada por dificultades en la adquisición y uso de reglas morfológicas,
sobre todo las referidas a la flexión nominal (género y número) y verbal
(tiempo): los afectados manifiestan problemas a la hora de hacer el plural de
los nombres y también con la morfología verbal regular, ya que actúan como si
no conocieran las reglas y tratan cada palabra como una excepción, como algo
irregular. Esto no supone una capacidad intelectual menor o una ausencia del
concepto de número[9].
3) Vargha-Khadem y Passingham (1990); Vargha-Khadem et al. (1995); Watkins et al.
(2002) consideran que el gen FOXP2 no afecta directamente al lenguaje, sino tan
solo a las capacidades motoras, articulatorias y cognitivas. Además de los
trastornos citados por Hurst et al.
(1990) se añaden déficits en la repetición de palabras y oraciones y en el
vocabulario receptivo. En definitiva, catalogan la alteración como una
dispraxia verbal[10].
Sobre la alteración morfosintáctica afirman que es semejante al SLI y que las
dificultades y errores que cometen los miembros afectados afectan tanto la
morfologías regular como la irregular, por lo que no se relaciona con reglas
morfosintácticas específicas.
4) Lai et al.
(2001) y Fisher, Lai y Monaco (2003) señalan problemas graves en la selección y
la secuenciación de movimientos orofaciales finos necesarios en la articulación
y que no son resultado de anormalidades en la musculatura facial (dispraxia
verbal evolutiva), el procesamiento del lenguaje (secuenciación de fonemas) y
las habilidades gramaticales (competencia lingüística) como la producción y
comprensión de la flexión y de las estructuras sintácticas. El lenguaje escrito
también se encuentra alterado. Consideran que el CI no verbal puede ser
inferior al verbal, pero que esto es una característica presente también en
miembros no afectados, en cambio, el CI verbal es notoriamente inferior.
Concluyen que el FOXP2 es el primer gen
involucrado en la creación de estructuras neuronales significativas para el
habla y el lenguaje durante la embriogénesis.
3.
Revisión crítica
De la revisión de los trabajos citados en el apartado anterior (Hurst et al. (1990), Gopnik y
Crago (1991), Vargha-Khadem y Passingham (1990); Vargha-Khadem et al. (1995); Watkins et al. (2002), Lai et al. (2001),
Fisher, Lai y Monaco (2003)) se deduce que la caracterización de los trastornos
depende del punto de vista adoptado a
priori. Efectivamente, los investigadores que no aceptan la consideración
del FOXP2 como el “gen del lenguaje” (Vargha-Khadem, Watkins, Bishop, Marcus y
colaboradores) tienden a enfatizar los aspectos relativos a la dispraxia, es
decir, las alteraciones articulatorias y las dificultades de pronunciación, así
como también remarcan la menor inteligencia verbal y no verbal de los
individuos afectados.
Desde
otra perspectiva, los defensores de la hipótesis del “gen del lenguaje” (Lai,
Fisher, Monaco, Enard, Liégois y colaboradores) destacan la dificultad de los
individuos afectados para establecer adquirir y usar reglas morfológicas y
sintácticas y su nivel intelectual general alto.
La
conclusión general a la que se puede llegar es, paradójicamente, que no existe
acuerdo aceptado de manera unánime por los investigadores. Ello se debe a
diversos motivos: en primer lugar, al sesgo inicial manifestado por la
disciplina cultivada por los investigadores, que centra intereses y cuestiones
por resolver dejando de lado muchos otros; de esta manera, sólo se puede
obtener una idea vaga, incompleta y parcial de la realidad. Se nota en falta el
concurso de lingüistas en estas investigaciones[11], aunque esto no implica
que la lingüística tenga la solución para todas las cuestiones. Sí queremos
defender la idea de que hace falta, en primer lugar, un marco teórico más o
menos común en el que moverse, y un acuerdo general sobre lo que se entiende por
“lenguaje”, sobre cuáles son sus componentes y qué aspectos son pertinentes
para la investigación de estos fenómenos, puesto que si de los dos términos que
manejamos, “genética” y “lenguaje”, queda uno sin definir, se podrá avanzar
poco en el conocimiento de la cuestión. La disparidad de los resultados se debe
precisamente a esto: las alteraciones manifestadas por algunos miembros de la
familia KE pueden ser un problema de competencia lingüística, y por tanto
subyacente a las reglas gramaticales profundas, o de actuación, es decir, de
los mecanismos de interficie que conectan los módulos de la mente, y
concretamente el sistema conceptual-intensional del lenguaje, con el exterior,
es decir, con el sistema articulatorio-perceptivo.
Faltan
análisis de la competencia lingüística real de los afectados basados en juicios
de gramaticalidad. No conocemos estudios de este tipo ni de cuáles son las
dificultades sintácticas reales que presentan, ni sabemos tampoco si estas
dificultades se deben a la disartria o no. No se han realizado tampoco
descripciones completas de la competencia gramatical de los miembros de la
familia KE: sólo conocemos aspectos parciales de su conocimiento lingüístico
basados principalmente en tests psicológicos diseñados para medir el CI, seguramente
demasiado verbales[12] y que pueden provocar un
sesgo en los resultados obtenidos. El diseño de las pruebas es fundamental de
cara a la evaluación de las capacidades lingüísticas de los sujetos, ya que la
mala interpretación de los resultados o la realización de pruebas inadecuadas
pueden dar una visión distorsionada de la realidad. Recordemos, además, que los
tests se basan en la actuación lingüística y no en la competencia.
Debe
revisarse también el concepto de modularidad de la mente: si la mente es modular
¿en qué sentido lo es? ¿cómo se relacionan los módulos entre sí[13]? La comparación con otros
afectados por patologías lingüísticas o sensoriales de origen genético o
adquirido (sordera, agramatismo, síndrome de Williams, autismo, trastorno
específico del lenguaje, dislexia, etc.)
puede ser una fuente importante de conocimiento.
Es
preciso tener en cuenta también que lo que hacen los genes es codificar
proteínas. Existe unanimidad en afirmar que el gen FOXP2 codifica información
para la elaboración de tejido neural dedicado de manera específica al
procesamiento lingüístico (Lorenzo y Longa, 2003, p. 65; Pinker, 1994). Así
pues, resulta impropio hablar del “gen del lenguaje” en el sentido de una
unidad de información correlacionada directamente con algún aspecto gramatical,
dado que, entre otras razones discutidas, se ha hallado versiones de este en
aves y otras especies animales (Haesler et al., 2004).
En
definitiva, por una parte estamos lejos aún de poder identificar o
correlacionar genes y gramáticas, y, por otra, no parece que el funcionamiento
de los genes proporcione evidencias en este sentido.
4. Conclusiones
Por lo que respecta al
aspecto lingüístico de la cuestión podemos concluir, al menos con los datos con
los que contamos en la actualidad, que existe evidencia empírica que demuestra
el componente genético del lenguaje. El gen FOXP2 ha contribuido enormemente al
esclarecimiento de la cuestión, aunque queda mucho camino por recorrer. Falta
entender la manera según la cual los genes construyen las estructuras
cerebrales implicadas en el lenguaje y cómo éstas dan lugar al lenguaje. Es
demasiado simplista (y erróneo) creer que existe un solo gen que afecta al
lenguaje. Al contrario, parece razonable
pensar que los genes actúan de manera interrelacionada, y así la alteración de
un gen encargado de aspectos más generales pueda desactivar a otros genes más
específicos. Y tampoco parece adecuado pensar en una correlación totalmente
directa entre gen y característica gramatical. A falta de más estudios, lo que
podemos asegurar es que determinados genes, como el FOXP2, intervienen de
manera crucial en el desarrollo de los sistemas neuronales que posibilitan el
lenguaje y el habla.
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[1] Los estudios hechos con “niños selváticos” o que no han
recibido estímulos lingüísticos suficientes o adecuados durante el denominado
“período crítico” lo demuestran de manera inequívoca. Consúltese, por ejemplo,
Curtiss, 1977, 1981, 1988, 1994; Curtiss y Yamada, 1981; Pinker, 1994: 319-320;
Yamada, 1990.
[2] Que admite diversos grados, desde un punto de vista
estrecho y reduccionista, en que se entiende que el aprendizaje consiste en el
traspaso de información desde el exterior hacia el interior del individuo,
hasta perspectivas más matizadas, como la de Jean Piaget. En definitiva, la
idea subyacente es que los humanos nacemos sin capacidades previas pero
dispuestos a ser modelados por la experiencia mediante la recepción de estímulos
y el procesamiento de información. De esta manera, la experiencia pasa a tener
el papel principal en el desarrollo y la conformación del individuo.
[3] Véase, entre otros, Chamberlain, Morford y Mayberry, 2000;
Emmorey, 2002; Marsharck et al., 1997; Poizner, Klima y Bellugi, 1987.
[4] Véase Curtiss, 1977, 1981, 1988, 1994; Curtiss y Yamada,
1981; Pinker, 1994, p. 319-320; Yamada, 1990.
[5] Citamos la definición que da Newmeyer (1997,
p. 57) de la disfasia genética (GD): GD
is, by definition, a specific language impairment (SLI) transmitted
genetically. And SLI is, by definition, a language disorder unaccompanied by
non-linguistic deficits, such as an abnormally low IQ, a hearing deficit, a
brain injury, a significant medical history, environmental deprivation, or an
obvious emotional or behavioural disturbance. One’s first thought, therefore,
might be that any case of SLI (genetically transmitted or not) would ipso
facto support AH [Autonomy
Hypothesis]. Contra
esta postura, véase Thomas y Karmiloff-Smith, 2005.
[6] Otras evidencias que demuestran el carácter genéticamente
determinado del lenguaje es el análisis de las características lingüísticas de
gemelos (Stromswold 1998, 2001, 2004).
[7] En lingüística, como es sabido, se considera que el
lenguaje está sujeto a dos articulaciones o procesos de segmentación. La
primera articulación la forman las unidades mínimas significativas (significado
léxico o gramatical), esto es, monemas (lexemas y morfemas: La segunda
articulación la formas las unidades mínimas distintivas (no significativas),
esto es, los fonemas.
[8] Desde un punto de vista generativista, podríamos decir
que el problema de encuentra básicamente en el componente de bese (el léxicon)
y en el componente fonológico, y también en las interficies entre éstos y el
componente sintáctico.
[9] De hecho, estos investigadores señalan la existencia de
un sujeto con una capacidad alta para las matemáticas y la informática.
[10] This impairment
is so pronounced as to render the speech of many of the affected members unintelligible
to the naive listener, and it is so disabling, particularly during the
childhood, that they have been taught a sign system to augment their speech (Vargha-Khadem et al. 1995, p. 930). También: The nature of the behavioural phenotype
shared by 15 affected members of the KE family […] is best characterized as a deficit in the sequencing of articulation
patterns rendering speech sometimes agrammatical and often unintelligible
(Watkins et al., 2002, p. 466).
[11] Son una franca minoría los lingüistas interesados por
estos temas, a pesar que el componente genético del lenguaje es una de las
premisas del programa chomskiano. Además, no todos los lingüistas comparten
esta idea, con lo cual algunas de las aportaciones al tema intentan probar que
no existe una vinculación directa de los genes al lenguaje.
[12] Pensemos en el caso de un disfémico: no porque sufra una
disminución de su fluidez debemos deducir que tiene la competencia lingüística
alterada. Además, y por poner un ejemplo, no parace demasiado adecuado plantear
preguntas como las siguientes a un individuo con el CI bajo: “say this nonword
without its first sound”, “write this nonword as if it was a real English word”
(Vargha-Khadem et al., 1995, p. 932), o “repeat this sentence exactly as I say
it” (Vargha-Khadem et al., 1995, p. 932) a una persona con disartria, ya que no
aporta información sobre su competencia fonológica. Sería más provechoso, por
ejemplo, preguntar a este sujeto si una determinada palabra u oración son
pronunciadas correctamente.
[13] Los trabajos aquí analizados parecen mostrar un cierto
retraso en las capacidades cognitivas de los afectados, acompañado de disartria
y otros problemas asociados.
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