REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Rant. La vida de un asesino, Chuck Palahniuk

(Mondadori, Barcelona, 2007)

 

 

De Radio Tráfico Gráfico en la DRVR: Esperen un retraso provocado por los mirones si van ustedes hacia el este por la carretera de circunvalación Meadows al cruzar la zona de Richmond. Pisen el freno y estiren el cuello para echar un buen vistazo a un accidente fatal de dos coches en el carril de la izquierda. El vehículo de delante es un Plymouth Road Runner de 1974 de color verde marino con un motor V8 de una sola pieza de hierro forjado, cuatro cilindros, siete mil doscientos centímetros cúbicos y equipado con carburante. Con el interior original de color blanco hielo. La conductora del cupé era una mujer tórrida de veinticuatro años, rubia-barra-verde con una fractura-barra-dislocación clásica de la columna en la articulación atlanto-occipital y una transección completa de la médula espinal. Palabras pijas para referirse a un trallazo tan bestia que te parte el cuello.

         El coche de atrás es un New Yorker Brougham Saint Regis de puta madre con dos puertas y techo duro, de color crema, con el cromado de lujo opcional y ventanillas fijas de cuarto trasero. Una preciosidad de coche. Mientras pasan ustedes al lado fisgoneando, fíjense por favor en que el conductor era un hombre de veintiséis años con una fractura transversal de esternón de lo más corriente, fracturas bilaterales de costillas y los pulmones empalados por las costillas fracturadas, todo ello debido al impacto con el volante. Además, me dicen los chavales del furgón de la carne, sufre un grave desgarramiento interno.

         Así pues, prepárense y pisen el freno. Informa, para Radio Tráfico Gráfico, Tina Nosecuántos 

(pág. 21)

 

 

         En una noche como aquella, con toda la población dormida, el pequeño Rant Casey habría estado haciendo de radioaficionado. Con sus auriculares puestos. De niño, en una noche como aquella, Rant solía hacer girar el dial en busca de informes de tráfico de Los Ángeles y Nueva York. Escuchaba acerca de atascos de tráfico y embotellamientos que tenían lugar en Londres. Tráfico lento en Atlanta. Accidentes de tres coches en París, retransmitidos en francés. Aprendía español con términos como «neumático desinflado» y «punto muerto». Que estaban teniendo lugar en Madrid. «Imbottigliamento», que es un punto muerto en Roma. «Het Roosterslot», punto muerto en Amsterdam. «Saturation», punto muerto en París. Todo el mundo invisible de la esfera del tráfico.

(pág. 23)

 

 

Wallace Boyer (Vendedor de coches): Un vendedor de coches verdaderamente eficaz te da antes que nada su tarjeta de visita. Ese vendedor te saluda, te dice cómo se llama y te da su tarjeta, porque los estudios sobre conducta humana muestran que el noventa y nueve por ciento de los clientes usan la tarjeta de visita como excusa para salir del concesionario. La mayoría de los compradores de coches, aunque les caigas mal, o incluso si odian tus coches, aun así se sienten mal por hacerte perder el tiempo. Si te puede pedir tu tarjeta de visita, el cliente no se siente mal por largarse. Si quiere atrapar usted al mayor número de clientes, entrégueles su tarjeta en cuanto los conoce: así no se pueden escapar.

         Los expertos en conducta humana dicen que, cuando conoces a alguien, en los primeros cuarenta y tres segundos, con sólo mirarlo ya se puede calcular su nivel de ingresos, su edad y su inteligencia, y se puede saber si los vas a respetar. De manera que los vendedores listos llevan trajes como es debido. No se rascan la cabeza y luego se huelen las uñas.

         Un importante estudio, llevado a cabo por la California State University en Los Ángeles en 1967, y demostrado un montón de veces desde entonces, dice que el cincuenta y cinco por ciento de la comunicación humana se basa en nuestro lenguaje corporal, en la postura que adoptamos de pie o en cómo nos inclinamos o nos miramos a los ojos. Otro treinta y ocho por ciento de nuestra comunicación proviene del tono de voz, de lo deprisa que hablamos y de si lo hacemos en tono alto. Lo sorprendente es que solamente el siete por ciento de nuestro mensaje se transmite con palabras.

         Por tanto, el gran talento de un vendedor listo es saber escuchar.

         Lo llamamos «marcar el ritmo» de un cliente: hay que acompasar la respiración con la de él. Si él da golpecitos con el pie o tamborilea con los dedos, tú también tienes que hacerlo, y a la misma velocidad. Si se rasca la oreja o estira el cuello, esperas veinte segundos y haces lo mismo. Escucha lo que dice y mira adónde se le va la mirada cuando habla. La mayoría de los clientes aprende a través de la vista, y la mayor parte del tiempo miran hacia arriba: a la izquierda si están recordando información, pero a la derecha cuando mienten. El siguiente grupo aprende con el oído, y estos miran a un lado y a otro. El grupo más pequeño aprende moviéndose o con el tacto, y al hablar bajan la vista.

         La gente que es visual dice cosas como «Mire» o «Ya veo». Dicen «Me veo haciendo eso» o «Nos vemos luego». Así es Echo Lawrence: nunca te quita la vista de encima.

Los clientes auditivos dicen cosas como «Escuche» o «Eso suena bien», o «Ya hablaremos». Por ejemplo, ese tal Shot Dunyun: casi no te mira a los ojos, pero si le hablas deprisa y te haces el emocionado, el tío se entusiasma.

         Los clientes que se basan en el tacto dicen cosas como «Manejo estas cifras». Dicen «Ya lo pillo» o bien «Estaremos en contacto». Así es el más jovencito, Neddy Nelson: se pone demasiado cerca de ti y siempre está dándote golpecitos, tocándote con los dedos, para asegurarse de que lo escuchas.

         Para marcar el ritmo de forma realmente eficaz, el vendedor adopta el estilo de aprendizaje del cliente –visual o auditivo o basado en el tacto– hasta el punto de levantar la vista o mirar a los lados o al suelo mientras habla. Tu meta es establecer un terreno común. No a todo el mundo le gusta el béisbol, ni siquiera la pesca, pero no hay nadie que no esté obsesionado consigo mismo.

         Cada uno es su hobby favorito. Uno siempre es experto en uno mismo.

         Lo único que hace un buen vendedor es mirarte a los ojos, imitar tu lenguaje corporal y asentir o reír o gruñir para demostrar que está cautivado: esos ruidos o gestos se llaman «asistencias verbales». El vendedor solamente tiene que demostrar que está tan obsesionado contigo como tú. Después de eso, los dos ya compartís una pasión común: tú.

         A eso le siguen muchas otras cosas: órdenes incrustadas, salvar objeciones, botones que pulsar, preguntas consiguientes y subsiguientes, preguntas de control… un montón de cosas.

         Cualquier buen vendedor te lo dirá: más que preocuparle cuánto sabes, el cliente quiere saber cuánto le importas.

         Y el vendedor verdaderamente eficaz sabe cómo fingir que le importas de verdad.

         (pp. 76-78)

 

 

Christopher Bing, doctor: En términos generales, la diferencia entre liminal y liminoide se define como sigue. El término «liminal» se refiere a un ritual que marca el paso de una fase de la vida a la siguiente: un bautismo, una graduación, una luna de miel. Por el contrario, un acontecimiento «liminoide» típico como, por ejemplo, un concierto de rock, una fiesta rave o una fiesta de sexo en grupo consensuado y poliamoroso ocurre fuera de la corriente dominante, pero los acontecimientos liminoides no marcan una de esas transiciones vitales. La característica definitoria del espacio liminoide es que todos los participantes actúan como iguales. Los rangos sociales o  de casta quedan descartados, y todos los presentes disfrutan de un afecto mutuo e igualitario los unos hacia los otros. El término que usa Turner para denominar esta solidaridad y amor espontáneos es la palabra en latín communitas.

(pág. 290)