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LITERATURA Y LIBROS: EDITORAS EN EL SIGLO XVIII
Antonio Arroyo Almaraz
(Universidad
Complutense de Madrid)
RESUMEN: Contrario al tópico de que no ha habido mujeres
en la tradición española de las letras, ya que lo que ha ocurrido fue una falta
de consideración social, estudiamos no sólo su papel como escritoras sino
también como editoras, impresoras y libreras, formando parte de la industria
del libro a lo largo del siglo XVIII.
Palabras
clave: mujer, literatura, impresoras, editoras, libreras.
ABSTRACT: I contradict to the topic of which there have no been
women in the Spanish tradition of the letters, since what has happened was a
lack (mistake) of social consideration, we study not only his (her,your)
paper(role) as writers but also as publishers(editors), printers and libreras,
forming a part of the industry of the book along the 18th century.
Key words: Woman, literature, printers,
publishers (editors), libreras.
I. Contrariando el tópico tradicional, nos
permitimos afirmar que no ha habido una falta de mujeres en la tradición española
de las letras como se ha mantenido en muchos momentos sino que lo que se ha
producido es una lamentable, y por otro lado habitual, falta de consideración
social de la mujer que es lo que ha propiciado que las obras y los estudios
hayan quedado en el olvido a lo largo de los siglos; una literatura silenciada,
como ha reflejado E. Palacios[1].
Desde la aparición del primer tomo del Teatro
crítico (1726) del reformista padre benedictino Feijoo que incluía,
Discurso XVI, su "Defensa de las mujeres", siguiéndole otros títulos
y autores con el mismo propósito, así como otros estudios que recogieron un
verdadero "Catálogo de las Españolas que más se han distinguido en letras
y armas" insertado en el libro Las
mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres (1768), del
bibliotecario real Juan Bautista Cubíe o las Memorias de las mujeres ilustres de España (1798) de fray Alonso
Álvarez... hasta llegar a los estudios más recientes -R. M. Capel (1982), M. C.
Simón y P. Fernández (1992), F. Aguilar (1995), C. Ruiz (1996), J. A. Hormigón
(1996), I. M. Zavala (1997), E. Palacios (2002), entre otros- ha permitido
establecer una perspectiva clasificadora más rigurosa y caminar por un terreno
más seguro, conquistar nuevos territorios de sentido.
Pese a ello, es menguada la tradición del Setecientos
en la escritura femenina, fundamentalmente de escritoras laicas entre las que
destacó la voz ilustrada y reformista, defensora de la mujer de su tiempo, de
Josefa Amar y Borbón (1749-1833?) y un cierto feminismo en Inés Joyes y Blake. También
hay que sumarle el papel de las Sociedades Económicas como vehículo
privilegiado de
II. A esta revisión hay que añadir, ya que por
lo general se ha dejado de lado, el significativo papel de un amplio grupo de
mujeres dedicado a la imprenta, la edición, la venta de libros..., hasta donde
se puedan separar o por el contrario mezclar las distintas actividades sobre el
libro[4],
que sirvieron de puente entre el mecenazgo[5]
y la profesionalización del escritor favoreciendo la aparición del derecho de
autor y contribuyendo al desarrollo y la perduración de parte de la cultura de
la época. Está por hacerse una catalogación valorativa que refleje la actividad
y el papel que estas mujeres desarrollaron en esa realidad cambiante del mundo
de la imprenta y edición de libros que va desde mediados del Setecientos hasta
los primeros años del siglo siguiente donde comenzó a renovarse la tipografía
española que vivía a expensas de la europea. Fue un período en el que el libro empezó
a cobrar ya cierto peso; el reinado de Carlos III (1759-1788) supuso una época
particular de cambio y esplendor en ese sentido. A esto hay que añadir la
apertura a Francia que se había producido tras el asentamiento de los Borbones,
tomando a ese país como referencia para muchas mujeres, tanto desde los
aspectos de moda, costumbres, lenguaje... como desde la conciencia de necesitar
y exigir un puesto en la sociedad colaborando así en las necesarias transformaciones
que demandaba el ideario ilustrado. Esta conciencia alcanza sus momentos de
mayor esplendor en las décadas de los años sesenta al ochenta y decrece por la reacción
que hubo contra los sucesos franceses iniciados el año 89. A todo esto hay que
añadir la gran actividad de la Compañía de Mercaderes de Libros de la Corte[6]
que creó, en el mundo del libro, una situación de bonanza económica y de empleo
sin precedentes: el censo de 1797[7]
recoge más de mil impresores -de un total de 1051 impresores: 224 eran
maestros, 623 oficiales y 204 aprendices-, mientras que treinta años antes, en
reuniones convocadas por el gremio se contaban menos de la mitad. Y también agregar
la política proteccionista impuesta por el Juez de Imprentas Juan Curiel, co-fundador
también y académico de la RAE (1714-1759) además de Ministro honorario del
Consejo de Castilla y del Consejo Supremo de la Inquisición. Fue nombrado juez
privado de imprentas por Fernando VI el 8 de febrero de 1752, tras la muerte de
Juan Ignacio de la Encina. Como reflejó Ángel González Palencia (1948) trató de
ordenar todo lo referente a la imprenta y circulación de libros, que se
encontraba en el extremo de una gran relajación e incumplimiento de las
continuas disposiciones, con un reglamento nuevo -Auto del Juez de Imprentas para que se haga saber a los impresores,
mercaderes y tratantes de libros y otros papeles impresos, que observen las
leyes de ventas de libros, impresiones..., 1752- que intentó reorganizar toda la legislación de imprenta y fue
la pesadilla de muchos libreros e impresores, entre otros de Joaquín Ibarra que
llegó a estar preso en su casa y sin poder salir de Madrid una larga temporada
por incumplimiento de dicha ordenanza. Sin embargo, fue otro punto de arranque
para el cambio que se iba a dar en torno a la imprenta, la edición y la
compra-venta de libros, adquiriendo su cargo un gran protagonismo.
En el contexto legislativo se fueron dando
una serie de modificaciones, a partir de 1752, para el comercio del libro -Novísima Recopilación: Títulos XV a
XVII-: la obligación de obtener y reflejar al principio del libro la licencia y
tasas del Consejo, así como la corrección por un Corrector general de la obra. Estos
aspectos fueron abolidos posteriormente por Carlos III otorgando libertad para
la venta de libros al suprimir la tasa previa y determinando que el precio de los
mismos se fijase entre los autores y libreros; sí continuó la obligación de la
tasa para ciertos libros -entre ellos se encontraron el Catón cristiano[8]
y el Espejo de cristal fino-
considerados de especial interés, como reflejó la Ley XXIV, Real Orden de 22 de marzo de 1763:
"por indispensables para la instruccion del Pueblo deberian quedar sujeto
á dicha tasa, á fin de evitar el monopolio que pudieran hacer los libreros".
Los relacionados con la religión debían obtener la licencia del Santo Oficio de
la Inquisición. Es en este período cuando los derechos de los escritores sobre
la publicación de sus obras fueron protegidos por las leyes de imprenta -ídem
Ley y Orden de 1763, artículo segundo: "mando, que de aquí adelante no se
conceda á nadie privilegio exclusivo para imprimir ningún libro, sino al mismo
autor que lo haya compuesto"-. En 1764 se estableció la posibilidad de que
"los privilegios concedidos á los autores de libros pasen á sus herederos,
no siendo Comunidad ó Mano-muerta" (Ley XXV). Previamente, una ordenanza del
año 62 recogió el régimen y gobierno de los libreros y mercaderes de la capital
-Ordenanzas de la Comunidad de Mercaderes
y Encuadernadores de libros de esta Corte, aprobadas por el Real y Supremo
Consejo de Castilla en primero de octubre de mil setecientos y sesenta y dos-,
de ámbito restringido como observamos, ordenada en 34 capítulos, destacamos
algunos de ellos, principalmente el octavo que hace referencia a la prohibición
que sufrieron las viudas e hijas[9]
de impresores para poder dirigir su propio negocio:
5. Ordena que todo aquel que quisiere poner librería en la Corte haya
de presentar información previa sobre limpieza de sangre ante el Juez de
Imprentas de Madrid, acreditando que sus padres y abuelos han sido cristianos
viejos, no han sufrido condena alguna por parte del Santo Oficio, y no han
tenido oficios "reputados por infames". El aspirante deberá asimismo "ser
hombre quieto, de buena vida y costumbres".
7. Los hijos de los encuadernadores de libros podrán ser admitidos en
la comunidad sin más información que la que presenten sus padres, aunque
deberán acreditar buena vida y costumbres y suficiencia para el oficio.
8. Las viudas e hijas de mercaderes y encuadernadores de libros podrán
mantener su tienda abierta y encuadernar, siempre y cuando tengan al frente de
la misma un oficial del arte que la gobierne, debiéndola cerrar de inmediato si
casaren con alguien que no fuese de la comunidad.
11. Prohíbe el establecimiento en la Corte, a partir de la fecha de
promulgación de estas Ordenanzas, de libreros extranjeros...
Lo indicado en el capítulo octavo pudo
presionar para que alguna de estas viudas se vieran en la tesitura de casarse
con otro impresor para preservar el negocio; en todo caso, lo que sí parece que
conllevó, según señaló Amparo García (2001), fue que dos viudas impresoras -de
un total de tres mujeres- como la de Sebastián de Araujo y la de Lanza, dejaran
de aparecer en los listados publicitarios y desapareciesen de la Compañía de
Mercaderes. Un caso distinto fue el de Juana Correa, la tercera de ellas, que
nunca figuró como viuda aunque lo era y permaneció en la Compañía hasta el
final. Esta exclusión de las viudas e hijas no ocurrió en otros gremios ni en
otras ciudades, como por ejemplo en Toledo donde en 1790 la Ordenanza XXXIII del
Cuerpo general de comercio de la ciudad estableció, según recogió Eugenio
Larruga en 1787 (1995:37):
...en igual forma podrán las viudas de los comerciantes continuar en
el manejo y trato que su difunto marido, individuo de este cuerpo, hubiese
tenido; en la misma conformidad que este le usaba, todo el tiempo que
permanecieren en este estado, (...) y solo en el caso de concurrir unos motivos
gravísimos se les podrá excluir del comercio; pero no verificándose estos, han
de gozar sin alguna limitacion las mismas exenciones, regalías y privilegios
que disfrutaron sus maridos.
Cuando posteriormente, en 1763, se creó la
Compañía de Impresores y Libreros por Real resolución de S.M. de 22 de marzo,
entre sus reglas no se menciona nada referente a las hijas y viudas: "En
esta compañía se admitirán á todos los impresores y mercaderes de libros de
estos Reynos, que tengan imprenta propia, y tienda pública de libros...". Sin
embargo, la única que figuró, como veremos más adelante, fue la Viuda de
Ibarra.
Este conjunto de mujeres al que nos
referimos, y que posteriormente intentaremos concretar un poco más, continuaron
con una labor profesional-familiar en torno al libro iniciada en muchos casos
por impresores cuya presencia está más reconocida y valorada, como Joaquín
Ibarra[10],
Antonio Sancha, Manuel Martín, Plácido Barco López... Llevaron a cabo un trabajo
de continuación de ese negocio familiar firmando con el nombre de viudas de, como era costumbre generalizada
desde épocas anteriores: cuando fallecía el librero, editor, impresor... la
viuda y los hijos del fallecido solían seguir con el negocio familiar hasta
donde era posible y las ordenanzas lo permitían, como hemos podido observar; para
proseguir con la clientela y el prestigio se conservaba el nombre del padre o
del marido para que se viera continuidad. También hay quien firmaba con su
nombre y el apellido del marido, como es el caso de Juana Correa, viuda de Luis
Correa y Laso, aunque tuvo al frente de su negocio a Francisco Fernández hasta
1759, como consta en algunos preliminares de ciertas obras. Se hacían cargo del
negocio de la imprenta y los puestos de venta, teniendo a su disposición un
conjunto de trabajadores en ocasiones numeroso y mal preparados en muchos casos[11].
Respecto a los antecedentes de la
participación de la mujer en la industria del libro observamos que en los
primeros tiempos de la imprenta -c. 1471-1520-, Julián Martín Abad (2003) no
registra ninguna. No podemos dejar de considerar, de alguna manera, la labor realizada
por las mujeres o viudas de los ciegos que vendían gacetas; como afirma Antonio
López de Zuazo (Hipólito Escolar, 1994: 377): "las gacetas se compraban a
los ciegos (también a sus mujeres o viudas, ya que 'gacetero' era el que
escribía y 'gacetera' la que vendía estos papeles) y con frecuencia se leían en
voz alta a otras personas". Los ciegos y sus viudas, desde 1727, debido a
una Real Resolución, tienen la exclusiva de distribución de impresos baratos
aunque en 1767 -Novísima Recopilación: Ley
IV del Título XVIII- se prohibió la impresión de pronósticos, piscatores,
romances de ciegos y coplas de ajusticiados.
Durante los siglos XVI y XVII[12],
Juan Deldago (1996:769-803) registra cerca de cien mujeres en las ciudades de:
Alcalá de Henares (4), Los Arcos (1), Baeza (1), Barcelona (9), Burgos (1),
Cádiz (1), Córdoba (3), León (1), Lérida (2), Madrid (19), Málaga (1), Medina
del Campo (1), Palma de Mallorca (4), Pamplona (2), Salamanca (5), San
Sebastián (1), Santiago de Compostela (1), Sevilla (7), Tarragona (1), Toledo
(3), Valencia (6), Valladolid (7) y Zaragoza (12). La gran mayoría firman como viudas de, las menos con su nombre y
apellido/s, posiblemente el del marido como ya hemos comentado respecto al caso
de Juana Correa: María Fernández, Mariana Montoya, Catalina de Barrio y
Angulo... Y apenas algún caso registrado como hija, como por ejemplo el de las
Hijas de Fernando Cansoles en la ciudad de Palma de Mallorca. Se encuentran
antecedentes de mujeres dedicadas al libro fuera de España, como es el caso de
la Viuda de Juan Cnobbart en cuya imprenta de Amberes se editó, entre otras
obras, La vida i hechos de Estevanillo
Gonzalez, en 1646.
En su caso, la labor de las mujeres del
Setecientos representa dos tendencias importantes vinculadas a la literatura:
por un lado, continúan con la impresión, edición y venta de una literatura
culta, como veremos con algunos ejemplos que citaremos más adelante; por otro
lado, se traza una línea difusa, de edición popular que podemos considerar como
iniciadora de la formación de una sociedad popular lectora que se desarrollará
en el siglo siguiente, tomando un mayor protagonismo la prensa escrita junto al
libro; configurando también una modernidad en los inicios del siglo, donde se
empezaron a constituir las bases teóricas y vitales para las cuales los
periódicos junto a las revistas y los libros tuvieron un fuerte protagonismo a
través de la interacción cultural: la educación lectora; la democratización de
la cultura[13] y la
literatura ya que pasó de una minoría selecta a la clase media y a la masa
popular; la difusión literaria; la creación de géneros populares. El epicentro
está en la Revolución francesa que estableció las bases del cambio formal y de
contenido -tesis planteada, entre otros, por G. Steiner, L. Romero Tobar, I. M.
Zavala, M. Foucault-. La emoción que dicha revolución y Napoleón habían
comunicado a Europa se tradujo, en el ámbito literario, en un deseo de cambiar
las normas clásicas defendidas por la Ilustración. Los avances técnicos en la
imprenta incluyendo los que permitieron la incorporación del grabado
litográfico, modificaron el modo de fabricación, mejoraron el producto y, con
ello, la actitud receptora hacia la prensa y el libro, unido a la inicial
industrialización relentecida de las empresas editoriales y a los
acontecimientos políticos y sociales, fueron configurando paulatinamente el
nuevo medio de comunicación social y desarrollando medios de formación, a
través de los procesos de alfabetización, del gran público destinatario de la
obra literaria a lo largo del siglo y, paralelamente, como soporte de ese
fenómeno, la expansión posterior y consolidación del negocio editorial a través
de dos factores significativos: el control y restricción de la censura y la
introducción de modernas técnicas de impresión que permitieron multiplicar las
copias y abaratar el producto. Enrique Rodríguez-Cepeda (1988) recoge este doble camino de los impresores y libreros
aunque lo hace centrado en las sucesivas ediciones de Don Quijote de la Mancha:
por un lado están Ibarra y Sancha, entre otros, editando unos Quijotes para un público de clase media
alta -en la medida que podemos utilizar esta denominación para esa época-, para
el profesional y lector culto. Cubrían un mercado de unos 5.000 ejemplares máximo
con un precio económico; estas ediciones las continúa Manuela Contera, viuda de
Ibarra.
La edición media rondaba el millar y medio
de ejemplares, como señaló Nigel Glendinning (1983: 47-48): "Si una tirada
de 1500 ejemplares constituía probablemente una edición de tipo medio, poseemos
datos que nos hacen suponer que se hacían ediciones todavía menores durante el
siglo XVIII"; a finales de siglo llegó a aumentar algo más. Sin embargo,
libros como el Catón Cristiano del
padre Jerónimo Rosales, impreso por Ibarra en 1775, en sucesivas ediciones,
llegó a alcanzar los 40.000 ejemplares en total. Unos 1.500 libros alcanzaban
las ediciones de las obras del padre Isla; como una excepción los tomos 5 y 6
del Teatro crítico universal del
padre Feijoo llegaron a alcanzar los 3.000 ejemplares.
Por otro lado, hubo otra serie de
impresores, editores, libreros..., entre ellos el impresor catalán Juan Jolis y
Manuel Martín que se dirigen a un público de menores posibilidades económicas y
logran desarrollar toda una importante labor de edición. El primero de ellos,
en 1755, pidió permiso para imprimir un Quijote
en el tamaño de 8º para el bolsillo de faltriquera en edición barata. A
esta idea se sumarán otros impresores. Son los denominados Quijotes de surtido o de consumo, confeccionados con papel de baja calidad
y tipos un poco grandes y legibles, que cubren un mercado popular. Se trata de
una incipiente y emergente clase media, aunque este término no aparecerá hasta
bien entrado el Ochocientos -Moratín hijo lo acuñó en 1820-. Estas impresiones
de consumo llegaron a los treinta o cuarenta mil ejemplares en total a
principios de los años 80, con un precio bajo. Tanto Jolis como Martín vendían
sus Quijotes junto a otras
publicaciones populares, pliegos sueltos, comedias, hojas volantes... en sus
establecimientos. Martín[14]
vendió también fuera de España exportando a Indias.
Igualmente señala Enrique Rodríguez (1988:68): "Movía en Madrid a muchos
puestos de imprenta a los que encargaba cosas y disponía a hacer libros baratos
e interesantes en el mercado; él se encargaba de las licencias, distribución y
venta". A partir de esta última licencia de 1782 ya no figura más, será
Plácido Barco López quien figure ya que le había traspasado o vendido su
negocio. Barco López falleció en 1803 pasando el negocio a su viuda, y con ello
todo un mercado popular a quien también destinó un Quijote en 1808 (Enrique Rodríguez-Cepeda, 1988:100):
Las secuelas
de esta relación (entre Manuel Martín y Plácido Barco) las volvemos a encontrar
en el Quijote que publicó la Viuda en
1808. (...) los tipos empleados son los mismos que usaba Martín 30 años atrás.
Esta nueva edición elimina todos (los) decorados dieciochescos, la Vida de Mayáns y los tacos de madera ya,
entonces, desgastados y pasados de moda. Al eliminarse los primitivos frontis,
se crea una nueva anteportada, muy afrancesada, recuerdo de otro Quijote en 8º, de 1804, de la Imprenta
Vega, de Madrid. En algunos ejemplares consultados, no en todos, se intercalan
láminas grabadas de baja calidad y no esmerado gusto...
Mujeres como María Pardín -viuda de Bernardo
Alverá-, Vda. de Aznar, Vda. de Barco López, Manuela Contera -viuda de Ibarra-,
Vda. Corradi, Juana Correa, Vda. de Manuel Fernández, Vda. de José Gª Lanza, Catalina
Piñuela, Vda. Sebastián de Araujo... llevaron a cabo una labor apreciable en la
edición, impresión y venta de libros, en la línea establecida y antes recordada.
La gran mayoría de ellas no aparece, sin embargo, en el registro que hizo
Eugenio Larruga en torno a 1787 (1995: 211-214):
No
pasan de 25 las imprentas de Madrid, las que (á excepcion de 7 ó 8), todas las
demas son de muy corta consideracion, pues apenas mantienen 6, ó 7 prensas
(...) la mayor parte de los dueños de las imprentas no son facultativos; por
cuyo motivo tienen que valerse de regentes para el gobierno de ellas: estos por
su impericia en el arte, ó por mejor decir por su descuido (pues les dán formal
diario), no cuidan las mas veces, ni de la perfecta correccion, ni de la buena
composicion de las tintas, ni menos de que á los papeles se les dé el temple
proporcionado á la impresión que se ha de executar con ellos (...). Las
imprentas que tenemos en la Corte son las siguientes:
La imprenta
Real tiene prensas La de la viuda
de Ibarra La de Marin La de Sancha La de Cano La de los
herederos de Escribano La de Barco La de Roman La de los
herederos de Manuel Fernández La de Gonzalez La de Espinosa La de Doblado La de Ortega |
21 15 21 16 20 15 10 7 7 7 7 6 4 |
La de los
herederos de Ulloa La de Pacheco La de Lopez La de Moya La de Santos
Alonso La de Andres de
Sotos La de Otero La de Aznar La de Herrera La de Ramirez La de Delgado La de Valle |
4 4 4 4 4 4 3 3 3 3 2 2 |
La
utilidad que resulta diariamente al dueño de cada imprenta, puede regularse
segun el número de prensas que tenga corrientes, calculando que cada una de
ellas, tirando unas con otras tres resmas (de papel impreso), dexa de ganacia
libre unos 18 reales, que en todas 160 prensas que conceptuamos corrientes en
Madrid, hacen 2.880 reales diarios: de que resulta que anualmente ganan los
dueños de este ramo 691.200 reales, suma bastante considerable para
estimularlos al aumento, y perfeccion de sus oficinas.
III.- Es escasa la información que se puede
encontrar sobre ellas, por esa razón partimos de los negocios previos de los
que se hacen cargo[15]
y añadimos datos que se encuentran en los libros de Matrículas de Impresiones
(AHN), así como fijamos algunas fechas y sucesos en torno a estos nombres:
María Pardín, Viuda Bernardo Alverá
-
Es posible que Bernardo Alverá reuniese la doble condición
de librero e impresor. Se incorporó a la Compañía de Mercaderes de Libros de la
Corte antes de septiembre de 1758 hasta la desaparición de ésta en 1763,
pasando a ser diputado de juntas en
la Real Compañía de Impresores y Libreros de Madrid. En 1772 tiene una librería
en la Carrera de San Gerónimo; a partir de 1790 es su viuda e hijos quienes la
regentan: Viuda e Hijos de Bernardo Alverá
y Herederos de D. Bernardo Alverá,
como se constata en algunas obras editadas a partir de esa fecha:
o
Catecismo del
Santo Concilio de Trento para los párrocos. Traduc. por el P. M. Fr. Agustín
Zorita. Se hallará en la librería de la Viuda e hijos de Don Bernardo Alverá,
1791.
o
Summa S. Thomae Hodiernis. Academiarum moribus
accommodata, sive cursus theologiae. Prostant apud viduam Bernardi Alverá & Filius, 1798.
-
En el AHN, libro 2714 se recogen las siguientes
referencias: leg. 36, 1796, Corte 45: "La viuda e hijos de dn
Bernardo Alverá mercader de libros en esta corte licencia para imprimir el
curso de teologia del Pbo Sr. Carlo Bernardo de la orden de
Predicadores". También aparece licencia en el legajo 27, 1786, Corte 27:
"Dª Maria Pardin é hijos, viuda y herederos del librero Dn Bernardo
Alvera sobre que se la conceda licencia para hacer la 4ª edición de la Teologia moral de Cumiliare".
Legajo 40, 1802, Corte 6: "La viuda e hijos de dn Bernardo
Alverá del comercio de libros de esta corte reimprimir la obra de Caroli
Sebastiani Comentaria in jus eclesiastian".
Ídem, Corte 7: "Viuda e hijos de Dn Bernardo Alvera reimprimir Teologia moral del Pb
Fulgencio Cumiliare".
Viuda de Aznar
-
Pantaleón Aznar estuvo envuelto en el traspaso o la venta
del negocio de Manuel Martín a Plácido Barco López.
-
En 1795 la viuda de Aznar se instaló con su hijo en la
calle Huertas. Tiene escudo y marca[16]
que aparecen en la Historia y tragedia de
los Templarios. Madrid. En la imprenta de la viuda e Hijo de Aznar, calle
de las Huertas, 1813. En la portada aparece la marca nº 720 y el monograma del
impresor Aznar.
Viuda de Barco López
-
Plácido Barco trabajó para la Real Compañía en 1787; años
antes, en 1782, pasó a sus manos la imprenta de Manuel Martín. Murió en 1803.
Su viuda, de segundas nupcias, trabajó en la calle de la Cruz[17]
hasta 1825. Ella publicó otro Quijote
similar a los populares de Manuel Martín en el año 1808, como ya hemos
mencionado; hizo una nueva edición y acuñó su propia marca. También realizó una
edición del polémico Espejo de cristal
fino, guardaba privilegios para su composición según un impreso del año
1823.
-
AHN, libro 2714: leg. 44, 1808, Corte 5: "La viuda de
Barco Lopez, impresor que fue en esta corte: sobre que se le conceda licencia
para reimprimir un libro titulado: Manual
de egercicios espirituales pª tener oracion mental". Ídem, Corte 18:
"La viuda de Barco López, impresor de esta corte. Licencia para reimprimir
el egercicio cotidiano".
Manuela Contera, segunda mujer[18]
de Joaquín Ibarra, Viuda de Ibarra
-
Joaquín Ibarra fue impresor y librero; se estableció en
Madrid con taller propio desde 1753. Imprimió para
-
Manuela Contera se hizo cargo del negocio familiar desde
1785 hasta 1805. Según Mª Luisa López-Vidriero (Hipólito Escolar, 1994: 232): "Cuando
su familia toma las riendas del taller se encuentra con una empresa en la que
trabajan un centenar de personas y que genera empleo a fundidores, fabricantes
de papel y encuadernadores". Entre los logros que ha alcanzado el taller
está: la regulación de la composición de la tinta según los cambios térmicos,
el tratamiento del papel y el doble paso de las hojas por el tórculo para
anular las huellas de la prensa.
-
Algunas obras, de autores más significativos, que se
imprimieron en la imprenta de la Vda de Ibarra, entre los 354 libros impresos
que registra Inocencio Ruiz[19],
son:
o
Gaspar M. de Jovellanos: El delincuente honrado, Comedia en prosa. Publícala Don Toribio
Suárez de Langreo [seud.] (Emblema de Ibarra). Madrid. Por la Viuda de Ibarra,
Hijos y Compañía, 1787. También el Elogio
de D. Ventura Rodríguez, Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, 1790. También
del mismo autor, en 1789: Elogio de Don
Ventura Rodríguez, leído en la Real Sociedad de Madrid y Elogio del rey Carlos III. El primero
reeditado en 1790.
o
Diego de Torres Villarroel: Obras 1794-1799, 15 vols. Imprenta Viuda de Ibarra, 1794. También publicó
en 1799: Vida, ascendiente, nacimiento,
crianza y aventuras del Dr. Don Diego de Torres Villarroel.
o
Miguel de Cervantes: El
Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha. Tercera edición corregida por
la Real Academia Española. 8º, 6 vols., 1787, continuación de la que hizo Joaquín
Ibarra en 1780. En 1797: La Galatea...,
reeditada ocho años después. En 1803:
Novelas Exemplares. En 1805: Historia de los trabajos de Persiles y
Segismunda; El Parnaso.
o
Leandro Fernández de Moratín autor de dos obras que
aparecen en el catálogo, firmadas con seudónimo: La toma de Granada por los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel.
Romance endecasílabo, de Efrén Lardnaz y Morante (anagrama). Y Examen de la tragedia intitulada Hamlet, trad.
por Inarco Celenio (seudónimo de Moratín). Escribíalo D. C. C.
o
Real Academia Española: -1791- Diccionario de la Lengua Castellana compuesto por... 1792: Orthografía Española. 1796: Gramática de la Lengua Castellana. 1803:
Diccionario de la lengua castellana.
También hay que añadir obras de Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, el
Padre Isla...
-
En AHN, Consejos,
libro 2714, aparecen algunas licencias concedidas a su nombre: legajo 31, 1790,
Corte 9: "Dª Manuela Contera, viuda de Ibarra, sobre que se le conceda licencia
para imprimir el libro titulado: el arte
esplicado y gramativo (?) perfecto. Ídem,
Corte 92: Dª Manuela Contera, viuda de dn Joaquin de Ibarra impresor
que fue en esta corte, sobre que sela conceda licencia pª reimprimir el libro
titulado: La debocion arreglada del
cristianismo. Legajo 32, año 1791, Corte 92: "Dª Manuela Contera viuda
de d. Joaquin Ibarra Impresor que fue en esta corte, sobre que se la conceda
licencia pª reimprimir el libro titulado: La
debocion arreglada del cristianismo.
Viuda Corradi
-
Ángel Corradi apareció en el listado publicitario de la
Compañía de Mercaderes y Libreros de la Corte; en dicha Compañía desempeñó el
cargo de tesorero. Corradi había pertenecido anteriormente a la Hermandad de
los libreros, donde ejerció de tasador de librerías. Fue mercader comerciante
de situación privilegiada dentro del ramo; formaba parte del grupo de libreros
extranjeros, concretamente italianos, que establecidos en la Corte se ocupaban
con gran éxito de la actividad de importación de libros impresos en el
exterior.
-
Corradi tenía una librería en la calle de las Carretas,
desde el año 1755; él debió morir hacia 1777, pasando el negocio de mercader de
libros y la librería a su viuda.
Juana Correa
-
Mercadera de libros, librera y editora. En 1750 había fallecido
Luis Correa y Laso; al año siguiente, 1751, tiene librería en la Puerta del
Sol, frente a las Gradas de San Felipe el Real. Desde octubre de 1759 la tienda
comenzó a figurar tan solo con el nombre de Doña Juana Correa. Se dedicaba a la
compraventa, importación, distribución y edición de libros. De ella hay algunos
datos en los preliminares de algunas obras editadas por ésta en los primeros
años de viudedad, como por ejemplo la tasa de Curia Philipica de Juan de Hevia Bolaños, impresa en Madrid por
Ibarra en 1754, señala que fue solicitada por "Juana Correa, viuda de D.
Luis, madre, tutora y curadora de las personas y bienes de sus hijos, cuyo
cargo la está cometido". Sin embargo los pies de imprenta de los
abundantes libros impresos a su costa no especifican que sea viuda y pasa a ser
denominada Juana Correa en los listados publicitarios. Formó parte de la
Compañía desde sus inicios hasta el final de la misma.
Viuda de Manuel Fernández
-
Tuvo escudo y marca[20]
que aparece en la obra La Galatea, Miguel
de Cervantes. Madrid. En la oficina de la Viuda de Manuel Fernández, 1772. En
la portada, la marca nº 636. En el escudo aparece una banderita con el
monograma: Fernández.
Viuda José Gª Lanza
-
José García Lanza fue mercader e impresor. En 1753 tuvo la
imprenta y librería en la Plazuela del Ángel, cerca de la Iglesia de San Felipe
Neri. Fue contador para la Hermandad hasta que formó parte de la Compañía de
Mercaderes para quien imprimió también. En 1761, tras su fallecimiento, su
viuda integra la nómina de la Compañía, durante poco tiempo porque en marzo de
1763 ya no figura, y se pone al frente de la librería.
Catalina Piñuela
-
Tuvo escudo y marca como se puede ver en la obra Biblioteca Universal de Novelas, Cuentos e
Historias instructivas y agradables. Madrid, imprenta de Doña Catalina
Piñuela[21],
1816. En la portada aparece la marca nº 742 y las iniciales entrelazadas del
nombre y apellido: C.P.
Viuda Sebastián de Araujo
-
Sebastián Tomás de Araujo fue tesorero de la Compañía y
librero, frente a los Peyneros, Puerta del Sol: venta de libros en sus tiendas
sin poner de su parte ningún género de industria. Falleció en 1759, año en el
que su viuda se hizo titular de la librería.
-
La Viuda de Sebastián de Araujo figuró en la Compañía de
Mercaderes hasta 1763 que deja de aparecer, antes de que desapareciera la
Compañía, posiblemente debido a la ordenanza de 1762, como ya hemos comentado.
Desde 1768 la tienda figura con el nombre de Herederos de Sebastián de Araujo.
También se registran como impresoras, en los
libros de licencias que venimos citando, Maria Esparzosa y Briones
-"vecina e Impresora de la ciudad de Alcalá" (Libro 2713, leg. 10,
1774)- y Manuela Martínez -"impresora en esta corte" (Libro 2714,
leg. 35, 1795)-, pero de ellas no hemos encontrado más datos. A esta nómina que
hemos mencionado hay que añadir la labor de otras mujeres que desde un interés
más particular y concreto contribuyeron a la impresión o reimpresión de algunas
obras. Escritoras, intelectuales, traductoras... en algunos casos, como[22]:
-
Libro 2713, leg. 5, 1770, Granada 11: "El convento
Religiosas Franciscas Descalzas de la ciudad de Granada sobre que se las
conceda licencia pª imprimir las obras
poeticas que dejó escritas Sor Ana de Sn Geronimo". Poetisa
nacida en Madrid (1696-1771), hija de los condes de Torrepalma. El conjunto de
la obra poética religiosa recopilada -la poesía civil se perdió- se editó tras
su muerte en Córdoba, en 1773, y apareció con el título de Obras poéticas[23].
-
Ídem, leg. 8, 1772, Cordoba 37: "Dª Teresa Gonzalez
vecina de la ciudad de Cordoba que sela conceda licencia pª imprimir el Pronostico general y particular de cuartos
de luna aspectos de los planetas y sus entradas en los doce signos".
También leg. 13, 1776, Cordova 7: "... el libro que ha compuesto
intitulado Estado del cielo para el año
1777". Son pronósticos que siguen el modelo que popularizó Torres
Villarroel. La autora era conocida con el seudónimo de La Pensadora del cielo[24].
-
Ídem, leg. 21, 1781, Corte 56: "Dª Maria Cayetana de
la Cerda y Vera condesa de Lalaing vecina de esta corte sobre que se la conceda
licencia para imprimir un libro que ha traducido del francés titulado: Obras de la marquesa de Lambert".
Es una colección de opúsculos[25].
-
Ídem, leg. 22, 1783, Corte 69: "Dª Maria Franca
de Isla vecina de esta corte sobre que se le conceda licencia para imprimir el
libro titulado Arte de encomendarse a
Dios". María Francisca de Isla y Losada[26]
es posiblemente la mujer que más licencias solicitó para imprimir o reimprimir
las obras de su hermano, de ellas consta: Reflexiones
cristianas sobre las grandes verdades de la fe (leg.23, 1784, Corte 39); Cartas de su hermano el P. Josef Franco
de Isla (ídem, Corte 67); Arte de
encomendarse a Dios y reflexiones cristianas (leg. 25, 1785, Corte 40); Tomos 5º y 6º de Cartas familiares de su
hermano Pb. Josef Franco (leg. 28, 1787, Corte 73); Colección de rezos y hechos singulares (leg.
31, 1790, Corte 5); Sermones de varias
festividades (leg. 33, 1792, Corte 18); reimprimir Cartas familiares que escribió su hermano (leg. 35, 1794, Corte 24
y Corte 26); Vida de Pbo D.
Josef Franco de Isla (leg. 41, 1803, Corte 25), esta obra fue
editada por Manuela Contera, viuda de Ibarra y apareció con el título: Compendio de la vida, carácter moral y
literario del célebre P. Josef F. de Isla, con la noticia analítica de todos
sus escritos (1803)[27].
-
Ídem, leg. 28, 1787, Corte 76: "Dª Margarita Hickey y
Pellizzoni, vecina de esta corte sobre que se le conceda licencia para imprimir
los 2 tomos que ha compuesto de Poesias
sagradas y profanas". También en el libro 2714, leg. 31, 1790, Corte
12: "...imprimir 3 tomos de la obra que está componiendo titulada Descripción geográfica é histórica de todo
el orbe conocido hasta ahora". Margarita M. Hickey y Pellizoni
(1740?-1802?) fue una de las poetisas ilustradas más destacadas del siglo. El primer
libro apareció editado ese mismo año con el título de Poesías varias sagradas, morales y profanas o amorosas, obra de
considerable calidad literaria; la segunda obra está escrita en verso
octosílabo y su publicación fue denegada por la censura de la Real Academia de
la Historia[28].
-
Libro 2714, leg. 31, 1790, Corte 1: "Dª Clara Jara de
Sotos, vecina de esta Corte sobre que se le conceda licencia para imprimir el
libro que ha compuesto titulado: Las
Tertulias Murcianas y el ilustrado en la Corte". Novelista femenina y
costumbrista escribió una obra de gran originalidad. Este libro recogido con el
título Las tertulias murcianas y segunda
parte del instruido en la corte, representa la continuación de su primer
libro publicado en Madrid en 1789: El
instruido en la corte y aventuras del extremeño; la segunda obra fue
presentada a la censura y no logró superar los trámites[29].
-
Ídem, leg. 35, 1795, Corte 111: "Dª María del Río y
Arnedo, vecina de esta corte sobre que se le conceda permiso para imprimir el
tomo 1º de la traducción del francés al castellano de las Cartas de Madamia Montier". La obra se editó con el título Cartas de Madame Montier a su hijo (1796-98,
3 vols.) de Madame Le Prince de Beaumont, epistolario en el que una madre
aconseja e instruye a su hijo dándole normas de comportamiento moral y social[30].
-
Ídem, leg. 36, 1796, Corte 64: Dª Ana Muñoz, vecina de
esta corte sobre que se le conceda permiso para imprimir la obra Conversaciones con Emilia, traducida del
francés". La autora de la novela que en la actualidad parece perdida es
Mme. Live de Épinay[31].
-
Ídem, leg. 36, 1796, Corte 17: "La Marquesa de Tolosa
pª imprimir la traducción que ha hecho del tratado
de educación pª la nobleza escrito en francés por un individuo de la
Academia de las Ciencias de París". María de la Concepción Fernández de
Pinedo, marquesa de Tolosa, es la traductora de la obra Tratado de educación para la nobleza (1796) de autor desconocido[32].
-
Ídem, leg. 37, 1797, Corte 4: "Dª Maria de las
Mercedes Gomez de Castro sobre que se le conceda licencia para imprimir la obra
que ha compuesto titulada Pintura del
talento y caracter de las mugeres". Según apunta Emilio Palacios
(2002:61n), esta obra es una reimpresión modificada de la obra de A. Leonard
Thomas: Historia o pintura del carácter, costumbres
y talento de las mujeres en los diferentes siglos (1773).
-
Ídem, leg. 37, 1798, Corte 63: "Dª Maria Luzuriaga,
vecina de esta corte sobre que se le conceda licencia para imprimir la obra Viage de Sir Jorge Stanton a la china
traducida del francés". María Josefa Luzuriaga fue traductora de la obra Viaje al interior de la China y Tartaria del
embajador inglés Jorge Stannton que se publicó con las abreviaturas D.M.J.L[33].
-
Ídem, leg. 41, 1803, Corte 8: "Dª Maria Rosa Galvez,
vecina de esta corte sobre que se le conceda permiso para imprimir seis
tragedias q ha compuesto titulado Florinda,
la negra viuda, Ammon, Saul, Uffo y La Delirante".
Dramaturga partidaria de la nueva estética teatral. La mayoría de las obras
dramáticas de la colección está protagonizada por mujeres[34].
A esta relación hay que añadir un conjunto
de mujeres más o menos amplio que solicitaron licencia para imprimir obras de
sus maridos, hermanos, tíos... de las cuales reflejamos tan sólo sus nombres
[AHN. Consejos: libros 2713, 2714]: Tomasa
Ar(v)ellano; Maria Andrea, Feliciana Arino y Antonia -"vecinas de la corte
sobre que se las conceda licencia para reimprimir la obra que escribió su tío Dn
Diego de Torres Villarroel, presbítero"-, Maria Vicenta Barnechea, Sor
Juana Franca Campuell; Casilda Cañas de Cervantes; Concepcion Frisas;
Antonia Garcia (Vda.); Catalina Gomez Magueda; Antonia Hernanda de
IV. Apenas contamos con información sobre estas mujeres y la labor que
realizaron, como venimos comentando; ni tan siquiera conocemos la identidad de
muchas de ellas. Sería necesario llevar a cabo una recopilación de las
ediciones de libros que imprimieron así como investigar hasta qué medida eran
obras de encargo o hubo una voluntad de realizar ciertas colecciones o imprimir
obras literarias de las que se suponía que pudiera haber demanda y colaborar
así a desarrollar cierta literatura o a introducir en España algunas tendencias
nuevas, como ocurrió con la novela prerromántica por ejemplo. Lo cierto es que
crearon o desarrollaron, fuera como fuese, algunos productos comerciales que se
habían iniciado anteriormente: bibliotecas, colecciones... Entre ellas hay dos
dedicadas expresamente a mujeres, ya que se habían convertido también en
receptoras de este producto cultural:
-
Biblioteca
entretenida de las damas o colección de novelas y cuentos morales o ejemplares
traducidos del francés e inglés para honesto y útil recreo (1798, 2 vols.)
-
Biblioteca
selecta de las damas (1805-1817), 13 vols.
También encontramos compilaciones como la Coleccion de quarenta Historias sagradas y
profanas de los más célebres Heroes que se recoge en el catálogo de Barco
López y que pasó a su viuda. O la Biblioteca
Universal de Novelas, Cuentos e Historias instructivas y agradables de la imprenta
de Catalina Piñuela, 1816; el Gabinete de
la lectura española, o Colección de muchos papeles curiosos de Escritores
antiguos y modernos de la Nación en el catálogo de Manuela Contera, viuda
de Ibarra, impreso en 1798 o la Colección
de las obras de Elocuencia y Poesía, premiadas por la Real Academia Española impreso
en 1799 por la misma impresora. El número de lectoras fue creciendo
progresivamente. Con el asentamiento definitivo de la novela sentimental en la
última década del siglo e inicios del siguiente tendrán las lectoras una
relación privilegiada con este género que dará paso al folletín decimonónico.
Un ejemplo de la presencia de la novela sentimental lo encontramos en la
referencia de los libros impresos por la viuda de Ibarra, en el que aparece una
novela del escritor inglés Henry Fielding (1707-1754): Historia de Amelia Booth, impresa en 1795. Es evidente que esta
literatura estuvo también al servicio de las mujeres contribuyendo al
desarrollo del prototipo femenino de la época que anuncian la domesticidad y
privacidad burguesa del Ochocientos. También hay, como señala M.V. López-Cordón
(Emilio Palacios, 2002:117-118) una literatura moral conformadora de la
mentalidad femenina: el de la mujer sumisa, laboriosa, honesta y piadosa que
cumplía no sólo una función procreadora, sino también económica y que estaba al
servicio del correcto funcionamiento de la sociedad varonil.
Sobre la identidad y labor de estas mujeres
aún queda mucho por investigar para aclarar la biografía y analizar el papel
que desempeñaron en el marco de la cultura española de la Ilustración. Por otro
lado, habría que preguntarse si, desde su categoría de impresoras, con todos
los condicionantes previsibles según la información aquí aportada, las mujeres
tuvieron capacidad de actuación sobre cualquiera de estos últimos asuntos, solo
de esta manera podemos plantear que empezaron a preparar los caminos hacia una
escritura propiamente de mujer; si ellas, desde una sensibilidad femenina,
incidieron en el hecho de que empezaron a potenciar tipos de novelas,
bibliotecas... que fue lo que a la larga propició en el siglo XIX la escritura
femenina.
V. BIBLIOGRAFÍA:
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- Rodríguez Moñino, A.: Catálogo de libreros españoles (1661-1840). Madrid, 1945.
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Sancho el sabio, 1995.
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XV a XIX (1485 a 1850). Barcelona, Urbis, 1942.
- Zavala, M. Iris (coord.): Breve historia feminista de la literatura
española (en lengua castellana). IV. La literatura escrita por mujeres (de
la Edad Media al siglo XVIII). Barcelona, Anthropois, 1997.
[1] "Al poco de iniciar mis investigaciones sobre
el siglo XVIII pude constatar la presencia habitual de la mujer en todo el
ámbito de la cultura española de esta centuria (...) los tópicos tradicionales
sobre su imagen se me fueron derrumbando poco a poco (...). No existe ya
ninguna razón para que sigamos manteniendo este silencio cómplice y mendaz.
Acaso deberíamos suplir la tradicional indiferencia adoptando una
discriminación positiva hacia este fenómeno cultural" (Emilio Palacios, La mujer y las letras en
[2] Paloma Fernández Quintanilla: La mujer ilustrada en
[3] Retratado en la novela de Antonio Larreta, Volavérunt, premio Planeta 1980 y
llevada al cine por Bigas Luna en 1999, co-guionista junto a Cuca Canals.
[4] Existían tres categorías profesionales importantes
de libreros: el mercader de libros que llevaba a cabo actividades de edición
porque imprimía por su cuenta y además se dedicaba a la venta de libros; era el
nivel más alto. En segundo lugar están los libreros dedicados a la compra-venta
exclusiva de libros y, un tercer grupo, lo constituyeron los encuadernadores de
pasta o pergamino, en algunos casos dedicados también al comercio de libros.
Los propios impresores y libreros madrileños eran a la vez encuadernadores de
libros.
[5] Siguiendo el planteamiento de Julián Martín Abad
(2003:162-163) podemos pensar que realmente no hubo tantos mecenas que
financiaran las obras que llegaban a la imprenta: "Sabemos que buen número
de ediciones lo fueron de textos entregados a los talleres de imprenta por
parte de determinadas autoridades civiles y eclesiásticas, que además
procuraron, directa o indirectamente, su impresión. Pero son multitud las
ediciones de las que nada sabemos al respecto. Hay casos en que la información
ofrecida en los colofones (...) nos permite conocer a quienes costearon la
edición; en otras ocasiones, aunque se declare la existencia de un mecenas, no
se trata realmente de alguien que haya financiado la edición (...). Ciertamente
algunos libros impresos incluyen dedicatorias y muestran en sus portadas los
escudos xilográficos de los destinatarios de esas dedicatorias, pero de ahí a
que existiera realmente una intervención financiera del destinatario de la
dedicatoria hay un largo trecho (...). La iniciativa probablemente partiera del
mercader de libros en muchas más veces de las que podemos documentar. Aunque
especialmente a comienzos del siglo XVI existían impresores que editaban y
vendían lo que ellos mismos imprimían, sin dejar por ello de aceptar encargos,
muy en particular de las autoridades eclesiásticas, es cierto que encontramos
frecuentemente libreros editores."
[6]
[7] Mª Ángeles Durán: "Notas
para el estudio de la estructura social de España en el siglo XVIII", en Mujer y sociedad en España (1700-1975), coord.
por Rosa María Capel Martínez. Madrid, Ministerio de Cultura, 1982, pp.15-47.
Según el censo de 1768 en España había 9.159.999 personas: 4.533.636 eran
varones y 4.626.363 mujeres. En el censo de 1787 se registraba un total de
10.268.150 personas: 5.109.172 varones y 5.158.988 mujeres; en Madrid había
147.543 personas: 75.777 eran varones y 72.766 eran mujeres de las cuales
33.275 estaban solteras, 29.313 casadas y 10.178 viudas. Según los datos del
censo de 1797, el total de población en España era: 10.541.221 personas, de
ellas 5.220.299 eran varones y 5.320.922 eran mujeres. Madrid contaba con
167.607 personas, de ellas 85.044 eran varones y 82.563 mujeres; con una
posible población lectora de unas 50.000 personas. En el mismo libro, según Mª
Victoria López-Cordón refleja en "La situación de la mujer a finales del
Antiguo Régimen (1760-1860)", pp. 47-109, pese a existir gran dificultad
para obtener datos se puede afirmar que la mujer del Setecientos trabajó
principalmente en el campo. En la ciudad ocuparon algunas actividades concretas
como fue la enseñanza; según el censo de 1797 existieron 2.575 maestras.
Posteriormente, en el censo de 1860 aparece la mujer más vinculada a otras
actividades: industriales -censadas 54.455 mujeres-, artesanas -114.558-, jornaleras
de fábrica -54.472-... Parece probable que aproximadamente un 70% de la
población del Setecientos era incapaz de leer y de escribir.
[8] Esta obra tuvo mucho éxito, se
vendieron unos 1.500 ejemplares al año. La segunda obra, Espejo de cristal fino, también se vendió muy bien. El Catón
fue polémico para M. Martín, Ibarra y
[9] Cito a través de A. López Castán: "La
encuadernación madrileña y la comunidad de mercaderes y encuadernadores de
libros de
[10] Eugenio Larruga (1995, Vol. I, Tomo III:209-210)
nos ofrece una detallada visión de la valorada labor de Ibarra y Sancha en esta
época: "En el actual reynado, Don Joaquin Ibarra ha sido quien ha
contribuido mas á la perfeccion de nuestras ediciones: todos saben la
aplicacion, y teson que tuvo durante su vida, para que sus impresiones saliesen
correctas; y sobre todo el incesante anhelo que siempre mantuvo para sacar
algunos buenos caxistas, y prensistas: no fiándose de nadie, y hallándose presente
á todo; como que conocia que todo era menester para que los operarios hiciesen
bien su obligación. Despues Don Antonio de Sancha se ha esmerado y esmera en
las obras que salen de su oficina para que esten á gusto del público. Y aunque
en esta parte le debe la nacion la estimacion que se merece todo patricio, que
dedica su ingenio, y caudal en su beneficio, es mucho mayor el mérito que ha
contrahido con haber conseguido que se executen en España las enquadernaciones
de pasta con igual perfeccion que las extrangeras".
[11] Continuamos recurriendo al testimonio de Eugenio
Larruga (1995: 215-216) para conocer el nivel real de estos trabajadores:
"Regularmente se admiten sin tener otra circunstancia que saber leer
malamente castellano; y son las mas veces los que en otros oficios no han
querido admitir, ó han desechado. Como en esta facultad no hay la sujecion, por
lo comun, de estar en casa de los maestros tiempo determinado para aprender el
arte, sucede que á dos meses, ó poco mas, ya les dán los oficiales, que les
enseñan, algun interes cada semana; llegando á tanto este desórden, que algunos
á los quatro meses, ya ceden á favor del aprendiz la mitad de su trabajo, y en
quatro años ya los tienen por oficiales, quando muchos necesitan este tiempo
para saber leer bien: De aquí resulta, que las impresiones rara vez salen
correctas, ni con aquella prolixidad que desean los autores (...) la enseñanza
de estos oficiales que apenas saben leer bien, y que carecen de toda regla de
ortografia, y gramática; pues de esto resulta, que heredando la misma
ignorancia en que viven sus maestros, hacen imperfectas sus composiciones; y de
consiguiente carecemos en España, por lo común, de las bellas impresiones, que
debieran esperarse con el auxilio de buenos, y hábiles correctores".
[12] Julio César Santoyo en su libro: La imprenta en Álava. Vol. I, Siglo
XVIII. Álava, Edt. Fundación Sancho el sabio, 1995, pp. 159-162, registra a la
impresora Manuela de Ezquerro (1762-1763). Sólo firma muy escasos impresos
durante ese bienio: decretos de las Juntas Generales de Santa Cathalina y
cuentas de
Los números entre paréntesis al lado de la ciudad indican la cantidad
de mujeres impresoras que registra Juan Delgado en el citado diccionario.
[13] Proceso reflejado, entre otros textos, en el libro
de Iris M. Zavala: Ideología y política
en la novela española del siglo XIX. Madrid, Ediciones Anaya, 1971.
[14] Incorporamos en este trabajo las referencias a
aquellas licencias solicitadas y registradas en los libros de Matrículas de
Impresiones del Archivo Histórico Nacional (AHN, Consejos, Libros 2713 y 2714).
Entre las licencias que solicitó Manuel Martín hemos encontrado en Consejos, libro 2713: leg. 1, año 1764, Corte 20:
Caton cristiano, Espejo y Suma moral de
Larraga; leg. 5º, año 1770, Corte 1: las obras de Fray Luis de Granada; en el
mismo legajo y año, Corte 28: "se le conceda licencia un papel titulado El Duende Sevillano, crítica de trages usos y modas";
ídem, Corte 39: "reimprimir la obra en tres tomos titulada, Sucesion Real de España, escrita por Fr.
Josef Albarez de
[15] Para la información sobre los libreros hemos
consultado el artículo ya citado de Amparo García Cuadrado (2001: 108-113).
[16] Francisco Vindel: Escudos y marcas de impresores y libreros en España durante los siglos
XV a XIX (
[17] Algunos datos sobre librerías en Madrid a
principios del siglo XIX se pueden encontrar en el libro de Mª José Alonso
Seoane: Narrativa de ficción y público en
España: Los anuncios en
[18] "Poder para testar que de mancomún otorgaron
don Joaquín de Ibarra y doña Manuela Contera, su mujer.- 2 diciembre 1756.
Sépase por esta pública escritura de poder para testar cómo nos, don Juaquín de
Ibarra, natural que soy de la ciudad de Zaragoza, a el presente residente en
esta villa de Madrid, viudo de primeras nupcias de doña Manuela del Castillo
(...). E yo, doña Manuela Contera, su segunda mujer, natural que soy de la
villa de Torixa...", en Ángel González Palencia, Eruditos y libreros del siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1948, p. 369.
Joaquín Ibarra tuvo con Manuela del Castillo una hija, Antonia Joaquina Ibarra;
también tuvo una hermana, Manuela Ibarra, ambas eran herederas, sin embargo el
negocio pasó a su segunda mujer. No obstante los talleres de imprenta
continuaron con los siguientes nombres: Vda. de Ibarra hijos y Compañía, Viuda
de Ibarra, Herederos de Ibarra, Hija de Ibarra, Imprenta de Ibarra. Él había
fallecido el 13 de noviembre de 1785 y Manuela Contera vivió hasta 1805.
[19] Esta imprenta está más estudiada que el resto de
las mencionadas. Inocencio Ruiz Lasala en Joaquín
Ibarra y Marín (1725-1785), Zaragoza, 1968, pp. 177-197.
[20] F. Vindel: Escudos
y marcas..., p. 493.
[21] F. Vindel: Escudos
y marcas..., p. 568.
[22] Citamos a través de los libros de Matrículas de
Impresiones (AHN).
[23] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 176.
[24] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 93.
[25] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 92.
[26] Es hermanastra del escritor ya que el padre se
casó en segundas nupcias con Mª Rosa Losada, con la que tuvo varios hijos,
entre ellos a Mª Francisca con quien Isla mantuvo una estrecha relación.
[27] Inocencio Ruiz Lasala: Joaquín Ibarra... p. 195.
[28] Emilio Palacios: La mujer y las letras... pp. 145-160.
[29] Emilio Palacios: La mujer y las letras... pp. 243-247.
[30] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 252.
[31] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 251.
[32] Emilio Palacios: La mujer y las letras... p. 92.
[33] Emilio Palacios: La mujer y las letras... pp. 252-253.
[34] Emilio Palacios: La mujer y las letras... pp. 206-216.
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